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Sábado, 21 de diciembre de 2024

Misterio

De Enciclopedia Católica

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Etimología y definición

(Griego, mysterion, de myein, "encerrar, restringir", "cerrar".)

Este término significa en general lo que es imposible de conocer, o el conocimiento valioso que es guardado en secreto. En la antigüedad pagana la palabra misterio se usaba para designar ciertas doctrinas esotéricas, tales como el pitagorismo, o ciertas ceremonias que se realizaban en privado o cuyo significado era conocido sólo para los iniciados, por ejemplo, los ritos eleusianos, el culto fálico. En el lenguaje de los primeros cristianos los misterios eran aquellas enseñanzas religiosas que eran cuidadosamente resguardadas del conocimiento de los profanos (vea disciplna del secreto).

Noción de misterio en la Escritura y en la teología

Las versiones del Antiguo Testamento usan la palabra mysterion como un equivalente para el hebreo sôd, “secreto” (Prov. 20,19; Jdt. 2,2; Eclo. 22,22; 2 Mc. 13,21). En el Nuevo Testamento la palabra misterio se aplica por lo general a la sublime revelación del Evangelio (Mt. 13,11; Col. 2,2; 1 Tim. 3,9; 1 Cor. 15,51), y a la Encarnación y vida del Salvador y su manifestación por la predicación de los Apóstoles (Rom. 16,25; Ef. 3,4; 6,19; Col. 1,26; 4,3).

Conforme al uso de los escritores inspirados del Nuevo Testamento, los teólogos le dan el nombre misterio a las verdades reveladas que sobrepasan los poderes de la razón natural. Misterio, por lo tanto, en su sentido teológico estricto, no es sinónimo de lo incomprensible, puesto que todo lo que sabemos es incomprensible, es decir, no es adecuadamente comprensible en cuanto a su ser interior; ni con lo incognoscible, puesto que muchas cosas meramente naturales son accidentalmente incognoscibles, debido a su inaccesibilidad, por ejemplo, cosas futuras, remotas o escondidas. En su sentido estricto un misterio es una verdad sobrenatural, una que por su misma naturaleza está por encima de la inteligencia finita.

Los teólogos distinguen dos clases de misterios sobrenaturales: el absoluto o teológico y el relativo. Un misterio absoluto es una verdad cuya existencia o posibilidad no pudo ser descubierta por una criatura, y cuya esencia (ser substancial interno) puede ser expresado por la mente finita sólo en términos de analogía, por ejemplo, la Trinidad. Un misterio relativo es una verdad cuya naturaleza íntima por sí sola (por ejemplo, muchos de los atributos divinos), o cuya existencia sola (por ejemplo, los preceptos ceremoniales positivos de la Antigua Ley), excede el poder de conocimiento natural de la criatura.

Doctrina católica

La existencia de los misterios teológicos es una doctrina de la fe católica definida por el Concilio Vaticano I, el cual declara: “Si alguien dice que en la revelación divina no están contenidos ningunos misterios propiamente dichos (vera et proprie dicta mysteria), sino que son desarrollados a través de la razón natural (per rationem rite excultam), que todos los dogmas de la fe pueden ser entendidos y demostrados a partir de principios naturales; sea anatema” (Ses. III, Can. 4. De fide et Ratione, 1).

Esta enseñanza está claramente explicada en la Escritura. El texto de prueba principal, que fue citado en parte por el Concilio Vaticano, es 1 Cor. 2. Pasajes más cortos son especialmente Ef. 3,4-9; Col. 1,26-27; Mt. 11,25-27; Jn. 1,17-18. Estos textos hablan de un misterio de Dios, que sólo la sabiduría infinita puede entender, a saber, los designios de la Divina Providencia y la vida interior de la Divinidad (vea también Sab. 9,16-17;. Rom. 11,33-36).

La Tradición abunda en testimonios que apoyan esta enseñanza. En el Breve "Gravissimas Inter" ( Denzinger, "Enchiridion", ed. Bannwart, nn. 1666-1674), Pío IX defiende la doctrina de misterio sobrenatural con muchas citas de las obras de los Padres. Numerosos otros textos patrísticos que atañen sobre el mismo asunto son citados y explicados en la “Die Theologie der Vorzeit” de Kleutgen (II, 75 ss.; V, 220 ss.); y en la "Neue Untersuchungen über das Dogma von der Gnade" (Maguncia, 1867), 466 ss. De Schäzler. La doble excelencia de la revelación cristiana ofrece muchos argumentos teológicos para la existencia de los misterios sobrenaturales (cf. Scheeben, “Dogmatik”, I, 24).

Razón y misterio sobrenatural

Errores

Los racionalistas y los semi-racionalistas niegan la existencia de los misterios sobrenaturales. Los racionalistas objetan que los misterios degradan la razón. Su argumento favorito se basa en el principio de que no existe medio entre lo razonable y lo irrazonable, a partir de lo cual concluyen que el misterioso se opone a la razón (Bayle, Pfleiderer). Esta argumentación es falaz, ya que confunde lo incomprensible con lo inconcebible, la superioridad de la razón con la contradicción. La mente de una criatura no puede, en efecto, captar la naturaleza íntima de la verdad misteriosa, pero puede expresar esa verdad por analogías; no puede entender completamente la coherencia y la concordancia de todo lo que está contenido en un misterio de fe, pero puede refutar exitosamente las objeciones que harían que un misterio consistiera de elementos mutuamente repugnantes.

Los racionalistas objetan además que la revelación de los misterios sería inútil, puesto que la naturaleza de la razón es aceptar sólo lo evidente (Toland), y puesto que el conocimiento de lo incomprensible no puede tener influencia en la vida moral de la humanidad ( Kant). Para responder a la primera objeción sólo tenemos que recordar que existe una doble evidencia: la evidencia interna de una cosa en sí misma, y la evidencia externa de la autoridad confiable. Los misterios de la revelación, como los hechos de la historia, son apoyados por evidencia externa, y por lo tanto son evidentemente creíbles. La segunda dificultad se basa en una suposición falsa. La vida religiosa de los cristianos tiene sus raíces en su fe en lo sobrenatural, que es una anticipación de la visión beatífica (Santo Tomás, "Comp. Theol. Ad fratrem Reg.,” Cap. II), un profundo acto de homenaje religioso (Contra. Gent., I, VI), y la medida mediante la cual juzga al mundo y los caminos de Dios. La historia de la civilización es testigo de la influencia beneficiosa que la fe cristiana ha ejercido sobre la vida general de la humanidad (cf. Gutberlet, "Apologetik", II, 2 ed., Munster, 1895, 23).

Algunos racionalistas, confiando en similitudes rebuscadas, pretenden que los misterios cristianos fueron tomados de los sistemas religiosos y filosóficos del paganismo. Un estudio del origen del cristianismo es suficiente para mostrar lo absurdo de tal explicación. El semi-racionalismo explica los misterios ya como verdades puramente naturales expresadas en lenguaje simbólico (Schelling, Baader, Sabatier), o como problemas solubles de filosofía (Gunther, Frohschammer). Los errores de Gunther fueron condenados en una carta pontificia al arzobispo de Colonia en 1857, y en otra al obispo de Breslau en 1860 (Denzinger, "Enchiridion", ed Bannwart, nn. 1655-1658..); los de Frohschammer, en el Breve "Gravissimas Inter", 11 de diciembre de 1862.

Relaciones de la verdad natural y sobrenatural

(a) Superioridad de lo sobrenatural

Los misterios contenidos en la revelación sobrenatural no son simplemente verdades desconectadas que se extienden más allá del reino de las cosas naturales, sino un mundo superior, celestial, un cosmos místico cuyas partes están unidas en una unión de vida. (Scheeben, "Dogmatik", I, 25.) Incluso en las partes de este vasto sistema que se nos han revelado hay una maravillosa armonía. En su gran obra "Die Mysterien des Christenthums", Scheeben ha tratado de mostrar la conexión lógica en el orden sobrenatural, mediante la consideración de su misterio supremo, la comunicación interna de la vida divina en la Trinidad, como el modelo e ideal de la comunicación externa a la criatura de la vida divina de la gracia y la gloria. El conocimiento de lo sobrenatural es más excelente que ninguna sabiduría humana, porque, aunque incompleto, tiene un objeto más noble, y a través de su dependencia de la infalible palabra de Dios posee un mayor grado de certeza. La oscuridad que rodea a los misterios de la fe resulta de la debilidad del intelecto humano, que, como el ojo que mira fijamente al sol, es cegado por la plenitud de la luz.

(b) Armonía de la verdad natural y sobrenatural

Puesto que toda verdad proviene de Dios, no puede haber una verdadera guerra entre la razón y la revelación. Los misterios sobrenaturales como tales no se pueden demostrar por la razón, pero el apologista cristiano siempre puede demostrar que los argumentos en contra de su posibilidad no son concluyentes (Santo Tomás", Supl. Boeth. De Trinitate" II P., a. 3). La naturaleza de Dios, que es infinito y eterno, debe ser incomprensible para una inteligencia que no es capaz de un conocimiento perfecto (cf. Zigliara, "Propaedeutica", I, IX). La impotencia de la ciencia para resolver los misterios de la naturaleza, un hecho que los racionalistas admiten, muestra cuan limitados son los recursos de la inteligencia humana (cf. Daumer, "Das Reich des Wundersamen y Geheimnissvollen", Ratisbona, 1872). Por otra parte, la razón es capaz no sólo de reconocer en qué consiste el misterio especial de una verdad sobrenatural, sino también de disipar en cierta medida la oscuridad por medio de analogías naturales y mostrar lo adecuado del misterio por razones de congruencia (Concilio de Colonia, 1860). Los Padres y los teólogos escolásticos hicieron esto con gran éxito. Un ejemplo famoso es el argumento de Santo Tomás ex convenientia para las procesiones divinas en la Trinidad (Summa Theol., I, QQ. XXVII-XXXI). (Vea fe, razón, revelación).


Bibliografía: ZIGLIARA, Prop deutica in S. Theologiam (Roma, 1890), 45 ss., 113 ss.; SCHEEBEN, Die Mysterien des Christenthums (Friburgo, 1898); BOSSUET, Elévations à Dieu sur tous les mystères de la religion chrétienne (París, 1711); OTTINGER, Theologia fundamentalis, I (Friburgo, 1897), 66 ss.; NEWMAN, Critic. Essays, I (Londres, 1888), 41.

Fuente: McHugh, John. "Mystery." The Catholic Encyclopedia. Vol. 10. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/10662a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina. rc