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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Arqueología de la Cruz y el Crucifijo

De Enciclopedia Católica

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Signos Cruciformes Primitivos

El signo de la cruz, representado en su forma más simple por un cruce de dos líneas en ángulo recto, es muy anterior, en Oriente y Occidente, a la introducción del cristianismo. Se remonta a un período muy remoto de la civilización humana. De hecho, algunos han tratado de atribuir una verdadera importancia etnográfica al uso generalizado de este signo. Es cierto que en el signo de la cruz es notablemente prominente el concepto decorativo y geométrico, obtenido por una yuxtaposición de líneas agradables a la vista; sin embargo, originalmente la cruz no era un mero medio u objeto de ornamento, y desde los primeros tiempos ciertamente tenía otro significado —es decir, simbólico-religioso. La forma primitiva de la cruz parece haber sido la de la llamada cruz "gamma" (crux gammata), más conocida por los orientalistas y los estudiantes de arqueología prehistórica por su nombre sánscrito, esvástica (swastika). Vea la forma más común de este signo en la Figura 1. En períodos sucesivos este se modificó, convirtiéndose en curvado en las extremidades, o añadiéndoles líneas más complejas o puntos ornamentales, los cuales también luego se encontraban en la intersección central.
Fig. 1 esvástica

La esvástica es un signo sagrado en la India, y es muy antiguo y generalizado en todo el Oriente. Tiene un significado solemne tanto entre los brahmanes como entre los budistas, aunque el anciano Burnouf cree que es más común entre los últimos que entre los primeros. Parece haber representado el aparato utilizado en una época por los padres de la raza humana para encender el fuego; y por eso fue el símbolo de la llama viva, del fuego sagrado, cuya madre es Maia, la personificación del poder productivo (Burnouf, La science des religions). Según Milani, es también un símbolo del sol (Bertrand, La religion des Gaulois, p.159), y parece indicar su rotación diaria. Otros han visto en ella la representación mística del relámpago o del dios de la tempestad, e incluso el emblema del panteón ario y la primitiva civilización aria. Emile Burnouf (op. cit., p. 625), tomando literalmente la palabra sánscrita, la dividió en las partículas su-asti-ka, equivalentes al griego eu-estike. De este modo, especialmente a través de la partícula adverbial, significaría “señal de bendición”, o de “buen presagio” (svasti), también “de salud” o “vida”. La partícula ka parece haber sido usada en un sentido causativo (Burnouf, Dictionnaire sanscrit-français, 1866). El signo de la esvástica estaba muy extendido en todo el Oriente, el asiento de las civilizaciones más antiguas. Las inscripciones budistas talladas en ciertas cuevas de la India occidental suelen estar precedidas o cerradas por este signo sagrado (Thomas Edward, "The Swastika India", 1880, Philip Greg, "Sobre el significado y origen de la Fylfot y Swastika").

Las famosas excavaciones de Schliemann en Hissarlik, en el lugar de la antigua Troya, trajeron a la luz numerosos ejemplos de la esvástica: en bastidores, en un cubo, a veces unida a un animal e incluso cortada en el vientre de un ídolo femenino, un detalle también visible en una pequeña estatua de la diosa Atis. El signo de la esvástica se ve en monumentos hititas, e.g., en un cilindro ("Los monumentos de los hititas" en "Transacciones de la Soc. de Arq. Bíblica", VII, 2, p.259. Para su presencia en los monumentos gálatas y bitínicos, vea Guillaume y Perrot, "Exploration archeologique de La Galatie et de la Bithynie ", Atlas, Pl. IX). Lo encontramos también en las monedas de Licia y de Gaza en Palestina. En la isla de Chipre se encuentra en vasijas de barro. Originalmente representa, como también en Atenas y Micenas, un pájaro en vuelo. En Grecia tenemos especímenes de él en urnas y vasos de Beocia, en un vaso ático que representa una gorgona, en monedas de Corinto (Raoul-Rochette, "Mém. de l'acad. des inscr.", XVI, pt. II, 302 ss.; "Hercule assyrien", 377-380; Minervini en "Bull. arch. Napolit.", Ser. 2, II, 178-179), y en el Tesoro de Orcomeno.

Parece haber sido desconocido en Asiria, en Fenicia y en Egipto. En Occidente se encuentra con mayor frecuencia en Etruria. Aparece en una urna cineraria de Chiusi y en la fíbula encontrada en la famosa tumba etrusca de Cere (Grifi, Mon. Di Cere, Pl. VI, n ° 1). Hay muchos de tales emblemas en las urnas encontradas en Capanna di Corneto, Bolsena, y Vetulonia; también en una tumba samnita en Capua, donde aparece en el centro de la túnica de la persona allí representada (Minervini, Bull. Arch. Napolit., Ser., Pl. II, 178-179). Este signo también se encuentra en mosaicos en pompeyanos, en vasijas italo-griegas, en monedas de Siracusa en Sicilia (Raoul-Rochette, "Mém. de l'acad. des inscr." Pl. XVI, pt. II, 302 ss.; Minervini, "Bull. arch. Nap.", ser. 2, Pl. II, p. 178-179); finalmente entre los antiguos germanos, en una roca tallada en Suecia, y en unas cuantas piedras celtas en Escocia, y en una piedra celta descubierta en el Condado de Norfolk, Inglaterra, y ahora en el Museo Británico.

La esvástica aparece en un epitafio sobre una tumba pagana de Tébesa en el África Romana (Annuaire de la Société de Constantine, 1858-59, 205, 87), en un mosaic del ignispicium (Ennio Quirino Visconti, Opere varie, ed. Milán, I, 141, sqq.), y en una inscripción votive griega en Porto. En este último monumento la esvástica es de forma imperfecta, y se asemeja a una letra fenicia. Explicaremos a continuación el valor y significado simbólico de este crux gammata cuando se encuentra en monumentos cristianos. Pero la esvástica no es el único signo de este tipo conocido en la antigüedad. En Asiria se han encontrado objetos cruciformes. La estatua de los reyes Asurnazirpal y Sansirauman, ahora en el Museo Británico, tienen joyas cruciformes alrededor del cuello (Layard, Monuments of Nineveh, II, pl. IV). El Padre Delattre encontró pendientes cruciformes en tumbas púnicas en Cartago.

Fig. 2 cruz egipcia
Otro símbolo que se ha relacionado con la cruz es la cruz con asas (ankh o crux ansata) (Vea Figura 2) de los antiguos egipcios erróneamente llamada la "llave ansata del Nilo". A menudo aparece como un signo simbólico en las manos de la diosa Heket. Desde los primeros tiempos también aparece entre los signos jeroglíficos simbólicos de la vida o de los vivos, y fue transliterada al griego como Anse (Ansa). Pero el significado de este signo es muy oscuro (De Morgan, Recherches sur les origines de l'Egypte, 1896-98); tal vez era originalmente, como la esvástica, un signo astronómico. La cruz “ansata” (egipcia) se encuentra en muchos y diversos monumentos de Egipto (Prisse d'Avennes, L'art Egyptien, 404). En el siglo XIX los cristianos egipcios (coptos), atraídos por su forma y quizás por su simbolismo, la adoptaron como el emblema de la cruz (Gayet, "Les monuments coptes du Musée de Boulaq" en "Mémoires de le mission française du Caire", VIII, fasc. III, 1889, p. 18, pl. XXXI-XXXII y LXX-LXXI), (Para más información sobre el parecido entre la cruz y los signos simbólicos más antiguos, vea G. de Mortillet, "Le signe de la croix avant le christianisme", París, 1866; Letronne, "La croix ansée égyptienne" en "Mémoires de l'académie des inscriptions", XVI, pt. II, 1846, p. 236-84; L. Müller, "Ueber Sterne, Kreuze und Kränze als religiöse Symbole der alten Kulturvölker", Copenhagen, 1865; W. W. Blake, "The Cross, Ancient and Modern" Nueva York, 1888; Ansault, "Mémoire sur le culte de la croix avant Jésus-Christ", Paris, 1891.)

Podemos añadir que algunos han afirmado que encontraron la cruz en monumentos griegos en la letra X (chi ) que, a veces en conjunción con P (rho), representaban en monedas las letras iniciales de la palabra griega chrusoun, "oro", u otras palabras indicativas del valor de la moneda, o el nombre del acuñador (Madden, "History of Jewish Coinage", Londres, 1864, 83-87; Eckhel, "Doctrina nummorum", VIII, 89; F. X. Kraus, "Real-Encyklopädie der christlichen Alterthümer", II, 224-225). Regresaremos luego a estas letras.

En la edad de bronce encontramos en diferentes partes de Europa una representación más exacta de la cruz, tal como se concibió en el arte cristiano, y en esta forma pronto fue ampliamente difundida. Esta caracterización más precisa coincide con un cambio general correspondiente en las costumbres y las creencias. La cruz se encuentra ahora, en varias formas, en muchos objetos: fíbulas, cíngulos, fragmentos de barro y en el fondo de las vasijas. De Mortillet opina que tal uso del signo no era meramente ornamental, sino más bien un símbolo de consagración, especialmente en el caso de objetos pertenecientes al entierro. En el cementerio proto-etrusco de Golasecca cada tumba tiene un vaso con una cruz grabada en él. Se han encontrado cruces verdaderas de diseño más o menos artístico en Tirin, en Micenas, en Creta y en una fíbula de Vulci. Estas figuras pre-cristianas de la cruz han llevado a muchos escritores al error de ver en ellos tipos y símbolos de la manera en que Jesucristo habría de expiar nuestros pecados. Tales inferencias son injustificadas, contrarias a las justas reglas de la crítica y a la interpretación exacta de los monumentos antiguos.

La Cruz como Instrumento de Castigo en el Mundo Antiguo

La crucifixión de personas no se practicaba entre los hebreos; la pena capital entre ellos consistía en apedrear hasta la muerte, por ejemplo, San Esteban, el Protomártir (Hch. 7,57-58). Pero cuando Palestina se convirtió en territorio romano, la cruz fue introducida como una forma de castigo, más particularmente para aquellos que no podían probar su ciudadanía romana; más tarde se reservó para ladrones y malhechores (Josefo, Antiq., XX, VI, 2; Bell. Jud., II, XII, 6; XIV, 9; V, XI, 1). Aunque era frecuente en Oriente, era raro que los [[Griegos |griegos] la usaran. Es mencionada por Demóstenes (c. Medio) y por Platón (Rep., II, 5, también Gorgias). Eran más comunes la estaca y la horca, donde el delincuente era suspendido o atado, pero no clavado. Ciertos griegos que habían hecho amistad con los cartagineses fueron crucificados cerca de Motia por orden de Dionisio de Siracusa (Diodor, Sic., XIV, 53). Tanto en Grecia como en Oriente, la cruz era un castigo habitual para bandidos (Hermann, Grundsatze y Anwendung des Strafrechts, Gottingen, 1885, 83).

Sin embargo, fue en Roma que desde los primeros tiempos republicanos la cruz fue usada con mayor frecuencia como un instrumento de castigo, y en medio de circunstancias de gran severidad e incluso crueldad. Era particularmente el castigo para esclavos hallados culpables de cualquier crimen grave. De ahí que en dos lugares (Pro Cluent., 66; I Philipp., II), Cicerón la llame simplemente "servile supplicium" el castigo de esclavos — más explícitamente (In Verr., 66), "servitutis extremum summumque supplicium" —el final y más terrible castigo de esclavos. Hüschke, sin embargo (Die Multa), no admite que fue originalmente un castigo servil. Era infligido también, como nos dice Cicerón (XIII Phil., XII; Verr., V, XXVII), sobre provinciales convictos de bandolerismo. Es cierto, sin embargo, que estaba absolutamente prohibido infligir este degradante e infame castigo a un ciudadano romano (Cic., Verr. Act., I, 5; II, 3, 5; III, 2, 24, 26; IV, 10 ss.; V, 28, 52, 61, 66); además, una aplicación ilegal de este castigo habría constituido una violación de las leges sacratæ. En cuanto a un esclavo, el amo puede actuar de una de dos maneras; podía condenar al esclavo de manera arbitraria (Horacio, Sat. III, Juvenal, Sat. VI, 219), o podía entregarlo al triumvir capitalis, un magistrado cuyo deber era buscar la pena de muerte.

La inmunidad legal del ciudadano romano fue algo modificada cuando los ciudadanos más pobres (humiliores) eran declarados sujetos al castigo de la cruz (Paul., " Sent.", V, XXII, 1 ; Sueton., " Galba", IX ; Quintil., VIII, IV). El castigo de la cruz era infligido regularmente por crímenes tan graves como el robo en la carretera y la piratería (Petron., LXXII; Flor., III, XIX), por la acusación pública de su amo por un esclavo (delatio domini), o por un voto hecho contra la prosperidad de sus amos (de salute dominorum, vea Capitolin., Pertinax, IX; Herodian, V, II; Paul., "Sent.", V, XXI, 4), por sedición y tumulto (Paul., Fr. XXXVIII; Digest. "De Pnis", XLVIII, 19, y "Sent.", V, 221; Dion., V, 52; Josefo, "Antiq.", XIII, XXII, y "Bell. Jud.", II, III), por falso testimonio, en cuyo caso la parte culpable era a veces condenada a las bestias salvajes (ad bestias, Paul., "Sent.", V, XXIII, 1), y a esclavos fugitivos, que a veces eran quemados vivos (Fr. XXXVIII, S. 1; Digest. "De Pnis", XLVIII, XIX).

Según la costumbre romana, la pena de crucifixión siempre era precedida por flagelación (virgis cædere, Prudencio, "Enchirid.", XLI, 1); Después de este castigo preliminar, el condenado tenía que llevar la cruz, o al menos la viga transversal de ella, al lugar de ejecución (Plut., Tard. Dei vind., IX, Artemid. , XLI), expuesto a las burlas e insultos del pueblo (Joseph., "Antiq.", XIX, III, Plaut., I, 1, 52, Dion., VII, 69). Al llegar al lugar de ejecución se alzaba la cruz (Cit., Verr., V, IXVI). Pronto el sufriente, completamente desnudo, era atado a ella con cuerdas (Plin., "Hist. Nat.", XXVIII, IV; Auson., "Id.", VI, 60; Lucan, VI, 543, 547), indicado en latín por las expresiones agere, dare, ferre o tollere in crucem. Según nos dice Plauto, entonces era sujetado con cuatro clavos a la madera de la cruz (“Lact.", IV, 13; Senec., "Vita beat.", 19; Tert., "Adv. Jud.", x; Justo Lipsio "De Cruce", II, VII; XLI—II). Finalmente se colocaba en la parte superior de la cruz un cartel llamado titulus, que llevaba el nombre del condenado y su sentencia (Eusebio, Ch. Hist. V.1; Suet., "Caligula", XXXVIII y "Domit.", X; Mt. 27,37; Jn. 19,19).

Los esclavos eran crucificados fuera de Roma en un lugar llamado Sessorium, más allá de la puerta Esquilina; su ejecución se le confiaba al carnifex servorum (Tacit., "Ann.", II, 32; XV, 60; XIV, 33; Plut., "Galba", IX; Plaut., "Pseudol.", 13, V, 98). Eventualmente esta miserable localidad se convirtió en un bosque de cruces (Loiseleur, Des peines), mientras que los cuerpos de las víctimas eran presa de los buitres y otras aves rapaces (Horace, "Epod.", V, 99, y la escolia de Crusio; Plin., "Hist. Nat.", XXXVI, CVII). A menudo sucedía que el condenado no moría de hambre o sed, sino que permanecía en la cruz durante varios días (Isid., V, 27; Senec., Epist. CI). Por lo tanot, para acortar su castigo y disminuir su terrible sufrimiento, a veces se le fracturaban las piernas ( To shorten his punishment, therefore, and lessen his terrible sufferings, his legs were sometimes broken (crurifragium, crura frangere; Cie., XIII Philipp., XII). Esta costumbre, excepcional entre los romanos, era común entre los judíos. De esta manera era posible bajar el cadáver el mismo atardecer de la ejecución (Deut. 21,22-23; Tertuliano, "Adv. Jud.", X; Isidoro, V, XXVII; Lactant., IV, XVI). Entre los romanos, por el contrario, no se podía bajar el cadáver, a menos que tal remoción hubiese sido especialmente autorizada en la sentencia de muerte. También se podía enterrar el cadáver si la sentencia lo permitía. (Valer. Max., VI, 2; Senec., "Controv.", VIII, IV; Cie., "Tusc.", I, 43; Catull., CVI, 1; Horace, "Epod.", I, 16-48; Prudent., "Peristephanon", I, 65; Petron., LXI ss).

El castigo de la cruz permaneció en vigor en todo el Imperio Romano hasta la primera mitad del siglo IV. En la primera parte de su reinado Constantino continuó infligiendo la pena de la cruz (affigere patíbulo) a los esclavos culpables de delatio domini, es decir, de denunciar a sus amos (Cod. Th. Ad leg., Jul. Magist.). Más tarde abolió este infame castigo en memoria y en honor a la Pasión de Jesucristo (Eusebio, "Hist. Eccl." I, VIII ; Schol. Juvenal XIV, 78; Niceph., VII, 46; Casiod., "Hist. Trip" I, 9; Codex. Theod., IX, 5, 18). A partir de entonces, ese castigo fue infligido muy rara vez (Eus., " Hist. Eccl" IV, XXXV; Pacat., "Paneg.", XLIV). Hacia el siglo V la furca, u horca, sustituyó a la cruz (Pio Franchi de'Cavalieri, "Della forca sostituita alla croce” en "Nuovo bulletino di archeologia cristiana”, 1907, nos. 1-3, 63 ss.).

El castigo de la cruz se remonta probablemente al arbol infelix, o árbol infeliz, del que hablan Cicerón (Pro Rabir., III ss.) y Livy, a propósito de la condena de Horacio después del asesinato de su hermana. De acuerdo a Hüschke (Die Multa, 190) los magistrados conocidos como duoviri perduellionis pronunciaban este castigo (cf. Liv., I, 266), llamado también infelix lignem (Senec., Ep. CI; Plin., XVI, XXVI; XXIV, IX; Macrob., II, XVI). Esta forma primitiva de crucifixión en árboles estuvo en uso durante mucho tiempo, como señala Justo Lipsio ("De cruce", I, II, 5; Tert., "Apol.", VIII, XVI; and "Martyrol. Paphnut." 25 Sept.). Tal árbol era conocido como una cruz (crux). En una vasija antigua vemos a Prometeo atado a una viga que sirve el propósito de cruz. Una forma un tanto diferente se observa en una antigua cámara sepulcral en Preneste (Palestrina), sobre la cual Andrómeda está representada desnuda y atada por los pies a un instrumento de castigo como un yugo militar, es decir, dos estacas paralelas y perpendiculares, coronadas por una barra transversal. Cierto es, en todo caso, que la cruz originalmente consistió en un simple polo vertical, afilado en su extremo superior. Maecenas (Séneca, Epist. XVII, 1, 10) lo llama acuta crux ; también podría llamarse crux simplex. A este palo vertical se añadió luego una barra transversal a la cual el sufriente era sujeto con clavos o cuerdas, y así permanecía hasta morir, de donde la expresión cruci figere o affigere (Tac., "Ann.", XV, XLIV; Potron., "Satyr.", III). La cruz, especialmente en los primeros tiempos, era generalmente baja. Era elevada solo en casos excepcionales, particularmente cuando se deseaba que el castigo fuse más ejemplar o cuando el crimen era excepcionalmente grave. Suetonius (Galba, IX) nos dice que Galba hizo esto en el caso de cierto criminal, para quien mandó a hacer una cruz muy alta pintada de blanco: —"multo præter cætteras altiorem et dealbatam statui crucem jussit".

Por último, podemos señalar, respecto a la forma material de la cruz, que en Grecia e Italia prevalecieron ideas algo diferentes. La cruz, mencionada incluso en el Antiguo Testamento, se llama en hebreo 'êç, es decir, “madera”, una palabra que San Jerónimo a menudo traducía como crux (Gén. 40,19; Jos. 8,29; Ester 5,14; 8,7; 9,25). En griego es llamada σ τ α υρos, que Burnouf derivaría del sánscrito stâvora. Sin embargo, la palabra se usaba frecuentemente en un sentido amplio. Hablando de Prometeo clavado en el Monte Cáucaso, Luciano utiliza el substantivo stauros y los verbos anastauroo y anaskolopizo, este último derivado de skolops, que también significa una cruz. Del mismo modo, la roca a la que estaba atada Andrómeda se llamaba crux, o cruz. La palabra latina crux fue aplicada al palo simple, e indicaba directamente la naturaleza y el propósito de este instrumento, y se deriva del verbo crucio, "atormentar", "torturar" (Isid., Or., V, XVII, 33; Forcellini, s. vv. Crucio, Crux). También se debe señalar que la palabra furca debe haber sido al menos parcialmente equivalente a crux. De hecho la identificación de esas dos palabras es constante en la dicción legal de Justiniano I (Fr. XXVIII, 15; Fr, XXXVIII, S. 2; Digest. "De pænis", XLVIII, 19).

La Crucifixión de Jesucristo

Entre los romanos la cruz nunca tuvo el significado simbólico que tuvo en el antiguo Oriente; la consideraban únicamente como un instrumento material de castigo. En el Antiguo Testamento hay alusiones claras a la Cruz y Crucifixión de Jesucristo. Así, la letra griega T (tau o thau) aparece en Ezequiel (9,4), según San Jerónimo y otros Padres, como un solemne símbolo de la Cruz de Cristo — "marca una thau en la frente de los hombres que gimen y lloran...". El único otro símbolo de la crucifixión indicado en el Antiguo Testamento es la serpiente de bronce en el libro de Números (21,8-9). El mismo Cristo así interpretó el pasaje: "Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así debe ser levantado el Hijo del hombre" (Juan 3,14). El salmista predice la perforación de las manos y los pies (Sal. 22(21),17). Esta fue una verdadera profecía, en cuanto no podía concebirse de ninguna costumbre entonces existente, ya que la práctica de clavar a los condenados a una cruz en forma de T era en esa época, como hemos visto, exclusivamente occidental.

La cruz sobre la cual fue clavado Jesucristo era del tipo conocido como immissa, lo que significa que el tronco vertical se extendía una cierta altura por encima del tronco transversal; por lo tanto, era más alta que las cruces de los dos ladrones, por ser su crimen juzgado como más grave, según San Juan Crisóstomo (Homil, V, c, I, sobre I Cor.). Los primeros Padres cristianos que hablaron de la Cruz la describen como construida de esa forma. Inferimos otro tanto de Mt. (27,37), donde nos dice que el titulus, o inscripción que contenía la causa de su muerte, fue colocado “sobre” la cabeza de Jesucristo (cf. Lc. 23,38; Jn. 19,19). San Ireneo (Adv. Haer., II, XXIV) dice que la Cruz tenía cinco extremidades: dos en su largura, dos en su anchura y la quinta proyección (habitus) en el medio —"Fines et summitates habet quinque, duas in longitudine, duas in latitudine, unam in medio". San Agustín concurre con él: "Erat latitudo in qua porrectae sunt manus; longitudo a terra surgens, in qua erat corpus infixum ; altitude ab illo divexo ligno sursum quod imminet" (Enarr. in Ps. CIII; Serm. I, 44) y en otros pasajes citados por Zockler (Das Kreuz, 1875, págs. 430, 431).

Nono confirma la afirmación de que Jesucristo fue crucificado en una cruz cuadrilateral (eis doru tetrapleuron). San Ireneo, en el pasaje citado arriba, dice que la Cruz tenía una quinta extremidad, sobre la cual estaba sentado el Crucificado. San Justino la llama un cuerno, y la compara con el cuerno de un rinoceronte (Dialogus cum Tryphone, XCI). Tertuliano la llama sedilus excessus, un asiento, o estante, saledizo (Ad. Nat., I, XII). Este pequeño asiento (equuleus) evitaba que el peso del cuerpo rasgara por completo las manos perforadas por los clavos, y ayudaba a apoyar al sufriente. Sin embargo, este nunca se ha indicado en las representaciones de la Crucifixión. En la Cruz de Cristo colocaron el titulus, sobre cuya redacción no están de acuerdo los cuatro evangelistas. Mt. (27,37) da, "Este es Jesús, el Rey de los judíos "; Mc. (15,26) "El rey de los judíos”; Lc. (23,38), "Este es el Rey de los judíos"; Juan, testigo ocular (19,19), "Jesús el Nazareno, Rey de los judíos". En representaciones de la crucifixión a menudo aparece debajo de los pies un soporte de madera (suppedaneum), el cual es dudoso que haya existido. La primera mención expresa de él aparece en San Gregorio de Tours (De Gloriâ Martyrum, VI). San Cipriano, [[Teodoreto y Rufino lo insinúan.

Un examen microscópico de los fragmentos de la Cruz esparcidos por el mundo en forma de reliquias revela que estaba hecha de un árbol de pino (Rohault de Fleury, "Mémoire sur les instruments de la Passion", París, 1870, 63). De acuerdo con una tradición antigua, pero algo dudosa, la Cruz de Jesucristo medía casi 189 pulgadas de largo (4.80 mts., o sea, 15.75 pies), desde 90 ½ a 102 ½ pulgadas (2.30 a 2.60 metros). Como señalaron los evangelistas, dos ladrones fueron crucificados, uno a cada lado de Cristo. Sus cruces deben haber sido parecidas a la de Él; en el arte cristiano y la tradición generalmente aparecen más bajas (San Juan Crisóstomo, Hom. I, XXVI, en I Cor., on Rom., V,5). Una gran parte de la cruz del buen ladrón (tradicionalmente conocido como Dimas) se conserva en Roma en el altar de la Capilla de las Reliquias en Santa Croce en Gerusalemme.

La narrativa histórica de la Pasión y Crucifixión de Jesús, según aparece en los Cuatro Evangelios, concuerda exactamente con todo lo establecido arriba respecto a esta forma de castigo. Jesucristo fue condenado por el crimen de sedición y tumulto, como lo fueron también algunos de los apóstoles (Malalas, "Chronogr.", X, p. 256). Su crucifixión fue precedida por la flagelación. Luego cargó su Cruz hasta el lugar de castigo. Finalmente, sus piernas habrían sido fracturadas, según la costumbre de Palestina, para permitir el entierro esa misma tarde, si los soldados, al acercársele, no hubiesen notado que ya estaba muerto (Juan 19,32-33. Además, en el antiguo arte y tradición cristiana, la Crucifixión de Cristo aparece como hecha con cuatro clavos, no con tres, según el uso del arte cristiano más reciente (Vea más adelante).

Desarrollo Gradual de la Cruz en el Arte Cristiano

Ya que por su santa muerte sacrificial sobre la Cruz, Cristo santificó este antiguo instrumento de vergüenza e ignominia, debió de ser muy pronto para los fieles un símbolo sagrado de la Pasión, y por lo tanto un signo de protección y defensa (San Paulino de Nola, Carm. in Natal, S. Felicis, XI, 612; Prudencio, Adv. Symm., I, 486). Por lo tanto, no es totalmente extraño o inconcebible que desde el principio de la nueva religión la cruz haya aparecido en los hogares cristianos como un objeto de veneración religiosa, aunque no se haya conservado tal monumento del arte paleocristiano más antiguo. A principios del siglo III, Clemente de Alejandría ("Strom.", VI, en PG, IX, 305) habla de la Cruz como tou Kurioakou semeiou tupon, ie signum Christi, "el símbolo del Señor" (San Agustín, Tract, CXVII, "In Joan."; De Rossi, "Bull, d'arch. crist.", 1863, 35, y "De titulis christianis Carthaginiensibus" en Pitra, "Spicilegium Solesmense", IV, 503).

Por lo tanto, desde una fecha muy temprana la Cruz aparece como un elemento de la vida litúrgica de los fieles, y a tal grado que en la primera mitad del siglo III Tertuliano podía designar públicamente al cuerpo cristiano como "crucis religiosi", es decir, devotos de la Cruz (Apol., C, XVI, PG, I, 365-66). San Gregorio de Tours nos dice (De Miraculis S. Martini, I, 80) que en su tiempo los cristianos habitualmente recurrían al signo de la cruz. San Agustín dice que por el signo de la cruz y por la invocación del Nombre de Jesús todas las cosas son santificadas y consagradas a Dios. En la vida cristiana primitiva, como se puede ver en el lenguaje metafórico de los fieles primitivos, la Cruz era el símbolo de la principal virtud cristiana, es decir, la mortificación o la victoria sobre las pasiones y el sufrimiento por amor a Cristo y en unión con él (Mt. 10,38, 16,24; Mc. 8,34; Lc. 9,23; 14,27; Gál. 2,19; 6,12.14; 5,24). En las epístolas de San Pablo la Cruz es sinónimo de la Pasión de Cristo (Ef.2,16; Heb. 12,2), incluso del Evangelio y de la religión misma (1 Cor. 1,18; Flp. 3,18). Muy pronto la señal de la cruz se convirtió en la señal del cristiano. Además, es muy probable que en el Apocalipsis (7,2) se haga referencia a este signo: “Luego vi otro ángel que subía del Oriente y tenía el sello de Dios vivo…”

Es de esta adoración cristiana original de la cruz que surgió la costumbre de hacer la Señal de la Cruz en la frente. Tertuliano dice: "Frontem crucis signaculo terimus" (De Cor. Mil., III), es decir, "Nosotros los cristianos desgastamos nuestras frentes con el signo de la cruz". La práctica estaba tan generalizada alrededor del año 200, según el mismo escritor, que los cristianos de su época solían signarse con la cruz antes de emprender cualquier acción. Dice que no está ordenado en la Sagrada Escritura, sino que es una cuestión de tradición cristiana, como ciertas otras prácticas que son confirmadas por el uso prolongado y el espíritu de fe en que se mantienen. Algunos han buscado cierta autoridad bíblica para la Señal de la Cruz en unos cuantos textos interpretados bastante libremente, especialmente en las antedichas palabras de Ezequiel (9,4): "…marca una tau en la frente de los hombres que gimen y lloran por todas las abominaciones que se cometen en medio de ella"; también en varias expresiones del [[Apocalipsis)) (7,3; 9,4; 14,1).

Parecería que en la época cristiana primitiva la señal de la cruz se hacía con el pulgar de la mano derecha (San Juan Crisóstomo, Hom. ad pop Antioch. XI; San Jerónimo, Ep. ad Eustochium, una práctica aún en uso entre los fieles durante la Misa, por ejemplo, durante la lectura del Evangelio), y generalmente en la frente. Gradualmente, debido su simbolismo, este signo se hacía sobre otras partes del cuerpo, con una intención particularizada (San Ambrosio, De Isaac et anima, Migne, P.L., XI V, 501-34. Después, estas diferentes señales de la cruz se unieron en un gran signo como el que ahora hacemos. En la Iglesia occidental la mano era llevada desde el hombro izquierdo al derecho; En la Iglesia de Oriente, por el contrario, se llevaba desde el hombro derecho al izquierdo, y el signo se hacía con tres dedos. Esta diferencia aparentemente leve fue una de las causas (remotas) del fatal cisma oriental.

Es probable, aunque no tengamos ninguna evidencia histórica de ello, que los cristianos primitivos usaban la cruz para distinguirse unos de otros de los paganos en las relaciones sociales ordinarias. Estos últimos llamaban a los cristianos "adoradores de la cruz", e irónicamente agregaban, "id colunt quod merentur", es decir, adoran lo que merecen. Los apologistas cristianos, como Tertuliano (Apol. XVI, Ad. Nationes, XII) y Minucio Félix (Octavius, LX, XII, XXVIII), felizmente respondieron a la burla pagana mostrando que sus propios perseguidores adoraban objetos cruciformes. Tales observaciones arrojan luz sobre un hecho peculiar de la vida cristiana primitiva, es decir, la ausencia casi total de la cruz llana y sin adornos en los monumentos cristianos del período de persecuciones (E. Reusens, "Elements d'archeologie chrétienne", 1ª ed., 110). Los truculentos sarcasmos de los paganos impidieron a los fieles mostrar abiertamente este signo de salvación. Cuando los primeros cristianos representaban el signo de la cruz en sus monumentos, casi todos de carácter sepulcral, se sentían obligados a disfrazarlo de algún modo artístico y simbólico.

Fig. 3 ancla
Fig. 4 ancla
Uno de los símbolos más antiguos de la Cruz es el ancla, a veces tallada como aparece en la Fig. 3 y otras veces, según aparece en la Fig. 4. Esta última se encuentra en la mayoría de las losas de piedra de las secciones más antiguas de las catacumbas romanas, especialmente en los cementerios de Calixto, Domitila, Priscilla y otros. El ancla, originalmente un símbolo de la esperanza en general, asume de esta manera un significado mucho más elevado: el de la esperanza basada en la Cruz de Cristo. La similitud del ancla con la cruz hizo que el ancla fuera un admirable símbolo cristiano.

Otro símbolo cruciforme de los primeros cristianos, aunque no muy común y de una fecha algo posterior, es el tridente, algunos ejemplos del cual se ven en las losas sepulcrales del cementerio de Calixto. En una inscripción de ese cementerio el simbolismo del tridente es aún más sutil y evidente, pues el instrumento está erguido como el mástil principal de un barco que entra en puerto, símbolo del alma cristiana salvada por la Cruz de Cristo. Debemos notar también el uso peculiar de este símbolo en el siglo III en la región del Táurico de Quersoneso (Crimea) sobre monedas de Totorses, rey del Bosforo, fechadas 270, 296 y 303 (De Hochne, "Déscription du musée Kotschonbey", II, 348, 360, 416; Cavedoni, "Appendice alle ricerche critiche intorno alle med. Costantiniane", 18, 19 —un extracto del "Opuscoli litterari e religiosi di Módena " en "Bull. arch. Napolit.", ser. 2, anno VII, 32). Hablaremos de nuevo de este signo a propósito del delfín. En una pintura en la Cripta de Lucina, artísticamente única y muy antigua, parece haber una alusión a la Cruz. Vueltas hacia el altar están dos palomas contemplando un árbol pequeño. La escena parece representar una imagen de almas desatadas de los lazos del cuerpo y salvadas por el poder de la Cruz (De Rossi, Roma Sotterranea Cristiana, I, Pl. XII).

Antes de pasar al estudio de otras formas, más o menos disfrazadas, de la Cruz, por ejemplo, varios monogramas del nombre de Cristo, puede ser bueno decir una palabra sobre varias formas conocidas de la cruz sobre monumentos primitivos del arte paleocristiano, algunos de los cuales encontraremos en nuestro estudio temprano de dichos monogramas. La crux decusata o cruz decusata (X), así llamada por su parecido al decussis romano o símbolo para el número 10, es de la misma forma que la letra griega chi; también es conocida como la cruz de San Andrés, porque se dice que ese apóstol sufrió martirio sobre tal cruz, con sus manos y pies atados a sus cuatro extremos (Sandini, Hist. Apostol., 130).

La crux commissa (o cruz de San Antonio) o cruz en forma de horca, es, de acuerdo a algunos, la cruz en que Jesucristo murió. Para explicar la extensión longitudinal tradicional de la Cruz, que la hace semejante a la crux immissa, afirman que esta extensión es sólo aparente, y es realmente sólo el titulus crucis, la inscripción mencionada en los Evangelios. Esta forma de la cruz (crux commissa) probablemente está representada por la letra griega tau (T), y es idéntica a la "señal" mencionada en el texto de Ezequiel (9,4) ya citado. Tertuliano comenta (Contra Marc., III, XXII) como sigue sobre ese texto: “La letra griega tau (T) y nuestra letra latina T son la verdadera forma de la Cruz, la cual, según el Profeta, será impresa en nuestras frentes en la verdadera Jerusalén”. Especímenes de esta forma velada de la cruz se encuentran en los monumentos de las catacumbas romanas, una muy fina, por ejemplo, en un epitafio del siglo III encontrado en el cementerio de San Calixto, que dice IRE T NE (De Rossi, "Bulletino d'archeologia cristiana", 1863, 35). En el mismo cementerio un sarcófago exhibe claramente la cruz-horca formada por la intersección de las letras T y V en el monograma de un nombre propio tallado en el centro de la cartella, o rótulo. Esta segunda letra (V) era también figurativa de la cruz, como se desprende de las inscripciones rayadas en las superficies rocosas del monte Sinaí (Lenormant, "Sur l'origine chrétienne des inscriptions sinaitiques", 26, 27; De Rossi, loc. cit.). Un monograma de un nombre propio (tal vez Marturio), descubierto por Armellini en la Vía Latina, muestra la crux commissa encima de la intersección de las letras. Otros monogramas muestran formas similares (De Rossi, "Bulletino d'archeologia cristiana", 1867, pág. 13, fig. 10, y pág. 14). (Vea Figs. 5 y 6).
Fig. 5
Fig. 6

Se ha intentado establecer una relación entre esta forma y la crux ansata de los egipcios, mencionada anteriormente; pero no vemos ninguna razón para ello (véase Letronne, Materiaux pour l'histoire du christianisme en Egypte, en Nubie, et en Abyssinie). Parecería que San Antonio llevaba una cruz en forma de tau sobre su capa, la cual era de origen egipcio. Tal cruz es todavía utilizada por los monjes antoninos de Vienne en Dauphiny, y aparece en sus iglesias y en los monumentos de arte que pertenecen a la orden. San Zenón de Verona, que en la segunda mitad del siglo IV fue obispo de esa ciudad, relata que hizo una cruz en forma de tau para ser colocada en el punto más alto de una basílica. Hubo también otro motivo para escogerla letra T como simbólica de la Cruz. Ya que en el griego esta letra representa el 300, ese número en tiempos apostólicos era tomado como un símbolo del instrumento de nuestra salvación. El simbolismo fue llevado más lejos, y el número 318 se convirtió en un símbolo de Cristo y Su Cruz: siendo la letra I (iota) igual a 10, y H (eta) a 8 en griego (Allard, "Le symbolisme chrétien d'apres Prudence "en" Revue de l'art chrétien ", 1885, Hefele, Ed. Ep. St. Barnabae, IX).

La cruz más comúnmente mencionada y más generalmente representada en los monumentos cristianos de todas las edades es la llamada crux immisa, o crux capitata (es decir, el tronco vertical se extiende más allá del transversal). Fue en una cruz como esta que Cristo realmente murió, y no, como algunos mantendrían, en una crux commissa. Y esta opinión está ampliamente apoyada por el testimonio de los escritores que hemos citado. La crux immissa es la que se conoce generalmente como la cruz latina, en la cual el madero transversal se fija generalmente a dos tercios del extremo superior de la viga vertical. La cruz equilátera, o griega, adoptada por el Oriente y por Rusia, tiene el madero transversal colocado en el mismo medio del vertical.

Ambas cruces, la latina y la griega, jugaron un papel importante en los estilos arquitectónicos y decorativos de las edificaciones eclesiásticas durante el siglo IV y siguientes. La iglesia de Santa Croce en Rávena tiene la forma de la cruz latina; y sobre los pilares de la iglesia construida por el obispo Paulino de Tiro en el siglo IV la cruz está tallada al modo latino. La fachada del Catolicón en Atenas muestra una cruz latina grande; y este estilo de cruz fue adoptado por Occidente y Oriente hasta que ocurrió el cisma entre las dos iglesias. De hecho, en Constantinopla, la iglesia de los Apóstoles, la primera iglesia de Santa Sofía, consagrada por Constantino, las del monasterio de San Juan en Studium, de San Demetrio en Tesalónica, de Santa Catalina en el Monte Sinaí, así como muchas iglesias en Atenas, están en la forma de la cruz latina; y aparece en las decoraciones de capiteles, balaustradas y mosaicos. En las lejanas tierras de los pictos, de los bretones y de los sajones estaba tallada en piedras y rocas, con elaboradas y complejas decoraciones rúnicas. E incluso en el Catolicón en Atenas se encuentran cruces no menos ricamente adornadas. También se ha descubierto en los lugares apartados de Escocia (Vea el Diccionario de la Academia de Bellas Artes, V, 38).

La cruz griega aparece a intervalos y raramente en monumentos durante los primeros siglos cristianos. La Cripta de Lucina,en la catacumba de San Calixto, lleva una inscripción que había sido colocada sobre una tumba doble o sepulcro, con los nombres ROUPHINA: EIRENE. Debajo se ve la cruz equilátera (vea Fig. 7) —imagen disfrazada de la horca en que murió el Redentor (De Rossi, Rom.Scott., I, p. 333, Pl. XVIII).
Fig. 7 cruz griega
Se encuentra también pintada en el manto de Moisés en un fresco de la Catacumba de San Saturnino en la Via Salaria Nuova (Perret, Cat. De Roma, III, Pl. VI). En épocas posteriores se puede ver en un mosaico de una iglesia de París construida en tiempos del rey Childebert (Lenoir, Statistique monumentale de Paris) y tallada en los pedestales de las columnas de la basílica de Constantino en el Agro Verano; también en los techos y columnas de las iglesias, para denotar su consagración. Más a menudo, como podríamos esperar, la encontramos en las fachadas de las basílicas bizantinas y en sus adornos, como altares, iconostasios, cortinas sagradas para el recinto, tronos, ambones y vestiduras sacerdotales.

Cuando el emperador Justiniano I] erigió la iglesia de Santa Sofía en Constantinopla, con la ayuda de los arquitectos Artemio de Tralles e Isidoro de Mileto, se creó un nuevo tipo arquitectónico que se convirtió en el modelo para todas las iglesias construidas posteriormente en el Imperio Bizantino, y la cruz griega inscrita en un cuadrado se convirtió así en su típico plano. Tal vez la Iglesia de los Doce Apóstoles también haya sido construida sobre este plano, como parece indicar un famoso epigrama de San Gregorio Nacianceno. Hay otras formas de cruces, tales como la crux gammata, la crux florida, o cruz flordelisada, la cruz pectoral y la cruz patriarcal, pero estas son notables más bien por sus varios usos en el arte y la liturgia que por cualquier estilo peculiar.

Monograma de Cristo
La forma completa y característica del Monograma de Cristo se obtiene por la superposición de las dos letras griegas iniciales, chi y rho, del nombre CHRISTOS. Es llamado inexactamente el monograma constantiniano, aunque estaba en uso antes de los días de Constantino. Se ganó este nombre, sin embargo, porque en su día estuvo en boga, y derivó una significación triunfal del hecho de que el emperador la colocó en su nuevo estandarte, es decir, el Labarum (Marucchi, "Di una pregeneración ed inedita inscrizione cristiana" en "Studi in Italia", anno VI, II, 1883). Formas más antiguas, pero menos completas, de este monograma están formadas por la crux decussata (X) acompañada de una letra T defectiva, que difiere sólo ligeramente de la letra I o rodeada por una corona. Estas formas, que fueron usadas principalmente en el siglo III, presentan un parecido asombroso a una cruz, pero todas ellas son alusiones o símbolos manifiestos.

Otro símbolo usado mayormente durante los siglos III y IV, la esvástica ya mencionada en detalle, se parece aún más a la Cruz. En los monumentos que datan dentro de la era cristiana se conoce como la crux gammata, porque se hace uniendo cuatro gammas en sus bases. Se ha atribuido muchos significados fantásticos al uso de este signo en los monumentos cristianos, y algunos han llegado incluso a concluir que el cristianismo no es más que un descendiente de las antiguas religiones y mitos de los pueblos de la India, Persia y Asia en general; entonces estos teóricos proceden a señalar la estrecha relación que existe entre el cristianismo, por un lado, y el budismo y otras religiones orientales, por el otro. Por lo menos insisten en ver alguna relación entre los conceptos simbólicos de las religiones antiguas y los del cristianismo. Tal fue la opinión de Emile Burnouf (cf. Revue des Deux Mondes, 15 agosto 1868, p. 874). De Rossi refutó hábilmente esa opinión y mostró el valor real de este símbolo en los monumentos cristianos (Bull. d' arch. crist., 1868, 88-91). Es bastante común en los monumentos cristianos de Roma, y se encuentra en algunas inscripciones sepulcrales, además de aparecer dos veces, pintada, en la túnica del Buen Pastor en un arcosolio en la Catacumba de Santa Generosa en la Via Portuensis, y de nuevo en la túnica del sepulturero (fossor) Diógenes (el epitafio original ya no existe) en la Catacumba de Santa Domitila en la Vía Ardeatina. Es menos frecuente fuera de Roma. Hay un ejemplo en una inscripción hallada en Chiusi (vea Cavedoni, Ragguaglio di due antichi cimiteri di Chiusi). Una piedra en el museo de Bérgamo lleva el monograma unido a la cruz gamma, pero parece ser de origen romano. Otro en el Museo de Mannheim, con el nombre de un cierto Hugdulfo, pertenece siglo V o VI. En un sarcófago en Milán perteneciente al siglo IV, se repite una y otra vez, pero evidentemente como un simple motivo ornamental (véase Allegranza, Mon. di Milano, 74).

De Rossi (Rom. Sott. Crist., II, 318) hizo investigaciones sobre la cronología de este símbolo y los ejemplos que se encuentran en las Catacumbas Romanas, y observó se usaba rara vez o nunca hasta que tomó el lugar del ancla, es decir, alrededor de la primera mitad del siglo III, de donde dedujo que, al no ser de tradición antigua, entró en boga como resultado de la elección estudiada y no como un símbolo primitivo que une los comienzos del cristianismo con las tradiciones asiáticas. Su génesis es refleja y estudiada, no primitiva y espontánea. Es bien sabido cuán ansiosamente los primeros cristianos buscaron medios con los que poder mostrar y ocultar a la vez la Cruz de Cristo. Es fácilmente inteligible que de esta manera deberían haber descubierto y adoptado la crux gammata, y se explica no solo por lo que ya se ha dicho, sino también por la similitud entre el carácter griego gamma y el carácter fenicio tan. Este último ha sido famoso desde tiempos apostólicos como símbolo de la Cruz de Cristo y de la redención (cf. Barnabæ, Epist., IX, 9).

Fig. 8 Cruz Monogramática
El llamado monograma de Constantino prevaleció durante todo el siglo IV, en el que asumió diversas formas, y se combinó con las letras apocalípticas Alfa y Omega, pero siempre se acercó más y más a la forma de la cruz pura y simple. En la última parte de ese siglo hizo su aparición lo que se conoce como la “cruz monogramática" (Ver. Fig. 8); se parece mucho a la cruz simple y prefigura su triunfo completo en el arte cristiano. Los primeros años del siglo V son de la mayor importancia en este desarrollo, porque fue entonces que apareció por primera vez la cruz no disimulada. Como hemos visto, tal era la indecisión producida y el hábito de precaución impuesto por tres siglos de persecución que los fieles habían vacilado en mostrar abierta y públicamente el signo de la redención. Mediante el Edicto de Milán Constantino le había dado paz a la Iglesia; sin embargo, durante otro siglo los fieles no consideraron oportuno abandonar el uso del monograma de Constantino en una u otra de sus muchas formas; pero el siglo V marca el período en que el arte cristiano se deshizo de los viejos temores y, asegurado en su triunfo, expuesto ante el mundo, ahora también el signo de su redención se volvió cristiano. Además de la condición modificada de la Iglesia ante los ojos del Estado Romano, dos hechos de gran importancia desempeñaron un papel para producir un cambio tan profundo en las tradiciones artísticas del cristianismo: la aparición milagrosa de la Cruz a Constantino y el hallazgo del Santo Madero.

Tras haber invadido a Italia, Constantino le declaró la guerra a Majencio. Durante la campaña se dice que un día vio en los cielos una cruz luminosa junto con las palabras EN-TOUTOI-NIKA (en ésta conquista). Durante la noche de ese día vio de nuevo en sueños la misma cruz y Cristo se apareció con ella y le advirtió que la colocase sobre sus estandartes. Así tuvo su origen el lábaro, y bajo esta gloriosa bandera Constantino venció a su adversario cerca del puente Milviano el 28 de octubre de 312 (Vea Constantino el Grande).

El segundo evento fue de importancia aún mayor. En el año 326 la madre de Constantino, Helena, entonces de 80 años, tras viajar a Jerusalén se dio a la tarea de librar el Santo Sepulcro del montículo de tierra acumulado sobre él y a su alrededor, y de destruir los edificios paganos que profanaban su sitio. Algunas revelaciones que había recibido le dieron confianza en que descubriría la tumba del Salvador y su Cruz. El trabajo se realizó diligentemente, con la cooperación de San Macario, obispo de la ciudad. Los judíos había escondido la Cruz en una zanja o pozo, y la cubrieron con piedras, de modo que los fieles no viniesen a venerarla. Sólo unos pocos elegidos entre los judíos conocían el lugar exacto donde había sido escondida, y uno de ellos, llamado Judas, tocado por inspiración divina les indicó a los excavadores, por cuyo acto fue muy elogiado por Santa Helena. Judas luego se convirtió en un santo cristiano, y es honrado bajo el nombre de San Ciriaco.

Durante la excavación se encontraron tres cruces, pero no había manera de identificarlas porque el titulus de la Cruz de Cristo se había separado de ella. Siguiendo una inspiración de lo alto, Macario hizo que se cargaran las tres cruces, una tras otra, al lado del lecho de una mujer digna que estaba en agonía. Cuando ella tocó las otras dos cruces no valió de nada, pero al tocar la Cruz en que Cristo había muerto, se sanó súbitamente. A partir de una carta de San Paulino a Severo, insertada en el [|breviario |Breviario]] de París, parecería que Santa Helena misma había buscado por medio de un milagro cómo descubrir cuál era la Cruz auténtica y que mandó a exhumar el cadáver de un hombre y lo llevó al lugar, tras lo cual, al tener contacto con la tercera Cruz, este volvió a la vida. A partir de otra tradición, relatada por San Ambrosio, parecería que el titulus, o inscripción, había permanecido atado a la Cruz.

Luego del feliz descubrimiento, Santa Helena y Constantino erigieron una magnífica basílica sobre el Santo Sepulcro, y esa es la razón por la cual la iglesia llevó el nombre de San Constantino. El lugar exacto del hallazgo fue cubierto por el atrio de la basílica, y allí se colocó la Cruz en un oratorio, según aparece en la restauración realizada por de Vogüé. Cuando esta noble basílica hubo sido destruida por los infieles, Arculfo, en el siglo VII, enumeró cuatro edificios sobre los lugares santos alrededor del Gólgota y uno de ellos era la “Iglesia de la Invención” o “del Hallazgo”. Él y topógrafos de tiempos posteriores atribuyeron esta iglesia a Constantino. Los monjes francos del Monte de los Olivos, en carta a León III, la llaman San Constantino. Quizás el oratorio construido por Constantino sufrió menos a manos de los persas que los otros edificios, y así pudo aún retener el nombre y estilo del Martyrium Constantinianum (Vea De Rossi, Bull. D´arch. Crist., 1865, 88).

Una porción de la Cruz auténtica permaneció en Jerusalén encerrada en un [relicarios |relicario]] de plata; el resto, con los Clavos, debió haber sido enviado a Constantino, y debe haber sido esta segunda parte que él mandó a incluir en la estatua de sí mismo que estableció en una columna de pórfido en el Foro en Constantinopla; Sócrates, el historiador, relata que esta estatua volvería la ciudad inexpugnable. Uno de las Clavos fue sujetado al casco del emperador y otro a la brida de su caballo, haciendo que ocurriese, según muchos Padres, lo que había sido escrito por el profeta Zacarías: "Aquel día se hallará en los cascabeles de los caballos ´Consagrado al Señor´”. (Zac. 14,20). Otro de los Clavos se utilizó más tarde en la corona de hierro de Lombardía conservada en el tesoro de la catedral de Monza. Eusebio en su “Vida de Constantino”, al describir la obra de excavación y construcción en el lugar del Santo Sepulcro, no habla de la Cruz auténtica. En la historia de un viaje a Jerusalén hecho en el año 333 (Itinerarium Burdigalense) se menciona las diversas tumbas y la basílica de Constantino, pero no menciona la Cruz auténtica. La primera referencia a ella se encuentra en la "Catecheses” de San Cirilo de Jerusalén (P. G., XXXIII, 468, 686, 776), escrito en el año 348, o por lo menos veinte años después del supuesto descubrimiento.

En esta tradición de la "Invención", o el descubrimiento de la Cruz auténtica no se dice una sola palabra en cuanto a las pequeñas partes de ella dispersas por todo el mundo. La historia, según nos ha llegado, ha sido aceptada desde principios del siglo V, por todos los escritores eclesiásticos, con, sin embargo, muchas variaciones más o menos importantes. Muchos críticos han afirmado que la tradición del hallazgo de la Cruz a través de la obra de Santa Helena en los alrededores del Calvario es una leyenda sin ninguna realidad histórica. Esos críticos se basan principalmente en el silencio de Eusebio, que habla de todo lo demás que Santa Helena hizo en Jerusalén, pero no dice nada acerca de su búsqueda de la Cruz. Aun así, por difícil que pueda ser explicar este silencio, sería poco sólido aniquilar con un argumento negativo una tradición universal que data del siglo V. Las maravillas relacionadas con el libro siríaco la "Doctrina de Addai” (siglo VI) y en la leyenda del judío Ciriaco, quien se dice fue inspirado para revelar a Santa Helena el lugar donde estaba enterrada la Cruz, son responsables al menos en parte por la creencia común de los fieles sobre este asunto. Universalmente se afirma que estas creencias son apócrifas (Vea Duchesne, Lib. Pont., I, p. CVIII).

Como quiera que sea, el testimonio de Cirilo, obispo de Jerusalén desde 350 a 351, que estuvo en el lugar pocos años después de que ocurrió el evento, y fue contemporáneo de Eusebio de Cesarea, es explícito y formal en cuanto al hallazgo de la Cruz en Jerusalén durante el reinado de Constantino; este testimonio aparece en una carta al emperador Constantino (PG XXXIII, 52, 1167; y cf. 686, 687). Es cierto que la autenticidad de esta carta es cuestionada, pero sin bases sólidas. San Ambrosio (De obit. Theod., 45-48 en P.L., XVI, 401) y Rufino (Hist. Ecl., 1, VIII en P.L., XXI, 476) atestiguan el hecho del hallazgo. Silvia de Aquitania (Peregrinatio ad loca sancta, ed. Gamurrini, Roma, 1888, p. 76) nos asegura que en su tiempo la Fiesta del Hallazgos se conmemoraba en el Calvario, cuyo evento se convirtió naturalmente en ocasión de una fiesta especial bajo del nombre de "La Invención de la Santa Cruz". La fiesta se remonta a tiempos muy antiguos en Jerusalén, y fue introducida gradualmente a las otras iglesias. Papebroch (Acta SS., 3 mayo) nos dice que no se generalizó hasta cerca del año 720. En la Iglesia Latina se celebra el 3 de mayo; en la Iglesia Griega, el 14 de septiembre, el mismo día que la Exaltación, otra fiesta de origen remoto, que se supone fue instituida en Jerusalén para conmemorar la dedicación de la basílica del Santo Sepulcro (335) y de ahí se introdujo a Roma.

La visión de la Cruz que tuvo Constantino, y quizás otra aparición que tuvo lugar en Jerusalén en 346, parecen haber sido conmemoradas en esta misma fiesta. Sin embargo, su principal gloria es su relación con la restauración de la Vera Cruz a la iglesia de Jerusalén, después de que se la hubo llevado el rey persa Cosroes (Khusrau) II, conquistador de Focas, cuando capturó y saqueó la Ciudad Santa. Este Cosroes después fue vencido por el emperador Heraclio II y en 628 fue asesinado por su propio hijo Siroes (Shirva), quien le devolvió la Cruz a Heraclio. Entonces fue llevada triunfante a Constantinopla y de allí, en la primavera del año 629, a Jerusalén. Heraclio, quien deseaba llevar la Santa Cruz sobre sus hombros en esta ocasión, la encontró muy pesada, pero cuando, siguiendo el consejo del patriarca Zacarías, dejó a un lado su corona y manto imperial de estado, la carga sagrada se volvió liviana, y fue capaz de llevarla a la iglesia. En el año siguiente Heraclio fue conquistado por los mahometanos, y ellos tomaron Jerusalén en el año 647.

En referencia a esta fiesta, el Breviario de París asocia con la memoria de Heraclio la de San Luis de Francia, quien, el 14 de septiembre de 1241, descalzo y despojado de su manto real, llevó el fragmento de la Santa Cruz enviado a él por los Templarios, quienes lo habían recibido como prenda de Balduino. Este fragmento escapó de la destrucción durante la Revolución y todavía se conserva en París. Ahí, también, se conserva la cruz incombustible dejada a la abadía de Saint-Germain-des-Prés por la princesa Ana Gonzaga, junto con dos porciones de los Clavos. Muy poco después del descubrimiento de la Vera Cruz su madera fue cortada en pequeñas reliquias y prontamente se esparcieron por todo el mundo cristiano. Conocemos esto a partir de los escritos de San Anselmo, San Paulino de Nola, de Sulpicio Severo, de Rufino y, entre los griegos, de Sócrates, Sozomeno y Teodoreto (cf. Duchesne, "Lib, Pont.", I, p. CVII; Marucchi "Basiliquesde Rome", 1902, 348 sq.; Pennacchi, "De Inventâ Ierosolymis Constantino magno Imp. Cruce D. N. I. C.", Roma, 1892; César Baronio, "Annales Eccl,", ad an. 336, Lucca, 1739, IV, 178). Muchas partes de ella se conservan en Santa Croce en Gerusalemme en Roma, y en Notre-Dame en París (cf. Rohault de Fleury, "Mémoire", 45-163; Gosselin, Notice historique sur la Sainte Couronne et les autres Instruments de la Passion de Note-Dame de Paris", París, 1828; Sauvage, "Documents sur les reliques de la, Vrai Croix", Ruán, 1893). En una de sus cartas, San Paulino se refiere a la reintegración de la Cruz, es decir, que nunca disminuyó su tamaño por más pedazos que se la quitasen. Y el mismo San Paulino recibió de Jerusalén una reliquia de la Cruz contenida en un tubo de oro, pero tan pequeña que era casi un átomo, “in segmento pene atomo hastulæ brevis munimentum præsentis et pignus æternæ salutis" (Epist. XXXI ad Severum).

El detalle histórico que hemos estado considerando explica suficientemente la aparición de la Cruz sobre monumentos que datan de finales del siglo IV y comienzos del V. En un arcosolio en la Catacumba de San Calixto está todavía parcialmente disfrazada una cruz compuesta de flores y follaje con dos palomas en su base, pero empieza a ser más fácilmente reconocible (ver De Rossi, Rom. Sott., 3, PI. XII). Especialmente en África, donde el cristianismo había hecho un progreso más rápido, la cruz comenzó a aparecer abiertamente durante el curso del siglo IV. El texto más antiguo que tenemos relativos a una cruz tallada es de fecha posterior al 362 d.C. La cruz fue utilizada en la acuñación de príncipes y personas cristianas con la inscripción, Salus Mundi. La "adoración" de la Cruz, que hasta ese momento se había restringido al culto privado, ahora comenzó a asumir un carácter público y solemne. Al final del siglo IV los poetas cristianos ya estaban escribiendo, "Flecte genu lignumque Crucis venerabile adora”. El Segundo Concilio de Nicea, entre otros preceptos que tratan sobre las imágenes, establece que la Cruz debe recibir una adoración de honorhonorariam adorationem” (Vea LA CRUZ AUTÉNTICA). A los paganos que se mofaban de ellos por ser tanto o más idólatras que lo que ellos acusaban a los paganos de ser hacia sus dioses, ellos le replicaban que se basaban en la naturaleza del culto que daban: que no era latria, sino un culto relativo, y que el símbolo material solo servía para elevar sus mentes hacia el Tipo Divino, Jesucristo Crucificado (cf. Tert., “Apol”, XVI; Minucio Félix, “Octav.”, IX-XII). Por lo cual San Ambrosio, al hablar sobre la veneración de la Cruz, creyó oportuno explicar la idea: “Adoremos a Cristo, nuestro Rey, que colgó del madero, y no a la madera” (Regem Christum qui pependit in ligno... non lignum. . —"In obit. Theodosii", XLVI).

La Iglesia Occidental observa la veneración pública solemne (llamada la “adoración”) el Viernes Santo. En el Sacramentario Gelasiano leemos "Venit Pontifexet et adoratam deosculatur". En la Iglesia Oriental la veneración especial de la Cruz se realiza el tercer domingo de Cuaresma (Kyriake tes stauroproskyneseos “domingo de la veneración de la Cruz”) y durante la semana siguiente. La difusión gradual de la devoción a la Cruz incidentalmente ocasionó abusos en la piedad de los fieles. De hecho, conocemos a partir de los edictos de Valentiniano y Teodosio que a veces se colocaba la cruz en lugares indecorosos. Los malvados, los ignorantes y los que practicaban hechizos, encantamientos y otras tales supersticiones pervertían la devoción extendida a sus propios usos corruptos. Para engañar a los fieles y convertir su piedad en lucro, estas personas asocian la señal de la cruz con sus símbolos mágicos y supersticiosos, ganando así la confianza de sus incautos. Los maestros de la Iglesia mismos se oponían a toda esta corrupción de la idea religiosa, y exhortaban a los fieles a la verdadera piedad y a tener cuidado con los talismanes supersticiosos (cf. San Juan Crisóstomo, Hom. VII en Epist. Ad Col., VII, y en otros lugares; de Rossi, "Bull. d'archeol. Crist." 1869, 62-64).

La distribución de las porciones de la madera de la Cruz llevó a la hechura de un notable número de cruces desde el siglo IV en adelante, muchas de los cuales han llegado hasta nosotros. Conocidas bajo los nombres de encolpia y pectorales, a menudo sirvieron para guardar fragmentos de la Cruz auténtica; eran solo cruces usadas sobre el pecho por devoción —“llevar sobre el pecho una cruz, colgada del cuello, con la madera sagrada, o con las reliquias de los santos, que es lo que ellos llaman encolpium" (Anastasio Bibliotecario en Act. V de VIII Dec. Counc.). Para el origen y uso de las cruces pectorales vea Giovanni Scandella, "Considerazioni sopra un encolpio eneo rinvenuto in Corfu" (Trieste, 1854). San Juan Crisóstomo, en su polémica contra los judíos y gentiles, panegiriza el triunfo de la Cruz, da testimonio de que todo aquel hombre o mujer que poseía una reliquia de ella la llevaba encerrada en oro y la usaba alrededor del cuello (San Juan Crisóstomo, ed. Montfaucon, I, 571). Santa Macrina (m. 379), hermana de San Gregorio de Nisa, usaba una cruz de hierro sobre su pecho; no conocemos exactamente su forma; quizás era la del monograma que su hermano tomó de su cadáver.

Entre las pertenencias de María, la hija de Estilicón y esposa de Honorio, guardados junto con su cuerpo en la basílica del Vaticano, y encontrados allí en 1544, se contaron no menos de diez pequeñas cruces de oro adornadas con esmeraldas y piedras preciosas, como puede verse en las ilustraciones conservadas por Lucio Fauno (Antich. Rom V, X). En el Museo Kircheriano hay una pequeña cruz dorada, ahuecada para reliquia que data del siglo V. Tiene un anillo unido a ella para fijarlo alrededor del cuello, y que parece haber tenido ornamentación de vides en las extremidades. Una muy hermosa cruz, descrita por De Rossi, y que él atribuye al siglo VI, fue encontrada en una tumba en el Agro Verano en Roma (Bull. d´arch. Crist., 1863, 33-38).

La característica general de estas cruces más antiguas es su simplicidad y la falta de inscripciones, en contraste con las de la época bizantina y tiempos posteriores al siglo VI. Entre las más notables está la staurotheca de San Gregorio I (590-604), conservada en Monza, la cual realmente es un pectoral (cf. Bugatti, "Memorie di S. Celso", 174 ss.; Borgia, "De Cruce Veliternâ", pp. CXXXIII ss.). Scandella (op. cit.) señala que San Gregorio fue el primero en mencionar la forma cruciforme dada a estos relicarios dorados. Pero, como hemos visto, que datan de tiempos muy anteriores, como lo prueba la que se encuentra en el Agro Verano, entre otras. Algunos autores van demasiado lejos en su deseo de empujar su antigüedad de nuevo a principios del siglo IV. Ellos basan su opinión en documentos en las Actas de los Mártires bajo Diocleciano. En las del martirio de San Procopio leemos que mandó a hacer un pectoral dorado, y que en él aparecieron milagrosamente en letras hebreas los nombre Emmanuel, Miguel, Gabriel. Los bolandistas, sin embargo, rechazan estas actas, las que demuestran ser de poca autoridad (Acta SS., julio, II, p. 554). En la historia de San Eustracio y otros mártires de Armenia Inferior, se relata que, durante unas maniobras militares, se reconoció que un soldado llamado Orestes era cristiano porque cierto movimiento de su cuerpo dejó ver el hecho de que usaba una cruz dorada sobre su pecho (cf. Aringhi, Rom. Subt., II, 545); pero incluso esta historia está lejos de ser totalmente exacta.

La apertura del famoso tesoro de la Sancta Sanctorum cerca de Letrán ha traído a nuestro poder algunos objetos del mayor valor en relación con la madera de la Santa Cruz, y nos ha dado a conocer las cruces que contienen partículas de la madera santa y de iglesias construidas en los siglos V y VI en su honor. Entre los objetos encontrados en este tesoro había una cruz votiva de alrededor del siglo V, con incrustaciones de gemas grandes, una caja de madera cruciforme con una tapa deslizante que lleva las palabras (luz, vida), y por último, una cruz de oro adornada con esmalte alveolado (“cloisonné”). El primero de estos es muy importante porque pertenece al mismo período (si no a uno anterior) que la famosa cruz de Justino II, del siglo VI, conservada en el tesoro en San Pedro, y la cual contiene una reliquia de la Cruz auténtica preparada en joyas. Se afirmaba (hasta 1908) que era la cruz más antigua existente en un metal precioso (De Waal en "Römische Quartalschrift", VII, 1893, 245 ss.; Molinier, "Hist. générale des arts; L'orfèvrerie religieuse et civile", París, 1901, vol. IV, pt. I, p. 37). Esta cruz, que contiene reliquias de la Santa Cruz, fue descubierta por el Papa Sergio I (687-701) en la sacristía de la Basílica de San Pedro (cf. Duchesne, Lib. Pont., I, 347, s.v. Sergio) en un envase plateado sellado. Contenía una cruz enjoyada que contenía una partícula de la Cruz Auténtica, y data, quizás, del siglo V.

Cruces esmaltadas de esta naturaleza, una herencia del arte bizantino, no son de fecha anterior al siglo VI. El ejemplo de este tipo más antiguo existente es un fragmento del relicario adornado con esmalte alveolado (“cloisonné”) en el que un fragmento de la Cruz fue llevado a Poitiers entre 565 y 575 (ver Molinier, op cit; Barbier de Montault, "Le trésor de la Sainte Croix de Poitiers", 1883). De fecha posterior son la Cruz de Victoria en Limburg, cerca de Aquisgrán, la Cruz de Carlomagno y la de San Esteban en Viena. Además de estas, tenemos en Italia la cruz esmaltada de Cosenza (siglo XI), la cruz Gaeta, también esmaltada, cruces en la sección cristiana del Museo Vaticano y la famosa cruz de Velletri (siglo VIII o IX) adornada con gemas preciosas y esmalte, y discutida por el cardenal Stefano Borgia en su obra “De Cruce Veliternâ".

La devoción mundial a la Cruz y sus reliquias durante los siglos V y siguientes fue tan grande que incluso los emperadores iconoclastas de Oriente en su supresión del culto a las imágenes tuvieron que respetar el de la Cruz (cf. Banduri, "Numismo imp. "II, p. 702 ss .; Nicef.," Hist. Eccl.", XVIII, LIV). Este culto a la Cruz provocó la construcción de muchas iglesias y oratorios en donde atesorar sus preciosas reliquias. La iglesia de la Santa Croce en Rávena fue construida por Gala Placidia antes del año 450 “in honorem sanctæ crucis Domini, a quâ habet et nomen et formam" (Muratori, Script rer. ital., I, Pl. II, p. 544a). El Papa Símaco (498-514; cf. Duchesne, "Lib. Pont.", 261 s.v. Símaco, no. 79) construyó un oratorio de la Santa Cruz detrás del baptisterio en San Pedro, y colocó en él una cruz dorada enjoyada que contenía una reliquia de la Vera Cruz. El Papa Hilario (461-468) hizo lo mismo en Letrán, al construir un oratorio que comunicaba con el baptisterio, y colocó en él una cruz similar (Duchesne. op. cit., I, 242: "ubi lignum posuit dominicum, crucem auream cum gemmis quæ pens. lib. XX").

El estilo característico invariable de la cruz en los siglos V y VI está en su mayor parte adornado con flores, palmeras y follaje, que a veces brota de la raíz de la cruz, o adornada con gemas y piedras preciosas. A veces, en dos pequeñas cadenas que cuelgan de los brazos de la cruz se ven las letras apocalípticas Alfa, Omega, y sobre ellas colgaban pequeñas lámparas o velas. Sobre los mosaicos en la iglesia de San Félix en Nola, San Paulino mandó a escribir: "Cerne coronatam domini super atria Christi stare crucem" (Ep, XXXII, 12, ad Sever.). Una cruz enjoyada y floreada está pintada en el baptisterio de la Catacumba de Ponciano en la Vía Portuense (cf. Bottari, Rom. Sott., P1. XLIV). La cruz también está expuesta sobre el mosaico en el baptisterio construido por Gala Placidia en la iglesia de San Vidal y en Sant´Apollinare in Classe, en Rávena, y sobre un ciborio de Santa Sofía en Constantinopla.

En 1867, en las Islas Berezov, sobre el Río Sosswa, en Siberia, se encontró una lámina de plata, o patena litúrgica, de hechura siria que ahora pertenece al Conde Gregorio Stroganov. En el centro de ella hay una cruz que descansa sobre un globo terráqueo tachonado de estrellas; a cada lado hay un ángel con un bastón en su mano izquierda, y la derecha levantada en adoración; cuatro ríos fluyen de ella e indica que la escena es en el Paraíso. Algunos estudiosos rusos atribuyen la placa al siglo IX, pero De Rossi, más correctamente, la coloca en el siglo VII. En estos mismos siglos la cruz era de uso frecuente en ritos litúrgicos y procesiones de gran solemnidad. Era cargada en las iglesias donde estaban las estaciones; el portador de ella era llamado draconarius, y la cruz misma, stationalis. Estas cruces a menudo eran muy costosas (cf. Bottari, Rom. Sott., Pl. XLIV), y la más famosa era la cruz de Rávena y la de Velletri.

La Señal de la Cruz se hacía en funciones litúrgicas sobre personas y cosas, a veces con cinco dedos extendidos, para representar las Cinco Heridas de Cristo, a veces con tres, en señal de las Personas de la Trinidad, y a veces con solo uno, simbólico de la unidad de Dios. Para la bendición del cáliz y las oblaciones, León IV prescribió que se extendieran dos dedos y se colocara el pulgar debajo de ellos. Este es el único signo verdadero de la Cruz Trinitaria. Ese mismo Papa recomendó ardientemente a su clero que hiciera esta señal con cuidado, de lo contrario su bendición sería infructuosa. La acción era acompañada por la fórmula solemne, "In nomine Patris, etc." Otro uso de la cruz fue en la solemne dedicación de las iglesias (vea ALFABETO; CONSAGRACIÓN). El obispo que realizaba la ceremonia escribía el alfabeto en latín y griego en el piso de la iglesia a lo largo de dos líneas rectas que se cruzan en forma de decussis romana. La letra X, que en las parcelas de los augures romanos representaba, con sus dos líneas componentes, el cardo maximus y el decumanus maximus, era la misma decussis utilizada por los agrimensores romanos en sus estudios de granjas para indicar los límites. Este signo era apropiado para Cristo por su forma cruciforme y por su identidad en forma con la letra inicial de su nombre, Christos, en griego. Por esta razón, fue una de las formas genuinas del signum Christi.

El uso de la cruz se generalizó tanto en los siglos V y siguientes que cualquier cosa como una enumeración completa de los monumentos en los que aparece es casi imposible. Baste decir que apenas hay un remanente de antigüedad que date de este siglo, ya sea humilde y modesto o noble y grandioso, que no lleve el signo. Como prueba de esto, daremos aquí una enumeración superficial. Es bastante frecuente en los monumentos sepulcrales, en las urnas imperiales de Constantinopla, en el yeso de los loculi (lugares de descanso) en las catacumbas, especialmente de Roma, en una pintura en un cementerio cristiano en Alejandría en Egipto, en un mosaico en Boville, cerca de Roma, en una inscripción para una tumba hecha en forma de cruz y ahora en el museo de Marsella, en las paredes interiores de las cámaras sepulcrales, en el frente de sarcófagos de mármol que datan del siglo V. En estos últimos casos, es común ver la cruz coronada por el monograma y rodeada por una corona de laurel (por ejemplo, los sarcófagos en Arles y en el Museo de Letrán). Un espécimen muy fino fue encontrado recientemente en excavaciones en la Catacumba de Santa Domitila en la Vía Ostiana; es una imagen simbólica de almas liberadas de las trabas del cuerpo y salvadas por medio de la Cruz, que tiene dos palomas en sus brazos, mientras que en su base hay guardias armados dormidos. Por último, en Inglaterra se han hallado cruces sobre monumentos sepulcrales.

Los fieles la usaban en forma tan generalizada que la pusieron incluso en utensilios domésticos, en medallas devocionales, en lámparas de cerámica, cucharas, tazas, platos, cristalería, en broches que datan de la época merovingia, en inscripciones y ofrendas votivas, en sellos hechos en forma de cruz, en juguetes que representan animales, en peines de marfil, en sellos de jarras de vino, en cajas de relicarios e incluso en pipas de agua. La encontramos en objetos de uso litúrgico como códices bíblicos, vestimentas, palios, correas de plomo inscritas con fórmulas exorcizantes y era hecha en la frente de catecúmenos y candidatos a la confirmación. Los detalles arquitectónicos de las iglesias y basílicas eran ornamentados con cruces; las fachadas , las losas de mármol, los dinteles, los pilares, los capiteles, las piedras angulares de los arcos, las mesas del altar, los tronos de los obispos, los dípticos y las campanas también estaban ornamentados de la misma manera. Es bien conocido el llamado nimbo cruciforme alrededor de la cabeza de nuestro Salvador en los monumentos artísticos. La cruz aparece sobre su cabeza, y cerca de la del orante, como en las reservas de aceite de San Mena. También se encuentra en monumentos de naturaleza simbólica: la cruz encuentra su lugar en las rocas de donde fluyen los cuatro ríos celestes; en el jarrón y en el barco simbólico, en la cabeza de la serpiente tentadora, e incluso en el león en el foso de Daniel.

Cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del imperio, era natural que la cruz se tallara en monumentos públicos. De hecho, desde el principio se utilizó para purificar y santificar monumentos y templos originalmente paganos; era prefijado a firmas e inscripciones colocadas en obras públicas; era llevada por los cónsules en sus cetros, el primero en hacerlo fue Basilio el Joven (541 d.C. — cf. Gori, Thes. diptych., II, Pl. XX). Era cortada en tejas de mármol, en ladrillos y en las puertas de las ciudades (cf. deVogüé, Syrie Centrale; Architecture du VII siécle). En Roma todavía se puede ver en la Puerta de San Sebastián la figura de una cruz griega rodeada por un círculo con las invocaciones AΓIE•KONON AΓIE•ΓEΩPΓI. En Bolonia y sus alrededores era habitual poner el signo de la salvación en las calles públicas. Según la tradición, estas cruces son muy antiguas, y cuatro de ellas datan de la época de San Petronio. Algunas de ellas fueron restauradas en los siglos IX y X (cf. Giovanni Gozzadini, Delle croci monumentali che erano nelle vie di Bologna nel secolo xiii).

La Cruz también jugó un papel importante en la heráldica y en la ciencia diplomática. La primera no entra directamente en nuestro alcance; de la segunda daremos los bosquejos más breves. Las cruces se encuentran en documentos de los primeros tiempos medievales y, al ser colocadas a la cabeza de una escritura eran equivalentes a una invocación del cielo, ya fuesen simples u ornamentales. En ocasiones se colocaban antes de las firmas, e incluso han sido equivalentes a las firmas en sí mismas. De hecho, a partir del siglo X encontramos, bajo contratos, cruces hechas a grandes rasgos que tienen la apariencia de estar destinadas a ser firmas. Así firmaban sus documentos oficiales Hugo Capeto, Roberto Capeto, Enrique I y Felipe I. Este uso declinó en el siglo XIII y reapareció en el XV. En nuestros días, la cruz está reservada como la marca de autenticación de las personas analfabetas. Una cruz era característica de la firma de los notarios apostólicos, pero esta era cuidadosamente diseñada, no escrita rápidamente. A principios de la Edad Media, las cruces estaban decoradas con una magnificencia aún mayor. En el centro se veían medallones que representaban al Cordero de Dios, Cristo o los santos. Tal es el caso en la cruz de Velletri y la que Justino II le regaló a la Basílica de San Pedro, mencionada anteriormente, y también en la cruz de plata de Agnello en Rávena (cf. Ciampini, Vet. Mon., II, Pl. XIV). Todo este tipo de decoración muestra la sustitución de un símbolo más o menos completo para la figura de Cristo en la Cruz, del que estamos a punto de hablar.

Será bueno dar aquí una lista de obras relacionadas con los departamentos del tema que se acaba de tratar y que contiene ilustraciones que no ha sido oportuno citar en la parte anterior del artículo: STOCKBAUER, Kunstgeschichte des Kreuzes (Schaffhause, 1870); GRIMOUARD DE SAINT-LAURENT, Iconographie de la Croix et du Crucifix en Ann. archéol. , XXVI, XXVII; MARTIGNY, Dictionnaire des antiquités chrétiennes, s.v. Crucifix; BAYET, Recherches pour savir à l'histoire de la peinture. . .en orient (Paris, 1879): MÜNZ, Les mosaïques chrétiennes de l'Italie (l'oratoire de Jeann VII) en Rev. archéol., 1877, II; LABARTE, Histoire des arts industriels, II; KRAUS, Real-Encyklopädie der christliche. Alterhümer (Friburgo, 1882).

Desarrollo Posterior del Crucifijo

Hemos visto los pasos progresivos —artísticos, simbólicos y alegóricos— a través de los cuales pasó la representación de la Cruz desde los primeros siglos hasta la Edad Media y hemos visto algunas de las razones que impidieron que el arte cristiano hiciera una exhibición anterior de la figura de la Cruz. Ahora bien, durante todo ese tiempo la Cruz se veía sólo como un símbolo de la Víctima Divina y no como una representación directa. Por lo tanto, podemos comprender más fácilmente, entonces, cuánta más circunspección era necesaria para proceder a una representación directa de la crucifixión real del Señor. Aunque en el siglo V la cruz comenzó a aparecer en monumentos públicos, no fue hasta un siglo después que se mostró la figura en la cruz; y no fue hasta el final del siglo V, o incluso a mediados del VI, que apareció sin simulación. Pero a partir del siglo VI en adelante encontramos muchas imágenes, —no alegóricas, sino históricas y realistas— del Salvador crucificado. Para proceder en orden, primero examinaremos las alusiones raras, por así decirlo, a la Crucifixión en el arte cristiano hasta el siglo VI, y luego veremos las producciones de ese arte en el período posterior.

Al ver que la cruz era el símbolo de una muerte ignominiosa, se entiende fácilmente la repugnancia de los primeros cristianos a cualquier representación de los tormentos e ignominia de Cristo. En algunos sarcófagos del siglo V (p. ej., uno en Letrán, no. 171) se muestran escenas de la Pasión, pero tratadas de tal manera que no muestran la vergüenza y el horror asociados a ese instrumento de muerte que era, como dice San Pablo, "escándalo para los judíos y necedad para los gentiles" (1 Cor. 1,23). Aun así, desde los primeros tiempos, los cristianos estaban renuentes a privarse por completo de la imagen de su Redentor crucificado, aunque, por las razones ya mencionadas y debido a la "Disciplina del Secreto", no podían representar la escena abiertamente.

El Concilio de Elvira (c. 300) decretó que lo que se ha de venerar no se debe usar en la decoración de murales, por lo cual se recurrió a la alegoría y a las formas veladas, como en el caso de la propia cruz (Cf. Bréhier, Les origines du Crucifix dans l'art religieux, París, 1904). Se considera que una de las más antiguas alegorías de la Crucifixión es el cordero yaciendo al pie del ancla, —símbolos respectivamente de la cruz y de Cristo. Una inscripción muy antigua en la Cripta de Lucina, en las Catacumbas de San Calixto, muestra esta imagen, que de otra manera es algo rara (cf. De Rossi, Rom. Sott. Christ., I, Pl. XX). El mismo símbolo todavía estaba en uso a fines del siglo IV y comienzos del V. En la descripción de los mosaicos en la basílica de San Félix de Nola, San Paulino nos muestra la misma cruz en relación con el cordero místico, evidentemente una alusión a la Crucifixión, y agrega el conocido verso: "Sub cruce sanguineâ niveus stat Christus in agno ".

Vimos arriba que el tridente era una imagen velada de la cruz. En la Catacumba de San Calixto tenemos un estudio más complicado; el delfín místico se enrosca alrededor del tridente —símbolo muy expresivo de la crucifixión. Los primeros cristianos en sus labores artísticas no desdeñaban recurrir a los símbolos y alegorías de la mitología pagana, siempre que no fueran contrarios a la fe y a la moral cristianas. En la Catacumba de San Calixto se encontró un sarcófago, que data del siglo III, cuyo frente muestra a Ulises atado al mástil mientras escucha la canción de las sirenas; cerca de él están sus compañeros, quienes con oídos llenos de cera, no pueden escuchar la canción seductora. Todo esto es simbólico de la Cruz y del Crucificado, que ha cerrado los oídos de los fieles contra las seducciones del mal durante su viaje sobre el traicionero mar de la vida en el barco que los llevará al puerto de salvación. Tal es la interpretación dada por San Máximo de Turín en la homilía leída el Viernes Santo (S. Maximi opera, Roma, 1874, 151. Cf. De Rossi, Rom. Sott., I, 344-345 Pl. XXX, 5). Un monumento muy importante perteneciente a los comienzos del siglo III muestra abiertamente la Crucifixión. Esto parecería contradecir lo que hemos dicho anteriormente, pero se debe recordar que este es el trabajo de manos paganas, y no cristianas (cf. De Rossi, Bull. d'arch, crist., 1863, 72, y 1867, 75), y por lo tanto no tiene un valor real como prueba entre las obras puramente cristianas.

Sobre una viga en el Pædagogioum en el Palatino se descubrió un graffito sobre el yeso que muestra a un hombre con cabeza de asno y vestido con un perizoma (o taparrabo corto) y sujeto a una crux immissa (cruz latina regular). Cerca hay otro hombre en actitud de oración con la leyenda Alexamenos sebetai theon, es decir, "Alexámenos adora a Dios." Este graffito ahora se ve en el Museo Kircheriano en Roma, y es solo una caricatura impía como burla al cristiano Alexámenos, dibujada por uno de sus compañeros paganos del Pædagogioum (Vea el artículo ASNO. De hecho, Tertuliano nos cuenta en su día, es decir, precisamente en la época en que se hizo esta caricatura, que los cristianos eran acusados de adorar una cabeza de asno, “Somniatis caput asininum esse Deum Nostrum ” (Apol., XVI; ad Nat., I, II), lo cual es confirmado por Minucio Félix (Octav., IX).

El graffito del Palatino también es importante porque muestra que los cristianos usaban el crucifijo en sus devociones privadas por lo menos ya para el siglo III. No habría sido posible que el compañero de Alexámenos trazara el graffito de una persona crucificada vestida en el perizoma (que era contrario al uso romano) si no hubiera visto que los cristianos usaban alguna figura de ese tipo. El profesor Haupt trató de identificarla como una caricatura de un adorador del dios egipcio Set, el tifón de los griegos, pero su explicación fue refutada por Kraus. Recientemente Wünsch ha presentado una opinión similar, basado en la letra Y colocada cerca de la figura crucificada, y que también se ha encontrado en una tableta relacionada con el culto a Set; por lo tanto concluye que el Alexámonos del grafitto pertenecía a la secta de Set. (Con referencia al graffito de Alexámenos, que ciertamente tiene relación con el crucifijo y su uso por los primeros cristianos, vea "Un crocifisso graffito da mano pagana nella casa dei Cesari sul Palatino" de Raffaele Garrucci, Roma, 1857; Ferdinand Becker, "Das Spott-Crucifix der römischen Kaiserpaläste", Breslau, 1866; Kraus, "Das Spott-Crucifix vom Palatin", Freiburg im Breisgau, 1872; Visconti, "Di un nuovo graffito palatino relativo al cristiano Alessameno", Roma, 1870; Visconti y Lanciani, "Guida del Palatino", 1873, p. 86; De Rossi, "Rom. Sott. Crist.", 1877, pp. 353-354; Wünsch, ed., "Setianische Verfluchungstafeln aus Rom", Leipzig, 1898, p. 110 ss.; Vigouroux, "Les livres saints et la critique rationaliste", I, 94-102).

El crucifijo y las representaciones de la Crucifixión se generalizaron después del siglo VI en manuscritos, luego en monumentos privados y, finalmente, incluso en monumentos públicos. Pero su aparición en monumentos hasta aproximadamente el siglo VIII seguramente indica que tales monumentos son obras de celo y devoción privados, o, al menos, no clara y decididamente públicos. De hecho, es digno de mención que, en el año 692, es decir, a fines del siglo VII, el Concilio in Trullo ordenó que se dejara de lado el tratamiento simbólico y alegórico. El primer manuscrito con una representación de Cristo crucificado está en una miniatura de un códice siríaco de los Evangelios que data del año 586 d.C. (Codex Syriacus, 56), escrito por el escriba Rábula, y que se encuentra en la Biblioteca Laurenciana en Florencia. Allí la figura de Cristo aparece vestida (Assemani, Biblioth. Laurent. Medic. Catalog., Pl. XXIII, p. 194).

Otras imágenes del crucifijo pertenecen al siglo VI. Gregorio de Tours, en su obra "De Gloriâ Martyrum", I, XXV, habla de un crucifijo vestido con un colobium, o túnica, que en su época era venerado públicamente en Narbona en la iglesia de San Genesio, y lo cual él consideraba una profanación —así de lejos estaba el culto público del crucifijo de volverse generalizado hasta esa época. Una cruz perteneciente al siglo VI se encuentra en el tesoro de Monza, en el que la imagen del Salvador está labrada en esmalte (cf. Mozzoni, "Tavole cronologiche-critiche della stor. Eccl: secolo VII", 79), y que parece ser idéntica a la dado por San Gregorio Magno a Teodolinda, reina de los lombardos. Sabemos también que le regaló una cruz a Recaredo, rey de los visigodos, y a otros (cf. S. Gregorii Lib. III, Epist. xxxii; Lib. IX, Epist. cxxii; Lib. XIII, Epist. xlii; Lib. XIV, Epist. xii).

Es cierto, entonces, que la costumbre de exhibir al Redentor en la Cruz comenzó a finales del siglo VI, especialmente en encolpia, sin embargo, tales ejemplos del crucifijo son raros. Como ejemplo, tenemos un encolpion bizantino, con una inscripción griega, que se pensó [error |erróneamente]] había sido descubierto en las catacumbas romanas en 1662, y sobre el cual el famoso Leo Alacio ha escrito sabiamente (cf. "Codice Chigiano", VI; Fea, "Miscelánea filol. Crítica", 282). El pequeño vaso de metal que se conserva en Monza, en el que se llevó a Teodolinda el aceite de los lugares sagrados, muestra claramente como la repugnancia hacia las efigies de Cristo duró hasta el siglo VI. En la escena de la Crucifixión representada sobre él solo se ven los dos ladrones con los brazos extendidos, en actitud de crucifixión, pero sin una cruz, mientras que Cristo aparece como un orante, con un nimbo, ascendiendo entre las nubes y en toda la majestad de gloria, encima de una cruz debajo de una decoración de flores (Cf. Mozzoni, op. Cit., 77, 84).

De la misma manera, en otro monumento, vemos la cruz entre dos arcángeles mientras que el busto de Cristo se muestra arriba. Otro monumento muy importante de este siglo, y tal vez incluso del anterior, es la Crucifixión tallada en las puertas de madera en Santa Sabina en la Colina del Aventino en Roma. El Cristo crucificado, despojado de sus vestiduras, y en una cruz, pero no clavado en la cruz, y entre dos ladrones, se muestra como un orante y la escena de la crucifixión está, hasta cierto punto, velada artísticamente. El tallado está hecho a grandes rasgos, pero el trabajo se ha vuelto de gran importancia, debido a estudios recientes, por lo que indicaremos brevemente los diversos escritos que tratan sobre él: Grisar, "Analecta Romana", 427 ss.; Berthier, "La Porte de Sainte-Sabine à Rome; Etude archéologique" (Friburgo, Suiza, 1892); Pératé, "L'Archéologie chrétienne" in "Bibliothèque de l'ensiegnement des beaux arts" (París, 1892, pp. 330-36); Bertram, "Die Thüren von Sta. Sabina in Rom: das Vorbild der Bernwards Thüren am Dom zu Hildesheim" (Friburgo, Suiza, 1892); Ehrhard, "Die altchristliche Prachtthüre der Basilika Sta. Sabina in Rom" in "Der Katholik", LXXIX (1892), 444 ss., 538 ss.; "Civiltà Cattolica", IV (1892), 68-89; "'Römische Quartalschrift", VII (1893), 102; "Analecta Bollandiana", XIII (1894), 53; Forret y Müller, "Kreuz und Kreuzigung Christi in ihrer Kunstentwicklung" (Estrasburgo, 1894), 15, Pl. II y Pl, III; Strzygowski, "Das Berliner Moses-relief und die Thüren von Sta. Sabina. in Rom" en "Jahrbuch der königl. preussischen Kunstsammlungen", XVI (1893), 65-81; Ehrhard, "Prachtthüre von S. Sabina in Rom und die Domthüre von Spalato" en "Ephemeris Spalatensis" (1894), 9 ss.: Grisar, "Kreuz und Kreuzigung auf der altchristl. Thüre von S. Sabina in Rom (Roma, 1894); Dobbert, "Zur Entstehungsgeschichte des Crucifixes" en "Jahrb. der preuss. Kunstsammlungen", I (1880), 41-50.

A este mismo período pertenece un crucifijo en el Monte Atos (vea "Dictrionary of Christian Antiquities" de Smith, Londres, 1875, I, 514), así como un marfil en el Museo Británico. Se muestra a Cristo usando un taparrabo, parece como si estuviera vivo y sin sufrimiento por el dolor físico. A la izquierda se ve a Judas ahorcado y abajo aparece la bolsa de dinero. En el siglo siguiente, la Crucifixión todavía se representa a veces con las restricciones que hemos observado, por ejemplo, en el mosaico hecho en 642 por el Papa Teodoro I en San Estéfano Rotondo, Roma. Allí, entre los Santos Primo y Feliciano, se ve la cruz con el busto del Salvador justo encima. También en el mismo siglo VII se muestra la escena de la Crucifixión en toda su realidad histórica en la cripta de la Catacumba de San Valentín en la Vía Flaminia (cf. Marucchi, La cripta sepolcrale di S. Valentino, Roma, 1878). Bosio la vio en el siglo XVI, y estaba en un mejor estado de conservación que el de hoy día (Bosio, Roma Sott., III, LXV). Cristo crucificado aparece entre Nuestra Señora y San Juan y está vestido con una túnica larga y fluida (colobiun), y sujeto con cuatro clavos, según la antigua tradición; y como Gregorio de Tours enseña: "Clavorum ergo dominicorum gratiâ quod quatuor fuerint hæc est ratio: duo sunt affixi in palmis, et duo in plantis" ("De Gloriâ Martyrum", I, VI, en PL, XXI, 710).

Las últimas objeciones y obstáculos a la reproducción realista de la Crucifixión desaparecieron a principios del siglo VIII. En el oratorio construido por el Papa Juan VII en el Vaticano (705 d.C.) el crucifijo fue representado de manera realista en mosaico, pero la figura estaba vestida, como podemos aprender de los dibujos realizados por Grimaldi en la época de Paulo V, cuando derribaron el oratorio para dar cabida a la moderna fachada. Parte de ese mosaico todavía existe en las grutas del Vaticano, en un tratamiento similar al de Juan VII. Perteneciente al mismo siglo, aunque data de un poco más tarde, es la imagen del Crucificado descubierta a fines del siglo XIX en el ábside de la antigua iglesia de Santa Maria Antigua en el Foro Romano. Esta imagen notable, ahora felizmente recuperada, estuvo visible por un momento en el mes de mayo de 1702, y se menciona en el diario de Valesio. Data de la época del Papa San Paulo I (757-768), y se encuentra en un nicho sobre el altar. La figura está envuelta en una larga túnica de color azul grisáceo, parece como si estuviese vivo y tiene los ojos muy abiertos. El soldado Longino está en el acto de herir el costado de Cristo con la lanza. A ambos lados están María y Juan; entre ellos y la Cruz hay un soldado con una esponja y un recipiente lleno de vinagre; sobre la cruz, el sol y la luna oscurecen sus rayos.

Otra imagen interesante es la de la cripta de los Santos Juan y Pablo en Roma, en su morada en la colina del Celio. Es de estilo bizantino y muestra el crucifijo. En el siglo IX, es importante el crucifijo de León IV (847-855). Es una figura desnuda con un perizoma y se usan cuatro clavos. Una figura similar se encuentra en las pinturas de S. Stefano alla Cappella. Al mismo siglo pertenece un díptico del monasterio de Rambona de aproximadamente el año 898, y ahora en la Biblioteca del Vaticano (Buonarroti, "Osservazioni sopra alcune frammenti di vetro", Florencia, 1716, 257-283, y P. Germano da s Stanislao, "La casa celimontana, dei SS. Giovanni e Paolo", Roma, 1895). Para cerrar esta lista podemos mencionar un díptico del siglo XI en la catedral de Tournai, una cruz romana del siglo XII conservada en la Porte de Halle, en Bruselas, y un crucifijo esmaltado en la colección Spitzer.

Aquí ponemos fin a nuestras investigaciones, pues el campo de la arqueología cristiana no se extiende más allá. En el tratamiento artístico del crucifijo hay dos períodos: el primero, que data del siglo VI a los siglos XII y XIII; y el segundo, que data de esa época hasta nuestros días. Aquí trataremos solo del primero, y tocaremos ligeramente el último. En el primer período, el Crucificado se muestra adherido a la cruz, no colgando hacia adelante; está vivo y no muestra signos de sufrimiento físico; está vestido con una túnica larga, fluida y sin mangas (colobium) que le llega hasta las rodillas. La cabeza está alzada, rodeada por un nimbo y lleva una corona real. La figura está sujeta a la madera con cuatro clavos (cf. Garrucci, "Storia dell' arte crist.", III, fig. 139 y p. 61; Marucchi, op. cit., y "Il cimitero e la basilica di S. Valentino", Roma, 1890; Forrer y Müller, op. cit., 20, Pl, III, fig. 6). En una palabra, no es Cristo sufriente, sino Cristo triunfante y glorioso sobre la Cruz. Además, el arte cristiano durante mucho tiempo se opuso a despojar a Cristo de sus vestimentas, y el colobiun (o túnica) tradicional permaneció hasta el siglo IX. En Oriente, el Cristo con túnica permaneció hasta una fecha mucho más tardía. De nuevo en miniaturas del siglo IX la figura está vestida con una túnica, y aparece erguida en la Cruz en la cruz sobre el suppedaneum.

La escena de la crucifixión, especialmente después del siglo VIII, incluye la presencia de los dos ladrones, el centurión que atravesó el costado de Cristo, el soldado con la esponja, la Santísima Virgen y San Juan. Nunca se muestra a María llorando ni afligida, como se hizo costumbre en las edades posteriores, sino de pie erguida cerca de la Cruz, como dice San Ambrosio, en su oración fúnebre sobre Valentiniano II: "Leí sobre su posición erguida; no leo sobre su llanto ". Además, a ambos lados de la Cruz, el sol y la luna, a menudo con rostros humanos, ocultan su brillo y se colocan allí para tipificar las dos naturalezas de Cristo, el sol, la divina y la luna, la humana (cf. San Gregorio Magno, Homilía II en Evang.). Al pie de la Cruz, las figuras femeninas simbolizan la Iglesia y la sinagoga, la primera recibe la sangre del Salvador en una copa, y la segunda velada y destronada, sostiene en su mano una bandera rota.

Con el siglo X el realismo comenzó a jugar un papel en el arte cristiano y el colobium se convierte en una túnica más corta que va desde la cintura hasta las rodillas (perizoma). En el "Hortus deliciarum" en el "álbum" perteneciente a la abadesa Herrada de Landsberg en el XII el colobium es corto y se acerca a la forma del perizoma. Desde el siglo XI en Oriente, y desde el período gótico en Occidente, la cabeza se inclina sobre el pecho (cf. Borgia, De Cruce Veliternâ, 191), se introduce la corona de espinas, los brazos se doblan hacia atrás, el cuerpo y la cara están retorcidos en agonía y la sangre fluye de las heridas. En el siglo XIIi se llega a un realismo pleno al sustituir los dos clavo en los pies, de la tradición antigua, por uno solo, de lo cual resulta el cruce de las piernas. Todo esto se hizo por motivos artísticos, para brindar una posición más conmovedora y devocional. El Cristo vivo y triunfante da lugar a un Cristo muerto, en toda la humillación de su Pasión, y se acentúa la agonía de su muerte. Esta forma de tratamiento fue luego generalizada por las escuelas de Cimabue y Giotto. En conclusión, cabe señalar que la costumbre de colocar el crucifijo sobre el altar no data de antes del siglo XI. (Vea CRUZ Y CRUCIFIJO EN LA LITURGIA).


Bibliografía: Sobre la cruz gamada (esvástica) sobre los monumentos cristianos y su relación a signos similares en los monumentos pre-cristianos en Oriente: MÜNTER. Sinnbilder der alten Christen, 73-85; LETRONNE. Annali dell' Istit. di Corr. Arch. (1843). 122; ROCHETTE, Mém. del' académie des inscriptions, pl. II, 302 sq.; MINERVINI, Bull. Arch. Nap., Ser. 2, II, 178, 179; CAVEDONI, Ragguaglio di due antichi cimiteri di Chiusi, 70; GARRUCCI, Vetri (2d ed.). 242, 243; MÜNZ, Archäologische Bemerkungen über das Kreuz, 25. 26.

Obras de referencia sobre el crucifijo y sus varias formas en general: JUSTO LIPSIO, De Cruce libri tres (Amberes, 1595); GRETSER, De Cruce Christi rebusque ad eam pertinentibus (Ingoldstadt, 1595-1605); BOSIUS, Cruz triumphans et gloriosa (Amberes, 1617. folio); BARTOLINO, De Cruce Christi hypomnemata (Copenhagen, 1651): ALGER. History of the Cross (Boston, 1858); MÜNZ. Archäologische Bemerkungen über das Kreuz Christi (Frankfort, 1867); STOCKBAUER, Kunstgeschichte des Kreuzes (Schaffhausen, 1870); ZÖCKLER, Das Kreuz Christi (Gütersloh, 1875).

Fuente: Marucchi, Orazio. "Archæology of the Cross and Crucifix." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4, pp.517-529. New York: Robert Appleton Company, 1908. 11 feb. 2020 <http://www.newadvent.org/cathen/04517a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.