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Domingo, 22 de diciembre de 2024

Campanas

De Enciclopedia Católica

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(NOTA: Este artículo fue escrito en 1908 y está en proceso de ser actualizado.)

Origen

Es un hecho indiscutible que las campanas, en todo caso, las campanas de mano de tamaño relativamente pequeño, eran conocidas en todas las principales naciones de la antigüedad. La evidencia arqueológica para esta conclusión se ha recogido en la monografía del abate Morillot y es bastante abrumadora. Todavía se conservan ejemplares de las campanas utilizadas en la antigua Babilonia y en Egipto, así como por los romanos y los griegos, mientras que la campana, sin duda, figuraba con no menos prominencia en civilizaciones tan independientes como las de China y el Indostán. Por lo tanto no hay ninguna razón para que los cascabeles del efod del sumo sacerdote (Éx. 28,33) no deberían haber sido campanillas de forma normal. Además se puede inferir, a partir de los fines para los cuales fueron utilizados, que los tintinnabula de los cuales leemos en los clásicos, al menos en algunos casos, deben haber presagiado las campanas de mano de mayor tamaño. Vea, por ejemplo, Marcial, "Epig.", XIV, 161, donde se hace la señal para la apertura de los baños con un tintinnabulum también descrito como œs thermarum. No obstante, no admite una respuesta la pregunta de si en los tiempos pre-cristianos se conocía algo que correspondiese en tamaño a una campana de iglesia. No sólo ignoramos las dimensiones, sino también la forma del kodon que se utilizaba, por ejemplo, para anunciar la apertura de los mercados públicos (Cf. Estrabón, Geogr., IV, XXI). Traducimos la palabra como campana, pero es posible que fuese más correctamente traducido como gong o platillos. El oficial que hacía la ronda de los centinelas en la noche llevaba un kodon (Thucyd., IV, CXXXV;.. Aristof, Aves, 842 ss.), y es difícil creer que algo parecido a una campana ordinaria pudiese haber sido utilizado para una tarea en que la evitación de ruidos accidentales debió haber sido a menudo de la mayor importancia.

Al llegar a la era cristiana nos encontramos con la misma dificultad. Se introdujo un nuevo conjunto de términos, signum, campana, docca, nola, que son comúnmente traducidos como "campana", y es cierto que en un período posterior se utilizaron todos para designar las que eran, en el sentido más estricto, "campanas de iglesia" de gran tamaño. El primer escritor cristiano que habla frecuentemente de las campanas (signa) es San Gregorio de Tours (c. 585). Vemos que eran golpeadas o sacudidas, y encontramos la mención de una cuerda que se usaba con este propósito (funem illum de quo signum commovetur, "De Vitâ Martini", I, XXVIII) mientras que respecto al uso de estas signa parece que sonaban antes de los servicios religiosos y que despertaban a los monjes. Una vez más, la palabra signum aparece en la casi contemporánea "Vida de San Columbano" (615), pues cuando uno de los monjes estaba agonizando se dice que Columbano reunió a la comunidad mediante el tañido de la campana (signo tacto omnes adesse imperavit, Krusch, "Scrip. Merov.", IV, 85). Expresiones similares, signo tacto, o cum exauditum fuerit signum, se ven en las Constituciones atribuidas a San Cesáreo de Arles (c. 513) y en la Regla de San Benito (c. 540). Además, si se puede aceptar de forma segura la opinión de Ferotin de fecha muy temprana de los ordinales españoles que él ha publicado (Monumenta Liturgica, V), es posible que las campanas grandes fuesen de uso común en España en esa misma época. Aun así, hay que recordar que signum denotaba sobre todo una señal, y no debemos apresurarnos demasiado en atribuirle un significado específico en lugar de uno genérico cuando los escritores merovingios la utilizaron por primera vez.

Una vez más, la palabra campana, que incluso en la Edad Media sin duda significó una campana de la iglesia y nada más, apareció por primera vez, si la "Anecdota Cassinensia" (pág. 6) de Reifferscheid puede ser confiable, en el sur de Italia (c. 515) en una carta del diácono Ferrando al abad Eugipio. Se ha sugerido, a partir de una inscripción en latín relacionada con los Hermanos Arval (C.I., L. VI, no. 2067), que anteriormente se utilizaba para designar una especie de vasija de bronce. Sin embargo, antes de la última parte del siglo VII no parece haber disponible ejemplos de campana bastante satisfactorios en la Iglesia Latina, y entonces se encuentra en el Norte. Es utilizada por Cumiano en Iona (c. 665) y por Beda en Nortumbria ( c. 710), y con frecuencia en otros lugares después de esa fecha. En Roma, el "Liber Pontificalis" nos dice que el Papa Esteban II (752-757) erigió un campanario con tres campanas (campanae) en la Basílica de San Pedro. Fue probablemente este nombre que llevó a Estrabón, en la primera mitad del siglo IX, a hacer la afirmación de que las campanas eran de origen italiano y que procedían de Campania y, más concretamente de la ciudad de Nola. Escritores posteriores fueron más allá y atribuyeron la invención a San Paulino de Nola, pero esto es sumamente improbable, puesto que San Paulino mismo no hace mención de las campanas en la descripción minuciosa que ha dejado de su propia iglesia.

La palabra clocca (francés, cloche; alemán, Glocke; inglés, clock) es interesante porque en este caso se conoce exactamente qué denota la misma. Sin duda fue de origen irlandés y apareció en fecha temprana, tanto en latín como en la forma irlandesa clog. Así se encuentra en el Libro de Armagh y es utilizada por Adamnan en su vida de San Columbkill, escrito alrededor del año 685. Los misioneros irlandeses e ingleses sin duda la importaron a Alemania, donde aparece más de una vez en el Sacramentario de Gellone. Es evidente que en las tierras celtas primitivas se le adjudicó una importancia extraordinaria a las campanas. Existe todavía un número muy grande de estas campanas antiguas, más de sesenta en total ---la inmensa mayoría irlandesas. Muchas de ellas tienen fama de haber pertenecido a santos irlandeses y de participar del carácter de las reliquias. La más famosa es la de San Patricio, la clog-an-edachta, "campana-del-testamento", que ahora se conserva en el Museo de la Real Academia Irlandesa, Dublín. No parece haber razones de peso para dudar que esta fuese la campana que se encontraba sobre el pecho de San Patricio y que fue sacada de su tumba en el año 552. Como la mayoría de estas campanas, tenía un custodio oficial y hereditario (en este caso llamado Mulholland) en cuyo poder permaneció, siendo transmitida durante siglos de padres a hijos.

Otras campanas similares tempranas son las de San Senan (c. 540) y San Mura; hay varias en Escocia y Gales, una en San Gall en Suiza, una conocida como la Saufang en Colonia, y otra en Noyon, Francia. Hay abrumadora evidencia para la extraordinaria veneración que se le tenía a estas campanas en las tierras celtas. Incluso Giraldo Cambrense señala en el siglo XII que sobre ellas se tomaba la forma más solemne de juramento. También eran llevadas a la batalla, y aunque los primeros ejemplares no son más que groseros cencerros en forma de cuña y hechos de planchas de hierro dobladas y rudamente remachadas, aun así en una fecha posterior a menudo estaban encerradas en envases o "urnas" de la más rica mano de obra. El relicario de la campana de San Patricio lleva una inscripción de cierta longitud por la que nos enteramos que este hermoso ejemplar del arte del joyero debió haber sido hecha para el año 1005.

La historia tiende a repetirse, y si recordamos el importante papel que desempeñó en el trabajo misionero de San Francisco Javier la campanilla con la que reunía alrededor de él a los niños, los ociosos o a los curiosos, tendremos probablemente un esbozo de la íntima asociación de estas primeras campanas celtas con el trabajo del cristianismo. Cuando en 1683 el padre Maunoir, el gran misionero bretón, tuvo que renunciar por fin a otras expediciones, la campana que entregó a su sucesor fue considerada como una especie de investidura. Cabe señalar que a las famosas torres redondas de Irlanda, que ahora se reconoce en general que fueron lugares de refugio contra las incursiones de los daneses y otros merodeadores, se les llamaba comúnmente cloc teach. Las campanas que se almacenaban allí ocasionalmente por razones de seguridad parecen haber sido consideradas como el más preciado de sus tesoros y de esta circunstancia las torres probablemente derivaron su nombre, aunque, por supuesto, es posible que en algunos casos sirvieran como campanarios en el sentido más ordinario.

El gran desarrollo en el uso de las campanas puede ser relacionado con el siglo VIII. Fue entonces cuando, al parecer, comenzaron a ser consideradas como una parte esencial del equipo de cada iglesia, y también cuando se generalizó la práctica de bendecirlas con una forma especial de consagración. Si se interpreta literalmente un pasaje muy conocido de Beda (Hist. Eccl., IV, XXI), tendríamos que creer que ya en el año 680, la campana que sonó en Whitby por el fallecimiento de Santa Hilda se escuchó en Hackness a trece millas de distancia. Pero todo el conjunto de la historia implica que Beda consideró el hecho como milagroso y que la distancia puede muy bien haber sido treinta millas como trece. Por otro lado, está claro que en el siglo VIII se comenzó a construir las torres de las iglesias con el propósito expreso de colgar las campanas en ellas, lo que implica que las campanas debieron ir aumentando de tamaño. Ya se ha señalado el caso de la Basílica de San Pedro en Roma. Así, en los anales de San Vandrille (cap. X, p. 33) leemos que en la época de Ermhario (m. 738) ese abad mandó a hacer una campana para ser colgada en la pequeña torre (turricula) "según es la costumbre de tales iglesias"; mientras que "Monaco Sangallensis" (De Carlo Magno, I, XXXI) cuenta la historia de un fundidor de campana monástico que le pidió a Carlomagno cien libras de plata con una cantidad proporcional de cobre para proporcionar materiales para una sola campana. En cualquier caso lo cierto es a partir de los “Capitulares" de Carlomagno, así como de Alcuino, Amalario y otros escritores de principios del siglo IX, que por aquel entonces se esperaba que en los dominios francos todas las iglesias parroquiales tuviesen al menos una campana.

En el siglo siguiente Regino de Prum, al hacer una lista de preguntas a hacerse en una visita episcopal, puso en el primer lugar una pregunta acerca de las campanas de la iglesia. Al ver que la evidencia más clara de la popularidad de las campanas de la iglesia en los tiempos carolingios se encuentra en regiones donde prevaleció la influencia de los misioneros irlandeses o ingleses, tal vez se puede concluir que este desarrollo debe atribuirse a la influencia celta. La campanilla del misionero, con la que reunía a su congregación al aire libre, pronto se volvería sagrada como una cosa asociada inmediatamente con él y su obra. Por otra parte, crecería la idea de que no se celebraría ningún servicio religioso sin alguna llamada preliminar de una campana. Aunque no tenemos rastros de la utilización de signa y campanæ en los monasterios antes de que los irlandeses se convirtiesen en misioneros, no hay pruebas que demuestren que se trate de campanas en lugar de gongs. Por otro lado, el semantron, que se utilizaba para anunciar el inicio del servicio en los monasterios griegos, era una placa plana de metal y su nombre (de semainein, "para hacer una señal") es, obviamente, el equivalente a signum. Además también encontramos en un antiguo glosario del siglo X que la palabra griega tumpanon (tambor) se da como el equivalente de campanum (Corpus Glossariorum Latinorum, III, 24). Al mismo tiempo, podemos rastrear en la propia Irlanda una evolución gradual de la forma de la campana, que pasó del pequeño cencerro de hierro remachado al instrumento de bronce fundido de tamaño considerable, que casi se aproxima a la campana con la que estamos familiarizados hoy día.

Bendición

Desde el comienzo del siglo XVI ha habido mucha controversia sin sentido sobre la cuestión del llamado "bautismo" de las campanas. Los críticos protestantes, siguiendo el ejemplo de Lutero mismo, han manifestado que encuentran en el rito no sólo superstición, sino una profanación del sacramento. Pero uno muy bien podría escandalizarse por el ceremonial que se sigue usualmente en el lanzamiento y bautizo de un barco. La frase "el bautismo de las campanas" es sólo popular y metafórica. Se ha tolerado, pero nunca ha sido formalmente reconocida por la Iglesia (Ben XIV, XIV, Instit., 47, n. 33). Cada niño católico es consciente de que la esencia del Sacramento del bautismo consiste en la forma: "Yo te bautizo", etc., pero no se conoce que ningún ritual debidamente autorizado para la bendición de las campanas contenga una frase que pueda ser considerada como un equivalente o parodia de estas palabras. Algunas "agendas" locales en las que se encuentra algo por el estilo, por ejemplo en Colonia (ver Schonfelder, Liturgische Bibliothek, I, 99-100) parecen no haber recibido ningún reconocimiento oficial (cf. The Month, sept. 1907). Por otro lado, el ceremonial de la Iglesia a menudo es imitativo.

El rito de bendición de las palmas sigue de cerca la disposición de las partes variables del Misa. El orden para la coronación de un rey lo copia tan cerca para la consagración de un obispo que los escritores anglicano han afirmado que el rey es una “persona espiritual", dotado de facultades episcopales. Por lo tanto, no sería de extrañar que en el "Benedictio Signi vel Campanae" se deba rastrear una cierta semejanza a los detalles en el ritual del bautismo. Se utilizan exorcismos, y agua y sal y unciones con los santos óleos; la campana recibe un nombre, y anteriormente, por lo menos, el nombre era sugerido por un "padrino". Pero para toda la controversia las similitudes son realmente muy superficiales.

El siguiente es un resumen de la ceremonia usada actualmente, de la cual los pontificales medievales difieren solo ligeramente. El obispo, en vestimentas blancas, primero recita siete Salmos con su clero acompañante para implorar la ayuda divina. Luego mezcla sal con agua, recitando oraciones de exorcismo análogas a las que siempre se utiliza en la preparación del agua bendita, pero haciendo especial referencia a la campana y las malas influencias del aire ---fantasmas, tormentas, relámpagos---, que amenazan la paz de los cristianos devotos que acuden a la iglesia para cantar las alabanzas a Dios. Entonces el obispo y sus acompañantes "lavan" (lavant) la campana por dentro y por fuera con el agua así preparada y la secan con toallas, mientras se canta el salmo "Laudate Dominum de coelis" (Salmo 148) y otros cinco de contenido similar. Estos son seguidos por diversas unciones; las del exterior de la campana se hacen con el aceite de los enfermos en siete lugares, y las del interior, con el crisma en cuatro lugares. En las oraciones acompañantes se hace mención de las trompetas de plata de la Antigua Ley y de la caída de los muros de Jericó, mientras que se pide una vez más la protección contra los poderes del aire, y se anima a los fieles a refugiarse bajo el signo de la Santa Cruz. En este sentido, el prólogo de la “Leyenda Dorada” de Longfellow deja una impresión correcta en términos generales, a pesar de la declaración inexacta:

Pues esas campanas han sido ungidas,
y bautizadas con agua bendita.

Debe notarse que al hacer las unciones, y no en el lavado de la campana, se utiliza una forma que introduce al santo patrón: "¡Que esta campana sea + santificada, oh, Señor, y + consagrada en el nombre del + Padre, y del + Hijo y del + Espíritu Santo. En honor de San N. La paz sea contigo". Por último, el incensario con incienso (thymiama) y la mirra se colocan debajo de la campana para que el humo pueda llenar su concavidad. A continuación, se dice otra oración con significado semejante a la anterior, y la ceremonia finaliza con la lectura del pasaje del Evangelio (Lc. 10,40) sobre Marta y María.

En todos los aspectos esenciales este ritual coincide con el utilizado en tiempos carolingios, el cual se encuentra en muchos manuscritos, y que data probablemente ya del pontificado de Egberto de York a mediados del siglo VIII. El lavado y las unciones fueron prescritos, como en la actualidad, pero desde antiguo no encontramos rastro de la forma de palabras o del darle nombre que ahora acompaña a las unciones. Por muchas razones parece altamente improbable que el ritual de la bendición de las campanas, el cual ha estado así en uso en la Iglesia durante casi 1.200 años, fuese compuesto con cualquier diseño de imitación de las ceremonias del bautismo. En primer lugar, no hay una triple inmersión, ni siquiera en sentido estricto ningún derramamiento de agua. La campana es "lavada" por el obispo y sus ayudantes, al igual que los altares son lavados el Jueves Santo. Además no hay nada en absoluto que recuerde la ceremonia ephpheta, sin embargo, este es el único detalle en el rito del bautismo que parecería en su lugar si el ritual se transfiriese a una campana.

Contra el argumento utilizado por los reformadores de que Carlomagno en sus capitulares decretó ut cloccas baptizent, se puede presentar como una explicación muy natural de esta ordenanza que pudo haber comenzado a crecer alguna práctica que parecía parodiar muy de cerca el rito del bautismo, y que la prevalencia de nuestro menos objetable ceremonial actual fue precisamente el resultado de la intervención de Carlomagno. Es probable que una rúbrica encontrada en uno o dos, pero no más, de los pontificales existentes, "Tunc sub trina, infusione aquae sancta impone ei [es decir, campan] nomen, si velis", conserve la huella de la práctica que Carlomagno condena. Algunos ordinales españoles, cuyos originales deben datar del siglo VII o antes, contienen un rito muy diferente para la bendición de las campanas (Férotin, Monumenta Litúrgica, V, 160). Aquí no hay mención de unciones o de cualquier lavado con agua bendita, pero hay exorcismos y oraciones del mismo tenor general que las que se encuentran en el Pontifical Romano. Indirectamente, este ritual español, al hablar de "hoc vas concretum generibus metallorum", demuestra que desde una fecha temprana se usaba una combinación de metales para la fundición de las campanas.

Usos

El primer uso eclesiástico de las campanas fue para anunciar la hora de los servicios de la Iglesia. Es evidente que en los días previos a los relojes alguna señal de este tipo debió haber sido una necesidad, sobre todo en las comunidades religiosas que se reunían varias veces al día a cantar las divinas alabanzas. Leemos que entre los cenobitas egipcios se utilizaba una trompeta para ese propósito; los griegos golpeaban con un martillo una tabla de madera o de lámina de metal; en Occidente finalmente prevaleció el uso de las campanas. No hay evidencia confiable de que en la época merovingia existiesen campanas grandes capaces de ser oídas a distancia, pero, a medida que se hizo necesario llamar a la iglesia a los habitantes de la ciudad o aldea, se construyeron campanarios o torres para campanas, y las campanas aumentaron de tamaño, y ya en el siglo VIII se habla de dos o más campanas en la misma iglesia. Tal vez estas al principio estaban destinadas a reforzarse mutuamente y añadirle volumen al sonido. Pero en cualquier caso se convirtió con el tiempo en un principio reconocido que el classicum, el choque de varias campanas sonando a la vez, constituía un elemento de alegría y solemnidad como corresponde a las grandes fiestas (Ruperto de Deutz, Div. Offic., I, 16). Algunos ceremoniales medievales muestran que donde había muchas campanas, cada una era utilizada con un propósito diferente. Incluso en las iglesias parroquiales ordinarias se acostumbraba a llamar, no sólo para la Misa, sino antes de maitines y vísperas (Hartzheim, IV, 247; V, 327), mientras que las diferencias en la forma de tocarlas y el número de campanas empleadas indicaban el grado de la fiesta, la naturaleza del servicio, el hecho de que se predicaría un sermón y muchos otros detalles. Todavía sobrevive aquí y allá la costumbre de hacer estos anuncios con la campana. Así, en Roma, la noche antes de un día de ayuno, se hace sonar las campanas durante un cuarto de hora en todas las parroquias para recordar a la gente de su obligación al día siguiente.

Algunas líneas someras citadas en la glosa del "Corpus Juris", y a menudo encontradas en las inscripciones, describen las funciones principales de una campana (cf. Longfellow, La Leyenda Dorada):

Lando Deum verum, plebem voco, congrego clerum, Defunctos ploro, nimbum fugo, festa decoro.”
(Yo alabo al Dios verdadero, convoco a la gente, reúno al clero; lloro por los difuntos, disperso las nubes de tormenta, honro las fiestas.)

O de otro modo:

Funera plango, fulmina frango, sabbata pango, excito lentos, dissipo ventos, paco cruentos.”
(En las exequias lloro, disperso los rayos, sueno en los días de reposo; apresuro a los perezosos, ahuyento las tormentas, proclamo la paz después del derramamiento de sangre.)

Bajo defunctos ploro podemos contar el "toque de difuntos", que en su sentido estricto es un uso de fecha muy temprana. En todas las órdenes monásticas, cuando cualquiera de la comunidad parecía estar a punto de morir, se daba una señal para sonar una campana o golpear una tabla de madera (tabula), ya sea para convocar a los monjes a su lado o para exhortarlos a orar (ver Eddius, Vita Wilfridi, 64). Esto luego se extendió a las iglesias parroquiales, en las cuales se tocaba una campana para anunciar que un parroquiano estaba en su agonía, que al parecer se desarrolló luego en un toque de campana después de su muerte para pedir oraciones por su alma. Estas prácticas estaban tan arraigadas en Inglaterra que fue imposible abolirlas por completo durante la Reforma. Por lo tanto los "cánones" de la Iglesia de Inglaterra prescriben (Can LXVII): “Cuando alguno pasa de esta vida se tañerá una campana y el ministro entonces no dejará de cumplir con su último deber. Y después de la muerte del partido, si así sucediese, no se tocará más que un repique corto, y uno antes del entierro y otro después". "Aunque el tañido de la campana", dice Ellacombe, "se ha prescrito para cuatro ocasiones distintas, la costumbre moderna la ha limitado a dos: en primer lugar, después de la muerte de un parroquiano, a la que el término toque de difuntos ha sido incorrectamente transferido; y la segunda vez durante la procesión del funeral desde la casa del difunto a la puerta o entrada de la iglesia".

En muchos lugares antes era habitual indicar el sexo, calidad o edad del difunto mediante alguna variación en el tipo de timbre. Así Durando en el siglo XIV ordenó que cuando alguien estuviese in extremis el toque de difuntos fuese de dos veces por una mujer, tres veces por un hombre, y un mayor número de veces para un clérigo, de acuerdo con las órdenes que hubiese recibido. Entre los pueblos celtas las antiguas campanillas que, como ya se ha señalado, eran tan profundamente veneradas en parte como objetos directamente relacionados con el culto a Dios y en parte como reliquias de los santos, por lo general se llevaban y tañían en los funerales. Para 1907 la campanilla de San Finnian se mantiene expuesta en el altar de una capilla en ruinas en uno de los barrios católicos de las Tierras Altas de Escocia. Se utiliza en los funerales, pero de lo contrario se queda sin protección, considerada con tan gran veneración que nadie se atreve a interferir con ella (véase Macdonald, Moidart, Oban, 1889, 120). En muchas partes de Francia había antiguamente cofradías de tañedores de campanillas que asistían regularmente a los funerales, y caminaban a la cabeza de la procesión. También desfilaban por las calles de noche y las tocaban para recordarle a la gente el orar por las almas santas. Esto sucedía sobre todo en la víspera de Todos los Santos y el día de Nochebuena (Morillot, Clochettes, 160 ss.).

En Roma, las parroquias tocan el "De Profundis" [Sal. 130(129)] una hora después del Avemaría. El Papa Clemente XII en 1736 concedió una indulgencia para esta práctica y trató de extenderla. Esta costumbre se observa en muchos otros lugares, particularmente en América del Norte.

El toque de queda (ignitegium), una advertencia para apagar los fuegos y las luces, tras el cual todos los personajes respetables se iban a casa a dormir, fue posiblemente de origen eclesiástico, pero parece haber sido tocado como regla con la campana de la ciudad (campana communiæ, bancloche). Sin embargo, en muchos casos una de las campanas de la iglesia se utilizaba para este y otros fines. En Inglaterra esto fue particularmente frecuente, y en muchos pueblos y parroquias pequeñas el toque de queda se tocaba en horas que variaban entre 8:00 a 10:00 pm.

El Ángelus o Avemaría puede o no haberse desarrollado a partir del toque de queda. Parece una buena razón creer que para este fin se utilizaba una campana especial, a menudo llamada la campana Gabriel. En la Edad Media parece que el Ángelus se tocaba comúnmente con tres repiques iguales, y este modo todavía se utiliza en muchos lugares. En Roma, donde el Ave María se canta una media hora después del atardecer, este método consiste de: tres golpes y una pausa, cuatro golpes y una pausa, cinco golpes y una pausa, un golpe final.

Desde la introducción de la elevación de la Hostia en la Misa a comienzos del siglo XIII, parece haber sido la costumbre el tañer una de las grandes campanas de la iglesia, en todo caso, durante la Misa principal, en el momento en que la Sagrada Hostia era levantada en alto. Esto era para avisar a la gente en el trabajo en los campos, para que se arrodillasen momentáneamente e hiciesen un acto de adoración. Sin embargo, parece probable que en Inglaterra comúnmente para este propósito no se tañía la campana grande sino una campanilla pequeña. Esta se llevaba a una ventana pequeña (ventana del lado bajo) normalmente cerrada por una persiana, y se sacaba por la abertura y se tocaba fuera de la iglesia. No está muy claro si ésta era distinta de la campanilla que las rúbricas de la Misa ordenan ahora que toque el servidor. Cabe señalar aquí que, en lo que se refiere a esta misma tintinnabulum, su uso varía mucho en diferentes países. En Bélgica, Francia y algunos otros lugares se toca esta pequeña campana también en la "elevación" antes del Padrenuestro. En Roma nunca se toca durante el Domino non sum dignus y no se utiliza en absoluto en las Misas celebradas por el Papa o por los cardenales.

En el rito de la bendición de las campanas se les aplica los versos “vox Domini in virtute”, “vox Domini in magnificentiâ” (Voz de Yahveh con fuerza, voz de Yahveh con majestad, Sal. 29(28),4). Es sin duda en virtud de la solemnidad que prestan a la adoración que el "Caeremoniale Episcoporum" ordena que se repiquen en honor del obispo durante su visita a la parroquia. La misma marca de respeto se observa en el caso de los príncipes seculares, mientras que ocasiones como las procesiones del Santísimo Sacramento, Te Deums solemnes, matrimonios y días de regocijo nacional se distinguen de manera similar. Por otro lado, en señal de duelo las campanas se silencian desde el Gloria de la Misa del Jueves Santo hasta el Gloria del Sábado Santo. Esta norma se remonta al siglo VIII y Amalario es la autoridad para la afirmación de que entonces, como ahora, en su lugar se utilizaba una carraca de madera. Una vez más la idea de vox Domini in virtute en recuerdo de su especial consagración ha llevado a que las campanas se repiquen en los momentos de tormenta y peligro percibido. La inscripción Salva Terra, que a menudo se encuentran en las viejas campanas del sur de Francia, parece hacer especial referencia a esta virtud de las campanas como sacramentales.

Arqueología e Inscripciones

Indudablemente, las campanas cristianas más antiguas existentes son de origen irlandés, o por lo menos céltico, de las cuales, como ya se dijo, se conserva un número sorprendentemente grande. Las primeras, hechas de placa de hierro curvado y remachado parecen haber sido sumergidas en bronce fundido, un proceso que probablemente mejoraba mucho su sonoridad. Algo más tarde se comenzó a fundir campanillas de bronce, y una muestra de este tipo (ocho pulgadas de diámetro y casi un pie de altura) pueden ser datadas con la ayuda de la inscripción que lleva “OR AR CHUMASCACH MC AILILLA” [Una oración sobre (es decir, para) Chumascach hijo de Aillil]. Ahora bien, como Chumascach, mayordomo de la Iglesia de Armagh, murió en 904, esta campana probablemente pertenece a los últimos años del siglo IX. Otra campana de fecha temprana, pero de tamaño pequeño (cinco y media pulgadas de alto y siete pulgadas de diámetro), se conserva en el Museo de Córdoba. Lleva la inscripción "Offert hoc munus Sanson abbatis [sic] in domum sancti Sebastiani martyris Christi era DCCCCLXIII". Esta es la era española y corresponde al año 925 d.C.

De campanas de iglesias propiamente dichas, los primeros ejemplares existentes parecen pertenecer a los siglos XI, XII y XIII. Ellas son en su mayoría de una especie de forma de colmena, dedal o barril, a veces desproporcionadamente amplio, a veces más estrecho, mientras que los lados son comúnmente lineales o incluso, en algunos pocos casos, convergen un poco hacia la parte inferior. También son a menudo perforadas con tres o cuatro pequeñas aberturas triangulares en la parte superior de la campana. Las inscripciones, cuando se producen, son grabadas y no como regla expresadas en relieve. La mayoría de ellas son muy cortas, pero esto es probablemente debido a la casualidad de que de las primeras campanas muy pocas han sobrevivido, pues no tenemos registro de inscripciones mucho más largas grabadas en las campanas de una fecha tan lejana como el siglo IX. Así Folcuin, que fue abad de Lobbes de 965 a 990, nos dice en su crónica de uno de sus predecesores Harbert (835-864), que tenía una campana hecha con esta inscripción:

Harberti imperio componor ab arte Paterni
Nee music docta en cantos modulabor amcenos
Nocte dieque vigil depromam carmina Christi.

Folcuino mismo erigió campanas que llevaban las palabras: "Jussu Fulcuini me condidit artificis manus Danielis, ad laudem triadis"; y "Fulcuinus Deo et patrono suo S. Ursmaro."

Esta última instancia, tal vez el ejemplo más antiguo de una campana con un nombre, arroja una interesante luz sobre el origen de la práctica de asignar las campanas a un patrón particular. Una vez más, sabemos que los cistercienses de Waverley, alrededor de 1239, tenían una campana hecha con la leyenda:

Dicer nomine quo to Virgo domestica Christi
Sum Domini praeco cuius tutela fuisti.

Y una inscripción aún más larga, que consta de cuatro líneas de hexámetros, era para ser leída sobra la campana llamada Edmundo de Bury, que data de alrededor de 1105. La campana de iglesia más antigua en existencia actualmente es, probablemente, la conocida como la campana de Lulio en Hersfeld, que puede pertenecer a la mitad del siglo XI, pero se dice que la más antigua que tiene una fecha determinada (es decir, 1164) es una en Iggensbach en Baviera. Se puede dudar, sin embargo, si ciertas campanas antiguas de Siena y otros lugares de Italia han sido suficientemente estudiadas (ver Ellacombe, 405, 530). En Inglaterra todavía sobreviven muchas campanas medievales, pero ninguna campana es de fecha más antigua que la Claughton en Lancashire, 1296. En cuanto a las letras de las inscripciones, basta con decir que mientras las primeras campanas a menudo muestran un estilo de carácter muy adornado, conocido como "coronado lombardo", los del siglo XV y finales del XIV se aproximan al gótico ordinario o tipo de "letra negra".

En cuanto a las inscripciones mismas, tanto el contenido como la redacción son infinitamente variadas. Algunas son bárbaras en la sintaxis y la métrica; las demás, evidentemente, han sido sometidas a algún tipo de revisión académica. Aunque la práctica de darle nombre a las campanas comenzó, según lo declarado por Baronio, con la dedicación de una campana a San Juan Bautista por el Papa Juan XIII (969), se apoya en evidencia poco satisfactoria, las campanas medievales existentes conservan alguna indicación del nombre por el que fueron llamadas. Un gran número, de una forma u otra, eran dedicadas a la Santísima Virgen, y la mayoría de ellas fueron utilizadas probablemente para el Ángelus o en la Misa de María. Las inscripciones varían de forma indefinida. Una de las más comunes era:

”Protege prece pia quos convoco sancta Maria”

O lo que es un poco más correcto métricamente:

Ora mente pia pro nobis Virgo Maria.

En Alemania una inscripción favorita para las campanas de María era:

Maria vocor. O rex glorae; veni cum pace .

Es casi seguro que esto se entendía como una referencia a la Encarnación, pues en muchos casos, esta leyenda se unía a las palabras: "Et homo factus est". Estas campanas eran utilizadas probablemente para el Ángelus.

Las campanas en honor a San Pedro eran también muy comunes. En Inglaterra nos encontramos con muchas inscripciones, como:

Petrus ad aetern ae ducat nos pascua vitae

o también:

Nomen Petri fero qui claviger exstat in aevo ”.

Fueron numerosas las inscripciones a los santos, en particular a San Gabriel para el Ángelus. Así, para poner un ejemplo inglés, tenemos en Shapwick, Dorset,

I Kateryne, Goddes derlyng, to thee Mari shal I synge”.

Entre las campanas francesas la alusión a la protección contra los poderes de las tinieblas era frecuente, y muchas campanas fueron llamadas Sauveterre. Así tenemos:

Jhs autem transiens per medium illorum ibat. Salva terre m'etais nominee.

O también encontramos solo:

Xtus vincit; Xtus regnat; Xtus imperat".

Las inscripciones fueron a menudo cronográficas. Así en una campana de 1659 tenemos:

Rupta bis ante fui nunc integra reddita cantem
Magno IgnI LIq VefaCta Deo reparata benigno.”

---las letras mayúsculas en la segunda línea dan la fecha MDCLVIIII.

Las inscripciones siguientes son de la campana principal de la Basílica de San Pedro en Roma. En la parte superior:

+”In nomine Domini Matris, Petrique Paulique,
Accipe devotum, parvum licet, accipe munus
Quod tibi Christe datum Petri Paulique triumphum
+Explicat, et nostram petit populique salutem
Ipsorum pietate dari meritisque refundi.
Et Verbum taro factum est.
+Anno milleno trecenteno cum quinquageno
Additis et tribus, Septembris mense, colatur.
Ponderat et mille decies septiesque librarum.
+Campanam hanc longo usu confractam non plus quam quatuordecim mille libras pendere compertum est; Benedictus XIV addito usque ad viginti mille libras metallo, conflari et denuo refici iussit, anno reparatae salutis MDCCXLVII.
+Eandem septimo vix exacto lustro, rimis actis inutilem, uno plus et viginti millibus pondo metalli repertam, Pius Sextus, Pont. Max. non mediocri metallo superaddito ad idem ponderis conflari fundique mandavit, anno Domini MDCCLXXXV, Pont. XI.

Aloysius eques Valadier construxit.

Para el crédito de la erudición del siglo XVIII, parece conveniente explicar que sólo la última parte de esta inscripción pertenece al pontificado de Pío VI. La primera parte, con sus irregularidades métricas es simplemente una copia de lo que se leía en la gran campana de la Basílica de San Pedro a principios del siglo XIV. Es probable que el metal provenía de la campana originalmente emitida por León IV en 850, o incluso antes, bajo el Papa Esteban II. Entonces, cuando el campanario fue incendiado en 1303, Bonifacio VIII mandó a hacer una nueva campana con la inscripción que se encuentra primero en la serie anterior. Sólo cincuenta años después, la torre fue alcanzada por un rayo, y se fundió una gran campana nueva (colatur , cf. El francés couler ) en septiembre de 1353. A continuación, Benedicto XIV mandó a refundir la campana a un mayor tamaño en 1747, y cuando esta se agrietó (rimis actis), el metal fue reutilizado por Luis Valadier para hacer la hermosa campana actual bajo Pío VI en 1785. (Ver Cancellieri, De Secretariis, Roma, 1786, III, 1357 y IV, 1995 ss.).

En cuanto al tamaño, cualquier desarrollo muy grande de las campanas era determinado probablemente por la dificultad mecánica de tañerlas. En Canterbury, por ejemplo, se habla de que se requería hasta veinticuatro hombres para tocar una campana, mientras que se necesitaban sesenta y tres hombres para el repique general de cinco (Ellacombe, 443). En el siglo XI se pensaba que una campana dada por el rey Roberto a la iglesia de Orleans era de un tamaño notable, pero pesaba poco más de una tonelada. Se dice que la campana "Cantabona" de la Beata Azelin en Hildesheim (siglo XI) pesaba alrededor de cuatro toneladas; una campana de Ruán de 1501 dieciséis toneladas, y la todavía existente "Maria Gloriosa" de la catedral de Erfurt, fundida en 1497, pesa trece toneladas. De las campanas modernas consagradas con los ritos de la Iglesia Católica, la más grande es el de la catedral de Colonia, que fue hecha con cañones franceses capturados, y pesa cerca de veintisiete toneladas. La de la iglesia del Sagrado Corazón en Montmartre pesa más de dieciocho, y otras en Viena y Ruán unas diecisiete. En la catedral católica de Montreal hay una campana de trece toneladas y media. La hermosísima campana de la Basílica de San Pedro, Roma, pesa cerca de nueve toneladas. Parece que las campanas gigantescas fundidas en Rusia, China, Japón y Birmania sólo se golpean con un martillo y nunca se “tocan” adecuadamente. La campana más grande en Inglaterra es la de la catedral de San Pablo, en Londres, que pesa diecisiete y media toneladas.

Cuestiones de derecho (hasta 1907)

En la Inglaterra medieval estaba claramente establecido que las campanas y cuerdas de las iglesias tenían que ser siempre a costa de los feligreses. El derecho canónico daba por sentado que una catedral tenía cinco o más campanas, una iglesia parroquial, de dos a tres, mientras que las iglesias de las órdenes mendicantes, como oratorios públicos, se limitaban inicialmente a una. La solemne ceremonia de bendición proporcionada en el pontifical sólo puede ser realizada por un obispo o un sacerdote con facultades especiales, y es sólo para ser empleada en el caso de las campanas destinadas al uso en las iglesias. El ritual provee una bendición simple para otras campanas. Existen numerosas prohibiciones en contra de las campanas eclesiásticas que se utilizan para fines "profanos", por ejemplo, para convocar a reuniones o simplemente para fiestas meramente seculares y, en particular, para ejecuciones.

En la legislación eclesiástica católica se mantiene el principio de que el control de las campanas descansa absolutamente en el clero. En las iglesias catedrales, de acuerdo con el "Ceremoniale Episcoporum", esta jurisdicción recae en el sacrista . En teoría, el tañido real de las campanas debe ser realizado por el ostiarius y en el otorgamiento de esta orden menor se le da al clérigo una campana para que la toque; pero desde hace siglos sus funciones han quedado obsoletas en todas partes, y se ha acostumbrado usar casi exclusivamente campaneros laicos.

Por último, cabe señalar una decisión de los tribunales seculares que figuran en un recurso interpuesto contra los Redentoristas de Clapham, Inglaterra, en 1851, por el cual se concedió una medida cautelar para evitar que estos padres tocaran sus campanas a ciertas horas, en las cuales, según decía la querella, tal tañido causaba razonable molestia para los residentes del barrio.


Fuente: Thurston, Herbert. "Bells." The Catholic Encyclopedia. Vol. 2. New York: Robert Appleton Company, 1907. 15 May 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/02418b.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.