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Sábado, 21 de diciembre de 2024

Marcionitas

De Enciclopedia Católica

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Los marcionitas fueron una secta herética fundada en 144 d.C. en Roma por Marción y que continuó en Occidente por 300 años, pero en Oriente algunos siglos más, especialmente fuera del Imperio Bizantino. Ellos rechazaban los escritos del Antiguo Testamento y enseñaban que Jesucristo no era el Hijo del Dios de los judíos, sino el Hijo del Dios Bueno, que era diferente del Dios de la antigua alianza. Ellos anticiparon el dualismo más consistente del maniqueísmo y fueron finalmente absorbidos por éste. Ya que surgieron en la misma infancia del cristianismo y adoptaron desde el principio una firme organización eclesiástica, paralela a la de la Iglesia Católica, fueron quizás el enemigo más poderoso que el cristianismo ha conocido jamás. El tema se tratará bajo los siguientes títulos:

Vida de Marción

Marción era hijo del obispo de Sínope en el Ponto; nació cerca del 110 d.C., evidentemente de padres ricos. Rodón y Tertuliano, que escribieron cerca de una generación después de su muerte, lo describen como nautes, nauclerus, dueño de barcos. San Epifanio (Haeres., XLII, II) relata que Marción en su juventud profesó llevar una vida de castidad y ascetismo, pero, a pesar de sus intenciones, cayó en el pecado con una doncella. En consecuencia su padre, el obispo, lo expulsó de la Iglesia. Él le suplicó a su padre la reconciliación, es decir, ser admitido a la penitencia eclesiástica, pero el obispo se mantuvo firme en su negativa. Al no poder resistir las burlas y desprecios de sus compueblanos, secretamente dejó Sínope y viajó a Roma. Muchos estudiosos modernos rechazan la historia del pecado de Marción como un chisme malicioso al que dicen Epifanio era aficionado; otros ven en la joven doncella una metáfora de la Iglesia, la entonces joven novia de Cristo, a quien Marción violó con su herejía, aunque había hecho grandes profesiones de castidad y austeridad corporal. Ningún escritor eclesiástico primitivo ha presentado ninguna acusación de impureza contra Marción, y su austeridad parece reconocida como un hecho.

Los primeros escritores eclesiásticos no presentaron acusaciones de impureza contra Marción, y la austeridad de este parece reconocida como un hecho. Ireneo afirma que Marción floreció bajo el papado de Aniceto (c. 155-166) [invaluit sub Aniceto]. Aunque este período puede marcar el mayor éxito de Marción en Roma, es cierto que él llegó allí mucho antes, cerca de 140 d.C. después de la muerte de Higinio, quien murió en ese año y aparentemente antes de la accesión de Pío I. Epifanio dice que Marción trató de ser admitido a la Iglesia Romana pero fue rechazado, alegando que no podían admitir a uno que había sido expulsado por su propio obispo sin previa autorización de esa autoridad. La historia ha sido asimismo señalada como extremadamente improbable, pues implica, como lo hace, que la Iglesia Romana se declaraba incompetente para anular la decisión de un obispo local en el Ponto. Se debe tener en mente, sin embargo, que Marción llegó a Roma durante la sede vacante “después de la muerte de Higinio”, y que tal respuesta suena bastante natural en los labios de presbíteros que estaban todavía sin un obispo.

Además, es obvio que Marción ya había sido consagrado obispo. Un laico no podría haber discutido sobre la Escritura con los presbíteros como él lo hacía, ni podría haber amenazado poco después de su arribo: “Dividiré su Iglesia y causaré dentro de ella una división que durará para siempre”, como se dice que hizo Marción; un laico no podría haber fundado una institución tan vasta y universal, cuya principal característica era ser episcopal; sus discípulos no se pudieron haber referido orgullosamente a un laico durante siglos como su primer obispo, un reclamo que no fue discutido por ninguno de sus adversarios, aunque se escribieron muchas y extensas obras contra ellos; un laico no habría sido expulsado permanentemente de la Iglesia por su propio padre sin esperanza de reconciliación, a pesar de sus ruegos, por un pecado de fornicación, ni después se habría vuelto un objeto de risa para sus compueblanos paganos, si aceptamos la historia de Epifanio. Un laico no se hubiese sentido contrariado por no ser nombrado obispo poco después de llegar a una ciudad cuya sede estaba vacante, como se dice que se sintió Marción a su llegada a Roma tras la muerte de Higinio.

Esta historia se ha mantenido como el colmo del absurdo y así sería, si ignorásemos los hechos de que Marción era un obispo, y que, según Tertuliano (De præscr., XXX), poco después de su llegada él le regaló a la comunidad romana doscientos mil sestercios. Este extraordinario regalo de 1,400 liras ($7,000), una gran suma para esos días, puede ser atribuido al primer fervor de fe, pero por lo menos se atribuye naturalmente a una esperanza viviente. Luego de su ruptura con la Iglesia le devolvieron el dinero. Esto de nuevo es más natural si fue hecho con una condición tácita que si fue sólo producto de la pura caridad. Por último, el informe de que Marción a su llegada a Roma tenía que entregar o renovar una confesión de fe (Tert., "De Præscr.," XXX; "Adv. Mar.", I, XX; "de carne Christi", II) encaja mejor con la suposición de que era un obispo, pero, como señala G. Krüger, habría sido extraño si hubiese sido un laico.

Podemos dar por sentado entonces que Marción era obispo, probablemente ayudante o sufragáneo de su padre en Sinope. Tras haber reñido con su padre viajó a Roma donde, al ser un navegante o dueño de barcos y un gran viajero, ya debía ser conocido y allí su riqueza le podía obtener influencia y posición. Si Tertuliano supone que él fue admitido a la Iglesia Romana y San Epifanio dice que se le negó la admisión, las dos declaraciones se pueden reconciliar fácilmente si entendemos la primera como una mera membresía o comunión, y la última como la aceptación de sus reclamos. Por lo menos dos de los primeros escritores mencionan su dignidad episcopal, quienes dicen de él que “de obispo pasó a ser un apostáta" (San Optato de Mileve, IV, V), y que eran llamados como un obispo en lugar de ser llamados cristianos como Cristo (Adamancio, "Dial.", I, ed. Sande Bakhuysen). Se dice que Marción les pidió a los presbíteros romanos la explicación de Mateo 9,16-17, la cual evidentemente él deseaba entender como la expresión de la incompatibilidad del Nuevo Testamento con el Antiguo, pero el cual ellos interpretaron en un sentido ortodoxo.

Su ruptura final con la Iglesia Romana ocurrió en el otoño de 144, pues los marcionitas contaban 115 años y 6 meses desde el tiempo de Cristo hasta el comienzo de su secta. Tertuliano habla en términos generales de cien años y más. Marción parece haber hecho causa común con Cerdo, el gnóstico sirio, que estaba en Roma en ese tiempo; parece poco probable que su doctrina se derivara realmente de la de los gnósticos. Ireneo relata (Adv. Hær., III, iii) que en un encuentro con San Policarpo en Roma, Marción le preguntó: “¿Tú me reconoces?”, y aquél le contestó: “Te reconozco como el primogénito de Satanás”. Este encuentro debió haber ocurrido en 154, en cuyo tiempo Marción había desarrollado una grande y exitosa actividad, pues San Justino en su primera Apología (escrita cerca de 150) dice que la herejía de Marción estaba diseminada por todas partes. Algunos creen que estos seis de años es un período de tiempo muy corto para tan prodigioso éxito y creen que Marción estuvo activo en Asia Menor mucho antes de venir a Roma. Clemente de Alejandría (Strom., VII, vii, 106) le llama el contemporáneo mayor de Basílides y Valentino, pero si es así, debió haber sido un hombre de mediana edad cuando vino a Roma, y es posible su propaganda previa en Oriente. Esta opinión es favorecida por el hecho de que la Crónica de Edesa sitúa el comienzo del marcionismo en 138. Tertuliano relata en 207 (la fecha de su Adv. Marc., IV, iv) que Marción profesó la penitencia y que aceptó como condición para su readmisión a la Iglesia el traer de vuelta al redil a los que había hecho descarriar, pero la muerte le impidió llevar esto a cabo. No se conoce la fecha exacta de su muerte.

Doctrina y Disciplina

Debemos distinguir entre la doctrina del propio Marción y la de sus seguidores. Marción no era un soñador gnóstico. Quería un cristianismo sin trabas e impoluto por asociación con el judaísmo. El cristianismo era la Nueva Alianza pura y simple. A él le interesaban poco las preguntas abstractas sobre el origen del mal o sobre la esencia de la Divinidad, pero el Antiguo Testamento, por su crudeza y crueldad, era un escándalo para los fieles y un obstáculo para los gentiles refinados e intelectuales, y por tal razón debía ser dejado a un lado. Removió los dos grandes obstáculos en su camino con medidas drásticas. Tenía que explicar la existencia del Antiguo Testamento y lo hizo postulando una deidad secundaria, un demiurgo que era dios en cierto sentido, pero no el Dios supremo; era justo, rígidamente justo, tenía sus buenas cualidades, pero no era el dios bueno, el cual era el Padre de Nuestro Señor Jesucristo. A Marción le preocupaba poco la relación metafísica entre estos dos dioses; él no sabía nada sobre la emanación divina, eones, sicigias, principios del bien y el mal eternamente opuestos. Él podía ser casi un maniqueo en la práctica, pero en teoría no había logrado la absoluta consistencia que logró Manes un siglo después.

En segundo lugar, Marción tenía que explicar los pasajes del Nuevo Testamento que apoyaban el Antiguo. Eliminó decididamente todos los textos que eran contrarios a su dogma; de hecho, creó su propio Nuevo Testamento, el cual admitía un solo Evangelio, una mutilación de San Lucas, y un apostolicón que contenía diez epístolas de San Pablo. El manto de San Pablo había caído sobre los hombros de Marción en su lucha con los judaizantes. Los católicos de su época eran solo los judaizantes del siglo anterior. El evangelio paulino puro se había corrompido y Marción, no obscuramente, insinuaba que incluso los apóstoles pilares Pedro, Santiago y Juan habían traicionado su confianza. Amaba hablar de “falsos apóstoles” y dejaba a sus oyentes inferir quiénes eran. Una vez se deshizo completamente del Antiguo Testamento, ya no deseaba cambiar nada más. Hizo su iglesia puramente del Nuevo Testamento tan parecida a la Iglesia Católica como fuese posible, consistente con su puritanismo hondamente asentado.

La primera descripción de la doctrina de Marción data de San Justino: “Con la ayuda del diablo Marción ha contribuido en cada país a la blasfemia y a la negación a reconocer al Creador de todo el mundo como Dios.” Él reconoce otro dios quien, porque es esencialmente más grande (que el hacedor del mundo o demiurgo) ha hecho hazañas más grandes que él (hos onta meizona ta meizona para touton pepikeni). El Dios supremo es hagathos, justo y recto. El Dios bueno es todo amor, el dios inferior le da lugar a la ira feroz. Aunque menor que el Dios bueno, el Dios justo, como creador del mundo, tiene su esfera de actividad independiente. No se oponen entre sí, como Ormuz y Ahrimán, aunque el dios bueno interfiere a favor de los hombres, porque Él solo es sabio y todopoderoso y ama la misericordia más que el castigo. Ciertamente todos los hombres fueron creados por el demiurgo, pero por elección especial el escogió al pueblo judío como suyo propio y así se convirtió en el dios de los judíos.

Su perspectiva teológica se limita a la Biblia, su lucha contra la Iglesia Católica parece una batalla de textos y nada más. El Antiguo Testamento es bastante cierto, Moisés y los profetas son mensajeros del demiurgo, el Mesías judío seguramente vendrá y fundará un reino milenario para los judíos en la tierra, pero él no tiene nada que ver con el Cristo de Dios. El dios bueno, invisible, indescriptible (aoratos akatanomastos agathos theos), antes desconocido tanto para el creador como para sus criaturas, se ha revelado él mismo en Cristo. No se sabe hasta donde Marción admitía una Trinidad de personas en la suprema Divinidad; Cristo es ciertamente el Hijo de Dios, pero Él es también simplemente “Dios” sin más cualificaciones; de hecho el evangelio de Marción comenzaba con las palabras “en el décimo quinto año del emperador Tiberio Dios descendió a Cafarnaún y enseñó en el Sabbath”. Por atrevida y caprichosa que sea esta esta manipulación del texto del Evangelio, por lo menos es un espléndido testimonio de que en los círculos cristianos de la primera mitad del siglo II la Divinidad de Cristo era un dogma central. Sin embargo para Marción Cristo era el Dios Manifiesto, no el Dios Encarnado. Su cristología es la de los docetas, que rechaza la historia inspirada de la Infancia, de hecho, ninguna infancia de Cristo; el Salvador de Marción es un “Deus ex machina” del cual Tertuliano burlonamente dice: “De pronto Hijo, de pronto Enviado, de pronto Cristo!”.

Marción no admitía ninguna profecía del advenimiento de Cristo; los profetas judíos predijeron un Mesías judío solamente, y dicho mesías no había aparecido todavía. Marción utilizaba la historia de los tres ángeles, que comieron, bebieron y conversaron con Abraham aunque no tenían cuerpo humano, como una ilustración de la vida de Cristo (Adv. Marc., III, ix). Tertuliano dice (ibid.) que cuando Apeles y los seguidores de Marción comenzaron a creer que Cristo tenía ciertamente un cuerpo real, no por nacimiento sino adquirido de los elementos, Marción hubiese preferido aceptar incluso un nacimiento putativo que un cuerpo real. No sabemos si esto fue una burla de Tertuliano o fue un cambio real en los sentimientos de Marción. Para Marción la materia y la carne no son esencialmente malas, sino que son cosas despreciables, una mera producción del demiurgo, y era inconcebible que Dios realmente las hubiera hecho suyas.

La vida de Cristo en la tierra fue un continuo contraste con la conducta del demiurgo. Algunos de los contrastes están ingeniosamente preparados: el demiurgo envió osos para devorar a los niños por una diversión pueril (2 Rey. 2,23-24): Cristo les ordenó a los niños que vinieran a Él y los acarició y los bendijo; el demiurgo en su Ley declaró a los leprosos inmundos y los desterró, pero Cristo los tocó y los sanó. Las supuestas Pasión y Muerte de Cristo fueron obras del demiurgo, quien envió a Cristo al infierno en venganza por haber abolido la Ley judía. Pero aún en el infierno Cristo venció al demiurgo al predicar a los espíritus en el limbo y mediante su Resurrección fundó el verdadero Reino del Dios bueno. Epifanio (Hær., xlii, 4) dice que los marcionitas creían que en el limbo Cristo le dio la salvación a Caín, a Coré, Datán y Abirón, a Esaú y a los gentiles, pero que dejó en la condenación a los santos del Antiguo Testamento. Esto pudo haber sido enseñado por algunos marcionitas del siglo IV, pero no era la enseñanza de Marción mismo, quien no tenía tendencias antinomianas. Marción negaba la resurrección del cuerpo, “porque la carne y la sangre no heredarán el Reino de Dios”, y negaba la segunda venida de Cristo para juzgar a los vivos y a los muertos, pues el Dios bueno, siendo todo bondad, no castiga a aquéllos que lo rechazan; Él simplemente se los deja al demiurgo, quien los echará al fuego eterno.

Respecto a la disciplina, el punto principal de diferencia consiste en su rechazo del matrimonio, es decir, él bautizaba solamente a los que no estaban casados: vírgenes, viudas, célibes y eunucos (Tert., "Adv. Marc.", I, XXIX); todos los demás permanecían catecúmenos. Por otro lado, en el culto marcionita la ausencia de división entre los catecúmenos y los bautizados sobresaltaba a los cristianos ortodoxos, pero Marción lo defendía enfáticamente con su apelación a Gál. 6,6. Según Tertuliano (Adv. Marc., I, xiv) él usaba agua en el bautismo, ungía a sus fieles con aceite y le daba leche y miel a los catecúmenos y hasta ahí seguía las prácticas ortodoxas, aunque, decía Tertuliano, todas estas cosas eran “elementos despreciables del Creador.” Los marcionitas debieron haber sido unos ayunadores exagerados para provocar el ridículo de Tertuliano en sus días montanistas. San Epifanio dice que ellos ayunaban el sábado en un espíritu de oposición al Dios judío, que hacía del sábado un día de regocijo. Ésta, sin embargo, debió haber sido simplemente una costumbre occidental adoptada por ellos.

Historia

El destino del marcionismo fue desviarse casi inmediatamente de las ideas de su fundador hacia el mero gnosticismo. El creador de Marción o Dios judío era una concepción demasiado inconsistente e ilógica, era un dios inferior al Dios bueno aunque era independiente; él era justo, pero aun así no era bueno; sus escritos eran verdaderos y aun así debían descartarse; él había creado a todos los hombres y no les había hecho mal, y aun así ellos no tenían que servirle ni rendirle culto. Los seguidores de Marción trataron de ser más lógicos y postularon tres principios: bueno, justo y malvado, oponiendo los primeros dos al último; o un principio solo, el dios justo como una mera creación del dios bueno. La primera opinión era sostenida por Sineros y Lucano o Luciano. Del primero no se sabe nada aparte de la mención que hace Rodón de él; del segundo se posee más información, y Epifanio dedicó un capítulo completo a refutarlo. Sin embargo, ambos, Orígenes y Epifanio, parecen saber de la secta de Lucano por rumores; probablemente ya se había extinguido hacia el final del siglo III. Tertuliano (De Resur., Carn., II) dice que Lucano superó incluso a Marción al negar la resurrección no sólo del cuerpo, sino también del alma, y al admitir sólo la resurrección de algún tertium quid (pneuma como opuesto al psyche?). Tertuliano dice que él tenía en mente la enseñanza de Lucano cuando escribió su “De Anima”. Es posible que Lucano enseñase la transmigración de las almas; según Epifanio, algunos marcionitas de su época afirmaban eso.

Aunque la secta particular de Lucano pudo haberse extinguido pronto, los marcionitas mantuvieron durante mucho tiempo la doctrina comprendida en los tres principios. En el tiempo de San Hipólito (c. 225) era sostenida por un asirio llamado Prepón, quien escribió en su defensa una obra llamada "Bardesanes el armenio" (Hipp., "Adv. Haer.", VII, xxxi). Adamancio en su "Diálogo" (ver abajo) presenta una probable doctrina marcionita ficticia de tres principios, y Epifanio evidentemente la presenta como la doctrina marcionita más prominente de su época (374).

La doctrina de solo “un principio”, de la cual es Dios judío es una criatura, fue mantenida por el notorio Apeles que, aunque él mismo había sido discípulo de Marción, se convirtió más en gnóstico que marcionita. Él era acompañado por una chica llamada Filumena, una especie de clarividente aficionada a la magia, y que reclamaba tener visiones frecuentes de Cristo y San Pablo, que aparecían en forma de niños. Tertuliano llama prostituta a esta Filumena, y acusa a Apeles de impureza, pero Rodón, que había conocido a Apeles personalmente, se refiere a él como “venerable en conducta y edad”. Tertuliano a menudo lo ataca en sus escritos ("De Præscr.," LXVII; "Adv. Marc.", III, g. 11, IV, 17) e incluso escribió una obra contra él: "Adversus Apelleiacos", que desafortunadamente se perdió, aunque una vez San Hipólito y San Agustín la conocieron. Algunos fragmentos de Apeles han sido reunidos por A. Harnack (primero en "Texte u. Unters.", VI, 3, 1890, y luego ibid., XX, o nueva serie, V, 3, 1900), quien escribió, "De Apelles Gnosi Monarchica" (Leipzig, 1874), aunque Apeles enfáticamente repudió los dos dioses de Marción y reconocía "Un Dios bueno, un principio y un poder indescriptible" (akatanomastos).

Este “Santo y Buen Dios de arriba”, según él, no se daba cuenta de lo que pasa acá abajo, sino que hizo a otro dios que creó el mundo. Ni este dios-creador es la única emanación del Dios Supremo; hay un ángel de fuego, o dios de fuego ("Igneus Praeses mali" según Tertuliano, “De Carne”, viii) que intervenía con las almas de los hombres; había un dios judío, dios de la ley, que presumiblemente escribió el Antiguo Testamento, el cual Apeles tildaba de una producción mentirosa. Sin embargo, posiblemente el dios de fuego y el dios de la ley eran sólo manifestaciones del dios creador. Apeles escribió una extensa obra llamada Syllogismoi para probar la no confiabilidad del Antiguo Testamento, de la cual [Orígenes y Origenismo |Orígenes]] cita un fragmento característico (In Gen., II, ii). Del antidocetismo de Apeles se ha hablado arriba. De los demás seguidores de Marción solo se conoce los nombres.

Los marcionitas diferían de los cristianos gnósticos en que ellos consideraban ilegal negar su religión en tiempos de persecución, compitiendo noblemente con los católicos en derramar su sangre por el nombre de Cristo. Los mártires marcionitas son mencionados frecuentemente en la “Historia de la Iglesia” de Eusebio (IV.15; IV.46; V.16; V.21; VII.12). Su número e influencia parece siempre haber sido menor en Occidente que en Oriente, y en Occidente pronto se extinguieron. Sin embargo, Epifanio testifica que en Oriente en 374 d.C. ellos habían engañado a “un gran número de hombres” y que se hallaban “no sólo en Roma e Italia, sino en Egipto, Palestina, Arabia, Siria, Chipre, la Tebaida e incluso en Persia.” Y Teodoreto, obispo de Ciro en la Provincia del Éufrates de 423 a 458, en su carta a Domno, el patriarca de Antioquía, relata con orgullo haber convertido a un millar de marcionitas en su diócesis.

No lejos de la diócesis de Teodoreto, cerca de Damasco, se encontró una inscripción de una iglesia marcionita, la cual mostraba que en 318-319 d.C. los marcionitas poseían libertad de culto (Le Boss and Waddington, "Inscr. Grec.", Paris, 1870). Constantino (Eusebio, "Vita", III, lxiv) prohibió todo culto público y privado del marcionismo. Aunque los adversarios de los paulicianos siempre los designaban como maniqueos, y aunque su adopción de los principios maniqueos es innegable, aun así, según Petro Sículo, quien vivió entre los paulicianos (868-869) en Tribike y es por lo tanto un testigo confiable, su fundador, Constantino el Armenio, al recibir el evangelio de Marción y el Apostolicón de un diácono en Siria, se los entregó a sus seguidores, los que por lo menos al principio lo tuvieron como su Biblia y repudiaron todos los escritos de Manes. La refutación del marcionismo por el arcipreste armenio Eznic en el siglo V muestra que los marcionistas eran aún numerosos en Armenia para ese tiempo (Eznik, "Refutación de las Sectas", IV, Ger. tr., J. M. Schmid, Viena, 1900). Ermoni sostiene que la descripción de Eznik de la doctrina marcionita todavía representa su forma antigua, pero otros estudiosos no reconocen esto ("Marcion dans la littérat. Arménienne" in "Revue de l'Or. Chrét.", I)

Mutilación del Nuevo Testamento

El nombre de Marción aparece prominentemente en la discusión de dos importantes asuntos: el del Credo de los Apóstoles y el del Canon del Nuevo Testamento. Eruditos modernos afirman que el Credo de los Apóstoles fue redactado en la Iglesia Romana en oposición al marcionismo (cf. F. Kattenbusch, "Das Apost. Symbol.", Leipzig, 1900; A.C. McGiffert, "El Credo de los Apóstoles", Nueva York, 1902). Omitiendo este punto, se debe explicar en más detalle la actitud de Marción hacia el Nuevo Testamento. Su doctrina central era la oposición del Antiguo Testamento al Nuevo, e ilustró ampliamente esta doctrina en su gran obra (perdida), Anthitesis, o “Contrastes”. Sin embargo, para perfeccionar el contraste tuvo que omitir muchos de los escritos del Nuevo Testamento y manipular el resto. Escogió uno de los cuatro Evangelios, y aceptó sólo diez de las epístolas de San Pablo.

El evangelio de Marción estaba basado en nuestro San Lucas canónico con omisión de los dos primeros capítulos. El texto ha sido restaurado lo más posible por Th. Zahn ("Geschichte d. N.T. Kanons", II, 456-494) a partir de todas las fuentes disponibles especialmente San Epifanio, que hizo una colección de 78 pasajes. Los cambios de Marción consistían principalmente en omisiones donde él modificaba el texto. Las modificaciones eran leves, por ejemplo: "Yo te doy gracias, Padre, Dios de Cielo y tierra,” fue cambiado por “Yo te doy gracias, Padre, Dios del cielo”. “Oh, tontos y duros de corazón para creer en todo lo que los profetas han hablado”, es cambiado a “ Oh, tontos y duros de corazón para creer en todo lo que yo les he dicho.” Algunas veces hizo pequeñas adiciones: “Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo” (la acusación de los judíos ante Pilato, Lc. 23,2) recibió la adición “y destruyendo la [[Ley y los profetas.”

Siguió un proceso similar con las Epístolas de San Pablo. Al omitir una sola preposición en Efesios 3,9, Marción inventó un texto a favor de su doctrina: “el misterio que desde el principio del mundo ha sido escondido del Dios que creó todas las cosas” (omitiendo en antes de theo). Por más hábilmente que se hicieron los cambios, los católicos continuaron presionando a Marción aun con los textos que él retuvo en su Nuevo Testamento, de ahí la continua necesidad de más modificaciones. Las Epístolas de San Pablo que aceptó eran primero que nada, los Gálatas, la cual él consideraba la constitución del marcionismo, luego Cor. 1 y 2, Romanos, Tesalonicenses 1 y 2, Efesios (la cual, sin embargo, él conocía bajo el nombre de Laodicianos), Colosenses, Filipenses y Filemón. Excluyó las epístolas pastorales, las Epístolas Católicas, Hebreos, Apocalipsis, así como los Hechos. Recientemente De Bruyne ("Revue Benedictine", 1907, 1-16) ha hecho un buen caso para suponer que los cortos prefacios a las epístolas paulinas, que alguna vez se atribuyeron a Pelagio y otros, fueron extraídas de una Biblia marcionita y aumentados con encabezados católicos para las epístolas faltantes.

Escritores Anti-Marcionitas

(1) San Justino el mártir (150) se refiere a los marcionitas en su primera Apología; también escribió un tratado especial contra ellos, el cual, mencionado por San Ireneo como Syntagma pros Markiona, se ha perdido. Ireneo (Haer., IV, VI, 2) cita pasajes cortos de Justino que contienen la oración: “No le hubiera creído al Señor mismo si él hubiera anunciado a otro que el Creador”; también, V, 26, 2.

(2) San Ireneo (cerca de 176) trató de escribir una obra especial refutando a Marción, pero nunca cumplió su propósito. (Haer., I, 27, 4; III, 12, 13); sin embargo, él se refiere a Marción una y otra vez en su gran obra Contra Herejías, especialmente en III, 4, 2; III, 27, 2; IV, 38, 2 sq.; III, 11, 7, 25, 3.

(3) Rodón (180-192) escribió un tratado contra Marción, dedicado a Callistión, el cual ya no existe pero Eusebio se refiere a él y da algunos extractos. (Historia de la Iglesia V.13).

(4) Tertuliano, nuestra principal fuente de información, escribió su “Contra Marción” (cinco libros) en 207, y se refiere a Marción en muchas de sus obras; "De Praescriptione", "De Carne Christi", "De Resurrectione Carnis", and "De Anima". Su obra contra Apeles se perdió.

(5) Pseudo-Tertuliano, (posiblemente comodiano. Vea H. Waitz, "Ps. Tert. Gedicht ad M.", Darmstadt, 1901) escribió un extenso poema contra Marción en hexámetros ramplones, el cual es muy valioso. También existe el corto tratado contra todas las herejías (cerca de 240 d.C.) de Pseudo-Tertuliano (posiblemente Victorino de Pettau).

(6) Adamancio: es incierto si éste es un personaje real o sólo un seudónimo. Su diálogo "De Recta in Deum Fide", a menudo ha sido atribuido a Orígenes, pero está fuera de toda duda que él no es el autor. La obra probablemente fue escrita cerca de 300 d.C. Fue escrita originalmente en griego y traducida por Rufino y es una refutación del marcionismo y del valentinismo. La primera mitad está dirigida contra el marcionismo, el cual es defendido por Megecio (el cual sostiene los tres principios) y Marco (que defiende dos). (Berlín ed. De los Padres por Sande Bakhuysen, Leipzig, 1901).

(7) San Hipólito de Roma (c. 220) habla de Marción en su “Refutación de todas las Herejías”, libro VII, cap. 17-26; y X, 15)

(8) San Epifanio escribió su obra contra las herejías en 374, y es la segunda fuente principal de información en su Cap. XLII-XLIV. Él es muy valioso para la reconstrucción del texto de la Biblia de Marción, pues él da 78 y 40 pasajes del Nuevo Testamento de Marción donde difiere del nuestro y añade una corta refutación en cada caso.

(9) San Efrén (373) sustenta en muchos de sus escritos una polémica contra Marción, como en su "Comentario sobre el Diatesseron" (J.R. Harris, "Fragmentos de Com. on Diates.", Londres, 1895) y en sus “Sermones Métricos” (ed. romana, Vol II, 437-560, y el Efrén de Overbeek, etc., Opera Selecta).

(10) Eznik, un arcipreste armenio, o posiblemente obispo de Bagrawand (478) escribió una "Refutación de las Sectas", del cual el Libro IV es una refutación de Marción. Traducido al alemán, J.M. Schmid, Viena, 1900.


Bibliografía: Meyboom. Marcion en de Marcioneten (Leyden, 1888); Idem, Het Christendom der tweede Eeuw (Groningen, 1897); Krueger, artículo extenso en Hauck, Real Encyclop. der Prot. Theol., XII, 1903; s.v.; Harnack, Gescichte der altchrist Lit., I, 191-197, 839-840; Texte und untersuchung, VI, 3 pp., 109-120; XX, 3, pp. 93-100 (1900); 2nd II, 2, 537; Bardenhewer, Gesch. der altkirchl. lit. II (1902); Zahn, Geschichte des N.T. Kanons, I y II (1888); Das Apost. Symbol. (Leipzig, 1893); Hilgenfeld, Ketzergeschichte des Ur-Christenhums (Leipzig, 1884).

Fuente: Arendzen, John. "Marcionites." The Catholic Encyclopedia. Vol. 9, págs. 645-649. New York: Robert Appleton Company, 1910. 17 marzo 2020 <http://www.newadvent.org/cathen/09645c.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.