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Martes, 19 de marzo de 2024

Educación

De Enciclopedia Católica

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El divino Maestro
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En General

En su sentido más amplio, la educación incluye todas aquellas experiencias por las cuales se desarrolla la inteligencia, se adquiere el conocimiento y se forma el carácter. En un sentido más fino, es el trabajo hecho por ciertas agencias e instituciones, el hogar y la escuela, con el expreso propósito de entrenar mentes inmaduras. El niño nace con capacidades latentes las cuales deben ser desarrolladas de manera de prepararlo para las actividades y responsabilidades de la vida. Por lo tanto, cómo el educador entiende el significado de la vida, sus propósitos y valores, determinan primeramente la naturaleza de su trabajo. La Educación busca lograr un ideal y éste, a su vez, depende de la visión que se tenga del hombre y su destino, de sus relaciones con Dios, con sus congéneres y con el mundo físico. El contenido de la educación es suministrado por las adquisiciones previas de la humanidad en literatura, artes y ciencias, principios morales, sociales y religiosos. La herencia, sin embargo, contiene elementos que tienen grandes diferencias en valor, ambos como posesiones mentales y como medios de cultura; por lo tanto, es necesaria una selección y ésta debe estar mayormente por el ideal educacional. Será también influenciado por la consideración del proceso educativo. La enseñanza debe adaptarse a las necesidades de una mente en desarrollo, y el esfuerzo para lograr la adaptación, realizado más a través de resultados en teorías y métodos que están, o deberían estar basados en los hallazgos en biología, fisiología y psicología. El trabajo educativo normalmente comienza en el hogar; pero, por razones obvias, es continuado en instituciones donde los profesores reemplazan a los padres. Para asegurar la eficiencia, es necesario que cada escuela esté apropiadamente organizada, que los profesores estén debidamente calificados y que los temas de instrucción sean sabiamente escogidos. Más aún, siendo la escuela mayormente la responsable por la formación intelectual y moral de aquellos que luego serán miembros de la sociedad, útiles o nocivos, evidentemente es necesaria alguna dirección superior además de que aquella del profesor individual, de manera que el propósito de la educación pueda ser logrado. Por lo tanto ambos, tanto la Iglesia como el Estado tienen intereses por qué velar; la educación está para esforzarse hacia el ideal verdadero a través de lo obvio de que la educación en cualquier momento exprese, mientras esté en su control práctico, las relaciones existentes entre el poder temporal y el espiritual, asumiendo una forma concreta. Más aún, como éstas ideas y relaciones han variado considerablemente en el curso del tiempo, es bastante inteligible que una solución a los problemas centrales de la educación, deben ser vistos en su perspectiva histórica; y es incuestionable que el estudio histórico, tanto en éste como en otras áreas, tiene una utilidad múltiple. Sin embargo, una mera cita de hechos es de poco provecho a no ser que se le dé su debida importancia a ciertos hechos de la revelación Cristiana. Es necesario, entonces, distinguir los elementos constantes en educación de aquellos que son variables; los primeros incluyendo la naturaleza humana, su destino, sus relaciones con Dios y los últimos, todos aquellos cambios en la teoría y la conducción del trabajo educativo. El presente artículo está principalmente preocupado del primer aspecto del tema; y, desde éste punto de vista la educación puede definirse como aquella forma de la actividad social a través de la cuál y, bajo la dirección de mentes maduras y por el uso de medios adecuados, los poderes físicos, intelectuales y morales de los seres humanos inmaduros se desarrollan para prepararlos al cumplimiento de su trabajo aquí en la vida y para asistencia de su destino eterno. Ni ésta ni ninguna otra definición ha sido formulada desde los comienzos. En tiempos primitivos, el desamparo y las necesidades del niño, eran tan obvias que sus mayores, por impulso natural les dieron un entrenamiento en las rudas artes que les permitiesen dotarse de las cosas necesarias para la vida, al tiempo que les enseñaron a aprovechar los poderes escondidos en cada objeto de la naturaleza, y a asumir las costumbres y tradiciones tribales. Pero, de educación propiamente hablando, los salvajes no sabían nada y mucho menos se ocupaban de la teoría o la planificación. Incluso personas civilizadas llevan a cabo el trabajo educativo por largo tiempo antes que comiencen una reflexión sobre su significado, y tal reflexión es guiada por la especulación filosófica y por instituciones establecidas sociales, religiosas y políticas. También, a menudo, su teorización es trabajo de mentes excepcionales, y presentan un ideal superior que puede ser inferido de su práctica educacional. Sin embargo, una contabilidad de lo que ha sido hecho por las principales personas de la antigüedad, probará su inutilidad al aparecer la profunda modificación que labró la Cristiandad.

La Educación Oriental

La invención de la escritura fue de gran importancia para el desarrollo del lenguaje y el mantenimiento de registros. Los textos más primitivos, principalmente de naturaleza religiosa, se transformaron en la fuente del conocimiento y los medios para la educación. Tales eran en China los escritos de Confucio, los de Vedas, en Egipto, el libro de la Muerte, en Persia el Avesta. El principal propósito del estudio de estos textos por la juventud era asegurar la uniformidad del pensamiento y las costumbres y una invariable conformidad con el pasado. En este sentido, la educación china es típica. Los escritos sagrados contenían recetas al minuto para la conducción en cada circunstancia y estación de vida. El alumno estaba obligado a aprendérselo de memoria de una forma puramente mecánica; si él entendía o no, las palabras mientras las repetía, era indiferente. Simplemente guardaba en su memoria múltiples formas establecidas y frases las cuales consecuentemente, empleaba en la preparación de ensayos y para aprobar exámenes gubernamentales. El que pudiera pensar por sí mismo, era por su puesto, un tema fuera de toda consideración. Con tal forma de entrenamiento, era imposible el desarrollo de la personalidad libre. En China, la familia con sus tradiciones sagradas y el trabajo de sus ancestros, era controlado por el Estado; en Egipto por el clero; en la India, por las diferentes castas. Sin dudas, en la mentalidad oriental, había una conciencia de la personalidad; pero no se hizo ningún esfuerzo por fortalecerla o para darle valor. Por el contrario, la filosofía Hindú, que veía el conocimiento como el medio de redención de las miserias de la vida, ubicó tal redención en sí misma en el nirvana, la extinción del individuo a través de su absorción al ser del mundo. La posición de la mujer fue, en general, degradante. Aunque la formación temprana del niño descansaba en su madre, su responsabilidad era llevada a cabo sin dignidad. Muy pocas provisiones fueron hechas para la educación de las niñas; su única vocación era el matrimonio, cuidar niños y rendir servicios al jefe de familia.

Viendo estos factores, no se puede decir que la educación tal como el mundo occidental la concibe, no le debe nada al Este. Es cierto que algunas ciencias, matemáticas, astronomía y cronología y algunas artes tales como la escultura y la arquitectura, fueron llevadas a cabo con cierto grado de perfección; pero el verdadero éxito de la habilidad y capacidad oriental en estas líneas sólo enfatiza por contraste, las deficiencias de la educación oriental. Incluso en la esfera de la moralidad el mismo antagonismo aparece entre el precepto y la práctica. No se puede y no es necesario negar que muchos de los dichos, como los de Confucio, revelan un alto ideal de la virtud, mientras que algunos de los proverbios hindúes, tales como los de “Pantscha-tantra” están llenos de sabiduría práctica. Sin embargo, estos factores solo hacen más difícil responder a la pregunta: ¿Porqué la vida efectiva de estas personas fue tan apartada de los estándares formalmente aceptados de virtud?. Sin embargo, la educación oriental tiene una significancia peculiar; muestra bastante simplemente, las consecuencias del sacrificio del individuo por los intereses de las instituciones humanas y el reducir la educación a un proceso al estilo de máquinas, el ánimo por el cual se moldean las mentes sobre un patrón invariable; y más aún, muestra cuan poco puede cumplirse para la real educación, por una autoridad despótica la cual demanda y se satisface con una observancia externa de las costumbres y leyes (Ver Davidson. Una Historia de la Educación, New York, 1901)

Los Griegos

Si la educación de los orientales fue fija, la griega muestra un progresivo desarrollo que va de un extremo al otro a través de una variedad de movimientos y reacciones, de ideales y prácticas. Lo que se mantiene constante es la idea que el propósito de la educación es entrenar a la juventud para que sean ciudadanos. Esta idea, sin embargo, fue concebida e intentada su realización de diferentes formas por varias Ciudades-estado. En Esparta, el niño, de acuerdo al Código de Lycurgio, era propiedad del Estado. Desde su séptimo año hacia adelante recibió formación pública cuyo único objetivo era hacerlo un soldado, desarrollando fortaleza física, coraje, auto control y obediencia a la ley. Era un entrenamiento duro en ejercicios gimnásticos con poca atención al aspecto intelectual y menos al estético; incluso la música y la danza tomaron caracteres militares. Las niñas eran también sujetas a la misma disciplina severa, no al punto de enfatizar igualdad de sexos sino para hacer fuertes madres de una raza guerrera.

El ideal de la educación ateniense era el hombre completamente desarrollado. Belleza de mente y cuerpo, el cultivo de facultades y energías innatas, armonía entre el pensamiento y la vida, el decoro, la temperancia y la regularidad – tales eran los ánimos en el hogar y en la escuela, en los intercambios sociales y en las relaciones cívicas. “Somos amantes de lo bello”, decía Pericles, “aunque simples en nuestros gustos, cultivamos la mente sin perder nuestra virilidad” (Thucydides, II, 40). Los medios de la cultura eran la música y las gimnasias, la primera incluía historia, poesía, drama, oratoria y ciencia, junto con la música en un sentido más fino; mientras que las últimas comprendían juegos, ejercicios atléticos y el entrenamiento para los deberes militares. Que la música no era un mero “logro” y que las gimnasias tenían un objetivo superior a la fortaleza del cuerpo o su habilidad, era evidente a partir de lo que nos relata Platón en su obra Protágoras. Los griegos, sin duda restaron fuerza al coraje, la temperancia y la obediencia a la ley; y si sus disertaciones teóricas podían darse como justas cuentas de sus efectivas prácticas, podría ser difícil encontrar, entre los productos del pensamiento humano, un ideal más exaltado. La debilidad esencial de su educación moral fue el fracaso en dar una sanción adecuada a los principios formulados por ellos y por los consejos dados a sus jóvenes. La práctica religiosa, ya sea a través de servicios públicos o en adoraciones en sus hogares ejercieron poca influencia en la formación del carácter. Las deidades griegas, después de todo, no eran modelos a imitar; algunos de ellos apenas habían sido objetos de reverencia, dado que estaban investidos con las debilidades y pasiones de los hombres. La Religión en sí misma era mecánica y externa; no tocaba la conciencia ni despertaba el sentido del pecado. En cuanto a la vida futura, los Griegos creyeron en la inmortalidad del alma; pero esta creencia tenía poca o ninguna significación práctica. Sin embargo, encontraron el motivo para la acción virtuosa, no en relación con una ley divina ni como esperanza de premio eterno, sino simplemente por el deseo de mezclar en la debida proporción, los elementos de la naturaleza humana. La Virtud no es auto-represión en pro del deber, sino, como dice Platón, “una especie de salud, una belleza y un buen hábito del alma”; mientras que el vicio es “una dolencia y deformidad y enfermedad de ella”. El hombre justo regulará de tal modo su carácter como para estar en buenos términos consigo mismo y para establecer aquellos tres principios (razones, pasiones y deseo) en armonía, como si fueran verdaderamente tres cuerdas de una armonía, una alta, una baja y una mediana y lo que sea que exista entre estas; y una vez que él ha limitado todas estas juntas y reducido los muchos elementos de su naturaleza a una unidad real como un hombre temperado y adecuadamente armonizado, entonces él procederá a hacer lo que sea que el deba hacer. (República IV, 443)

Esta concepción de la virtud como auto-equilibrio fue atada muy de cerca con la idea del valor personal el cual ya ha sido mencionado como el elemento central en la vida y educación griegas. Pero la personalidad en referencia no fue aquella del hombre por el bien de su humanidad, ni siquiera aquella de los griegos por el bien de su nacionalidad; era la personalidad de un ciudadano libre, y una ciudadanía donde los artesanos y esclavos estaban excluidos. Las artes mecánicas tenían mala reputación; y Aristóteles declara que “ellas no se ajustan al cuerpo y alma o el intelecto de personas libres para el ejercicio y practica de la virtud” (Política, V, 1337) Una limitación aun más seria que afecta no sólo su concepto de la dignidad humana, sino también su consideración de la vida humana, consistió en la exposición de los niños. Esto era practicado en Esparta por la autoridad pública que destruía al niño que no era apto para el servicio al Estado; mientras en Atenas, el destino de estos críos era encargado a su padre quien podía decidir de acuerdo solamente a sus intereses. La posición de la madre no era mucho mejor de que ha sido en el Oriente. Las mujeres eran generalmente vistas como seres inferiores “impotentes para el bien pero astutas urdidoras de todo mal” (Eurípides, Medea, 406). En el mejor de los casos, era medio para un fin, el cuidado de los niños y del hogar; consecuentemente, su educación era de escaso tipo. Las únicas excepciones eran las hetaerae, es decir, la mujer que estaba fuera del círculo del hogar y quien tenía mayor libertad de vida combinada con una mayor cultura de lo que la mujer legítima podía esperar. Bajo tales circunstancias, el matrimonio implicaba para la mujer una disminución en su valía personal que estaba en marcado contraste con los ideales establecidos para la educación de los hombres.

Nuevamente, estos ideales sufrieron un decidido cambio durante el siglo quinto A.C. En cierto sentido, fue un cambio para mejor, extendiendo los derechos de ciudadanía. La constitución de Solón fue dejada de lado y se adoptó la de Clístenes (509 A.C.) El carácter democrático de la última con un aumento en la prosperidad en el hogar y la amplitud de las relaciones extranjeras, dieron paso a nuevas oportunidades a la habilidad individual y el esfuerzo. Esta realzada actividad, sin embargo, no fue establecida en beneficio del bien común, sino para el avance de los intereses personales. Al mismo tiempo, la moralidad fue excluida de incluso el apoyo externo que tenía anteriormente salida de la religión; la filosofía dio lugar al escepticismo; y la educación, mientras de tornaba cada vez más intelectual, puso énfasis en la forma por sobre el contenido. Los profesores más influyentes eran los Sofistas, quienes suplían la demanda creciente de instrucción en el arte de la discusión pública y ofrecían información sobre todo tipo de materias. Desarrollándose en direcciones prácticas, el principio que “el hombre es la medida de todas las cosas” trajo individualismo al extremo del subjetivismo semejante en la esfera del pensamiento especulativo y aquel de la conducta moral. Los propósitos de la educación fueron correspondientemente modificados y aparecieron nuevos problemas. Ahora que los viejos estándares y la base de la moralidad habían sido rechazados, la cuestión principal era su reemplazo por otros en los cuales se le diera lugar por un lado a la individualidad y por otro a las necesidades sociales. La respuesta de Sócrates fue “Conócete a tí mismo” y “El conocimiento es virtud”, es decir, el conocimiento que sale de la experiencia personal, aunque posee validez universal; y los medios dictados por él para la obtención de tal conocimiento era su malléutica, es decir, el arte de parir ideas a través del método de preguntas y respuestas a través del cuál, él desarrolló el poder del pensamiento. Como disciplina intelectual, este esquema tenía un valor indudable; pero dejaba sin resolver el problema principal; ¿cómo el conocimiento, incluso el más elevado, puede ser llevado a acción? Platón ofreció una solución dual. En la República, establecida a partir de su teoría general que la idea sola es real y que lo bueno de cada cosa consiste en su armonía con la idea original, él llega a la conclusión que el conocimiento consiste en la percepción de ésta armonía. Por lo tanto, el ánimo de la educación es desarrollar el conocimiento de lo bueno. Al parecer, este esquema promete un poco más de resultados prácticos que aquella de Sócrates. Pero Platón agrega que la sociedad debe ser gobernada por aquellos que poseen este conocimiento, es decir, por los filósofos.; las otras dos clases, los soldados y artesanos, son subordinados, aunque cada ser individual es asignado a la clase para la cual sus habilidades se ajustan alcanzando el auto desarrollo más elevado y contribuyendo así al bienestar social. En las Leyes, Platón intenta revisar y combinar ciertos elementos del sistema Espartano y Ateniense pero este esquema reaccionario no logra éxito.

Finalmente, este problema fue asumido por Aristóteles en la Etica y la Política. Tanto en su filosofía como en su teoría de la educación, comienza con las enseñanzas de Platón. El objetivo del individuo como para la sociedad es la felicidad: “Aquello que nos anima es la felicidad de cada ciudadano, y la felicidad consiste en una actividad completa y práctica de la virtud” (Política, IV). Más precisamente, la felicidad es “la actividad conciente de la parte mas elevada del hombre de acuerdo a la ley de su propia excelencia, no sin compañía de condiciones adecuadas y externas.” El mero conocimiento del bien no constituye virtud; este conocimiento debe ser materia en la práctica del bien del intelecto (conocimiento de la verdad universal) que debe ser combinado con el bien de la acción. Las tres cosas que hacen a los hombres buenos y virtuosos son – naturaleza, hábito y razón.-

Debe estar en armonía con otros (porque no siempre están de acuerdo); los hombres hacen muchas cosas en contra del hábito y la naturaleza, si la razón los persuade que deben. Ya hemos determinado que la naturaleza es más fácilmente moldeable por las manos del legislador. Todo lo demás, es trabajo para la educación; aprendemos algunas cosas por hábito y otras por instrucción. (Política, Libro VII).

Sin embargo, la educación siempre debe adaptarse al carácter particular del Estado. “El ciudadano debe ser formado para ajustarse a la forma de gobierno bajo la cual vive” (ibid, VIII). Y nuevamente, “Es correcto que los ciudadanos deben poseer una capacidad para los negocios y para la guerra, pero aún más para el gozo de la paz o el placer; derecho que deben ser capaces de tales acciones en tanto son indispensables y saludables, pero aún más que tales son la moral per se. Es en relación a la visión de estos objetos, entonces, que deben ser educados mientras aún son niños y en todas las otras edades, hasta que vayan más allá de necesitar educación” (ibid, IV). “Tampoco debemos suponer que ningún ciudadano se pertenece a sí mismo, puesto que todo ellos pertenecen al Estado y cada uno de ellos son parte del Estado, y el cuidado de cada parte es inseparable del cuidado del todo” (Ibid, VII).

En las teorías de Platón y Aristóteles se encuentran los mayores logros del pensamiento helénico con relación al propósito y naturaleza de la educación. Cada uno de estos grandes pensadores estableció escuelas de filosofía y cada uno afectó profundamente el pensamiento de todo el tiempo que les siguió, aunque ninguno tuvo éxito en entregar una educación lo suficientemente sólida y permanente para impedir la caída moral y política de la nación. La difusión del pensamiento y la cultura griega en todo el mundo por conquista y colonización no fue remedio para los males que se desprenden de un individualismo exagerado. Una vez que la idea fue aceptada que cada hombre es el estándar de su propia conducta, ni lo brillante de la producción literaria, tampoco la fineza de la especulación filosófica los previno del decaimiento del patriotismo, y una virtud que nunca fue vista más superior que el Estado. El mismo Aristóteles, en la conclusión de su Etica, apunta hacia esta dificultad radical:

Ahora bien, si los argumentos y teorías son capaces por sí mismas de hacer a las personas buenas, podrían, en palabras de Theognis, tener derecho a recibir altos y grandes premios y es de teorías que nosotros debemos proveernos. Pero la verdad aparentemente es que, aunque son lo suficientemente fuertes como para motivar y estimular a los jóvenes hombres de mentes liberales, aunque son capaces de inspirar con bondad un carácter que es naturalmente noble y que sinceramente ama la belleza, son incapaces de convertir a la masa humana en bondad y belleza de carácter.

Tal “conversión” fue animada por los Sofistas. Apelando a las tendencias naturales del individuo, desarrollaron un espíritu de egoísmo que, de paso terminó en discordia, y así abrieron el camino de la conquista de Grecia por las armas romanas.

Los Romanos

En notable contraste con el carácter griego, el de los romanos era práctico, utilitarista, grave y austero. Su religión era augusta, permeaba toda sus vidas, y santificada todas sus relaciones. Especialmente, la familia era mucho más sagrada que en Esparta o en Atenas y la posición de la mujer como esposa y madre era más exaltada e influyente. Aún así, tal como con los griegos, el poder del padre sobre la vida de su hijo – patria potestad – era absoluto y, al menos en el primer período, la exposición de los niños era una práctica común. De hecho, las leyes de las Doce Tablas consideraba la destrucción inmediata de críos deformes y daba al padre, durante toda la vida de sus niños, el derecho a ponerlos en prisión, a venderlos o esclavizarlos. Consecuentemente, sin embargo, se puso coto a tales prácticas. El ideal al cual tendían los Romanos no era la armonía ni la felicidad sino el rendimiento en el cumplimiento del deber y el mantenimiento de sus derechos. Sin embargo, este ideal debía realizarse a través del servicio al Estado. Con lo profundos que eran los sentimientos familiares, éstos siempre estaban subordinados a la devoción por el bienestar público. "Los padres son queridos" decía Cicerón “y los niños y consanguíneos, pero todos estos amores son inseparables en el amor por nuestro país común” (De Oficiis, I, 17)

La educación, por lo tanto era esencialmente una preparación al deber cívico. “Los niños de los Romanos entienden que algún día podrían estar capacitados para estar al servicio de su patria natal, y se los debe instruir correspondientemente en los asuntos del Estado y en las instituciones de sus ancestros. La tierra natal ha producido y nos ha inculcado que debemos ser devotos y usar nuestras más finas capacidades mentales, talento y comprensión. Por lo tanto, debemos aprender aquellas artes a través de las cuales podremos ser de gran servicio al Estado; por ello, poseo sabiduría superior y virtud.” Estas palabras expresan, como ninguna otra, el espíritu de los primeros tiempos de la Educación Romana. El hogar era la primera escuela y los padres, los únicos profesores. Había muy poca o ninguna instrucción científica o estética. El esfuerzo máximo de los jóvenes y niños era aprender las leyes de las Doce Tablas, familiarizarse con las vidas de los hombres que hicieron a Roma grande e imitar las virtudes que habían visto en su padre. De este modo, los elementos morales predominaron, y fueron inculcadas las virtudes tipo prácticas: la primera de ellas, pietas, obediencia a los padres y a los dioses: luego prudencia, manejo justo, coraje, reverencia, firmeza y formalidad o razonamiento filosófico, pero a través de la imitación de los modelos que valían la pena y, en la medida de lo posible, de ejemplos reales y concretos. Vitae discimus, “aprendemos para siempre” dice Séneca; y esta frase resume todo el propósito de la educación Romana. Con el transcurso del tiempo, se abrieron las escuelas elementales (ludi) conducidas por maestros privados y eran un suplemento a la instrucción en el hogar. Alrededor de la mitad de la tercera centuria A.C. se comenzaron a sentir las influencias extranjeras. Los trabajos de los griegos fueron traducidos al latín, los profesores griegos fueron introducidos en las escuelas establecidas donde reaparecieron las características educacionales de los griegos. Bajo la dirección de la literatus y grammaticus, la educación tomó un carácter literario, mientras en la escuela del rethor se cultivó cuidadosamente el arte de la oratoria. La importancia que los romanos se dieron a la elocuencia está claramente señalada por Cicerón en su “De Oratore” y por Quintilo en sus “Institutos”; la producción del orador eventualmente se transformó en el objetivo final de la educación. Más aún, el trabajo de Quintilo es la principal contribución a la teoría educacional producida en Roma. El proceso helenizador fue gradual. El vigoroso carácter romano lentamente fue dando paso al intelectualismo griego, y cuando los últimos, finalmente triunfaron, difíciles cambios llegaron al gobierno y la vida de la sociedad romana. Cualquiera fueran las causas de la declinación – política, económica o moral – no pudieron mantenerse firmes ante el importado refinamiento del pensamiento y prácticas griegas. Sin embargo, la educación pagana como un todo, con sus ideales, éxitos y fracasos tuvo un profundo significado. Era lo práctico que el mundo había conocido. Buscaron en cambio, los ideales que despertaban mas intensamente a la mente humana. Comprometían el pensamiento de los mas grandes filósofos y las acciones de los legisladores más sabios. El arte, la ciencia y la literatura fueron puestos a su servicio y la poderosa influencia del Estado fué ejercida en su beneficio. En sí misma por lo tanto, y en sus resultados, muestra cómo y cuan poco el razonamiento humano puede lograr cuando su búsqueda no tiene más guía que sí misma y se esfuerza sin más propósitos que aquellos que encuentra o puede encontrar para su realización en la presente fase de la existencia.

Los Judíos

Entre la población pre-cristiana, los judíos ocuparon una posición única. Como recipientes y custodios de la revelación Divina, su concepto de la vida y la moralidad iban más allá de aquel de los gentiles. Dios se había manifestado a Sí Mismo a ellos directamente como Persona, un Espíritu y un Ser Ético que los guiaba por Su providencia, dándoles a conocer Su Voluntad y prescribiéndoles los más mínimos detalles de la vida y la práctica religiosa. A través del Antiguo Testamento, Dios aparece como un maestro de Su pueblo elegido. El estableció ante ellos los estándares de lo correcto que no eran otros que El mismo: “Tu serás sagrado, porque Yo soy sagrado” (Levíticos, XI, 46). A través de Moisés y los Profetas El les entregó Sus Mandamientos y las promesas de un Mesías por venir. Pero El también colocó sobre ellos el deber de instruir a sus niños.

Escucha, Oh Israel, el Señor nuestro Dios es el Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo su corazón, y con toda tu alma y con toda tu fuerza. Y éstas palabras que yo te ordeno hoy en este día, deberán estar en tu corazón: y tu las dirás a tu hijos y ellos meditarán sobre ellas sentados en tu casa, y durante la jornada, al dormir y al levantarse. (Deut. VI, 4-7)

De acuerdo a este mandamiento, la educación, al menos en los primeros tiempos, fué dada principalmente en el hogar. La vida familiar judía, sin duda, superaba por bastante aquella de los Gentiles en la pureza de sus relaciones, en la posición que tenía la mujer, y en el cuidado que se confería a los niños quienes eran vistos como una bendición concedida por Dios y destinados a Su servicio por fidelidad a la ley Divina. Una función importante de la sinagoga era también la instrucción de los jóvenes, la cual era encargada a los escribas y doctores. Las escuelas, como tales, aparecieron sólo en el último período e incluso entonces la enseñanza fué penetrada por la religión. Aunque el Antiguo Testamento no contenía teoría educativa en el estricto sentido, abundaba en máximas y principios los cuales eran todos más exigentes porque estaban inspirados por la sabiduría Divina y porque tenían un sentido práctico de la vida. El Mismo Dios mostró la dignidad del trabajo del profesor cuando declaró: “Aquellos que aprenden brillarán como lo mas brillante del firmamento: y aquellos que instruyen muchos en lo justo, como estrellas por toda la eternidad” (Dan, XII, 3). Sin embargo, bajo la luz de una revelación más perfecta queda claro que las relaciones de Dios con Israel tenían un propósito ultimo el cual se cumpliría “ en la plenitud del tiempo”. No sólo por las expresiones de los Profetas, sino por muchos eventos significativos en la historia de los Judíos y muchas de sus rituales observancias, habían signos del Mesías; como San Pablo dice “Todas estas cosas ocurrieron a ellos como ejemplo (I Cor., X, 11) y “la ley fué nuestra pegagogía en Cristo” (Gal., iii,24). Como el Supremo Maestro de la humanidad, Dios, mientras les revelaba la verdad que al presente necesitaban, también preparó el camino para la mayor de la Verdades de la Biblia.

Educación Cristiana

Como en muchos otros aspectos del trabajo de la educación, el advenimiento del Cristianismo es el período mas importante en la historia de la humanidad. No solo la concepción cristiana de la vida difiere radicalmente del punto de vista pagano, no sólo la enseñanza cristiana imparte un nuevo tipo de conocimiento y arroja un nuevo principio de acción, sino que más aún, la Cristiandad otorga medios efectivos para hacer sus ideales concretos y en poder llevar a cabo sus preceptos a la práctica. A pesar de todas las vicisitudes de conflictos y ajustes, de civilizaciones cambiantes y variadas opiniones, a pesar incluso del descuido de sus propios adherentes, la Cristiandad ha mantenido constantemente en pie ante los hombres, la vida y las lecciones de su Divino Fundador.

A. Jesucristo como Maestro “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas en estos prostreros días nos ha hablado por el Hijo” (Heb, I, 1-2) Esta comunicación a través de Dios-Hombre era para revelar la verdadera forma de vida: “Porque la gracia de Dios nuestro Salvador se ha manifestado para salvación de todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro Gran Dios y Salvador Jesucristo (Tito, II 11,12). Sobre Sí mismo y su misión, Cristo declaró: “Yo, la luz he venido al mundo, para que todo el que crea en mi no permanezca en tinieblas” (Juan XII, 46); y nuevamente, “ Yo por esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Juan XVIII, 37). El conocimiento el cuál El vino a impartir, no era una mera posesión intelectual o una teoría: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan X,10). Por lo tanto, El enseñó como uno “con autoridad”; El insistió que Sus herederos deben creer las verdades que El enseñó, aunque éstas parezcan ser “duras palabras”. Sus doctrinas, sin duda, no apelan al orgullo intelectual, al egoísmo o a la pasión. En la mayoría de las partes, como en el Sermón de la Montaña, eran dramáticamente opuestas a las máximas que habían obtenido del mundo pagano. Eran, en un sentido superior, sobrenaturales, no sólo por la propuesta de vida eterna como el objetivo último de la existencia y acción del hombre, sino por el regocijo de la negación de sí mismo como el requisito principal para el logro de tal destino. Era insistido el servicio al prójimo y éste debía darse en el espíritu de amor, el nuevo mandamiento que Cristo mismo dejó (Juan, 13,34) También era requerida la honradez para con los deberes cívicos, aunque la sanción que dió fuerza a tal obligación fué la elevación del hombre a una superior ciudadanía en el Reino de Dios. Esforzarse en ello y poder cumplirlo en la vida terrena lo mejor posible, era el ideal bajo el cual todo bien estaba subordinado; “Busquen primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os darán por añadidura” (Mateo, VI, 33).

Verdades de éste tipo, al parecer alejadas de las tendencias naturales del pensamiento y deseo humano, podían ser impartidas solo por que poseía en sí mismo todas estas cualidades de un profesor perfecto. Los filósofos, no cabe duda que si lo hicieron, formularon bellas teorías en relación al conocimiento y la virtud; Pero sólo Cristo pudo decir a Sus discípulos: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan, XVI, 6). Y cualquier otro mérito adjudicado en teoría a la personalidad, estaba muy alejado del ideal dado en la Propia Persona de Cristo. De este modo, El podía legítimamente atraer aquella tendencia imitativa cuyas profundas raíces se encuentran en la naturaleza del hombre y de las cuales se espera mucho en la educación moderna. Además, el axioma que aprendemos sobre la acción y donde el conocimiento adquiere su valor total cuando se refiere a la acción, encuentra su mejor ejemplo en el trato de Cristo con Sus discípulos. El “...comenzó a hacer y enseñar...” (Hechos, I, 1) Con Sus milagros, dió evidencia de Su poder sobre toda la natrualeza y por lo tanto Su sutoridad para pedir fé en Sus palabras: “...las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mi, que el Padre me ha enviado.” (Juan V, 36). Cuando Sus discípulos dudaban o tardaban en darse cuenta que el Padre moraba en El, El les respondía: “...de otra manera, creedme por las mismas obras.” (Juan XIV, 11). Lo que El demandaba en respuesta no era mera profesión externa de fé o lealtad: “ No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre...” (Mateo, VII, 21).

La necesidad de manifestar la fé a través de la acción es enfatizada constantemente en las enseñaza literales de Cristo y en sus parábolas. Estas, nuevamente ilustran Su sabiduría práctica como maestro. Eran traidos a colación objetos y circunstancias con las cuales Sus oyentes estaban familiarizados. En cada instancia eran adaptadas a la manera de pensar sugerida por los alrededores locales y las costumbres del pueblo; a menudo eran incitadas por un incidente que parecía sin importancia o por una pregunta formulada por Sus seguidores y nuevamente por Sus incansables enemigos. Así, las cosas más simples de la naturaleza - el vino, el lirio, la higuera, los pájaros del cielo y el pasto del campo – deban paso a lecciones del más profundo significado moral. Su ánimo no era adornar Su propio discurso, sino llevar su contenido a las mentes de sus oyentes más vívidamente y asegurar su mayor permanencia por asociación en sus pensamiento de algunas verdades sobrenaturales con hechos del día a día. La percepción sensorial, la memoria y la imaginación eran pues, desarrolladas, para formar una actitud mental para las grandes verdades del Reino. Encontramos el mismo principio en la institución de los sacramentos donde a través de elementos naturales externos, se expresan signos internos de gracia. Como San Juan Crisóstomo dice con propiedad,

Si tu fueras incorpóreo, el podría haberos conferido gracias incorpóreas en su sencilla realidad; pero porque el alma está atada al cuerpo, nos da cosas inteligibles bajo formas sensibles. (Homilia, 1x, as populum, Antioquía).

De hecho, toda la enseñanza de Cristo es la prueba más clara del principio que la educación debe adaptarse en su método y práctica a las necesidades de aquellos que sean enseñados. De acuerdo a este principio, El preparó de antemano las mentes de Sus seguidores para la institución de la Santa Eucaristía de Su propia muerte y para la venida del Espíritu Santo (Juan, VI, 12,13); incluso El se reservó algunas verdades para ser conocidas por el Paracleto: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (Juan XVI, 12, 13). De este modo, se completa Su tarea como maestro y no es dejada para la conjetura o especulación humana, ni a las teoría filosóficas de las escuelas, sino para el Espíritu de Dios Mismo. Por su puesto ésto ha sido cumplido mejor por aquellos que estuvieron más cerca de El; empero incluso aquellos Judíos que no se encontraban dentro de sus Apóstoles, pero estaban, como Nicodemo, dispuestos a juzgarlo con justicia, confesaron Su superioridad. “...sabemos que haz venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tu haces, sino está Dios con él.” (Juan III, 2).

B. El Ánimo de la Educación Cristiana

¿Si la misión de Cristo terminó cuando dejó la tierra, El aún podría ser de palabra y trabajo, el maestro ideal y haber influenciado todo el tiempo y hasta ahora la educación de la humanidad en los que a objetivo último y principios básicos se refiere?. Pero, de hecho, El dejó suficientes disposiciones para la perpetuación de Su trabajo a través de las enseñanzas a un selecto cuerpo de hombres quienes, por tres años, estuvieron constantemente bajo Su dirección y estuvieron concienzudamente sumergidos de Su espíritu. Más aún, El dio a estos Apóstoles, el siguiente mandato: “Por lo tanto id y haced discípulos a todas las naciones...y he aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.” (Mateo XXVIII, 19,20). Estas palabras fueron la carta de fundación de la Iglesia Cristiana como institución de enseñanza. Al tiempo que ellas se referían directamente a la doctrina de salvación, y por lo tanto, a comunicar la verdad religiosa, ellas a pesar de eso o en virtud de la naturaleza misma de esa verdad y sus consecuencias para la vida, traían consigo la obligación de insistir sobre ciertos principios manteniendo ciertas características que tienen una relación decisiva sobre todos los problemas educacionales.

La verdad del Cristianismo está para ser conocida por todos los hombres. No está confinada a una raza, nación o clase, tampoco está para ser posesión exclusiva de mentes altamente talentosas. Esta característica de universalidad está en franco contraste con las concepciones superiores del mundo pagano. Los cultivados griegos sólo despreciaban a los bárbaros, y los romanos solo veían a las naciones externas como sujetos para ser gobernados en lugar de pueblos a quienes enseñar. Aunque en Atenas y también en Roma había una distinción entre ciudadanos libres y esclavos, en consecuencia los últimos eran excluidos de los beneficios de la educación. Como contra éstas estrechas limitaciones, Cristo encargó a Sus apóstoles a “enseñar a todos los hombres”; y San Pablo, bajo el mismo espíritu se profesa a sí mismo como deudor de todos los hombres, griegos y bárbaros, así como de sabios y no sabios. De hecho, todos debían ser tratados como niños de un mismo Padre Celestial. Respecto a estas prerrogativas sobrenaturales, las distinciones que hasta ahora habían prevalecido fueron puestas al margen: El Cristianismo aparecía como una vasta escuela con la humanidad sin limitaciones a sus discípulos.

La comisión dada a los apóstoles, no expiraría con ellos; era para mantenerse “todos los días, hasta el fin del mundo”. La perpetuidad, por lo tanto, es un rasgo esencial en el trabajo educativo del Cristianismo. Sin lugar a dudas, la institución pagana había florecido y avanzado de fase en fase de desarrollo, pero no contenía elementos de permanente vitalidad. En las superiores secciones de la enseñanza, como en la filosofía, la escuela ha llevado a la escuela desde el vigor a la decadencia. Y, en la educación misma, un ideal después de otro ha surgido sólo como una forma de desplazar al otro. Por el contrario, el Cristianismo siendo que nunca podrá ser un sistema rígido, sostuvo para la humanidad ciertas verdades incambiables que deben servir de criterio para determinar el valor de cada teoría fundamental sobre la vida y la educación. A través de la especial insistencia de que el destino del hombre está por alcanzarse, no en la forma de un servicio temporal o éxito, sino por la unión con Dios, propone un ideal que debe ser válido en todo tiempo y entremedio de todas las variaciones del pensamiento y empeño humanos. Tales cambios, inevitablemente ocurrirán y Cristo, sin duda, los previno. Considerando estos cambios, un maestro meramente humano, podría haber dado estabilidad a su trabajo, si es exitoso, por medios con los cuales pudiese garantizar su previsión ya sea con sagacidad o por conocimiento de la naturaleza humana. Pero la garantía de Cristo a los Apóstoles es al mismo tiempo simple y segura: “He aquí que estaré con Ustedes todos los días...” La tarea de instruir al mundo en la verdad Cristiana habría sido imposible si no fuese por el permanente cumplimiento de Cristo con Sus maestros elegidos. Por otro lado, una vez que la fuerza de Su promesa se cumpla, el significado del Cristianismo como institución perpetua se torna evidente: significa que Cristo, El Mismo a través de una agencia visible continúa su trabajo para siempre. El comenzó durante Su vida terrenal, como Maestro de la raza humana.

Ya se ha puntualizado que algunos pueblos paganos, y notablemente los griegos, sostenían una muy alta concepción de la personalidad, y también se ha señalado que esta concepción no era en ningún caso, perfecta. Respecto a esto, la enseñanza del Cristianismo es al parecer bastante más superior a ninguna otra tal que, si un sólo elemento pudiese ser considerado fundamental en la educación Cristiana será el énfasis que radica en el valor del individuo. En primer lugar, el Cristianismo tuvo su origen, no en una especulación abstracta como al bien o la virtud, sino en la vida concreta y presente de una Persona que era absolutamente perfecta. No estaba, entonces, obligada a moldear un hombre ideal o de presentar una teoría de cómo ese ideal era posible que fuese: sobrepasó a las más exaltadas ideas de la sabiduría humana. Con Cristo primero apareció la total dignidad de la naturaleza humana a través de su elevación como unión personal con la Palabra de Dios; y en El, como nunca antes o desde entonces, fueron manifiestos aquellos rasgos que proporcionaron los modelos mas nobles a imitar. Más aún, la Cristiandad elevó la personalidad humana por el valor establecido sobre cada alma como creación de Dios y destinada a la vida eterna. El Estado ya no es el supremo árbitro ni tampoco el servicio al bienestar público el estándar por excelencia. Estos, en verdad dentro de su legítima esfera, son sólo demandas sobre el individuo. El Cristianismo, por ningún motivo, enseña que tales demandas pueden ser desatendidas o que los deberes correspondientes sean descuidados, sino que la ejecución de toda obligación social y cívica, será mas completa cuando se subordinan a y son inspiradas por la fidelidad en los deberes que el hombre le debe a Dios. Al tiempo que el valor de la personalidad, es de este modo, realzada, el sentido de responsabilidad aumenta correspondientemente; de manera que el libre desarrollo de la persona no permite la culminación en egoísmo ni en el extremo individualismo el cual es una amenaza para la organización social.

De estos principios del Cristianismo se derivan consecuencias que son totalmente discrepantes con el pensamiento y prácticas paganas. La posición de la mujer fue levantada a un plano más elevado; ella dejó de ser un bien, o un mero instrumento de pasión, y se transforma en la igual al hombre, con el mismo valor personal y el mismo destino eterno. El matrimonio ya no es una unión a la cual se ingresa por capricho o convención, sino una unión indisoluble que involucra derechos y obligaciones mutuas. Más aún, fue elevado a la dignidad de sacramento, que no sólo santifica la relación marital y sus propósitos, sino confiere las gracias necesarias para el debido cumplimiento de sus obligaciones. Todo el significado de la familia, es, de este modo, transformado. La autoridad paternal sin dudas, se mantiene pero como un ejercicio de la patria potestad como destrucción o exposición de los niños no se pudo tolerar una vez tomada conciencia que la personalidad del niño también es sagrada y que los padres no sólo son responsables no sólo ante el Estado, sino también ante Dios, por la apropiada educación de los críos. Además, la Cristiandad, deja al niño la responsabilidad de respetar y obedecer a los padres, no con servil temor o una dura necesidad, sino bajo el espíritu de reverencia al amor filial. Las ataduras a la vida del hogar, por este medio fortalecidas, y todo el trabajo de la educación, asumió un nuevo carácter porque fué consagrado desde su misma fuente por la religión.

Con respecto a su contenido, la Cristiandad abrió a la mente humana amplios dominios de verdad los cuales una razón sin ayuda no podría haber sido lograda y los cuales, no obstante, tienen un sentido más profundo para la vida que la mayoría de las especulaciones aprendidas del pensamiento pagano. También ha arrojado nueva luz sobre aquellas verdades, que los filósofos tenían, aunque vagamente percibidas, o sobre las cuales se han mantenido en la duda. Para el Cristiano, no puede haber mayor cuestionamiento en lo que se refiere a la existencia de un Dios personal, la realidad de Su Providencia, la inmortalidad del alma, la libertad de la voluntad y la resultante responsabilidad del hombre con la Justicia Divina. Sobre todo, la naturaleza del orden moral que fue establecido en términos inconfundibles. El Cristianismo insiste que la moralidad no es una mera conformidad externa a las costumbres o la ley, sino una rectitud interna de la voluntad, que ese refinamiento estético era de mucho menor consecuencia que la pureza de corazón, y que el amor al prójimo como indudablemente probado, no como ganancia personal o ventaja, es la verdadera norma de las relaciones humanas. Que tal concepción de la vida, con su énfasis en reales inspiraciones espirituales, debe llevarnos a la formación de los ideales educacionales obviamente desconocidos para el mundo pagano. Aunque, por otro lado, sería errado inferir que el Cristianismo, en su “otra mundanidad” reduce o descuida los valores de la vida presente. Lo que sí mantiene consistentemente es que la vida aquí logra su mayor valor por el servicio, como una preparación a la vida por venir. El punto no es si uno debe vivir hoy sin tomar en cuenta el futuro o esperar el futuro sin considerar el presente; sino, contrariamente, cómo uno debe ganar con las oportunidades de esta vida con tal sabiduría de manera de asegurar al otro. Los problemas, entonces, es aquel de establecer las proporciones, por ejemplo, la determinación de los valores de acuerdo a los estándares del destino eterno del hombre. Cuando la educación es definida como “la preparación para una vida completa” (Herbet Spencer), el cristiano no objeta las palabras tal como están; pero él insistirá que ninguna vida puede estar completa si deja fuera de consideración el ulterior propósito de la vida y, por lo tanto, ninguna educación realmente “prepara” si frustra ese propósito o lo deja de lado. Es justamente esta complementación – en enseñar a todos los hombres a armonizar todas las verdades, a elevar todas las relaciones y en conducir a cada alma individual de regreso a su Creador – la que constituye la característica esencial del Cristianismo como influencia educativa.

C. El Trabajo Educativo de la Iglesia

Sigue en importancia a la enseñanza personal de Cristo, el establecimiento de un cuerpo educacional cuya misión fue idéntica con la Suya: “Así como el Padre me ha enviado, así también lo envío yo” (Juan XX, 21); y “El que a vosotros oye, a mi me oye;” (Lucas X, 16). El no se contentaba con la proclamación de una ves por todas de las verdades del Evangelio, ni tampoco dejó su amplia diseminación al entusiasmo o iniciativa individual; Él fundó la Iglesia para continuar su trabajo. La difusión de Su doctrina fue confiada, no a libros ni a escuelas de filosofía, ni a gobiernos del mundo, sino a una organización que habló en Su nombre y con Su autoridad. Ningún cuerpo de profesores alguna vez asumió tan vasto trabajo, ni nunca otro alguna vez logró tanto en lo educacional en su más alto sentido. Aparte de los sermones de los Apóstoles, la forma más primitiva de la instrucción cristiana fue dada por los catecúmenos (q.v.) como preparación al bautismo. Su objetivo tenía dos caras: impartir el conocimiento de la verdad cristiana y entrenar al candidato en la práctica de la religión. Era conducido por el obispo y, a medida que el número de catecúmenos crecía, por sacerdotes, diáconos y otros clérigos. Hasta la tercera centuria este modo de instrucción era una parte importante del apostolado; pero en el quinto y sexto siglo fue gradualmente reemplazado por instrucción privada de conversos que eran los menos numerosos y también por el entrenamiento dado en otras escuelas a aquellos que habían sido bautizados en su infancia. Las escuelas catecúmenas, sin embargo, dieron expresión al espíritu que animaría toda la consecuente educación cristiana: estaban abiertas a todo el mundo que aceptaba la fe y unieron la instrucción religiosa con la disciplina moral. Las escuelas “catequistas”, también bajo la supervisión del obispo, preparaban a los jóvenes clérigos para el sacerdocio. Los cursos de estudios incluían filosofía y teología, y naturalmente asumieron un carácter apologista en defensa de la verdad Cristiana contra los ataques de las enseñanzas paganas. Una de las más antiguas de estas escuelas, fue en el Latero en Roma; la más famosa fue aquella de Alejandría (Ver. Doctrina Cristiana). Además de esta instrucción formal, la Iglesia desde el principio, mantuvo en su adoración y trabajo educativo, encarnando los principios psicológicos más profundos y sólidos. Al principio, el ritual era de simple necesidad; pero a medida que la Iglesia se fue dando más libertad y su adoración pasó de las catacumbas a la basílica, se introdujeron formas más augustas; aunque su propósito esencial seguía el mismo. La Misa la cual ha sido siempre la función litúrgica central, llega a la mente a través de los sentidos. Combina luz y color y sonidos}, la acción del sacerdote y el movimiento dramático que llena el santuario, especialmente en los servicios más solemnes. Bajo estas formas externas, yace el significado interno. El altar mismo, está lleno de simbolismo que trae vívidamente a la mente, la vida y personalidad de Cristo, su trabajo de redención, y el doloroso sacrificio de la Cruz. En su debida proporción, cada ítem de la liturgia conlleva una lección a través del ojo y el oído y a las facultades más altas del alma. Sentido, memoria, imaginación y el sentimiento entonces aparecen no solo como una actividad estética, sino como apoyo al intelecto y la voluntad sobre los cuales resulta la adoración y la acción de gracias por “el misterio de la fe”. Por otro lado, la liturgia siempre incluyó en su propósito la participación del creyente y, por lo tanto, prescribe respuestas del pueblo a las oraciones en el altar, el canto de ciertas porciones del servicio, posturas corporales y movimientos a mantener en las variadas fases del rito sagrado. Los fieles no son meros observadores o circunstantes; no están para mantener una actitud pasiva, o tener una actitud receptiva sino en cambio tener una activa expresión del pensamiento y sentimiento religioso que emerge en ellos. Esto es especialmente evidente en el sistema sacramental. Mientras que cada uno de los sacramentos es un signo para ser percibido, es también una fuente de gracia por recibir; y la redención involucra en cada caso una serie de acciones que manifiestan la fe y disposición de quien las recibe. Más aún, cada sacramento está adaptado a algunas necesidades particulares y todo el sistema de los sacramentos, desde el bautismo a la extrema unción, constituye la vida espiritual a través de procesos de limpieza, fortaleza, nutrición y sanidad que son paralelos a los estadios y requerimientos del crecimiento orgánico. En un sentido más amplio, también, el año litúrgico, en tanto conmemora los principales eventos en la vida de Cristo, trae a la adoración Cristiana una variedad que afecta hasta cierto punto, a ambos, los detalles de la liturgia misma y los sentimientos religiosos que ellos inspiran – desde el regocijo de la Navidad, hasta el Triunfo en la Pascua de Resurrección y Pentecostés. Para la debida observancia de los más grandes festivales, la Iglesia provee, como el Adviento y la Cuaresma, tiempo de preparación. La Antigua Ley con sus tipos anunciaba la Nueva; El Bautismo anuncia al Mesías; Cristo mismo preparó a sus discípulos de antemano para el misterio de la Eucaristía, para Su muerte y para la venida del Espíritu Santo. La Iglesia, siguiendo esta misma práctica, despierta en la mente de los fieles aquellos pensamientos y sentimientos que conforman una preparación imperceptible a los misterios centrales de la fe y su apropiada observancia en los momentos designados. Junto con estas grandes solemnidades vienen año tras año, las conmemoraciones de los héroes Cristianos, los hombres y mujeres que han seguido las huellas de Cristo, que trabajaron por la proclamación de Su reino, o incluso aquellos quienes han derramado su sangre por Él. Estos son mantenidos como modelos a imitar, como cumplimientos mas o menos perfectos del ideal sublime que es Cristo Mismo. Y, entre los santos el primer lugar es dado a María, la Madre de Cristo, el ideal de mujer Cristiana, en cuyo hogar en Nazaret el Hijo de Dios fue parte. Cada festival en su honor es al mismo tiempo una exhortación a imitar sus virtudes y una evidencia al alto pedestal al que la mujer fue levantada por el Cristianismo. La liturgia, entonces, es una aplicación a gran escala de aquellos principios que yacen en toda enseñanza real – apelación a los sentidos, asociación, conciencia, expresión e imitación. La Iglesia no comenzó teorizándolos, ni tampoco esperó un análisis psicológico para determinar sus valores. Instruida por su fundador, ella simplemente incorporó en su liturgia aquellos elementos que mejor se adherían para enseñar a los hombres la verdad y conducirlo a actuar de acuerdo al Evangelio. No es menos significativo que la educación moderna haya adoptado para sus propios propósitos, por ejemplo, la enseñanza de temas seculares, los principios psicológicos que la Iglesia desde sus inicios ha puesto en práctica.

Mientras la Iglesia en su vida interior y en la ejecución de su misión, ha dado pruebas de su vitalidad y su habilidad para enseñar a la humanidad, ella necesariamente ha tomado contacto con influencias y prácticas que son legado del paganismo. En materia de creencia religiosa, hubo, por su puesto, una clara brecha entre el politeísmo de Atenas y Roma y las doctrinas del Cristianismo. Sin embargo, la filosofía y la literatura fueron factores que deben sumarse como también el sistema educacional, el cual por mucho tiempo estuvo bajo control pagano. Las escuelas fueron abiertas por conversos quienes estaban empapados con las ideas de la filosofía griega – por Justino en Roma, y Arístides en Atenas; mientras en Alejandría, Clemente y Orígenes disfrutaban de gran reputación. Estos hombres veían la filosofía como un medio para guiar a la razón hacia la fe y para defender esa fe contra los ataques del paganismo. Otros, nuevamente, como Tertulio, condenaron la filosofía sin reserva como algo con lo cual el Cristiano no tenía nada que hacer. Con relación a los clásicos paganos, el conflicto de opinión era aún más agudo. Uno de los grandes teólogos y Padres, como San Basilio, San Gregorio Naziano y San Gregorio de Nisa, habían estudiado a los clásicos bajo peritos paganos y estaban por lo tanto a favor de enviar a los jóvenes Cristianos a escuelas no cristianas bajo el argumento que los estudios literarios podrían permitirles mejor defender su religión. Al mismo tiempo, estos Padres no permitían a un Cristiano enseñar en tales escuelas por miedo a que pudieran ser obligados a participar en prácticas idólatras. Tertulio (De Idolatría, c.x) insiste en la misma distinción, el profesor, dice, en razón de su autoridad, se torna en cierto sentido en un “catequista de demonios”; el pupilo empapado en la fe Cristiana, gana por la letra de la instrucción clásica, pero rechaza su falsa doctrina y se mantiene apartado de las prácticas supersticiosas que el maestro difícilmente puede evitar. Tal distinción era naturalmente la fuente de las dificultades y levantó mucha discusión. La situación no fue remediada por el edicto de Julián Apóstol que prohibía a los Cristianos enseñar; en cambio, éste provocó ciertas protestas y sugirió la creación de una literatura Cristiana basada en los modelos clásicos de estilo, pero no resultó nada decisivo. Por otro lado, el temor por la influencia corrupta de la literatura pagana tenía más y más alienados a los Cristianos de tales estudios; y no es sorprendente encontrar entre los oponentes a los clásicos hombres tales como San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, San Jerónimo y San Agustín. Aunque recibieron una completa educación clásica y aunque apreciaban completamente el valor de los autores paganos, si actitud final fue adversa al estudio de la literatura pagana. Aparte de muchos puntos controversiales sobre esta materia, fué claro que los Padres, en los tiempos cuando el medio de la Iglesia era aún pagano, estaban mucho más ansiosos por la pureza de la fe y la moral que por cultivar la literatura. En años posteriores, en tanto el peligro de contaminación crecía menos, los estudios clásicos fueron reavivados y alentados por la Iglesia; aunque su valor fue en más de una oportunidad cuestionado (ver Lalanne, Influencia de los Padres de la Iglesia sobre la Educación pública, Paris, 1850). Mientras tanto, el trabajo educativo no fue abandonado. Si el Imperio había dado paso a la invasión bárbara, la Iglesia encontró un nuevo campo de actividad dentro de las razas vigorosas del Norte. A estos, ella llevó no solo la Cristiandad y civilización, sino los mejores elementos de la cultura clásica. A través de sus misioneros, ella se convirtió en la maestra de Alemania y Francia, de Inglaterra e Irlanda. La tarea era difícil y su logro fue marcado por muchas vicisitudes de fracasos temporales y éxitos luego de arduo trabajo. Sin duda, en ciertos momentos, parecía que el deseo por aprender había desaparecido incluso entre aquellos para los cuales la adquisición de conocimiento era una obligación sagrada. A pesar de estas marchas atrás, éstas sólo sirvieron para estimular el calo de los gobernantes eclesiales y civiles en favor de una educación más completa y sistemática. Por lo tanto, el notorio rasgo de la Edad Media es la cooperación de la Iglesia y el Estado en el desarrollo de la escuelas. Teodorico en Italia, Alfredo en Inglaterra y Carlomagno en el Reino Franco son ejemplos ilustres de príncipes que unieron su autoridad con aquella de los obispos y consejeros para asegurar una adecuada instrucción del clero y el pueblo. Entre los hombres de Iglesia, es importante mencionar Crodegand de Metz, Alcuin, San Debe, Boecio y Casiodoto (ver algunos artículos). Como resultado de sus esfuerzos, la educación del clero fue dada en las escuelas catedráticas bajo la directa supervisión del obispo y para el laicado, las escuelas parroquiales a quienes todos tenían acceso. En el currículum, la religión tenía el primer lugar; otras materias eran solo algunas otras y elementales componiéndose a lo mas en el trivium y el quadrivium (Ver LAS SIETE ARTES LIBERALES). Aunque la significación de esta educación no estribaba tanto en su contenido como en el hecho que era el medio para levantar el amor por aprender entre el pueblo que había recientemente emergido de la barbarie y donde yacen los fundamentos de la cultura y ciencias Occidentales. Estos registros históricos de la educación no muestran mayor preocupación; puesto que la tarea no era mejorar o perfeccionarse sino de crear una civilización moderna que sin la acción vigorosa de la Iglesia, ésta habría tomado siglos. (Ver ESCUELAS; EDAD MEDIA) Uno de los factores más importantes en este progreso fue el monastismo. Los monasterios benedictinos eran especialmente hogares de estudio y depositarios del aprendizaje antiguo. No sólo escritores simpatizantes como Montalambert, sino aquellos que eran mas críticos, asumiendo el servicio que los monjes rindieron a la educación.

En aquellos inquietantes años de cultura ruda y constantes guerras, de perpetua falta de leyes y el reino del tal vez, el monastismo ofreció una oportunidad de vida en reposo, de contemplación y aquella de goce y descanso de la vulgaridad ordinaria aunque los deberes necesarios de la vida esencial a los estudiantes...Por consiguiente, ocurrió que los monasterios eran las únicas escuelas para enseñar; eran las únicas que ofrecían formación profesional; Eran las únicas universidades de investigación, ellas solas sirvieron de casa de publicación con el fin de multiplicar los libros; eran las nucas bibliotecas para la preservación del aprendizaje, fueron los únicos que produjeron maestros; eran las únicas instituciones educacionales de este período (Paul Monroe, Un libro de Texto en la Historia de la Educación, Nueva York, 1907, p. 255)

Además de sus estudios obligados, los monjes estaban constantemente ocupados en copiar textos clásicos.

Los clásicos griegos deben su preservación a la Biblioteca de Constantinopla y a los monasterios del Este, y es principalmente a los monasterios occidentales a quienes debemos la supervivencia de los clásicos Latinos (Sandys, Una Historia de la Beca Clásica, 2da educación, Cambridge, 1906, p.617).

El trabajo específico de educar era llevado a cabo en escuelas monacales y tenían principalmente la intención de formar novicios. Sin embargo, en algunos casos, una schola exterior, o escuela foránea se sumaba para alumnos laicos y para aspirantes al sacerdocio secular. Los estudios incluían, aparte de las 7 artes liberales, la lectura de autores en latín y música eclesial. Finalmente, a través de sus anales y crónicas, los monjes tenían una rica colección de información relativa a la vida medieval que es de un valor incalculable para los historiadores de esa época. Sin embargo, la Mayor de las escuelas monásticas se encuentra en el hecho que éstas estaban dirigidas por un cuerpo de profesores que habían renunciado al mundo y dedicaban su vida bajo la guía de la religión con fines literarios y trabajo en educación. La misma Cristiandad que había santificado la familia ahora ponía la profesión de educador como algo sagrado y le dio una dignidad que hizo de la pedagogía una vocación noble.

Otros dos movimientos formaron el clímax de la actividad de la Iglesia durante la Edad Media. El desarrollo de la Escolástica, que significó una resurrección de la filosofía Griega y, en particular de Aristóteles; y también significó que la filosofía estaría ahora al servicio por la causa de la verdad Cristiana. Hombres de fe y aprendizaje como Alberto Magno y Tomás de Aquino, lejos de temerle o despreciar los productos de pensamiento griego, buscaron hacer en ellos las bases racionales de la creencia. Por lo tanto, se hizo efectiva una síntesis entre las superiores especulaciones del mundo pagano y las enseñanzas teológicas. Más aún, la Escolástica fue un avance distinguido en la trabajo educativo. Era un entrenamiento intelectual sobre el método, un pensamiento sistemático, un razonamiento lógico severo y una precisión en los juicios. Aunque, tomado como un todo suministró una gran lección objetiva, la sustancia de lo que era, para el más fino intelecto, los hallazgos de la razón y las verdades de la Revelación podían armonizar.

Habiendo usado la sutileza del pensamiento griego para afilar la mente del estudiante, la Iglesia por consiguiente le presentó sus dogmas sin el menor temor a la contradicción. Ella, por lo tanto unificó de un modo consistente en un todo aquello mejor de la ciencia y cultura pagana con la doctrina confiada a ella por Cristo. Si la educación es correctamente definida como “la transmisión de nuestra herencia intelectual y espiritual” (Butler), ésta definición queda ampliamente ejemplificada en el trabajo de la Iglesia durante la Edad Media.

El mismo espíritu sintético fue asumido en las universidades (q.v.). Cimentada en ellas, los Papas y los gobernantes seculares cooperaron; en las universidades, enseñando todas las entonces conocidas ramas de la ciencia; el cuerpo estudiantil incluía todas las clases, laicos y clérigos, seculares y religiosos; y el diplomado conferido confería autorización para enseñar en cualquier parte. La Universidad, estaba, por lo tanto, dentro de la esfera educacional, la expresión más completa que ha caracterizado por siempre la enseñanza de la Iglesia; y el espíritu crítico que animaba la universidad medieval se mantuvo, a pesar de otras modificaciones, como el elemento esencial de la universidad de los tiempos modernos. Los cambios que desde entonces se han llevado a cabo, en la mayor parte son resultado de la separación de aquellos elementos que la Iglesia ha construido dentro de una unidad armónica. Como el Protestantismo al rechazar el principio de autoridad, trajo consigo innumerables divisiones en la fe, dejando así el camino preparado para la ruptura entre la Iglesia y el Estado en el trabajo educativo. El Renacimiento en sus formas más extremas fue, más que nada, cultura pagana; y la Reforma en su principio fundamental fue más allá del individualismo que llevó a la declinación de la educación Griega. Una vez que las escuelas fueron secularizadas, rápidamente cayeron bajo influencias que transformaban las ideas, los sistemas y métodos. La filosofía, separada de la Teología formulaba nuevas teorías de vida y sus valores, que fueron, al principio, lentamente y luego más rápidamente alejándose de las enseñanzas positivas del Cristianismo. La ciencia, por su lado, quitó su lealtad a la filosofía y finalmente se auto proclamó la única especie de conocimiento valioso de ser buscado. El resultado práctico más serio fue la separación de la moral y la religión de la simplemente educación intelectual – un resultado que, en parte, se debió a diferencias religiosas y cambios políticos, pero también en gran medida a visiones erradas con relación a la naturaleza y necesidad de una formación moral. Tales visiones son, otra vez, en general derivadas de la negación, explícita o implícita, del orden sobrenatural y su significado para la vida humana y sus relaciones con Dios; de manera que aquello, durante tres décadas el principal esfuerzo fuera de la Iglesia Católica ha sido establecer la educación sobre una base puramente naturalista, ya sea que esta sea de cultura estética o conocimiento científico, la perfección individual o el servicio social. En sus etapas más tempranas, el Protestantismo, que daba una gran importancia a la fe, no pudo consistentemente sancionar una educación donde los ideales religiosos fueran eliminados. Pero, de acuerdo a sus principios que emanaron de sus legítimas consecuencias, se tornó menos y menos capaz de oponerse al movimiento naturalista. Por lo tanto, la Iglesia Católica se vio obligada a continuar, con poca o sin ayuda de otros cuerpos religiosos, la lucha en pro de aquellas verdades sobre las cuales se fundó el Cristianismo; y su trabajo educacional durante el período moderno puede ser descrito en términos generales como el determinado mantenimiento de la unión entre lo natural y lo sobrenatural. Desde un punto de vista humano, la iglesia tenia muchas desventajas. La pérdida de las universidades, la confiscación de monasterios y otras propiedades eclesiales, y la oposición de varios gobiernos parecían hacer sus tareas sin destino. Sin embargo, estas dificultades sólo sirvieron para llamar por nuevas manifestaciones de su vitalidad. El Concilio de Trento dio el impulso al decretarse que una educación más completa del clérigo debía asegurarse en los seminarios (q.v.) e instando a los obispos y sacerdotes el deber de construir las escuelas parroquiales. Similares medidas fueron adoptadas por símbolos provinciales y diocesanos a través de Europa. Aparecieron las ordenes religiosas para el expreso propósito de educar a la juventud Católica. (Ver especialmente EL INSTITUTO DE LOS HERMANOS DE LAS ESCUELAS CRISTIANAS; SOCIEDAD DE JESUS; ORATORIOS). Y a éstos, finalmente podemos añadir las numerosas congregaciones de mujeres que dedicaron su vida a la formación de niñas cristianas. Sin embargo, éstas instituciones distintas en su organización y método, tenían como propósito común la difusión de verdades religiosas junto a conocimiento secular en todas las clases. De este modo, surgieron por la fuerza de las circunstancias, un sistema de educación Católica distintivo, incluyendo escuelas parroquiales, academias y colegios y cierto número de universidades que permanecieron bajo el control de la Iglesia donde se encuentra un nuevo modo por la Santa Sede. Especialmente la escuela parroquial, en tiempos recientes, ha sido un factor esencial en el trabajo de la religión. En algunos países como Canadá, han recibido apoyo del Gobierno, en otros, como en los EEUU, se mantienen por contribución voluntaria. Como los Católicos tienen que pagar parte de sus impuestos al sistema escolar público, se encuentran bajo un doble peso; pero este gravamen ha servido sólo para destacar su lealtad práctica a los principios sobre los cuales se basa la educación católica. De hecho, todo el movimiento de escuela parroquial durante el siglo 19 configuró uno de los capítulos más notables de la historia de la educación. Prueba, por un lado, que ni la pérdida de cooperación estatal ni la falta de recursos materiales pueden debilitar la determinación de la Iglesia para llevar a cabo su trabajo educacional; y, por otro lado, muestra lo que la fe y la devoción de los padres, clérigos y profesores puede lograr cuando se trata de los intereses de la religión. (Ver ESCUELAS). Como esta actitud y acción de los Católicos los pone en una posición que no siempre es bien comprendida, es útil presentar aquí algunas declaraciones sobre los principios bajo los cuales la Iglesia ha basado su acción en el pasado y hacia los cuales se adhiere en el presente cuando los problemas de educación son el tema de tantas discusiones y la causa de agitación en varias direcciones. La posición Católica puede ser presentada como sigue:

La educación intelectual no debe estar separada de la educación moral y religiosa. Impartir conocimiento o desarrollar la eficiencia mental sin la construcción del carácter moral, no solo es contrario a la ley psicológica, la cual requiere que todas las facultades deben ser formadas, sino que es fatal tanto para el individuo como para la sociedad. Ninguna cantidad de asistencia intelectual o cultura puede sustituir a la virtud; por el contrario, mientras más completa sea la educación intelectual, mayor es la necesidad de su correspondiente formación moral.

La Religión debe ser una parte esencial de la educación; no debe ser meramente un apéndice a la instrucción de otras materias, sino el centro sobre el cual ésta se agrupa y el espíritu por el cual se permean. El estudio de la naturaleza sin ninguna referencia a Dios, o del ideal humano sin mencionar a Jesucristo, o la legislación humana, sin la ley Divina es a lo más, una educación parcial, de un solo aspecto. El hecho que las verdades religiosas no encuentran lugar en el currículo es, por sí mismo, y lejos de cualquier abierta negación que esa verdad, suficiente para envolver la mente del pupilo de tal forma y en tal extensión que sentirá poca preocupación en sus días escolares o después de éstos, por la religión en ninguna de sus formas;

Una instrucción propiamente moral es imposible aparte de una educación religiosa. Al niño se lo puede conducir hacia ciertos hábitos deseables, tales como la pulcritud, la cortesía y puntualidad; se lo puede empapar con espíritu de honor, trabajo y veracidad – y ninguno de estos debe ser dejado de lado; pero, si estos deberes hacia sí mismo y al prójimo son sagrados, el deber hacia Dios es inconmensurablemente más sagrado. Cuando es desempeñado con fe, incluye y se alza hacia un plano más alto de cumplimiento más que ninguna otra obligación. Más aún, la formación religiosa proporciona los mejores motivos de conducción y los ideales más nobles de imitación, al tiempo que establece ante la mente una adecuada confirmación sobre la justicia y santidad de Dios. Debe hacerse notar que, la educación religiosa es más que instrucción sobre dogmas de fe o los preceptos de la ley Divina; esencialmente se trata de la formación en el ejercicio de la religión, tal como la oración, asistencia a la adoración Divina y recepción de los sacramentos. A través de estos medios, la conciencia se purifica, la voluntad para hacer el bien se fortalece y la mente se fortalece para resistir aquellas tentaciones que, especialmente durante la adolescencia, amenazan con graves peligros la vida moral.

Una educación que une los elementos intelectual, moral y religioso, es la mejor salvaguarda al hogar puesto que coloca sobre bases seguras las varias relaciones que implican a la familia. También asegura el desempeño de los deberes sociales al inculcar el espíritu de auto sacrificio, de obediencia a la ley y amor cristiano por los demás. La preparación más efectiva para la ciudadanía es la escuela en la virtud, la cual habitúa a un hombre a tomar decisiones, a actuar y a ponerse a una fuerza o ir más allá de ella, no con una visión de ganancia personal ni simple deferencia hacia la opinión pública sino de acuerdo con los estándares de lo que es correcto que están fijos por la ley de Dios. El bienestar del Estado, por lo tanto, demanda que el niño sea enseñado en la práctica de la virtud y la religión no menos que en el logro de conocimientos.

Lejos de aminorar la necesidad de una formación moral y religiosa, el avance en los métodos educacionales en cambio enfatizan esa necesidad. Muchas de las así llamadas, mejoras en la enseñanza, tienen importancia momentánea y algunas, son variantes de las leyes de la mente. Sobre su valor relativo, la Iglesia no se pronuncia, ni tampoco de compromete a sí misma con ningún método particular mientras asegure los rasgos esenciales de la educación cristiana, la Iglesia da su bienvenida a cualquier ciencia que contribuya a realizar el trabajo en las escuelas, en forma más eficiente.

Los padres católicos se obligan de conciencia a entregar la educación correcta a su hijos, ya sea en el hogar o en las escuelas. Así como la vida corporal del niño debe ser cuidada, así también y, con mayores razones, deben ser desarrolladas sus facultades mentales y morales. Por lo tanto, los padres, no pueden tomar una actitud de indiferencia hacia este deber esencial ni transferírselo a otros. Son ellos los responsables por aquellas primeras impresiones que el niño recibe pasivamente antes que ejercite ninguna selección conciencia de imitación; y en la medida que los poderes intelectuales se desarrollan, el ejemplo de los padres es una lección que se hunde más profundamente en la mente del niño. También están obligados a instruir al niño de acuerdo a sus capacidades, en las verdades de la religión y en la práctica de sus debes religiosos, por lo tanto cooperando con el trabajo de la Iglesia y la escuela. Las virtudes, especialmente de la obediencia, el auto control, y la pureza no pueden ser mejor inculcadas como en el hogar; y sin tal formación moral por los padres, la tarea de formar hombres y mujeres rectos y ciudadanos valiosos es difícil, si no imposible.

Que la necesidad de una educación moral y religiosa ha impresionado las mentes de no católicos también es evidente por el movimiento inaugurado en 1903 por la Asociación de Educación Religiosa en los EEUU, la cual de reúne anualmente y publica sus actividades en Chicago. Una investigación internacional sobre el problema de la formación moral comenzó en Londres en 1906 y su reporte fue editado por el Profesor Sadler bajo el título “Instrucción Moral y Entrenamiento en las Escuelas” (Londres, 1908).

Sobre los derechos respectivos y deberes de la Iglesia y la autoridad civil, ver ESCUELAS; ESTADOS. GENERAL: MONROE, Bibl. of Education (New York, 1897); HALL AND MANSFIELD, Bibl. of Educaion (Boston, 1893); CUBERLEY, Syllabus of Lectures on the Hist. of Ed. (New York, 1902). CATHOLIC WRITERS: STÖCKL, Gesch, d. Padagogik (Mainz, 1876); DRIEG, Lehrb, d. Pagagogik (Paderborn, 1900); DRANE, Christian Schools and Scholars, 2d ed, (London, 1881); KUNZ, ed., Bibliothek d. katholischem Pagagogik, a series of monographs, biographical and expository (Frieburg, 1888-); NEWMAN, The Idea of a University (London, 1873); BROTHER AZARIAS, Essays Educational (New York, 1896); WILLMAN, Didaktik als Bildungstehre, 2d ed. (Brunswick, 1894); SPALDING, Education and the Higher Life (Chicago, 1890); IDEM, Means and End of Education (Chicago, 1895); IDEM, Religion, Agnosticism and Edcuation (Chicago, 1902); DUPANLOUP, De l'éducation (Paris, 1850); IDEM, De la haute education intellectuelle (Paris, 1855-57); GAUME, Du Catholicisme dans l'éducation (Paris, 1835); IDEM, Lettres sur le paganisme dans l'éducation (Paris, 1852); KLEUTGEN, Ueber, die alten und neuen Schulen (Munster, 1869). NON-CATHOLIC WRITERS; K.A. SCHMID, Gesch. d. Erziehung (Stuggart, 1884-96); K. SCHMIDT, Gesch. d. Padagogik (Kothen, 1891); MONROE, Source Book of the Hist. of Ed. (New York, 1891); LAURIE, Historical Survey of Pre-Christian Ed. (New York, 1900); HARRIS, ed. International Educational Series (New York, 1857-); ROSENKRANZ, tr. BRACKETT, The Philosophy of Education (New York, 1905); BUTLER, The Meaning of Education (New York, 1905); SPENCER, Education (New York, 1895); BAIN, Education as a Science (New York, 1883); HORNE, The Philosophy of Education (New York, 1904).

E.A. PACE Transcrito por Beth Ste-Marie Traducción de Carolina Eyzaguirre A.