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Domingo, 22 de diciembre de 2024

Enrique V

De Enciclopedia Católica

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Enrique V fue rey alemán y emperador del Sacro Imperio Romano, hijo de Enrique IV; nació en 1081; murió en Utrecht el 23 de mayo de 1125. Era un hombre astuto, hosco, de moral lejos de impecable; pero defendió tenazmente los derechos de la Corona y, logró importantes resultados por sus cualidades como gobernante, las más notorias de las cuales fueron la prudencia y la energía. Su dureza y falta de consideración por los demás le ganaron numerosos enemigos.

Enrique V ascendió al trono en virtud de un pacto con el papado y los príncipes territoriales, es decir, con los más acérrimos oponentes de su padre. Sin embargo, apenas hubo tomado las riendas del gobierno cuando adoptó de inmediato la misma política que había seguido su padre. Es cierto que consideró oportuno conservar hacia Roma una apariencia de pronta sumisión, pero de ningún modo estaba dispuesto a renunciar a las prerrogativas reales sobre la Iglesia alemana, y mucho menos al derecho de investidura. Todas las negociaciones abiertas con este fin por Pascual II, que se mostró demasiado optimista con los resultados, fueron infructuosas.

En 1110, Enrique, acompañado de un numeroso ejército, partió hacia la coronación imperial en Roma. El Papa, aunque de temperamento bastante agresivo, se desanimó rápidamente y consideró que un nuevo conflicto con este rey alemán, que ahora aparecía con una formación tan imponente, traería graves peligros. Sin tener en cuenta totalmente las lecciones de la historia, sugirió una medida radical, cuyo objetivo era acabar de una vez por todas con la gran lucha entre el Papa y el emperador. Se decidió realizar el ideal monástico de una Iglesia libre de todos los enredos mundanos. Por lo tanto, los obispos y abades, toda la Iglesia alemana, debían entregar al rey todas sus posesiones y derechos mundanos. El rey debía abandonar a cambio el derecho de investidura, en adelante sin valor. Este último, que no vio más que ganancia en esta propuesta, aceptó la oferta. Era demasiado astuto para no darse cuenta de que el plan del Papa era imposible de ejecutar. Es cierto que no tenía ninguna intención seria de privar de sus posesiones a los señores eclesiásticos y sus vasallos, mientras que atribuía mucha importancia a la manera inequívoca en que se reconocerían los derechos del rey sobre las posesiones temporales de la Iglesia. Sin embargo, nunca se llegó a un acuerdo verdadero.

Los príncipes alemanes en Roma, al leer la proposición papal, proclamaron abiertamente su desaprobación. Después de esta vehemente protesta, Enrique exigió al Papa(Pascual II) el derecho de investidura y la corona imperial. Como este último se negó a ambos, se lo llevó prisionero. Cediendo a la fuerza, el Papa aceptó las demandas de Enrique y al mismo tiempo juró que nunca lo excomulgaría. Luego de este éxito, Enrique regresó a Alemania. En el camino de regreso se detuvo para visitar a la condesa Matilde de Toscana, quien lo nombró heredero de todas sus propiedades.

Mientras tanto, los seguidores del Papa reanudaron su actividad. Se denunció fuertemente la debilidad de Pascual. El arzobispo de Borgoña, Guido de Vienne, declaró herejía la investidura y excomulgó al rey. Y como había ocurrido en tiempos del padre de este último, este ataque del partido reformista contra Enrique encontró apoyo en la oposición de los príncipes alemanes. Como tantas veces en el pasado, el particularismo sajón volvió a manifestarse. En Sajonia había muerto el último heredero de la Casa de Billung. El nuevo duque, Lotario de Supplinberg, se colocó a la cabeza de un fuerte movimiento contra el rey, que no enfrentó ese ataque con igual vigor.

Los años 1114 y 1115 llevaron el levantamiento a una fase crítica para Enrique, quien fue derrotado en Welfesholze, cerca de Mansfeld, con lo cual la tradicional sed de independencia se reafirmó en muchos lados. Primero uno y luego otro de los príncipes eclesiásticos alemanes excomulgaron al rey. Un legado papal hizo su aparición en Sajonia. Enrique, a pesar de la gravedad de esta situación, se apresuró a viajar a Italia al enterarse de la muerte de la condesa Matilde en 1116, y condujo a su ejército hacia Roma. El Papa huyó y buscó refugio entre sus amigos, los normandos. El gobernante alemán fue recibido favorablemente por los romanos, se hizo coronar emperador en San Pedro (1117) (N.de la T.: por su antipapa Gregorio VIII) e inmediatamente se dispuso a restaurar el orden en la Alta Italia. La prudente dotación de ciudades con privilegios, unida a sus obsequios a los nobles italianos, le permitieron llevar a cabo sus planes. Tomó posesión de las tierras que le había legado la condesa Matilde, y así fortaleció su poder en Italia.

En 1119, el adversario más franco de Enrique, Guido de Vienne, ascendió al trono papal como Calixto II. El emperador percibió que el conflicto iba a recomenzar con nueva violencia y, para protegerse mejor, decidió poner fin a las disensiones internas en su imperio mediante un tratado de paz, pero no pudo lograrlo hasta la Dieta de Würzburgo en 1121. Las negociaciones preliminares aquí dieron como resultado un acuerdo de que la paz final debería depender de un tratado entre el Papa y el emperador. Así se preparó el camino para la importante Dieta de Worms, que se reunió en septiembre de 1122. Para poder lograr la paz, se le confió a Worms la distinción entre el otorgamiento de un cargo eclesiástico y la concesión de posesiones temporales.

La habilidad de Enrique como diplomático resultó particularmente notable en esta coyuntura, y no fue el factor menos influyente en la realización del concordato del 23 de septiembre de 1122 (vea CALIXTO II). Este famoso acuerdo disponía que el emperador debía renunciar a su derecho a la selección de obispos y abades en el imperio, pero que debía estar autorizado a enviar un representante a las elecciones eclesiásticas. En consecuencia, el soberano alemán debía además abandonar el anillo simbólico y el báculo en una investidura; pero conservaba el derecho de otorgar sus posesiones temporales a los príncipes eclesiásticos al investirlos con un cetro, y esto debía hacerlo antes de que el obispo electo recibiera la consagración papal. Solo en Borgoña y en Italia esta investidura se haría dentro de las seis semanas posteriores a la consagración. Esta solución justa y natural de la gran controversia, con la debida buena voluntad, pudo haberse producido en una fecha mucho más temprana.

Como todos los compromisos, tuvo sus defectos y era oscuro en ciertos aspectos. Hasta el día de hoy, los eruditos no están de acuerdo en la importante cuestión de si el concordato fue o no un acuerdo personal con Enrique o con el imperio como tal. Se supone, sin embargo, que los derechos que creó debían ser permanentes. ¿Fue una victoria para el papado o para el imperio? Para responder a esta pregunta hay que tener en cuenta, en lo que concierne al imperio, que se vio ahora seriamente socavado el sistema de gobierno de Otón, un principio del cual era la dependencia del episcopado alemán de la Corona, y que hacía uso de la Iglesia alemana en la lucha para reprimir los elementos particularistas. La subordinación de los príncipes ya estaba prácticamente eliminada y solo podía hacerse cumplir con dificultad.

Es bueno considerar que en estas prolongadas luchas entre la Iglesia y el Estado, en las que la rebelión a menudo asumía el disfraz de la religión, el poder de los príncipes alemanes se fortaleció vitalmente. También fue significativo que en adelante los obispos ya no serían nombrados por el rey, cuyas relaciones con el episcopado habían sido hasta entonces casi las de señor y vasallos. Una nueva comunidad de intereses unió para el futuro a los príncipes eclesiásticos y temporales. La corona se encontró cara a cara con una falange cerrada de magnates territoriales, por lo que la terminación de la controversia no trajo ninguna ventaja al poder imperial alemán. Enrique, sin embargo, aseguró todo lo posible dadas las circunstancias, y reservó para el poder real la posibilidad de una futura recuperación.

El Concordato de Worms no eliminó por completo las diferencias existentes entre el imperio y los príncipes territoriales. El matrimonio del rey Enrique no le había traído ningún problema, y los príncipes alemanes ahora reclamaban su derecho a elegir a su sucesor. No se podía predecir cómo utilizarían ese derecho. En 1123, Enrique se vio obligado una vez más a entrar en la contienda contra Lotario y los sajones. La capacidad del emperador como gobernante volvió a aparecer cuando, hacia el final de su reinado, puso al descubierto el punto más débil de la constitución del Imperio y trató con seriedad de curarlo perfeccionando un plan para recaudar los impuestos necesarios. Pero los príncipes territoriales se opusieron a cualquier esfuerzo por mejorar las finanzas de la autoridad real central. Enrique fue el último de los reyes sálicos.


Bibliografía: Cf. literature sobre ENRIQUE III; ENRIQUE IV, PASCUAL II, CONFLICTO DE LAS INVESTIDURAS. GULEKE, Deutschlands innere Kirchenpolitik von 1105-1111 (Dorpat Dissertation, 1882); PEISER, Der deutsche Investiturstreit unter K. Heinr. V. bis zu dem päpstlichen Privileg vom 13. abrill 1111 (Berlín, 1883); GERNANDT, Die erste Romfahrt Heinrichs V. (Heidelberg Dissertation, 1890); BERNHEIM, Zur Geschichte des Wormser Konkordats (Göttingen, 1878); SCHAEFER, Zur Beurteilung des Wormser Konkordats in Abhandlungen der Berl. Akademie (1905). BERNHEIM, Das Wormser Konkordat und seine Vorurkunden (1906), y RUDORFF, Zur Erklärung des Wormser Konkordats (1906), discrepa de la última obra mencionada.

Fuente: Kampers, Franz. "Henry V." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910. 22 agosto 2020 <http://www.newadvent.org/cathen/07232a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina