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Miércoles, 30 de octubre de 2024

Papa Pío VII

De Enciclopedia Católica

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Papa Pío VII (BARNABA CHIARAMONTI) nació en Cesena, en los Estados Pontificios el 14 de agosto de 1742; fue electo en Venecia el 14 de marzo de 1800; murió el 20 de agosto de 1823. Su padre fue el Conde Scipione Chiaramonti, y su madre, de la noble casa de Ghini, fue una dama de una rara piedad, quien en 1763 entró al convento de las carmelitas en Fano. Aquí ella predijo en presencia de su hijo, según relató más tarde el propio Pío VII, su elevación al papado y sus prolongados sufrimientos.

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Barnaba recibió su educación primaria en el colegio para nobles en Rávena. A la edad de dieciséis años entró al monasterio benedictino de Santa María del Monte, cerca de Cesena, donde fue llamado hermano Gregorio. Luego de completar sus estudios en filosofía y teología, fue nombrado profesor en las universidades de su Orden en Parma y en Roma.

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Enseñaba en el monasterio de San Calixto (Roma) en el momento de la accesión de Pío VI quien era amigo de la familia Chiaramonti, y quien luego nombró a Barnaba como abad de su monasterio. El nombramiento no contó con la aprobación universal de los internos, y pronto se presentaron ante la autoridad papal contra el nuevo abad. Sin embargo, la investigación probó que los cargos eran infundados, y Pio VI pronto lo elevó a a más dignidades. Luego de habérsele otorgado sucesivamente los obispados de Tívoli e Imola, fue creado cardenal el 14 de febrero de 1785.
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Cuando en 1797 los franceses invadieron el norte de Italia, Chiaramonti, como obispo de Imola les impartió a sus fieles la sabia y práctica instrucción de que se abstuvieran de una resistencia inútil frente a las fuerzas abrumadoras y amenazantes del enemigo. El pueblo de Lugo se negó a someterse a los invasores y fue entregado a un pillaje que solo finalizó cuando el prelado, quien había aconsejado la sujeción, se arrodilló suplicante ante el general Augereau. Que Chiaramonti podía adaptarse a nuevas situaciones se desprende claramente de una homilía que pronunció en la Navidad de 1797, en la cual aboga por la sumisión a la República Cisalpina, pues no hay oposición entre una forma democrática de gobierno y la constitución de la Iglesia Católica. A pesar de esta actitud, fue repetidamente acusado de procedimientos de traición a la república, pero siempre tuvo éxito en reivindicar su conducta.

Según una ordenanza emitida por Pío VI (13 nov. 1798), la ciudad que en el momento de su muerte tuviese el mayor número de cardenales, sería el escenario de la elección siguiente. De conformidad con estas instrucciones y luego de su muerte (29 agosto 1799), los cardenales se reunieron en cónclave en el monasterio benedictino de San Giorgio en Venecia. El lugar fue del agrado del emperador, quien sufragó los gastos de la elección. Treinta y cuatro cardenales asistieron a la apertura del evento el 30 de noviembre de 1799; a ellos se unió unos días más tarde el cardenal Herzan, quien actuó simultáneamente como comisionado imperial. No pasó mucho tiempo antes que la elección del cardenal Bellisomi pareciese asegurada; sin embargo, fue inaceptable para el partido austríaco que favorecía al cardenal Mattei. Como ninguno de los candidatos pudo asegurar un número suficiente de votos, se propuso un tercer nombre, el del cardenal Gerdil, pero su elección fue vetada por Austria.

Al final, luego de que el cónclave había durado tres meses, algunos de los cardenales neutrales, incluido Maury, sugirieron a Chiaramonti como un candidato adecuado, el cual fue electo con el discreto apoyo de Ercole Consalvi, secretario del cónclave. El nuevo Papa fue coronado como Pío VII el 21 de marzo de 1800 en Venecia. Luego salió de esa ciudad en un velero austriaco hacia Roma, donde hizo su entrada solemne el 3 de julio, en medio del gozo universal de la población. De suma importancia para su reinado fue la elevación (11 agosto 1800) de Ercole Consalvi, uno de los más grandes estadistas del siglo XIX, al colegio de cardenales y al cargo de secretario de estado. Consalvi retuvo hasta el final la confianza del papa, aunque el conflicto con Napoleón I le forzó a mantenerse fuera del cargo durante varios años.

Por ningún país estuvo Pío VII más preocupado durante su reinado que por Francia, donde la Revolución había destruido el antiguo orden en religión no menos que en política. Bonaparte, como primer cónsul, manifestó su disposición a entablar negociaciones tendientes a la solución de la cuestión religiosa. Estos avances llevaron a la conclusión del histórico Concordato de 1801, el que por más de cien años gobernó las relaciones entre la Iglesia de Francia y Roma (sobre este acuerdo, el viaje de Pío VII a París para la coronación imperial, su cautiverio y restauración, vea CONCORDATO DE 1801, CONSALVI y NAPOLEON I). Después de la caída de Napoleón, se negoció un nuevo concordato entre Pío VII y Luis XVIII. El mismo proveyó para un número adicional de obispados franceses y abrogó los Artículos Orgánicos. No obstante, la oposición liberal y galicana fue tan fuerte que nunca se pudo llevar a cabo. Uno de sus objetivos se realizó luego cuando en 1822 la Bula de circunscripción “Paternae Caritatis” erigió treinta nuevas sedes episcopales.

Con la Paz de Lunéville en 1801, algunos príncipes alemanes perdieron sus derechos y dominios hereditarios debido a la cesión a Francia de la franja izquierda del Rin. Cuando se supo que contemplaban compensar su pérdida mediante la secularización de tierras eclesiásticas, Pío VII instruyó a Dalberg, elector de Maguncia (2 oct. 1802), a que utilizara toda su influencia para la protección de los derechos de la Iglesia. Dalberg, sin embargo, demostró más ardor por su propio avance que celo en la defensa de los intereses religiosos, y en 1803 la diputación imperial de Ratisbona permitió la confiscación de las propiedades eclesiásticas. Esta situación resultó en una enorme pérdida para la Iglesia, pero el Papa no pudo resistir su ejecución.

La reorganización eclesiástica de Alemania ahora se convirtió en una necesidad urgente. Baviera pronto inició negociaciones con miras a un concordato y poco después fue seguida por Würtemburg. Pero Roma prefería tratar más bien con el gobierno imperial central que con estados individuales, y luego de la supresión del Sacro Imperio Romano en 1806, el objetivo de Napoleón era obtener un concordato uniforme para toda la confederación del Rin. Eventos subsecuentes impidieron cualquier acuerdo antes de la caída de Napoleón. En el Congreso de Viena (1814-1815) Consalvi abogó en vano por la restauración de la antigua organización eclesiástica. Poco después de este acontecimiento, los distintos Estados alemanes entablaron negociaciones por separado con Roma y el primer concordato se concluyó con Baviera en 1817. En 1821 Pío VII promulgó en la bula “De salute animarum” el acuerdo concluido con Prusia; y el mismo año otra bula “Provida Solersque”, hizo una redistribución de las diócesis en la provincia eclesiástica del Alto Rin.

Asimismo en Inglaterra se contempló un acuerdo con Roma, basado en concesiones mutuas respecto a los asuntos eclesiásticos irlandeses, notablemente las nominaciones episcopales (el veto). La administración papal favorecía el proyecto de buena gana al ver que la resistencia común a Napoleón había acercado más a la Santa Sede y al gobierno británico, y que todavía necesitaba la ayuda del poderío y la diplomacia ingleses. Pero la oposición irlandesa al plan fue tan decidida que no se pudo hacer nada, y el clero irlandés permaneció libre de todo control estatal. Libertad similar prevaleció en la creciente iglesia de Estados Unidos, país en el cual Pío VII erigió en 1808 las diócesis de Boston, Nueva York, Filadelfia y Bardstown, con Baltimore como la sede metropolitana. A estas diócesis se agregaron las de Charleston y Richmond en 1820, y la de Cincinnati en 1821.

Uno de los éxitos más notables del pontificado de Pío VII fue la restauración de los Estados Pontificios, asegurada en el Congreso de Viena por el representante papal, Consalvi. Solamente una pequeña franja de tierra quedó en poder de Austria, y esta usurpación fue objeto de protestas. En la administración temporal de estos estados se conservaron juiciosamente algunas de las características que contribuían a la uniformidad y eficiencia introducidas por los franceses, se abolieron los derecho feudales de la nobleza y se suprimieron los antiguos privilegios de los municipios. Se desarrolló considerable oposición contra estas medidas, y los carbonarios incluso amenazaron con rebelarse; pero Consalvi hizo que sus líderes fueran procesados y el 13 de septiembre de 1821 Pío VII condenó sus principios.

De una naturaleza más seria fue la revolución que estalló en España en 1820, y la cual, debido a su carácter anticlerical, fue motivo de gran preocupación para el papado. Restringió la autoridad de los tribunales eclesiásticos (26 sept. 1820); decretó (23 octubre) la supresión de un gran número de monasterios y prohibió (14 abril 1821) el envío de contribuciones económicas a Roma. También aseguró el nombramiento del canónigo Villanueva, un defensor público de la abolición del papado, como embajador español en Roma, y, ante la negativa de Pío VII de aceptarlo, rompió todas las relaciones diplomáticas con la Santa Sede en 1823. Sin embargo, ese mismo año la intervención armada de Francia suprimió la revolución y el rey Fernando VII derogó las leyes anti católicas.

Durante la última parte del reinado de Pío VII el prestigio del papado se elevó debido a la presencia en Roma de varios gobernantes europeos. El emperador y la emperatriz de Austria, acompañados de su hija, hicieron una visita oficial al Papa en 1819. El rey de Nápoles visitó Roma en 1821 y fue seguido en 1822 por el rey de Prusia. El ciego Carlos Emmanuel IV de Saboya y el rey Carlos IV de España y su reina residieron permanentemente en la Ciudad Eterna. Un hecho mucho glorioso para la personalidad de Pío VII fue que, luego de la caída de su perseguidor Napoleón, él gustosamente ofreció refugio en su capital a los miembros de la familia Bonaparte. La princesa Leticia, madre del depuesto emperador, vivió allí, al igual que sus hermanos Lucien y Luis y su tío, el cardenal Fesch. Pío fue tan clemente que al saber del severo cautiverio en que se hallaba el prisionero imperial era tratado en Santa Helena, le solicitó al cardenal Consalvi que suplicara lenidad ante el príncipe regente de Inglaterra. Cuando le informaron del deseo de Napoleón de recibir el ministerio de un sacerdote católico, envió al abad Vignali como capellán.

Bajo el reinado de Pío Roma fue también la morada favorita de los artistas. Entre estos es suficiente citar los nombres ilustres del veneciano Canova, el danés Thorwaldsen, el austríaco Führich y de los alemanes Overbeck, Pforr, Schadow y Cornelius. Pío VII agregó numerosos manuscritos y volúmenes impresos a la Biblioteca del Vaticano; reabrió los colegios ingleses, escoceses y alemanes en Roma, y estableció nuevas cátedras en el Colegio Romano.

Reorganizó la Congregación de la Propaganda y condenó las Sociedades Bíblicas. En 1805 recibió en Florencia la sumisión incondicional de Scipione Ricci, el ex obispo de Pistoia-Prato, quien se había negado a obedecer a Pío VI en su condena del Sínodo de Pistoia. La suprimida Compañía de Jesús fue reestablecida para Rusia en 1801, para el Reino de las Dos Sicilias en 1804, para Estados Unidos, para Inglaterra e Irlanda en 1813, y para la Iglesia Universal el 7 de agosto de 1814.

El 6 de julio de 1823, Pio VII sufrió una caída en su apartamento y se fracturó un muslo. Fue obligado a guardar cama, de la cual no se levantó jamás. Durante su enfermedad la magnífica basílica de San Pablo Extramuros fue destruida por el fuego, una calamidad que nunca le fue revelada. El gentil y valiente pontífice expiró en presencia de su devoto Consalvi, quien pronto le seguiría a la tumba.

Vea también los artículos PAPA PÍO VI, Napoleón I, ARTÍCULOS ORGÁNICOS, CONCORDATO FRANCÉS DE 1801, ERCOLE CONSALVI.


Bibliografía: Parte de las bulas de Pío VII se encuentran en Bullarii Romani continuatio, ed. BARBERI, XI-XV (Roma, 1846-53); DROCHON, Mémoires du cardinal Consalvi (París, 1896); PACCA, tr. HEAD, Historical Memoirs of Cardinal Pacca (Londres, 1850); ARTAUD DE MONTOR, Histoire du Pape Pie VII (3ra ed., París, 1839); WISEMAN, Recollections of the Last Four Popes (Boston, 1858); ALLIES, The Life of Pope Pius VII (2da ed., Londres, 1897); MACCAFFREY, History of the Catholic Church in the Nineteenth Century (2da ed., Dublin y San Luis, 1910); ACTON, The Cambridge Modern History: vol. X, The Restoration (Nueva York, 1907); SAMPSON, Pius VII and the French Revolution, in Amer. Cath. Quarterly Rev. (Philadelphia, Apr., 1908—). Vea también las bibliografías en los artículos CONCORDATO FRANCÉS DE 1801, CONSALVI, Napoleón I (Bonaparte).

Fuente: Weber, Nicholas. "Pope Pius VII." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12, págs. 132-134. New York: Robert Appleton Company, 1911. 9 agosto 2021 <http://www.newadvent.org/cathen/12132a.htm>.

Traducción al castellano de Giovanni E. Reyes. lmhm


Imágenes recopiladas por Summer Miller Vinnig.

Selección de José Gálvez Krüger