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Martes, 19 de marzo de 2024

Ciencia y la Iglesia

De Enciclopedia Católica

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Las palabras "ciencia" e "Iglesia" se entienden aquí en el siguiente sentido: la Ciencia no se toma en el sentido estricto de las ciencias naturales, sino en el general dado a la palabra por Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. Aristóteles define la ciencia como un conocimiento seguro y evidente, obtenido a partir de demostraciones. Esto es idéntico a la definición de ciencia de Santo Tomás como el conocimiento de las cosas a partir de sus causas. En este sentido la ciencia comprende todo el currículo de estudios universitarios. La Iglesia, en conexión con la ciencia, significa teóricamente cualquier Iglesia que clama tener autoridad en asuntos de doctrina y enseñanza: sin embargo, prácticamente sólo la Iglesia Católica está en cuestión, por cuenta de su universalidad y su reclamo de poder para ejercer esta autoridad. La relación entre ambas se trata aquí bajo los encabezados CIENCIA e IGLESIA.

Ciencia

La ciencia es considerada desde tres puntos de vista: contacto con la fe, libertad legítima, libertad ilegítima.

Puntos de Contacto entre la Ciencia y la Fe

Estos están principalmente confinados a las ciencias filosóficas e históricas. No ocurren en la teología, pues es la ciencia misma de la fe en sí. Los puntos de contacto de las varias ciencias con la fe pueden agruparse como sigue:

Filosofía: En las ciencias filosóficas: --la existencia de Dios y Sus cualidades: --unidad, personalidad, infinita eternidad; Dios, la finalidad del hombre y de todas las cosas creadas; libertad de voluntad humana, la ley natural.

Historia: En las ciencias históricas y lingüísticas: la unidad histórica de la raza humana y del idioma original; la historia de los patriarcas, de los israelitas, y de su creencia mesiánica; la historia de Cristo y de Su Iglesia; la autenticidad de los Libros Sagrados; la historia de los dogmas, de los cismas, de herejías; hagiografía.

Ley: En la ciencia de la ética y la ley: --el origen del derecho y el deber (el positivismo realista de Comte y el positivismo subjetivo de John Stuart Mill); la autoridad de los gobiernos civiles (el "Contrato social" de Rousseau y la "Crítica de la Razón Pura" de Kant); el contrato matrimonial, su unidad y permanencia; los derechos y deberes naturales de padres e hijos; propiedad personal; libertad religiosa (separación de religión y estado, tolerancia.)

Medicina: Las ciencias médicas y biológicas han ocasionado serias discusiones en cuanto a la existencia del alma humana, su espiritualidad e inmortalidad, su diferencia del principio vital en los animales; la unidad fisiológica del hombre; la justificación de la prevención y la extinción de la vida humana. Sin embargo, en realidad todas estas cuestiones están fuera del dominio de la medicina.

Ciencias Naturales: En las ciencias naturales, especialmente la filosofía natural, los puntos de contacto son: --la creación del mundo y del hombre (doctrinas materialistas, la eternidad de la materia, la necesidad absoluta de leyes naturales, la imposibilidad de los milagros, el origen Darviniano del hombre); el Diluvio, su existencia y universalidad etnográfica. Las ciencias matemáticas y experimentales, también conocidas como ciencias exactas, no tienen contacto alguno con la fe, aunque en algún tiempo, se creyó erróneamente que el sistema geocéntrico estaba contenido en la Biblia. El fenómeno celeste mencionado en la Escritura, como la estrella de los magos, el eclipse solar durante la luna llena de Pascua, la caída de estrellas del cielo como precursores del Juicio Final, son todos de tipo milagroso y más allá de las leyes de la naturaleza.

Libertad Legítima

La libertad legítima es necesaria tanto para la ciencia como para cualquier desarrollo humano. Las únicas cuestiones son éstas: ¿qué es libertad legítima, y cuáles son sus limitaciones?

Investigación y Enseñanza

La ciencia comprende dos funciones: investigación y enseñanza.

Investigación: El objeto de la investigación científica es prácticamente de extensión indefinida y nunca puede ser agotada por la mente humana. En este campo existe más libertad de la que jamás haya sido pretendida. Comparado con su campo, el progreso de la ciencia es aparentemente pequeño, tanto así, que el mayor progreso parece consistir en el conocimiento de lo poco que sabemos. Esta fue la conclusión a la que llegó Sócrates, Newton, Humboldt y muchos otros. Los instrumentos mismos enseñan esta lección: mientras más profundo desciende el microscopio dentro de los secretos de la naturaleza y mientras mayor la potencia telescópica surca los cielos, más vasto parece el océano de verdades no descubiertas. Esto debe tenerse en mente, cuando el progreso de la ciencia es tan fuertemente proclamado. Nunca ha habido un progreso general de todas las ciencias; siempre fue progreso en algunas ramas, con frecuencia a costa de otras. En nuestros días las ciencias naturales, médicas e históricas avanzan rápidamente en comparación con el pasado; al mismo tiempo las ciencias filosóficas caen tan rápidamente desde las primeras eras. La ciencia de la ley debe su fundación al mundo antiguo. Algunas de las ciencias teológicas alcanzaron su altura en la primera parte de la Edad Media, otros hacia los inicios del siglo diecisiete.

Enseñanza: Por enseñanza se entiende aquí toda difusión de conocimiento, de palabra o escrito, en la escuela o museos, en público o privado. El progreso y la libertad necesarias para ello son deseados tanto en la enseñanza como en la investigación. Existe libertad doctrinal, libertad pedagógica y libertad profesional. La libertad doctrinal se refiere a la doctrina misma que enseña; la libertad pedagógica, la manera en la cual se difunde la ciencia entre los estudiantes el público en general; libertad profesional, las personas que llevan a cabo la enseñanza. La ciencia reclama libertad de enseñanza en todos estos aspectos.

Limitaciones

Debe verse si existen limitaciones para investigar y enseñar y cuáles son estas limitaciones. Todas las cosas en este mundo pueden ser consideradas desde un triple punto de vista: desde la lógica, la física y la ética. Aplicados a la ciencia, descubrimos limitaciones en todas estas tres.

Lógica: Lógicamente la ciencia es limitada por la verdad, la cual pertenece a su esencia misma. El conocimiento de las cosas no puede tenerse a partir de sus causas, a menos que el conocimiento sea verdadero. El falso conocimiento no puede derivarse de la causa de las cosas; tiene su origen en algún origen falso. Si la ciencia alguna vez ha tenido que elegir entre la verdad y la libertad (un caso no del todo imaginario), debe en toda circunstancia decidirse por la verdad, bajo pena de auto-aniquilación. En tanto el caso sea teórico, no existe diferencia de opinión. Sin embargo en la práctica, es casi imposible reconciliar sentimientos en conflicto. Cuando, en 1901, una silla vacante en la Universidad de Estrasburgo iba a ser ocupado por un historiador católico, Mommsen publicó una protesta, en la cual declaraba: “Un sentido de degradación está penetrando en los círculos universitarios alemanes". En esa ocasión acuñó el término "voraussetzungslos", y clamaba que la investigación científica debía ser "sin presuposiciones". El mismo clamor fue de Harnack (1908) cuando exigía "libertad sin fronteras para la investigación y el conocimiento". La demanda fue formulada en forma un poco más precisa por el congreso de los académicos en Jena (1908.) Su reclamo para la ciencia fue "libertad desde todo punto de vista ajeno a los métodos científicos".

En ésta última fórmula el reclamo tiene un significado legítimo, a saber, que los puntos de vista no científicos no deben influir en los resultados de la ciencia. Sin embargo, en el significado de Mommsem y Harnack el reclamo es ilógico en dos sentidos. Primero, no puede haber "ciencia sin presuposiciones". Todo científico debe aceptar ciertas verdades dictadas por el sentido común, entre otras, la verdad de su propia existencia y de un mundo fuera de él; después, debe aceptar que él puede reconocer el mundo externo a través de los sentidos, que un poder de razonamiento se le da a él para entender las impresiones recibidas, y una voluntad libre de restricción física. Como filósofo, reflexiona sobre estas verdades y las explica con métodos científicos, pero nunca las comprobará todas sin involucrarse a sí mismo en círculos viciosos. Cualquiera que sea la ciencia que elija, debe construir sobre presuposiciones naturales o filosóficas sobre las cuales descansa su vida como hombre. El hecho es que toda ciencia positiva pide prestado de la filosofía un número de principios establecidos.

Así que ahí quedan las premisas generales. Ellas mismas demostrarán lo ilógico del reclamo de "ciencia sin presuposiciones". Pero esto no es todo. Cada ciencia tiene sus propias presuposiciones o axiomas, distintas de sus propias conclusiones, al igual que todo edificio tiene sus cimientos, distintos de sus muros y techo. No sólo eso, sino que las varias ramas de cualquier ciencia especial tienen sus propias presuposiciones. La geometría de Euclides está basada en tres tipos de presuposiciones. Él las llama definiciones, postulados y nociones comunes. Éstos últimos fueron llamados axiomas por Proclus. Para mostrar la diferencia entre las hipótesis y el resultado no se puede elegir mejor ejemplo que el quinto postulado del primer libro de Euclides. El postulado dice: "Cuando dos líneas rectas interceptan con una tercera de tal manera que hacen los ángulos interiores adyacentes en un lado menos que dos ángulos rectos, las dos líneas, indefinidamente prolongadas, interceptarán en los lados de esos ángulos menores." Por un error de Proclus (quinto siglo) el postulado fue cambiado en una proposición. Se hicieron innumerables intentos para probar la supuesta proposición, hasta que se reconoció el error, apenas hace un siglo. El quinto postulado, o axioma de paralelos, como es frecuentemente llamado, probó ser una verdadera hipótesis, distinta de todas las otras presuposiciones. Se ha construido geometría no-euclidiana por un simple cambio del quinto postulado. Todo esto prueba que no existe geometría sin presuposiciones. Y en forma similar, no existe álgebra sin presuposiciones. La ley parte de la existencia de las familias y de su tendencia natural a asociarse para el bienestar común. La medicina toma el cuerpo humano como organismo viviente, sujeto a desviarse, y la existencia de remedios, antes de construir su ciencia. La historia supone que es testimonio humano es, bajo ciertas condiciones, una fuente confiable de conocimiento, antes de iniciar sus investigaciones. Del mismo modo, las ciencias lingüísticas, dan por hecho que los idiomas humanos no están construidos en forma arbitraria, sino que evolucionaron en forma lógica a partir de una variedad de circunstancias. La teología toma de la filosofía un número de verdades, tales como la existencia de Dios, la posibilidad de los milagros, y otros. De hecho, una ciencia toma prestadas sus presuposiciones de los resultados de otras ciencias, una división de labor necesaria por las limitaciones de todo lo humano. Por ello, el reclamo de "ciencia sin presuposiciones" es doblemente ilógico, a menos que presuposición signifique una hipótesis que puede ser probada falsa o ajena a la ciencia particular en cuestión. La libertad de la ciencia por lo tanto, tiene sus limitaciones desde el punto de vista de la lógica.

Físico: Desde el punto de vista físico la ciencia requiere medios materiales. Los edificios, los talentos y las bibliotecas son necesarios para todas las ramas de la ciencia, tanto en la investigación como en la enseñanza. Las ciencias médicas y naturales requieren medios extraordinarios, tales como laboratorios, museos e instrumentos. Los requerimientos materiales siempre han impuesto limitaciones en la investigación y enseñanza científica. Por otro lado, las peticiones de libertad de parte dela ciencia han sido generosamente contestadas. Entre los siglos doce y catorce se fundaron aproximadamente cuarenta universidades en Europa, en parte por iniciativa privada, en parte por príncipes o papas, en la mayoría de los casos por los esfuerzos combinados de ambos junto con los miembros de la universidad. Entre las universidades auto-originadas puede mencionarse Bolonia, París, Oxford y Cambridge. Con la ayuda de príncipes, se erigieron universidades en Palencia, Nápoles, Salamanca, Sevilla y Sena. De las universidades fundadas por papas mencionamos sólo Roma, Pisa, Ferrara, Toulouse, Valladolid, Heidelberg, Colonia y Erfurt. La mayoría de las universidades antiguas, como Coimbra, Florencia, Praga, Viena, Cracovia, Alcalá, Upsala, Lovania, Leipzig, Rostock, Tübingen y muchas otras, deben su origen a los esfuerzos sumados de príncipes y papas. Las fundaciones consistieron principalmente de cartas que otorgaban derechos civiles y autorizaban grados científicos, en la mayoría de los casos también contribuciones y dones materiales. Los papas aplicaron beneficios eclesiásticos a muchas de las cátedras sin otra obligación que la de enseñar ciencia. Naturalmente, los fundadores retenían una cierta autoridad e influencia sobre las escuelas. En general, las antiguas universidades gozaron en todas partes de la misma libertad que tienen en Inglaterra hoy en día. Después de la Reforma los gobiernos de Europa continental hicieron las universidades de sus propios territorios, instituciones del Estado, pagando a los profesores como empleados del gobierno, en ocasiones prescribiendo libros de texto, métodos de enseñanza y aún doctrinas. Aunque en el siglo diecinueve, los gobiernos fueron obligados a relajar su supervisión, aún mantienen el monopolio del establecimiento de universidades y de la designación de profesores. Su influencia sobre el progreso de la ciencia es inequívoca; qué tanto esto puede beneficiar a la ciencia, no necesita decidirse aquí. Con la creciente influencia del Estado, el de la Iglesia ha disminuido, en la mayoría de las universidades, hasta la total extinción. En las pocas universidades europeas en las cuales aún se permite la existencia de la facultad de teología Católica, la supervisión de la Iglesia sobre su propia ciencia se ha reducido a un mero veto. La necesidad de eximir a los profesores del voto contra la herejía Modernista es una ilustración del caso. Gracias a la libertad de enseñanza en los Estados Unidos de América, existen además de las universidades públicas de los diferentes estados, un número de instituciones fundadas por la iniciativa privada. Debido a la fuerte ayuda que reciben las tendencias anticristianas y ateas a través de la influencia de las universidades, las iniciativas privadas de escuelas que defienden la verdad de la Revelación no son muy recomendables.

Ético: Las limitaciones de la ciencia desde el punto de vista ético son en dos sentidos. La acción directa de la ciencia sobre la ética se entiende con facilidad; la reacción de la ética sobre la ciencia es igual de cierta. Y tanto la acción como la reacción crean limitaciones para la ciencia. La actividad del hombre es guiada por dos facultades espirituales, el entendimiento y la voluntad. Del entendimiento deriva la luz, de la voluntad deriva la firmeza. Naturalmente el entendimiento precede a la voluntad y por ello la influencia de la ciencia sobre la ética. Esta influencia viene a ser un factor importante en el bienestar de la raza humana por razón de que no está confinado al científico en sus propias investigaciones, sino que alcanza a las masas a través de las varias formas de enseñanza de palabra y por escrito. Si uno debe juzgar rectamente en este asunto, deben tenerse en cuenta dos principios generales. Primero, para el hombre la ética es más importante que la ciencia. Aquellos que creen en la revelación, saben que los Mandamientos son el criterio por el cual serán juzgados los hombres (Mateo, xxv, 35-46); y aquellos que ven sólo tan lejos como la luz de razón natural les permite, saben a partir de la historia que la felicidad de los pueblos y naciones consiste más bien en la rectitud moral que en el progreso científico. La conclusión es que de haber conflicto entre la ciencia y la ética, debe prevalecer la ética. Ahora bien, no puede haber tal conflicto excepto en dos casos: cuando la investigación científica lleva al error, y cuando la enseñanza de la ciencia, aún si verdadera, se aplica contra máximas educativas sólidas. Para ver que estas excepciones no son imaginarias, uno sólo necesita dar un vistazo a los puntos de contacto entre la ciencia y la fe, bajo el punto A. Todos ellos indican conflictos reales. La enseñanza no pedagógica es tristemente ilustrada por el reciente movimiento en Alemania hacia la instrucción prematura y aún pública acerca de las relaciones sexuales, lo que provocó una reacción de parte de las autoridades civiles.

Eso es en cuanto a la acción directa de la ciencia sobre la ética. El caso no debe ser reversible, en otras palabras, la ética no debe influir sobre la ciencia, excepto en la estimulación de la investigación y la enseñanza. Sin embargo, no sólo los individuos sino facultades enteras de científicos han sido sujetos a esa debilidad humana expresada en el adagio: Stat pro rations voluntas. Como lo expresó Cícero: "El hombre juzga mucho más frecuentemente influenciado por odio o amor o codicia... o alguna agitación mental, que por la verdad, o un mandamiento, o la ley" (De oratore, II, xlii.) Si Cícero está en lo cierto, entonces la libertad del conocimiento, tan altamente valorada y tan fuertemente exigida, es pervertida por el hombre en un doble sentido. Primero, llevan la libertad de la voluntad a juicio. El amor, odio, deseos, son pasiones o actos de la voluntad, mientras que los juicios se forman por el entendimiento, una facultad enteramente falta de libre elección. Segundo, privan al entendimiento de la necesaria indiferencia y equilibrio, y lo obligan a inclinarse a un lado, ya sea el lado de la verdad o el de la falsedad. Si los hombres de ciencia, quienes exigen libertad, pertenecen a la clase descrito por Cícero, entonces su idea de libertad está totalmente confundida y pervertida. Puede contestarse que la declaración de Cícero se aplicaba a asuntos de la vida diaria, más que a las búsquedas de la ciencia. Esto es perfectamente cierto en cuanto a la ciencia, y probablemente es cierto en cuando al objeto formal de toda ciencia. Aún cuando consideramos los primeros postulados que las ciencias toman de la filosofía, nos acercamos mucho a la vida diaria. Los hombres de ciencia escuchan acerca de Cristo y saben de la carta magna de Su reino, proclamada en la montaña (Lucas, vi.) Hace observaciones agudas sobre la vida diaria. Podría descartarse, si Cristo mismo no hubiese reclamado poder supremo en el cielo y sobre la tierra, y si no hubiese profetizado Su segunda venida, para juzgar a vivos y muertos.

Aquí es donde entra el amor y el odio de Cícero. Es bastante seguro decir: no existe lugar en el mundo civilizado donde Cristo no sea amado y odiado. Aquellos que están dispuestos a tomar el camino angosto y escarpado hacia Su reino aceptan los testimonios a Su misión Divina aceptan los testimonios de Su Divina misión con imparcialidad; otros que prefieren una forma de vida más fácil y amplia intentan persuadirse a sí mismos que los reclamos de Cristo son infundados. Pues, además de aquellos que ya sea rechazan Sus reclamos a través de prejuicios heredados o adquiridos, o los tratan con indiferencia, un gran número de hombres intentan fortalecer su posición anticristiana por medio de formas científicas. Sabiendo que la Divinidad de Cristo puede ser probada por los milagros a los cuales apeló como testimonios de Su Padre, formulan el axioma: "Los milagros son imposibles". Sin embargo, viendo la inconsistencia de la fórmula en tanto hay un Creador del mundo, están obligados al siguiente postulado: "No existe el Creador". Viendo de nuevo que la existencia del Creador puede ser probada por la existencia del mundo, y convincentemente a través de un número de argumentos, requieren de nuevos axiomas. Primero tratan el origen de la materia como algo demasiado remoto para determinar su causa, y argumentan que: "La materia es eterna". Por una razón similar el origen de la vida se explica por el postulado arbitrario de "generación espontánea". Entonces debe disponerse de la sabiduría y el orden desplegados en los cielos estrellados y en la flora y fauna de la tierra. Decir en palabras simples "Todo el orden en el mundo es casual" sería ofensivo para el sentido común. El axioma entonces es investido en lenguaje más científico, es decir: "Desde la eternidad el mundo ha pasado a través de un número infinito de formas, y sólo los más aptos sobrevivieron".

La subestructura de la ciencia anticristiana tiene aún un punto débil: el alma humana no proviene de la eternidad y sus facultades espirituales no apuntan a un creador espiritual. La fabricación de axiomas, una vez iniciada, tiene que concluir en: "El alma humana no es esencialmente diferente del principio vital del animal". Esta conclusión se recomienda a sí misma como especialmente fuerte contra lo que teme la voluntad: el animal no es inmortal, y por ello tampoco lo es el alma humana; consecuentemente cualquier juicio que pueda venir después, no tendrá efecto. El fin de la fabricación es amargo. El hombre es un orangután altamente desarrollado. Existe aún un obstáculo en las Sagradas Escrituras, antiguas y nuevas. El Antiguo Testamento narra la creación del hombre, su caída, la promesa de un Redentor; contiene profecías de un Mesías que parecen cumplirse en Cristo y en Su Iglesia. El Nuevo Testamento prueba el cumplimiento de las promesas y presenta un Ser sobrehumano, que ofreció Su vida para la expiación del pecado y declara Su Divinidad por Su propia Resurrección; le da la constitución y primera historia de Su Iglesia, y promete su existencia hasta la consumación del mundo. A la luz de la ciencia anticristiana no se puede permitir esto. Unos cuantos postulados más o menos no dañarían a la ciencia en este punto. La literatura hebrea es puesta a la par de aquella de Persia o China, la historia del paraíso es relegada al reino de las leyendas, la autenticidad de los libros es rechazada, se señalan las contradicciones en el contenido, y el sentido obvio es distorsionado. Los axiomas utilizados para aniquilar las Sagradas Escrituras tienen la ventaja de la plausibilidad sobre aquellos utilizados contra el Creador. Están cubiertos de una masa de erudición tomada de las ciencias lingüísticas e históricas.

Pero todavía no hemos visto todo. El mayor obstáculo a la ciencia anticristiana es la Iglesia, quien arguye origen Divino, autoridad para enseñar la verdad infalible, mantiene la inspiración de la Escritura, y confía en su propia existencia hasta el fin del mundo. Con ella, la ciencia no puede jugar como con la filosofía o la literatura. Ella es una institución viviente blandiendo su espectro sobre toda la población del mundo. Tiene todas las armas de la ciencia a su disposición, y miembros devotos a ella, en corazón y alma. Para otorgarle los mismos derechos en terrenos científicos sería desastroso para la "ciencia sin presuposiciones". La mera creación de nuevos axiomas no parece ser eficiente contra una organización viviente. Los axiomas tendrían que ser proclamados fuertemente, y mantenidos vivos, y finalmente puestos en vigor por una oposición organizada, en algunos casos aún con poder gubernamental. Los libros, periódicos y salas de conferencias anuncian un solo texto, entonado en todas las notas, el gran axioma: que la Iglesia es esencialmente no científica, pues descansa sobre presuposiciones inciertas, y que sus científicos nunca pueden ser verdaderos hombres de ciencia. El reclamo de degradación de Mommsen sobre la designación de un historiador católico en Estrasburgo (1901) tuvo fuerte eco en la mayoría de las universidades alemanas. Y sin embargo, era cuestión de sólo una quinta parte de católicos entre setenta y dos profesores; y esto en una universidad en Alsacia-Lorena, un territorio casi enteramente católico. Prevalecen proporciones similares en la mayoría de las universidades. Todos los axiomas de ciencia anticristiana mencionados anteriormente son totalmente arbitrarios y falsos. Ninguno de ellos puede ser respaldado por razones sólidas; por el contrario, se ha demostrado que cada uno de ellos es falso. Con ello la ciencia anticristiana se ha rodeado a sí misma de un número de intereses limítrofes determinadas sobre bases científicas, y así ha limitado su propia libertad para progresar; la "ciencia sin presuposiciones" se enreda en sus propios axiomas, por ninguna otra razón que su aversión hacia Cristo. Por otro lado, el científico que acepta la enseñanza de Cristo no necesita basarse en un solo postulado arbitrario. Si es filósofo, inicia a partir de las premisas dictadas por la razón. Reconoce en el mundo que le rodea la revelación natural de un Creador, y por deducciones lógicas concluye de la contingencia de las cosas creadas al Ser No-creado. El mismo razonamiento le hace comprender la espiritualidad e inmortalidad del alma. De la suma de ambos resultados concluye más allá en las obligaciones morales y la existencia de una ley natural. Así preparado, puede comenzar cualquier investigación científica sin necesidad de levantar límites de interés con el fin de justificar sus prejuicios. Si desea ir más allá y poner su fe sobre una base científica, puede tomar los libros, llamados Sagradas Escrituras, como punto de partida, aplicar crítica metódica a su autenticidad, y encontrarlos tan confiables como cualquier otro registro histórico. Su contenido, profecías y milagros le convencen de la Divinidad de Cristo, y del testimonio de Cristo acepta toda la Revelación sobrenatural. Ha construido la ciencia de su fe sin otra cosa que premisas científicas. Por ello la ciencia del cristiano es la única que da libertad en la investigación y el progreso; sus fronteras no son otras que el empalizado de la verdad. Por el contrario, la ciencia anticristiana es esclava de su propia ética preconcebida.

Libertad Ilimitada

La exigencia de libertad ilimitada en la ciencia es irrazonable e injusta, debido a que lleva al desorden y la rebelión.

No Existe

En el mundo no existe la libertad ilimitada, y la transgresión de los límites de la libertad siempre lleva a la maldad. El hombre mismo no es absolutamente libre, ni desea libertad sin fronteras. La libertad no es la mayor bendición ni el último fin del hombre; le es concedido como un medio para alcanzar su fin. Dentro de su propia mente, el hombre se siente ligado a la verdad. A su alrededor, ve toda la naturaleza sometida a leyes y hasta teme a las perturbaciones en su curso normal. En toda su actividad sale adelante mejor permaneciendo dentro de la ley establecida para él. Los juicios son mejores cuando se forman de acuerdo con las reglas de la lógica. Las máquinas e instrumentos son los mejores cuando se les permite la menor cantidad de libertad. La interrelación social es más fácil dentro de reglas de comportamiento apropiado. Ampliar estas fronteras no lleva a una más alta perfección. Las opiniones son libres sólo donde no se puede alcanzar la certidumbre; las teorías científicas son libres mientras se basen en probabilidades. Los más libres de pensamiento son los ignorantes. En pocas palabras, mientras más libertad de opinión, menos ciencia. En forma similar, un tren de ferrocarril con libertad en más de una línea es desastroso, una nave sin control del timón está condenada. Una nación que desprecia su código legal, que relaja la administración de justicia, que deja de lado las estrictas leyes de propiedad, que no protege a su propia industria, que no garantiza la propiedad y la seguridad pública y privada está en declive. La libertad ilimitada lleva a la barbarie, y se puede encontrar el enfoque más parecido en la vida salvaje en Australia.

Licencia

Lo que la ciencia anticristiana pide es libertad desordenada. Las fronteras enumeradas en el párrafo anterior circunscriben el reino lógico, físico y ético del hombre. Siempre que pisa fuera de él, cae en el error, el infortunio, el desorden. Ahora bien, ¿a qué reino pertenece la ciencia? La definición de Aristóteles la coloca en el reino lógico. ¿Y qué hay de la libertad de la ciencia? Dentro el hombre, el reino lógico es la facultad intelectual, y fuera de él, es el reino de la verdad. Sin embargo ninguno es libre. La libertad del hombre está en la voluntad, no en el entendimiento. La verdad es eterna y absoluta. Por lo que la petición de libertad sin límites para la ciencia no tiene lugar en el reino lógico; evidentemente, no se trata de física; por lo que debe pertenecer al reino ético; no es un llamado a la verdad, es una petición con propósito. El propósito puede inferirse de lo que ha sido dicho en el punto II. Puede resumirse diciendo que es rebelión tanto contra la revelación sobrenatural como la natural. La posición anterior es la principal pero no puede sostenerse en forma congruente sin la última. La rebelión no es una palabra demasiado fuerte. Si Dios desea revelarse a Sí mismo en cualquier forma, el hombre está obligado a aceptar la revelación, y ningún axioma le relevará del deber. Paulsen y Wundt al oponerse a la revelación natural apelan al postulado de "causalidad natural cerrada", donde "cerrada" significa la exclusión del Creador. A la revelación sobrenatural Kant la llamó "una restricción dogmática", la cual según él, puede tener valor educativo para los pequeños al llenarles de temores piadosos. Wundt le secunda llamando al Catolicismo la religión de la restricción, y Paulsen alaba a Kant como "el redentor del peso insoportable". Todas estas expresiones descansan en la suposición de que en la ciencia no hay lugar para un Creador, ni para un Redentor. Se han hecho muchos intentos de poner el axioma sobre una base científica; pero sigue siendo una premisa supuesta, una "convicción constante", como la llama Harnack.

Consecuencias

Que las expresiones "libertad desordenada" y "rebelión" son claras a partir de las consecuencias de la ciencia anticristiana.

Ateísmo: La ciencia anticristiana lleva al ateísmo. Cuando la ciencia repudia el reclamo de Cristo como Hijo de Dios, necesariamente repudia al Padre que le envió, y al Espíritu Santo quien procede de ambos. La inferencia lógica no encuentra favor con los partidarios de esa ciencia. En 1892, cuando se estaban discutiendo las leyes escolares en el Reichstag alemán, el canciller Caprivi tuvo el valor de decir: "El punto en cuestión es cristiandad o ateísmo... lo esencial en el hombre es su relación con Dios". El clamor de la parte "liberal" de la Casa mostró que el canciller había tocado un punto sensible. Ya que el repudio del Creador es claramente un abuso de la libertad y una infracción de la ley natural, la ciencia, por todos los medios, tiene que salvar las apariencias por medio de palabras que científicamente tienen sentido. Primero llama a las dos divisiones de espíritus Monismo y Dualismo. Los científicos alemanes hasta han formado la "Coalición de Monistas", argumentando que no hay distinción real entre el mundo y Dios. Cuando su sistema enfatiza al mundo, es Materialismo; cuando acentúa la Divinidad es Panteísmo. El Monismo sólo es un término más suave para ambos. La pura palabra "ateísmo" parece ser demasiado ofensiva. Los Naturalistas ingleses la reemplazaron hace mucho tiempo con palabras de mejor apariencia, tales como Deísmo y Agnosticismo. Toland, Tindal, Bolingbroke, Shaftesbury, del siglo dieciocho, tuvieron la satisfacción de mudar la Deidad tan lejos del mundo que no podía tener ninguna influencia en él. Sin embargo, "Deidad" todavía tenía un aroma demasiado religioso e implicaba una tosca incongruencia. Para Huxley y otros científicos del siglo diecinueve el "agnosticismo", que sonaba bien, tenía apariencia más digna. Sin embargo, frente a la ley natural, que obliga al hombre a conocer y servir a su Creador, argumentar la ignorancia de Dios es tanta rebelión contra Él como cerrarle fuera del mundo.

Todos estos y otros técnicos y frases con tacto cubren al mismo Ateísmo crudo y confiesan basarse, sin excepción, sobre una colección de postulados arbitrarios. Por el contrario, el Dualismo, no tiene necesidad de postulados, excepto aquellos dictados por el sentido común. Alguna razón considera en la creación, como el reflejo de un espejo, al Creador, y con ello pueden referir los fenómenos naturales a su causa final. Mientras que la ciencia requiere sólo de conocimiento de causas intermedias, el conocimiento de las cosas por su última causa eleva a la ciencia a su más alto grado, o sabiduría, como la llama Santo Tomás. Por esto la coherencia y la congruencia lógicas son encontradas siempre y exclusivamente en la doctrina dualista. Es inútil esperar que el abismo entre la filosofía lógica de los dualistas y las "convicciones constantes" de los Monistas pueden construir puentes por medio de discusiones. Esto fue bien ilustrado cuando el Padre Wasmann ofreció una conferencia en Berlín (1907) sobre la teoría de la evolución y fue opuesto por Plate y otros diez oradores. El resultado de la discusión fue que cada uno, Plate y Wasmann, pusieron por escrito sus respectivos puntos de vista, uno sus axiomas y el otro su filosofía, y lo que es más, que Plate rechazaba que Wasmann tenía derecho a ser considerado científico por lo que él llamaba presuposiciones cristianas de Wasmann.

Subjetivismo: Después de la exclusión de Dios, existe la necesidad de un ídolo; la necesidad se origina en la naturaleza humana. Todas las naciones de la antigüedad tenían sus ídolos, aún los israelitas, cuando en ocasiones se rebelaban contra los Profetas. La forma de los ídolos varía con el progreso. Los salvajes los hacían de madera, los paganos civilizados de plata y oro, y nuestra era letrada los hace de sistemas filosóficos. Kant no trazó las últimas consecuencias a partir de su "autonomía de razón"; fue hecho por Fichte, Schelling y Hegel. Este Idealismo se desarrolló en Subjetivismo en el más amplio sentido de la palabra, a saber, en la completa emancipación de la mente y voluntad humana de Dios. El ídolo es el Ego humano. Las consecuencias son que la verdad y la justicia pierden su carácter eterno y se tornan conceptos relativos; el hombre cambia con las eras, y con él sus propias creaciones; lo que él llama verdad y derecho en un siglo, puede llegar a ser falso y equívoco en el siguiente. En cuanto a la verdad tenemos la declaración explícita de Paulsen, de que "no hay filosofía eternamente válida". En cuanto a la justicia, Hartmann define la autonomía de Kant en las siguientes palabras: "Significa nada más ni nada menos que esto, que en asuntos morales Yo soy el más alto tribunal sin apelaciones". La religión, que forma la parte principal de la justicia, viene a ser de la misma forma un asunto de inclinación subjetiva. Harnack llama al sometimiento a la doctrina de otros, traición a la religión personal; y Nietzsche defiende a su ídolo llamando vergüenza de la humanidad a la cristiandad. El axioma es pronunciado en forma más dignificada por Pfeiderer (1907.) Dice, "En la ciencia de la historia, la aparición sobre la tierra de un ser sobrehumano no puede ser considerado". Quizá es formulado en forma más general por Paulen (1908): "Apagar el interruptor de lo sobrenatural del mundo histórico y natural". Sin embargo, todos estos axiomas subjetivos son sólo formas más o menos científicas del postulado Straussiano puro (1835): "Ya no somos cristianos".

Anarquía: Estamos siendo confrontados aquí por dos hechos que requieren la mayor consideración. Por un lado, las universidades gubernamentales de casi todos los países en Europa y muchas universidades estadounidenses excluyen toda relación con Dios y prácticamente favorecen el postulado ateo antes mencionado; y por otro lado, estos son los mismos postulados resumidos por Pío X bajo el nombre de "modernismo". Por ello el reclamo de las universidades del Estado contra la Encíclica "Pascendi" de 1907. Para empezar con el primero, el desenfreno de la verdad subjetiva es la cuna misma de las teorías anarquistas y la rebelión contra la enseñanza de Cristo terminará con las condiciones del paganismo griego y romano. Como no nos concierne aquí la relación entre la ciencia y el Estado, debe bastar ahora mostrar cómo comienza a sonar la alarma. Parece ser asunto de curso, y sin embargo suena poco usual, cuando el Conde Apponyi como ministro de educación y culto en Hungría, en ocasión de una promoción académica, recomienda a los maestros de ciencia una mayor conciencia moral. Más notable es la advertencia de Virchow en la reunión de científicos en Munich (1877) contra la enseñanza de puntos de vista y especulaciones personales como verdades establecidas, y en particular, contra reemplazar los dogmas de la Iglesia por una religión de evolución.

El estado moral de un joven creciendo bajo tal enseñanza podría anticiparse a partir de la historia del paganismo. No obstante, se reservó a nuestra era anticristiana justificar la inmoralidad con apariencia de ciencia. Se ha formulado y hecho circular en revistas y reuniones que una vida pura y moral es perjudicial desde el punto de vista de la medicina. La facultad médica de la Universidad de Christiania encontró que era necesario declarar toda la aserción como falsa, y afirmar positivamente que "no sabemos que haya daño o debilidad debida a la castidad". La misma protesta fue expresada por el Dr. Raoult en las palabras: "No existe cosa alguna llamada patología de la continencia"; y por el Dr. Vidal (vea más adelante) en la afirmación de que los mandamientos de Dios son legítimos desde el punto de vista de la medicina, y que su observancia no sólo es posible sino provechosa. Pueden mencionarse advertencias tales como éstas que anticipan efectos; pero también podemos oír otras que prueban los efectos ya existentes. Tal fue el voto unánime de la Conferencia Internacional para la protección de la Salud y la Moral llevada a cabo en Bruselas (Septiembre, 1902): "Debe enseñarse a los hombres jóvenes que las virtudes de castidad y continencia no sólo no son perjudiciales sino son de lo más loables desde un punto de vista puramente médico y de higiene". Los efectos en las instituciones educativas deben haber sido aterradores antes de que las autoridades científicas se atrevieran a levantar el velo por medio de advertencias públicas. Éstas fueron dadas por el Dr. Fleury (1899) en cuanto a los colegas franceses, y fueron repetidas por el Dr. Fournier (1905) y el Dr. Francotte (1907.) Aún más sonoras fueron las advertencias de Paulsen, Förster, y especialmente del eminente Dr. Gruber en cuanto a la grymnasia y las universidades alemanas. El Dr. Desplats (ver bibliografía) insiste que con el fin de impedir la corriente que está llevándose a los franceses hacia la irremediable decadencia, es necesario reaccionar contra la doctrina y la práctica del neo-paganismo. No es de extrañar que las doctrinas licenciosas han encontrado camino desde los libros hacia las publicaciones y pasado de los educados a los iletrados. Sosnosky, una autoridad en literatura, compara la epidemia moral actual con la de la Roma pagana y la de la Revolución Francesa, y protesta, desde un punto de vista meramente natural, contra la hipocresía del animalismo crudo encubierto con pretexto del arte y de la ciencia (ver Allgemeine Zeitung, No. 3, 21 de enero de 1911.).

Lo que el Estado ya sea no hará o no se atreverá a hacer, la Iglesia hace siempre, manteniendo a los hombres conscientes del objeto o fin de su existencia y este fin no es la ciencia. El catecismo lo señala bajo tres encabezados: el conocimiento de Dios; la observancia de Sus mandamientos; y el uso de Su gracia. La intención de Dios es que el conocimiento de la naturaleza sea un medio subordinado a este fin. Y es por esa misma razón que nunca puede haber conflicto entre la ciencia y nuestro destino final. La Iglesia no enseña las ciencias naturales, pero ayuda a que sus principios se atribuyan a la sabiduría, primero al advertir contra el error y luego señalando hacia la causa final de todas las cosas. Cuando la ciencia reclama contra el oficio de guiar de la Iglesia, es comparable a un sistema de navegación sin ninguna dirección fuera de la nave misma y las aguas que la rodean. El objeto formal de cada ciencia en particular es ciertamente diferente a la fe al igual que el timón de un buque es diferente del conocimiento de las estrellas; pero la exclusión de todas las luces guía más allá de las oleadas de opiniones e hipótesis científicas es enteramente arbitraria, imprudente y desastrosa

La Iglesia

En su relación con la ciencia la Iglesia puede ser mejor entendida por una división del sujeto en las siguientes partes: Puntos de vista opuestos; distinción entre el cuerpo de enseñanza y la ecclesia discens; los portadores del oficio de enseñanza; la ciencia de la fe; conflictos aparentes.

Puntos de vista opuestos

Sobre la relación de la Iglesia con la ciencia existen dos puntos de vista irreconciliables:

León XIII: León XIII en su Carta Apostólica del 22 de enero de 1899, llama la atención a los católicos para tener en mente los peligros inminentes en el tiempo presente, y los especifica como una confusión entre el desorden y la libertad, como una pasión por decir y ultrajar lo que uno desee, como el hábito de pensar o imprimir sin restricción. Las sombras lanzadas por estos peligros sobre las mentes de los hombres, dice él, son tan profundas que hacen ahora más que nunca el ejercicio del oficio de la enseñanza de la autoridad Apostólica. El papa fortalece sus palabras con la autoridad del Concilio Vaticano, el cual afirma fe Divina para todas las cosas propuestas por la Iglesia, ya sea en decisión solemne o por el magisterium ordinario universal.

Virchow: No así aquellos fuera de la Iglesia. Para ellos la restricción espiritual del pensamiento, habla, escritura es un remanente de los tiempos en los cuales la ciencia estaba en grilletes, una reliquia de la Era Obscura. Virchow, al discutir la designación de los profesores de teología Protestante en Bonn y en Marburgo por el Gobierno Prusiano, hizo la siguiente declaración en la Cámara (6 de marzo de 1896): "Si se considera que le incumbe a las facultades teológicas conservar e interpretar un cierto depósito de las llamadas verdades y revelaciones Divinas, entonces no encajan en el marco de las universidades, son contrarias a la maquinaria científica que allí prevalece." Y continúa: "Los Reformadores del siglo dieciséis han sido reemplazados hoy por la libre crítica científica; en forma congruente, en lugar de detenerse ante las facultades teológicas, deben abolirlas, y los problemas que siempre surgen por una cierta clase de hombres que se dicen portadores de la verdad Divina, se habrán desvanecido" (reportado por Hertling, ver más adelante, página 49 y subsecuentes.) Tal es la voz general de aquellos que se ubican fuera de cualquier credo. Existen otros que desean adherirse a ciertos artículos de fe establecidos ya sea por un congreso de Reformadores, o por un soberano, o por el Parlamento. Aunque ampliamente en desacuerdo entre ellos en cuanto a los Libros inspirados, la Divinidad de Cristo, y aún la existencia de la Revelación, todos están de acuerdo en considerar al papado una usurpación, y la obediencia Católica en asuntos de fe y moralidad, obscuridad y esclavitud espiritual.

Historia: Estos puntos de vista en conflicto han existido desde la cuna misma de la cristiandad, y permanecerán hasta el fin del mundo. San Ambrosio (397) al hablar de los sabios del mundo (sapientes mundi) dice: "Desviándose de la fe, están implicados en la oscuridad de la ceguera perpetua, aunque tienen ante sí el día de Cristo y la luz de la Iglesia; mientras no ven nada, abren sus bocas como si lo supieran todo, ansiosos por cosas vanas y negados a las cosas eternas" (Hexaemeron, V, xxiv, 86, en P. L., XIV, 240.) Aquellos que aceptan la enseñanza de Cristo siempre han formado la porción menor de la humanidad, y la masa del rebaño pequeño no está formado por los ricos o los poderosos o los sabios del mundo. Sostienen que la Iglesia es una institución Divina, dotada del triple poder del sacerdocio, enseñanza y gobierno; por esto su sumisión, firmeza y unión en asuntos de fe en todo el mundo. Aquellos que se mantienen aparte y ven en la Iglesia nada excepto una institución humana, al igual que el viejo Imperio Romano, por ejemplo, pueden ser congruentes al condenar la posición Católica; al mismo tiempo no pueden evitar ver una congruencia aún mayor en al punto de vista Católico. Para someter el entendimiento propio a una doctrina supuestamente Divina y que garantiza ser infalible es indudablemente más congruente que aceptar los postulados prevalecientes de la ciencia, o las doctrinas nacionales, o una opinión pública que pasa. Se les debe permitir a los católicos interpretar a favor propio lo que la Escritura dice en cuanto a la luz de la fe, la obscuridad del error y la libertad de la verdad.

El Cuerpo Docente y la Ecclesia Discens

Los cuerpos de enseñanza y de escucha de la Iglesia de Cristo son llamados técnicamente "ecclesia docens" y "ecclesia discens".

Distinción:

La distinción entre el cuerpo de enseñanza de la Iglesia y del cuerpo de oyentes fue hecha por su Fundador en el mandamiento: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes" (Mateo, xxviii, 19); "quien a vosotros os escucha, a mí me escucha" (Lucas, x, 16.) La misma división es ilustrada por San Pablo en la comparación entre el cuerpo humano y el cuerpo místico de Cristo: "Si todo el cuerpo fuera ojo ¿dónde quedaría el oído?" (I Cor., xii, 17.) El oficio de la enseñanza fue comunicado a la Iglesia junto con la dignidad del sacerdocio y la autoridad de gobierno. El triple poder descansa en San Pedro y los Apóstoles y sus sucesores legales. El oficio Divino de la enseñanza no es impartir convicción científica, sino dar una declaración autoritativa, y la respuesta a ello de parte de los oyentes, no es ciencia sino fe. La Iglesia puede aún emplear su poder regulador para apoyar su enseñanza. Todo esto es ejemplificado en los primeros siglos cristianos. Los Doce Apóstoles no tenían tratos con las escuelas de Atenas, Alejandría o Roma. San Pablo, quien fue llamado más tarde, probablemente fue el único estudiado entre ellos; y aún él mismo profesa que sus enseñanzas no tienen las palabras persuasivas de la sabiduría humana (1 Cor., ii, 4.) Utilizó su poder contra Himeneo y Alejandro, quien en cuanto a la fe había naufragado (1 Tim., i, 20), y exhortaba a Timoteo a utilizar la misma autoridad contra aquellos que no tenían defensa contra una doctrina sólida (II Tim., iv, 3.) El Apóstol San Juan culpaba a varios obispos del Asia Menor por no remover a los falsos maestros (Apoc., ii, 14-20.).

Premisas de Fe:

La división de la Iglesia en dos cuerpos, uno que enseña y otro que escucha, no excluye a la ciencia del segundo más de lo que la incluye en el primero. El convenir en la fe es un acto racional; antes de que pueda hacerse, debe conocerse con certeza que existe un Dios, que Dios ha hablado, y lo que Él ha dicho. Los Apóstoles, los primeros Padres, concilios y papas son testigos de ello (Pesch, ver más adelante, páginas 18-22.) San Pedro desea que los fieles estén siempre preparados para satisfacer a todos los que pregunten una razón de la esperanza que está en ellos (1 Pedro, iii, 15.) San Agustín pregunta: "¿Quién no ve que el conocimiento precede a la fe? Nadie cree a menos que conozca qué creer". La siguiente es la declaración del Concilio Vaticano (Ses. III, de fide, cap. 3): "Para considerar razonable el servicio de nuestra fe, Dios ha unido a las acciones interiores del Espíritu Santo pruebas externas de Su revelación: hechos Divinos, especialmente milagros, y profecías, las cuales son testigos parlantes de Su infinito poder y sabiduría, testimonios infalibles de revelación Divina que se adaptan al entendimiento de todos". Inocencio XI condenó explícitamente la opinión de que la mera probabilidad en el conocimiento de la revelación es suficiente para convenir la fe en forma sobrenatural. Pío IX exige que la razón humana indague concienzudamente los hechos de la revelación Divina, para asegurarse que Dios ha hablado, con el fin de servirle razonablemente, según el Apóstol. En el conocimiento de las premisas de la fe, el hombre tiene que progresar en edad y educación. El niño no puede convenir en forma sobrenatural a la fe por lo que los padres o maestros dicen, hasta que su mente esté lo suficientemente desarrollada para asegurarse de la existencia y contenido de la revelación Divina. De nuevo, el conocimiento que pueda bastar a un niño puede no bastar a un hombre. Debe aplicar sus facultades mentales e interesarse en los fundamentos de su fe. La prudencia de su mente debe igualar a la sencillez de su voluntad. El profesor Heis acostumbraba tener el catecismo sobre su escritorio junto a los libros científicos. El progreso del conocimiento es especialmente loable en padres, maestros, estudiantes y sobre todo en los profesores de la ciencia teológica y en los dignatarios eclesiásticos. Bajo sus métodos científicos las premisas de la fe han llegado a ser una rama especial de la teología, llamada apologética.

Contenido de la Fe:

El contenido de la fe debe ser penetrado en la medida que lo permitan las facultades mentales y la gracia Divina. La Revelación señala el destino eterno, muestra el camino, y da los significados; previene contra la perdición eterna, ayuda en la tentación y protege de la maldad. Sin el conocimiento no hay interés, y la consecuencia es el olvido del propósito principal de la vida. Por ello el deber de todos los hombres es escuchar a Dios, meditar en Sus palabras, y entenderlas. Los más elevados actos de misericordia y caridad enseñan al ignorante y corrigen al errado. El estudio de la verdad revelada y la propagación de palabra y por escrito del conocimiento fue así adquirido y practicado en la Iglesia en todos los tiempos y por todas las clases. Debido a este estudio el depósito Divino de la fe ha crecido en un sistema científico el cual no es igualado en claridad y firmeza de estructura por otras ramas del conocimiento. A partir del marco de ese sistema sobresale el relieve de los misterios profundos, sin duda más allá de la comprensión humana, pero bien definidos en significado y protegidos contra objeciones. Sin embargo, debe recordarse que los divinos y doctores, como tales, no constituyen el cuerpo de enseñanza de la Iglesia; todos pertenecen a la "Ecclesia discens". La teología como sistema científico, con propuestas, argumentos y objeciones, no es el objeto directo de la "Ecclesia docens". Lo deja a los especialistas, con toda forma de estímulo y dirección.

Peligros contra la Fe:

Ya que la fe, como fundamento de vida eterna, es una virtud sobrenatural, al igual que todas las demás virtudes está expuesta a la tentación. Algunas dificultades son inherentes en el depósito de la fe, otras surgen del exterior. Una verdad revelada puede parecer ininteligible a la mente, al igual que los misterios, o repulsivo a la voluntad como si connotaran preceptos no bienvenidos. Las tentaciones del exterior pueden ser la constante hostilidad del mundo hacia la Iglesia, la discriminación contra los católicos, la falsificación de la historia, la literatura anticristiana e infiel, los escándalos internos, y las deserciones de la Iglesia.

Por su derecho exclusivo y positivo para enseñar a todas las naciones lo que Cristo ha ordenado a los Apóstoles (Mat., xxviii, 19-20), la Iglesia asimismo deriva necesariamente el derecho a defenderse. Para proteger a su rebaño contra los peligros de la fe emplea toda la autoridad de su poder reinante con sus subdivisiones legislativas, judiciales y administrativas. Por este poder ella regula la designación y remoción de los maestros religiosos, la admisión o prohibición de doctrinas religiosas, y aún los métodos de enseñanza, de palabra o por escrito.

Los Portadores del Oficio de Enseñar

Magisterio Infalible

Éstos son el papa y los obispos, como sucesores de San Pedro y los Apóstoles. La promesa de asistencia Divina fue dada junto con el mandato de enseñanza; por lo tanto descansa en los mismos sujetos, pero está restringida a los actos oficiales, a la exclusión de actos privados, en cuanto al depósito de la fe.

La actividad oficial de la enseñanza puede ser ejercida ya sea en el magisterium ordinario o diario, o por decisiones solemnes ocasionales. Lo primero sucede ininterrumpidamente; lo segundo ocurre en casos de gran peligro, especialmente por crecientes herejías. La promesa de asistencia Divina protege la integridad de la doctrina "todos los días, aún hasta la consumación del mundo" (Mat., xxviii, 20.) A partir de la naturaleza de ello, sucede que los obispos en lo individual pueden caer en el error, debido a que se tienen disposiciones amplias cuando todo el cuerpo de enseñanza de la Iglesia y del pastor supremo en particular está protegido por la Providencia. La "Ecclesia docens", como un todo, nunca puede caer en el error en asuntos de fe o moralidad, ya sea que su enseñanza sea ordinaria o solemne; ni puede el papa proclamar doctrinas falsas en su capacidad de pastor supremo de la Iglesia universal. Sin esta prerrogativa, la cual se conoce como Infalibilidad (véase) la promesa Divina de ayuda sería una falacia. Al derecho de enseñanza de parte de la "Ecclesia docens" corresponde en forma natural la obligación de escuchar de parte de la "Ecclesia discens". Escuchar tiene el sentido de someter el entendimiento, y es de naturaleza dual, según la enseñanza es, o no, llevada a cabo bajo la garantía de infalibilidad. La sumisión anterior se llama convenir a la fe, la posterior aceptación de obediencia religiosa.

Otros Tribunales

Someter el entendimiento a otra que no sea la autoridad Divina puede parecer objetable, pero sucede en la práctica, tanto en la ciencia como en la vida diaria, en cientos de formas. En cuanto a la Iglesia, el sometimiento del entendimiento, es especialmente adecuado, sin importar si habla con autoridad infalible o administrativa, en otras palabras, si la sumisión es de fe o de obediencia. Aún desde el punto de vista humano su autoridad es excepcionalmente elevada e imparcial. Las cartas pastorales de los obispos, catecismos diocesanos en particular, decretos de sínodos provinciales, decisiones de Congregaciones Romanas y muchos actos oficiales del papa, pertenecen a la enseñanza que descansa en forma directa sólo sobre la autoridad reinante, sin la prerrogativa de infalibilidad, y tienen la misma obligatoriedad sobre la Iglesia universal. En cada diócesis la autoridad oficial en asuntos de fe y moralidad es el obispo. Sin su consentimiento (o el de otra autoridad más elevada), ningún profesor de teología, catequista o predicador puede ejercer su función oficial, y ninguna publicación que toca asuntos de fe y moralidad se permite dentro de la diócesis. La aprobación de los maestros se conoce como misión canónica, mientras que la aprobación o rechazo de libros se llama censura (véase.) Por encima de los tribunales diocesanos están las Congregaciones Romanas (véase) a las cuales ciertos asuntos están reservados y a las cuales se puede apelar. La ciencia, en particular, puede tener contacto con la Congregación de Ritos, el cual examina los milagros propuestos como fundamento para las beatificaciones y canonizaciones. Con mayor frecuencia es la Congregación del Índice la que examina oficialmente y decide el peligro para la fe y la moralidad de libros (no personas) denunciados o bajo sospecha, y el Santo Oficio de la Inquisición, el cual decide cuestiones de ortodoxia, con el papa mismo como prefecto. Todas las autoridades eclesiásticas, mencionadas en este párrafo, participan, ya sea en forma oficial o por delegación, en los poderes legislativos, judiciales y ejecutivos de la Iglesia, apoyando sus funciones. Falta decir que sus decisiones son dotadas con la prerrogativa de infalibilidad, cuando el papa las aprueba, no en forma ordinaria, como por ejemplo cuando actúa como prefecto de una Congregación, sino en forma solemne, o ex cathedra, con la obligación de aceptación por toda la Iglesia.

Galileo

A los hombres de ciencia los tribunales Romanos del Índice y de la Inquisición son mejor conocidas por su relación con el nombre de Galileo (véase.) Este parece ser un buen momento para hablar sobre la actitud de los científicos no católicos contra el caso. Puede demostrarse desde un triple punto de vista que no siempre está relacionado con mantener los principios de la ciencia.

(a) El error involucrado en la condenación de Galileo se utiliza como argumento contra el derecho de los tribunales a existir. Esto es ilógico y parcial. El error fue puramente accidental, al igual que los errores de la justicia en las cortes criminales resultan de errores accidentales similares. Si el argumento no se puede sostener en esto, mucho menos en lo anterior. El error fue una opinión universal tenazmente defendida por los Reformadores del siglo dieciséis. Además, es prácticamente la única decisión errónea de su tipo entre los cientos emitidos por los tribunales Romanos en el transcurso de los siglos.

(b) Lo que se objeta en el caso Galileo no es tanto el hecho histórico del disparate, sino el argumento permanente de la Iglesia de ser, por derecho Divino, el guardián de la escritura; es el principio por el cual ella se adhiere al sentido literal de la Sagrada Escritura, en tanto el contexto o la naturaleza del caso no sugiera una interpretación metafórica. Dado que las evidencias que convencieron a Copérnico, Kepler y Galileo debieron también convencer a los teólogos de ese tiempo, éstos cometieron un desatino. Sin embargo, no debe ser esto continuamente señalado en contra de la Iglesia. Los desatinos oficiales de los altos tribunales son continua y fácilmente perdonados, cuando son cometidos en el ejercicio de un derecho reconocido. Nadie condena la administración de justicia cuando un caso en disputa, en el curso de las apelaciones, es revertido dos o tres veces, aunque cada reversión hace que se registre un desatino jurídico. Por ello, lo que se condena en el caso Galileo, debe ser el derecho mismo, esto es, el reclamo y el principio antes mencionado. Sin embargo, es evidente que no son en forma alguna peculiares del caso Galileo; son tan antiguas como la Iglesia; han sido aplicadas en nuestros propios días, por ejemplo, en el Syllabus de Pío IX (1864), en el Concilio Vaticano I (1870) y recientemente en la Encíclica "Pascendi" de Pío X (1907); y serán aplicadas en el futuro. Para atacar el reclamo de la Iglesia como guardián de la Escritura, no existe necesidad aparente de repasar una y otra vez el incidente Galileo. Tampoco el procedimiento legal contra Galileo es en forma alguna peculiar a su caso. Los historiadores juzgan por las leyes establecidas en el siglo diecisiete y lo encuentran extrañamente leve. ¿Qué es entonces lo que evita que descanse la controversia Galileo? Es difícil ver otro motivo en la agitación sino la poca disposición para aceptar el reclamo de la Iglesia para interpretar las Escrituras.

(c) La amplia literatura de Galileo muestra una notable diferencia entre los puntos de vista opuestos. Entre los católicos se da poca importancia al caso, simplemente porque los católicos sabían, antes y después, que las Congregaciones Romanas pueden errar, y sólo se preguntan qué otros errores no han sido registrados en la historia. Entre los demás, la simpatía mostrada hacia Galileo no es fácilmente comprensible desde el punto de vista científico. Todo el proceso fue un asunto totalmente interno de la Iglesia: Galileo compareció frente a sus superiores legales; por un tiempo desobedeció, pero al final se sometió a su condenación. El carácter que demostró en el asunto no parece causar la admiración que se le tiene. ¿Qué es entonces, lo que hace que los demás sientan tanta simpatía por Galileo, sino su desobediencia hacia el mandato de 1616? Esto es lo que parece ocurrir, a juzgar por las alabanzas hacia sus diálogos "inmortales".

La Ciencia de la Fe

Aún cuando la fe no es ciencia, existe una ciencia de la fe. El conocimiento adquirido por la fe, por un lado, descansa en la ciencia, y por otro lado se presta a métodos científicos.

Caso Paralelo

La fe es en muchas formas un caso paralelo a la historia. Aunque el conocimiento histórico no es directamente científico, existe una ciencia de la historia. Las indagaciones científicas preceden al conocimiento histórico, y los resultados de la investigación histórica son tratados con métodos científicos. Todo lo que conocemos acerca de la historia lo conocemos por la autoridad del testimonio. Pertenece a la ciencia de la historia investigar la existencia y confiabilidad de las fuentes y la transmisión sin falsificación de su testimonio hacia nosotros. Tampoco eso lo es todo. La ciencia de la historia acomodará la cadena de hechos descubiertos, no sólo cronológicamente, sino con una perspectiva de causalidad. Explicará el por qué y el cómo en el surgimiento y caída de hombres, ciudades, naciones.

Teología

La teología es la ciencia de la fe. El testimonio humano es sustituido aquí por la autoridad Divina. Las premisas de fe han sido elaboradas en un sistema científico llamado apologética. Las verdades Divinamente reveladas han sido estudiadas en líneas históricas, filosóficas, y lingüísticas; han sido analizadas, definidas y clasificadas; han sido trazadas las líneas fronterizas entre la fe y la ciencia y se han establecido los puntos de contacto; se han aplicado objeciones metódicas y soluciones; y le han refutado lógicamente los ataques del exterior. Los resultados de todos estos estudios se han incorporado en un número de ramas científicas, tales como las ciencias Bíblicas, con sus subdivisiones de crítica histórica, hermenéutica teórica y exégesis práctica; luego la dogmática y la teología moral, con sus consecuencias en ley canónica y subramas, --patología, historia de dogmas, arqueología, arte-historia. Los hombres que representaron estas ciencias son los Padres Griegos y Latinos y los Doctores de la Iglesia, entre ellos los fundadores de la teología Escolástica, sin dejar de mencionar a las más recientes celebridades entre los clérigos asiduos y seculares. Puede encontrarse amplia literatura en la edición de Migne de los Padres y en "Nomenclator" de Hurter. Aquí se encuentra abierto a la investigación eminentemente científica el más amplio campo. Si la ciencia es el conocimiento de las cosas a partir de sus causas, la teología es el más elevado grado de la ciencia, ya que rastrea su conocimiento a la causa última de todas las cosas. Ciencia de este tipo es lo que Santo Tomás define como sabiduría.

Progreso

Que no se diga que no existe progreso en la ciencia de la fe. La teología dogmática puede parecer como la más rígida de las ramas, y aún ahí encontramos, con el tiempo, un entendimiento más profundo, definiciones más precisas, pruebas más sólidas, mejores clasificaciones, conocimiento más profundo de los dogmas en su mutua relación e historia. La ley canónica no sólo se ha mantenido a flote, sino que ha ido más allá que la ley civil, sobre todo en sus fundamentos científicos. El progreso en las disciplinas Bíblicas, históricas y pastorales es tan obvio que sólo se requiere mencionarlo. La respuesta a la cuestión de que no debiese existir progreso en la religión de la Iglesia de Cristo, se remonta hasta el siglo quinto y fue dada por San Vicente de Lerins en las siguientes palabras: "Ciertamente debe permitirse el progreso, y tanto como el que pueda darse... pero de tal modo que pueda haber un progreso real en la fe, no una alteración de la misma." En cuanto a alteraciones da la siguiente explicación: "Es peculiaridad del progreso que una cosa se desarrolle en sí misma; y peculiaridad del cambio, que una cosa se altere de lo que es a otra cosa" (Commonitorium, 1, 23; vea P.L., L.) El Concilio Vaticano estableció la misma diferencia entre evolución y cambio: "Si alguien dice que es posible que, con el progreso de la ciencia, pueden las doctrinas propuestas por la Iglesia tener algún sentido, diferente de aquel que la Iglesia ha entendido y entiende, será un anatema" (Ses., III, can. iv, de fide et ratione, 1, can. 3.) La ciencia que es cambiada no es desarrollada, sino abandonada, asimismo ocurre con la fe. El verdadero desarrollo es presentado en la parábola de la semilla de mostaza que crece en árbol, sin destruir la conexión orgánica entre la raíz y las ramas más pequeñas.

Objeciones

El carácter científico de la teología ha sido llamado en cuestión sobre las siguientes bases:

Misterios: Se dice que los misterios son ajenos a la ciencia humana, por dos razones: se basan exclusivamente en la revelación Divina, una fuente ajena a la ciencia; y segundo, no pueden sujetarse a métodos científicos. La objeción tiene algo a su favor. Los misterios, llamados adecuadamente en tal forma, son verdades esencialmente más allá de los poderes naturales de cualquier intelecto creado, y jamás pueden conocerse excepto por revelación sobrenatural. Sin embargo la objeción es sólo aparente. En lo que toca a la fuente de conocimiento, la ciencia debe buscar con ahínco la verdad y asimismo darle la bienvenida, sin importar de dónde provenga. Debe estimar la fuente del conocimiento como más elevada a medida que aporte mayor certeza. La ciencia tiene a aceptar la Creación Divina como su fuente; ¿por qué debe ser excluida la Revelación Divina de su dominio? Las ciencias naturales pueden confinarse a sí mismas a la primera, pero la segunda en ninguna forma es ajena a las ciencias históricas y filosóficas, menos aún a la teología. La afirmación de que los misterios están más allá de la investigación científica es demasiado general. Primero, su existencia puede ser comprobada científicamente; segundo, pueden ser analizados y comparados con otros conceptos científicos; por último, aportan consecuencias científicas que no pueden accederse de otra manera. Si la objeción tuviera alguna fuerza real, se aplicaría en forma similar a los misterios que son llamados erróneamente de tal forma, por ejemplo, a verdades naturales que nunca conoceremos en esta vida. Toda ciencia está llena de ellos, y son la razón misma por la cual los científicos más conocedores se consideran los más ignorantes. Las fuentes de su conocimiento parecen estar siempre cerradas, y los métodos científicos no pueden abrirlas. Si esto puede ser una objeción al carácter científico de una rama, entonces deberán ser canceladas de la lista de ciencias la historia, la ley, la medicina, la física y la química.

Duda Metódica: Se dice que la investigación científica es imposible, cuando no puede cuestionarse una propuesta, siendo limitada por el consenso de los Padres y los Doctores y la vigilante autoridad de la Iglesia. Una sencilla distinción entre la duda interior y la duda metódica eliminará esta dificultad. La duda metódica se aplica en forma tan amplia en la teología que puede decirse que es esencial para los métodos Escolásticos. Y basta para la investigación imparcial. Esto ha sido comprobado por el notorio hecho de que todas las pruebas científicas que tenemos ahora para el sistema de Copérnico, sin excepción, han sido proporcionadas por hombres que nunca podrían haber tenido una duda interior sobre su verdad. El divino católico ve en la doctrina tradicional de la Iglesia una luz que lleva con gran seguridad a través de las preguntas fundamentales de su ciencia, donde la razón humana por sí sola puede perderse en un laberinto de inventos, conjeturas, hipótesis. Otras dificultades tocantes a la ciencia en general serán mencionadas en la siguiente sección.

Conflictos

Los conflictos entre la ciencia y la Iglesia no son reales. Todos se basan en afirmaciones como éstas: La fe es un obstáculo para la investigación; la fe es contraria a la dignidad de la ciencia; la fe es desacreditada por la historia. Basándonos en las respuestas a los principios explicados anteriormente, podemos dispersar los fantasmas en la siguiente forma.

La Fe no es Obstáculo

Se dice que un creyente nunca puede ser científico; su mente está limitada por la autoridad, y en caso de conflicto debe contradecir a la ciencia.

(a) La afirmación es congruente con la suposición de que la fe es un invento humano. Sin embargo, el creyente basa la fe en la Revelación Divina, y la ciencia en la Creación. Ambos tienen su fuente común en Dios, la Verdad Eterna. Los puntos principales de contacto entre ambas se enumeran anteriormente en la sección A (I), y sólo ahí puede haber la cuestión de conflictos. Se demuestra en el mismo lugar (II) que cada uno de los supuestos conflictos, sin excepción, se basa en axiomas arbitrarios. En lo que concierne a los hechos científicos, el creyente está seguro de que, hasta ahora, ninguno de ellos contradice una definición infalible. En caso de una aparente diferencia entre la fe y la ciencia, toma la siguiente posición lógica: Cuando una perspectiva religiosa se contradice por un hecho científico bien establecido, entonces deben examinarse nuevamente las fuentes de revelación, y se encontrará que dejan abierta la cuestión. Cuando un dogma claramente definido contradice una aceptación científica, esto último debe ser revisado, y se encontrará que es prematuro. Cuando ambas afirmaciones que se contradicen, la religiosa y la científica, son sólo teorías prevalecientes, se estimulará la investigación en ambas direcciones, hasta que una de las teorías pruebe ser infundada. El conflicto sobre el sistema heliocéntrico pertenecía, hablando teóricamente, al primer caso, y el Darwinismo, en su forma burda, al segundo; sin embargo, en la práctica, las cuestiones en disputa generalmente acaban siendo el tercer caso, y así fue en realidad en el caso del sistema heliocéntrico en el tiempo de Copérnico, Kepler y Galileo.

(b) Es cierto que el creyente es menos libre en su conocimiento que el no creyente, pero sólo porque sabe más. El no creyente tiene una fuente de conocimiento, el creyente tiene dos. En lugar de cerrar su mente contra la vertiente sobrenatural del conocimiento por medio de postulados arbitrarios, el hombre debería agradecer a su Creador por cada gramo de conocimiento, y, ansiando la verdad, beber de ambas vertientes que bajan del cielo. Por ello es que un hijo cristiano bien instruido sabe más acerca de las verdades importantes que Kant, Herbert Spencer o Huxley. Los científicos creyentes no desean ser libre pensadores al igual que las personas respetables no desean ser vagabundos.

Dignidad de Ciencia

Se dice que la ciega aceptación de los dogmas y la sumisión a la autoridad no científica es contraria a la dignidad de la ciencia; por ello el conflicto entre la Iglesia y la ciencia. La respuesta es como sigue:

(a) La dignidad de la ciencia consiste en buscar y encontrar la verdad. Lo que lastima a la dignidad de la ciencia es el error, las teorías ficticias, los postulados arbitrarios. Ninguna de estos calificativos se encuentra en la fe. Se garantiza la verdad infalible, y el asentimiento se basa en premisas que no son aceptadas ciegamente sino probadas por la razón, si se desea, con los métodos más científicos. Las premisas indignas de ser llamadas ciencia son como las siguientes: "El error sólo puede ser eliminado por la ciencia y la verdad científica" (Lipps, 1908); o "La ciencia es la única autoridad" (Masaryk.) Asimismo, es indigno de la ciencia la incongruencia de no ceder ante premisas una vez que se han establecido razonablemente. Ningún científico duda en aceptar resultados proporcionados por ramas diferentes a la suya o aún de científicos dentro de su propia línea especializada. No obstante, muchos empequeñecen por no aceptar la fe, aunque la existencia de la revelación está tan razonablemente establecida como cualquier hecho histórico.

(b) Cuando se trata de la autoridad fuera de la ciencia, el científico creyente sabe que la autoridad frente a la cual asiente a la fe es Divina. El motivo de su fe no es la Iglesia, es Dios. En Dios ve la más elevada verdad lógica (Sabiduría infinita), la verdad ontológica más elevada (el Ser infinito), la más elevada verdad moral (Veracidad infinita.) Postrándose ante tal autoridad, infinitamente más allá de la ciencia humana, es tan armonioso y basado en la sólida razón, que la ciencia debería ser la primera en decir: "Ecce ancilla Domini". La dignidad de la ciencia está sin duda bajo la sombra de la dignidad de la fe, pero en ninguna forma degradada.

(c) Probablemente se encuentra mayor dificultad en asentir a la obediencia religiosa que en asentir a la fe. No se trata aquí de una autoridad infalible a la cual se pide a la ciencia que respete, sino de uno que puede errar, al igual que cualquier tribunal humano, aún el más alto. La frase "dignidad de la ciencia" significa prácticamente la dignidad del hombre en su calidad de científico. Ahora bien, ponemos ante él una alternativa: Si es miembro de la Iglesia Católica, la sumisión a una autoridad legal, la cual sabe que ha sido establecida por Cristo, no sólo no es para él indigno sino honroso en todos sentidos, pues considera que la obediencia es una bendición más elevada que la ciencia. Su caso es paralelo a aquel de ciudadano respetuoso de la ley en cuanto a la suprema corte de justicia. El ciudadano puede apelar desde los tribunales menores hasta los más altos, pero no se rebelará contra éstos últimos. Si está convencido de que ha sido objeto de injusticia, preferirá el bien común del orden pacífico a los intereses particulares, y se sentirá de lo más dignificado como ciudadano por ello. Pero si el científico se ubica fuera de la Iglesia Católica, probablemente se sentirá de lo más despreocupado en cuanto a su autoridad en cuanto a sí mismo. Podría muy bien dejar que la Iglesia se ocupe de sus propios asuntos internos.

En general, todos los científicos podrían considerar la observación hecha por los obispos de la Provincia de Westminster en su carta pastoral conjunta de 1901 (ver más adelante): "Se ha vuelto de moda que personas que tienen poco o ningún conocimiento de sus cuidadosos y elaborados métodos, desacrediten públicamente a las Congregaciones Romanas en cuanto a su sistema de filtrar y probar evidencia, y de los trabajos del Sumo Pontificio al convocar expertos, aún desde puntos distantes de la Iglesia, para que tomen parte en sus procedimientos". En cuanto a la Congregación del Índice en particular, su propósito es proteger a la comunidad del veneno intelectual y moral. La prohibición de publicaciones erróneas y peligrosas se impone por ley natural entre las autoridades de la familia, de las comunidades civiles y religiosas; y la ciencia debería ser el primero en el rango de colaboradores. Sólo entonces saldría a relucir su verdadera dignidad. El científico católico ve además una ley positiva en el ejercicio de su poder, pues se deriva del oficio Divino de enseñar a todas las naciones. Y ve el correcto uso de este derecho desde el principio mismo de la Iglesia, aunque la Congregación del Índice no fue fundada sino hasta 1570, y el primer Índice Romano apareció sólo en 1559. Antes de que se inventara el arte de la impresión, bastaba quemar unas cuantas copias de manuscritos para evitar que se esparciera una doctrina. Así fue hecho en Efesia en presencia de San Pablo (Hechos, xix, 19.) Se sabe que los otros Apóstoles, los Padres de la Iglesia, y el Concilio de Nicea (325) ejercieron la misma autoridad. La enumeración de las varias censuras, prohibiciones e índices emitidos por ciudades, universidades, obispos, concilios provinciales y papas, a través de los siglos cristianos, puede verse en "Der Index der Verbotenen Bücher" de Hilgers (Freiburg, 1904), 3-15.

La necesidad de restringir el permiso en toda forma de publicaciones puede ilustrarse con los siguientes hechos. En cuanto a los libros heréticos uno puede suponer que hombres tales como San Francisco de Sales y Balmes están a prueba de todo peligro. Sin embargo, ellos agradecieron a Dios por haberlos protegido de leer libros infieles y de perder la fe. El segundo confesó que no podía leer un libro infiel sin sentir la necesidad de volver a sintonizar adecuadamente su mente recurriendo a las Escrituras, la "Imitación de Cristo" y a Louis de Granada. En cuanto a las producciones inmorales literarias, el flujo se ha vuelto tan enorme y los resultados criminales tan alarmantes, que se han formado ligas públicas de moralidad, compuestas de hombres y mujeres, incluyendo todos los elementos conservadores y todas las denominaciones religiosas. Los peligros políticos y sociales no son menos temidas que la infección moral. Por esta razón es difícil que exista algún país en el mundo donde no se ejerza algún grado de censura. Las medidas tomadas en Inglaterra, en los Países Bajos, Escandinavia, Francia, Suiza y Alemania pueden encontrarse en el libro de Hilgers, op. cit., 206-389. Decir que todas estas medidas de auto defensa de parte de los padres de familia, el estado y la Iglesia están en contra de la dignidad de la ciencia sería una afirmación muy audaz.

Testimonio Histórico

Aquellos que sostienen que la fe ha sido desacreditada por ha historia son los mismos que desacreditan la historia con falsedades. Debe bastar en este espacio aludir a algunos puntos principales.

(a) Si un creyente no puede ser científico, como se afirma, entonces todos los científicos deben haber sido no creyentes. Se hace la afirmación a pesar de su audacia, con el fin de salvar la apariencia de congruencia. Sin embargo, el hecho es que, hasta la Revolución Francesa, cuando Voltaire y Rosseau dedujeron las últimas consecuencias del ateísmo, los grandes científicos hablan con gran reverencia acerca de Dios y de Su maravillosa Creación. ¿Será necesario mencionar a Copérnico, Kepler, Galileo, Tycho, Brahe, Newton, Huyghens, Boyle, Haller, Mariotte, los Bernoullis, Euler, Linné y muchos otros? Ya que con frecuencia son los defensores de los gloriosos principios de 1789 los que nunca se cansan de traer a cuento la tragedia de Galileo, les suplicamos recuerden al gran químico Lavoisier, quien murió en la guillotina fiel a su Iglesia, mientras que los libre pensadores gritaban al viento: "Nous n’avous plus bedoin de chimistes" [ver "Etudes", cxxiii (París, 1910), 834 y siguientes.] Después de la Revolución Francesa encontramos en el volumen de Kneller (ver más adelante) los nombres de un glorioso grupo de científicos creyentes, tomados sólo de la rama de las ciencias naturales. Según Donat ("Die Freiheit der Wissenschaft", Innsbruck, 1910, Pág. 251) entre los 8847 científicos enumerados en "Biographisch-Literarisches Handwörterbuch" de Poggendorff (Leipzig, 1863) existen no menos de 862 clérigos católicos, o casi el diez por ciento del número.

(b) La falta de verdaderos argumentos para las tesis "de que la fe ha sido desacreditada por la historia es suplida por falsedades. Entre las fábulas inventadas para este propósito pueden mencionarse la condenación de la doctrina sobre los antípodas. Su representante (probable), Virgilius, fue acusado en Roma (747) pero no fue condenado (Hefele, "Konziliengeschichte, III, 557.) Llegó a ser Obispo de Salzburgo y posteriormente fue canonizado por Gregorio IX. Otra historia es la supuesta prohibición de la anatomía del cuerpo humano por Bonifacio VIII. Colón se reportó como excomulgado por el "Concilio" de Salamanca. La reciente reaparición del cometa Halley ha revivido la historia de una Bula papal emitido contra el cometa por Calixto III (1456.) La fábula fue iniciada por Laplace, quien inventó el "conjuro", aunque intentó suavizar su falta de veracidad omitiendo la frase en la cuarta edición de su "Essai philosophique" (vea LAPLACE.) El ateo Arago cambió el conjuro por excomunión. El Vicealmirante Smyth agregó el exorcismo, Robert Grant el anatema, Flammarion el "maléfico", y finalmente John Draper la maldición. Aquí el vocabulario llegó a su fin. Se recurrió a la poesía, burda y fina, el sarcasmo y aún a errores astronómicos, para ilustrar el conflicto entre la ciencia y la Iglesia. Babinet describe a los Frailes Menores, durante la Batalla de Belgrado, con crucifijo en mano, exorcizando a un cometa que no estaba ahí; el cometa Halley había desaparecido hacía más de una semana. Chambers (1861) honró a Callistus III con el título del "papa tonto" por conmemorar cada año la victoria de Belgrado. Daru habla de que permite que el papa se coloque frente al altar, con lágrimas en los ojos y su frente cubierta de ceniza, y le reta a que mire hacia arriba para que vea cómo el cometa continúa su curso impasible ante los conjuros. John Draper habla de que el papa espanta al cometa con campanas ruidosas a la usanza de los salvajes. El Dr. Dickson White compuso una letanía papal: "Líbranos buen Dios, de todo desde el Turco hasta el cometa". En "Astronomía Popular" (1908) se dice que el cometa permanece una semana adicional de visibilidad celeste y en la "Rivista di Astronomía" (1909) hasta un mes más; en "The Scientific American" (1909) aparece tres años antes. Tales ficciones y falsedades son necesarias para demostrar los conflictos entre la Ciencia y la Iglesia (vea citas y rectificaciones en Stein, "Calixte III et la comète de Halley", Roma, 1909; PLATINA, BARTOLOMEO.).

(c) Como espécimen de la literatura anticatólica en esta materia podemos tomar de la "Historia de los Conflictos entre la Religión y la Ciencia" de John W. Draper (vea más adelante), la cual merece mención especial, no por la dificultad que presenta, sino por su amplia circulación en varios idiomas. El autor se coloca a sí mismo exclusivamente sobre bases filosóficas e históricas. Ninguna de ellas es el campo de sus estudios especiales, y los muchos disparates en su trabajo podrían perdonarse si no fuera por la audacia de su estilo y lo superficial de su contenido. Como el libro está en el Índice, puede presentarse un ejemplar resumido para aquellos a los que no se permite su lectura. En cuanto al sujeto del párrafo anterior, Draper escribe: "Cuando el cometa Halley arribó en 1456, fue tan tremenda su aparición que fue necesario que el papa mismo interfiriera. Lo exorcizó e hizo que desapareciera de los cielos. Lo encogió hacia los abismos del espacio, aterrorizado por las maldiciones de Callixtus III, y ¡no se atrevió a regresar por setenta y cinco años!...Por orden del papa, todas las campanas de las iglesias en Europa tañeron para espantarlo, se ordenó a los fieles que agregaran cada día una oración; y como sus oraciones con tanta frecuencia fueron marcadamente contestadas con eclipses, sequías y lluvias, asimismo se declaró en esta ocasión que la victoria sobre el cometa se debía al Papa". Excepto la mitad de la primera oración, de que "el cometa arribó en 1456", todas sus afirmaciones, sin excepción, son falsedades históricas. Sin embargo, el lenguaje soez hace a uno pensar que el autor no esperaba ser tomado en serio. El mismo tratamiento es dado a otros puntos históricos, como Giordano Bruno, de Dominis, la Biblioteca de Alejandría. El cómo la Inquisición Española fue incluida en el libro se entiende fácilmente a partir de su propósito; pero el cómo se incluye bajo el título, "Conflictos entre la Religión y la Ciencia", continúa siendo un problema lógico. El dominio de la Iglesia en la Edad Media y su influencia en el progreso de la ciencia es un asunto que requería una forma de pensar distinta a la de un químico o un físico. Fue asumido por uno de los Bolllandist, Ch. De Smedt, en respuesta de Draper. Corregir a Draper en esto y en todos los demás puntos históricos fue para él una tarea sencilla pero a la vez repulsiva (de Smedt, ver más adelante.) Los razonamientos filosóficos de Draper en cuanto a la libertad científica de los científicos creyentes, sobre el derecho de la Iglesia en proclamar dogmas y exigir su aceptación, sobre la posibilidad de los milagros, traicionan a la ignorancia total o la confusión de principios explicada en los párrafos anteriores.

Concilio Vaticano I

Una conclusión que ajusta al capítulo de "Conflictos entre la Ciencia y la Religión" puede encontrarse en la declaración del Concilio Vaticano (Ses. III, de fide, c. 4): "La fe y la razón son de mutua ayuda: por medio de la bien aplicada razón, se establecen los fundamentos de la fe, y a la luz de la fe, se construye la Divinidad de la ciencia. La fe, por otro lado libera y evita que la razón caiga en el error, la enriquece con conocimiento. Por tanto, la Iglesia, lejos de obstaculizar la búsqueda de las artes y ciencias, las alienta y promueve en muchas formas... Tampoco evita que las ciencias, cada una en su esfera, hagan uso de sus propios principios y métodos. No obstante, aunque reconoce la libertad que se les debe, trata de evitar que caigan en errores contrarios a la doctrina Divina, y de que no propasen sus propios límites y confundan asuntos que pertenecen al dominio de la fe. La doctrina de la fe que Dios ha revelado no se antepone a la mente humana para una mayor elaboración, como si fuera un sistema filosófico; es depósito Divino, confiado a la Esposa de Cristo, para ser fielmente guardado e infaliblemente declarado. Por ello, el significado una vez dado por la madre Iglesia a un dogma sagrado debe mantenerse por siempre y no separarse so pretexto de un entendimiento más profundo. Que el conocimiento, la ciencia y la sabiduría crezcan juntas con el curso de eras y siglos, tanto en los individuos como en la comunidad, en cada hombre como en toda la Iglesia, pero en la forma adecuada, esto es, en el mismo dogma, con el mismo significado, en el mismo entendimiento".

Lo que fue promulgado en el Decreto del Concilio Vaticano I fue representado por una mano maestra en una pared del Vaticano, hace tres siglos. En su fresco (equivocadamente) llamado "Disputa", Rafael asignó a las artes y ciencias su propio lugar en el Reino de Dios. Están reunidas entorno al altar, aceptan el Evangelio de manos de los ángeles, levantan sus ojos hacia el Redentor, y de Él al Padre y al Espíritu, rodeado por la Iglesia Triunfante, su propio fin último.


Bibliografía: SANTO TOMÁS DE AQUINO, De veritate fidei catholic contra gentiles; HURTER, Uber die Rechte der Vernunft und des Glaubens (Innsbruck, 1863); KLEUTGRN, Theologie der Vorzeit (Münster, 1867-74); HETTINGER, Apología, t. V, Lecturas 21-22 (trad. inglés); Concilium Vaticanum, Const. Dei Filius, cap. 4, con explicaciones en Collectio Lacensis, VII, 535-7; HILGERS, Der Index der verbotenen Bücher (Freiburg, 1904); DONAT, Die Freiheit der Wissenschaft (Innsbruck, 1910.)

Literatura de Referencia: -- DRAPER, Hist. De los Conflictos entre la Religión y la Ciencia (Nueva York, 1873), un trabajo puesto en el Índice el 4 de septiembre de 1876; las siguientes tres publicaciones aparecieron contra el tiraje de Draper: DE SMEDT, L'eglise et la science in Rev. des quest. scient., I (Brussels, 1877); ORTI Y LARA, La ciencia y la divina revelación (Madrid, 1881); MIR, Harmonia entre la ciencia y la Fe (Madrid, 1885); estos dos ensayos españoles fueron coronados con el segundo premio (junto con otros dos de RUBIO Y ORS y ABDÓN DE PAZ) por la Real Academia de Moral y Ciencias Políticas de Madrid. El mismo asunto es también tratado en Civiltà cattolica, ser. X, vols. I, II, III (1876) y vol. XI (1878), y por MENÉNDEZ Y PELAYO, Hist. de los heterodoxos españoles (Madrid, 1880, 1888-91); ZÖCKLER, Gesch. der Beziehungen zwischen Theologie und Naturwissenschaften, II (Frankfurt, 1877-8), 595; BRAUN, Uber Kosmogonie vom Standpunkte christlicher Wissenschaft (Münster, 1887, 1895, 1905); ZAHM, Ciencia Católica y Científicos Católicos (Filadelfia, 1893); BROWNSON, Fe y Ciencia (Detroit, 1895); HERTLING, Das Princip des Katholicismus und die Wissenschaft (Freiburg, 1899); PESCH, Das kirchliche Lehramt und die Freiheit der theologischen Wissenschaft in Stimmen, publicación no. LXXVI (Freiburg, 1900); carta pastoral conjunta por el arzobispo cardenal y los obispos de la Provincia de Westminster en The Tablet, LXV (Londres, 1901), 8, 50; CATHREIN, Glauben und Wissen (Freiburg, 1903); KNELLER, Das Christentum und die Vertreter der neueren Naturwissenschaft (Freiburg, 1904), tr. KETTLE, Cristianidad y Ciencia Moderna (San Luis, 1911); GERARD, El Antiguo Acertijo y la Más Reciente Respuesta (Londres, 1907); FONK, Die naturwissenschaftlichen Schwierigkeiten in der Bibel in Zeit. für kath. Theol., XXXI (1907), 401-32; con un complemento del escritor, 750-5; PETERS, Klerikale Weltauffassung und Freie Forschung, Ein offenes Wort an Prof. Dr. K. Menger (Viena, 1908); LEAHY, Ensayos Astronómicos (Boston, 1910); VIDAL, Religion et médecine (Paris, 1910), -- en relación con este libro pueden consultarse las conferencias de DESPLATS y FRANCOTTE, ofrecidas en la Sección de medicina de la sociedad científica de Bruselas (1908 y 1907 respectivamente); SCHIAPARELLI, Astronomía del Antiguo Testamento (Oxford, 1905); MAUNDER, La Astronomía de la Biblia (Nueva York, 1908); COHAUSZ, Das moderne Denken (Cologne, 1911.)

Fuente: Hagen, John. "Science and the Church." The Catholic Encyclopedia. Vol. 13. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/13598b.htm>.

Traducido por Lucía Lessan