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Martes, 19 de marzo de 2024

Moisés

De Enciclopedia Católica

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Cristo dictando el decálogo al Moisés
Libertador, líder, legislador, profeta e historiador hebreo; vivió a finales del siglo XIII e inicios del siglo XII a.C.

Nombre

Hebreo: MSH Moshéh (M. T.), griego: Mouses, Moses. Éx. 2,10 denota una derivación del hebreo Mashah (sacar). Josefo y los Padres le asignan el copto mo (agua) y uses (salvado) como partes constituyentes del nombre. Hoy día la visión de Lepsius, que rastrea el nombre hasta el egipcio mesh (niño), es ampliamente favorecida por los egiptólogos, pero no se puede establecer nada decisivo.

Fuentes

Negar con Winckler y Cheyne, o dudar, con Renan y Stade, de la personalidad histórica de Moisés, es debilitar y tornar ininteligible la historia posterior de los [israelitas]]. La literatura rabínica está llena de leyendas que tocan todos los acontecimientos de su maravillosa carrera. Tomados por separado, estos cuentos populares son puramente imaginarios; sin embargo, sí se les considera en su fuerza acumulativa, avalan la realidad de un personaje grande e ilustre, de carácter fuerte, alto propósito y nobles realización; tan profundo, verdadero y eficiente en sus convicciones religiosas como para emocionar y dominar las mentes de toda una raza durante siglos después de su muerte. La Biblia provee el principal relato auténtico de su luminosa vida.

Desde el nacimiento hasta el llamado (Éxodo 2,1-22)

De extracción levítica y nacido en una época en que un edicto real había decretado el ahogamiento de todos los descendientes varones entre los israelitas, el “hermoso niño” Moisés, tras vivir escondido por tres meses, fue puesto en una cesta en la ribera del Nilo. Un hermano (Éx. 7,7) y una hermana (Éx. 2,4) mayores, Aarón y María (V.A. y V.R., Miriam) ya habían agraciado la unión de Yokebed y Amram. María se mantuvo de vigilia en el río y fue esencial para inducir a la hija del faraón, la cual rescató al niño, a confiarlo a una nodriza hebrea. Fue Yokebed a quién ella intencionalmente convocó para el encargo, la cual, cuando su “hijo hubo crecido”, se lo entregó a la princesa. En su nuevo ambiente, él fue educado “en toda la sabiduría de los egipcios” (Hch. 7,22).

Luego Moisés aparece en la flor de su vigorosa virilidad, firme en sus simpatías por sus hermanos degradados. Con bravura, el mata a un egipcio que atacaba a uno de ellos y, a la mañana siguiente intenta apaciguar la ira de dos compatriotas que peleaban. Sin embargo, él es malinterpretado y cuando se le recrimina el asesinato del día anterior, teme que su vida esté en peligro. El faraón ha oído la noticia y lo busca para matarlo. Moisés huye a Madián. Allí, un acto de ruda galantería le asegura un hogar con Reuel, el sacerdote. Séfora, una de las siete hijas de Reuel, eventualmente se convierte en su esposa y llaman Gueršom a su primogénito. Su segundo hijo, Eliezer, es llamado así en celebración al éxito de su fuga del Faraón.

Vocación y misión (Éxodo 2,23 – 12,33)

Tras cuarenta años de pastoreo, Moisés habla con Dios. Hacia Horeb (¿Jebel Sherbal?) en el corazón de la montañosa península del Sinaí, él conduce los rebaños de Reuel por última vez. Allí lo atrae un arbusto flameante, pero una voz milagrosa le prohíbe aproximarse y declara el suelo tan sagrado que para acercarse tendría que quitarse las sandalias. El Dios de Abraham, Isaac y Jacob le designa para libertar a los hebreos del yugo egipcio y conducirlos hacia “la tierra que mana leche y miel”, la región desde hace mucho tiempo prometida a la semilla de Abraham, la futura Palestina. A continuación, Dios le revela su nombre bajo la forma especial Yahveh (vea el artículo Yahveh), como un “memorial para las futuras generaciones”. Realiza dos milagros a fin de convencer a su temeroso oyente; nombra a Aarón como el “profeta” de Moisés y, Moisés, por así decirlo, como el dios de Aarón (Éx. 4,16). Su desconfianza enseguida le da paso a la fe y a la magnanimidad.

Moisés se despide de Jetró (Reuel) y sale para Egipto con su familia. Lleva en su mano la “vara de Dios”, un símbolo del coraje con el cuál actuará al ejecutar señales y prodigios en presencia de un monarca insensible y amenazante. Su confianza se fortalece, pero él no está circuncidado, y Dios se encuentra con él en el camino y de buena gana lo mataría. Séfora salva a su “esposo de sangre” y aplaca a Dios al circuncidar un hijo. Aarón se une al grupo en el Horeb.

La primera entrevista de los hermanos con sus compatriotas es muy alentadora, pero no así con el despótico soberano. Al pedir que se les permita a los hebreos tres días de descanso para que puedan ofrecer sacrificios en el desierto, el furioso monarca no sólo se niega, sino que ridiculiza a su Dios, y luego efectivamente irrita la mente de los hebreos contra sus nuevos dirigentes, así como contra sí mismo, al negarles la paja necesaria para las exorbitantes exigencias diarias de la fabricación de ladrillos. Una ruptura está a punto de producirse con los dos hermanos extranjeros cuándo, a través de una visión, Moisés es divinamente constituido el “dios del faraón” y se le ordena que utilice sus poderes recién otorgados. Él ha alcanzado la edad de ochenta años.

El episodio de la vara de Aarón es un preludio a las plagas. Ya sea personalmente o por medio de Aarón, algunas veces tras alertar el faraón, otras repentinamente, Moisés provoca una serie de manifestaciones divinas, descritas en un total de diez, a través de las cuales humilla a los dioses del sol y de los ríos, aflige al hombre y a la bestia, y manifiesta un control insólito sobre los cielos y la tierra que incluso los magos se ven obligados a reconocer “el dedo de Dios” en sus prodigios. El faraón se aplaca a veces pero nunca lo suficiente para satisfacer las demandas de Moisés sin restricciones. Él valora altamente la labor de los hebreos para sus obras públicas. La crisis llega con la última plaga. Los hebreos, prevenidos por Moisés, celebran la primera Pascua o fase con las cinturas ceñidas, las sandalias en los pies y un bastón en sus manos, listos para una fuga a toda prisa. Entonces Dios lleva a cabo su pavorosa amenaza de pasar por la tierra y matar a todo primogénito del hombre y la bestia, ejecutando así el juicio sobre todos los dioses de Egipto. El faraón no puede resistir más tiempo, y se une al pueblo acometido y ruega que se vayan los hebreos.

Éxodo y los cuarenta años (Éxodo 12,34 y siguientes)

A la cabeza de 600,000 hombres, además de mujeres y niños, y pesadamente cargados con los despojos de los egipcios, Moisés sigue un camino por el desierto, indicado por una columna alternada de nubes y fuego, y llega a la península de Sinaí al cruzar el Mar Rojo. Un camino seco, milagrosamente abierto por él para este fin, en un punto hoy desconocido, posteriormente demuestra ser una trampa mortal para un ejército de perseguidores egipcios, organizado por el faraón y posiblemente bajo su liderazgo. El evento provee el tema del conmovedor cántico de Moisés. Por más de dos meses la procesión, muy retrasada por los rebaños, manadas y dificultades inherentes a un viaje por el desierto, se encaminó rumbo al Sinaí. Seguir directamente por Canaán habría sido muy peligroso, a causa de los belicosos filisteos, cuyo territorio tendrían que cruzar; mientras que en el sudeste, los menos formidables amalecitas eran las únicas tribus enemigas y fueron fácilmente subyugados gracias a la intercesión de Moisés. Para la línea de marcha e identificaciones topográficas a lo largo de la ruta, vea el artículo israelitas, sección, El Éxodo y El Recorrido por el Desierto.

El agua milagrosa obtenida de la roca Horeb y el suministro de codornices y maná son indicios de la maravillosa fe del gran líder. El encuentro con Jetró resulta en una alianza con Madián, y en el nombramiento de un cuerpo de jueces subordinados a Moisés, para atender las decisiones menores. En el Sinaí se promulgaron los Diez Mandamientos, Moisés es hecho mediador entre Dios y el pueblo y, durante dos períodos de cuarenta días cada uno, permanece escondido en el monte, recibiendo de Dios los múltiples decretos, por cuya observación Israel será moldeada en una nación teocrática (ver Legislación de Moisés). En su primero descenso, muestra un celo que todo lo consume por la pureza del culto divino, al causar que murieran aquellos que se habían entregado a las orgías idólatras del becerro de oro; en su segundo descenso, inspira el más profundo respeto, porque su rostro estaba estampado con cuernos luminosos.

Tras instituir el sacerdocio y erigir el tabernáculo, Moisés ordena un censo que muestra un ejército de 603,550 guerreros. Éstos, con los levitas, mujeres y niños, celebran debidamente el primer aniversario de la Pascua y, llevando el Arca de la Alianza, pronto empiezan la segunda etapa de la migración. Jobab, el hijo de Jetró, los acompaña y les sirve de guía. Suceden dos ocasiones de descontento general, la primera es punida con fuego, lo cual cesa con las oraciones de Moisés y, la segunda, es punida con la plaga. Cuando se quejan del maná, reciben codornices como el año anterior. Se designan setenta ancianos ---origen conjetural del sanedrín--- para ayudar a asistir Moisés. A continuación, Aarón y María envidian a su hermano, pero Dios lo reivindica y aflige a María temporalmente con lepra.

Desde el desierto de Parán, Moisés envía espías a Canaán, quiénes, con excepción de Josué y Caleb, traen informes alarmantes que causan consternación y rebelión entre el pueblo. El gran líder ora y Dios interviene, pero sólo para condenar a la presente generación a morir en el desierto. La subsiguiente sublevación de Coré, Datán, Abirón y sus partidarios sugiere que durante los treinta y ocho años pasados en el Badiet et-Tih, continuó el descontento habitual característico de los nómadas. Es durante ese período que la tradición sitúa la composición de una amplia parte del Pentateuco. Próximo a su término, Moisés es condenado a no entrar jamás a la Tierra Prometida, presumiblemente debido a una momentánea falta de confianza en Dios, en el agua de la contradicción.

Cuando deja de existir la vieja generación, incluyendo a María, la hermana del profeta, Moisés inaugura la marcha progresiva alrededor de Edom y Moab hacia el Arnón. Tras la muerte de Aarón y la victoria sobre Arad, en el campo aparecen “serpientes abrasadoras”, como castigo por nuevas murmuraciones. Moisés levanta la serpiente de bronce “la cual, cuando los que habían sido picados la miraban, quedaban curados”. Las victorias sobre Sijón y Og y el sentimiento de seguridad que animaba al ejército, aunque en territorio del hostil Balac, lleva a una relación presuntuosa y escandalosa con los idólatras moabitas, la cual resulta, bajo el comando de Moisés, en la masacre de 24,000 transgresores. El censo, sin embargo, muestra que el ejército aún cuenta con 601,730 guerreros, excluyendo a 23,000 levitas. De esos, Moisés permite que los rubenitas, gaditas y la media tribu de Manasés se establezcan en la región oriental del Jordán, sin embargo, sin liberarlos del servicio en la conquista de la región occidental del Jordán.

Muerte y Gloria póstuma

Como un legado valioso al pueblo por el cual ha soportado sufrimientos sin paralelos, Moisés en sus últimos días pronuncia los tres memorables discursos conservados en el Deuteronomio. Su principal pronunciamiento se relaciona con un futuro profeta, así como él, a quién el pueblo ha de recibir. Entonces él prorrumpió en una sublime canción de alabanza a Yahveh y añade bendiciones proféticas a cada una de las doce tribus. Desde el Monte Nebo ---en “la cumbre del Pisgá”--- Moisés avista por última vez la Tierra Prometida, y muere a la edad de 120 años. Fue sepultado “en el valle de Moab, frente a Fogor”, pero ningún hombre “ha conocido su tumba”. Su memoria ha siempre sido una de “aislada grandiosidad”. Es el tipo de la santidad hebrea que excede tanto en brillo a los otros modelos, que doce siglos tras su muerte, el Cristo que él preanunció parece eclipsado por él en las mentes de los eruditos.

Está enterrado en "el valle de Moab, frente a Peor", pero no hay nadie "conoce su sepulcro". Su memoria ha sido uno de "grandeza aislado". Él es el tipo de hebreo la santidad, superando tanto en brillantez a otros modelos que doce siglos después de su muerte, el Cristo que él anunciaba parecía eclipsado por él en las mentes de los sabios. Humanamente hablando, fue una providencia indispensable que lo representó en la Transfiguración, lado a lado con Elías, y bastante inferior al personaje cuya venida había predicho.


Fuente: Reilly, Thomas à Kempis. "Moses." The Catholic Encyclopedia. Vol. 10. New York: Robert Appleton Company, 1911. 29 Jan. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/10596a.htm>.

Traducido por Raquel Cantarelli. rc