Via Pulchritudinis
De Enciclopedia Católica
Contenido
- 1 Introducción
- 2 Un reto crucial
- 3 Una proposición de respuesta de la Iglesia: La Vía Pulchritudinis
- 4 Aceptar el reto
- 5 ¿De qué manera la Via pulchritudinis puede ser una respuesta de la Iglesia a los retos de nuestro tiempo?
- 6 La vía pulchritudinis, camino hacia la Verdad y el Bien
- 7 Las vías de la belleza
- 8 Se nos ofrecen tres líneas de pensamiento como caminos privilegiados de la vía pulchritudinis para poder dialogar con las culturas contemporáneas
- 9 La belleza de la creación
- 10 La admiración ante la belleza de la creación
- 11 De la creación a la re-creación
- 12 La creación, utilizada o idolatrada
- 13 La belleza de las artes
- 14 La belleza suscitada por la fe
- 15 Aprender a acoger esta belleza
- 16 Algunas iniciativas ya han pasado la etapa de prueba y merecen una atención especial
- 17 La belleza de Cristo, modelo y prototipo de la santidad cristiana
- 18 La belleza luminosa de Cristo y su reflejo en la santidad cristiana
- 19 La belleza de la Liturgia
- 20 Propuestas pastorales (Liturgia
- 21 CONCLUSIÓN
Introducción
El tema de la Asamblea plenaria 2006 del Consejo Pontifical de la Cultura se inscribe en su misión de ayudar a la Iglesia a transmitir la fe en Cristo por medio de una pastoral que responde a los retos de la cultura contemporánea, en especial a la indiferencia religiosa y la no-creencia (Motu propio Inde a Pontificatus) y por medio de proyectos y propuestas concretas se desea ayudar a los pastores a seguir La Vía pulchritudinis como camino de evangelización de las culturas y de diálogo con los no-creyentes, a conducir hacia Cristo que es "el camino, a la verdad y la vida" (Jn 14, 6).
Un reto crucial
La penúltima reunión plenaria del Dicasterio en 2002 que tenía como tema "Transmitir la fe en el corazón de las culturas - novo millennio ineunte" (1), y la siguiente en 2004 sobre "La fe cristiana al comienzo del nuevo milenio y el reto de la no-creencia y de la indiferencia religiosa" (2), han subrayado la urgencia de un nuevo esfuerzo apostólico de la Iglesia, para evangelizar las culturas por medio de una enculturación efectiva de del evangelio. La cultura impregnada de una visión materialista y atea, característica de sociedades secularizadas, suscita un real alejamiento y a veces una inculpación contra la religión, particularmente el cristianismo, y especialmente suscita algo como nuevo anti-catolicismo (3). Muchos viven como si Dios no existiese (Etsi Deus non daretur), como si su presencia ni su palabra podrían influenciar de manera alguna la vida concreta de las personas y de la sociedad es. Sienten la dificultad de afirmar claramente su pertenencia religiosa: esta tendría relevancia sólo en el ambiente estrictamente privado. La experiencia religiosa, en consecuencia, está disociada muchas veces de una clara pertenencia a una institución eclesial: algunos creen sin pertenecer, mientras que otros pertenecen sin dar signos visibles de su fe.
El fenómeno de la nueva religiosidad y de las espiritualidades emergentes que se están expandiendo en el mundo, se presenta como un gran reto para una nueva evangelización: Ellas pretenden responder mejor que la Iglesia – o, en todo caso, mejor que las formas religiosas tradicionales – a las expectativas espirituales, emocionales y psicológicas de nuestros contemporáneos, y a través de ritos sincretista y prácticas esotéricas tocan directamente la emoción es de las personas en una dinámica comunitaria seudo-religiosa que frecuentemente asfixia y hasta priva de la libertad y de la dignidad.
Si en ciertos países de antigua cristiandad los cristianos practicantes no constituyen ya, como en el pasado reciente, la mayoría de la populación, con todo, siguen siendo una fuerza viva, capaz de testimoniar con discernimiento y coraje en medio del corazón de una cultura neopagana. Las Jornadas mundiales de la Juventud, las grandes reuniones de los Congresos eucarísticos, los santuarios de la virgen María, la multiplicación de lugares de renovación espiritual, la creciente demanda de un tiempo de silencio en las casas de hospedaje de los monasterios, el redescubrimiento de las antiguas vías de peregrinación y el florecimiento de una multitud de nuevos movimientos religiosos que atraen a jóvenes y adultos, las inmensas multitudes que se han reunido en Roma con ocasión de la muerte de Juan Pablo II y la elección de Benito XVI son otros tantos signos de esperanza.
"Si, la Iglesia está viva, atestiguó el Santo Padre en su homilía durante la misa inaugural de su pontificado, esta es la maravillosa experiencia de estos días. Durante las jornadas tristes de la enfermedad y de la muerte del Papa (Juan Pablo II), precisamente se ha manifestado de una manera maravillosa a nuestros ojos el hecho de la Iglesia que vive. Y la Iglesia es joven. Lleva dentro de sí el futuro del mundo y es por eso que demuestra también a cada uno de nosotros el camino hacia el futuro. La Iglesia está viva y la vemos: vivimos la experiencia de la alegría que el Resucitado ha prometido a los suyos" (5).
Una proposición de respuesta de la Iglesia: La Vía Pulchritudinis
Aceptar el reto
Ante los retos históricos, sociales y culturales y religiosos relevantes en las dos Asambleas plenarias precedentes, ¿qué aspectos de la pastoral la Iglesia son los llamados a prevalecer en el diálogo apostólico con los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, especialmente los no-creyentes y los indiferentes?
La Iglesia cumple con su misión de conducir a los hombres hacia Cristo Salvador compartiendo la palabra de Dios y el don de los sacramentos de gracia. Para acercarse mejor por medio de una pastoral de la cultura adaptada, a la luz de Cristo contemplado en el misterio de su encarnación (cf. Gaudium et spes, n. 22), ella escruta los "signos de los tiempos" y encuentra allí indicaciones preciosas para establecer "puentes" que permiten encontrar al Dios de Jesucristo a través de un itinerario de amistad en un diálogo de verdad.
En esta perspectiva, la Via pulchritudinis se presenta como un itinerario privilegiado para alcanzar a muchas de aquellos y aquellas que experimentan grandes dificultades para acoger la enseñanza y, en especial, la enseñanza moral de la Iglesia. Demasiadas veces durante estos últimos decenios, la verdad ha sufrido la fatalidad de ser instrumentalizada por la ideología y también por la buena la intención de tenerla "horizontalizada", es decir, reducida a nada más que un acto social como si la caridad al prójimo podría privarse de acopiar su fuerza del amor de Dios. El relativismo, que encuentra su expresión más fuerte en el "pensamiento débil", una de sus expresiones más fuertes, está contribuyendo a que se vuelva difícil una verdadera confrontación seria y razonable con los no-creyentes.
La vía de la belleza, partiendo de la experiencia sencilla del encuentro con la belleza que suscita la admiración, puede abrir el camino de la búsqueda de Dios y es capaz de disponer el corazón y el espíritu para el encuentro con Cristo, que es la Hermosura, que es la Santidad encarnada ofrecida por Dios a los hombres para su salvación. Ella invita a los nuevos Agustín de nuestros días, a los buscadores insaciables del amor, de la verdad y de la belleza, a elevarse de este la belleza sensible a la Belleza eterna y a descubrir con fervor al Dios Santo, al autor de toda belleza.
No todas las culturas están igualmente abiertas a lo Transcendente para recibir la revelación cristiana. Igualmente todas las expresiones de la belleza – o de todas las que pretenden serlo – están muy lejos de favorecer a que se acoja el mensaje de Cristo y que se intuya su belleza divina. Las culturas, igual que las expresiones artísticas y las manifestaciones estéticas, son marcadas por el pecado y pueden atraer y hasta aprisionar la atención hasta hacerla confinarse en sí misma, y de esta manera suscita nuevas formas de idolatría. ¿Acaso no somos confrontados demasiadas veces con los fenómenos de una real decadencia o del arte y de la cultura que se desnaturalizan hasta herir al hombre en su intimidad? Lo bello no puede ser reducido a un simple placer de los sentidos: esto sería el interrupción ya que no permite tener la plena inteligencia de su universalidad, de su valor supremo, transcendente. Es evidente, su percepción exige una educación porque la belleza no es auténtica sino en relación con la verdad – ¿de dónde vendría por lo demás su esplendor sino viene de la verdad? - y ella es al mismo tiempo "la expresión visible del bien, de la misma manera que el pie es la condición metafísica de lo hermoso" (6) - "¿acaso lo hermoso no sería la ruta más segura para alcanzar el bien?", se preguntó Max Jacob. Ampliamente accesible a todos, la Vía de la belleza no es, al mismo tiempo, libre de ambigüedades y de desvíos.
Siempre dependiente de la subjetividad humana, ella puede ser reducida a un esteticismo efímero, puede dejarse instrumentalizar y ser sometida a las modas cautivadoras de la sociedad de consumo. También es urgente una educación para saber discernir entre el uso y el disfrute (el uti y el frui), es decir, entre la reciprocidad de las realidades y las personas, relación que busca únicamente la funcionalidad - uti - , y de lo que es una relación auténtica y de confianza - frui - , sólidamente enraizada en la belleza del amor gratuito según dice San Agustín en su De catechizandis rudibus: “Nulla est enim maior ad amorem invitatio quam praevenire amando –No existe una invitación mayor al amor que amar primero” (Lib. I, 4.7, 26).
También es necesario aclarar qué es y en qué consiste la Via pulchritudinis: y de que belleza se está tratando, belleza que permita transmitir la fe mediante su capacidad de tocar el corazón de las personas, a expresar el misterio de Dios y del hombre, a presentarse como un "puente" auténtico, espacio libre para caminar con los hombres y las mujeres de nuestro tiempo que saben o aprenden a apreciar lo hermoso, y a ayudarles a reencontrar la belleza del evangelio de Cristo que la Iglesia tiene como misión de anunciar a todos los hombres de buena voluntad.
¿De qué manera la Via pulchritudinis puede ser una respuesta de la Iglesia a los retos de nuestro tiempo?
El Papa Juan Pablo II, incansable escudriñador de los signos de los tiempos, indica el camino en su encíclica Fides et ratio: "Mientras que no me canso de proclamar la urgencia de una nueva evangelización, hago un llamado a los filósofos para qué sepan profundizar las dimensiones de lo verdadero, de lo bueno y de lo bello, a todo aquello que da acceso a la palabra de Dios. Esta necesidad se vuelve aún más urgente cuando uno toma en consideración los retos que lanza el nuevo milenario y que se observan especialmente con las regiones y culturas de antigua tradición cristiana. Esta preocupación debe también ser considerada como un aporte fundamental y original sobre la ruta de la nueva evangelización" (7).
Este llamado a los filósofos puede sorprender, sin embargo, la vía pulchritudinis ¿acaso no es una via veritatis, camino sobre el cual el hombre llega a descubrir la bonitas de Dios de amor, fuente de toda belleza, de toda verdad y de toda bondad? Lo hermoso en la vía pulchritudinis, igual que lo verdadero o el bien, nos conduce a Dios, Verdad primera, Bien supremo, y Hermosura misma. Con todo, lo hermoso expresa más que lo verdadero o el bien. Decir de un ser que es hermoso no solamente significa reconocerle una inteligibilidad que lo convierte en amable. Es, al mismo tiempo, decir que, al puntualizar nuestro conocimiento, nos atrae, es decir nos cautiva por una irradiación capaz de suscitar la admiración.
Irradia un cierto poder de atracción, posiblemente más aún, lo bello expresa la realidad misma en la perfección de su forma. Es una epifanía y se manifiesta expresando una claridad interna. Esta última es según Santo Tomás de Aquino una de las tres condiciones de la belleza. En su tratado sobre la Trinidad en la Suma Teológica, él se pregunta por los atributos propios de cada una de las personas divinas y su relación con la belleza en cuanto a la persona del Hijo: " Pulchritudo habet similitudinem cum propriis Filii –la belleza presenta cierta similitud con lo que es propio del Hijo". E indica las tres condiciones de la belleza para aplicarlas a Cristo: la integridad o la perfección- – integritas sive perfectio –, la justa proporción o armonía - proportio sive consonantia –y la claridad proportio sive consonantia –Si el bien de expresa lo deseable, lo hermoso expresa más aún el esplendor y la búsqueda de una perfección que se manifiesta (8).
La vía pulchritudinis es una vía pastoral, que no debería reducirse a un acercamiento filosófico. Sin embargo, la mirada del metafísico nos ayuda a comprender por qué la belleza es una vía real para conducir a Dios. Al sugerirnos quién es Él, suscita en nosotros el deseo de disfrutar en el reposo de la contemplación, no solamente porque Él sólo puede colmar nuestras inteligencias y nuestros corazones, sino porque contiene en sí mismo la perfección del Ser, fuente armoniosa e inacabable de claridad y de luz. Para llegar es importante saber de realizar la transición "del fenómeno al fundamento".
Aquí nuevamente se ofrece un llamado del Papa filósofo: "en todas partes donde el hombre experimenta un llamado a lo absoluto y a la transcendencia, se le concede de entender la dimensión metafísica de lo real: en lo verdadero, en lo hermoso, en los valores morales, en la persona del otro, en el mismo ser, en Dios. El gran reto, que se nos presenta al finalizar este milenio, es aquel de saber llevar a cabo la transición tan necesaria como urgente del fenómeno al fundamento; no es posible de quedarse en la sola experiencia. Cuando expresa y manifiesta la interioridad del hombre y su espiritualidad, también es importante que la reflexión especulativa alcance la sustancia espiritual y el fundamento sobre el cual descansa". Y añade: "un pensamiento filosófico que rechazaría toda apertura metafísica sería pues radicalmente inadecuada para realizar una función de mediación en la inteligencia de la revelación" (9).
Este pasar del fenómeno a su fundamento no se realiza automáticamente en quien no es apto de pasar de lo visible a lo invisible, porque cierta moda acostumbrada a lo feo, al mal gusto, a lo grosero, está siendo promovida tanto por la publicidad como por ciertos "artistas locos" que dicen que lo feo y lo inmundo es un valor con la finalidad de suscitar el escándalo. Las flores capciosas del mal fascinan: "¿Vienes tú del cielo profundo o sales del abismo, belleza?" Se interroga Baudelaire. Y Dimitri Karamazov confía a su hermano Aliocha:" La belleza es una cosa terrible. Por ella pelean Dios y Satanás, y el campo de batalla es mi corazón". Si la belleza es imagen de Dios creador, entonces lo es también de de Adán y de Eva y, en consecuencia, está marcada por el pecado. El hombre frecuentemente está en riesgo de dejarse atrapar por la belleza misma, el icono se convierte en ídolo, el medio devora el fin, la verdad esclaviza; es una trampa en la cual caen muchas personas, precisamente por falta de una formación adecuada de la sensibilidad de una adecuada educación para la belleza.
El recorrer la vía pulchritudinis entraña la necesidad de ayudar a los jóvenes y educarlos para la belleza, de animarlos a que desarrollen un espíritu crítico frente a los ofrecimientos de la cultura de los medios masivos de comunicación y de formar su sensibilidad y su carácter para elevarlos y conducirlos hacia la real madurez. La " cultura kitch" ¿acaso no es una característica y un cierto miedo de sentirse empujado hacia una profunda transformación? Luego de un prolongado rechazo de esta "pasión", San Agustín da testimonio de la transformación profunda de su alma provocada por el encuentro con la belleza de Dios: en las Confesiones piensa con tristeza y amargura en el tiempo perdido y en las ocasiones fallidas y, en unas páginas inolvidables, revive el caminar atormentado en la búsqueda de la verdad y de Dios.
Sin embargo, en una especie de iluminación por la evidencia él reencuentra a Dios y se aferra a ella como a "la Verdad misma"(X, 24), fuente de un gozo puro y de una auténtica felicidad: "¡tarde te he amado, o belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Pero mira: tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera y te buscaba fuera de mi mismo. Y deforme me lanzaba sobre de las formas hermosas de tu creación... Tú me has llamado y has gritado, has roto la sordera de mis oídos sordos; tu has brillado y tu esplendor ha expulsado ceguera; has exhalado tu perfume y yo lo respiré; aquí que por ti suspiro; tengo hambre de ti y sed de ti; tú me has tocado y yo ardo en el deseo por tu paz" (10).
Esta experiencia del encuentro con el Dios de la belleza, es un acontecimiento vivido en la totalidad del ser, y no solamente en la sensibilidad. De ahí la confesión de De musica (6, 13, 38): «Num possumus amare nisi pulchra? – ¿qué podríamos amar si no lo hermoso?
La vía pulchritudinis, camino hacia la Verdad y el Bien
Proponiendo una estética teológica, Urs von Balthazar trataba de abrir los horizontes del pensamiento a la meditación y a la contemplación de la belleza de Dios, de su misterio y de Cristo, en quien Él se revela. En la introducción al tomo primero de su obra magisterial Gloria, el teólogo evoca esta palabra belleza "que para nosotros será la primera", y trata de expresar el alcance en su relación con el bien que "también ha perdido su fuerza de atracción" y donde "las pruebas de la verdad han perdido su carácter a conclusivo":
"La palabra con la que comenzaremos... es: belleza; es ella que para nosotros será la primera. Belleza…, es la última aventura donde la razón que razona puede arriesgarse porque la belleza no hace otra cosa que contemplar el esplendor impalpable del doble rostro de lo verdadero y del bien y su reciprocidad indisolubles; Belleza desinteresada, sin la cual el mundo antiguo se negó pensarse, pero que, insensiblemente, se ha despedido del mundo interesado de hoy para abandonarse a su concupiscencia y a su tristeza. Belleza que ni la religión ama y ya no favorece y que, sin embargo, quitada como máscara de su rostro, presenta desnudos los rasgos que amenazan a convertirse incomprensibles para los hombres... Aquel que al mencionar su nombre hace un gesto de rechazo como si fuera un ornamento o vano de un pasado antiguado, se puede estar seguro que - en secreto o abiertamente - que se adora a sí mismo, que ya no podrá rezar y pronto ya no podrá amar... En un mundo sin belleza – aún cuando los hombres no pueden privarse de esta palabra y la tengan siempre en la boca prostituyéndola- en un mundo que no puede estar desprovisto de belleza pero que ya no es capaz de verla, de contar con ella, también el bien ha perdido su fuerza de atracción, la evidencia "que debe cumplirse"... En un mundo que ya no se crea de capaz de afirmar lo hermoso, las pruebas de la verdad han perdido su carácter concluyente" (11).
Paralelamente, junto con otras preocupaciones, Aleksandr I. Soljenitsyne anota con acento profético en su discurso con ocasión de la entrega del premio Nobel de literatura: "Esta antigua triple unidad de la verdad, del bien y de la belleza no es simplemente una fórmula caduca de desfile, como nos ha parecido en los tiempos de nuestra presumida juventud materialista. Si, como lo dicen los sabios, estos tres árboles están unidos puede suceder, mientras que las ramas de la verdad y del quien demasiado precoces y sin defensas, son aplastadas, rotas y no llegan a la maduración, que extrañas, imprevistas, inesperadas las ramas de la belleza crecerán y se extenderán en ese mismo lugar, y serán ellas que, de esta manera, cumplirán el trabajo de todas las tres". (12).
El Padre Turoldo, heraldo de la belleza, cita aquella afirmación significativa de Divo Barsotti: "¡El misterio de la belleza! Hasta tanto que la verdad y el bien no se convierten en belleza, la verdad y el bien parecen quedarse, de alguna manera, como extrañas para el hombre, y se le imponen desde el exterior; él se adhiere pero no las posee; ellas exigen de él una obediencia que, de alguna manera, lo mortifica". Y él llega a la siguiente conclusión: "La verdad y el bien no son suficientes para crear una cultura porque a solas no parecen suficientes para creer comunión, una unidad de vida entre los hombres. Y puesto que la cultura es la expresión misma de un desarrollo individual, de una cierta perfección lograda, consecuentemente la cultura parece expresarse en su cumbre como la belleza". De esta manera, lejos de renunciar a proponer la verdad y el bien que están en el corazón del evangelio, se trata de seguir un camino privilegiado para permitirles a alcanzar el corazón del hombre y de las culturas (13).
Y el mundo tiene de ella una necesidad urgente como lo subrayó el Papa Paulo VI en su vibrante mensaje a los artistas el 8 de diciembre 1965, al clausurar el concilio Vaticano II: "Este mundo en el cual vivimos, tiene necesidad de la belleza para no oscurecerse en la desesperanza. La belleza, igual que la verdad, lleva la alegría al corazón de los hombres, es el fruto precioso que se resiste al desgaste del tiempo, que une las generaciones y hace que se comuniquen en la admiración" (14). Contemplada con un alma pura, la belleza habla directamente al corazón, y lo eleva interiormente del asombro a la admiración, de la admiración a la gratitud y de la felicidad a la contemplación. Así crea un terreno fértil para la escucha y el diálogo porque ella es una ayuda para coger del hombre entero, espíritu y corazón, inteligencia y razón, capacidad creadora e imaginación. Es que difícilmente deja que uno permanezca indiferente: ella suscita emociones, ella pone en movimiento un dinamismo de profunda transformación interior que engendra gozo, sentimiento de plenitud, deseo de participar gratuitamente de esta misma belleza, de apropiarse de ella al interiorizarla y al integrarla en su existencia concreta.
Las vías de la belleza
La vía de la belleza responde al íntimo deseo de felicidad que habita en el corazón de todos los hombres. Ella abre horizontes infinitos que empujan al ser humano a salir de sí mismo, de la rutina y del instante efímero que pasa, a abrirse a lo transcendente y al misterio, a desear como último fin de su deseo de felicidad y de su nostalgia absoluta, aquella Hermosura original que es Dios mismo, Creador de toda belleza creada. Muchos padres se han referido a ella en el transcurso del sínodo de los obispos sobre la Eucaristía del octubre 2005. El hombre en su deseo íntimo de la felicidad, no puede evitar encontrarse con el mal, el sufrimiento y la muerte. Y las culturas mismas a veces son confrontadas con fenómenos análogos que como una especie de heridas pueden llevar hasta su desaparición. La vía de la belleza ayuda a abrirse a la luz de la verdad, y ella alumbra así la condición humana ayudando a percibir el sentido misterioso del dolor. Haciendo eso facilita la curación de esas heridas.
Se nos ofrecen tres líneas de pensamiento como caminos privilegiados de la vía pulchritudinis para poder dialogar con las culturas contemporáneas
- 1. La belleza de la creación
- 2. La belleza de las artes.
- 3. La belleza de Cristo, modelo y prototipo de la santidad cristiana.
La belleza de Dios, revelada por la belleza singular de su Hijo, constituye el origen y el fin de todo lo creado. Si es posible comenzar con el grado más elemental para luego subir, de acuerdo a la misma dinámica inscrita en las Escrituras Sagradas, desde la belleza sensible de la naturaleza a la Hermosura del Creador; y ella resplandece de una manera única en el rostro de Cristo y en el rostro de su Madre y de los santos. Para el cristiano la "creación" es inseparable de la "re-creación", porque si Dios ha considerado buena y bella la obra de los seis días (cf. Gn 1), el pecado, junto con el desorden ha introducido la frialdad del mal y de la muerte de la cual Jesucristo resucitado es el vencedor. "Feliz culpa que nos trajo tan gran Redentor", canta la liturgia de Pascua: la gracia que se derrama sobre el mundo del costado abierto de Cristo Salvador, purifica el introduce una belleza totalmente nueva el mundo al que ha salvado y que espera gimiendo la hora de la transformación final (Rm 8, 22).
La belleza de la creación
La Escritura subraya el valor simbólico de la belleza del mundo que nos rodea, reflejo y de la belleza de su creador invisible: “Sí, vanos son por naturaleza todos los hombres en quienes había ignorancia de Dios y que no fueron capaces de conocer por las cosas buenas que se ven a Aquél que es, ni, atendiendo a las obras, reconocieron al Artífice;… Que si, cautivados por su belleza, los tomaron por dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de éstos, pues fue el Autor mismo de la belleza quien los creó” (Sb 13, 1 y 3). De todos modos existe un abismo entre la belleza inefable de Dios y sus vestigios en la creación, por eso el autor sagrado no cree que sea inútil de precisar este cuadro de la "dialéctica ascendente": "pues de la grandeza y belleza de las creaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (v 5). Lo que importa es superar las formas visibles de las cosas de la naturaleza para remontar hacia su Autor invisible, el "Todo Otro" al que profesamos en el credo: "creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de lo visible y lo invisible".
La admiración ante la belleza de la creación
"La naturaleza es un templo donde las columnas vivientes dejan a veces escapar unas palabras confusas". Los poetas son, junto con Baudelaire, especialmente sensibles ante las bellezas de la creación y su lenguaje misterioso. Así en su cántico espiritual San Juan de la Cruz concede a las criaturas la siguiente confesión:
«Mil gracias derramando
pasó por estos Sotos con presura,
e, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su belleza.»,
y el poeta inglés G.M. Hopkins dice: "el mundo está compenetrado del resplandor de Dios". Es que la contemplación de un paisaje durante la puesta del sol, las cimas nevadas de los montes bajo el cielo estrellado, los campos cubiertos de flores bañadas de luz, el abundancia de las plantas y de las especies animales, de todo ello nace toda multitud de sentimientos que nos invitan a "leer desde el interior - intus-legere" para de lo visible alcanzar lo invisible y dar una respuesta razonable a la pregunta irreducible: "¿quién es éste artesano con una imaginación tan pujante al origen de tanta belleza y grandeza, de una tan gran profusión de seres en el cielo y la tierra?"
Hace 2000 años Platón había dicho: "La belleza, que es unidad de una diversidad, nos hace llegar a los umbrales de la realidad suprema, el bien", es decir, Dios. Ya Aristóteles afirmó que "dentro de de todas las cosas de la naturaleza existe algo maravilloso". El estudio de la naturaleza y del cosmos, de hecho, ha ocupado un rol esencial en la filosofía desde la Grecia antigua. De la misma manera en la teología, la cosmología ha constituido un elemento fundamental para comprender la obra de Dios y de su acción en la historia. Así pues: la visión de Seudo-Dionisio Areopagita, tantas veces retomada en la teología y la mística cristiana, y la cosmología aristotélica retomada por Santo Tomás, está presente en sus "pruebas de la existencia de Dios". Emmanuel Kant reconoce, él también, la belleza de la creación y que su capacidad de provocar la admiración en su obra Crítica de la Razón Práctica: “Dos cosas llenan el corazón de una admiración y de una concepción siempre nueva y siempre creciente en la medida que las reflexiones se enfocan y se aplican a ellas: el cielo estrellado encima mío y la ley moral dentro de mi".
La contemplación de la belleza de la creación suscita paz interior, agudiza el sentido de la armonía y el deseo de una vida hermosa. En el hombre religioso el asombro y la admiración se transformen en actitudes interiores más espirituales: la adoración, la alabanza y la acción de gracias hacia el Autor de esta hermosura. Así canta el salmista: "Cuando contemplo los cielos, obra de tus manos, la luna y las estrellas que tú has creado: ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él? ¿El hijo del hombre para que pienses en él? Lo has hecho poco inferior a Dios, y lo has coronado de gloria y magnificencia. Le has dado el dominio sobre las obras de tus manos, todo lo haa puesto bajo sus pies... Señor, nuestro Dios, tu nombre es maravilloso sobre toda la tierra" (Ps 8, 3 -6 y 9). La tradición franciscana, junto con San Buenaventura y Dun Scotus Eriugena (15), asigna una dimensión "sacramental" a la creación, ya que lleva en ella las huellas de sus orígenes. Así la naturaleza es considerada como una alegoría y toda realidad natural como símbolo de su Autor.
De la creación a la re-creación
Entre las creaturas existe una que ostenta una cierta semejanza con Dios: el hombre creado "a su imagen y semejanza" (Gn 1, 27). Por su alma espiritual lleva dentro de sí un "germen de eternidad irreductible a la sola materia" (Gaudium et spes 18). Sin embargo, la imagen ha sido alterada por el primer pecado, ese veneno que debilita la voluntad en su orientación hacia el bien y, de ahí, oscurece a la inteligencia y mancha la sensibilidad. La belleza del alma, que tiene sed de la verdad y búsqueda del bien amado, pierde la luz y se vuelve apto para el mal, para lo feo. Un niño, testigo de un acto malo, no dice espontáneamente: "esto no es hermoso". Así la fealdad - y consecuentemente a fortiori el bien - aparece en el campo de la moral y afecta al hombre, su sujeto. Con el pecado, aquel ha perdido su belleza original y se ve desnudo hasta experimentar la vergüenza. La venida del Redentor lo restablece en su belleza primera, más aún, lo reviste de una belleza nueva: la belleza inimaginable de la criatura elevada a la filiación divina, la transfiguración prometida del alma rescatada y elevada por la gracia, su resplandor en todas las fibras del cuerpo llamado a resucitar con Cristo (cf. Ef 2, 6).
Si Cristo, el nuevo Adán, "manifiesta plenamente al hombre a sí mismo y le descubre lo sublime de su vocación" (Gaudium et spes, 22), la mirada cristiana sobre la belleza de la creación encuentra su perfección en la noticia maravillosa de su re-creación: Cristo, perfecta impronta de la gloria del Padre, comunica al hombre de su plenitud de gracia. Lo convierte en "agraciado", es decir, hermoso y agradable a Dios. La encarnación es el centro focal, la justa perspectiva en la cual la belleza adquiere su último significado: "imagen de Dios invisible" (Col 1, 15), Cristo el Señor es el hombre perfecto que ha restaurado en la descendencia de Adán la semejanza divina alterada desde el primer pecado. Porque en él la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida, y, por ese hecho mismo, esta naturaleza ha sido elevada en nosotros también a una cima sin par. Volveremos a este tema, la belleza de la santidad que emana del hombre configurado con Cristo bajo el soplo del Espíritu Santo y así es uno de los testimonios más hermosos, capaz de mover a los más indiferentes y de hacerles sentir el paso de Dios en la vida de los hombres.
En una acción de gracias continua el cristiano alaba a Cristo que le ha devuelto la vida, y se deja transfigurar por ese don glorioso que se le hace. Nuestros ojos ávidos de belleza se dejan atraer por el nuevo Adán, verdadero icono del Padre eterno, "esplendor de su gloria" e "imagen de su sustancia" (Hb 1, 3). A los de "puro corazón", a quienes les ha sido prometido que verán Dios cara a cara, Cristo les concede ya entrever la luz de la gloria en el corazón mismo de la noche de la fe.
La creación, utilizada o idolatrada
Numerosos son sin embargo los hombres y las mujeres que no ven en la naturaleza y el cosmos más que su materialidad visible, un universo que no tendría otro destino que obedecer a las frías leyes físicas inmutables e invariables, sin evocar belleza alguna, menos aún de un Creador. En una cultura donde el scientismo, esta ciencia extrapolada fuera de sus fronteras, impone los límites de su método de observación que vale solamente en el campo de las ciencias exactas hasta convertirse de manera indebida en norma exclusiva de todo conocimiento, el costo consiste en ser reducido a no ser nada más que un inmenso reservorio donde el hombre puede coger hasta agotarlo en función de sus necesidades crecientes, desmesurados.
El libro de la Sabiduría previene contra una tal miopía que también San Pablo denuncia como un "pecado de orgullo y de presunción" (Rm 1, 20-23). Por lo demás, la creación no es muda: los fenómenos naturales extraordinarios y a veces trágicos registrados durante estos últimos años y también los desastres ecológicos que no terminan de multiplicarse, suscitan una nueva comprensión de la naturaleza, de sus leyes, de su armonía. Cada vez es más y más evidente para muchos de nuestros contemporáneos que la naturaleza no puede ni debe manipularse sin respeto.
No se trata tampoco de hacer que la naturaleza un absoluto, es decir un ídolo, como lo hacen ciertos grupos neo-paganos: su valor no deberá sobrepasar la dignidad del hombre llamado a ser su guardia.
==Propuestas pastorales== (Creación)
Una atención especial a la naturaleza ayuda a descubrir en ella el reflejo de la belleza de Dios. Por eso es urgente promover una atención mayor respecto a la creación y de su belleza, tanto en la formación humana como cristiana, evitando de reducirla a un simple ecologismo, es decir, una visión panteísta. Ciertos movimientos - el escultismo, la acción católica de la infancia, etc. - se preocupan a educar en la observación de la naturaleza y sensibilizan a favor de su protección. Les ayudan a los jóvenes a descubrir el proyecto creador de Dios despertando en ellos sentimientos de admiración, de adoración y de acción de gracias. Importa, pues, estar atentos a la luz la doble dimensión del escucha
– escucha de la creación que cuenta la gloria de Dios (Ps 18, 2),
– y escucha de Dios que nos habla a través de su creación y asi es accesible a la razón de acuerdo a la enseñanza del Concilio Vaticano II (Dei Filius, cap. 2, can.1).
La catequesis, en su esfuerzo de promover la formación de los niños y de los jóvenes, sacará provecho al desarrollar una pedagogía de observación de las bellezas naturales y de las actitudes humanas fundamentales que se relacionan con ella: silencio, escucha, admiración, interiorización, paciencia y la espera, descubrimiento de la armonía, respeto al equilibrio natural, sentido de creatividad, oración y contemplación.
La enseñanza de una auténtica filosofía de la naturaleza y de una teología de la creación logrará un nuevo dinamismo en una cultura donde el diálogo ciencia y fe es particularmente crucial, donde los clérigos deben poseer un mínimo de conocimientos epistemológicos y donde los científicos desconocen demasiado el inmenso provecho que se puede sacar de la sabiduría cristiana (16). Los prejuicios de los cientistas y el fideísmo todavía están demasiado presentes en la mentalidad común, por eso es crucial provocar a todos los niveles - en los establecimientos de enseñanza católicos, los institutos de formación, las universidades, los centros culturales católicos, etc. - oportunidades de encuentro y diálogo entre los hombres de ciencia y de fe. En este campo, el jubileo de los científicos, celebrado durante el gran jubileo del año 2000, ha provocado nuevas iniciativas culturales, destinadas a renovar el diálogo ciencia y fe (17). Entre estos el proyecto STOQ, Science, Theology and Ontological Quest, promovido por él Concejo Pontificio de la Cultura en colaboración con varias universidades pontificias, es una ayuda para un número creciente de estudiantes a recorrer el camino que conduce de la observación intelectual y de la experiencia humana al conocimiento de su Creador, utilizando con sabiduría, bajo la conducción de especialistas reconocidos, las mejores conquistas y las ciencias modernas a la luz de la razón recta. Por lo demás, cada rama del saber - filosofía, teología, ciencias humanas y sociales, psicología - puede contribuir al descubrimiento de la belleza de Dios y de su creación.
Las acciones en favor de la defensa de la naturaleza, del hábitat natural, animando a las comunidades cristianas o familias religiosas se inspiren en el ejemplo de San Francisco que "contemplaba al muy Hermoso en las cosas hermosas" (18), han tenido un cierto eco y contribuyen al desarrollo de una visión menos "idólatra" de la naturaleza. La carta pastoral de los obispos australianos de Queensland con el título evocador: Let the Many Coastlands Be Glad ! A Pastoral Letter on the Great Barrier Reef, es un ejemplo de ello. Es importante de multiplicar las iniciativas para transmitir, dentro de la cultura contemporánea, el sentido del valor auténtico de la naturaleza, de su belleza, de su poder simbólico y de su capacidad de hacer descubrir la obra creadora de Dios.
La belleza de las artes
Si la naturaleza y el cosmos, que son la expresión de la belleza del Creador, pueden introducir a los umbrales de un silencio, todo contemplación, la creación artística posee ya una capacidad propia de poder evocar lo indecible del misterio de Dios. La obra de arte no es "la belleza", pero sí es su expresión, y si ella obedece a cánones - por naturaleza fluctuante: todo el arte está ligada a una cultura - , ella posee una característica intrínseca de universalidad. La belleza artística suscita la emoción interior, provoca en el silencio, el encantamiento y esa "salida de sí mismo", la éxtasis, donde la persona se encuentra como transportada fuera de del mundo sensible por la intensidad del sentimiento experimentado.
Para el creyente la belleza trasciende la estética y lo bello encuentra su arquetipo en Dios. La contemplación de Cristo en su misterio de encarnación y de redención es la fuente viva a la que el artista cristiano acude para coger su inspiración en orden a decir el misterio de Dios y el misterio del hombre salvado por Jesucristo. Toda obra de arte cristiana tiene un solo sentido: ella es por naturaleza un "símbolo", una realidad que reenvía más allá de ella misma, que ayuda a avanzar sobre el camino que le da el sentido, el origen y el fin de nuestro caminar terrestre. Su belleza se caracteriza por su capacidad de mover desde el interior el paso del "para sí" al "más grande que uno mismo". Este paso se realiza en Jesucristo que es el mismo "el camino la verdad y la vida" (Jn 14, 6 ), la "Verdad toda entera" (Jn 16, 13).
La belleza suscitada por la fe
Las obras de arte de inspiración cristiana que constituyen una parte incomparable del patrimonio artístico y cultural de la humanidad, son objeto de un verdadero consumo de masas de turistas, creyentes o no, agnósticos o indiferentes al hecho religioso. Éste fenómeno no deja de crecer y toca a todas las categorías de la población sin distinción de cultura y de religión. La cultura, en el sentido del "patrimonio espiritual" se ha "democratizarlo" con fuerza: gracias al desarrollo extraordinario de la tecnología las obras de arte se han acercado al "pueblo". Ahora un minúsculo aparato electrónico puede contener toda la obra de Mozart o de Bach y la grabación sobre un disco de video de miles de miniaturas de la biblioteca del Vaticano las pone a disposición de todos.
La encarnación del Hijo de Dios es el fundamento de la imagen cristiana "imagen de Dios invisible" (Col 1, 15), Cristo que descansa en el seno del Padre nos lo ha hecho conocer (cf. Jn 1, 18). Así las generaciones de cristianos que se suceden y que guardan cuidadosamente el recuerdo no solamente de sus palabras y de sus gestos sino también la imagen de su santo rostro. El amor del Salvador impulsa a los creyentes a la expresión artística de su fe. En la carta apostólica Duodecimum Saeculum del 4 de diciembre de 1987 recuerda como la doctrina del Concilio Vaticano II y la del Concilio de Nicea han alimentado el arte de la Iglesia tanto en oriente como en occidente, inspirando obras de una belleza y de una profundidad subimos. El Papa recuerda lo esencial: "El creyente de hoy como el de ayer debe tener la posibilidad de ser ayudado en su oración y en su vida espiritual por la contemplación de obras que tienden a expresar el misterio y nunca jamás lo ocultan", "el arte por el arte que no reenvía más que a su autor sin establecer una relación con el mundo divino no tiene lugar en la concepción cristiana del icono", y "el arte sagrado debe tender a ofrecernos una síntesis visual de todas las dimensiones de nuestra fe". Así, "el arte de la Iglesia debe tratar de hablar el lenguaje de la encarnación y, con los elementos materiales, expresar a Aquel que se ha dignado de habitar en la materia y obrar nuestra salud a través de la materia" (19).
El rostro de Cristo en su belleza singular, las escenas del evangelio, los grandes acontecimientos proféticos del Antiguo Testamento, el Gólgota, la Virgen con el niño y la Madre de los dolores han constituido a lo largo de los siglos una fuente fecunda de inspiración para los artistas cristianos. En un crecimiento imaginativo extraordinario ellos se esfuerzan, a través de una búsqueda continua siempre renovada, de presentar la belleza de Dios revelada en Cristo y de hacer que esté más cercano, casi tangible y visible. De alguna manera el artista prolonga la revelación al plasmarlo en forma, en imagen, en color o en sonido. Mostrando qué hermoso es Dios expresa también que lo es para el hombre como su bien propio y la verdad última de su existencia. La belleza cristiana es portadora de una verdad más grande que el corazón del hombre, verdad que supera el lenguaje humano que indica su Bien, único y esencial.
¿Acaso a los cardenales de la Santa Iglesia romana no ha impresionado la terrible belleza del último juicio de Miguel Ángel de la Capilla Sixtina en el acto de elegir al nuevo Pontífice romano? Las catedrales y las Iglesias de oriente y occidente ¿acaso no alcanzan una cumbre de esplendor cuando una liturgia brillante de belleza es celebrada por todo un pueblo reunido? Las abadías y los monasterios ¿acaso no se convierten en puertos de paz cuando en ellos resuenan las melodías inalterables que a través de los siglos continúan en su función de alabanza, de súplica y de acción de gracias? Tantos hombres y tantas mujeres de todas las épocas y de todas las culturas han experimentado una profunda emoción hasta llegar a abrir su corazón a Dios al contemplar el rostro de Cristo en la cruz como en su tiempo Francisco de Asís, al escuchar una pasión o un Te Deum, al arrodillarse delante una imagen de oro o un icono bizantino
El Papa Juan Pablo II en su carta a los artistas ha hecho un llamado por una nueva epifanía de la belleza y un nuevo diálogo de fe y cultura entre la Iglesia y el arte, subrayando la necesidad recíproca de uno y del otro y la fecundidad de su alianza milenaria de donde surge este "engendrar en la belleza" del que habla Platón ya en su obra El Banquete (20).
Si el ambiente cultural condiciona fuertemente al artista, entonces surge la pregunta: ¿cómo ser guardián de la belleza, según el voto de von Balthasar, en esta cultura artística contemporánea donde la seducción erótica o improcedente hipertrofia los instintos, provoca una polución de lo imaginario e inhibe las facultades espirituales?
Aprender a acoger esta belleza
Las obras de arte inspiradas por la fe cristiana - pinturas y mosaicos, iconos y vitrales, esculturas y arquitecturas, de ébano y de plata, obras poéticas y literarias, musicales y teatrales, cinematográficas y coreográficas, y tantas otras más - poseen un potencial enorme, siempre actual, que no se deja alterar por el tiempo que pasa: permite comunicar de manera intuitiva y sabrosa la gran experiencia de la fe, del encuentro con Dios en Cristo, en del cual se revela el misterio del amor de Dios y la identidad profunda del hombre.
Dirigiéndose a los artistas en la Capilla Sixtina el 7 de mayo 1964, el Papa Paulo VI denunció el "divorcio" entre el arte y lo sagrado, característica del siglo XX, y observó que hoy en día muchos experimentan grandes dificultades para tratar los temas cristianos por falta de formación y de experiencia en la fe cristiana (21). La fealdad de ciertas iglesias y de su decoración, su carácter inadaptado a la celebración litúrgica, son las consecuencias de ese divorcio, de una laceración que requiere ser cuidada para hacerla curar. Es importante remediar la ignorancia galopante en el campo a de la cultura religiosa para permitir al arte cristiano del pasado como del presente abrir a todos la vía pulchritudinis (22). Para ser recibida plenamente y comprendida, la obra de arte cristiana tiene necesidad de ser contemplada a la luz de la Biblia y de los textos fundamentales de la Tradición a los que se refiere la experiencia de la fe. Si se quiere expresar la belleza hay necesidad de aprender el lenguaje propio, que despierta admiración, emoción y conversión. Si existe un lenguaje de la belleza, la obra cristiana no transmite solamente el mensaje del artista, sino la verdad del misterio de Dios mediante una persona que nos entrega su propia lectura, no para glorificarse a sí misma, sino para glorificar la Fuente. El analfabetismo religioso esteriliza la capacidad de comprensión del arte cristiano.
Por lo demás, un esfuerzo conjunto debe emprenderse para superar una dificultad debida a un cierto clima cultural suscitado por una crítica de arte ampliamente influenciada por ideologías materialistas: la puesta en evidencia de solo el aspecto estético-formal de las obras, sin interesarse por su contenido que ha inspirado tanta belleza, esteriliza el arte, y rechaza la fluidez la vida espiritual para encerrar la belleza sólo en una emoción sensible.
C) El arte sagrado, instrumento de evangelización y de catequesis. El siervo de Dios Juan Pablo II calificó el patrimonio artístico inspirado por la fe cristiana de "formidable instrumento de catequesis", fundamental para "lanzar de nuevo el mensaje universal de la belleza y del bien" (a los obispos de Toscana, 11 de marzo 1991). En sintonía con él, el cardenal Ratzinger en su calidad de presidente de la Comisión especial de preparación del Compendió del Catecismo de la Iglesia Católica, justificó así la inserción característica de imágenes en esta obra: "La imagen es también una predicación evangélica. En todos los tiempos los artistas han ofrecido a la contemplación y a la admiración de los fieles los acontecimientos que marcan el misterio de la salvación, los presentan con el esplendor de los colores y la perfección de la belleza. Ese este un índice de que hoy más que nunca en la civilización de la imagen, la imagen santa puede expresar mucho más que las palabras mismas porque su dinamismo de comunicación y de transmisión del mensaje evangélico es realmente más eficaz" (23).
El futuro cardenal Christoph Schönborn, en un artículo sobre El Icono del Verbo Encarnado publicado en el Osservatore Romano con ocasión de la publicación de la carta apostólica Duodecimum Saeculum del papa Juan Pablo II, se interroga acerca de la recuperación del interés de parte de la teología y la espiritualidad respecto a los iconos orientales: "En un mundo inundado por la imagen, imagen de todo tipo, violento, robótica, comercial, imagen que toca o que seduce, ¿acaso no hay una sed cada vez más grande de la imagen pura, de la imagen santa, de la imagen que suscita compasión, gozo, que eleva el corazón hacia el amor de Dios y que nos sensibiliza a la verdad era belleza, aquella de Dios y de su creación? Es imagen "de arriba", y esa imagen nos habla del mundo de Dios, que nos transcribe una inspiración que no viene simplemente de los bajos fondos de nuestro subconsciente, de nuestros deseos confundidos o no satisfechos, sino que es recibida "de arriba", en una escucha y un acoger en lo que Dios dice y regala al hombre" (24). Es por eso que el documento del Consejo Pontificio de la Cultura Por una pastoral de la cultura, desea que "en nuestra cultura marcada por un diluvio de imágenes frecuentemente banales y brutales, diariamente diseminadas por la televisión, las películas y las videocassettes", una "alianza fecunda entre el evangelio y el arte" debe ser promovida en orden a "nuevas epifanías de la belleza, nacidas de la contemplación de Cristo, Dios hecho hombre, de la meditación de sus misterios, de y radiación en la vida de la Virgen María y de los santos" (36).
La potente capacidad de comunicar, inherente al arte sagrado, lo hace capaz de superar barreras y filtros de prejuicios, para alcanzar el corazón de hombres y mujeres de otras culturas y religiones, y de darles la oportunidad de percibir la universalidad del mensaje de Cristo y de su evangelio. De esta manera, cuando una obra de arte inspirada por la fe es presentada al público en el ambiente de su función religiosa, se revela como una “vía”, como un "camino de evangelización y de diálogo" que ofrece la oportunidad de saborear al mismo tiempo el patrimonio vivo del cristianismo y la fe cristiana misma. Guías con experiencia como Émile Berthoud en su monumental obra de algunas 500 páginas profusamente ilustradas, 2000 años de arte cristiano (25), permiten presentar a nuestros contemporáneos, muchas veces impermeables a otro tipo de enseñanza, la preocupación permanente de la Iglesia de dos milenios de acercarlos al Dios de la belleza con la ayuda de la imagen, ciertamente imperfecta pero sugestiva, y de transmitir el mensaje evangélico de Cristo por medio del instrumento potente del arte y de sus expresiones en sintonía con las culturas, como son los primeros lugares de reunión de las asambleas cristianas en las catedrales, desde el arte bizantino al arte romano, desde el arte gótico al renacimiento, desde arte barroco al arte moderno.
Leer de nuevo las obras de arte cristianas grandes o pequeñas, artísticas o musicales, y de colocarlos en su contexto profundizando sus nexos vitales con la vida de la Iglesia, en particular en la liturgia, significa hacer "hablar" nuevamente a estas obras, les permite transmitir el mensaje que ha inspirado su creación. La vía pulchritudinis, aprovecha el camino de las artes, conduce a la veritas de la fe, a Cristo mismo, convertido "por la encarnación en icono de Dios invisible" Juan Pablo II no duda en compartir su "convicción que en cierto sentido el icono es un sacramento: en efecto, de una manera análoga a lo que se realiza en los sacramentos, hace presente el misterio de la encarnación en uno u otro de sus aspectos" (26). Michel Quenot da testimonio de ello: "La mirada se encuentra con la imagen santa y el corazón se deja interrogar. En efecto, la plenitud percibida de estas existencias singulares despierta la curiosidad: ¿En qué consiste la verdad de un rostro? ¿De dónde viene la luz que irradia de él? ¿En qué fuentes de vida deben beber estas existencias llenas de paz, seguridad profunda, de energía y de irradiación?" (27).
Las obras de arte cristianas ofrecen al creyente un tema de reflexión y una ayuda para entrar en contemplación, junto con una oración intensa, a través de un momento de catequesis como también de confrontación con la historia santa. Las obras famosas inspiradas por la fe son verdaderas "biblias de los pobres", "escalas de Jacob" que elevan el alma hacia el Autor de toda belleza, y con él, al misterio de Dios y de aquellos que viven en su visión beatífica: " Vita hominis visio Dei - La vida del hombre es la visión de Dios" proclama San Ireneo (28). Son caminos privilegiados de una auténtica experiencia de fe. En conclusión de su luminosa tesis de doctorado sobre El icono de Cristo Fundamentos teológicos elaborados entre el primer y segundo concilio de Nicea (325-787), el futuro cardenal Christoph Schönborn hace de la contemplación el criterio profundo del arte sacro: "durante siglos la Iglesia era el lugar radiante de la belleza, el enlace de una creatividad humana transfigurada. Ella debería negarse a sí misma si desde el fondo de su vocación no aspiraría a manifestar la belleza de la que ya ha sido colmada. La admiración que suscita en nuestros días el arte de los iconos, su belleza tan pura y tan purificadora, ¿acaso no llevará la victoria yendo al encuentro de la aspiración de esta belleza de la cual Dostoïevski ha dicho que salvará al mundo? Además, ¿de dónde podría nutrirse este tipo de arte sino de la contemplación de Cristo? ¿Acaso no sería así el único criterio profundo que se podía de dar hoy en día a lo que constituiría un arte específicamente cristiano? Ese criterio no sería ni un cierto canon de expresión artística, ni una selección determinada del tema, sino una mirada transformada a través de una larga y paciente contemplación de la santa Faz" (29).
==Propuestas pastorales== (Fe)
La carta a los artistas del Papa Juan Pablo II, que constituye una referencia fundamental en este rubro, encuentra un amplio eco en el documento del Consejo Pontificio de la Cultura, Por una pastoral de la cultura (30). Las conferencias episcopales pueden asumir estos dos textos como base de partida para las iniciativas concretas (31).
Se trata de introducir al lenguaje de la belleza por medio de una educación apropiada y de formar la capacidad de percibir el mensaje del arte cristiano: lo que obra en ellas, y especialmente lo que en ellas favorece un encuentro con el misterio de Cristo. En este campo una toma de conciencia está surgiendo con una recta y más significativa preocupación de estudios del arte sagrado cristiano, la mejor conocida de aquellos que están a cargo de la formación cristiana. Así los cursos de formación se multiplican en las universidades católicas como La Facultad de Historia de la Iglesia y de los Bienes culturales en la Universidad Pontificia gregoriana, en el Instituto de Arte Ayuso diversa al sacro y de Música litúrgica del Institut catholique de Paris et y de la Universidad católica de Lisboa. Las revistas de inspiración cristiana cada vez más y con mayor frecuencia tocan este tema como Arte Cristiana de Milan, Humanitas de Santiago de Chile. Los museos diocesanos se multiplican concebidos como verdaderos centros culturales católicos. Publicaciones recientes asumen la vía pulchritudinis y ayudan al lector a entrar en el lenguaje del arte por medio de una meditación espiritual (32). De todos modos parece especialmente necesario un trabajo importante de re formulación teórica de la enseñanza del arte sacro a partir de una visión auténticamente cristiana y eso ante las interpretaciones ideológicas ampliamente difundidas.
Se trata también de crear condiciones de renovación de la creación artística en la comunidad cristiana y para ello establecer conexiones personales con los artistas y de ayudar de esa manera a percibir aquello que permite que una obra de arte sea auténticamente religiosa y digna del "Arte Sacro". Aunque ya se ha hecho mucho en los últimos decenios en numerosas diócesis, queda todavía mucho por hacer para valorar el rico patrimonio cultural y artístico de la Iglesia nacido de la fe cristiana y de utilizarlo como instrumento de evangelización, de catequesis y de diálogo. No es suficiente establecer museos: es necesario dar a este patrimonio el poder de expresar el contenido de su mensaje. Una liturgia auténticamente hermosa ayuda a penetrar en ese lenguaje particular de la fe, hecho de símbolos y de evocaciones del misterio celebrado.
Algunas iniciativas ya han pasado la etapa de prueba y merecen una atención especial
- Diálogo con los artistas, los pintores, los escultores, los arquitectos de iglesias, restauradores, músicos, poetas, dramaturgos, etc. para alimentar su imaginación con las fuentes de la fe y al mismo tiempo permanecer profundamente enraizados en las diversas culturas para permitir nuevos contactos entre los responsables de la Iglesia y la protección de los artistas. El analfabetismo religioso de ciertos artistas escogidos para construir las iglesias es un real drama demasiado difundido.
- Formación para la belleza del misterio cristiano expresado en el arte sacro con la ocasión de la inauguración de una nueva iglesia, de una nueva obra de arte, de un concierto, de una liturgia particular.
- Organización de eventos culturales y artísticos - exposiciones, concursos premiados, conciertos, conferencias, festivales, etc. -, para valorar el inmenso patrimonio de la Iglesia y su mensaje y de favorecer una nueva creatividad en particular en el ámbito del arte y del canto litúrgico.
- Publicación local en formato de folletos turísticos, de páginas Web o de revistas más especializados sobre el patrimonio con la preocupación pedagógica de poner en evidencia el alma, la inspiración y el mensaje de las obras, análisis científica poniéndose al servicio de la comprensión profunda de la obra.
- Sensibilización de los agentes de pastoral, de catequistas y de profesores de religión pero también de los seminaristas y del clero a través de cursos de formación, seminarios, encuentros temáticos, visitas guiadas. Los museos diocesanos y los centros culturales católicos pueden desempeñar un papel importante especialmente proponiendo la lectura de las obras de arte locales o regionales y favorecer su uso en la catequesis.
- Formación de guías especializados en el arte de inspiración cristiana, creación de grupos especiales para valorar las obras y centros culturales que comparten estas mismas finalidades.
- El estudio y profundización de la problemática a nivel escolar y universitario, por medio de masters, seminarios y laboratorios, etcétera. Propuesta de becas de estudios o de ayudas apropiadas para sensibilizar las instancias educativas. Desarrollo a nivel regional y nacional de institutos de música sagrada, de liturgia, de arqueología etc., y constitución de bibliotecas especializadas en este campo
La belleza de Cristo, modelo y prototipo de la santidad cristiana
Si la belleza de la creación es según San Agustín una " confessio" e invita a contemplar la belleza de su fuente, el "Creador del cielo de la tierra, el universo visible e invisible", y si la belleza de las obras de arte nos revela algo de la belleza en su figura, el Hijo que ha tomado carne, "el más hermoso de los hijos de los hombres", es una tercera vía fundamental - la primera en importancia - que conduce al descubrimiento de la belleza en el icono de la santidad, obra del Espíritu que forma a la Iglesia según la imagen de Cristo, modelo de perfección: ese es por medio del bautizado la belleza del testimonio dado por medio de una vida transformada en la gracia, y, para la Iglesia, la belleza de la liturgia que permite experimentar Dios, viviendo en medio de su pueblo, y que atrae a Él a todo aquel que se deje rodear por su abrazo de gozo y de amor.
La Ecclesia de caritate da testimonio de la belleza de Cristo. Ella se revela como su esposa, embellecida por su Señor cuando realiza los actos de caridad y su elección preferencial, cuando de se compromete por la justicia y la edificación de la gran casa común donde toda creatura es llamada a hacer su morada, especialmente los pobres: ellos tienen también derecho a la belleza. Al mismo tiempo este testimonio de la belleza por medio de la caridad y el compromiso al servicio de la justicia y de la paz, anuncia la esperanza que no engaña. Proponer a los hombres y a las mujeres de o y la verdadera belleza, lograr que la Iglesia hacía atenta para anunciar siempre al tiempo y destiempo la belleza que salva, y ex per y menta allí donde la eternidad ha plantado su tienda en el tiempo, eso es ofrecer razones de vida y de esperanza aquellos y aquellas que carecen de ellas o que están en riesgo de perder las. Testigo del sentido último de la vida, fermento de confianza en el corazón de la historia humana, la Iglesia parece que este y como el pueblo de la belleza que salva porque ya anticipa en el tiempo que son los últimos algo de la belleza prometida de parte de Dios que se ha hecho todo en todos al final de los tiempos la esperanza, anticipación militante del futuro en el mundo ha salvado prometido en él Dijo crucificado y resucitado ex anuncio de la belleza. Y el mundo tiene particularmente necesidad de ello.
A) En camino hacia la belleza de Cristo. La belleza singular de Cristo, como modelo de una "vida verdaderamente hermosa", se refleja en la santidad de una vida transformada por la gracia. Desgraciadamente muchos perciben al cristianismo como el sometimiento a mandatos compuestos de interdictos y de limitaciones a la libertad personal. El Papa Benedicto XVI lo recordó en una entrevista de Radio Vaticana el 14 de agosto pasado, antes de partir hacia Colonia para encontrarse con los jóvenes del mundo entero reunidos para la Jornada Mundial de la Juventud. Añadió: "Yo, al contrario, quisiera hacer comprender que estar sostenido por un gran Amor, por una revelación, esto no es una carga: esto da alas y que es hermoso de ser cristiano. Esta experiencia da... la alegría de ser cristiano: es hermoso, y también es justo el creer. E. Bianchi hace eco a estas palabras cuanto exhorta a "saber anunciar la diferencia cristiana" como una verdadera respuesta a la indiferencia: "O el cristianismo es filocalia, amor a la belleza, vía pulchritudinis, vía de la belleza, o no lo es" (33). De la belleza interior y de la profunda emoción provocada por el encuentro con la Belleza en persona - pensemos en la experiencia de San Agustín - surge la capacidad de proponer eventos de belleza en todas las dimensiones de la existencia y de la experiencia de la fe.
La pastoral de la Iglesia, para conducir al encuentro con Cristo, tiene en la presentación de su belleza el medio para despertar los corazones a ese descubrimiento. En su carta los artistas el Papa Juan Pablo II subraya la fecundidad de la Encarnación: "haciéndose hombre, en efecto, el Hijo de Dios ha introducido en la historia de la humanidad toda la riqueza evangélica de la verdad y del bien y, en ella, ha revelado también una nueva dimensión de la belleza: el mensaje evangélico esta repleto de ella" (5). Esta belleza muy particular y única del "Hijo del hombre" se revela igualmente en el rostro del "Pastor" como en aquel de Cristo transfigurado en el Tabor y, al mismo tiempo, en aquel que ha perdido, colgado en la cruz, toda belleza corporal: el Hombre de los dolores. Precisamente el cristiano ve en lo deforme del Siervo sufriente, despojado de toda belleza exterior, la manifestación del amor infinito de Dios que llega hasta revestirse de la fealdad del pecado para elevarnos a nosotros más allá de los sentidos hacia la belleza divina que supera toda otra belleza y no se altera nunca jamás. El icono del crucificado con el rostro desfigurado contiene, para quien lo quiere contemplar, la misteriosa belleza de Dios. Es la Hermosura que encuentra su cumplimiento en el dolor, en el don de sí mismo sin pedir nada a cambio. Es la belleza del amor que es más fuerte que el mal y la muerte.
La belleza luminosa de Cristo y su reflejo en la santidad cristiana
Cristo Jesús es la perfecta representación de la gloria del Padre. El es "el más hermoso de los hijos del hombre", porque posee la plenitud de la gracia por medio de la cual Dios libera al hombre del pecado, lo arranca el esclavitud del mal y lo restituye en su inocencia primera. Multitud de hombres y de mujeres de todos los lugares y de todos los tiempos han dejado que esta belleza los aferre para consagrarse a ella. El Papa Benito XVI lo expresó así luego de la primera canonización de su pontificado celebrada en la misa de clausura de la undécima asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía: "el Santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que es progresivamente transformado por ello. Por esta belleza y esta verdad está dispuesto a renunciar a todo, hasta a si mismo" (23 de octubre 2005).
Si la santidad cristiana configura con la belleza del Hijo, la Inmaculada Concepción es la más perfecta ilustración de esta "obra de belleza". La Virgen María y los santos son reflejos luminosos y testigos atractivos de la belleza singular de Cristo, belleza del amor infinito de Dios que se da y se comunica a los hombres. Ello se refleja, cada una a su manera, como en los prismas del cristal, las facetas del diamante, los perfiles del arco iris, la luz y la belleza originaria del Dios de amor. La Inmaculada, la "toda la hermosa" del Cantar de los Cantares es, según las palabras del arcángel en la mañana de la anunciación, "llena de gracia". Por medio de su fiat, la nueva Eva abre sin reserva la totalidad de su vida a la acción del Espíritu divino y por ello permite a su humanidad creada dar carne al Dios infinito, y una belleza indecible. La fiesta de la Inmaculada Concepción abre en los horizontes de nuestra condición humana a las esperanzas de la fe: la belleza a la cual somos llamados en la creación renovada por la gracia, anticipada por la madre de Dios, "primer fruto de salvación y signo resplandeciente de humanidad renovada", el día de la Asunción. María, que anticipa y realiza esa plenitud de la belleza a la que todos somos llamados a participar por la muerte y resurrección de Cristo nuestro Salvador, nos hace comprender con Divo Barsotti: "En el fondo, la belleza es la gloria de Dios que resplandece en la creación, es Dios que vive en el hombre: es la santidad" (34). De esta manera la santidad de los hombres es participación en la santidad de Dios y por ello en su belleza: aquella, acogida plenamente en el corazón y en el espíritu, ilumina y transforma la vida de los hombres y sus acciones cotidianas.
La belleza del testimonio cristiano expresa la belleza del cristianismo y al mismo tiempo causa su adviento: "¿Cómo podemos nosotros ser creíbles en nuestro anuncio de la buena noticia si nuestra vida no logra manifestar también la belleza de esta vida?" Del encuentro de la fe con Cristo brotan así en un dinamismo interior sostenido por la gracia, la santidad de los discípulos y su capacidad de convertir su vida en "bella y buena" igual como la de su prójimo. No se trata de una belleza exterior y superficial, pura fachada, sino de una belleza interior que se diseña bajo la acción del Espíritu Santo. Ella resplandece delante de los hombres: nadie puede esconder lo que forma parte esencial de su ser.
Este es el llamado de Juan Pablo II pensando en las personas consagradas, en la exhortación post sinodal Vita consecrata: ”Es especialmente a ustedes, mujeres y hombres consagrados, que al final de esta el exhortación dirijo con confianza este llamado: vivan plenamente su ofrenda a Dios para que este mundo no se vea privado de un rayo de la belleza divina que ilumina la ruta de la existencia humana. Los cristianos, sumergidos en las ocupaciones y las preocupaciones de este mundo, sin embargo llamados ellos también a la santidad, tienen necesidad de encontrar en ustedes corazones purificados que "ven" a Dios en la fe, personas dóciles a la acción del Espírito Santo, que marchan alegremente, fieles al carisma de su vocación y de su misión" (109). Donde irradia la caridad, allí se manifiesta la belleza que salva, allí se da gloria al Padre, allí se es grande y se da la unidad de los discípulos de nuestro Señor bienamado.
Pavel Florenskij, chantre ruso de la belleza, mártir del siglo XX, comenta así un pasaje del Evangelio de San Mateo (5, 16): "Sus acciones buenas no son en realidad acciones buenas en el sentido filantrópico moralista: tà kalà érga quiere decir acciones hermosas, revelaciones luminosas y armoniosas de la personalidad espiritual - especialmente un rostro luminoso, hermoso, de una belleza que permite a la luz interior del hombre extenderse al exterior. Es entonces que, vencidos por esta luz irresistible, los hombres dan gloria al Padre celestial, y su imagen resplandece así sobre la tierra" (35). De esta manera, la vida cristiana es llamada a convertirse en la fuerza de la gracia concedida por Cristo resucitado, un acontecimiento de belleza susceptible de suscitar admiración, de provocar la reflexión y de incitar a la conversión. El encuentro con Cristo y con sus discípulos, en particular con María, su madre, y los santos, sus testigos, debe tener la posibilidad de poder convertirse en todas las circunstancias en un acontecimiento de belleza, un momento de gozo, del descubrimiento de una nueva dimensión de la existencia, una incitación a ponerse de nuevo en ruta hacia la patria del cielo para gozar de la visión de la "Verdad toda entera", de la belleza del amor de Dios: la belleza es resplandor de la Verdad y florecimiento del amor. Como escribe San Agustín en la Ciudad de Dios: “Allí nos veremos, los amarremos y alabaremos sin fin".
La belleza de la Liturgia
La belleza del amor de Cristo sale cada día a nuestro encuentro, no sólo a través del ejemplo de los santos, sino también en la sagrada liturgia, sobre todo en la celebración de la Eucaristía, en la que el Misterio se hace presente e ilumina con sentido y belleza toda nuestra existencia. Es el extraordinario medio con el que Nuestro Señor, muerto y resucitado, nos transmite su vida, nos une a su Cuerpo como sus miembros vivos y, de este modo, nos hace participantes de su belleza. Florenskij describe la belleza de la liturgia, símbolo de los símbolos del mundo, como lo que permite la transformación del tiempo y del espacio "en el templo santo, misterioso, que brilla con una belleza celestial".
En una conferencia en el XXIII Congreso Eucarístico Nacional Italiano, el cardenal Ratzinger recordaba, como introducción, la vieja leyenda relativa a los orígenes del cristianismo en Rusia: el príncipe Vladimiro de Kiev habría decidido adherirse a la Iglesia Ortodoxa de Constantinopla después de haber oído a los emisarios que había mandado a Constantinopla, donde habían asistido a una solemne liturgia en la basílica de Santa Sofía. Dijeron al príncipe: "No sabemos si hemos estado en el cielo o en la tierra... hemos experimentado que allí Dios habita entre los hombres" Y el cardenal teólogo sacaba de este relato su fondo de verdad: "De hecho la fuerza interior de la liturgia ha tenido sin duda un papel esencial en la difusión del cristianismo... Lo que convenció a los enviados del príncipe ruso de la verdad de la fe celebrada en la liturgia ortodoxa no fue una especie de argumentación misionera, cuyas motivaciones les habrían parecido más luminosas que las de las otras religiones. Lo que les impresionó fue, en cambio, el misterio como tal, que yendo más allá de la discusión hizo brillar ante la razón la potencia de la verdad". ¡Cómo no subrayar la importancia del arte del icono, maravillosa herencia del Oriente cristiano, que permite experimentar todavía hoy algo de la liturgia de la Iglesia indivisa: su lenguaje de una gran riqueza y tan profundo echa sus raíces en la experiencia de la Iglesia indivisa, desde las catacumbas romanas hasta los mosaicos de Roma y de Ravena así como de Bizancio!
Para el creyente, la belleza trasciende la estética. Permite el paso del "para sí mismo" al "mayor que sí mismo". La liturgia no es bella, y por tanto verdadera, si no es desinteresada, carente de cualquier otro motivo que no sea el de la celebración de Dios, para él, por él, con él y en él. Es ciertamente "desinteresada": se trata "de estar ante Dios y de dirigir la mirada hacia él, que ilumina con luz divina lo que sucede". Es con esa austera simplicidad cómo se hace misionera, es decir, capaz de atestiguar a los observadores que se dejan capturar en su dinámica, la realidad invisible que da la posibilidad de saborear.
El poeta y dramaturgo francés Paul Claudel atestigua la íntima fuerza de la liturgia cuando narra su conversión durante el canto del Magníficat de las Vísperas de Navidad en Notre-Dame de París: "Fue entonces cuando se verificó el acontecimiento que domina toda mi vida. En un instante mi corazón fue tocado y yo creí. Creí, con una tal fuerza de adhesión, con tal elevación de todo mi ser, con una convicción tan poderosa, con una certeza que no daba lugar a ninguna clase de duda, que, en adelante, ni los libros, ni los razonamientos, ni las circunstancias de una vida agitada, han podido hacer tambalear mi fe, ni, a decir verdad, afectarla".
La belleza de la liturgia, momento esencial de la experiencia de fe y del camino hacia una fe adulta, no puede reducirse sólo a la belleza formal. Es, ante todo, la belleza profunda del encuentro con el misterio de Dios, presente en medio de los hombres por medio de su Hijo, "el más bello de los hijos del hombre" (Sal 45,2)", que renueva continuamente para nosotros su sacrificio de amor. Expresa la belleza de la comunión con él y con nuestros hermanos, la belleza de una armonía que se traduce en gestos, símbolos, palabras, imágenes y melodías que tocan el corazón y el espíritu y suscitan el encanto y el deseo de encontrar al Señor resucitado, que es la "Puerta de la Belleza".
La superficialidad, y a veces incluso la banalidad o la negligencia de algunas celebraciones litúrgicas, no sólo no ayudan al creyente a progresar en su camino de fe, sino que sobre todo ofenden a los que retornan a las celebraciones cristianas y, en particular, a la Eucaristía dominical. En estos últimos decenios, algunos han llegado a dar excesiva importancia a la dimensión pedagógica y a la voluntad de hacer la liturgia comprensible incluso a los observadores externos, y han minimizado su función principal: introducirnos con todo nuestro ser en un misterio que nos supera totalmente. Celebración de la fe en la acción salvífica de Dios en su Hijo Jesús, y así es misionera. Esencialmente dirigida hacia Dios, es bella cuando permite que se manifieste toda la belleza del misterio de amor y de comunión. La liturgia es bella cuando es "agradable a Dios" y nos introduce en la alegría divina.
Propuestas pastorales (Liturgia
Es necesario proponer el mensaje de Cristo en toda su belleza, de modo que atraiga las mentes y los corazones a través de vínculos de amor; al mismo tiempo, hay que vivir y atestiguar la belleza de la comunión en un mundo a menudo marcado por la discordancia y la división. Se trata de transformar en "hechos de belleza" todos los gestos de caridad cotidiana y el conjunto de las actividades pastorales ordinarias de las iglesias locales. La belleza salvadora de Cristo exige ser presentada de manera nueva para ser acogida y contemplada no sólo por los creyentes, sino también por los que se declaran poco implicados o incluso indiferentes. Se trata sobre todo de sensibilizar a los pastores y catequistas para que sus predicaciones y sus enseñanzas conduzcan a la belleza de Cristo. Los cristianos están llamados a atestiguar la alegría de saberse amados por Dios y la belleza de una vida transformada por ese amor que viene de lo Alto.
Para la clausura del gran Jubileo del año 2000, Juan Pablo II dirigió a toda la Iglesia su Carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que invita expresamente a volver a partir de Cristo y a aprender a contemplar su rostro. De dicha contemplación nace el deseo, la necesidad y la urgencia de redescubrir el sentido auténtico del misterio y de la liturgia cristiana, en la que se vive concretamente el encuentro con el Señor muerto y resucitado.
Para responder a esa invitación, numerosos obispos dirigieron a sus fieles Cartas pastorales sobre la belleza de la salvación y sobre el sentido de la celebración litúrgica, subrayando al mismo tiempo la belleza del encuentro con Cristo, el domingo, día dedicado a él y que permite hacer una pausa en los ritmos frenéticos de nuestras sociedades. Por otro lado, a lo largo de los últimos decenios, y sobre todo a partir del discurso de Pablo VI al VII Congreso Internacional de Mariología de 16 de mayo de 1975, la via pulchritudinis ha sido ampliamente recorrida en mariología, con resultados positivos y prometedores.
Es importante presentar en un lenguaje que hable y guste a nuestros contemporáneos, utilizando los medios más idóneos, los preciosos testimonios ofrecidos por la Madre de Dios, los mártires y los santos, por todos aquellos que, de modo particularmente "atractivo", original e imaginativo, han seguido a Cristo. Se hace mucho, en el campo de la catequesis, con "cómics", teatro, publicaciones, películas, conciertos y musicales para hacer descubrir figuras extraordinarias de santos como Francisco de Asís y José de Anchieta, Juan Diego y Teresa de Lisieux, Rosa de Lima y Bakhita, Kisito y María Goretti, el padre Kolbe y la madre Teresa, etc., que, como comprobamos todavía hoy, ejercen una auténtica fascinación sobre los jóvenes. Sus ejemplos lo recuerdan: todo cristiano es un verdadero peregrino en el camino de la belleza, de la verdad, de la bondad, hacia la Jerusalén celestial donde contemplaremos la belleza de Dios, en una intensa relación de amor, en el "cara a cara". "Allí descansaremos y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos. Ello será el final, sin final".
Una formación apropiada ayudará a los fieles a progresar hacia la oración de adoración y de alabanza para participar de verdad en una liturgia vivida en su plenitud de belleza que introduce al misterio de fe. Por tanto, es necesario devolver a la liturgia su verdadero esplendor” mediante el redescubrimiento del sentido verdadero del misterio cristiano. Es igualmente necesario, al mismo tiempo, enseñar nuevamente a los fieles a asombrarse ante la obra que Dios realiza en nuestras vidas, restituir a la liturgia su verdadero ”esplendor, toda su dignidad y su intacta belleza, a través del redescubrimiento del significado auténtico del misterio cristiano, y formar a los fieles para hacerlos capaces de entrar en el significado y en la belleza del misterio celebrado, y a vivirlo de modo creíble.
La liturgia no es un hacer del hombre, sino una obra divina. Es importante ayudar a los fieles a darse cuenta de que el acto de culto no es el fruto de una "actividad" —un "producto", un "mérito", una "ganancia"—, sino la expresión de un misterio, de algo que no puede ser totalmente comprendido sino que exige ser acogido más que racionalizado. Se trata de un acto puramente libre de cualquier aspecto de eficiencia. La actitud del creyente en la liturgia se caracteriza por su capacidad de recibir, condición del progreso en la vida espiritual. Esa manera de situarse ya no es espontánea en una cultura en la que el racionalismo pretende dirigirlo todo, incluso los sentimientos más íntimos.
No es menos urgente favorecer la creación artística por un arte sagrado apto para acompañar y sostener la celebración de los misterios de la fe, devolver su belleza a los edificios del culto y a los ornamentos litúrgicos. Así, las liturgias serán, con seguridad, acogedoras, pero sobre todo capaces de comunicar el significado auténtico de la liturgia cristiana favoreciendo la plena participación de los fieles en los misterios, según el deseo expresado varias veces por los Padres del Sínodo de los obispos sobre la Eucaristía.
Ciertamente, las iglesias tienen que ser estéticamente bellas, bien decoradas, las liturgias deben ir acompañadas de hermosos cantos y piezas musicales de valor, las celebraciones dignas y las predicaciones preparadas, pero no es eso, en definitiva, lo que representa la via pulchritudinis y que nos transforma. No son más que las condiciones que facilitan la actuación de la gracia de Dios. Por tanto, se trata de educar a los fieles a no dejar sitio sólo a la dimensión estética, por más sugestiva que sea, y ayudarlos a comprender que la Liturgia es un acto divino que no se deja condicionar por un ambiente, por el clima, ni siquiera por las rúbricas, porque es misterio de la fe celebrado en la iglesia.
CONCLUSIÓN
Proponer la vía pulchritudinis como camino de evangelización y de diálogo significa partir de una interrogación corriente, a veces latente, pero siempre presente en el corazón del hombre: "¿Qué es la belleza?" Para conducir "a todos los hombres de buena voluntad en los cuales invisiblemente actúa la gracia" hacia "el hombre perfecto" que es la "imagen del Dios invisible" (Col 1, 15) (45).
Esta interrogación remonta a los orígenes de los tiempos como si el hombre estuviera buscando desesperadamente, después de la caída original, en el mundo la belleza para siempre fuera de su alcance. Esta interrogación recorre la historia bajo múltiples formas y la profusión de una multitud de obras de belleza en todas las civilizaciones no alcanza para saciar esta se. Pilatos hace a Cristo la pregunta sobre la verdad. Cristo no da una respuesta, o más bien su respuesta es el silencio: En realidad no la dice, pero la alcanza sin palabras en lo más íntimo del ser. Jesús se había revelado a sus discípulos: "yo soy el Camino, la Verdad y la Vida". Ahora calla. Dentro de un instante va a mostrar el camino, camino de la verdad, que termina en la cruz, misterio de sabiduría. Pilatos no comprende nada pero misteriosamente se da respuesta a su pregunta él mismo: "¿qué es la verdad?". Delante del pueblo grita: "He aquí el hombre". Este es Cristo que es la verdad.
Si la belleza es el resplandor de la verdad entonces nuestra interrogación se une a la de Pilatos y la respuesta es la misma: es Jesús mismo que es la Hermosura. Él se manifiesta desde el monte Tabor hasta el monte de la cruz para iluminar el misterio del hombre, desfigurado por el pecado, pero purificado y recreado por el amor redentor. Jesús no es un camino entre otros, una verdad entre otras, una belleza entre otras. El no propone una vida entre otras: él es el camino viviente que conduce a la verdad viviente que da la vida. Hermosura suprema, resplandor de la verdad, Jesús es la fuente de toda belleza porquem como Verbo de Dios hecho carne, es la manifestación del Padre: "el que me ha visto a mi ha visto al Padre" (Jn 14, 9).
Las cima, el arquetipo de toda la belleza se manifiesta en el rostro del Hijo del hombre crucificado en la cruz, el hombre de los dolores, revelación del amor infinito de Dios quien en su misericordia por sus criaturas restaura la belleza perdida por la falta original. "La belleza salvará al mundo" porque esta belleza es el Cristo, única belleza que es un desafío al mal, que triunfa sobre la muerte. Por amor, el "más hermoso de los hijos del hombre" se ha hecho "hombre de los dolores", "sin belleza ni aspecto que pueda atraer nuestras miradas" (Is 2), y ha devuelto así al hombre, a todo hombre, en plenitud su belleza, su dignidad y su verdadera grandeza. En Cristo y solamente en Él nuestra vía crucis se transforma en la de Él, en via lucis y en vía pulchritudinis.
La Iglesia del tercer milenio está en búsqueda de esta belleza presente en el encuentro con su Señor, y, con Él, en el diálogo de amor de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo. En el corazón de las culturas, para responder a sus angustias, sus alegrías y sus esperanzas, ella no se cansa de profesar con el Papa Benito XVI: "Aquel que hace entrar a Cristo no pierde nada, nada - absolutamente nada de lo que hace que la vida sea libre, hermosa y grande. ¡No! En esta amistad lo único que sucede es que se abren grandes las puertas de la vida. En esta amistad solamente se desvelan realmente las grandes potencialidades de la condición humana. En esta amistad solamente se da la experiencia de lo que es hermoso y de lo que libera" (46).
Notas
[1] Cf. Culturas y fe, Ciudad del Vaticano, n° 2, 2002. [2] Cf. el documento - Dónde está tu Dios ? La fe cristiana ante la increencia religiosa, Chicago 2004
[3] Cf. R. Rémond, Le Christianisme en accusation, Paris 2000 ; Le nouvel antichristianisme, ibid., 2005. [4] Además de los textos de la Plenaria 2004, cf. Jesucristo portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la “Nueva Era“. [5] Benedicto XVI, Homilía de la misa de Inauguración Pontificia, le 24 abril de 2005. [6] Juan Pablo II, Carta a los artistas, 4 abril de 1999, n. 3. [7] Juan Pablo II, Fides et ratio, 14 septiembre de 1998, n. 103. [8] Para una reflexión sobre la filosofía del hombre y sobre la actividad artística, vea M.-D. Philippe, L’activité artistique. Philosophie du faire, 2 vol., Paris 1969-1970, con una importante bibliografía. Para una reflexión teológica, vea B. Forte, Al umbral de la belleza. Para una estética teológica; Inquietudes de transcendencia, cap. 3; La belleza de Dios. Escritos y discursos 2004-2005. [9] Juan Pablo II, Fides et ratio, op. cit., n. 83. [10] San Agustín, Confesiones, X, 27. [11] H. Urs Von Balthasar, La Gloria y la Cruz. Los aspectos estéticos de la Revelación. [12] Discursos para el Premio Nobel, in Œuvres, t. IX, YMCA Press, Vermont-Paris 1981, p. 9. [13] D. M. Turoldo, “Bellezza“, in Nuovo Dizionario di Mariologia, Ed. Paoline, 1985, p. 222-223. [14] El Papa Juan Pablo II ha retomado esta afirmación esencial en su carta los artistas, n. 11. [15] Cf. Juan Scotus Eriugena, De divisione naturae 1.3, y San Buenaventura, Collationes in Hexaemeron II, 27. [16] Cf. Consejo Pontificio de la Cultura, Para una pastoral de la cultura, Téqui, 1999, n. 35. [17] Cfr. The Human Search for Truth: Philosophy, Science, Theology. International Conference on Science and Faith. The Vatican 23-25 may 2000, Saint Joseph’s University Press, Philadelphia, USA, 2002; tr. it. L’uomo alla ricerca della verità. Filosofia, scienza, teologia: prospettive per il terzo millennio. Conferenza internazionale su scienza e fede – Città del Vaticano, 23-25 maggio 2000, Vita e Pensiero, Milano 2005. [18] San Buenaventura, Legenda Maior, IX. [19] Cf. Juan Pablo II, carta apostólica Duodecimum Saeculum, 4 de diciembre 1987, C. IV : El arte cristiano auténtico, N. 10-11. [20] Juan Pablo II, Carta los artistas, n. 12-13. [21] Cf. Associazione Arte e Spiritualità, Sulla via della Bellezza. Paolo VI e gli artisti, Cahier n. 3, Brescia 2003, p. 71-76. [22] Cf. D. Ponnau, dans Forme et sens. Colloque de formation à la dimension religieuse du patrimoine culturel, Ecole du Louvre, Paris, 1997, p. 20. [23] Catecismo de la Iglesia Católica, compendio. [24] L’Osservatore Romano, , n. 15, 12 abril 1988, p. 13. [25] E. Berthoud, 2000 ans d’art chrétien, CLD, 1998. [26] Juan Pablo II, Carta a los artistas, op. cit., n. 12 et 8. [27] M. Quenot, Du Dieu-homme à l’homme-Dieu. De l’icône du Christ à l’icône des saints, Cerf, 2004, avec 150 illustrations. [28] San Ireneo, Adversus hæreses, IV, 20, 7. [29] C. Schönborn, EL ICONO DE CRISTO. Cf. también Paul Evdokimov, El arte del icono. Teología de la Belleza. [30] Cf. n° 17 : Art et loisir et surtout n 36 : L’art et les artistes. [31] Cf. la carta circular de la Comisión Pontificia para los Bienes eclesiales en los seminarios, 15 de octubre 1992; la nota pastoral de la conferencia episcopal regional de Toscana: La vita si è fatta visibile. La comunicazione della fede attraverso l’Arte, 23 de febrero 1997, y la de la Oficina Nacional para los Bienes Culturales Eclesiásitcos de la Conferencia Episcopal Italiana: Spirito Creatore, 30 noviembre 1997. [32] Cf. M. G. Riva, Nell’arte lo stupore di una Presenza, San Paolo, Milano, 2004. [33] E. Bianchi Perché e come evangelizzare di fronte all’indifferentismo, in “Vita e pensiero“ 2, 2005, p. 92-93. [34] D. Barsotti, El misterio cristiano en el año litúrgico, 2004. [35] P. Florenskij, Los umbrales reales. Ensayo sobre el icono, 1999. [36] Cf. nota 27. [37] Card. J. Ratzinger, Eucaristía y misión, en Liturgia y Misión, Centre international d’études liturgiques, Paris, 2002, p. 13-16. [38] Cf. P. Claudel, Ma conversion, dans Contacts et circonstances, Gallimard, 1940, p. 11 sq ; repris dans Ecclesia, Lectures chrétiennes, Paris, No 1, avril 1949, p. 53-58. [39] Urs von Balthasar, La Gloria y la Cruz, op.cit., p. 373. [40] Cf. T. Verdon, Vedere il mistero. Il genio artistico della liturgia cattolica, Mondatori 2003. [41] Cf. también la Exhortación apostólica post sinodal Ecclesia in Europa, 28 de junio 2003, n. 66-73; Encíclica Ecclesia de Eucharistia, 17 de abril 2003; Carta apostólica Mane nobiscum, 17 octobre 2004. [42] Cf. por ejemplo: C.M. Martini, Quelle beauté sauvera le monde? Lettre pastorale 1999-2000, Milan 1999 ; B. Forte, Pourquoi aller à la messe le dimanche. L’Eucharistie et la beauté de Dieu, Cinisello Balsamo 2004 ; G. Vecerrica, Diamo forma alla bellezza della vita cristiana, Lettera pastorale, Fabriano 2006. [43] Cf. Academia Pontificia Marial Internacional, La Madre del Señor. Memoria, presencia, esperanza, Ciudad del Vaticano, 2000, p. 40-42. [44] San Agustín, La Ciudad de Dios, XXII, 30, 5. [45] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 22. [46] Benedicto XVI, Homilía de la misa inaugural de su pontificado, 24 avril 2005.
- La Via Pulchritudinis [1]