Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Viernes, 15 de marzo de 2024

Roma

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar

Importancia de Roma

La importancia de Roma radica principalmente en el hecho de que es la ciudad del Papa. El Obispo de Roma, como sucesor de San Pedro, es el Vicario de Cristo en la tierra y la cabeza visible de la Iglesia Católica. Por consiguiente, Roma es el centro de la unidad de creencias, la fuente de la jurisdicción eclesiástica y la sede de la autoridad suprema que puede unir mediante sus decretos a los fieles de todo el mundo. La Diócesis de Roma es conocida como la "Sede de Pedro", la "Sede Apostólica", la "Santa Iglesia Romana", la "Santa Sede", —títulos que indican su posición única en la cristiandad y sugieren el origen de su preeminencia.

Roma, más que cualquier otra ciudad, es testigo tanto del pasado esplendor del mundo pagano como del triunfo del cristianismo. Es allí donde se puede rastrear la historia de la Iglesia desde los primeros días, desde los humildes comienzos en las catacumbas hasta el majestuoso ritual de San Pedro. A cada paso uno se encuentra con lugares santificados por la muerte de los mártires, las vidas de innumerables santos, las memorias de sabios y santos pontífices. Desde Roma, los portadores del mensaje del Evangelio salieron a los pueblos de Europa y, finalmente, a los confines de la tierra. A Roma, además, en todas las épocas se han agolpado innumerables peregrinos de todas las naciones, y especialmente de países angloparlantes. Con la religión, los misioneros llevaron los mejores elementos de la cultura y la civilización antiguas que Roma había conservado en medio de todas las vicisitudes de la invasión bárbara. A estos tesoros de la antigüedad se han sumado las producciones de un arte más noble inspirado en ideales superiores, que han llenado Roma de obras maestras en arquitectura, pintura y escultura. Estos atraen de hecho a todas las mentes dotadas de percepción artística; pero su pleno significado solo el creyente católico puede apreciarlo, porque solo él, en su pensamiento y sentimiento más profundo, es uno con el espíritu que late aquí en el corazón del mundo cristiano.

Muchos detalles sobre Roma se han establecido en otros artículos de LA ENCICLOPEDIA CATÓLICA. Para otros temas se remite el lector a los siguientes artículos:

Hay un artículo especial sobre cada una de las órdenes religiosas, santos y artistas mencionados en este artículo, mientras que los detalles de la administración papal, tanto espiritual como temporal, se encontrarán tratados bajo

De los grandes monumentos cristianos de la Ciudad Eterna, se dedican artículos especiales a

Topografía y Condiciones Existentes (a 1912)

La ciudad de Roma se levanta a orillas del Tíber a una distancia de 16 a 19 millas de la desembocadura de ese río, que hace un profundo surco en la llanura que se extiende entre las colinas de Alban, al sur; las colinas de Palestrina y Tivoli, y las colinas Sabinas, al este; y las colinas de Umbría y Monte Tolfa, al norte. La ciudad se encuentra en la latitud 41°54' N. y la longitud 12°30' E. de Greenwich. Ocupa, en la margen izquierda, no sólo la llanura, sino también las alturas adyacentes, a saber, porciones de las colinas de Parioli, del Pinciano, el Quirinal, el Viminal, el Esquilino (que son sólo los extremos de un macizo montañoso de toba que se extiende a las colinas de Alban), el Capitolio, el Celio, el Palatino y el Aventino, colinas que ahora (a 1912) están aisladas. En la margen derecha está el valle que se encuentra debajo de Monte Mario, el Vaticano, y el Janiculano, el último de los cuales se ha cubierto ahora con casas y jardines. El Tíber, que atraviesa la ciudad, forma dos curvas cerradas y una isla (San Bartolomeo), y dentro de la ciudad sus orillas están protegidas por las fuertes y altas murallas que se iniciaron en 1875. El río es atravesado por catorce puentes, uno de los cuales es solo provisional (a 1907), mientras que se han construido diez desde 1870. También hay un puente levadizo de ferrocarril cerca de San Pablo. La navegación por el río es practicable solo para embarcaciones de calado ligero, que anclan en Ripa Grande, y llevan cargamentos de petróleo y otras mercancías.

Para la cura de almas, la ciudad está dividida en 54 parroquias (incluidas 7 en los suburbios), administradas en parte por el clero secular y en parte por regulares. Los límites de las parroquias han sido modificados radicalmente por Pío X, para satisfacer las nuevas necesidades que surgen de los cambios topográficos. Cada parroquia tiene, además de su párroco, uno o dos [[Sacerdote Auxiliar sacerdotes auxiliares, un sacristán principal y un número indeterminado de capellanes. Los párrocos cada año eligen un camarlengo del clero, cuyo cargo es puramente honorario; todos los meses se reúnen para una conferencia para discutir casos de teología moral y también las exigencias prácticas del ministerio. En cada parroquia hay un comité parroquial de obras católicas; cada una tiene sus diversas cofradías, muchas de las cuales tienen su propia iglesia y oratorio.

En la vasta extensión de campo fuera de Roma, a lo largo de las principales carreteras, hay capillas para el alojamiento de los pocos habitantes asentados, y los obreros y pastores que de octubre a julio se dedican al trabajo del campo abierto. En tiempos pasados, la mayoría de estas capillas tenían sacerdotes propios, que también tenían escuelas; hoy día (a 1912), gracias a los esfuerzos de la Sociedad para la Ayuda Religiosa del Agro Romano (es decir, los distritos rurales alrededor de Roma), los sacerdotes son llevados allá desde Roma todos los domingos para celebrar la Misa, catequizar y predicar el Evangelio. Las casas de religiosos varones suman unas 160; de religiosas, 205, en su mayor parte dedicadas a la enseñanza, al cuidado de los enfermos en hospitales públicos y privados, a la gestión de varias casas de retiro, etc. Además de los tres capítulos patriarcales (ver más abajo, bajo "Iglesias"), hay en Roma once capítulos colegiados.

En las basílicas patriarcales hay confesores de todos los idiomas principales. Algunas naciones tienen sus iglesias nacionales (alemanes, Anima y Campo Santo; franceses, S. Luigi y S. Claudio; croatas, S. Girolamo dei Schiavoni; belgas, S. Giuliano; portugueses, S. Antonio; españoles, S. Maria in Monserrato; a todo lo que se pueden agregar las iglesias de ritos orientales). Además, en las iglesias y capillas de muchas casas religiosas, en particular los generalatos, así como en los distintos colegios nacionales, los extranjeros pueden cumplir con sus obligaciones religiosas. Para las personas angloparlantes los conventos de los dominicos irlandeses (S. Clemente) y de los franciscanos irlandeses (S. Isidoro), los colegios ingleses, irlandeses y americanos, la nueva Iglesia de S. Patrizio en la Via Ludovisi, la de S. Giorgio de las Hermanas Inglesas en la Via S. Sebastianello, y debe mencionarse particularmente a S. Silvestro in Capite (Pallottini). También en estas iglesias hay, regularmente, sermones en inglés en las tardes de los días de fiestas, durante la Cuaresma y el Adviento y en otras ocasiones. A veces también hay sermones en inglés en otras iglesias, que se notifican de antemano mediante avisos publicados fuera de las iglesias y anuncios en los periódicos.

Las primeras comuniones se hacen principalmente en las iglesias parroquiales; muchos padres recluyen a sus hijas en alguna institución educativa durante el período de preparación inmediata. También hay dos instituciones para la preparación de niños para su Primera Comunión, una de ellas sin cargo (Ponte Rotto). La doctrina cristiana se enseña tanto en las escuelas diurnas como nocturnas que dependen de la Santa Sede o de congregaciones religiosas o asociaciones católicas. Para aquellos que asisten a las escuelas primarias públicas, el catecismo parroquial se proporciona los domingos y los días festivos por la tarde. Para los estudiantes intermedios y universitarios se han formado escuelas adecuadas de instrucción religiosa, conectadas con las escuelas de idiomas y los ripetizioni escolares, a fin de atraer a los jóvenes.

Las cofradías, 92 en total, son profesionales (para miembros de determinadas profesiones u oficios), o nacionales, o para algún objeto caritativo (por ejemplo, para la caridad a los presos; S. Lucia del Gonfalone y otras similares; para dar dotes a las jóvenes pobres y de buen carácter; la Confraternità della Morte, para enterrar a los que mueren en las comarcas, y varias cofradías para acompañar los funerales, de las cuales la principal es la del Sacconi; la de S. Giovanni Decollato, para asistir a personas condenadas a muerte), o también tienen algún fin puramente devocional, como las Cofradías del Santísimo Sacramento, de la Doctrina Cristiana, de los diversos misterios de la religión y de ciertos santos.

Para la instrucción eclesiástica había en la ciudad, además de los varios colegios italianos y extranjeros, tres grandes universidades eclesiásticas: la Gregoriana, bajo la dirección de los jesuitas; las Escuelas del Seminario Romano, en S. Apollinare; el Collegio Angelico de los dominicos, antes conocido como la Minerva. Varias órdenes religiosas también tenían escuelas propias: —los benedictinos en San Anselmo, los franciscanos en San Antonio, los redentoristas en San Alfonso, los carmelitas calzados en el Colegio de San Alberto, los capuchinos los conventuales menores, los agustinos y otros. (Vea COLEGIOS ROMANOS.)

Para los estudios clásicos hay, además de las escuelas de S. Apollinare, el Collegio Massimo, bajo los jesuitas, que comprende también escuelas elementales y técnicas; el Collegio Nazareno (escolapios), cuyo gimnasio y escuela intermedia están al nivel de los del Gobierno; el Instituto Angelo Mai (barnabitas). Los Hermanos de las Escuelas Cristianas tenían un floreciente instituto técnico (de Merode) con una casa de huéspedes (convitto). Había ocho colegios para jóvenes bajo la dirección de eclesiásticos o religiosos. La Santa Sede y la Sociedad para la Protección de los Intereses Católicos también mantenían cuarenta y seis escuelas primarias para el pueblo, en su mayoría bajo el cuidado de congregaciones religiosas. Para la educación de las niñas había veintiséis instituciones dirigidas por hermanas, algunas de las cuales también recibían a alumnos externos. Los orfanatos eran nueve y algunos de ellos estaban conectados con escuelas técnicas e industriales. Los salesianos también tenían una institución similar, y había dos instituciones agrícolas. Los hospicios cubrían las necesidades de los conversos de las sectas cristianas y para los neófitos hebreos. Otras treinta casas de refugio, para niños, huérfanos, ancianos, etc., estaban dirigidas por religiosos o religiosas.

Como capital de Italia, Roma es la residencia de la casa reinante, los ministros, los tribunales y otros funcionarios civiles y militares tanto del gobierno nacional como del provincial. Para la instrucción pública (a 1912) están la universidad, dos institutos técnicos, una escuela superior comercial, cinco gimnasios-liceos, ocho colegios técnicos, un instituto femenino para la preparación de profesores de secundaria, un internado nacional y otras instituciones laicas, además de un colegio militar. También hay varias escuelas privadas de idiomas, etc.: —la Vaticana, la Nazionale (formada a partir de las bibliotecas del Colegio Romano, del Convento de Aracœli y otras bibliotecas monásticas parcialmente arruinadas), la Corsiniana (ahora la Escuela de la Accademia dei Lincei ), la Casanatense, la Angélica (antiguamente perteneciente a los agustinos), la Vallicellana (oratorianos, fundada por el cardenal Baronio), la Militare Centrale, la Chigiana y otras. (Para las academias vea ACADEMIAS ROMANAS).

Las naciones extranjeras mantienen instituciones para el estudio artístico, histórico o arqueológico (América, Gran Bretaña, Austria-Hungría, Prusia, Holanda, Bélgica, Francia). Hay tres observatorios astronómicos y meteorológicos: el Vaticano, el Capitolio (Campidoglio) y el Colegio Romano (jesuita), el último de ellos, situado en el Janiculano, ha sido suprimido. Los museos y galerías dignos de mención son el Vaticano (vea VATICANO), los de antigüedades cristianas y profanas en Letrán (famoso por el "Sátiro Danzante"; el "Sófocles", uno de los mejores retratos de estatuas que se encuentran en Terracina; el "Neptuno", los sarcófagos paganos y cristianos con decoraciones en relieve y la estatua de Hipólito).

En la galería de Letrán hay pinturas de Crivelli, Gozzoli, Lippi, Spagna, Francia, Palmezzano, Sassoferrato y Seitz. El Museo Capitolino contiene tumbas romanas prehistóricas y muebles para el hogar, relieves del Arco de Marco Aurelio, una cabeza de Amalasunta, una figura de medio cuerpo del emperador Cómodo, el epitafio del niño prodigio Quinto Sulpicio Máximo, la Esquilina y las Venus Capitolinas, "Diana de los Efesios", el “Lobo Capitolino” (obra etrusca del siglo V a.C.), “Marforio, el gladiador moribundo”, bustos de los emperadores y otros hombres famosos de la Antigüedad, y la "Lex regia" de Vespasiano. La Galería contiene obras de Spagna, Tintoretto, Caracci, Caravaggio, Guercino (Santa Petronila, el original del mosaico en San Pedro), Guido Reni, Ticiano, Van Dyke, Domenichino, Paolo Veronese y otros maestros.

Existen importantes colecciones numismáticas y colecciones de orfebrería. La Villa Giulia tiene una colección de terracota etrusca; el Museo Romano, objetos recientemente excavados; el Museo Kircheriano se ha convertido en un museo etnográfico. La Galería Borghese se encuentra en la villa del mismo nombre. La Galería Nacional, en el Palacio de Exposiciones (Palazzo dell 'Esposizione), está formada por las colecciones Corsini, Sciarra y Torlonia, junto con adquisiciones modernas. También hay varias colecciones privadas en diferentes puntos de la ciudad.

Las instituciones de caridad pública están todas consolidadas en la Congregazione di Carità, bajo la Administración Comunal. Hay veintisiete hospitales públicos, de los cuales los más importantes son: el Policlínico, que está destinado a absorber a todos los demás; S. Spirito, al que se anexa el manicomio y el hospital de expósitos; S. Salvatore, un hospital para mujeres, en Letrán; S. Giacomo; S. Antonio; la Consolazione; dos hospitales militares. También hay un instituto para ciegos, dos clínicas para enfermedades de la vista, veinticinco asilos para niños abandonados, tres hospitales de reposo y numerosas clínicas privadas para pacientes que pagan. Los grandes paseos públicos son el Pincio, contiguo a Villa Borghese y ahora conocido como Umberto Primo, donde recientemente se ha instalado un jardín zoológico, y el Janículo. Varios parques o jardines privados, como la Villa Pamphili, también son accesibles al público todos los días.

La población de Roma en 1901 era de 462.783 habitantes. De estos 5000 eran protestantes, 7000 judíos, 8200 de otras religiones y de ninguna religión. En el censo que se está realizando de 1910 se esperaba un aumento de más de 100.000. Roma era a 1912 la más saludable de todas las grandes ciudades de Italia, y su mortalidad en 1907 fue del 18,8 por mil, contra 19,9 en Milán y 19,6 en Turín. La prensa está representada por cinco agencias: hay 17 diarios, dos de ellos católicos ("Osservatore Romano" y "Corriere d'Italia"); 8 publicaciones periódicas se publican una vez o con más frecuencia a la semana (5 católicas, 4 en inglés - "Rome", "Roman Herald", "Roman Messenger", "Roman World"); 88 se emiten más de una vez al mes (7 católicos); hay 101 mensuales (19 católicas); 55 publicaciones periódicas aparecen con menos frecuencia que una vez al mes.

Historia General de la Ciudad

Las armas e implementos de la Era Paleolítica, encontrados en las inmediaciones de Roma, dan testimonio de la presencia del hombre allí en aquellos tiempos remotos. Las excavaciones más recientes han establecido que ya en el siglo VIII a. C. o, según algunos, varios siglos antes, había un grupo de viviendas humanas en el monte Palatino, un saliente estrecho y llano tobáceo que se elevaba en medio de un terreno pantanoso cerca del Tíber. (Puede observarse aquí que los pueblos primitivos conocían ese río con el nombre de Rumo, "el río"). Así es el relato tradicional del origen de Roma substancialmente verificado. Al mismo tiempo, o muy poco después, se formó una colonia de sabinos en el Quirinal y una colonia etrusca en el Esquilino.

Entre el Palatino y el Quirinal se levantaba el Capitolino, una vez cubierto por dos arboledas sagradas, luego ocupado por el templo de Júpiter y la Roca. En un pequeño espacio, por tanto, se establecieron las avanzadas de tres pueblos distintos de diferente carácter: los latinos, pastores; los sabinos, labradores de la tierra; los etruscos, ya muy avanzados en civilización y, por tanto, en comercio e industrias. Cómo estos tres pueblos se convirtieron en una ciudad, con, primero, la influencia latina predominante, luego la sabina, luego la etrusca (los dos Tarquinos), está todo envuelto en la oscuridad de la historia de los siete reyes (753-509 a.C.). Prevalece la misma incertidumbre en cuanto a las conquistas realizadas a costa de los pueblos circundantes. Es incuestionable que todas esas conquistas tuvieron que hacerse de nuevo tras la expulsión de los reyes.

Pero la organización social de la nueva ciudad durante este período se destaca claramente. Había tres tribus originales: los ramnianos (latinos), los tizianos (sabinos) y los luceres (etruscos). Cada tribu se dividía en diez curiœ, cada curia en diez gentes; cada gens en diez (o treinta) familias. Los que pertenecían a estas tribus, las más antiguas, eran patricios, y los jefes de las trescientas gentes formaban el Senado. En el transcurso del tiempo y las guerras con los pueblos vecinos, nuevos habitantes ocuparon las colinas restantes; así, bajo Tullo Hostilio, el Celio fue asignado a la población de la arrasada Alba Longa (Albano); los sabinos, conquistados por Anco Marcio, tuvieron el Aventino. Más tarde se ocupó el Viminal. Los nuevos habitantes formaron los plebeyos (Plebs), y sus derechos civiles eran menores que los de los ciudadanos mayores.

La historia interna de Roma hasta el Período Imperial no es más que una lucha de plebeyos contra patricios por la adquisición de mayores derechos civiles, y estas luchas resultaron en la organización civil, política y jurídica de Roma. El rey era sumo sacerdote, juez, líder en la guerra y jefe del gobierno; el Senado y los Comitia del pueblo eran convocados por él a su gusto y debatían las medidas propuestas por él. Además, la dignidad real era hereditaria. Entre las obras públicas importantes de este primer período se encuentran los desagües, o alcantarillas (cloacœ), para drenar las marismas alrededor del Palatino, obra del etrusco Tarquinio Prisco; la muralla de la ciudad fue construida por Servio Tulio, quien también organizó a los plebeyos y los dividió en treinta tribus; el Puente Sublicio fue construido para unir la Roma de esa época con el Janiculano.

Durante el espléndido reinado de Tarquinio Superbo, Roma fue el ama del Lacio hasta Circeii y Signia. Pero, al regresar victorioso de Ardea, el rey encontró las puertas de la ciudad cerradas contra él. Roma adoptó una forma republicana de gobierno, con dos cónsules, que sólo ocupaban el cargo durante un año; sólo en tiempos de dificultad se elegía un dictador para ejercer un poder ilimitado. En la expulsión de Tarquinio Superbo, algunos historiadores han visto una revuelta del elemento latino contra la dominación etrusca. Además de las guerras y los tratados con los latinos y otros pueblos, los principales acontecimientos, hasta la quema de Roma por los galos, fueron la institución de los tribunos del pueblo (tribuni plebis), el establecimiento de las leyes de las Doce Tablas, y la destrucción de Veyes.

En 390 a.C. los romanos fueron derrotados por los galos cerca del río Allia; unos días más tarde la ciudad fue tomada e incendiada, y después de la partida de los galos fue reconstruida sin plan ni regla. Cumillo, el dictador, reorganizó el ejército y, después de una larga resistencia al cambio, finalmente consintió en que uno de los cónsules fuera plebeyo. El sur de Etruria quedó sujeta a Roma, con la captura de Nepi y Sutri en 386. La Vía Apia y el acueducto se construyeron durante ese período.

Muy pronto se pudo pensar en conquistar toda la península. Las principales etapas de esta conquista están formadas por las tres guerras contra los samnitas (victoria de Suesaula, 343); la victoria de Boviano, 304; las de los etruscos y los umbros, en 310 y 308; por último, la victoria de Sentinum, en 295, sobre los samnitas, etruscos y galos combinados. La Tarentina (282-272) y la Primera y Segunda Guerras Púnicas (264-201) determinaron la conquista del resto de Italia, con las islas adyacentes, así como la primera invasión de España. Poco después de esto, fueron sometidos el Reino de Macedonia (Cynoscephalæ, 197; Pydna, 168) y Grecia (captura de Corinto, 146), mientras que la guerra contra Antíoco de Siria (192-89) y contra los gálatas (189) llevó la supremacía romana a Asia. En 146 Cartago fue destruida y África fue reducida al sometimiento; entre 149 y 133 se completó la conquista de España.

Por todas partes surgieron colonias romanas. Con la conquista llegaron también a Roma los lujosos vicios de los pueblos conquistados, y así se acentuó el contraste entre patricios y plebeyos. Para defender la causa de los plebeyos surgieron los hermanos Tiberio y Callo Graco. Las guerras serviles (132-171) y la guerra de Yugurta (111-105) revelaron la total corrupción de la sociedad romana. Mario y Sila, quienes habían ganado la gloria en guerras extranjeras, reclutaron a a los dos partidos opuestos, demócrata y aristocrático, respectivamente. Sila estableció firmemente su dictadura con la victoria de la Porta Collina (83), reorganizó la administración y promulgó algunas buenas leyes para detener la decadencia moral de la ciudad.

Pero eran los tiempos propicios para la oligarquía, que en el curso natural de los acontecimientos conduciría a la monarquía. En el año 60 a.C. César, Pompeyo y Craso formaron el primer triunvirato. Mientras César conquistó la Galia (58-50) y Craso libró una guerra infructuosa contra los partos (54-53), Pompeyo logró obtener el control supremo de la capital. La guerra entre Pompeyo, a quien se adhirieron los nobles, y César, que tenía la democracia con él, era inevitable. La batalla de Farsalia (48) decidió el asunto; en el 45 César ya estaba pensando en establecer un gobierno monárquico; su asesinato (44) no pudo hacer más que retrasar el movimiento hacia la monarquía. Antonio, Lépido y Octavio pronto formaron otro triunvirato; Antonio y Octavio no estuvieron de acuerdo, y en Accio (32) el asunto se decidió a favor de Octavio. Mientras tanto, el poder romano se había consolidado y ampliado en España, en la Galia e incluso hasta Panonia, el Ponto, Palestina y Egipto. De ahora en adelante, la historia romana ya no es la historia de la ciudad de Roma, aunque fue solo bajo Caracalla (211 d.C.) que se otorgó la ciudadanía romana a todos los súbditos libres del imperio.

En medio de estas vicisitudes políticas la ciudad fue creciendo y embelleciéndose con templos y otros edificios públicos y privados. En el Campo Marcio y más allá del Tíber, al pie del Janiculano, surgieron nuevos y populosos barrios con teatros (los de Pompeyo y Marcelo) y circos (el Máximo y el Flaminio, 221 a.C.). El centro de la vida política era el Foro, que había sido el mercado antes de que se trasladara (388) el centro de compraventa al Campo Marcio (Forum Holitorium), dejando el antiguo Forum Romanum paraa asuntos del Estado. Aquí estaban los templos de la Concordia (366), Saturno (497), Dî Consentes, Cástor y Polux (484), la Basílica Æmilia (179), la Basílica Julia (45), la Curia Hostilia (S. Adriano), la Rostra, etc. Apenas se había consolidado el Imperio cuando Augusto centró su atención en el embellecimiento de Roma, y los emperadores sucesivos siguieron su ejemplo: la Roma construida con ladrillos se convirtió en la Roma de mármol.

Después de la sexta década a.C. muchos hebreos se habían asentado en Roma, en el barrio de Trastevere y en el de Porta Capena, y pronto se convirtieron en una potencia financiera. Después de la sexta década a. C. muchos hebreos se habían asentado en Roma, en el barrio de Trastevere y en el de Porta Capena, y pronto se convirtieron en una potencia financiera. Hacían prosélitos incesantemente, especialmente entre las mujeres de las clases altas. Se conocen los nombres de trece sinagogas que había (aunque no todas al mismo tiempo) en Roma durante el período imperial. Así se preparaba el camino para el Evangelio, mediante el cual Roma, ya dueña del mundo, recibiría un título nuevo, más sublime y más duradero, sobre ese dominio: el dominio sobre las almas de toda la humanidad.

Incluso en el día de Pentecostés, "forasteros romanos" (advenœ Romani, Hch. 2,10) estaban presentes en Jerusalén, y seguramente debieron haber llevado las buenas nuevas a sus conciudadanos en Roma. La tradición antigua asigna al año 42 la primera venida de San Pedro a Roma, aunque, según las epístolas pseudo-clementinas, San Bernabé fue el primero en predicar el Evangelio en la Ciudad Eterna. Bajo Claudio (cerca de 50 d.C.) el nombre de Cristo se había convertido en tal ocasión de discordia entre los hebreos de Roma que el emperador los expulsó a todos de la ciudad, aunque no tardaron en regresar. Unos diez años después llegó también Pablo, como prisionero, y ejerció un vigoroso apostolado durante su estancia. Los cristianos eran numerosos en ese momento, incluso en la corte imperial.

El incendio de la ciudad —por orden de Nerón, que deseaba efectuar una renovación completa— fue el pretexto para la primera persecución oficial del nombre cristiano. Además, era muy natural que la persecución, que había sido ocasional, con el tiempo se hubiera generalizado y sistematizado; de ahí que sea innecesario trasladar la fecha del martirio de los Apóstoles del año 67, asignado por la tradición, al año 64 (vea SAN PEDRO; SAN PABLO). El reinado de Domiciano tomó sus víctimas tanto entre los opositores al absolutismo como entre los cristianos; entre ellos algunos de rango muy elevado —Tito Flavio Clemente, Acilio Glabrio (cementerio de Priscila) y Flavia Domitila, pariente del emperador. También debe haber sido entonces cuando San Juan, según una leyenda muy antigua (Tertuliano), fue traído a Roma.

El reinado de Trajano y Adriano fue el punto culminante de las artes en Roma. Los martirios romanos atribuidos a este período, a excepción del de San Ignacio, son algo dudosos. Al mismo tiempo, los jefes de varias sectas gnósticas se establecieron en Roma, en particular Valentino, Cerdón y Marción; pero no parece que tuviesen muchos seguidores. Bajo Antonino, Marco Aurelio y Cómodo, se conocen varios mártires romanos: el Papa San Telesforo, los Santos Lucio, Tolomeo, Justino y compañeros, y el senador Apolonio.

Bajo Cómodo, gracias a Marcia, su esposa morganática, la condición de los cristianos mejoró. Al mismo tiempo florecieron las escuelas de Rodón, San Justino y otras. Pero tres nuevas herejías de Oriente trajeron serios problemas a la paz interna de la Iglesia: la de Teodoto, el zapatero de Bizancio; la de Noeto traído por un tal Epígono y el montanismo. En la lucha contra estas herejías, particularmente la última, el sacerdote Hipólito, discípulo de San Ireneo, desempeñó un papel destacado, pero él, a su vez, incurrió en las censuras de los Papas Ceferino y Calixto y se convirtió en el líder de un partido cismático. Pero las controversias entre Hipólito y Calixto no se limitaron a cuestiones teológicas, sino que también se refirieron a la disciplina, y el Papa pensó que era apropiado introducir ciertas restricciones. Otra secta trasplantada a Roma en este período fue la de los elcesaítas.

La persecución de Septimio Severo no parece haber sido muy intensa en Roma donde, antes de ese tiempo, muchas personas de rango —incluso de la casa imperial— habían sido cristianos. El largo período de tranquilidad, apenas interrumpido por Maximino (235-38), fomentó el crecimiento de la organización de la Iglesia romana; tanto es así que, bajo Cornelio, después del primer furor de la persecución de Decio, la ciudad contaba con unos 50,000 cristianos. Esta persecución de Decio produjo muchos mártires romanos —el Papa San Fabián entre los primeros— y muchos apóstatas, y el problema de reconciliar a estos resultó en el cisma de Novaciano.

La persecución de Valeriano también cayó primero sobre la Iglesia de Roma. Bajo Aureliano (271-76), la amenaza de una invasión de los germanos, que ya habían avanzado hasta Pesaro, obligó al emperador a restaurar y ampliar las murallas de Roma. La persecución de Diocleciano también tuvo sus víctimas en la ciudad, aunque no existen registros fidedignos de ellas; sin embargo, no duró mucho en Occidente. Majencio llegó al extremo de devolverles a los cristianos sus cementerios y otras propiedades territoriales y, si hemos de creer a Eusebio, terminó mostrándoles su favor como medio de ganar popularidad. En este período se erigieron varios edificios pretenciosos: baños, un circo, una basílica, etc. En los siglos IV y V la ciudad comenzó a embellecerse con edificios cristianos, y el arte moribundo de la Antigüedad recibió así un nuevo ascenso de vitalidad.

De las herejías de este período, sólo el arrianismo perturbó la paz religiosa por un breve espacio; incluso el pelagianismo no pudo echar raíces. El conflicto entre el cristianismo triunfante y el paganismo moribundo fue más amargo. Símaco, Pretextato y Nicómaco fueron los defensores más celosos y poderosos de la religión antigua. En Milán, San Ambrosio se mantenía vigilante. A fines del siglo IV, los templos abandonados se estaban llenando de telarañas; pontífices y vestales exigían el bautismo. Las estatuas de los dioses servían como ornamentos públicos; raras veces se saqueaban los objetos preciosos, y hasta el año 526 no se convirtió ningún templo al uso del culto cristiano.

En el año 402 surgió una vez más la necesidad de fortificar a Roma. La capital del mundo, que nunca había visto un ejército hostil desde los días de Aníbal, en 408 resistió el doble sitio de Alarico. Pero el Senado, principalmente por instigación de una minoría pagana, trató con Alarico, depuso a Honorio y entronizó a un nuevo emperador, Prisco Átalo. Dos años más tarde, Alarico regresó, logró tomar la ciudad y la saqueó. Sin embargo, es falso que la destrucción de Roma comenzara entonces. Bajo Alarico, como en la guerra gótica del siglo VI, solo se destruyó lo que se volvió inevitable debido a las exigencias militares. La intervención de San León el Grande salvó a la Ciudad Eterna de la furia de Atila, pero no pudo evitar que los vándalos (456) la saquearan sin piedad durante quince días: estatuas, oro, plata, bronce, latón —ya fuese propiedad del Estado, de la Iglesia, o de personas privadas— fueron tomados y enviados a Cartago.

Roma todavía se autodenominaba la capital del imperio, pero desde el siglo II había visto a los emperadores sólo en momentos raros y fugaces; incluso los reyes de Italia preferían a Rávena como residencia. Sin embargo, Teodorico hizo provisión para la magnificencia exterior de la ciudad, preservando sus monumentos en la medida de lo posible. El Papa San Agapito y el erudito Casiodoro abrigaron la idea de crear en Roma una escuela de estudios avanzados de las Escrituras, siguiendo el modelo de la que floreció en Edesa, pero la invasión gótica hizo naufragar este diseño. En esa guerra titánica, Roma soportó cinco asedios. En 536, Belisario la tomó sin asestar un golpe. Al año siguiente, Vitiges la asedió, cortó los acueductos, saqueó las villas periféricas e incluso penetró a las catacumbas; la ciudad habría sido tomada si la guarnición de la tumba de Adriano no se hubiera defendido con fragmentos de las estatuas de héroes y dioses que encontraron en ese monumento.

Poco después de la partida del Papa Vigilio de Roma (nov. 545), el rey Totila la invistió y capturó una flota con provisiones enviadas por Vigilio, que en ese momento había pasado a Sicilia. En diciembre de 546, la ciudad fue capturada debido a la traición de los soldados isauros, y nuevamente saqueada. Totila, obligado a partir hacia el sur, forzó a toda la población de Roma a abandonar la ciudad, de modo que quedó deshabitada; pero regresaron con Belisario en 547. Dos años después, otra traición isaura hizo que Totila volviera a ser dueño de la ciudad, que entonces vio por última vez los juegos del circo. Después de la batalla de Tagina (552), Roma abrió sus puertas a Narses y se convirtió en bizantina. El antiguo senado y la nobleza romana se extinguieron.

Hubo un respiro de dieciséis años, y luego los lombardos se acercaron a Roma y saquearon y destruyeron las regiones vecinas. San Gregorio el Grande ha descrito el lamentable estado de la ciudad; el mismo santo hizo todo lo posible para remediar las cosas. El siglo VII estuvo marcado de manera desastrosa por un violento asalto a Letrán realizado por Mauricio, el chartularius (cartulario) del exarca de Rávena (640), por el exilio del Papa San Martín (653) y por la visita del Emperador Constante I ( 663). El encarcelamiento de San Sergio, que había sido ordenado por Justiniano II, fue impedido por las tropas nativas del exarcado.

En el siglo VIII, los lombardos, junto con Liutprando, se vieron embargados por la vieja idea de ocupar toda Italia, y Roma en particular. Los Papas, desde Gregorio II en adelante, salvaron la ciudad e Italia de la dominación lombarda con el poder de sus amenazas, hasta que finalmente fueron rescatados con la ayuda de Pipino, cuando Roma y la península quedaron bajo el dominio franco. Se tomaron medidas para el bienestar material de la ciudad mediante la reparación de las murallas y los acueductos y el establecimiento de colonias agrícolas (domus cultœ) para el cultivo de los amplios dominios que rodean la ciudad. Pero en la propia Roma había varias facciones —a favor de los francos o de los lombardos, o, más tarde, de los francos o los nacionalistas— y estas facciones a menudo causaban tumultos, como, en particular, a la muerte de Pablo I (767) y al comienzo del pontificado de León III (795).

Con la coronación de Carlomagno (799), Roma se separó finalmente del Imperio de Oriente. Aunque el Papa era el amo de Roma, el poder de la espada era ejercido por el missi imperial, y este arreglo llegó a ser definido más claramente por la Constitución de Lotario (824); así el gobierno estaba dividido. En el siglo IX, el Papa tuvo que defender Roma y el centro de Italia contra los sarracenos. Gregoriópolis, la Ciudad Leonina, colocada extramuros para la defensa de la Basílica de San Pedro y saqueada en 846, y Joanópolis, para la defensa de San Pablo, fueron construidas por Gregorio IV, León IV y Juan VIII. Los dos últimos y Juan X también obtuvieron espléndidas victorias sobre estos bárbaros.

La caída de la dinastía carolingia no dejó de afectar al papado y a Roma, que se convirtió en un mero señorío de las grandes familias feudales, especialmente las de Teodora y Marozia. Cuando Hugo de Provenza quiso casarse con Marozia, para convertirse en amo de Roma, su hijo Alberico se rebeló contra él y los romanos lo eligieron jefe, con el título de patricio (patricius) y cónsul. El poder temporal del Papa podría haber llegado a su fin, si Juan, el hijo de Alberico, no hubiera reunido los dos poderes. Pero la vida de Juan y su conducta en el gobierno requirieron la intervención del emperador Otón I (963), quien instituyó el oficio de prœfectus urbis para que representase la autoridad imperial. (Este cargo pasó a ser hereditario en la familia Vico.)

El orden no reinó por mucho tiempo: Crescencio, líder del partido antipapal, deponía y asesinaba a Papas. Sólo durante unos breves intervalos Otón II (980) y Otón III (996-998-1002) pudieron restablecer la autoridad imperial y pontificia. A principios del siglo XI se sucedieron inmediatamente tres papas de la familia de los condes de Túsculo, y el último de los tres, Benedicto IX, llevó una vida tan escandalosa que hizo necesaria la intervención de Enrique III (1046). El cisma de Honorio II y la lucha entre Gregorio VII y Enrique IV exasperó las pasiones del partido en Roma, y en la lucha se destacó otro Crescencio, miembro del partido imperialista. Roberto Guiscardo, llamado al rescate por Gregorio VII, saqueó la ciudad y quemó gran parte de ella, con una inmensa destrucción de monumentos y documentos. La lucha se reanimó bajo Enrique V y Roma fue asediada repetidamente por las tropas imperiales.

Luego siguió el cisma de Pier Leone (Anacleto II), que apenas había terminado (1143) cuando Girolamo di Pierleone, asesorado por Arnoldo de Brescia, convirtió a Roma en una república, siguiendo el modelo de las comunas lombardas bajo el gobierno de cincuenta y seis senadores. En vano Lucio II atacó el Capitolio intentando expulsar a los usurpadores. La comuna se oponía tanto a la autoridad imperial como a la papal. Al principio, los Papas pensaron en apoyarse en los emperadores, y así Adriano IV indujo a Barbarroja a quemar vivo a Arnoldo (1155). Sin embargo, al igual que en el siglo anterior, cada coronación de un emperador estaba acompañada de disputas y luchas entre los romanos y los soldados imperiales.

En 1188 se estableció un modus vivendi entre la comuna y Clemente III, en el que el pueblo reconoció la soberanía del Papa, le concedió el derecho de acuñación y los senadores y capitanes militares se comprometieron a jurarle fidelidad. Pero la fricción no cesó. Inocencio III (1203) se vio obligado a huir de Roma, pero, en cambio, la disposición amistosa de la clase media mercantil facilitó su regreso y le aseguró cierta influencia en los asuntos de las comunas, en las que obtuvo el nombramiento de un jefe del Senado, conocido como "el senador" (1207). El Senado, por tanto, quedó reducido a la categoría de Consejo Comunal de Roma; el senador era el síndico, o alcalde, y permaneció así hasta 1870. En los conflictos entre los Papas, por un lado, y, por el otro, Federico II y sus herederos, el Senado era mayoritariamente imperialista, abrigando algún tipo de deseo de la antigua independencia; a veces, sin embargo, estaba dividido contra sí mismo (como en 1262, por Ricardo, hermano del rey de Inglaterra, contra Manfredo, rey de Nápoles).

En 1263 Carlos de Anjou, al regresar de la conquista de Nápoles, se hizo elegido senador vitalicio, pero Urbano IV le obligó a contentarse con un plazo de diez años. Nicolás III prohibió que cualquier príncipe extranjero fuera elegido senador, y en 1278 él mismo ocupó el cargo. La elección siempre debía estar sujeta a la aprobación del Papa. Sin embargo, estas leyes pronto cayeron en desuso. La ausencia de los Papas de Roma (1309-1377) tuvo los resultados más desastrosos para la ciudad: prevaleció la anarquía; las poderosas familias Colonna, Savelli, Orsini, Anguillara y otras la dominaban sin que nadie los contradijese; los vicarios del Papa eran estúpidos o débiles; los monumentos se derrumbaban por sí mismos o eran destruidos; en la Basílica de Letrán se encerraban ovejas y vacas; no se erigieron nuevos edificios, excepto las innumerables torres o torreones, de los cuales Brancaleone degli Andalò, el senador (1252-56) hizo derribar más de un centenar; el renacimiento del arte, tan prometedor en el siglo XIII, fue interrumpido abruptamente. La loca empresa de Cola di Rienzi no hizo más que aumentar la confusión general. La población se redujo a alrededor de 17,000. El Cisma de Occidente, con las guerras del rey Ladislao (1408 y 1460, sitio y saqueo de Roma), evitó que la ciudad se beneficiara del regreso de los Papas tan pronto como debía. Sin embargo, cabe destacar el entendimiento entre Bonifacio IX (1389-1404) y el Senado en cuanto a sus respectivos derechos (1393). Este Papa e Inocencio VII (1406) también hicieron provisiones para la restauración de la ciudad.

Con Martín V (1417-31) comenzó el renacimiento de Roma. Eugenio IV (1431-47) también fue expulsado por los romanos, y Nicolás V (1447-55) tuvo que castigar la conspiración de Stefano Porcari; pero el patrocinio de las letras por los Papas y el nuevo espíritu del humanismo borraron el recuerdo de estos anhelos de independencia. Roma se convirtió en la ciudad de las artes y las letras, del lujo y del desenfreno. La población también cambió en carácter y dialecto, que antes se había acercado más al napolitano, pero ahora mostraba la influencia de la inmigración de Toscana, Umbría y las Marcas. El saqueo de 1527 fue un juicio y una saludable advertencia para iniciar esa reforma de costumbres a la que se dedicaron los Hermanos del Oratorio del Amor Divino (núcleo de los teatinos) y, más tarde, los jesuitas y San Felipe Neri. En la guerra entre Paulo IV (1555-59) y Felipe II (1556), los Colonna mostraron por última vez su insubordinación ante el gobierno pontificio.

Hasta 1799 Roma estuvo en paz bajo los Papas, quienes rivalizaban con los cardenales para embellecer la ciudad con iglesias, fuentes, obeliscos, palacios, estatuas y pinturas. Desafortunadamente, este trabajo de restauración fue acompañado por la destrucción de monumentos antiguos y, aún más, medievales. También se intentó mejorar el plan fundamental de Roma enderezando y ensanchando las calles (Sixto IV, Sixto V —Corso, Ripetta, Babuino, Giulia, Paola, Sistina y otras calles). Los artistas que han dejado sucesivamente su huella en la City son Bramante, Miguel Ángel, Vignola, Giacomo della Porta, Fontana, Maderna, Bernini, Borromini y, en el siglo XVIII, Fuga. Las revueltas populares más importantes de este período fueron las efectuadas contra Urbano VIII (1623-44), a causa de los agravios de los Barberini y contra el cardenal Cascia, tras la muerte de Benedicto XIII (1724-30).

El pontificado de Pío VI (1775-99), ilustre por sus obras de utilidad pública, culminó con la proclamación de la República de Roma (10 feb. 1798) y el exilio del Papa. Pío VII (1800-23) pudo regresar, pero después de 1806 hubo un gobierno francés en Roma al lado del papal, y en 1809 la ciudad fue incorporada al Imperio. El general Miollis, en efecto, se ganó bien a Roma por las obras públicas que mandó a realizar (el Pincio) y las excavaciones arqueológicas, que fueron continuadas vigorosa y sistemáticamente en los pontificados siguientes, especialmente en el de Pío IX. De las obras de arte llevadas a París, solo una parte fue restaurada después del Congreso de Viena.

Pero el germen revolucionario seguía plantado en Roma, aunque no dio señales de actividad ni en 1820 ni en 1830 y 1831. Unos pocos asesinatos políticos fueron el único indicio del fuego que ardía bajo las cenizas. La elección de Pío IX (1846), aclamado como pontífice liberal, electrizó a toda Roma. El Papa vio que su poder se desvanecía; el asesinato de Pellegrino Rossi y los disturbios ante el Quirinal (25 nov. 1848) aconsejaron su huida a Gaeta. Se formó el triunvirato y el 6 de febrero de 1849 se convocó la asamblea constituyente, que declaró abolido el poder papal. La turba se abandonó a la masacre de sacerdotes indefensos y al destrozo de iglesias y palacios. Las tropas francesas de Oudinot restauraron el poder papal (6 agosto 1849), y el Papa retuvo algunos regimientos franceses. Continuó la conspiración secreta, aunque en Roma nadie se atrevió a intentar nada (el juicio de Fausti).

Sólo en 1867, cuando Garibaldi, vencedor en Monterotondo, derrotado en Mentana, invadió los Estados Pontificios, se preparó la revuelta que iba a estallar mientras Enrico Cairoi intentaba entrar a la ciudad; pero el coup de main falló; se descubrieron los depósitos de armas y municiones; el único hecho grave fue la explosión de una mina, que destruyó el Cuartel Serristori en el Borgo. No fue sino hasta el 20 de septiembre de 1870 que Roma fue arrebatada a los Papas y convertida en la capital real del Reino de Italia.

Iglesias y Monumentos

Bibliografía

Guida Commerciale di Roma e Provincia (anual); Monografia della città di Roma (publ. del Ministerio de Agricultura Italiano, Roma, 1881).

Historia. — MOMMEN, tr. DICKSON, The History of Rome (Londres, 1886); DYER, A History of the City of Rome (Londres, 1865); GREGOROVIUS, History of the City of Rome in the Middle Ages (Londres, 1894-1902); GRISAR, Geschichte Roms und der Päpste im Mittelalter (Freiburg im Br., 1901); REUMONT, Gesch. Roms im Mittelalter (Stuttgart, 1905); ADINOLFI, Roma nell' età di mezzo (Roma, 1881); TOMMASSETTI, La Campagna di Roma 1879-1910; EHRLE, Roma prime di Sisto V (Roma, 1908); POMPILI-OLIVIERI, Il Senato Romano (1143-1870) (Roma, 1886); CALVI, Bibliografia di Roma nel Medio Evo (476-1499) (Roma, 1906); Appendix (más completo) (1908).

Monumentos, Antigüedades, etc.: — CHANDLERY, Pilgrim Walks in Rome (San Luis y Londres, 1905); CRAWFORD, Ave, Roma Immortalis (Londres, 1905); DE WAAL, Roma Sacra (Munich, 1905); STETTINER, Roma nei suoi monumenti (Roma, 1911); ANGELI, Roma, in Italia Artistica, XXXVII, XL (Bergamo, 1908); PETERSEN, Das alte Rom (Leipzig, s. d.); STEINMANN, Rom in der Renaissance (Leipzig, 1902); LANCIANI, Pagan and Christian Rome (Boston, 1893); IDEM, Ancient Rome (Nueva York, 1889); IDEM, Forum e Palatino; BOISSIER, Promenades archéologiques (París, 1881); RICHTER, Topographie der Stadt Rom (Nordlinger, 1889); NIBBY, Roma e suoi dintorni (Roma, 1829); HELBIG, Guide to the Public Collections of Classical Antiquities in Rome (Leipzig, 1895-96); ARMELLINI, Le chiese di Roma (Roma, 1891); ANGELI, Le chiese di Roma (milan, 1906).

Revistas Arqueológicas: — Bulletino d'Arch. Crist. (1863-): Nuovo Bulletino d'Arch. crist. (1895-); Bulletino della Comissione arch. comunale di Roma (1873-); Archivo della Società Romano di Storia Patria (Roma, 1877-); Notizie degli scavi di antichità (Roma, 1876-); Ann. Ecclesiastico (Roma, 1911).

Fuente: Benigni, Umberto. "Rome." The Catholic Encyclopedia. Vol. 13, págs. 164-179. New York: Robert Appleton Company, 1912. 20 Aug. 2021 <http://www.newadvent.org/cathen/13164a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina