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Martes, 19 de marzo de 2024

Atila

De Enciclopedia Católica

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Atila fue rey y general de los hunos; murió en 453. Sucedió en 433 al reino de los escitas, hordas desorganizadas y enfrentadas por discordias internas, a las que Atila pronto transforma en un compacto y formidable pueblo, terror de Europa y Asia. Una fracasada campaña contra Persia fue seguida en 441 por una invasión del Imperio Romano Oriental, cuyo éxito le animó a invadir a Occidente. Atravesó sin oposición Austria y Alemania, llegó a Francia cruzando el Rin, saqueando y devastando todo a su paso con ferocidad inigualable en la historia de las invasiones bárbaras y forzando a los vencidos a aumentar su poderoso ejército. En 451 los aliados romanos, bajo el mando del general Aecio y los visigodos Teodorico y Torismón, vencieron a los hunos en las planicies de Chalons, con lo cual evitaron el peligro que amenazaba a la civilización occidental. Atila se dirige a Italia y en la primavera de 452 asoló Aquileia y muchas ciudades de Lombardía, y cuando se acercaba a Roma, a donde Valentiniano III había huido ante él, fue recibido en Mantua por una embajada —cuyo miembro más eminente era el Papa León I— que disuade a Atila de saquear la ciudad. Atila murió poco después.

El interés católico por Atila se centra principalmente en sus relaciones con aquellos obispos de Francia e Italia que refrenaron al líder huno en su furia devastadora. El poder moral de estos obispos, muy particularmente el del Papa durante la disolución del Imperio, se evidenció tanto por la confianza con que los fieles los buscaban para ser socorridos contra el terrible invasor, así como por la influencia que a veces ejercían para detener la mano destructora del invasor. San Agnan de Orleans apoyó la valentía de su pueblo y activó los refuerzos que salvaron su aparentemente condenada ciudad. En Troyes, San Lupo prevaleció contra Atila para preservar la provincia de Champaña y se ofreció como rehén mientras el ejército huno permanecía en la Galia. Cuando Roma parecía destinada a enfrentar el destino de las ciudades lombardas que Atila había saqueado, fue el Papa León Magno quien, por su elocuencia y personalidad imponente, sobrecogió al conquistador y salvó la ciudad.

El terror al que durante siglos se asoció el nombre de Atila, "el Azote de Dios", como ha sido llamado, y la gratitud del pueblo a sus libertadores se combinaron en el tiempo para sobrecargar la hagiografía medieval con las leyendas de los santos reputados por haber vencido a Atila mediante su imponente presencia, o que refrenaron su avance mediante sus oraciones. Pero estas ficciones sirven para enfatizar la importancia de los hechos que las inspiraron. Nos permiten valorar cuan general debió haber sido ese sentimiento expresado en la recién descubierta apelación de Eusebio de Dorileo al Papa León I: "Curavit desuper et ab exordio consuevit thronus apostolicus iniqua perferentes defensare . . . et humi Jacentes erigere, secundum possibilitatem quam habetis” [Vea Harnack, History of Dogma (Boston, 1903), II, 168]. El orgullo nacional, también, con el tiempo invistió la persona de Atila con una aureola de ficción. Muchos países europeos tienen sus leyendas sobre el líder Huno, quien es diversamente representado, según la vanidad de cada nación que vería en Atila un amigo que contribuyó a su grandeza o como un enemigo ante cuya fuerza sobrehumana no fue una deshonra sucumbir. De estas leyendas la más conocida es la historia de Etzel (Atila) en el "Niebelungen-lied”.


Fuente: Peterson, John Bertram. "Attila." The Catholic Encyclopedia. Vol. 2, pág. 61. New York: Robert Appleton Company, 1907. 21 dic. 2019 <http://www.newadvent.org/cathen/02061b.htm>.

Traducido por Fidel García Martínez. lmhm