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Sábado, 21 de diciembre de 2024

Secta

De Enciclopedia Católica

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Etimología y Significado

La palabra “secta” no se deriva, como a veces se afirma, de secare, cortar, dividir, sino de sequi, seguir (Skeat, “Etymological Dict.”, 3ra. ed., Oxford, 1898, s.v.). En la lengua latina clásica secta significaba el modo de pensamiento, la manera de vida y, en un sentido más específico, designaba el partido político al que se había jurado lealtad, o la escuela filosófica cuyos principios había abrazado. Etimológicamente, al término no se le atribuye ninguna connotación ofensiva.

En los Hechos de los Apóstoles se aplica, tanto en el latín de la Vulgata como en la Biblia de Douay en inglés a la tendencia religiosa con la que uno se ha identificado (24,5; 26,5; 28,22; 24,14). Las epístolass del Nuevo Testamento lo aplican despectivamente a las divisiones dentro de las comunidades cristianas. La Epístola a los Gálatas (5,20) menciona entre las obras de la carne las "peleas, disensiones, sectas", y San Pedro en su Segunda Epístola (2,1) habla de los “falsos maestros que introducirán sectas perniciosas". En el uso eclesiástico católico posterior se retuvo este significado (vea San Agustín, Reply to Faustus, XX.3); pero en la antigüedad cristiana y en la Edad Media el término fue de uso mucho menos frecuente que "herejía" o "cisma". Estas palabras eran más específicas y, por lo tanto, más claras. Además, dado que “herejía” designaba directamente un error doctrinal sustancial, y “secta” se aplicaba a la asociación externa, la Iglesia, que siempre ha atribuido suma importancia a la solidez de la doctrina, naturalmente prefiere la denominación doctrinal.

Con el surgimiento del protestantismo y la consiguiente ruptura de la religión cristiana en numerosas denominaciones, el uso de la palabra secta se ha hecho frecuente entre los cristianos. Al presente, por lo general implica desaprobación en la mente del hablante o escritor. Sin embargo, ese no es necesariamente el caso, como lo demuestra la expresión ampliamente usada instituciones "sectarias" (por denominativas) y por la declaración de la conocida autoridad H. W. Lyon de que él no usa la palabra "en ningún sentido irritante" ("A Study of the Sects", Boston, 1891, p. 4). Esta extensión del término a todas las denominaciones cristianas resulta, sin duda, de la tendencia del mundo moderno no católico a considerar todas las diversas formas de cristianismo como la encarnación de las verdades reveladas y como igualmente dignas de reconocimiento. Algunas iglesias, sin embargo, todavía se oponen a la aplicación del término a sí mismas debido a su implicación, a sus ojos, de inferioridad o depreciación. Las denominaciones protestantes que asumen tal actitud no saben cómo determinar los elementos esenciales de una secta.

En países como Inglaterra y Alemania, donde existen iglesias estatales, lo habitual es aplicar el nombre de "secta" a todos los disidentes. La obediencia a la autoridad civil en materia religiosa se convierte así en el prerrequisito necesario para un nombre religioso justo. En países donde no se reconoce oficialmente ninguna religión en particular, algunos protestantes consideran imposible la distinción entre Iglesia y secta (Loofs, "Symbolik", Leipzig, 1902, 74). Otros afirman que la predicación de la Palabra de Dios pura y sin mezcla, la administración legítima de los sacramentos y la identificación histórica con la vida nacional de un pueblo le da derecho a una denominación a que se le designe como Iglesia; en ausencia de estos requisitos, es simplemente una secta (Kalb, 592-94).

Sin embargo, esto no resuelve la cuestión; pues, ¿qué autoridad entre los protestantes juzgará, en última instancia y para su satisfacción general, el carácter de la predicación o la forma en que se administran los sacramentos? Además, una religión histórica puede contener muchos elementos de falsedad. El paganismo romano estaba más estrechamente identificado con la vida de la nación que cualquier religión cristiana, y aun así era un sistema religioso completamente defectuoso. Era un sistema no cristiano, pero, sin embargo, el ejemplo ilustra el punto en discusión; pues una religión verdadera o falsa va a seguir siéndolo independientemente de la asociación histórica posterior o el servicio nacional.

Para el católico la distinción entre Iglesia y secta no presenta ninguna dificultad. Para él, cualquier denominación cristiana que se haya constituido de manera independiente de su propia Iglesia es una secta. De acuerdo con la enseñanza católica, cualesquiera cristianos que se unen y se niegan a aceptar toda la doctrina o a reconocer la autoridad suprema de la Iglesia Católica, constituyen meramente un partido religioso bajo un liderazgo humano desautorizado. Solo la Iglesia Católica es esa sociedad universal instituido por Jesucristo que tiene un derecho legítimo a la lealtad de todos los hombres, aunque de hecho, muchos niegan esa lealtad debido a la ignorancia y al abuso del libre albedrío. Ella es la única custodia de toda la enseñanza de Jesucristo, que debe ser aceptada en su totalidad por toda la humanidad. Sus miembros no constituyen una secta ni permiten que se les conozca como tal, porque no pertenecen a un partido creado por un líder humano, o a una escuela de pensamiento jurada bajo los dictados de un maestro mortal. Forman parte de una Iglesia que abarca todo el espacio y en cierto sentido, tanto el tiempo como la eternidad, ya que es militante, sufriente y triunfante.

Esta afirmación de que la religión católica es la única forma auténtica de cristianismo puede sorprender a algunos por su exclusividad. Pero la verdad es necesariamente exclusiva; debe excluir el error tan necesariamente como la luz es incompatible con las tinieblas. Como todas las denominaciones no católicas rechazan alguna verdad o verdades enseñadas por Cristo, o repudian la autoridad instituida por Él en su Iglesia, en algún punto esencial le han sacrificado su doctrina al saber humano o su autoridad al liderazgo autoconstituido. El único camino lógico abierto a la Iglesia es que debe negarse a reconocer tales sociedades religiosas como organizaciones, como ella, de origen y autoridad divinos. Ninguna persona imparcial se sentirá ofendida por esto si recuerda que la fidelidad a su misión divina refuerza esta actitud intransigente en la autoridad eclesiástica. No es más que una afirmación práctica del principio de que la verdad divinamente revelada no puede ni debe ser sacrificada a la objeción y especulación humanas. Pero mientras la Iglesia condena los errores de los no católicos, ella enseña la práctica de la justicia y la caridad hacia sus personas, repudia el uso de la violencia y la coacción para lograr su conversión y está siempre dispuesta a acoger de nuevo en el redil a las personas que se han desviado del camino de la verdad.

Estudio Histórico; Causas; Remedios al Sectarismo

El reconocimiento por parte de la Iglesia de las sectas que surgieron en el curso de su historia habría sido necesariamente fatal para ella y para cualquier organización religiosa consistente. Desde el momento en que elementos judíos y paganos amenazaron la pureza de su doctrina hasta los días de los errores modernistas, su historia habría sido sólo un largo acomodo a las opiniones nuevas y a veces contradictorias. El gnosticismo, el maniqueísmo, el arrianismo en los primeros días, y los albigenses, los husitas y el protestantismo de fecha posterior, por citar sólo una pocas herejías, habrían reclamado igual reconocimiento. Las distintas partes en las que las sectas suelen dividirse poco después de su separación de la Madre Iglesia habrían tenido derecho, a su vez, a una consideración similar. No sólo el luteranismo, el calvinismo y los seguidores de Ulrico Zuinglio, sino todas las innumerables sectas que surgieron de ellos habrían tenido que ser consideradas como igualmente capaces de llevar a los hombres a Cristo y a la salvación. La existencia actual (a 1912) de 168 denominaciones cristianas solo en Estados Unidos ilustra suficientemente esta afirmación. Una Iglesia que adopta tal política de aprobación universal no es liberal, sino indiferente; no dirige, sino que sigue y no se puede decir que tiene la misión de enseñanza entre los hombres.

Se pueden asignar numerosas causas generales para la ruptura del cristianismo. Entre las principales estuvieron las controversias doctrinales, la desobediencia a las prescripciones disciplinarias y el descontento con los abusos eclesiásticos reales o imaginarios. Las cuestiones políticas y el sentimiento nacional también contribuyeron a complicar la dificultad religiosa. Además razones de carácter personal y las pasiones humanas no pocas veces obstaculizaron el sereno ejercicio del juicio tan necesario en materia religiosa. Estas causas generales resultaron en el rechazo del principio vivificante de la autoridad sobrenatural que es el fundamento de toda unidad.

Este principio de una autoridad viviente divinamente encargada de preservar e interpretar con autoridad la revelación divina es el vínculo de unión entre los diferentes miembros de la Iglesia Católica. Al repudio de dicha autoridad se debe no sólo la separación inicial de los no católicos, sino también su posterior fracaso en preservar la unión entre ellos. El protestantismo, en particular, al proclamar el derecho a la interpretación privada de las Sagradas Escrituras, barrió de un golpe toda la autoridad viviente y constituyó al individuo como juez supremo en asuntos doctrinales. Sus divisiones son, por lo tanto, naturales, y su herejía pruebas en desacuerdo con uno de sus principios fundamentales.

Los desastrosos resultados de las muchas divisiones entre los cristianos se sienten profundamente hoy día y el anhelo de unidad es manifiesto. Sin embargo, los no católicos no tienen claro en qué forma se puede alcanzar el resultado deseado. Muchos ven la solución en un cristianismo no dogmático o sin denominaciones. Ellos creen que se deben pasar por alto los puntos de desacuerdo, y así se obtendrá una base común para la unión. De ahí que abogan por relegar las diferencias doctrinales e intentar levantar un cristianismo unido principalmente sobre una base moral. Este plan, sin embargo, descansa en una suposición falsa, ya que minimiza, en un grado injustificado, la importancia de la enseñanza correcta y la sólida creencia y así tiende a transformar el cristianismo en un simple código de ética. Desde la posición inferior asignada a los principios doctrinales no hay sino un paso para su rechazo parcial o total, y la ausencia de denominaciones, en lugar de ser un retorno a la unidad querida por Cristo, no puede sino resultar en la destrucción del cristianismo. No es con un mayor rechazo de la verdad que se pueden sanar las divisiones del cristianismo, sino en la aceptación sincera de lo que se ha descartado; el remedio está en el regreso de todos los disidentes a la Iglesia Católica.


Bibliografía: Autoridades católicas: BENSON, Non-Catholic Denominations (Nueva York, 1910); MÖHLER, Symbolism, tr. ROBERTSON, 3ra. ed. (Nueva York, s. d.); PETRE, The Fallacy of Undenominationalism in Catholic World, LXXXIV (1906-07), 640-46; DÖLLINGER, Kirche u. Kirchen (Munich, 1861); VON RUVILLE, Back to Holy Church, tr. SCHOETENSACK (Nueva York, 1911); una revista mensual católica dedicada especialmente a la unidad de la Iglesia es The Lamp (Garrison, Nueva York). Autoridades no católicas: CARROLL, The Religious Forces of the United States, in American Church Hist. Series I (Nueva York, 1893); KALB, Kirchen u. Sekten der Gegenwart (Stuttgart, 1907); KAWERAU, in Realencyklop. f. prot. Theol., 3ra. ed., s.v.; SEKTENWESEN en Deutschland; BLUNT, Dict. of Sects (Londres, 1874); MASON, A Study of Sectarianism in New Church Review, I (Boston, 1894), 366-82; MCBEE, An Eirenic Itinerary (Nueva York, 1911).

Fuente: Weber, Nicholas. "Sect and Sects." The Catholic Encyclopedia. Vol. 13, págs. 674-675. New York: Robert Appleton Company, 1912. 5 oct. 2021 <http://www.newadvent.org/cathen/13674a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina