Creencia
De Enciclopedia Católica
Creencia (be y lyian, querer, tener afecto a) es el estado de la mente por el cual ella asiente a proposiciones, no debido a su evidencia intrínseca, sino debido a su autoridad. Aunque el término se usa comúnmente en el lenguaje ordinario, así como en muchos escritos filosóficos, para cubrir un gran número de estados mentales, la cuasi-definición presentada es probablemente la mejor calculada para diferenciar la creencia de todas las otras formas de asentimiento mental. Al expresarlo, se respeta el motivo del asentimiento en lugar de su naturaleza; pues, dado que el asentimiento intelectual es en su naturaleza simple e indivisible, no se puede asignar proximae differentiae por la que pueda ser separado en varias especies. Como los objetos de la creencia, también son de naturaleza similar a los del conocimiento, opinión y duda, así, además no se puede hallar criterio de división en ellos (como en el caso de los objetos de las facultades separadas) para distinguirlos de otros estados mentales.
Santo Tomás de Aquino califica su definición de fe con la adición de la nota de certeza (Summa, I-II, Q. i, a.4). A pesar de que trata la fe como una virtud teologal en el artículo citado, sus palabras bien pueden extenderse para incluir la creencia como un estado puramente natural de la mente. Así se ve que cubre el asentimiento intelectual a las verdades aceptadas sobre autoridad, ya sea humana o divina. En el primer caso, la creencia puede ser designada por el sinónimo credibilidad; en el último, el término más habitual es fe. A menudo, también, creencia se utiliza en el sentido de fiducia o confianza; y esto especialmente en la teología protestante como un sustituto de fe.
Por la definición dada anteriormente podemos distinguir creencia:
- (1) de inteligencia en que la verdad de un hecho o proposición creída no se ve intuitivamente;
- (2) de ciencia o conocimiento, ya que no es cuestión de reducirlo a sus primeros principios:
- (3) de duda, puesto que la creencia es un asentimiento y positivo;
- (4) de la opinión y conjetura, en la cual el asentimiento no es completo.
Creencia, sin embargo, como ya se ha señalado, a menudo se usa indiscriminadamente para estos y para otros estados de la mente de los que, en aras de la exactitud, se debe distinguir tan cuidadosamente como sea posible. Aunque podemos conocer una cosa y al mismo tiempo creerla (como en el caso de la existencia de Dios, la cual es una realidad natural, así como una verdad revelada), es en interés de la claridad que debemos mantener la distinción establecida y no confundir la creencia con el conocimiento, debido al hecho de que la misma verdad puede ser al mismo tiempo el objeto de ambos.
Pero hay otro uso muy general del término creencia en el que se toma para designar asentimiento lo suficientemente completo como para excluir cualquier duda práctica y aún distinguible del asentimiento del conocimiento. En este uso no se tiene en cuenta la autoridad. Tenemos muchas convicciones que descansan sobre evidencia que no se presenta a nuestra mente con la suficiente claridad como para permitirnos decir que conocemos, sino abundantemente suficiente para que produzcamos un asentimiento prácticamente sin reservas. Si bien esto podría parecer que cae bajo el título escolástico de opinión, es el punto sobre el que se ha volcado la polémica que se ha librado desde que David Hume llevó la cuestión a prominencia sobre la cuestión filosófica. En pocas palabras, para seleccionar un cierto número de escritores típicos para examen, las cuestiones en juego son las mismas. ¿Hasta qué punto creemos —en el sentido de confiar en nuestras facultades naturales en sus informes y juicios; y hasta qué punto se puede decir que conocemos? Hume, de acuerdo con sus principios sensualistas, restringiría nuestro conocimiento a verdades puramente ideales. De acuerdo con el escéptico escocés, somos capaces de conocer tales principios ideales como los de la matemática, junto con las conclusiones que se derivan de ellos. Pero nuestra atribución de una realidad objetiva a lo que nos imaginamos que son las causas de las sensaciones es una creencia; así también lo son juicios tales como el del principio de causalidad. No podemos decir que conocemos, sino que creemos, que realmente hay tal relación como la de efecto a causa. Creemos esta, y otras verdades similares, a causa de un carácter peculiar de vivacidad, solidez, firmeza o estabilidad o vinculadas a nuestras concepciones de ellos. La división es una arbitraria y la explicación ofrecida en cuanto a la naturaleza de la creencia es insatisfactoria e insuficiente.
Del mismo modo, James Mill tendría como creencia el consentimiento dado a la realidad objetiva de los seres. Con él, la ocasión de la creencia es la asociación de ideas; o, más bien, como afirma erróneamente, la asociación de ideas es la creencia. Si la creencia es un estado de la mente en absoluto, apenas puede ser descrita como una asociación de ideas; tal asociación de este tipo podría a lo sumo ser considerada como una causa de la creencia. John Stuart Mill en su nota a el Análisis de su padre, hace de la creencia un hecho primitivo, la cual es imposible de analizar. Aunque Locke se ocupa de la creencia en detalle, no trata de analizarla o hacer algo más que asignar objetos a la misma e investigar los motivos de la credibilidad. Alexander Bain originalmente sostenía que la creencia es una función de la voluntad en lugar de un estado del intelecto. En su opinión era el desarrollo de la voluntad bajo la prosecución de los fines inmediatos. Más tarde modificó esta opinión, y, al tiempo que conservaba el carácter esencialmente volitivo y emocional, o tendencia, como causas, relegó el acto de creencia misma a la parte intelectual de la naturaleza del hombre.
El Padre Masher, S.J., cuyo admirable tratamiento de todo el tema debe ser consultado, presenta una crítica aguda de la posición del doctor Bain. Él señala:
- (1) que la disposición para actuar es un examen de la creencia, no la propia creencia;
- (2) que la creencia generalmente no es activa, sino característicamente pasiva;
- (3) que la credulidad primitiva, la cual Bain hace un factor principal en la creencia, implica un círculo vicioso, que explica, como lo hace, la creencia por la credulidad o creer.
Una parte considerable de la "Gramática del Asentimiento" se ocupa de este tema, aunque difícilmente hace frente al problema en las líneas anteriores. En su tratamiento de "asentimiento simple", y sobre todo en las secciones 4 y 5 del Capítulo IV, Par. 1, se puede encontrar la opinión del cardenal Newman. Él llama presunción al asentimiento nocional que damos a los primeros principios. No se puede decir que confiamos en nuestra capacidad de razonamiento o de memoria como facultades, aunque se puede suponer que tenemos confianza en cualquiera de sus actos particulares. Que la naturaleza externa existe es un primer principio y se basa en un instinto. El uso del término se justifica por la consideración de que la creación salvaje también lo posee. Además, "la creencia en la causalidad" es una de estas presunciones, y el asentimiento a ella es nocional. Pero, por otro lado, "creemos que sin lugar a dudas que existimos; que tenemos una identidad individual toda nuestra… que tenemos un sentido actual del bien y del mal, de lo correcto y lo incorrecto…". Además, “se reconoce demasiado ampliamente que el asentimiento en razonamientos no demostrativos es un acto irracional, a menos que la naturaleza humana sea irracional, demasiado familiar para el prudente y de mente clara como para ser una debilidad o extravagancia.”
Se debe notar que Newman (1) justifica la creencia como un asentimiento porque se basa en un uso común de la facultad racional. Los motivos demostrativos pueden faltar, pero la convicción no es, no obstante, ni una debilidad ni una extravagancia, sino racional. (2) Agrupa la creencia y el conocimiento juntos bajo la denominación de presunción sin trazar una línea dura y rápida entre ellos. Y de hecho, desde el punto de vista del simple asentimiento, no hay nada psicológico por lo que se han de distinguir: ya que el asentimiento mismo, como se ha señalado, es un hecho sencillo y último. La diferencia está en otra parte. En este sentido más amplio de creencia, ella se ha de encontrar en la causa antecedente del asentimiento. Pues el conocimiento allí será explícito, pues la creencia es implícita, la intuición o la evidencia.
De los filósofos alemanes que han tratado este tema, se puede consultar a Germar, Fechner y Ulrici. Germar limita la creencia a un asentimiento dado sin estar conscientes de sus causas o bases. En el caso en que las causas o fundamentos se conviertan en factores reales en el estado consciente, la creencia se eleva a la dignidad de conocimiento. La opinión de Kant, naturalmente, tiene la creencia como el resultado necesario de la razón práctica; se ha de considerar epistemológicamente en lugar de psicológicamente. Creemos en tales verdades que son requeridas por las exigencias de nuestra naturaleza moral. Y estas verdades tienen validez necesaria debido a los requerimientos de esa naturaleza moral. Necesitamos motivos sobre los cuales actuar. Estas creencias son prácticas y llevan a la acción. Todas las verdades naturales que aceptamos en la creencia concebiblemente podrían ser aceptadas como verdades del conocimiento. Lo implícito puede desarrollarse y llegar a ser explícito. Esto sucede con frecuencia en la experiencia ordinaria. Se puede aducir la evidencia para probar las afirmaciones. Del mismo modo, cualquier verdad del conocimiento puede ser aceptada como creencia. Lo que se dice que conoce un individuo puede ser, y a menudo es, aceptado por otro basado en su testimonio.
Una gran variedad de factores pueden desempeñar su rol en la génesis de la creencia. Estamos acostumbrados a asentir a proposiciones que no se puede decir que conocemos, debido a muchas causas diferentes. Algunas de ellas son a menudo insuficientes e incluso frívolas. Con frecuencia descubrimos que nuestras creencias no se basan en ningún fundamento estable, que deben ser reconstruidas o incluso suprimidas. Las razones comunes sobre las que la creencia puede basarse pueden reducirse a dos: el testimonio y la evidencia parcial de la razón. A veces se añade una tercera clase de causas de la creencia. El sentimiento, el deseo y el deseo de creer se han señalado como causas antecedentes del acto de asentimiento. Pero ese sentimiento, deseo, o deseo de creer como antecedente directo está abierto a discusión. No se puede negar que muchas de las llamadas creencias, más propiamente descritas, tal vez, como la confianza o la esperanza, tienen su origen inmediato en los sentimientos o deseos; pero, por regla general, parecen no ser capaces de soportar ninguna tensión real; mientras que estamos acostumbrados a considerar que la creencia es uno de los más inmutables de los estados mentales. Cuando estos antecedentes trabajan indirectamente a través de la elección de la voluntad, a la que se hace referencia más adelante, la creencia puede emitir un asentimiento firme y seguro.
(1) El testimonio es una causa válida y satisfactoria de asentimiento siempre que posea la nota necesaria de autoridad, que es el único antecedente directo de la resultante creencia. Nuestro testigo esencial debe conocer sus hechos o verdades y ser veraz en su presentación de los mismos. Los testigos intermediarios deben haber conservado con exactitud la forma del testimonio original. En el caso del testimonio humano naturalmente se aplicarán las reglas ordinarias de la prudencia antes de dar crédito a sus declaraciones. Sin embargo, una vez se resuelvan la cuestión del conocimiento y la veracidad, puede resultar válidamente la creencia y se puede dar un asentimiento como a una certeza. Por supuesto que hay espacio también para la duda o para la opinión, puesto que las credenciales de la autoridad misma pueden variar casi indefinidamente. Pero hay una clase adicional de verdades creídas por el testimonio que no caen dentro del alcance de la investigación y pesquisa natural. No se puede decir que se asiente a las verdades supra intelectuales y supra sensibles de la revelación, al menos en el estado actual de la existencia del hombre, debido a una intuición de su naturaleza o debido a cualquier proceso estricto de la demostración de su validez. Ellas no son evidentes en sí mismas ni en sus principios. El asentimiento a esas verdades es de la misma naturaleza que el que se da a las verdades en las que se cree de forma natural. Sólo que aquí la autoridad que motiva no es humana, sino divina. Los actos de asentimiento sobre tal autoridad se conocen como actos de fe y, teológicamente hablando, connotan la ayuda de la gracia. Ellos son, no obstante, actos intelectuales, en cuya producción la voluntad tiene su parte que desempeñar, justo como son aquellas en las que se da el asentimiento a las declaraciones autorizadas de testigos humanos creíbles. En cuanto a la naturaleza de esta autoridad sobre la cual tales verdades sobrenaturales son asentidas en fe, es suficiente indicar que el conocimiento de Dios es infinito y su veracidad es absoluta.
(2) Ya hemos tratado sobre la evidencia parcial de la razón. Sin embargo, hay que señalar que la evidencia puede ser relativa, ya sea relativamente o absolutamente. En el primer caso podemos recurrir a la autoridad de aquellos que saben de nuestra creencia o la basan para nosotros mismos sobre tal evidencia como está disponible. En el segundo, como es el caso con mucha de la enseñanza de la ciencia y la filosofía, toda la raza humana no puede tener más que una estrictamente llamada creencia en ella. Los principales objetos de una creencia resultante en la evidencia parcial son las opiniones probables, las conjeturas, las memorias obscurecidas o parcialmente recordadas, o cualesquiera verdades o hechos de los que no tenemos una comprensión basada en evidencia en estado consciente. En esto radica su distinción del conocimiento. Se dice que conocemos verdades intuitivas, así como todas aquellas que son indirectamente evidentes en sus principios. Conocemos todos los hechos y verdades de nuestra propia experiencia personal, ya sean de estado consciente o de naturaleza objetiva. Del mismo modo, conocemos la verdad de los informes de la memoria que vienen en forma clara y distinta al estado consciente. Tampoco es necesario, con Hamilton, recurrir a una creencia o confianza inicial como se denota en todo conocimiento. No se puede decir adecuadamente que confiamos en nuestras facultades. No creemos la verdad evidente.
(3) Con las dos causas inmediatas de la creencia ya señaladas, también se debe aludir a la acción de la voluntad. Bajo este título se pueden agrupar convenientemente la emoción, el sentimiento y el deseo, ya que juegan un papel importante, aunque indirecto, en motivar los asentimientos a través de la elección de la voluntad y así causar la creencia. La acción de la voluntad mencionada se observa sobre todo en una selección de la información a ser examinada y aprobada por el intelecto. Donde hay varios conjuntos de evidencias o argumentos parciales, a favor y en contra, se dice que la voluntad causa la creencia en el sentido de que dirige el intelecto a examinar el conjunto particular de evidencias o argumentos a favor del asentimiento resultante y a descuidar todo lo que podría presentarse en contra de ella. En este caso, sin embargo, la creencia puede fácilmente ser referida a la evidencia parcial de la razón, en que como un acto racional, en lugar de volitivo, se debe a las consideraciones reales ante la mente. Si éstos son voluntariamente restringidos o incompletos a partir de la propia naturaleza del caso, no altera el hecho de que el asentimiento se da debido a la evidencia parcial que proporcionan. En fe la naturaleza meritoria del acto de la creencia se refiere a la acción electiva de la voluntad.
Los efectos de la creencia pueden resumirse generalmente bajo el título de acción o movimiento, aunque todas las creencias no son operativas por naturaleza. De hecho, parece depender más de la naturaleza del contenido de la creencia que de la acción de creer. Al igual que con ciertas verdades del conocimiento, hay creencias que nos dejan indiferentes e incluso tienden a restringir y prevenir en vez de instigar a la acción. No se puede decir que la distinción entre los asentimientos del conocimiento y la creencia se observan en absoluto estrechamente en la práctica, en los que a menudo se confunden. No obstante, sin duda, se siente que existe, y, al analizar los antecedentes, el uno se puede distinguir fácilmente del otro. Se encontró que la mayoría de los asuntos prácticos de la vida ordinaria dependen enteramente de creencias. En la gran mayoría de los casos en los que se requiere la acción, es imposible tener estrictamente el así llamado conocimiento sobre el cual actuar. En tales casos la creencia suministra fácilmente su lugar, cada vez más fuerte a medida que es justificada por el evento. Sin ella, como un incentivo práctico a la acción y una justificación al mismo, la interacción social sería una imposibilidad. Cosas tales como nuestras estimaciones del carácter de nuestros amigos, de la probidad de aquellos con quienes hacemos negocios, son ejemplos de las creencias que desempeñan un rol tan grande y tan necesario en una parte de nuestras vidas. En su propio objeto están a la par con las creencias razonables de la ciencia y la filosofía —fundadas, como lo son las hipótesis y las teorías, en información prácticamente suficiente, aunque no demostrable e incompleta.
Bibliografía: MAHER, Psychology in Stonyhurst Series (Londres, 1890); NEWMAN, An Essay in Aid of a Grammar of Assent (Londres, 1870); BAIN, Mental and Moral Science (Londres, 1868-72); MILL, Analysis of the Phenomena of the Human Mind (Londres, 1829); J.S. MILL, Notes to new edition of The Analysis (Londres, 1869); IDEM, Dissertations and Discussions (Londres, 1859-75); SULLY, Sensationa nd Intuition: Studies in Psychology and Aesthetics (Londres, 1874); JAMES, The Principles of Psychology (Nueva York, 1890); BALFOUR, A Defence of Philosophic Doubt (Londres, 1879); WARD, The Wish to Believe (Londres, 1885); ULRICI, Glauben und Wissen, Spekulation und exacte Wissenschaft (Leipzig, 1858); FECHNER, Die drei Movive und Grunde des Glaubens (Leipzig, 1863); BALDWIN, Dict. Of Philosophy, s.v.
Fuente: Aveling, Francis. "Belief." The Catholic Encyclopedia. Vol. 2, pp. 408-410. New York: Robert Appleton Company, 1907. 24 Sept. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/02408b.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina