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Sábado, 21 de diciembre de 2024

Ester

De Enciclopedia Católica

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Hamán reconoce su suerte (Hamán recibe la orden de honrar a Mardoqueo), Rembrandt, 1660 - 1665
(Del hebreo que significa estrella, felicidad.) Reina de Persia y esposa de Asuero, quien se identifica con Jerjes (485-465 a.C.). Ester fue una judía de la tribu de Benjamín, hija de Abijayil, y antes de su accesión al trono se llamaba Edisa (Hádássah, mirto). Su familia había sido deportada de Jerusalén a Babilonia en tiempos de Jeconías (599 a.C.). A la muerte de sus padres, fue adoptada por el hermano de su padre, Mardoqueo, quien entonces vivía en Susa, la capital de Persia. El Rey Asuero, enojado por la negativa de su esposa Vasti a asistir a un banquete que dio en el tercer año de su reinado, se divorció de ella, y ordenó que le llevaran ante sí a las jóvenes más atractivas del reino para seleccionar a la sucesora de la reina. Entre ellas estaba Ester, cuya rara belleza cautivó al rey y lo movió a colocarla en el trono. Su tío Mardoqueo permaneció constantemente cerca del palacio de manera que pudiera aconsejarla.

Un día estaba Mardoqueo adscrito a la Puerta Real y descubrió el complot de dos eunucos del rey para asesinar a su amo real. Él le reveló esta trama a Ester, quien a su vez le informó al rey. Los conspiradores fueron ejecutados, y se registró el servicio prestado por Mardoqueo en las crónicas del reino. No mucho después de ello, Amán, un favorito del rey, había ordenado que todos le hicieran reverencia y había observado a Mardoqueo a las puertas del palacio y había notado que no se postraba ante él; por lo cual sagazmente obtuvo el consentimiento del rey para realizar una masacre general de todos los judíos del reino en un día específico. Siguiendo una costumbre persa, Amán estableció por suertes (pûr, pl. pûrîm) que la masacre debía realizarse en el duodécimo mes. Se envió un decreto real a través de todo el reino de Persia. Mardoqueo le informó a Ester sobre este asunto y le imploró que utilizara su influencia, a fin de evitar la amenaza que se avecinaba. Al principio ella tuvo temor de entrar y estar en la presencia del rey no siendo llamada, porque ello implicaba incurrir en una ofensa capital. Pero con la insistencia de su tío, ella consintió en presentarse luego de tres días, que ella y sus sirvientas pasarían en ayuno y oración; y le pidió a su tío que los judíos de la ciudad también ayunaran y oraran.

Al tercer día, Ester apareció ante el rey, quien la recibió benignamente y le prometió concederle lo que ella requiriera. Ella entonces le pidió que tanto el rey como Amán cenaran con ella. En el banquete, ellos aceptaron una nueva invitación de la reina para cenar con ella el día siguiente. Amán, lleno de alegría por este honor que se le concedía, dio órdenes de construir una horca con el fin de ejecutar en ella al odiado Mardoqueo. Pero esa noche, el rey no pudo dormir y ordenó que se leyeran a él las crónicas de la nación. Al saber que Mardoqueo nunca había sido nunca recompensado por su servicio de revelar el complot de los eunucos, al día siguiente le pidió a Amán que le sugiriera la recompensa adecuada para “alguien a quien el rey deseaba honrar”. Pensando que era él a quien el rey tenía en mente, le sugirió el uso de las ropas e insignias reales; y el rey ordenó que se hiciera eso con Mardoqueo.

En el segundo banquete, cuando el rey le repitió a Ester su oferta de concederle lo que ella quisiera, ella le informó sobre el complot de Amán, el que consistía en la destrucción de todos los judíos, a los cuales ella pertenecía, y le pidió que detuviera eso. El rey ordenó que Amán fuera colgado en la horca preparada para Mardoqueo, que se confiscaran sus propiedades, y se concedieran a la víctima destinada. Le encargó a Mardoqueo enviar cartas a todos los gobernadores de Persia, las cuales autorizaban a los judíos a defenderse y matar a todos los que los atacaran, en virtud del decreto previo. Durante dos días, los judíos tomaron una venganza sangrienta contra sus enemigos en Susa y otras ciudades. Mardoqueo entonces instituyó la fiesta de Purim (suertes) con la que exhortaba a los judíos a celebrar la memoria del día que Amán había determinado para su destrucción, pero el cual Ester había transformado en un día de triunfo. Esta historia de Ester es tomada del Libro de Ester, según se halla en la Vulgata. Las tradiciones judías colocan la tumba de Ester en Hamadan (Ecbatana). Los Padres de la Iglesia consideran a Ester como el tipo de la Virgen María. Los poetas han encontrado en ella un tema favorito.

Libro de Ester:

En la Biblia Hebrea y en la Versión de los Setenta, el Libro de Ester lleva como título solamente el nombre “Ester”, pero los rabinos judíos también le llamaron el “volumen de Ester” o simplemente el “volumen” (megillah) para distinguirlo de los otros cuatro volúmenes (megilloth), los que estaban escritos en rollos separados y que se leían en las sinagogas en ciertos días festivos.

Como éste era leído en la festividad de Purim y consistía mayormente de epístolas (cf. Est. 9,20.29), los judíos de Alejandría le llamaban “Epístola de Purim”. En el canon hebreo el libro estaba entre los hagiógrafos y colocado después del Eclesiastés. En la Vulgata Latina siempre ha estado clasificado con Tobías y Judit, después del cual aparece. El texto hebreo que nos ha llegado varía considerablemente del de los Setenta y la Vulgata. Los Setenta, además de mostrar muchas divergencias insignificantes, contiene varias adiciones en el cuerpo del libro o al final. Las adiciones son la porción del texto de la Vulgata luego del capítulo 10,3. Aunque no se encuentran rastros de estos fragmentos en la Biblia Hebrea, muy probablemente son traducciones de un original hebreo o caldaico. Orígenes nos dice que existían en la versión de Teodoción y que fueron utilizados por Flavio Josefo en sus “Antigüedades” (XVI).

San Jerónimo, al hallarlos en los Setenta y en la antigua versión latina, los colocó al final de su casi literal traducción del texto hebreo existente, e indicó el lugar que ocupaban en Los Setenta. Al organizarse los capítulos de esa forma, se puede dividir el libro en dos partes: la primera, que relata los hechos precedentes y que llevaron al decreto de autorización del exterminio de los judíos (1 - 3,15; 11,2; 13,7); la segunda, que muestra cómo los judíos escaparon de sus enemigos y tomaron venganza. (4 - 5,8; 13 - 15).

El Libro de Ester, así tomado en parte del canon hebreo y en parte de Los Setenta, encontró un lugar en el canon cristiano del Antiguo Testamento. Los capítulos tomados de Los Setenta fueron considerados deuterocanónicos, e, igual que San Jerónimo, fueron separados de los diez capítulos tomados del hebreo, que fueron llamados protocanónicos. Muchos de los primeros Padres claramente consideraban la obra completa como inspirada, aunque ninguno encontró a su propósito escribir un comentario sobre él. Su omisión en alguno de los primeros catálogos de la Escritura fue accidental o insignificante. El primero en rechazar el libro fue Martín Lutero, quien declaró que lo odiaba tanto que deseaba que no existiese (Table Talk, 59). Sus primeros seguidores sólo deseaban rechazar las partes deuterocanónicas, tras lo cual el Concilio de Trento (Sess. IV, de Can. Scripturæ) declaró ser canónicas e inspiradas a éstas así como otras partes deuterocanónicas de la Escritura. Con el ascenso del racionalismo, la opinión de Lutero ganó muchos seguidores. Cuando los racionalistas modernos indican que el Libro de Ester es de carácter irreligioso, a diferencia de otros libros del Antiguo Testamento, y por tanto debe ser rechazado, ellos tienen en mente sólo la parte primera o protocanónica y no el libro completo, el cual es manifiestamente religioso. Pero, aunque la primera parte no es explícitamente religiosa, no contiene nada indigno de un lugar en las Sagradas Escrituras. Y de cualquier modo, como señala Driver (Intr. a la Lit. del Antiguo Testamento), no hay razón para que toda parte del registro bíblico deba mostrar el “mismo grado de subordinación de los intereses humanos al Espíritu de Dios”.

Sólo hay conjeturas en cuanto a la autoría del Libro de Ester. El Talmud (Baba Bathra 15a) lo asigna a la Gran Sinagoga; Clemente de Alejandría lo adscribe a Mardoqueo; San Agustín sugiere que su autor fue Esdras. Muchos, que notan la familiaridad del escritor con las costumbres e instituciones persas y con el carácter de Asuero, sostienen que fue contemporáneo de Mardoqueo, cuyas memorias habría utilizado. Pero un escritor en un período tardío pudo haber usado tales memorias y otros documentos contemporáneos que muestran ese conocimiento familiar. Y, aunque la ausencia en el texto de alusión a Jerusalén parece llevar a la conclusión de que el libro fue escrito y publicado en Persia al final del reinado de Jerjes I (485-465 a.C.) o durante el reinado de su hijo Artajerjes I (465-425 A. de C.), el texto parece ofrecer datos que se puede aducir con alguna razón a favor de una fecha tardía. Ellos son:

  • una declaración implícita de que Susa había cesado de ser la capital de Persia, y una vaga descripción de la extensión del reino (1,1);
  • una explicación de las costumbres persas que implica poca familiaridad con ellos de parte del lector (1,13.19; 4,11; 8,8);
  • la actitud vengativa de los judíos hacia los gentiles, por quienes se sentían ofendidos, y con quienes no querían tener nada que ver (3,8 ss.);
  • una dicción que muestra muchas palabras tardías, con una sintaxis deteriorada;
  • referencias a los “macedonios” y al complot de Amán como un intento de transferir “el reino de los persas a los macedonios” (16,10.14).

Sobre la fuerza de estos pasajes, varios críticos modernos le han asignado a la autoría fechas tardías, como 135 a.C., 167 a.C., 238 a.C., el principio del siglo III a.C. o los primeros años del período griego que comenzó en 332 a.C. La mayoría acepta esta última opinión.

Algunos de los críticos modernos que han fijado fechas tardías para la composición del libro niegan que tenga algún valor histórico cualquiera que sea, y declaran que es producto de la imaginación, escrito con el propósito de popularizar la festividad de Purim. En apoyo de su afirmación señalan en el texto lo que parecen ser improbabilidades históricas e intentan mostrar que la narrativa tiene todas las características de un romance, cuyos varios incidentes fueron arreglados diestramente para formar una serie de contrastes y para desarrollar un clímax. Pero lo que parecen ser improbabilidades históricas son en muchos casos trivialidades. Aún críticos avanzados no están de acuerdo con aquellos que parecen ser muy serios. Mientras que algunos por ejemplo, consideran completamente improbable que Asuero y Amán fuesen ignorantes sobre la nacionalidad de Ester, quien estaba en comunicación frecuente con Mardoqueo, un judío muy conocido. Otros sostienen que era muy posible y probable que una mujer joven, que se conocía era judía, se tomara para ser parte del harem del rey persa, y que con la ayuda de un pariente, pudiese evitar la ruina de su pueblo que un alto oficial había tratado de realizar.

La aparente improbabilidad de otros pasajes puede ser suficiente, si no completamente, explicada para destruir la conclusión, sobre esta base, de que el libro no es histórico. En cuanto a los contrastes artísticos a los cuales se apela como evidencias de que el libro es obra de un mero novelista, se puede decir con Driver (op. cit.) que el hecho es más extraño que la ficción, y que es precaria una conclusión basada en tales apariencias. Indudablemente hay un ejercicio de arte en la composición de la obra, pero no más de lo que puede usar cualquier historiador al acumular y organizar los incidentes de su historia. Una opinión más generalmente aceptada entre los críticos contemporáneos es que la obra es substancialmente histórica. Reconociendo la cercana familiaridad del autor con las costumbres e instituciones persas, sostienen que los elementos principales del libro le fueron provistos por la tradición, pero que, para satisfacer su gusto por el efecto dramático, introdujo detalles que no eran estrictamente históricos. Pero la opinión de muchos católicos y algunos protestantes es que la obra es histórica en substancia y en detalle. Ellos basan sus conclusiones especialmente en lo siguiente:

  • la vivacidad y simplicidad de la narrativa;
  • los detalles precisos y circunstanciales, como, particularmente, el nombrar personajes insignificantes, el señalar fechas y eventos;
  • la referencia a los anales de los persas;
  • la ausencia de anacronismos;
  • la concordancia de los nombres propios con el tiempo en el cual se sitúa la historia;
  • la confirmación de los detalles por medio de la historia y la arqueología;
  • la celebración de la festividad de Purim en conmemoración de la salvación de los judíos por Ester y Mardoqueo en el tiempo de los macabeos (2 Mac. 15,37), en el tiempo de Flavio Josefo (Antig. de los Judíos, XI, 6,13), y desde entonces.

La explicación que brindan algunos, en cuanto a que la historia de Ester ya existía y estaba asociada a un festival persa, es sólo una conjetura. Nadie ha tenido éxito en indicar los orígenes de la festividad mejor que la explicación que se encuentra en el Libro de Ester.

(Véase también HERODOTO, Historia, VII, 8, 24, 35, 37-39; IX, 108)


Fuente: McMahon, Arthur. "Esther." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909. 21 Aug. 2009 <http://www.newadvent.org/cathen/05549a.htm>.

Traducido por Luz M. Hernández Medina y Giovanni E. Reyes.