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Martes, 3 de diciembre de 2024

San Anselmo

De Enciclopedia Católica

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Arzobispo de Canterbury, Doctor de la iglesia, nacido en Aosta, una ciudad de Borgoña en los confines de Lombardía y muerto el 21 de abril de 1109.

Su padre, Galdulf era un lombardo que se había hecho ciudadano de Aosta y su madre, Ermenberga, provenía de una familia borgoñona. Como muchos otros santos, Anselmo aprendió de su madre las primeras lecciones sobre la piedad, y desde muy joven tenía la pasión por aprender. Años después disfrutaba de los recuerdos infantiles, y su biógrafo Eadmer, ha conservado algunos episodios que oyó de los labios del propio santo. El niño había oído a su madre hablar de Dios que habitaba en lo alto gobernando todas las cosas. Viviendo en las montañas, pensó que el cielo debía estar en sus amplias cimas. “Y mientras daba vueltas a estas cosas con frecuencia en su cabeza, sucedió que un día vio en una visión que debía ir a la coma de la montaña y apresurarse ante la corte del Dios, el gran rey. Pero antes de comenzar la ascensión a la montaña, vio en el llano por el que había pasado a pie, que unas mujeres, sirvientes del rey, recogiendo el grano, lo hacían negligente e indolentemente. Triste por esa indolencia y echándoselo en cara, pensó que debía acusarlas ante su señor y rey. Después de haber ascendido la montaña, entró en la corte del rey, donde encontró al rey a solas con su copero, porque al parecer, siendo otoño, el rey había enviado a toda la servidumbre a recoger la cosecha. Al entrar el muchacho, fue llamado por el maestro y acercándose se sentó a sus pies. Le preguntaron amablemente quién era y qué buscaba. A lo que contestó lo mejor que pudo. Entonces, por indicador del maestro, el copero le dio un trozo de pan empapado de vino pasó un buen rato allí. A la mañana siguiente, recordando las cosas que había visto, como simple e inocente niño creía que había comido en el cielo con el pan del Señor y así lo dijo públicamente en presencia de otros” (Eadmer, Life of St. Anselm, I, i.) Eadmer añade que todos querían al niño y que progresó rápidamente en el estudio. Antes de los quince años pidió ser admitido en un monasterio, pero el abad, temiendo que al padre no le gustara, rehusó admitirlo.

Entonces el niño hizo una extraña oración. Pidió que le viniera la enfermedad, pensando que los monjes le admitirían, conmovidos. La enfermedad llegó pero no la admisión en el monasterio. Entonces se propuso lograrlo más adelante, pero pronto fue arrastrado por los placeres de la juventud y perdió el deseo y amor del estudio. De alguna manera, su amor hacia su madre, le contuvo, pero tras su muerte se sintió como un barco sin ancla a merced de las olas.

En estos momentos su padre le trataba con sequedad, tanta, que decidió abandonar su casa. Junto con un compañero, empezó a cruzar a pie el monte Cenis. En el momento en que estaba desfallecido de hambre y estaba a punto de comer nieve, el sirviente encontró algunos trozos de pan que aun quedaban en el equipaje, recobrando las fuerzas para seguir el viaje. Después de pasar casi tres años en Borgoña y Francia fue a Normandía quedándose algún tiempo en Avranches antes de encontrar su casa en la abadía de Bec, ilustre en aquel tiempo por la fama de sabio de Lanfranc. Anselmo aprovechó tanto las lecciones de su maestro que se convirtió en su mejor alumno compartiendo la labor de enseñanza, labor en la que pasó algún tiempo comenzando a pensar que su trabajo tendría más mérito si tomaba el hábito monástico.

Al principio fue reticente en entrar en la abadía de Bec, donde quedaría anulado por la fama de Lanfranc, pero después pensó que le convendría estar donde podía ser superado por otros. Su padre había muerto, terminando sus días con un hábito monástico. Anselmo pensó en vivir de su patrimonio, aliviando a los necesitados. También pensó en hacerse ermitaño. Pero queriendo ser prudente, siguió los consejos de Lanfranc, presentando el asunto al arzobispo de Ruán, que decidió por la vida monástica, entrando Anselmo a la abadía de Bec como monje, en el año 1060. Su vida como simple monje duró tres años, ya que en 1064 Lanfranc fue nombrado abad de Caen y Anselmo fue elegido para sucederle como prior. Hay dudas sobre la fecha de su nombramiento. Canon Poree señala que Anselmo, escribiendo en la fecha de su elección como arzobispo (1093) dice que había vivido treinta años como monje , quince como prior y quince como abad (Cartas de Anselmo, III, vii). Esto queda confirmado por una entrada en la crónica de la abadía de Bec, que fue compilada no después de 1136, en la que se anota que Anselmo murió en 1109, en el año 45 de su vida monástica y a los 75 de edad, habiendo sido por tres años un simple monje: quince como prior, quince como abad y dieciséis como arzobispo (Poree, Histoire de l'abbaye de Bec, III, 173).

Al principio su promoción al puesto de Lanfranc pareció ofensiva a algunos monjes que consideraban tener mejores títulos que el joven extranjero. Anselmo superó su oposición con su amabilidad y pronto ganó su afecto y obediencia. A las obligaciones del prior añadió las del maestro. Durante este período, probablemente, compuso algunas de sus obre filosóficas y teológicas, como el "Monologium" y el "Proslogium". Además de los buenos consejos a los monjes a su cuidado encontró tiempo para confortar a otros con sus cartas. Recordando su atracción hacia la soledad del ermitaño no nos puede extrañar que se sintiera oprimido en esta vida de actividad y deseara dejar su oficio para entregarse a la contemplación. Pero el arzobispo de Ruán le ordeno que siguiera en su lugar y se prepara para mayores responsabilidades. Resultó profético, ya que el 1078, a la muerte de Herluin, fundador de la primera abadía de Bec, Anselmo fue elegido para sucederle, Con dificultades lograron los monjes superar su rechazo a aceptar el puesto. Gadamer nos trasmite una imagen de la extraña escena. El abad electo cayó postrado ante sus hermanos y con lágrimas les suplicó que no pusieran esa carga sobre sus hombros, mientras ellos también se arrodillaban y le suplicaban que lo aceptara. Su elección puso inmediatamente a Anselmo en relación con Inglaterra, donde la abadía normada tenía algunas posesiones. El primar año de su puesto visitó Canterbury, donde fue bienvenido por Lanfranc. El encuentro entre Lanfranc y Anselmo, dice el profesor Freeman," nos presenta a un notable y memorable par. El abogado, el sabio secular se encontró con el teólogo y el filosofo; el estatista eclesiástico cara a cara con el santo. La sabiduría, meticulosa sin duda pero aún dura y mundana que podía guiar a la iglesia y al reino en tiempo revueltos se encontró con el amor sin barreras que incluía a todas las criaturas de Dios de cualquier raza y especie” (History of the Norman Conquest, IV, 442).

Es digno de mencionar que los asuntos discutidos en esta ocasión trataban del arzobispo anglosajón, Elphage, muerto a manos danesas cuando se negó a pagar el rescate que empobrecería a su gente, Lanfranc dudaba de su derecho a reclamar los honores del mártir puesto que no murió por la fe. Anselmo resolvió la dificultad diciendo que el que moría por razones menos importantes hubiera esta mucho más dispuesto a morir por la fe. Más aún, Cristo es justicia y verdad y el que muere por la verdad y la justicia muere por Cristo.

Esta fue la primera ocasión en que Anselmo conoció a Eadmer, que era entonces un joven monje de Canterbury. Al mismo tiempo, el santo, que en su juventud era amado por todos los que le conocían y que, como prior de Bec se había ganando el afecto de los que se resistían a su autoridad, estaba ya ganándose los corazones de los ingleses. Su fama se había extendido lo ancho y a lo largo y muchos grandes hombres de su tiempo apreciaban su amistad y buscaban sus consejos. Entre ellos estaba Guillermo el Conquistador que deseaba que Anselmo viniera a darle consuelo en su lecho de muerte.

Cuando murió Lanfranc, Guillermo Rufus mantuvo vacante la sede de Canterbury durante cuatro años, se apoderó de sus rentas y mantuvo a la iglesia de Inglaterra en un estado de anarquía.

Para muchos, el abad de Bec era el hombre óptimo para el arzobispado. El deseo general era tan evidente que Anselmo no quería visitar Inglaterra para que no pareciera que estaba interesado en el puesto. Por fin cedió a la llamada de Hugh, conde de Chichester en viajó a Inglaterra en 1092. Al llegar a Canterbury la víspera de la Natividad de la Virgen María, era saludado por el pueblo como su futuro arzobispo, pero el se alejó rápidamente y no quiso quedarse al festival. En una entrevista privada con el rey, que le recibió amablemente, le hablo libremente de los males que asolaban la tierra. Los asuntos propios de Anselmo le mantuvieron en Inglaterra varios meses pero cuando quiso volver a Bec el rey se opuso. Mientras tanto la gente manifestaba sus deseos y con el permiso del rey se elevaron plegarias en todas las iglesias para que Dios conmoviera al rey a entregar la iglesia de Canterbury nombrando a un pastor y a petición de los obispos, Anselmo redactó una oración. El rey cayó enfermo a principios de año (1093) y en su cama de enfermo se arrepintió. Los barones y prelados le urgían sobre al necesidad de elegir un arzobispo y cediendo al manifiesto deseo de todos nombró a Anselmo, alegrándose todos de la elección.

Pero Anselmo rehusó firmemente el honor, por lo que entonces tuvo lugar una escena aún más extraña que la de su elección como abad. Fue llevado a al fuerza junto a la cama del rey y se le obligó a coger el báculo empujándolo a su mano cerrada. Entonces fue arrastrado hacia el altar y se cantó un Te Deum”. No hay razón para sospechar en la sinceridad de su resistencia. Por su tendencia natural a la contemplación, no era de agrado un oficio como ese, ni en tiempos de paz y menos aún en esos días tormentosos. Sabía muy bien lo que le esperaba. El arrepentimiento del rey desapareció cuando se curó y Anselmo enseguida notó los signos de las dificultades.

El primer problema surgió cuando se negó a consentir en la alineación de las tierras de la iglesia que el rey había prometido a sus seguidores. El rey necesitaba dinero y aunque su iglesia estaba arruinada por la rapacidad del rey, se esperaba que el arzobispo hiciera libremente una un regalo a su majestad; cuando ofreció quinientos marcos fueron rechazados con burlas como insuficientes. Por si esto no bastaba, Anselmo tuvo que oír los reproches de los monjes de Bec que no querían que se fuera. Y en sus cartas apenas se ve en dificultades para convencerles de que no quería el arzobispado.

Por fin fue consagrado arzobispo de Canterbury el 4 de diciembre de 1093. Quedaba aún ir a Roma para obtener pallium. Pero eso fue otra ocasión problemática ya que el antipapa Clemente disputaba la autoridad a Urbano II, reconocido por Francia y Normandía: no parece que le rey inglés fuera partidario del antipapa, pero quiso reforzar su posición propia afirmando su derecho a decidir entre los dos. Así que cuando Anselmo pidió autorización para ir al papa, el rey le dijo que en Inglaterra nadie debía reconocería ninguno hasta que el rey se hubiera pronunciado. El arzobispo insistió en ir alpaca Urbano, cuya autoridad ya había reconocido y, le recordó al rey, esta era una de las condiciones para aceptar el arzobispado. Este grave asunto se presentó al consejo del reino reunido en asunto Rockingham en marzo de 1095, donde Anselmo defendió sin miedo la autoridad de Urbano. Su discurso es un testimonio memorable sobre la doctrina de la supremacía papal. Y es significativo que ninguno de los obispos lo cuestionase (Eadmer, Historia Novorum, lib. I).

Respecto a las convicciones de Anselmo en esta cuestión , podemos citar las francas palabras Dean Hook: “Anselmo era simplemente un papista” – creía que S. Pedro era el Príncipe de los Apóstoles – y como tal era la fuente de toda la autoridad y poder eclesiástico; que el papa era su sucesor y por consiguiente se debía al papa, por parte de obispos y metropolitanos así como por el resto de la humanidad, la obediencia que un soberano espiritual tiene derecho de esperar de sus vasallos” [Lives of the Archbishops of Canterbury (Londres, 18(i0-75), II, 183].

Guillermo envió gente a Roma a conseguir el pallium. Cuando llegaron encontraron a Urbano en posesión de la sede y le reconocieron. Walter, obispo de Albano volvió con ellos como legado, llevando el pallium. El rey reconoció públicamente a autoridad de Urbano e intentó que el legado depusiera a Anselmo. Pero con el tiempo hubo reconciliación por las dificultades del rey en Gales y en el norte. El rey y el arzobispo se reunieron pacíficamente. Anselmo no quería aceptar el pallium de manos del rey, pero en un servicio solemne en Canterbury, el 10 de junio de 1095, el legado lo puso sobre el altar y Anselmo lo recogió.

El primer problema surgió en 1097. El rey, al volver de su poco efectiva campaña, acusó a Anselmo respecto al contingente que había proporcionado y le requirió ante el tribunal real. Anselmo declinó y pidió permiso para ir a Roma, lo que le fue negado, aunque después de una reunión en Winchester se le dijo a Anselmo que estuviera listo para zarpar en diez días. Al partir Anselmo dio la bendición al rey, que la recibió con la cabeza inclinada. En St. Omer Anselmo confirmó a una multitud de personas.

Pasó las navidades en Cluny y el resto del invierno en Lyon, continuando el viaje en primavera, cruzando el monte Cenis con dos compañeros, todos viajando como simples monjes. En los monasterios por los que pasaban les preguntaban con frecuencia por Anselmo. Al llegar a Roma fue tratado con gran honor por el papa. Se consideró su caso y se presentó ante el consejo, pero nada podía hacerse aparte de enviar una carta de protesta a Guillermo.

Durante su estancia en Italia Anselmo gozó de la hospitalidad del abad de Telese y pasó el verano en un pueblo de montaña que pertenecía al monasterio. Allí terminó su obra, "Cur Deus Homo", que había comenzado en Inglaterra. En octubre de 1098 Urbano celebró un concilio en Bari para tratar de las dificultades planteadas por los griegos sobre la procesión del Espíritu Santo. Anselmo fue llamado por el papa a un puesto de honor y se le ordenó que se encargara de la parte principal de la discusión. Sus argumentos fueron después puestos por escritos en su tratado sobre el tema. También se presentó su caso ante el concilio, que estuvo a punto de excomulgar a Guillermo si no hubiera intercedido Anselmo. Tanto el como sus compañeros deseaban volver a Lyon, pero hubieron de esperar hasta que se celebrara otro concilio en el Laterano, en Pascua. Aquí oyó Anselmo los cánones aprobados contra las investiduras y el decreto de excomunión contra los transgresores. Este incidente tuvo una gran influencia en su carrera en Inglaterra.

Estando cerca de Lyon, Anselmo se enteró de la trágica muerte de Guillermo. Pronto le llegaron mensajes del nuevo rey y de los principales hombre reclamando su presencia en Inglaterra. Desembarcó en Dover y se apresuró a encontrarse con el rey en Salisbury. Fue recibido con amabilidad pero la cuestión de las investiduras se presentó inmediatamente de forma tensa. Enrique requirió que el arzobispo recibiera duna nueva investidura Anselmo alegó los decretos del reciente concilio en Roma y declaró que no tenía elección en el asunto. El asunto se pospuso, puesto que el rey decisión enviar gente a Roma a pedir exenciones especiales. Mientras tanto Anselmo tuvo para con el rey dos gestos le ayudó a quitar los impedimentos en el matrimonio con Edith, heredera de los reyes sajones. La hija de Santa margarita había pedido refugio en un convento, donde llevaba el velo, aunque no había pronunciado los votos. Algunos pensaban que era un impedimento para el matrimonio paro Anselmo consideró el asunto en un concilio en u concilio en donde se estableció completamente la libertad de la real joven y el mismo arzobispo bendijo el matrimonio.

Más aún, cuando Roberto desembarcó en Portsmouth y muchos de los nobles normandos requerían su alianza, fue Anselmo el que dirigió la opinión a favor de Enrique. Mientras tanto, el papa Pascual había rehusado ceder a las peticiones de exenciones del sínodo de Letrán por parte de Enrique. Pero éste insistió en su propósito de obligar a Anselmo a aceptar la investidura de sus manos.

La revuelta de Roberto de Bellesme pospuso la amenaza de ruptura. Para ganar tiempo, el rey envío otra embajada a Roma. A su vuelta se exigió de nuevo a Anselmo que recibiera la investidura. La carta papal no se hizo pública, pero se informó que era del mismo tenor que la anterior. Los enviados dijeron que empapa había dado su consentimiento verbal a las peticiones del rey pero no lo había puesto por escrito por miedo de ofender a otros soberanos. Amigos de Anselmo que habían estado en Roma, negaron estas afirmaciones. Ante esta crisis se acordó volver a enviar gente a Roma de nuevo y mientras el rey continuaría invistiendo a obispos y abades, pero no se obligaría a Anselmo a consagrarlos.

Durante este intervalo Anselmo celebró un concilio en Westminster donde se aprobaron duros cánones contra los males de aquel tiempo. A pesar del compromiso de las investiduras se pidió a Anselmo que consagrara a obispos investidos por el rey, a los que rehusó firmemente y pronto se vio que su firmeza iba haciendo efecto. Los obispos devolvían el báculo que habían recibido de manos del rey o se oponían a ser consagrados por otro que no obedeciera a Anselmo. Cuando llegó la contestación del papa repudiando la historia de los enviados, el rey pidió a Anselmo que fuera él mismo a Roma. Aunque no podía apoyar las peticiones reales, quería presentar los hachos ante el papa y en este entendimiento partió hacia Roma. Las peticiones reales fueron rechazadas de nuevo pero no se excomulgó a Enrique. Entendiendo que Enrique no quería que volver a Inglaterra, Anselmo se quedó en Lyon, donde recibió una carta del papa informándole de la excomunión de los consejeros que habían dicho al rey que insistiera en las investiduras, pero no decretaba nada respecto al rey.

Anselmo reemprendió el viaje y por el camino se enteró de la enfermedad de la hermana de Enrique, Adela de Blois. Se desvió para visitarla y cuando se recuperó le informó que volvía a Inglaterra para excomulgar a su hermano. Enseguida se preocupó ella de conseguir una reunión entre Anselmo y el rey, en julio de 1105. Se logró una reconciliación y se urgió a Anselmo que volviera a Inglaterra, pero sin abandonar la reclamación del derecho a investir, poniendo otro recurso a Roma. Una carta papal que autorizaba a Anselmo a absolver de las censuras en las que incurría por faltar a las leyes de las investiduras curó ofensas pasadas pero no resolvió el futuro. Por fin en un concilio en Londres, 1107, la cuestión se solucionó de la siguiente manera: el rey renunciaba a la reclamación de investir a los obispos y abades y la Iglesia permitía a los prelados prestar homenaje por sus posesiones temporales. Lingard y otros consideran que esto es un triunfo del rey, diciendo que había conseguido lo sustancial y abandonado una simple forma. Pero no era una simple forma de lo que se trataba. El rito utilizado en la investidura era el símbolo del poder real reclamado por los reyes ingleses, y ahora se abandonaba por fin. La victoria era del arzobispo y como dice Schwane (Kirchenlexicon,) preparó el camino par ala solución posterior de la misma controversia en Alemania Anselmo pudo terminar sus días en paz. En los años que le quedaban continuo su labor pastoral componiendo, y sus últimos escritos. Eadmer, el fiel cronista describe su pacífica muerte. El sueño de su juventud se había convertido en realidad, iba a escalar la montaña y saborear el pan del cielo.

Su actividad como pastor y decidido campeón de la Iglesia hace de él una de las principales figuras de la historia religiosa. La dulce influencia de sus enseñanzas espirituales se extendió por todas partes, viéndose los frutos en muchas tierras. Su defensa de la libertad de la Iglesia en una crisis de la historia medieval tuvo efectos de largo alcance mucho después de su tiempo. Como escritor y pensador tiene derecho a estar entre los más elevados y su influencia en el curso de la filosofía y de la teología católica es aún más profunda y duradera si se le considera junto con Gregorio VII, Inocencio III y Tomás Becket. Por otra parte puede reclamar un puesto entre Atanasio, Agustín y Tomas de Aquino.

Sus méritos en el campo de la teología han recibido reconocimiento oficial cuando Clemente XI le declaró Doctor de la Iglesia en 1720. En el oficio que se lee en su día de fiesta (21 abril) se dice que sus obras son un modelo para todos los teólogos. Pero se puede dudar si su posición es apreciada por todos los estudiantes de teología. Sus libros no han sido adoptados, como los de Pedro Lombardo y Sto. Tomás, como texto común de los comentadores y profesores de teología, ni se le ha citado constantemente como autoridad, como S. Agustín. Y esto era natural, puesto que en el se siglo siguiente se impusieron nuevos métodos con el surgimiento de la filosofía árabe y aristotélica. Los “Libros de las Sentencias” eran de alguna manera más apropiados para una lectura teológica regular. Anselmo estaba muy cerca para tener la venerable autoridad de los Padres. Por todo ello se puede decir que sus escritos no fueron apropiadamente apreciados hasta que el tiempo trajo otros cambios en las escuelas y los hombres comenzaron a estudiar la historia de la teología. Y aunque sus obras no están presentadas en la forma tradicional de una “Summa”, como la de Sto. Tomás sin embargo cubren toda la doctrina católica. Hay pocas páginas de la teología que no hayan sido ilustradas por los trabajos de Anselmo. Su tratado sobre la procesión de Espíritu Santo ha ayudado a guiar la especulación escolástica sobre la Trinidad; su "Cur Deus Homo" arroja un torrente de luz sobre la teología de la redención, de la reconciliación entre Dios y el hombre y una de sus obras anticipa mocho de las controversias posteriores sobre la Libertad de la Voluntad y la Predestinación. En el siglo diecisiete un benedictino español, el cardenal Aguirre, quiso hacer con los libros de Anselmo un curso de teología, "S. Anselmi Theologia" (Salamanca, 1678-81). Lamentablemente nunca pasó de los tres primeros volúmenes que contenían comentarios al "Monologium". En tiempos más recientes Dom Anselm Öcsényi, O.S.B. emprendió l tarea a una escala más modesta en un pequeño volumen en latín sobre la teología de S. Anselmo "De Theologia S. Anselmi" (Brünn, 1884).

Además de ser uno de los padres de la teología escolástica, Anselmo ocupa un lugar importante en el campo de las especulaciones filosóficas. En la primera fase de la controversia de los Universales, se enfrentó al extremo nominalismo de Roscelin; en arte por ello y por su platonismo personal su Realismo tomó lo que puede ser considerado cono una forma extrema. Era demasiado pronto para hallar el “media aurea” del realismo moderado aceptado por los filósofos posteriores. Su postura era una etapa del proceso y es significativo que uno de su biógrafos, Juan de Salisbury, fue uno de los primeros en hallar la verdadera solución.

El éxito principal de Anselmo en filosofía fue el argumento antológico para probar la existencia de Dios que viene en el "Proslogium". Comenzando desde la noción de Dios (Deus enim est id quod maius cogitari non potest. Dios es aquello de lo que no se puede pensar nada mayor. Dice que lo que existe en la realidad es mayor que lo que solo existe en la mente, por consiguiente puesto que Dios es aquello de lo que nada mayor se puede pensar, luego existe en la realidad. La validez de este argumento fue discutida desde el principio por un monje llamado Gaunilo, que escribió un acrítica a la que respondió Anselmo. Eadmer cuenta una curiosa anécdota sobre la ansiedad de S. Anselmo mientra estaba tratando de desarrollar este argumento. No podía pensar en nadad más durante días y cuando por fin lo vio claramente, se llenó de alegría apresurándose a ponerlo por escrito. Las tablillas de cera se le dieron a un monje para que las custodiara pero cuando las necesitaron, no estaban. Se volvió a escribir en tablillas nuevas y se dio a otro para que las guardara. Cuando las necesitaron estaban rotas en muchos pedazos Anselmo junto los fragmentos con mucho cuidado y lo copio todo en un pergamino para mayor seguridad. La anécdota es como una alegoría del destino que le esperaba al famoso argumento, perdido y encontrado de nuevo, hecho añicos y restaurado en el curso de la controversia.

Sto. Tomás y sus seguidores lo rechazaron, fue revivido de otra manera por Descartes y después de ser atacado por Kant, fue defendido por Hegel, a quien le fascinaba especialmente y recurre a él en muchas partes de sus escritos. En un lugar dice que es generalmente utilizado por los filósofos contemporáneos “pero siempre junto con otras pruebas, aunque sólo él es el verdadero” (German Works, XII, 547). . Los que atacan este argumento deberían pensar que no todas las mentes están forjadas con el mismo molde y es fácil de entender cómo unos sienten la fuerza del argumento y otros no. Pero si esta prueba fuera, como piensan algunos, una falacia absurda, ¿cómo se explica la atracción que causa a mentes como las de Anselmo, Descartes y Hegel? Hay que añadir que el argumento no fue rechazado por todos los grandes escolásticos, fue aceptado por Alejandro de Hales (Summa, Pt. I, Q. iii, memb. 1, 2), Escoto. (In I, Dist. ii, Q. ii.) más tarde por Möhler, que cita con aprobación la defensa de Hegel.

No suelen ocurrir que un santo católico gane la admiración de filósofos alemanes e historiadores ingleses pero Anselmo tiene esta distinción singular del aprecio de Hegel por su poder mental y Freeman tiene cálidas palabras para el arzobispo de Canterbury “Aunque era extranjero, ha conseguido su lugar entre los más nobles de nuestra isla. Ya era algo ser el modelo de toda perfección eclesiástica; algo era ser el creador de la teología de la Cristiandad; pero aún era más ser la encarnación de la rectitud y la misericordia, que ha de pasara a los anales de la humanidad como el hombre que salvó a los perseguidos y se elevó hacia la santidad” (History of the Norman Conquest, IV, 444).

La colección de las obras de Anselmo fue editada poco después de la invención de la imprenta. Ocsenyi menciona nueve, antes del siglo dieciséis. El primer intento de una edición crítica fue el de Th. Raynaud, S..* (Lyon, 1630), que rechaza muchas obras falsas es decir, los Comentarios a S. Pablo. La mejores ediciones son las de Dom Gerberon, O.S.B. (Paris, 1675, 1721; Veneciae 1744, Migne, 1845). La mayoría de las obras más importantes han sido impresas separadamente – así, el "Monologium" está incluido en los "Opuscula SS. Patrum" de Hurter publicados con el "Proslogium" por Haas (Tübingen). Hay ediciones separadas muy numerosas del "Cur Deus Homo" y de "Oraciones y meditaciones", traducidas al inglés por el arzobispo Laud (1638); hay ediciones francesas y alemanas de las "meditationes" y el "Monologium". "Cur Deus Homo" también se ha traducido del ingles al alemán – ver las traducciones de Deane (Chicago, 1903). Respecto a sus opiniones sobre la educación, ver ABADIA DE BEC


Fuentes

Las principales Fuentes para la vida de Anselmo son sus propias cartas y la dos obras biográficas de su amigo, discípulo y secretario Eadmer, monje de Canterbury y obispo electo de St. Andrews. La obra Historia Nonorum puede ser llamada “Vida y tiempos de D. Anselmo”; su S. Anselmi relata la vida interior del santo. Hay además un breve relato, atribuido a Eadmer, aunque su autoria es dudosa, de los milagros de S. Anselmo. Otros que escribieron pronto sobre S, Anselmo como Juan de Salisbury añades nuevos detalles, pero en general todos se nutren de Eadmer.


Kent, William. (1907).


Transcrito por Tomas Hancil y Joseph P. Thomas.

Traducido por Pedro Royo