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Sábado, 5 de octubre de 2024

Viernes Santo

De Enciclopedia Católica

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Definición y etimología

Viernes Santo, llamado Feria VI en Parasceve en el misal Romano, he hagia kai megale paraskeue (Viernes Santo y Sagrado) en la liturgia griega, Viernes Santo en las lenguas romances, Charfreitag (Viernes Doloroso) en alemán, es la denominación del viernes de la Semana Santa ---es decir, el viernes en el que la Iglesia conmemora el aniversario de la Crucifixión de Jesucristo.

Parasceve, el equivalente latino de paraskeue, preparación (es decir, la preparación que se hacía en el sexto día para el sábado, vea Marcos, 15,42) llegó por metonimia a significar el día en que se hacía la preparación; pero si bien los griegos conservaron este uso de la palabra para aplicarlo a todos los viernes, los latinos limitaron su aplicación a un viernes. San Ireneo y Tertuliano hablan del Viernes Santo como el día de la Pascua; pero los escritores posteriores distinguieron entre la Pascha staurosimon (el paso a la muerte), y la Pascha anastasimon (el paso a la vida, es decir, la Resurrección). Al presente la palabra Pascua se utiliza exclusivamente en el último sentido (vea Nilles, II, 253; también Kirchenlex., s.v. "Charfreitag"). Las dos Pascuas son las fiestas más antiguas en el calendario (Baumer, Vol. I).

Desde los primeros tiempos los cristianos guardan todos los viernes como día de ayuno (Duchesne, 228) y todos los domingos como un día de fiesta (Duchesne, 47); y las razones obvias para tales usos explican por qué la Pascua es el domingo par excellence, y por qué el viernes que marca el aniversario de la muerte de Cristo llegó a ser llamado el Viernes Bueno o Grande o Santo. No está claro el origen del término inglés good (buen). Algunos dicen que proviene del “Viernes de Dios” (Gottes Freitag); otros afirman que viene del alemán Gute Freitag, y no especialmente del inglés. A veces, también, los anglosajones llamaban al día el Viernes Largo; así también hoy día en Dinamarca.

Oficio y ceremonial

No hay, quizás, ningún oficio en toda la liturgia tan peculiar, tan interesante, tan compuesto y tan dramático como el oficio y ceremonial del Viernes Santo. Acerca del oficio de la vigilia, que en los primeros tiempos comenzaba a la medianoche en la Iglesia Romana, y a las 3 a.m. en la Galicana, baste señalar que, desde hace 400 años, se ha adelantado por cinco o seis horas, pero mantiene aquellas características peculiares de duelo que marcan los oficios vespertinos del día anterior y siguiente, y los tres se conocen como el Oficio de Tinieblas.

El oficio mañanero se divide en tres partes distintas. La primera parte consiste de tres lecturas de la Sagrada Escritura (con dos cantos y una oración interpuestos) las cuales son seguidas por una serie de oraciones por varias intenciones; la segunda parte incluye la ceremonia de develación y adoración de la Cruz, acompañada por el canto de los improperios; la tercera parte se conoce como la Misa de Presantificados, la cual es precedida por una procesión y seguida por las vísperas. Cada una de estas partes será reseñada brevemente aquí.

Luego de terminar la hora de nona, el celebrante y los ministros, vestidos con vestimentas negras, vienen al altar y se postran en oración durante unos minutos. Mientras tanto, los acólitos extienden un solo paño sobre el altar desnudo. No se usan luces. Cuando el celebrante y los ministros suben al altar, un lector toma su lugar en el lado de la epístola, y lee una lectura del capítulo 6 de Oseas, lo cual es seguido por un tracto cantado por el coro. Luego viene una oración cantada por el celebrante, la cual es seguida por otra lectura del capítulo 12 del Éxodo, cantada por el subdiácono. Esto es seguido por otro tracto ( Salmo 139), a cuyo final la tercera lectura, es decir, la Pasión según San Juan, es cantada por los diáconos o recitada desde el púlpito desnudo –“dicitur passio super nudum pulpitum”.

Cuando esto se termina, el celebrante canta una larga serie de oraciones por diferentes intenciones, a saber: por la Iglesia, el Papa, obispo de la diócesis, por las diferentes órdenes de la Iglesia, por el emperador romano (ahora omitida fuera de los dominios de Austria), por los catecúmenos… El anterior orden de las lecturas, cantos y oraciones para el Viernes Santo se encuentra en nuestros primeros Ordines Romanis, que datan de alrededor del año 800. Representa, de acuerdo con Duchesne (234), "el orden exacto de la antigua sinaxis sin una liturgia", es decir, el orden de las primeras reuniones de oración cristianas, en las que, sin embargo, no se celebraba la liturgia propiamente dicha, es decir, la Misa.

Este tipo de reunión para el culto se deriva del servicio de la sinagoga judía, y consistía de lecturas, cantos y oraciones. Con el transcurso del tiempo, tan temprano quizás como el año 150 (ver "Orígenes liturgiques" de Cabrol, 137), la celebración de la Eucaristía se combinó con este servicio puramente eucológico para formar un acto solemne de culto cristiano, que llegó a ser llamado la Misa. Hay que señalar que la Misa se encuentra todavía en dos partes bien diferenciadas, la primera consiste en lecturas, cantos y oraciones, y la segunda es la celebración de la Eucaristía (incluye el ofertorio, canon y Comunión. Si bien la Judica, el Introito, y el Gloria in Excelsis Deo han sido añadidos a esta primera parte de la Misa y se ha omitido en ella la larga serie de oraciones, el orden más antiguo de la sinaxis, o reunión sin la Misa, se ha mantenido en el servicio de Viernes Santo.

La forma de las oraciones merece mención. Cada oración consta de tres partes:

  • El celebrante invita a la congregación a orar por una intención específica.
  • El diácono entonces dice “Arrodillémonos” (Flectamus genua); entonces se suponía que el pueblo arrodillado rezara por unos minutos en silencio, pero actualmente inmediatamente después de la invitación a arrodillarse, el subdiácono los invita a ponerse de pie (Levate).
  • El celebrante recoge, por así decirlo, todas sus oraciones, y las pronuncia en voz alta.

La colecta moderna es la representación de esta antigua y solemne forma de oración. La primera parte se limita al Oremus, la segunda parte ha desaparecido, y la tercera parte permanece en su totalidad y ha venido a llamarse la colecta. Es curioso notar en estas muy antiguas oraciones de Viernes Santo que se omite la segunda parte en las oraciones por los judíos, debido, se dice, a que ellos insultaron a Cristo al doblar su rodilla ante Él en señal de burla. Estas oraciones no eran propias de Viernes Santo en los primeros tiempos (se decían el Miércoles de Espionaje (N. de la T.: Miércoles de Espionaje: en Irlanda, el miércoles antes de Pascua, llamado así porque ese día Judas espiaba para el sanedrín) en fecha tan tardía como el siglo VIII); su retención aquí, se piensa, se inspiró en la idea de que la Iglesia debe orar por todas las clases de hombres el día que Cristo murió por todos. Duchesne (172) opina que el Oremus que se dice ahora antes del ofertorio en cada Misa, el cual no es una oración, permanece para mostrar en qué parte de cada Misa se recitaba esta antigua serie de oraciones.

Adoración de la Cruz

Vea también artículo Cruz y Crucifijo en la Liturgia.

La dramática develación y adoración de la Cruz, que se introdujo en la liturgia latina en el siglo VII u VIII, tuvo su origen en la Iglesia de Jerusalén. El "Peregrinatio Sylviae" (el nombre real es Etheria) contiene una descripción de la ceremonia según se realizaba en Jerusalén hacia el final del siglo IV.

"Entonces se coloca una silla para el obispo en el Gólgota detrás de la Cruz… se pone delante de él una mesa cubierta con un paño de lino; los diáconos se paran alrededor de la mesa, y se trae una urna de plata dorada en la cual está la madera de la Santa Cruz. Se abre la urna y se saca la madera, y se colocan sobre la mesa tanto la madera de la Cruz como el título. Ahora, cuando ha sido puesta sobre la mesa, el obispo sentado sostiene firmemente en sus manos las extremidades de la madera sagrada, mientras que los diáconos que están alrededor la guardan. Se vigila de esta forma debido a que es la costumbre que el pueblo, tanto fieles como catecúmenos, vengan uno a uno, se doblen frente a la mesa, besen la sagrada madera y continúen." (Duchesne, tr. McClure, 564)

Nuestra ceremonia actual es un desarrollo evidente de esto, la manera observada en Jerusalén de adorar la la Cruz auténtica el Viernes Santo. Una imagen velada del Crucifijo es gradualmente expuesta a la vista, mientras que el celebrante, acompañado por sus ayudantes, canta tres veces el "Ecce lignum crucis", etc. (He aquí el madero de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo), a los que el coro responde, cada vez, "Venite Adoremus" (Venid y adorémosle). Durante el canto de esta respuesta toda la asamblea (excepto el celebrante) se arrodilla en adoración. Cuando la Cruz es completamente develada el celebrante la lleva al pie del altar, y la coloca en un cojín preparado para ello. A continuación, se quita los zapatos y se acerca a la Cruz (hace tres genuflexiones en el camino) y la besa. El diácono y subdiácono también se quitan los zapatos (pueden quitarse los zapatos, si es esa la costumbre del lugar, SCR, n. 2769, ad X, q. 5), y actúan de la misma manera. Para una descripción de la peculiar e impresionante ceremonia conocida como el "Gatear hacia la Cruz", que se observó una vez en Inglaterra, véase el artículo La Cruz y el Crucifijo en la Liturgia (vol. IV, p. 537).

El clero, de dos en dos, siguen mientras que uno o dos sacerdotes vestidos de sobrepelliz y estola negra toman cruces y las presentan a los fieles presentes para que las besen. Durante esta ceremonia el coro canta lo que se llama los Improperios, el Trisagio (en griego, así como el latín), si el tiempo lo permite el himno Crux fidelis... (Oh, Cruz, nuestra esperanza...). Los improperios son una serie de reproches que alegadamente les dirigió Cristo a los judíos, los cuales no se encuentran en el antiguo Ordines Romani. Duchesne (249) detecta en ellos un anillo galicano, mientras que Martene (III, 136) ha encontrado algunos de ellos alternando con el Trisagio en documentos galicanos del siglo IX. Aparecen en un Ordo Romano, por primera vez, en el siglo XIV, pero la retención del Trisagio en griego viene a demostrar que había encontrado un lugar en el servicio romano del Viernes Santo antes del cisma de Focio (siglo IX).

Un no católico puede decir que todo esto es muy dramático e interesante, pero puede alegar un grave desorden en el acto de adorar la Cruz de rodillas. ¿No se debe la adoración sólo a Dios? La respuesta se puede encontrar en nuestro más pequeño catecismo. El acto en cuestión no pretende ser una expresión de adoración suprema y absoluta (latreia) que, por supuesto, se debe solamente a Dios. La nota esencial de la ceremonia es la reverencia (proskunesis), que tiene un carácter relativo, y que puede ser mejor explicada en las palabras del Pseudo-Alcuino: “Prosternimur corpore ante crucem, mente ante Dominum. Veneramur crucem, per quam redempti sumus, et illum deprecamur, qui redemit. ”(Si bien agachamos nuestro cuerpo ante la cruz, nos inclinamos en espíritu ante Dios. Si bien reverenciamos la cruz como el instrumento de nuestra redención, oramos a Aquél que nos redimió). Se puede insistir en: ¿por qué cantar "He aquí el leño de la Cruz", al develar la imagen de la Cruz? La razón es obvia. La ceremonia originalmente tuvo relación inmediata con la Cruz auténtica, que fue encontrada por Santa Elena en Jerusalén alrededor del año 326 d.C. (ver Gilmartins "Historia de la Iglesia", I 157). Las iglesias que adquirieron una reliquia de la Cruz Auténtica podrían imitar esta ceremonia al pie de la letra, pero otras iglesias tuvieron que contentarse con una imagen, que en esta ceremonia en particular representa la madera de la Cruz auténtica.

Como era de esperarse, la ceremonia de la develación y adoración de la Cruz dio origen a usos peculiares en las iglesias particulares. Después de describir la adoración y de besar la Cruz en la Iglesia anglosajona, Rock (La Iglesia de Nuestros Padres, IV, 103) continúa diciendo: "Aunque no se insiste en ello como observancia general, como parte de ese oficio, hubo una rúbrica que permitió un rito a seguirse, que puede ser llamado El Entierro de la Santa Cruz. En la parte trasera del altar... se hacía una especie de sepulcro, rodeado por una cortina. Dentro de este receso... después de haberse realizado la ceremonia de los besos, la cruz era llevada por dos diáconos, que, sin embargo, primero la habían envuelto en una sábana o sudario. Mientras llevaban su carga, cantaban ciertos himnos hasta que llegaban al lugar donde dejaban la cruz; allí quedaba enterrada hasta la mañana de Pascua, guardada durante ese tiempo por dos, tres, o más monjes, que cantaban salmos durante todo el día y la noche. Cuando se terminaba el entierro el diácono y subdiácono venían desde la sacristía con las Hostias reservadas. Luego venía la Misa de los Presantificados. "Una ceremonia un tanto similar (llamada Apokathelosis) aún se observa en la Iglesia Griega. Una imagen de Cristo, colocada sobre andas, es llevada por las calles con una especie de pompa fúnebre, y se ofrece a los presentes para ser adorada y besada (véase Nilles, II, 242).

Misa del Presantificado

Para volver al rito romano, cuando se concluye la ceremonia de adorar y besar la Cruz, se coloca la misma en lo alto sobre el altar, entre velas encendidas, y se forma una procesión que procede al altar del reposo, donde la segunda sagrada hostia, consagrada en la Misa de ayer, ha permanecido guardada en una urna magníficamente decorada y rodeada de luces y flores. Esta urna representa el sepulcro de Cristo (decreto de S.C.R., n. 3933, ad I). Ahora el Santísimo Sacramento es llevado de nuevo hacia el altar en procesión solemne, durante la cual se canta el himno "Vexilla Regis Prodeunt" (Aparecen las banderas del Rey). Al llegar al santuario el clero se va a sus lugares mientras mantienen las velas encendidas, mientras que el celebrante y sus ministros suben al altar y celebran lo que se llama Misa de Presantificados. Esta no es una Misa en el sentido estricto de la palabra, puesto que no hay consagración de las especias sagradas. La hostia que fue consagrada en la Misa de ayer (de ahí la palabra presantificados), es colocada sobre el altar, incensada y elevada (“de modo que pueda ser vista por el pueblo”), y consumida por el celebrante. Substancialmente, es la parte de la Comunión de Misa, comenzando con el Padre Nuestro, lo que marca el final del canon. Desde los primeros tiempos no era costumbre celebrar la Misa propiamente dicha el Viernes Santo. Hablando sobre esta ceremonia, Duchesne (249) dice:

”Es meramente la Comunión separada de la celebración eucarística litúrgica propiamente dicha. Los detalles de la ceremonia no se hallan temprano en los libros de los siglos VIII o IX, pero el servicio debe pertenecer a un período mucho más temprano. En el tiempo en que eran frecuentes las sinaxis sin liturgia, la “Misa de Presantificados” debió haber sido frecuente también. En la Iglesia Griega se celebraba cada día en cuaresma excepto los sábados y domingos, pero en la Iglesia Latina se limitaba al Viernes Santo.”

Al presente (1909) el celebrante solo comulga, pero por los antiguos Ordines Romani sabemos que anteriormente todos los presentes comulgaban (Martene, III, 367). La omisión de la Misa propiamente dicha señala en la mente de la Iglesia la profunda pena con la que ella conmemora el aniversario del Sacrificio del Calvario. El Viernes Santo es una fiesta de duelo. Un ayuno negro, vestimentas negras, altar desnudo, el suave y solemne cántico de los sufrimientos de Cristo, oraciones por todos aquellos por quienes Él murió, la develación y reverencia del Crucifijo, toman el lugar de la liturgia festal usual; mientras que las luces en la capilla del reposo y la Misa de Presantificados les recuerdan a sus hijos que Cristo está con ellos detrás de ese velo de luto. La Misa de Presantificados es seguida por la recitación de vísperas, y la remoción del paño de lino del altar (“Se recitan las vísperas sin cánticos y se desviste el altar”).

Otras ceremonias

Las rúbricas del Misal Romano no prescriben más ceremoniales para ese día, pero se permiten costumbres loables en diferentes iglesias. Por ejemplo, decretos de la Sagrada Congregación de Ritos (n. 2375, y n. 2682) expresamente permiten la costumbre (donde existe) de cargar en procesión una estatua de Nuestra Señora de los Dolores; también se permite expresamente la costumbre (donde existe) de exponer una reliquia de la Santa Cruz en el altar mayor (n. 2887), y la costumbre de cargar en procesión tal reliquia dentro de las paredes de la iglesia, no, sin embargo, durante las ceremonias usuales (n. 3466). Rock (op.cit. 279, 280) señala, con detalle interesante, una costumbre seguida una vez en Inglaterra de someterse voluntariamente al látigo de la penitencia del Viernes Santo.


Fuente: Gilmartin, Thomas. "Good Friday." The Catholic Encyclopedia. Vol. 6. New York: Robert Appleton Company, 1909. 14 Feb. 2012. <http://www.newadvent.org/cathen/06643a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina. rc