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Martes, 19 de marzo de 2024

Papa San Gregorio I Magno

De Enciclopedia Católica

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Desde su Nacimiento Hasta el Año 574

Doctor de la iglesia, nació en Roma alrededor del 540 y murió el 12 de marzo de 604.

“Es ciertamente una de las más notables figuras de la historia eclesiástica. Ha ejercido en muchos aspectos una influencia enorme en la doctrina, la organización y la disciplina de la Iglesia Católica. Debemos mirar hacia él para conseguir una explicación de la situación religiosa del medievo y en verdad, si no se tuviera en cuenta su trabajo, la evolución de la forma del cristianismo medieval sería inexplicable. Más aún, ya que el sistema católico moderno es un desarrollo del catolicismo medieval, también en eso se puede decir razonablemente que Gregorio es el padre. Casi todos los principios guías del catolicismo posterior se encuentran, al menos en germen, en Gregorio el Grande” (F.H. Dudden, "Gregory the Great", 1, p. V).

Este panegírico de un sabio escritor no-católico justificará la longitud y elaboración del siguiente artículo.

El padre de Gregorio fue Gordiano, un patricio rico probablemente de la famosa gens Amicia, que poseía grandes territorios en Sicilia y una mansión en la colina del Celio de Roma, cuyas ruinas están bajo la iglesia de San Andrés y San Gregorio. Su madre Silvia parece también de una buena familia pero nada se conoce de su vida, aunque es honrada como santa y su fiesta se guarda el 3 de noviembre. Por orden de Gregorio se pintaron retratos de Gordiano y Silvia y una agradable descripción de los mismos se puede encontrar en Juan el Diácono (Vita, IV, LXXXIII). Además de su madre, dos tías de Gregorio, las dos hermanas de Giordano han sido canonizadas, Tarsilla y Emiliana, así que Juan el Diácono habla de su educación como la de un santo entre santos. De sus primeros años nada sabemos aparte de lo que la historia de su tiempo nos dice.

Entre los años 546 y 552 Roma fue capturada por primera vez por los godos de Titila y después abandonada. Después Belisario dejó allí una guarnición y fue cercada en vano por los godos, que sin embargo lograron tomarla de nuevo cuando Belisario fue llamado, para perderla de nuevo ante Narres. Tanto la mente como la memoria de Gregorio eran extraordinariamente receptivas y estos desastres produjeron en él una cierta tristeza que tiñe sus escritos especialmente en lo que se refiere a la expectación de un rápido fin del mundo. No tenemos detalles de su educación. Gregorio de Tours nos dice que en retórica, gramática y dialéctica era tan hábil que se le consideraba el mejor en Roma y también parece cierto que pasó algún curso de estudios legales. El ambiente religioso no fue lo menos importante en su educación. Le encantaba meditar sobre la Escrituras y escuchar con atención las conversaciones de sus mayores, así que fue dedicado a dios desde su juventud.

Su rango social le hacía un candidato natural para una carrera pública y sin duda pasó por las oficinas subordinadas donde un joven patricio se entrenaba para la vida pública. Y que conoció todo esto perfectamente parece cierto puesto que alrededor del año 573, con poco menos de 30 años, le encontramos en el importante oficio de prefecto de la ciudad de Roma, que aunque ya no tenía toda la antigua magnificencia y sus responsabilidades se había reducido, aún era la más alta dignidad civil de la ciudad y sólo tan largo tiempo de oración y luchas interior decidió Gregorio abandonar todo para hacerse monje, lo que sucedió en 574, probablemente. Una vez tomada la decisión se dedicó en cuerpo y alma a la austeridad de su nueva vida. Sus tierras en Sicilia fueron entregadas para la fundación de seis monasterios y su casa en la Colina Celia se convirtió en otro bajo el patronazgo de S. Andrés. Aquí mismo vistió la capucha de manera que “aquel que solía ir por la ciudad vestido con la trabea y brillar con seda y joyas, ahora se vestía con vestidos miserables y servía al altar de Señor” " (Greg. Tur., X, i).

Como Monje y Abad (c. 574-590)

Se ha discutido mucho sobre si Gregorio y los monjes de San Andrés siguieron la Regla de S. Benito. Baronio otros han negado esto mientras que Mabillon lo afirma y también los bolandistas, que en el prefacio de la vida de S. Agustín (26 de mayo) se retractan de la opinión expresada en el prefacio a la vida de S. Gregorio (12 de marzo;). La controversia es importante sólo en vista a la cuestión del monacato introducido por San Agustín en Inglaterra y se puede decir que la postura de Baronio está prácticamente abandonada. Durante tres años Gregorio vivió retirado en el monasterio de s. Andrés, período al que frecuentemente se refiere como el más feliz de su vida. Su gran austeridad es manifestada por sus biógrafos y probablemente fue la causa de la enfermedad que sufrió el resto de su vida. Sin embargo pronto fue sacado de su reclusión cuando en 578 el Papa le ordenó, contra su voluntad, como uno de los siete diáconos (regionarii) de Roma.

Fue un período de crisis aguda. Los lombardos avanzaban rápidamente hacia la ciudad y la única oportunidad de salvarla parecía la ayuda del emperador Tiberio, que estaba en Bizancio. El Papa Pelagio II envió una embajada especial a Tiberio, nombrando a Gregorio apocrisiario, o embajador permanente ante la corte de Bizancio, nombrado al parecer en la primavera de 579, duró unos seis años.

Nada podía disgustar tanto a Gregorio como el ambiente mundano de la brillante corte bizantina y para contrarrestar su influencia siguió la vida monástica tanto como se lo permitían las circunstancias. Resultó posible porque le acompañaban algunos de sus hermanos de S. Andrés, con los que oraba y estudiaba las Escrituras, lo que dio como resultado su obra “Moral”, o serie de lecturas del Libro de Job compuesto durante este período a petición de S. Leandro de Sevilla., a quien conoció durante su estancia en Constantinopla. Gregorio estuvo muy interesado en la controversia del Patriarca de Constantinopla Eutiquio, sobre la Resurrección. Eutiquio había publicado un tratado sobre el tema manteniendo que los cuerpos resucitados de los elegidos serían “impalpables, más ligeros que el aire”. A esto Gregorio objetó que la palpabilidad de del cuerpo resucitado de Cristo. La discusión se prolongó y se hizo amarga hasta que el emperador intervino, llamando a ambos polemistas a una audiencia privada donde pudieran exponer sus puntos de vista. El emperador decidió que Gregorio tenía razón y ordenó que se quemara el libro de Eutiquio. La tensión de las disputas había sido tan intensa que ambos cayeron enfermos; Gregorio se recobró, pero no así el patriarca, que se mantuvo en sus trece hasta en su lecho de muerte.

Hay que mencionar el hecho curioso de que, aunque la estancia de Gregorio en Constantinopla fue de seis años, nunca llegó a dominar el griego, ni de forma rudimentaria. Posiblemente descubrió que el uso de intérpretes tenía sus ventajas, aunque con frecuencia se queja de los que empleó para sus propósitos.

Respecto a conseguir ayuda para Roma, la estancia de Gregorio en Constantinopla fue un fracaso. Sin embargo, su período como embajador le enseñó muy claramente una lección que después daría grandes frutos cuando reinaba en Roma como Papa: que no debía esperarse nunca más ayuda alguna de Bizancio, con el corolario de que si Roma e Italia habían de salvarse, solamente sería con las acciones independientes vigorosas de los poderes locales.

Hablando desde el punto de vista humano, se debe a esta convicción la forma de actuar y las enormes consecuencias.

En el año 585, o quizás 585, se le volvió a llamar a Roma y volvió con la mayor alegría a S. Andrés, donde poco después fue abad. El monasterio se convirtió en famoso bajo su enérgico mandato: muchos monjes que más tarde tuvieron renombre salieron de él. Rn sus "Diálogos" se pueden hallar vívidas descripciones des esta época. Gregorio dedicó mucho tiempo a enseñar la Sagrada Escritura y consta que expuso a sus monjes el Heptateuco, el libro de los Reyes, los Profetas, los Proverbios y el Cantar de los Cantares. Un joven estudiante llamado Claudio tomaba notas en sus clases, pero Gregorio vio que contenían muchos tantos errores al transcribirlas que insistió en que se las dejaran para corregirlas y revisarlas. Aparentemente nunca lo hizo por que los fragmentos que existen de tales obras atribuidos a Gregorio son casi con seguridad espurios.

En este período se terminó una empresa literaria importante: la revisión y publicación de “Magna moralia” o lecturas del Libro de Job, realizada en Constantinopla a petición de S. Leandro. En una de sus cartas (Ep., V, LIII) Gregorio hace una interesante relación del origen de su obra. En este período sucedió muy probablemente el famoso incidente de la reunión de Gregorio con los jóvenes ingleses en el Foro. Esta primera mención del suceso está en la biografía de Whitby (c, IX), y toda la historia parece ser una tradición inglesa. Vale la pena notar que en el manuscrito de S. Gall los Anglos no aparecen como jóvenes esclavos expuestos para la venta sino como hombres que visitan Roma por su propia libre voluntad y que Gregorio expresó el deseo de verlos. Es el Venerable Beda (Hist. Eccl., II, I) el primero en mostrarlos como esclavos. La consecuencia de la reunión es que Gregorio salió con un gran deseo de convertir a los Anglos, obtuvo el permiso de Pelagio II para ir en persona a Britania con algunos compañeros monjes como misioneros.

Los romanos no tomaron a bien el permiso del Papa y requirieron con agrias palabras que volviera Gregorio. Se enviaron inmediatamente mensajeros para traerle a Roma, a la fuerza si era necesario. Al tercer día de su partida fueron alcanzados; Gregorio no puso oposición y regresaron, puesto que había recibido lo que le pareció una señal del cielo para que abandonara su empresa. El fuerte sentimiento del pueblo romano de que Gregorio no debía abandonar Roma indica su posición en la ciudad: era de hecho el principal consejero y asistente de Pelagio II, para el que parece que trabajó como secretario (ver la carta del obispo de Rávena a Gregorio Epp., III, LXVI, "Sedem apostolicam, quam antae moribus nunc etiam honore debito gubernatis"). En este desempeño, probablemente en 586, Gregorio escribió su importante carta a los obispos cismáticos de Istria que se habían separado de la comunión de la Iglesia, sobre por la cuestión de los Tres Capítulos (Epp., Appendix, III, III). Este documento, casi tan largo como un tratado, es un ejemplo admirable de la habilidad de Gregorio, pero no produjo más efectos que las dos cartas previas de Pelagio y el cisma siguió.

El año 589 fue desastroso para todo el imperio. En Italia hubo una inundación sin precedentes. Granjas y casas fueron arrastradas por la corriente. El Tíber se desbordó destruyendo numerosos edificios, entre ellos los graneros de la iglesia con todo el grano almacenado. A las inundaciones sucedió la pestilencia y Roma se convirtió en la verdadera ciudad de los muertos. Se paralizaron los negocios y las calles se hallaban desiertas excepto por los carros que retiraban los innumerables cadáveres para ser enterrados en fosas comunes fuera de las murallas. Y en 590, como para llenar la copa de la miseria hasta arriba, Pelagio II murió.

La elección del sucesor estaba en manos del clero y el pueblo de Roma y sin duda alguna eligieron a Gregorio, abad de S. Andrés. A pesar de la unanimidad, Gregorio se sintió abrumado por la dignidad que se le ofrecía. Sabía, sin duda alguna que la aceptación significaba una despedida total de la vida de claustro que tanto amaba, así que no solo rehusó acceder a los ruegos de sus conciudadanos sino que escribió al mismísimo emperador Mauricio rogándole encarecidamente que no confirmara la elección. Germano, prefecto de la ciudad, destruyó esta carta, enviando a su vez el resultado de la elección. Mientras se esperaba la contestación del emperador, Gregorio llevaba los asuntos de la sede vacante comisionado con otros dos o tres altos funcionarios.

La plaga continuaba sin remitir y Gregorio llamó al pueblo a una gran procesión en siete columnas que debía comenzar desde cada una de los siete distritos de la ciudad hasta reunirse todos ante la basílica de la Virgen, pidiendo a lo largo del camino perdón y remisión de la pestilencia. Así se hizo y la memoria del suceso todavía se preserva en el nombre de “Sant´Angelo” dado al mausoleo de Adriano por la leyenda de que al ángel S. Migue había sido visto en lo alto de monumento envainando su espada como señal de que la plaga se había terminado.

Por fin, después de seis meses de espera, llegó la respuesta del emperador confirmando la elección de Gregorio. El santo aterrorizado por la noticia pensó en huir. Fue llevado a la basílica de S. Pedro y consagrado Papa el 3 de septiembre del 590. La historia de su huida al bosque donde permaneció oculto durante tres días hasta que su escondite fue revelado por una luz sobrenatural parece una pura invención que se lee por primera vez en la biografía escrita por Whitbe (c-vii) y contradice las palabras de su contemporáneo Gregorio de Tours (Hist. Franc., X, i). Gregorio nunca dejó de lamentar la elección y en sus últimos escritos se contienen numerosas expresiones de sus profundos sentimientos en este asunto.

Como Papa (590-604)

Catorce años le quedaban de vida a Gregorio y en ellos realizó trabajo suficiente para agotar las energías de toda una vida. Lo que hace más maravillosos sus logros es su permanente mala salud. Sufría casi continuamente de indigestión y largos períodos de fiebre, mientras el último período de su pontificado sufrió un martirio con la gota. A pesar de estas enfermedades que aumentaban constantemente, su biógrafo, Pablo el diácono, nos dice que “nunca descansaba” (Vita, XV). Su trabajo como Papa es de una naturaleza tan variada que será mejor verlo por secciones aunque se destruya la exactitud de la secuencia cronológica.

Al comenzar su pontificado Gregorio publicó su "Liber pastoralis curae", o libro del oficio del obispo, en el que plasma claramente las líneas maestras que deben conseguir los obispos. La obra, que ve al obispo como médico de las almas se divide en cuatro partes.

  • Señala en primer lugar que solo un experto médico de las almas está preparado para someterse a la “suprema ley” del episcopado.
  • En la segunda describe cómo debe estar ordenada la vida de un obispo desde el punto de vista espiritual;
  • en la tercera, cómo debe enseñar y aconsejar a los que están a su cargo;
  • y en la cuarta cómo, a pesar de sus buenas obras, debe tener presente su propia debilidad porque cuanto mejor es su trabajo más grande es el peligro de caer en la autoconfianza.

Este librito es la clave de la vida de Gregorio como Papa, porque hacía lo que predicaba. Más aún, permaneció durante siglos como el manual del episcopado católico, así que su influencia ha moldeado el carácter de la iglesia y su espíritu se ha extendido por todas partes.

Vida y obra en Roma

Como Papa Gregorio siguió viviendo con una simplicidad monástica. Uno de sus primeros actos consistió en suprimir todos los sirvientes laicos, pajes etc. del Palacio Lateranense poniendo clérigos en su lugar. Como no había magister militum que viviera en Roma, el control de lo militar era ejercido por el Papa. Las incursiones de los lombardos habían llenado la ciudad con una multitud de refugiados e indigentes, de cuyo sustento se encargó Gregorio utilizando las organizaciones eclesiásticas de los distritos eclesiásticos cada uno de los cuales tenía un diaconato u “oficio de limosnas”. El grano que se distribuía venía principalmente de Sicilia y era suministrado por las tierras de la Iglesia. Las necesidades temporales de la gente fueron así cubiertas, pero Gregorio no abandonó sus necesidades espirituales. Nos ha llegado un gran número de sermones. Fue él el que estableció las “estaciones” que aún se observan en el misal romano (ver ESTACIONES).

Se reunía con el clero y el pueblo en alguna iglesia previamente elegida y todos juntos iban en procesión a la iglesia de la estación, donde se celebraba la misa y el Papa predicaba. Estos sermones que atraían a inmensas multitudes son en general exposiciones de la Escritura sencillas y populares. Lo notable es el dominio que el predicador tiene de la Biblia que cita continuamente y su frecuente uso de anécdotas para ilustrar el punto en cuestión, con lo que prepara el terreno para los predicadores populares medievales.

En julio de 595 reunió su primer sínodo en S. Pedro, formado casi exclusivamente de obispos suburbicarios y por sacerdotes de las iglesias titulares romanas. Se aprobaron seis decretos sobre disciplina eclesiástica, algunos ellos confirmando los cambios ya realizados por el Papa por iniciativa y autoridad propia.

Aun hay mucha controversia sobre el alcance de las reformas de Gregorio en la liturgia romana. Todos admiten que realizó las siguientes modificaciones de las prácticas existentes:

• En el Cano de la misa introdujo las palabras "diesque nostros in tua pace disponas, atque ab aeterna damnatione nos eripi, et in electorum tuorum jubras grege numerari";

• Ordenó que el Padre Nuestro se recitara en el Canon antes de partir la Hostia.

• Concedió que el Alleluya se cantara después del Gradual fuera del tiempo pascual período al que aparentemente lo limitaban los romanos previamente.

• Prohibió el uso de casullas por los subdiáconos que asistían a la misa.

• Prohibió que los subdiáconos tomaran parte en las partes musicales de la misa, excepto en el canto del Evangelio

Más allá de estos puntos de menor importancia parece imposible concluir con certeza qué cambios introdujo Gregorio.

Respecto al muy discutido Sacramentario gregoriano y el punto aún más difícil de su relación con el canto llano de la iglesia y la conexión de Gregorio con estos asunto, la autoridad más antigua parece ser Juan el Diácono (Vita, II, VI, XVII), ver CANTO GREGORIANO, SACRAMENTARIO.

Pero no faltan pruebas de la actividad de Gregorio como administrador del patrimonio de S. Pedro. En su tiempo, las posesiones de la iglesia habían alcanzado vastas dimensiones. Diferentes estimaciones dan de 1300 a 1800 millas cuadradas y no parece haber razones para pensar que es una exageración, mientras que los ingresos que producían no eran probablemente menos de $1.500.000 al año (N del T.: Este artículo se publicó en 1909).

La tierra estaba en distintos lugares --Campaña, África, Sicilia y por todas partes – y como señor de todas ellas, Gregorio mostró una habilidad financiera y en la administración del patrimonio que aún nos asombra. Así como asombró a los arrendatarios y agentes que de repensó se encontraron con un nuevo dueño que no era fácil de engañar o defraudar. La administración del patrimonio era llevada a cabo por algunos agentes de distintos niveles y responsabilidades que estaban a las órdenes de un funcionario llamado rector o defensor del patrimonio. Anteriormente, en general, los defensores habían sido laicos, pero Gregorio estableció la costumbre de nombrar eclesiásticos para el puesto. Al hacerlo probablemente tenía en mente las muchas obligaciones de naturaleza eclesiástica que les exigía. Así se pueden hallar casos en que los rectores eran encargado de ocupar las sedes vacantes de los obispados, la celebración de sínodos locales, proceder contra los herejes, proveer para el mantenimiento de las iglesias y monasterios, rectificar los abusos en las iglesias de sus distritos, exigiendo el cumplimiento de la disciplina eclesiástica y hasta la reprobación y corrección de algunos obispos.

Sin embargo Gregorio no permitió a los rectores intervenir en tales asuntos por propia iniciativa. En las minucias de la administración del patrimonio nada era demasiado pequeño para que no lo tuviera en cuenta, desde el número exacto de sextarii en un modius de grano o cuantos solidi hacían una libra de oro hasta el uso de falsas medidas y pesos por parte de algunos agentes menores. Encontraba tiempo para escribir instrucciones detalladas y no dejaba sin atender queja alguna hasta del más humilde de los arrendatarios. Su determinación de asegurar que se administrara correcta mente el patrimonio se evidencia en el gran número de cartas que tratan del asunto. Como obispo era administrador de Dios y de S. Pedro y sus agentes debían mostrar con su conducta que se daban cuenta. El resultado fue que bajo su administración las tierras de la iglesia aumentaron de valor, los arrendatarios estaban contentos y los beneficios que se pagaban con una regularidad sin precedentes. La única falta que se le puede echar en cara es que debido a su caridad sin límite, su tesoro se vació. Pero esto, si era u defecto, era la consecuencia natural de su convicción de que era el administrador de la propiedad de los pobres por los que nunca creía hacer lo suficiente.

Relaciones con las iglesias suburbicarias

Como patriarcas de Occidente, los Papas tienen una jurisdicción especial, aparte de su primado universal, como sucesores de Pedro y entre las iglesias de occidente esa jurisdicción se extiende de forma muy íntima sobre las iglesias de Italia y las islas adyacentes. En el continente muchas de las tierras estaban en manos de los lombardos, con cuyo clero arriano Gregorio no estaba en comunión. Pero siempre que pudo proveyó a las necesidades de los fieles de esos lugares, uniéndolos con frecuencia a la diócesis limítrofe cuando eran demasiado pocos para tener un obispo. En las islas, de las cuales la más importante era Sicilia, se mantuvo el orden preexistente. Gregorio nombró vicarios, que solían ser los metropolitanos de la provincia, que ejercían una supervisión general sobre toda la iglesia.

También insistió en la celebración de sínodos locales como había dispuesto el concilio de Nicea y hay cartas suyas dirigidas a los obispos de Sicilia, Cerdeña y Galia, recordándoles sus deberes al respecto. El mejor ejemplo de la intervención de Gregorio en los asuntos de las diócesis, se da en Cerdeña, donde el anciano y ya débil mental obispo metropolitana de Cagliari había llevado a la iglesia a un estado semicaótico. Una gran número de cartas relatan las reformas introducidas por el Papa (Epp., II, XLVII; III, XXXVI; IV, IX, XXIII-XXVII, XXIX; V, II; IX, I, XI, CCII-CCIV; XIV, II).

Su preocupación por la elección del obispo, al darse una una sede vacante, se muestra en muchos casos y si tras su examen del candidato, bastante exhaustivo, lo halla inapropiado, no duda en rechazarlo y ordenando que se elija a otro (Epp., I, LV, LVI; VII, XXXVIII; X, VII). Re (Epp., II, XLVII; III, XXXVI; IV, IX, XXIII-XXVII, XXIX; V, II; IX, I, XI, CCII-CCIV; XIV, II).

Respecto a la disciplina era bastante estricto exigiendo el cumplimento de las leyes eclesiásticas sobre el celibato (Epp., I, XLII, 1; IV. V, XXVI, XXXIV; VII, I; IX, CX, CCXVIII; X, XIX; XI, LVI a; XIII, XXXVIII, XXXIX); la exención de los clérigos de los tribunales laicos (Epp., I, XXXIX a; VI, XI, IX, LIII, LXXVI, LXXIX; X, IV; XI, XXXII; XIII, 1); y la destitución de todos los eclesiásticos culpables de crímenes o escándalos (Epp., I, XVIII, XLII; III, XLIX; IV, XXVI; V, V, XVII, XVIII; VII, XXXIX; VIII, XXIV; IX, XXV; XII, III, X, XI; XIV, II). Era inflexible en la aplicación de los beneficios de la iglesia, insistiendo en que los demás debían ser tan estrictos como lo era él en disponer para fines apropiados (Epp., I, X, LXIV; II, XX-XXII; III, XXII; IV, XI; V, XII, XLVIII; VIII, VII; XI, XXII, LVI a; XIII, XLVI; XIV, II).

Relaciones con otras iglesias

Respecto a las iglesias occidental, la falta de espacio impide una relación detallada de la forma de proceder de Gregorio, pero la siguiente cita, más valiosa por venir de una autoridad protestante, indica muy claramente la línea que siguió: “En sus relaciones con las iglesias de occidente Gregorio actuó invariablemente asumiendo que todas estaban bajo la jurisdicción de la Sede de Roma. No sólo no renunció ni a una brizna de los derechos reclamados por su predecesor sino que hizo todo lo que pudo para fortalecer y extender lo que él entendía como prerrogativas justas del Papado. Es cierto que respetó los privilegios de los patriarcas occidentales y desaprobó la interferencia innecesaria en la esfera de la jurisdicción ejercida canónicamente….Pero de este principio general no puede haber duda alguna (Dudden, I, 475).

Su forma de relacionarse con las iglesias orientales, en particular con la de Constantinopla, tiene una especial importancia a juzgar por los sucesos posteriores. No hay dada alguna de que Gregorio reclamó para la Sede Apostólica y para sí mismo como Papa el primado , no de honor sino de la suprema autoridad sobre la Iglesia Universal. En las Epístolas (Epp., XIII, l,) habla de la Sede Apostólica, que es cabeza de toda la iglesia” y en la Epp., V, CLIV., dice: “Yo, aunque indigno, he sido puesto al mando de la Iglesia”. Como sucesor de Pedro el Papa había recibido de Dios la primacía sobre todas las iglesias (Epp., II, XLVI; III, XXX; V, XXXVII; VII, XXXVII). Su aprobación es lo que daba fuerza a los concilios o sínodos (Epp., IX, CLVI) y su autoridad podía anularlos (Epp., V, XXXIX, XLI, XLIV). Se puede apelar a él aun contra los patriarcas y por él eran juzgados y corregidos los obispos si era necesario. (Epp., II, l; III, LII, LXIII; IX, XXVI, XXVII).

Esta posición, naturalmente, hizo imposible que permitiera el uso del título de Obispo Ecuménico asumido por el Patriarca de Constantinopla, Juan el Ayunador en un sínodo celebrado en 588. Gregorio protestó y siguió una larga controversia que aún no se había resuelto cuando el Papa murió. No viene al caso exponer aquí esta controversia, pero es importante para mostrar cómo Gregorio consideraba que los Patriarcas de oriente le estaban sujetos “como la Iglesia de Constantinopla”, dice en in Epp., IX, XXVI, ¿quién puede dudar que está sujeta a la Sede Apostólica?” ¿Por qué nuestro más religioso señor , el emperador y nuestro hermano el obispo de Constantinopla continuamente lo reconocen”?.

Al mismo tiempo, el Papa era muy cuidadoso para no interferir en los derechos canónicos de los otros patriarcas y obispos. Sus relaciones con los patriarcas orientales eran muy cordiales como se puede ver en sus cartas a los patriarca de Antioquía y Alejandría.

Relaciones con los lombardos y con los francos

La consagración de Gregorio como Papa precedió solo unos días a la muerte de Aulario, rey de los lombardos, cuya reina, la famosa Teodolinda, se casó después con Agilulfo, duque de Turín, un príncipe enérgico y guerrero. Gregorio hubo de tratar pronto con Agilulfo y los duques Ariulfo de Espoleto y Arichis de Benevento puesto que Romanus, el exarca representante del emperador, prefería quedarse en Rávena sin intervenir cuando surgían las dificultades. Enseguida se vio que si había que hacer algo contra los Lmbardos tendría que hacerlo el Papa. En sus primeras cartas aparece cuanto sentía la dificultad y el peligro de su posición (Epp., I, III, VIII, XXX); pero no se declararon las hostilidades hasta el verano de 592, cuando el Papa recibió una amenazadora carta de Atiulfo de Espoleto a la que inmediatamente siguió su aparición ante las murallas de Roma. Al mismo tiempo Arichis de Benevento avanzó sobre Nápoles que entonces no tenía a ningún obispo ni a ningún oficial de alto rango a cargo de la guarnición. Gregorio tomó inmediatamente la sorprendente decisión de nombrar a un tribuno por su propia autoridad para que tomara el mando de la ciudad (Epp., II, XXXIV), y cuando vio que no había reacción alguna por parte de las autoridades imperiales, el Papa concibió la idea de negociar él mismo una paz separada con los lombardos (Epp., II, XLV). No nos han llegados detalles de esta paz pero parece cierto que se firmó (Epp., V, XXXVI).

El Dr. Hodgkin (Italy and her Invaders, v, 366) afirma que la acción de Gregorio fue sabia y de un hombre de estado pero que al mismo tiempo era "ultra vires", mucho más allá de la competencia legal poseída entonces por el Papa, que dio así un memorable paso hacia la independencia total”.

La acción de Gregorio parece que despertó por fin al exarca Romanus que ignorando completamente la paz del Papa, reunió todas sus tropas atacó y recuperó Perugia y marchó sobre Roma donde fue recibido con honores imperiales. Pero en la primavera siguiente abandonó la ciudad con sus tropas de manera que tanto los ciudadanos como el Papa quedaron más exasperados contra él que antes. La campaña del exarca irritó a los lombardos del norte y el rey Agilulfo marchó sobre Roma a donde llegó probablemente en junio de 593, causando tal terror que aun se refleja en las homilías que predicó por entonces sobre el profeta Ezequiel. Pero Agilulfo abandonó pronto el sitio de la cuidad y se retiró.

El Continuador de Prospero (Mon. Germ. SS. Antiq., IX, 339) relata que Agilulfo se encontró con el Papa en persona en la escalinata de la basílica de S. Pedro, entonces fuera de los muros de la Ciudad y “conmovido por los ruegos de Gregorio y por la sabiduría y gravedad religiosa de tan gran hombre levantó el sitio de la ciudad”, pero en vista de que tanto el mismo Gregorio como Pablo el diácono guardan silencio sobre el asunto, la anécdota parece poco probable, En la Epp., V, XXXIX, Gregorio se refiere a sí mismo como el “gran pagador“ de los lombardos y es muy probable que un gran pago del tesoro Papal fuera la causa de que levantaran el sitio.

El gran deseo del Papa era ahora conseguir una paz duradera con los lombardos lo que sólo podía lograrse por un apropiado arreglo entre las autoridades imperiales y los jefes lombardos. Gregorio puso todas sus esperanzas en Teodolinda una católica y amiga personal. Sin embargo el exarca veía todo el asunto desde otro punto de vista y después de un año de infructuosas negociaciones, Gregorio volvió a pensar en conseguir un tratado privado. Así que en mayo de 595 el Papa escribió una carta (Epp., V, XXXIV) a un amigo de Rávena amenazando con hacer la paz con Agilulfo aun sin el consentimiento de Romanus, el exarca. Esta amenaza fue comunicada rápidamente a Constantinopla donde el exarca era muy considerado y el emperador Mauricio envió inmediatamente una violenta carta, que se ha perdido, a Gregorio, acusándole de ser un traidor y un tonto. Gregorio la recibió en junio de 595. Por suerte, la contestación del Papa se ha conservado (Epp., V, XXXVI).

Hay que leerla en su totalidad para apreciarla completamente porque seguramente ningún emperador ha recibido nunca una carta semejante de un súbdito. A pesar de su sarcástica respuesta Gregorio debió darse cuenta de que las acciones independientes no asegurarían lo que él deseaba y no vuelve a oírse hablar de una paz separada.

Las relaciones de Gregorio con el exarca eran cada vez más tirantes hasta que éste murió en 596 o a principios de 597. El nuevo exarca, Callinicus, era un hombre de mucha más habilidad y estaba bien dispuesto hacia el Papa, cuyas esperanzas revivieron. Se presionó sobre las negociaciones oficiales de paz y a pesar de los retrasos, los artículos se firmaron por fin en 599, para alegría de Gregorio. La paz duró dos años; en 601 estalló la guerra por una acción agresiva de Callinicus, que fue llamado dos años después y su sucesor Smaragdus volvió a firmar la paz con los lombardos; duró hasta después de la muerte de Gregorio.

Hay dos asuntos que merecen notarse en las relaciones de Gregorio con los lombardos: primero a pesar de la apatía de las autoridades imperiales, Roma no debía caer en las manos de algún duque lombardo semicivilizado y así hundirse en la insignificancia y decadencia; en segundo lugar, la independencia de sus acciones nombrando gobernadores de ciudades, suministrando municiones para la guerra, dando instrucciones a los generales, enviando embajadores al rey lombardo y hasta negociando una paz sin la ayuda del exarca. Sea cual fuera la teoría, no cabe duda de que Gregorio, además de su jurisdicción espiritual, ejerció mucho poder temporal.

Respecto a las relaciones de Gregorio con los Francos no es necesario insistir puesto que el intercambio establecido con los reyes francos desapareció prácticamente con su muerte y no se renovó hasta cien años después. Por otra parte ejerció una gran influencia en el monacato franco que se esforzó en fortalecer y reformar, de manera que el trabajo hecho por los monasterios civilizando a los salvajes francos se le puede atribuir al primer Papa monje.

Relaciones con el gobierno imperial

El pontificado de Gregorio el Grande constituye en si mismo una época de la historia Papal, sobre todo en su actitud respecto al gobierno imperial de Constantinopla. Gregorio parece haber considerado la Iglesia y el Estado formando un todo unido que actúa en dos esferas distintas, eclesiástica y secular. Sobre esta asociación donde el Papa y el emperador, cada uno supremo en su departamento, y teniendo cuidado de mantenerlos cada uno lo más en lo posible distintos e independientes. Pero había una dificultad: Gregorio mantenía que era la obligación del gobernante secular proteger a la Iglesia y preservar la “paz de la fe” (Mor., XXXI, VIII)por lo que acude con frecuencia a pedir la ayuda del brazo secular, no solamente para suprimir el cisma, herejía idolatría sino también para imponer la disciplina entre los monjes y el clero (Epp., I, LXXII; II, XXIX; III, LIX; IV, VII, XXXII; V, XXXII; VIII, IV; XI, XII, XXXVII; XIII, XXXVI).

Si el emperador interfería en los asuntos de la iglesia era política del Papa consentirlo en lo posible, a no ser que la obediencia fuera pecaminosa, según el principio establecido en la Epp. XI, XXIX; "Quod ipse [se imperator] fecerit, si canonicum est, sequimur; si vero canonicum non est, in quantum sine peccato nostro, portamus." Al dar este paso Gregorio estaba seguramente influenciado por su profundo respeto por el emperador al que veía como representante de Dios en todas las cosas seculares y debe ser tratado con el máximo respeto, aun cuando pareciera un intruso en las fronteras de la autoridad Papal. Por su `parte se consideraba “superior en posición y rango “al exarca (Epp., II, XIV). Y se oponía con decisión a las interferencias de la autoridad eclesiástica en materias seculares. Como guardián supremo de la justicia cristiana el Papa estaba siempre listo para interceder por o proteger a cualquiera que sufriera un trato injusto (Epp., I, XXXV, XXXVI, XLVII, LIX; III, V; V, XXXVIII; IX, IV, XLVI, LV, CXIII, CLXXXII; XI, IV), pero al mismo tiempo usaba tenía un exquisito tacto al acercarse a los funcionarios imperiales. En In Epp., I, XXXIX a, explica a su agente siciliano la actitud que debe adoptarse en esos casos. Pero a pesar de toda esa deferencia Gregorio mantuvo un espíritu de independencia que le permitió, cuando lo consideraba necesario, dirigirse hasta al emperador en términos muy directos.

Por razón de espacio solo nos vamos a referir a las famosas cartas de Gregorio al emperador Focas, usurpador, y las alusiones al asesinado emperador Mauricio (Epp., XIII, XXXIV, XLI, XLII). Se han emitido toda clase de juicios sobre Gregorio por haber escrito estas cartas, pero aún sigue siendo una cuestión difícil. Probablemente la conducta del Papa en este caso se deba a dos razones: primero, su ignorancia de la forma en que Focas había accedido al trono y segundo, su idea de que el emperador era el representante de Dios sobre la tierra y por consiguiente merecedor de todo respeto en su capacidad oficial, sin que tuviera importancia su carácter personal. Hay que notar, también, que evita cualquier clase de halago al nuevo emperador, empleando frases exageradas de respeto, que entonces se utilizaban y expresando las esperanzas que tenía en el nuevo régimen. Más aún, las alusiones a Mauricio se refieren al sufrimiento de la gente bajo su gobierno y no del emperador mismo. Si el imperio hubiera estado saneado en vez de podrido cuando Gregorio llego al pontificado es difícil decir cómo hubieran resultado sus ideas en la práctica. Tal como estaban las cosas, su fuerte independencia, su eficiencia, su valentía, superaba todo lo que se le enfrentaba y cuando murió no había dudas de quien era el primer poder en Italia

Obra misionera

Ya se ha mencionado su celo por la conversión de los paganos, en particular los Anglos, y no hay necesidad de insistir en ello ya que se ha tratado minuciosamente en AGUSTIN DE CANTERBURY. Para ser justos con el gran Papa hay que añadir que no perdía oportunidad de ejercer su celo misionero y hacía todos los esfuerzos para suprimir el paganismo en la Galia, el Donatismo en África y el cisma de loa Tres Capítulos en el norte de Italia y en Istria. Respecto a los herejes cismáticos y paganos su método era usar todos los medios – persuasión, exhortación, amenazas – antes de recurrir a la fuerza, pero si el tratamiento más suave fallaba no dudaba, de acuerdo con las ideas de su tiempo, en recurrir a la compulsión, solicitando para ello la ayuda del brazo secular. Es curioso, por consiguiente, encontrarle actuando como campeón y protector de los judíos; en la Epp., I, XIV, denuncia expresamente el bautismo forzoso de los judíos y en muchas ocasiones insiste en el derecho a la libertad de acción, siempre que la ley lo permita, tanto en los asuntos civiles como en el culto en la sinagoga (Epp., I, XXXIV; II, VI; VIII, XXV; IX, XXXVIII, CXCV; XIII, XV). Pero también era duro impidiendo a los judíos que se excedieran de los derechos que les concediera la ley imperial, especialmente respecto a la propiedad por su parte de esclavos cristianos (Epp., II, VI; III, XXXVII; IV, IX, XXI; VI, XXIX; VII, XXI; VIII, XXI; IX, CIV, CCXIII, CCXV).

Tendremos pues razón si atribuimos la protección de los judíos por parte de Gregorio a su respeto por la ley y la justicia; sus ideas de tolerancia no diferían de las de su tiempo.

Gregorio y el monacato

Aunque Gregorio fue el primer monje en llegar a Papa no contribuyó especialmente a los ideales o a la práctica monástica. Lo tomó tal como lo había establecido S. Benito y sus esfuerzos e influencia se centraron en reforzar y hacer cumplir las prescripciones del más grande de los legisladores monásticos. Su posición tendía a modificar la obra de S. Benito tratando de llevarla a una relación más íntima con la organización de la iglesia, en particular con el Papado, aunque no lo planificara deliberadamente.

Se convenció de que el sistema monástico tenía un valor especial para la iglesia e hizo lo que estaba en sus manos para difundirlo y propagarlo. Su propiedad particular estaba consagrada a esto y urgió a muchos ricos para que ayudaran a los monasterios, usando él mismo los beneficios de su patrimonio con este propósito. No se cansaba de corregir los abusos y de imponer la disciplina. Las cartas que tratan de esto son demasiado numerosas para citarlas aquí: los puntos en los que insiste son precisamente esos, estabilidad y pobreza, sobre los que la reciente legislación de S. Benito había puesto especial interés. Solo en dos ocasiones vemos algo parecido a legislación directa del Papa. El primer punto es la edad a la que una monja podía ser abadesa, que fija en no menos de sesenta años” (Epp., IV, XI) y el segundo la prolongación del período de noviciado. S. Benito había prescrito al menos un año (Reg. Ben., LVIII); Gregory (Epp., X, IX) mientras él prescribe dos y con especial precaución en el caso de esclavos que quisieran hacerse monjes.

Más importante fue su línea de acción en la difícil cuestión de la relación entre los monjes y su obispo. Hay muchas pruebas que muestran que muchos obispos aprovechaban su posición para oprimir con cargas a los monasterios de sus diócesis por lo que los monjes apelaban al Papa buscando protección.

Aunque Gregorio mantenía la jurisdicción espiritual de los obispos, fue firme en apoyar a los monjes contra las agresiones ilegales. Todos los intentos por parte de los obispos para arrogarse nuevo poder sobre los monjes de sus diócesis fueron condenados; a veces el Papa emitía documentos, llamados Privillegia, con los que solucionaba definitivamente ciertos puntos en los que los monjes estaban exentos del control episcopal (Epp., V, XLIX; VII, XII; VIII, XVII; XII, XI, XII, XIII). Gracias a estas acciones de Gregorio, sin duda, comenzó el largo progreso por el que las organizaciones monásticas han llegado a estar bajo el control directo del Papa. La vida monacal no era compatible con la obra de la iglesia como la cura de almas, la predicación, administración de los sacramentos etc. Y en esto el Papa estaba de acuerdo. Por otra parte un párrafo de la carta, Epp., XII, IV, en la que ordena que un cierto laico “sea tonsurado como monje o como subdiácono”, sugiere que para Gregorio el estado monástico era de alguna manera equivalente al eclesiástico ya que su intención última era promover al episcopado, al laico en cuestión.

Muerte, canonización, reliquias, emblema

Los últimos años de la vida de Gregorio estuvieron llenos de sufrimientos de todas clases. Su mente, seria por naturaleza, se llenó de aprensiones y sus continuos sufrimientos corporales aumentaron en intensidad. Su “único consuelo era que la muerte no tardaría en llegar” (Epp., XIII, XXVI). El final llego el 12 de marzo de l604 y el mismo día su cuerpo fue enterrado en frente de la sacristía, en el pórtico de la basílica de S. Pedro. Desde entonces sus restos han sido movidos varias veces; el traslado más reciente fue el ordenado por Paulo V en 1606 cuando fueron colocados en la capilla de Clemente V cerca de la entrada de la sacristía moderna. Parece que el cuerpo fue llevado a Soissons en Francia en el año 826, pero quizás fuera sólo una reliquia grande. Beda el Venerable (Hist. Eccl., II, I) trae el epitafio que había sobre su tumba con lafamosa frase llamándole consul Dei.

Su canonización por aclamación popular ocurrió inmediatamente tras su muerte y superó un reacción contra su memoria que se dio poco después. El arte muestra al gran Papa vestido con todos los ornamentos pontificios con la tiara y la doble cruz. Su emblema especial es una paloma en alusión a la bien conocida historia referida por Pedro el Diácono (Vita, XXVIII), que narra que cuando el Papa dictaba su homilías sobre Ezequiel había una cortina entre su secretario y él, Como el Papa permanecía silencioso durante largos ratos, el sirviente hizo un agujero el la cortina y vio a una paloma sentada sobre la cabeza de Gregorio con el pico entre sus labios. Cuando la paloma retiraba su pico el santo pontífice hablaba y el secretario apuntaba sus palabras, pero cuando se quedaba en silencio el sirviente miraba por el agujero y vio que la paloma había vuelto a poner su pico entre sus labios. Se le atribuyen muchos milagros pero la falta de espacio impide hasta el más somero catálogo.

Conclusión

Está fuera del propósito de estas líneas intentar elaborar una estimación de la obra, influencia y carácter del Papa Gregorio el Grande, pero parecería justo enfocar algunos de los aspectos que hemos indicado arriba.

En primer lugar, quizá, será mejor aclarar el terreno admitiendo francamente lo que no era Gregorio. No era un hombre de profundos conocimientos, ni un filósofo, ni un buen conversador, apenas era teólogo en el sentido constructivo del término. Era un abogado romano de oficio, administrador y monje, misionero, predicador y sobre todo un médico de las almas y un líder. Lo más importante que se debe recordar es que fue el verdadero padre del Papado medieval (Milman). Respecto a lo espiritual, dejó en las mentes de los hombres la impresión , hasta un punto sin precedentes, de que la sede de Pedro era la suprema y decisiva autoridad en la iglesia católica. D

Durante su pontificado estableció buenas relaciones entre la iglesia de Roma y las de España, Galia, África y el Ilírico. Y su influencia en Gran Bretaña fue tal que se le llama con justicia el Apóstol de los Ingleses. En las iglesias orientales también ejerció la autoridad Papal con una frecuencia inusual antes de él y vemos que el patriarca de Alejandría se somete humildemente a las órdenes del Papa.

El sistema de apelaciones a Roma se estableció definitivamente y el Papa veta o confirma los decretos de los concilios, anula las decisiones de los patriarcas e impone castigos a los dignatarios eclesiásticos cuando cree que es justo.

Pero también en el campo temporal es notable la postura del Papa. Aprovechado las oportunidades que ofrecen las circunstancias se hace en Italia con un poder mayor que el del exarca o el emperador y establece una influencia política que dominó la península durante siglos. Desde entonces en adelante las distintas poblaciones de Italia buscan la guía del Papa y Roma, como la ciudad del Papa sigue siendo el centro de la cristiandad.

La obra teológica de Gregorio es menos notable. En la historia del desarrollo de los dogmas es importante porque asume las enseñanzas de los primeros Padres y la consolida en un todo armonioso. No introduce novedades, ni nuevos métodos ni nuevas soluciones a cuestiones difíciles y precisamente por eso sus escritos fueron una especie de compendium theologiae o libro de texto medieval, popularizando a sus grandes predecesores. Tantos logros le han ganado el título de “el Grande” aunque entre la gente de habla inglesa se le honra como el Papa que amaba a los anglos de blancos rostros y a los fue el primero en enseñar el canto de los Ángeles.

Sus Escritos

Genuinos, dudosos, espurios

De las obras que se le atribuyen las siguientes son admitidas por todas como genuinas: "Moralium Libri XXXV"; "Regulae Pastoralis Liber"; "Dialogorum Libri IV"; "Homiliarum in Ezechielem Prophetam Libri II"; "Homiliarum in Evangelia Libri II"; "Epistolarum Libri XIV". Los siguientes son casi con certeza falsos: "In Librum Primum Regum Variarum Expositionum Libri VI"; "expositio super Cantica Canticorum"; "Expositio in VII Psalmos Poenitentiales"; "Concordia Quorundam Testimoniorum S. Scripturae".

Además se le atribuyen ciertos himnos litúrgicos, el Sacramentario Gregoriano y el Antifonario ( ver ANTIFONARIO; SACRAMENTARIO.)

Obras de Gregorio, ediciones completas o parciales, traducciones, recensiones

"Opera S. Gregory Magna: (Edito princeps, Paris, 1518); ed. P. Tossianensis (6 vols., Rome, 1588-03); ed. P. Goussainville (3 vols., Paris, 1675); ed. Cong. S. Mauri (Sainte-Marthe) (4 vols., Paris, 1705); éste ultimo reeditado con añadidos de J. B. Gallicioli (17 vols., Venecia, 1768-76) y vuelto a imprimir en Migne, P.L., LXXV-LXXIX. "Epistolae", ed. P. Ewald and L. M. Hartmann en "Mon. Germ. Hist.: Epist.", I, II (Berlin, 1891-99); esta es la edición con más autoridad del texto de las Epístolas (todas las citas dadas arriba siguen esta edición); Jaffe, "Regesta Pontif," (2nd ed., Rome, 1885), I, 143-219; II, 738; Turchi, "S. Greg. M. Epp. Selectae" (Rome, 1907); P. Ewald, "Studien zur Ausgabe des Registers Gregors I." en "Neues Archiv", III, 433-625; L.M. Hartmann en "Neues Archiv", XV, 411, 529; XVII, 493; Th. Mommsen en "Neues Archiv", XVII, 189; Traducciones inglesas de J. Barmby, "Epistolas Selectas" en "Nicene and Post-Nicene Fathers", 2nd Series, XII, XIII (Oxford y New York, 1895, 1898), "Regula Pastoralis Curae", ed. E. W. Westhoff (Munster, 1860); ed. H. Hurter, S.J.,en "SS. Patr. Opus. Select.", XX; ed. A. M. Michelett (Tournai, 1904); ed. B. Sauter (Freiburg, 1904); Traducciones inglesas "King Alfred's West Saxon Version of Gregory's Pastoral Care", ed. H. Sweet (London, 1871); "The Book of Pastoral Care" (tr. J. Barmby) en "Nicene and Post-Nicene Fathers", 2nd Series, XII (Oxford y New York, 1895). "Dialogorum Libri IV": han aparecido muchas ediciones de toda la obra y también del libro II, "De la Vida y Milagros de S. Benito", separadamente una Antigua versión inglesa reimpresa por H. Coleridge, S. J. (London, 1874); L. Wiese, "Die Sprache der Dialoge" (Halle, 1900); H. Delehaye, "S. Gregoire le Grand dans Phagiographie Grecque" en "Analecta Bolland." (1904), 449-54; B. Sauter, "Der heilige Vater Benediktus nach St. Gregor dem Grossen" (Freiburg, 1904). "Hom. XL in Evangelia", ed. H. Hurter in "SS. Patrum Opuse. Select.", series II, Tom. VI (Innsbruck, 1892). G. Pfeilschifter Gregors der Gr." (Munich, 1900). "Magna Moralia", Traduc. Ing.. en "Library of the Fathers" (4 vols., Oxford, 1844); Prunner, "Gnade und Sunde nach Gregors expositio in Job" (Eichstätt, 1855).

Bibliografía

PRINCIPALES OBRAS: En primer lugar los escritos del mismo Gregorio, de los que se da una completa relación arriba, las más importantes desde el punto de vista biográfico son los catorce libros de sus Cartas y los cuatro libros de los Diálogos. Las otras autoridades antiguas son S. GREGORIO DE TOURS (M. 594 ó 595), Historia Francorum, Lb. X, y el Liber Pontificalis, ambos prácticamente contemporáneos. Al siglo siete pertenecen S. ISIDORO DE SEVILLA. De Viris Illustribus, XL, and S. ILDEFONSO DE TOLEDO, De Viris Illustribus, I. Viene a continuación la Vita Antiquissima, de un monje anónimo de Whitby, escrita probablemente ca. 713, y de interés especial porque representa una tradición esencialmente inglesa sobre el santo BEDA EL VENERABLE Hist. Eccles., II, obra que termina en 731; PABLO DIACONO, que compiló una breve Vita Gregorii Magni entre 770 y 780, que puede se complementada por la obra más famosa del mismo escritor Historia Longobardorum; por fin JUAN EL DIACONO, que por iniciativa de Juan VIII (872-882), produjo su Vita Gregorii para responder a la queja de que en Roma no se había escrito aún ninguna vida del santo. Además de estos autores, se puede proyectar considerable luz sobre el período por las obras de cronistas e historiadores.

OBRAS SOBRE GREGORIO. — (1) General. — GREGORIO DE TOURS, Historia Francorum, X, i, in P.L., LXXI; la mejor edición es la de ARNDT Y KRUSCH En Mon. Germ. Hist.; Script. Rerum Meroving., I; Liber Pontificatis, ed. DUCHESNE (Paris, 1884), I, 312; ISIDORO DE SEVILLEA, De Vir. Illustr., I, ibid.,XCVII; Vita It. Papae Gregorii M. (MS> Gallen, 567), escrito por un monje de Whitby, ed. GASQUET (Westminster, 1904): ver también sobre la misma obra EWALD, Die alteste Biographie Gregors I in Historische Aufsatze dem Andenken an G. Waitz gewidmet (Hanover,1886), 17-54; VEN. BEDA, Hist. Eccles., I, xxiii-xxxiii; II, i-iii; V, xxv; en P. L., XCV; PABLO DIACONO, Vita Gregorii M. En P.L.,LXXV; IDEM, De Gestis Longobard., III, 24; IV, 5; En P.L., XCV; JUAN EL DIACONO, Vita Gregorii M., ibid., LXXV; Acta SS., 12 March; VAN DEN ZYPE, S. Gregorius Magnus (Ypres, 1610); SAINTE_MARTHE, Histoire de S. Gregoire (Rouen, 1677); MAIMBOURG, Histoire du pontificat de S. Gregoire (Paris, 1687); BONUCCI, Istoria del B. Gregorio (Rome, 1711); WIETROWSKY, Hist. de gestis praecipuis in pontificatu S. Gregorii M. (Prague, 1726-30); POZZO, Istoria della vita di S. Gregorio M. (Rome, 1758); MARGGRAF, De Gregorii I. M. Vita (Berlin, 1844); BIANCHI-GIOVINI, Pontificato di S. Gregorio (Milan, 1844); LAU, Gregor I, der Grosse (Leipzig, 1845); PFAHLER, Gregor der Grosse (Frankfort, 1852); LUZARCHE, Vie du Pape Gregoire le Grand (Tours, 1857); ROMALTE, Vie de S. Gregoire (Limoges, 1862); PAGNON, Gregoire le Grand et son epoque (Rouen, 1869); BELMONTE, Gregorio M. e il suo tempo (Florence, 1871); BOHRINGER, Die Vater des Papsiiums, Leo I und Gregor I (Stuttgart, 1879): MAGGIO, Prolegomeni alla storia di Gregorio il Grande (Prato, 1879); BARMBY, Gregory the Great (London, 1879; reissue, 1892); CLAUSIER, S. Gregoire (Paris, 1886); BOUSMANN, Gregor I, der Grosse (Paderborn, 1890); WOLFSGRUBER, Gregor der Grosse (Saulgau, 1890); SNOW, St. Gregory, his Work and his Spirit (London, 1892); GRISAR, Roma alta fine del mondo antico (Rome, 1899), Pt. III; IDEM, San Gregorio Magno (Rome, 1904); DUDDEN, Gregory the Great, his Place in History and in Thought (2 vols.,London, 1905); CAPELLO, Gregorio I e il suo pontificuto (Saluzzo, 1904); CEILLIER, Histoire general des auteurs ecclesiastique, XI, 420-587; MILMAN, History of Latin Christianity, Bk. III, vii; MONTALEMBERT, Monks of the West, tr. Bk. v; GREGOROVIUS, Rome in the Middle Ages, tr., II, 16-103; HODGKIN, Italy and her Invaders, V, vii-ix; GATTA, Un parallelo storico (Marco Aurelio, Gregorio Magno) (Milan, 1901); MANN, Lives of the Popes in the Early Middle Ages (London, 1902), I, 1-250.

(2) ESPECIAL.

(a) EL PATRIMONIO. — ORSI, Della origine del dominio temporale e della sovranita del Rom. Pontif. (2nd ed., Rome, 1754); BORGIA, Istoria del dominio temporale della Sede Apostolica nelle due Sicilie (Rome, 1789); MUZZARELLI, Dominio temporale del Papa (Rome, 1789); SUGENHEIM, Gesch. der Entstehung und Ausbildung des Kirchenstaates (Leipzig, 1854); SCHARPFF, Die Entstchung des Kirchenstaates (Freiburg im Br., 1860); GRISAR, Ein Rundgang durch die Patrimonien des hl. Stuhls i, J. 600, in Zeitschr, Kuth, Theol., I, 321; SCHWARZLOSE, Die Patrimonien d. rom. K. (Berlin, 1887); MOMMSEN, Die Bewirtschaftung der Kirchenguter unter Papst Gregor I, in Zeitsch, f. Socialund, Wirtschaftsgesch., I, 43; DOIZE, Deux etudes sur l'administration temporelle du Pape Gregoire le Grand (Paris, 1904).

(b) PRIMACIA Y RELACIONES CON OTRAS IGLESIAS. — PFAFF, Dissertatio de titulo l'atriarchoe (Ecumenici (Tubingen, 1735); ORTLIEB, Essai sur le systeme eccles, de Gregoire le Grand (Strasburg, 1872); PINGAUD, La politique de S. Gregoire (Paris, 1872); LORENZ, Papstwahl und Kaisertum (Berlin, 1874), 23; CRIVELLUCCI, Storia della relazioni tra lo Stato e la Chiesa (Bologna, 1885), II, 301; GORRES, Papsi Gregor der Grosse und Kaiser Phocas in Zeitsche, fur wissenschaftliche Theol., CLIV, 592-602.

(c) RELACIONES CON LOMBARDOS Y FRANCOS. — BERNARDI, I Longobardi e S. Gregorio M. (Milan, 1843); Troya, Storia d'Italia del medio evo, IV: Codice diplomatico longobardo dal 568 al 774 (Naples, 1852); DIEHL, Etudes sur l'administration byzantine dans l'Exarchat de Ravenne (Paris, 1888); HARTMANN, Unters, z. Gesch. d. byzant, Verwaltung in Italien (Leipzig, 1889); LAMPE, Qui fuerint Gregorii M. p. temporibus in imperii byzantini parte occident, exarchi (Berlin, 1892); PERRY, The Franks (London, 1857); KELLERT, Pope Gregory the Great and his Relations with Gaul (Cambridge, 1889); GRISAR, Rom. u. d. frankische Kirche vorneehmlich im 6. Jahr. in Zeitschr. kath. Theol., 14.

(d) Monacato y Obra Misonera: — MABILLON, Dissertatio de monastica vita Gregorii Papoe (Paris, 1676); BUTLER, Fue San Agustín de Canterbury un Benedictino? en Downside Review, III, 45-61, 223-240; GRUTZMACHER, Die Bedeutung Benedikts von Nursia und seiner Regel in der Gesch. des Monchtums (Berlin, 1892); CUTTS, Agustín de Canterbury (Londres, 1895); GRAY, Origen e Historia Primitiva del Cristianismo en Bretaña (Londres, 1897); BRIGHT, Capítulos sobre Historia de la Iglesia Inglesa Primitiva (Oxford, 1897); BENEDETTI, S. Gregorio Magno e la schiavitu (Rome, 1904).

(e) Writings. — ALZOO, Lehrb. der Patrologie (Freiburg im Br., 1876); HARNACK, Lehrb. der Dogmengeschichte, III (Freiburg im Br., 1890); LOOFS, Leits. zum Studium der Dogmengeschichte (Halle, 1893); SEEBERG, Lehrb. der Dogmengeschichte, II (Leipzig, 1898); BARDENHEWER, Patrology, tr. SHAHAN (Freiburg im Br., 1908).

Fuente: Huddleston, Gilbert. "Pope St. Gregory I ("the Great")." The Catholic Encyclopedia. Vol. 6. New York: Robert Appleton Company, 1909. <http://www.newadvent.org/cathen/06780a.htm>.

Traducido por Pedro Royo