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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Breviario

De Enciclopedia Católica

Revisión de 23:21 19 abr 2011 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Reformas del Breviario)

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Definición

La palabra breviario (latín Breviarium) significa en su acepción primaria un resumen o compendio. Los autores cristianos a menudo lo utilizan en ese sentido, por ejemplo, Breviarium fidei, Breviarium in psalmos, Breviarium canonum, Breviarium regularum. En el lenguaje litúrgico breviario tiene un significado especial el cual indica un libro que provee las regulaciones para la celebración de la Misa o el Oficio canónico, y se puede hallar bajo los títulos Breviarium Ecclesiastici Ordinis, o Breviarium Ecclesiæ Rominsæ (Romanæ). En el siglo IX Alcuino usa la palabra para designar un oficio resumido o simplificado para el uso de los laicos. Prudencio de Troyes, por la misma época, compuso un Breviarium Psalterii (v. inf. V. Historia). En un inventario antiguo aparece Breviarium Antiphonarii, que significa “Extractos del antifonario”. En la “Vita Aldrici” aparece sicut in plenariis et breviariis Ecclesiæ ejusdem continentur. Además, en los inventarios en los catálogos, se pueden hallar notas como ésta: "Sunt et duo cursinarii et tres benedictionales Libri; ex his unus habet obsequium mortuorum et unus Breviarius", o, "Præter Breviarium quoddam quod usque ad festivitatem S. Joannis Baptistæ retinebunt", etc. Monte Casino alrededor de 1100 d.C. obtuvo un libro titulado "Incipit Breviarium sive Ordo Officiorum per totam anni decursionem"

A partir de tales referencias, y otras de naturaleza similar, Quesnel deduce que con la palabra Breviarium al principio se designaba un libro que proveía las rúbricas, una especie de Ordo. El título “breviario”, según lo empleamos ---es decir, un libro que contiene el oficio canónico completo--- parece datar del siglo XI.

El Papa San Gregorio VII, de hecho, cuando hubo resumido el orden de las oraciones y cuando hubo simplificado la liturgia según se realizaba en la corte romana, le dio a este resumen el nombre de Breviario, el cual era adecuado, puesto que, según la etimología de la palabra, era un compendio. El nombre se ha extendido a libros que contienen en un volumen, al menos en una obra, los libros litúrgicos de diferentes clases, tal como el salterio, el antifonario, el responsoriario, el leccionario etc. En relación con esto se puede señalar que en este sentido la palabra, como se usa hoy día, es ilógica; debería llamarse un Plenarium en lugar de un Breviarium, puesto que, litúrgicamente hablando, la palabra Plenarium designa exactamente tales libros que contienen muchas y diferentes compilaciones unidas en un solo volumen. Esto se señala, sin embargo, simplemente para aclarar más el significado y origen de la palabra; y la sección V proveerá una explicación más detallada de la formación del breviario.

Contenido

El Breviario Romano, que con raras excepciones (ciertas órdenes religiosas, los ritos ambrosiano y mozárabe, etc.) se usa hoy día en toda la Iglesia Latina, se divide en cuatro partes de acuerdo a la temporada del año: invierno, primavera, verano y otoño. Está compuesto de los siguientes elementos: (a) el salterio, (b) el propio de la temporada, (c) el propio de los santos, (d) el común, (e) ciertos oficios especiales.

El salterio

El salterio es la más antigua y más venerable parte del Breviario. Consiste de 150 salmos divididos en una forma particular que se discutirá luego. Estos salmos formaron el cimiento de la liturgia de los judíos durante doce siglos antes de Cristo, y Él ciertamente hizo uso de estos formularios para sus oraciones, y los citó en varias ocasiones. Los Apóstoles siguieron su ejemplo, y le transmitieron a las Iglesias cristianas la herencia del salterio como la forma principal de oración cristiana. La Iglesia los ha conservado cuidadosamente durante el lapso de siglos y nunca ha tratado de sustituirlos con ningún otro formulario. De tiempo en tiempo se han hecho intentos de componer salmos cristianos, tales como el Gloria in Excelsis Deo, el Te Deum, el Lumen Hilare, el Te Decet Laus, y otros pocos; pero los que la Iglesia ha retenido y adoptado son singularmente pocos en número. Los himnos rítmicos datan de un período posterior a los siglos IV y V, y a lo mejor ocupan un lugar puramente secundario en el esquema del Oficio. Así el Libro de los Salmos forma el fundamento de la oración católica; las lecciones que llenan un lugar tan importante en esta oración no son, después de todo, oración propiamente dicha; y las antífonas, responsorios, versículos, etc., son sólo salmos utilizados de una manera particular.

Sin embargo, en el breviario el salterio se divide según un plan especial. En la época primitiva el libro de los Salmos en el Oficio era sin duda exactamente similar al que prevalecía entre los judíos. El presidente del coro escogía un salmo particular a su propia discreción. Algunos salmos, tal como el 22(21), parecen especialmente apropiados para la Pasión. Otro fue adaptado a la Resurrección, un tercero a la Ascensión, mientras otros se referían especialmente al Oficio de Difuntos. Algunos salmos proveen oraciones para la mañana, otros, para la noche; pero la elección se dejaba en manos del obispo o presidente del coro. Más tarde, probablemente desde el siglo IV, se comenzó a agrupar juntos ciertos salmos para responder a diversos requisitos de la liturgia.

Otra causa dio lugar a estas agrupaciones y disposiciones del salterio. Algunos monjes tenían el hábito de recitar diariamente la totalidad de los 150 salmos. Pero esta forma de devoción, aparte de las lecturas y otros formularios, tomaba tanto tiempo que se comenzó a difundir la recitación del salterio a través de toda la semana. Mediante este método cada día se dividió en horas, y cada hora tenía su propia porción del Salterio. De este arreglo surgió la idea de dividir el Salterio de acuerdo a normas especialmente diseñadas. San Benito fue uno de los primeros en dedicarse a esta tarea, en el siglo VI. En su Regla da instrucciones de cómo, en ese período, se distribuirían los salmos a disposición del abad, y él mismo redactó ese arreglo. Algunos salmos se reservaron para los oficios nocturnos, otros para laudes, otros para prima, tercia, sexta y nona, otros para vísperas y completas.

Es un tema de debate entre los liturgistas si esta división benedictina de los salmos es anterior o posterior al salterio romano. Aunque puede que no sea posible probar el punto definitivamente, todavía parecería que el arreglo romano es el más antiguo de los dos, porque el redactado por San Benito muestra más habilidad, y así parecería ser de la naturaleza de una reforma de la división romana. En cualquier caso, la disposición romana del Salterio se remonta a una antigüedad remota, por lo menos al siglo VII u VIII, y desde entonces no ha sufrido ninguna modificación. La siguiente es su disposición. Los salmos 1 - 108 se recitan en maitines, doce cada día; pero los maitines del domingo tienen seis salmos más divididos entre los tres nocturnos. De este modo:

  • domingo: Salmos 1, 2, 3, 6-14; 15, 16, 17, 18, 19, 20;
  • lunes: Salmos 26 – 37;
  • martes: Salmos 38-41, 43-49, 51;
  • miércoles: Salmos 52, 54-61, 63, 65, 67.
  • jueves: Salmos 68-79;
  • viernes: Salmos: 80 – 88, 93, 95, 96;
  • sábado: Salmos 97-108.

Debido a su aptitud especial, los salmos omitidos en esta serie, a saber, 4, 5, 21-25, 42, 50, 53, 62, 64, 66, 89-92 y 94 son, se reservan para laudes, prima y completas. La serie desde el salmo 109 al 147 se reservan para otras horas. Los últimos tres, 148, 149 y 150, que se les llama especialmente salmos de alabanza (laudes), debido a la palabra laudate que forma su tema, siempre se usan en el oficio matutino, que de ahí toma su nombre de laudes.

Un vistazo a las tablas de arriba muestra que, en términos generales, la Iglesia Romana no trató de hacer ninguna selección experta de los salmos para la recitación diaria. Los tomó en el orden que llegaron, con excepción de unos pocos, separados para laudes, prima y completas, seleccionó el salmo 118 para las horas del día. Otras liturgias, como la ambrosiana, la mozárabe y la bendictina o monástica, tienen salterios redactados sobre líneas completamente diferentes; pero los respectivos méritos de estos sistemas no necesita ser discutido aquí. El orden del salterio ferial no se sigue para los festivales del año o para las fiestas de los santos; sino que los salmos se escogen de acuerdo a su idoneidad para las varias ocasiones.

La historia del texto de este salterio es interesante. El salterio más antiguo utilizado en Roma y en Italia fue el Psalterium Vetus, de la versión Itala, que parece haber sido introducido en la liturgia por el Papa San Dámaso I (m. 384). Fue él quien primero le ordenó a San Jerónimo la revisión de la Itala en el año 383. Debido a esto se le ha llamado el Psalterium Romanum, y fue utilizado en Italia y en otros lugares hasta el siglo IX y posteriores. Todavía está en uso en la Basílica de San Pedro en Roma, y muchos de los textos de nuestro Breviario y del misal aún muestran algunas variantes (invitatorio y salmo 94, las antífonas del salterio y los responsorios del propio de la temporada, introitos, graduales, ofertorios y Comuniones). El salterio romano también influye en la liturgia mozárabe, y fue utilizado en Inglaterra en el siglo VIII.

Pero en la Galia y en otros países al norte de los Alpes, otra recensión entró en competencia con el Psalterium Romanum, bajo el título un tanto engañoso de Psalterium Gallicanum; pues este texto no contiene nada distintivamente galicano, al ser simplemente una corrección posterior del salterio hecho por San Jerónimo en Palestina, en el año 392 d.C. Esta recensión difería de la Itala más completamente que la anterior; y en su preparación San Jerónimo había puesto la Hexapla de Orígenes en contribución. Parecería que San Gregorio de Tours, en el siglo VI, introdujo esta traducción a la Galia, o en cualquier caso, contribuyó especialmente a la difusión de su uso, ya que fue este Salterio el que se empleó en la salmodia divina celebrada en la muy honrada y frecuentada tumba de San Martín de Tours. A partir de ese momento este texto comenzó su "marcha triunfal en toda Europa". Walafrido Estrabón afirma que las iglesias de Alemania lo usaban en el siglo VII: "Galli et Germanorum aliqui secundum emendationem quam Hieronymus pater de LXX composuit Psalterium cantant".

Cerca de esa misma época Inglaterra cambió el salterio romano por el galicano. El antedicho salterio anglosajón fue corregido y alterado en los siglos IX y X para hacerlo acorde con el galicano. Irlanda parece haber seguido la versión galicana desde el siglo VII, como se puede deducir a partir del famoso Antifonario de Bangor. Incluso penetró en Italia después del siglo IX gracias a la influencia de los francos, y allí disfrutó de considerable aceptación. Luego del Concilio de Trento, el Papa San Pío V extendió el uso del salterio galicano a toda la Iglesia y sólo la Basílica de San Pedro en Roma mantuvo el salterio romano. La Iglesia Ambrosiana de Milán tiene también su propia recensión del salterio, una versión basada, a mediados del siglo IV, en la griega.

El propio de la temporada

Esta parte del Breviario contiene el Oficio de las diferentes temporadas litúrgicas. Como es bien sabido, estos períodos están ahora organizados de la siguiente forma: Adviento, Navidad, septuagésima, Cuaresma, Semana Santa, Pascua y el tiempo después de Pentecostés. Pero sólo fue gradualmente que esta división del año litúrgico logró su forma, la que debe ser rastreada a través de sus diversas etapas. En efecto, puede decirse que en un principio no había tal cosa como un año litúrgico. El domingo, el día principal de la celebración eucarística, es a la vez la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo; los hombres hablaban de la "Pascua de la Crucifixión", de la "Pascua de Resurrección" ---pascha staurosimon; pascha anastasimon; cada domingo era una renovación de la fiesta pascual. Era natural que el aniversario real de la fiesta debía celebrarse con solemnidad peculiar, pues era la fiesta cristiana más importante, y el centro del año litúrgico. La Pascua se llevó en su tren a Pentecostés, que se fijó para el quincuagésimo día después de la Resurrección; es la fiesta que conmemora el descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Estos cincuenta días constituyen una fiesta ininterrumpida, un jubileo, un tiempo de alegría en la que no hay ayuno y se suspenden los ejercicios penitenciales. Estas dos fiestas así unidas son mencionadas por los escritores eclesiásticos desde el siglo II en adelante.

Así como la Pascua era seguida por cincuenta días de regocijo, también tenía su período de preparación con la oración y el ayuno, de la que surgió la temporada de Cuaresma, que, después de varios cambios, comenzó finalmente cuarenta días antes de Pascua, de ahí su nombre de cuadrágesima. El otro punto de reunión del año litúrgico es la fiesta de Navidad, cuya primera observancia es de muy remota antigüedad (por lo menos del siglo III). Al igual que la Pascua, la Navidad tiene su tiempo de preparación, llamado Adviento, que hoy día dura cuatro semanas. El resto del año debía ajustarse entre estas dos fiestas. Desde Navidad a Cuaresma se pueden observar dos corrientes: en una caen las fiestas de la Epifanía y de la Purificación, y seis domingos después de la Epifanía, que constituyen las pascuas de Navidad. Las restantes semanas después de estos domingos caen bajo la influencia de la Cuaresma y, bajo el nombre de septuagésima, crean una especie de introducción a la misma, ya que estas tres semanas, septuagésima, sexagésima y quincuagésima, en realidad pertenecen a la Cuaresma debido a su carácter de preparación y penitencia.

Todavía falta tratar el largo período entre Pentecostés y Adviento, de mayo a diciembre. Un cierto número de domingos se agrupan alrededor de grandes fiestas especiales, como las de San Juan Bautista (24 de junio), los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo (29 de junio), San Lorenzo (10 de agosto), y San Miguel (29 de septiembre). En una fecha posterior estos días, que no encajaban muy convenientemente en el esquema general, tendieron a desaparecer, y fueron absorbidas en el tiempo común después de Pentecostés, compuesto por veinticuatro domingos, uniendo así a Pentecostés con el Adviento, y completando así el ciclo del año litúrgico.

Por lo tanto, el propio de la temporada contiene el oficio de todos los domingos y fiestas que le pertenecen, con lecturas especiales, extractos de los Evangelios, y con frecuencia también antífonas, responsorios y salmos adaptados al carácter de estos diversos períodos. Es en la composición de esta liturgia que la Iglesia Romana ha mostrado sus dones de juicio crítico, gusto litúrgico y perspicacia teológica. La diferencia en el carácter de estos períodos puede ser estudiada en obras tales como “Liturgical Year” de Dom Guéranger.

El propio de los santos

Tras el propio de la temporada viene en el Breviario el propio de los santos, es decir, la parte que contiene las lecturas, salmos, antífonas y otros formularios litúrgicos de las fiestas de los santos. En realidad, este propio conmemora un gran número de santos que son mencionados en el calendario eclesiástico; éste, sin embargo, no necesita ser mencionado aquí, ya que se le puede consultar fácilmente. Sin embargo, cabe señalar que la mayor parte de los días del año ---por lo menos nueve de cada diez--- se asignan a fiestas especiales, y, por lo tanto, la cuestión ha sido seriamente debatida, cada vez que ha surgido un movimiento para la reforma del Breviario, en cuanto a cómo salvar el Oficio Divino de ser abrumado por estas fiestas, y en cuanto a la forma de restaurar al oficio ferial su justa influencia. Este no es el lugar para la discusión de este problema, pero se puede decir que esta invasión del propio de la temporada ha llegado a tales proporciones imperceptiblemente. No siempre fue así; al principio, hasta el siglo VII, e incluso hasta el IX, las fiestas de los santos observadas en el Breviario no eran tan numerosas, como se puede demostrar al comparar los calendarios modernos con los antiguos, tales como pueden ser visto en "An Ancient Syrian Martyrology”, "Le calendrier de Philocalus", "Martyrologium Hieronymianum", "Kalendarium Carthaginense". Estos calendarios contienen poco más que la siguiente lista, más allá de las grandes fiestas de la Iglesia:

El común

Bajo esta denominación vienen todas las lecturas, Evangelios, antífonas, responsorios y versículos que no están reservados para una ocasión especial, pero pueden ser usados para todo un grupo de santos. Estos comunes son los de los Apóstoles, evangelistas, mártires, confesores Pontífices, confesores no pontífices, abades, vírgenes y santas mujeres. A ello se suman los Oficios de la dedicación de iglesias y de la Santísima Virgen. El Oficio de Difuntos ocupa un lugar aparte. Es muy difícil fijar el origen de estos oficios. Los más antiguos parecen pertenecer al siglo IX, al VIII, e incluso al VII, y a través de formularios especiales pueden incluso datar de aún más temprano. Para dar un ejemplo, las antífonas del Común de los Mártires en la temporada pascual, "Sancti tui, Domine, florebunt sicut lilium, et sicut odor balsami erunt ante te", "Lux perpetua lucebit sanctis tuis, Domine et Aeternitas temporum", se tomaron del Cuarto Libro de Esdras (apócrifo), el cual fue rechazado casi en todas partes alrededor de fines del siglo IV; estos versos, por lo tanto, probablemente debieron haber sido tomados en un período anterior a esa fecha. Probablemente, también, en un principio, los más antiguos de estos oficios comunes eran oficios propios, y en algunos de ellos se pueden notar características especiales que apoyan esta suposición. Así, el común de los Apóstoles es aparentemente referible al Oficio de Santos Pedro y Pablo y deben haber sido adaptados más tarde para todos los Apóstoles. Tales versículos como los siguientes en el Común de los Mártires: "Volo, Pater, ut ubi ego sum, illic sit et minister meus", "Si quis mihi ministraverit, honorificabit illum Pater meus", parecen señalar a un mártir-diácono (diakonos, ministro) y quizás pueden referirse especialmente a San Lorenzo, debido a la alusión a las palabras de sus Actas: "Quo, sacerdos sancte, sine ministro properas?" También las numerosas alusiones a una corona o a una palma en esas mismas antífonas se refieren sin duda a los santos mártires, San Esteban, San Lorenzo y San Vicente, cuyos nombres son sinónimos para la corona y laurel de victoria. Los detalles necesarios para la prueba de esta hipótesis sólo se podrían dar en un tratado más completo que éste; baste decir que desde el punto de vista literario, a partir de la arqueología o la liturgia, estos oficios del Común contienen gemas de gran belleza artística, y son de gran interés.

Oficios especiales

El Oficio de Nuestra Señora, también muy antiguo en algunas de sus partes, es de gran importancia dogmática; pero los estudiantes de este tema son referidos al “The Little Office of Our Lady”, del Rev. Taunton.

El Oficio de Difuntos es, sin sombra de duda, uno de las partes más antiguas y venerables del Breviario, y se merece un estudio extenso. Los Breviarios también contienen oficios propios de cada diócesis, y ciertos oficios especiales de origen moderno, en los cuales, por consiguiente, no merecen que nos detengamos aquí en ellos.

Las horas

La oración del Breviario está destinada a ser usada diariamente; cada día tiene su propio Oficio; de hecho, sería correcto decir que cada hora del día tiene su propio oficio, ya que, litúrgicamente, el día se divide en horas basadas en las antiguas divisiones romanas del día, de tres horas cada una ---prima, tercia, sexta, nona, vísperas y las vigilias de la noche. Según este arreglo, el Oficio está distribuido en las oraciones de las vigilias nocturnas, es decir, maitines y laudes. Maitines mismo se subdivide en tres nocturnos, que corresponden a las tres vigilias de la noche: nueve de la noche, medianoche y tres de la mañana. Se suponía que el oficio de laudes se recitase al amanecer. Los oficios diurnos correspondían más o menos a las siguientes horas: prima a las 6 a.m.; tercia a las 9:00 a.m.; sexta a mediodía; nona a las 3:00 p.m.; vísperas a las 6:00 p.m.. Es necesario señalar las palabras más o menos, pues estas horas eran reguladas por el sistema solar, y por lo tanto la extensión de los períodos variaba con la temporada.

El oficio de completas, que cae algo fuera de la anterior división, y cuyo origen data de una fecha posterior al arreglo general, era recitado al anochecer; esta división de las horas tampoco se remonta a la primera época cristiana. Por lo que se puede determinar, no había otra oración pública u oficial en los primeros días, fuera del servicio eucarístico, excepto las vigilancias nocturnas, o vigilias, que consistían en el canto de los salmos y las lecturas de la Sagrada Escritura, la Ley, y los Profetas, los Evangelios, las epístolas y una homilía. Los oficios de maitines y laudes representan así, muy probablemente, estas vigilias. Parecería que más allá de esto no había nada, sino la oración privada; y en los albores del cristianismo las oraciones se decían en el Templo, como leemos en los Hechos de los Apóstoles. Las horas equivalentes a tercia, sexta, nona y vísperas y ya eran conocidas por los judíos como tiempos de oración y solamente fueron adoptadas por los cristianos. En un principio estaban destinadas a la oración privada, pero con el tiempo se convirtieron en las horas de la oración pública, especialmente cuando la Iglesia se enriqueció con los ascetas, vírgenes y monjes, por su vocación consagrada a la oración. A partir de ese momento, es decir, a partir del final del siglo III, la idea monástica ejercía una influencia preponderante en la organización y formación del Oficio canónico. Es posible dar una explicación bastante exacta de la creación de estos oficios en la segunda mitad del siglo IV por medio de un documento de suprema importancia para la historia que estamos considerando: la "Peregrinatio ad Loca Sancta", escrito alrededor del año 388, por Etheria, una abadesa española. Esta descripción es específicamente una descripción de la liturgia seguida en la Iglesia de Jerusalén en esa fecha.

Los oficios de prima y completas se elaboraron más tarde; prima a fines del siglo IV, mientras que completas suele atribuirse a San Benito en el siglo VI; pero hay que reconocer que, aunque puede ser que él le haya dado su forma especial para Occidente, existía antes de su tiempo una oración para el cierre del día correspondiente a la misma.

Partes componentes del Oficio

Cada una de las [horas litúrgicas | horas]] del Oficio en la liturgia romana se compone de los mismos elementos: salmos (y de vez en cuando cánticos), antífonas, responsorios, himnos, lecciones, versículos, pequeñas capítulas y colectas ( oraciones). Se deben decir unas pocas palabras sobre cada uno de estos elementos desde el punto de vista particular del Breviario.

(a) Salmos y cánticos:

Aquí no es necesario añadir nada a lo ya dicho en la sección II respecto a los salmos, salvo que a veces se utilizan en el Breviario en orden de secuencia, como en los oficios feriales de maitines y vísperas, a veces por selección especial, independientemente del orden del Salterio, como en laudes, prima, completas, y, en general, en los oficios de los santos y otras fiestas. Otro punto a notar en la composición del Oficio romano es que permite la inclusión de un cierto número de cánticos o canciones, extraídas de otras partes de la Sagrada Escritura que no sean el Salterio, pero puestas en pie de igualdad con los salmos. Estos son: el Cántico de Moisés luego del paso del Mar Rojo (Éxodo 15); el Cántico de Moisés antes de su muerte (Deuteronomio 32); la oración de Ana, la madre de Samuel (1 Samuel 2; la oración de Jonás (Jon. 2); el cántico de Habacuc (Hab. 3); el cántico de Ezequías (Isaías 38); el “Benedicite” (Daniel 3, 52); y por último, los tres cánticos sacados del Nuevo Testamento: el Magníficat, el Benedictus y el Nunc Dimittis.

Esta lista de cánticos coincide más o menos con los que se utilizan en la Iglesia Griega. San Benito admite estos cánticos en su Salterio, estableciendo específicamente que los toma prestados de la Iglesia de Roma y proporcionando así un argumento adicional a favor de la prioridad del Oficio romano sobre el monástico.

(b) Antífonas:

Las antífonas que se leen hoy día en el Breviario son formularios abreviados que casi siempre sirven para introducir un salmo o un cántico. A veces consisten de un versículo tomado de un salmo, otras veces de una frase seleccionada de los Evangelios o de la Sagrada Escritura, por ejemplo, "Euge, serve bone, in modico fidelis, intra in gaudium Domini tui"; ocasionalmente consisten de frases no sacadas de la Biblia, pero modeladas a su estilo, es decir, son la invención de un autor litúrgico, por ejemplo: "Veni, Sponsa Christi, accipe coronam, quam tibi Dominus præparavit in æternum". Originalmente, el significado de la palabra, y la función desempeñada por la antífona, no era lo que es ahora. Aunque es difícil determinar con precisión el origen y significado del término, parece que se deriva de Antiphona (antiphone) o del adjetivo antiphonos, y que éste significaba un canto por coros alternados. Los cantores o los fieles eran divididos en dos coros; el primer coro entonaba el primer versículo del salmo, el segundo continuaba con el segundo versículo, el primero seguía con el tercer versículo y así sucesivamente hasta el final del salmo. El canto “antifonado” es así recitado por dos coros alternados. Este término ha hecho surgir discusiones técnicas, en las que no podemos entrar aquí.

(c) Responsorio:

El responsorio, cuya composición es casi la misma que la de la antífona ---versículo de un salmo, una frase de la Sagrada Escritura o de autoría eclesiástica--- sin embargo, se diferencia de ella por completo en cuanto a la naturaleza de su uso en la recitación o canto. El chantre canta o recita un salmo; el coro o los fieles responden, o repiten uno de los versos o simplemente las últimas palabras del chantre. Esta forma, como la antífona, ya había estado en uso entre los judíos, y aparece incluso en la construcción de algunos salmos, como en el 135(134), "Laudate Dominum quoniam bonus", donde el estribillo, "Quoniam in æternum misericordia ejus", que se repite en cada versículo, ciertamente corresponde a un responsorio.

(d) Himnos:

El término himno tiene un significado menos definido que los de responsorio o antífona, y en las liturgias primitiva su uso es algo incierto. En el Breviario Romano, en cada hora, ya sea diurna o nocturna, hay un pequeño poema en versos de diferentes medidas, por lo general muy corto. Este es el himno. Estas composiciones originalmente fueron muy numerosas. Vestigios de himnos se pueden discernir en el Nuevo Testamento, por ejemplo, en las epístolas de San Pablo. En los siglos IV y V la himnología recibieron un gran ímpetu. Prudencio Sinesio, San Gregorio Nacianceno, San Hilario y San Ambrosio compusieron un gran número de ellos. Pero fue sobre todo en la Edad Media que este estilo de composición se desarrolló más, y se hicieron colecciones de ellos que llenaron varios volúmenes. El Breviario Romano contiene un número moderado de himnos que forman una verdadera antología, algunos de los cuales son obras maestras de arte. Fue en una fecha relativamente tardía (alrededor del siglo XII) que la liturgia romana admitió los himnos en su Breviario. En su primitiva austeridad los había rechazado hasta ahora, empero, sin condenar su uso en otras liturgias.

(e) Lecciones o lecturas

Este término designa la elección de lecturas o de extractos en el Breviario, tomados ya sea de la Sagrada Escritura o de los hechos de los santos o de los Padres de la Iglesia. Su uso está de acuerdo con la antigua costumbre judía, que, en los servicios de las sinagogas, exhorta a que, tras el canto de los salmos, se deben leer la Ley y los profetas. La Iglesia primitiva adoptó en parte este servicio de la sinagoga, y así trajo a la existencia el servicio de las vigilias nocturnas. Pero se modificó el curso de las lecturas; después de una lección del Antiguo Testamento, se leían las Epístolas de los Apóstoles o sus Hechos o los Evangelios. Algunas Iglesias extendieron un poco este uso; pues lo cierto es que se leían las cartas de San Clemente de Roma, de San Ignacio, y de Bernabé, y el "Pastor" de Hermas. Algunas Iglesias, de hecho, menos instruidas, permitían que se leyeran libros no totalmente ortodoxos, como el Evangelio de Pedro. Con el tiempo, se prepararon listas para establecer qué libros se podían leer. El “Canon Muratorio” "y, mejor aún, los "Decretos de Gelasio" se pueden estudiar desde este punto de vista provechosamente.

Más tarde, los hombres no se contentaron con limitarse a la lectura de los libros sagrados; algunas Iglesias quisieron leer las Actas de los Mártires. La Iglesia de África, que poseía Actas de gran valor, se distinguió a este respecto; otras siguieron su ejemplo. Cuando el Oficio Divino se hubo desarrollado más, probablemente bajo la influencia monástica, se hizo costumbre el leer, luego de la Sagrada Escritura, los comentarios de los Padres y de otros escritores eclesiásticos sobre el pasaje de la Biblia escuchado anteriormente. Esta innovación, que probablemente se inició en el siglo VI, o incluso en el V, trajo al Oficio Divino las obras de San Agustín, San Hilario, San Atanasio, Orígenes y otros. A estos, más tarde, se añadieron las de San Isidoro, San Gregorio Magno, Beda y así sucesivamente. Este nuevo desarrollo del Oficio dio lugar a la compilación de libros especiales. En los tiempos primitivos el Libro de los Salmos y los libros del Antiguo Testamento eran suficientes para el Oficio. Más tarde, se compilaron libros que daban extractos del Antiguo y del Nuevo Testamento (leccionario, el Evangelio y las Epístolas) por cada día y cada fiesta. Luego siguieron libros de homilías (homiliarios) ---colecciones de sermones o de comentarios de los Padres para uso en el Oficio. Todos estos libros deben ser estudiados pues forman los elementos constituyentes que luego se cambiaron en el Breviario.

Además, en cuanto estas lecciones, es bueno notar que, como en el caso de la salmodia, se seguían dos líneas de selección. La primera, la del orden de los oficios feriales, que garantiza la lectura de la Escritura, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, en secuencia; la segunda, la del orden de las fiestas de los santos y los festivales, irrumpe en esta serie ordenada de lecturas y las sustituye con una capítula o parte de una capítula especialmente aplicable a la fiesta que se celebra.

A continuación la tabla de lecturas de la Biblia. En sus rasgos esenciales, se remonta a una antigüedad muy venerable:

(f) Versículos y capítulas:

La capítula es realmente una lectura muy corto que toma el lugar de las lecturas en aquellas horas que tienen lecturas especiales asignadas a ellas. Estas son: laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. Debido a su brevedad y a su poca importancia, son mucho menos complicadas que las más largas, y no necesitamos decir nada más aquí sobre ellas.

Los versículos pertenecen a la salmodia, como los responsorios y antífonas; usualmente se toman de un salmo, y pertenecen a la categoría de aclamaciones litúrgicas o gritos de júbilo. Usualmente se emplean después de las lecciones y capítulas, y a menudo toman el lugar de los responsorios; son, de hecho, responsorios breves. Las preces feriales y las letanías probablemente pertenecen a la categoría de versículos.

(g) Colectas:

Las colectas, también llamadas oraciones, no son oraciones salmódicas; son de un carácter completamente diferente. Su lugar en el Breviario cambia poco; vienen hacia el final del Oficio, después de la salmodia, las lecturas, las capítulas y versículos, pero precedidas por el Dominus Vobiscum, y se reúnen en una forma compendiosa las súplicas de los fieles. Su origen histórico es el siguiente: Durante el primer periodo, al presidente de la asamblea, por lo general el obispo, se le encomendó la tarea de pronunciar, después de la salmodia, cantos y letanías, una oración en nombre de todos los fieles; él por lo tanto se dirigía directamente a Dios. Al principio, esta oración era una improvisación. Los ejemplos más antiguos se encuentran en el Didache ton Apostolon (Didajé, y en la Epístola de San Clemente de Roma, y en algunas epístolas de San Cipriano. Con el tiempo, hacia el siglo IV, se hicieron colecciones de oraciones para aquellos que no son adeptos en el arte de la improvisación; estas fueron las primeras precursoras de los sacramentarios y oracionales, que más tarde ocuparon un lugar tan importante en la historia de la Liturgia. Los sacramentarios leonino, gelasiano y gregoriano forman las principales fuentes de donde se obtienen las colectas de nuestro Breviario. Se debe observar que son de gran importancia teológica, y usualmente resumen la idea que domina una fiesta; de ahí que en ellas se debe buscar la importancia de un festival.

Historia del Breviario

En los párrafos anteriores se ha dado una cierta parte de la historia del Breviario, por lo menos como un libro de coro. Al principio, no había libro de coro propiamente dicho, la Biblia sola bastaba para todas las necesidades, pues en ella estaban los Salmos a recitarse y los libros que proveían las diversas lecturas. Por supuesto, es más probable que el salterio es el libro de coro más antiguo; fue publicado aparte para cumplir esta función especial, pero con divisiones ---marcas para indicar las porciones a leerse; y al final se copiaban los cánticos a recitarse en el Oficio como los salmos, y, a veces, después de cada salmo, venían una o varias oraciones. Un estudio de los salterios en manuscritos, que aún no se ha sido realizado metódicamente, sería muy útil para la liturgia. Luego, poco a poco, según evolucionó el Oficio canónico, se redactaron libros para satisfacer las necesidades del día ---antifonarios, oracionales, etc.

En el siglo XII, Juan Beleth, un autor litúrgico, enumera los libros necesarios para el debido cumplimiento del Oficio canónico, a saber: el antifonario, el Antiguo y el Nuevo Testamento, el Pasionario (Actas de los Mártires), el legendario (leyendas de los santos), el homiliario, o colección de homilías sobre los Evangelios, el Sermologus, o colección de sermones, y los tratados de los Padres. Además de estos se debe mencionar el salterio, el oracional para las oraciones, el martirologio, etc. Así, para la recitación del Oficio canónico se requería una gran biblioteca; se hizo imperativa alguna simplificación, y la presión de las circunstancias dio lugar a una condensación de varios libros en uno. Este fue el origen del Breviario. La palabra y la cosa que representa apareció ---confusamente, podría ser--- al final del siglo VIII. Alcuino es el autor de un compendio del Oficio para los laicos ---algunos salmos para cada día con una oración después de cada salmo, en un plan antiguo, y algunas otras oraciones, pero sin incluir las lecturas u homilías. Más bien se podría llamar un eucologio que un Breviario. Casi al mismo tiempo Prudencio, obispo de Troyes, inspirado por un motivo similar, elaboró un Breviarium Psalterii.

Pero tenemos que llegar hasta el siglo XI para encontrar un Breviario propiamente dicho. El manuscrito más antiguo conocido que contiene dentro de un volumen el conjunto del Oficio canónico data del año 1099; procede de Monte Cassino, y en la actualidad pertenece a la Biblioteca Mazarino. Contiene, además de otra materia que no concierne a la presente investigación, el salterio, cánticos, letanías, himnario, colectas, bendiciones para las lecturas, capítulas, antífonas, responsorios y lecciones para ciertos oficios. Otro manuscrito, contemporáneo con el anterior, y también procedente de Monte Cassino, contiene propios de la temporada, de los santos, sirviendo así para completar el primero que se mencionó. Otros ejemplos existentes del Breviario datan del siglo XII, todos muy raros y benedictinos. La historia de estos orígenes del Breviario es todavía algo obscura; y deben continuar tentativamente los esfuerzos en la investigación hasta que se haya hecho un estudio crítico de estos Breviarios en manuscrito en las líneas de trabajadores como Delisle, Ebner, o Lhrensperger, sobre los sacramentarios y misales.

Fue bajo el pontificado de Inocencio III (1198 – 1216) que el uso de los breviarios comenzó a extenderse fuera de los círculos benedictinos. En Roma, ya no únicamente para las basílicas romanas, sino también para la corte romana, se elaboraron breviarios que, desde su origen, se llaman Breviaria de Camerâ, o Breviaria secundum usum Romance Curiae. Los textos de este período (principios del siglo XIII) hablan de "Missalia, Breviaria, cæterosque libros in quibus Officium Ecclesiasticum continetur", y Raúl de Tongres se refiere específicamente a este Breviario Romano. Pero este uso del Breviario era todavía limitado, y era una especie de privilegio reservado para la corte romana. Se necesitaba una causa especial para darle una mayor difusión al uso de este Breviario. La Orden de los Frailes Menores o franciscanos, fundados poco después, emprendió la tarea de popularizarlo. No era una orden sedentaria dedicada a la estabilidad, como la de los benedictinos o cistercienses, o como los Canónigos y Canonesas Regulares, sino que era una orden activa, misionera y de predicación. Por lo tanto, necesitaba un Oficio abreviado, conveniente para manejar y contenido en un solo volumen lo suficientemente pequeño para que los frailes lo llevasen en sus viajes. Esta orden adoptó el Breviarium Curiae con ciertas modificaciones que en realidad constituyen, por así decirlo, una segunda edición de este Breviario. A veces se llama el Breviario de Gregorio IX, ya que fue autorizado por ese pontífice. Una de las principales modificaciones efectuadas por los Frailes Menores fue la sustitución de la versión galicana del salterio para los romanos. La causa se ganó; esta orden eminentemente popular y activa difundió el uso de este Breviario en todas partes. Antifonarios, salterios, legendarios, y responsoriarios desaparecieron poco a poco ante el avance del libro único, que los sustituyó a todos. Aún más, por una especie de jus postliminii ---un derecho de reanudación---, la Iglesia de Roma, bajo Nicolás III (1277-80), adoptó el Breviario de los frailes no sólo para la Curia, sino también para las basílicas; y, como consecuencia inevitable, este Breviario estaba obligado a ser, tarde o temprano, el de la Iglesia Universal.

Reformas del Breviario

Vea también Reforma del Breviario Romano.

En las secciones anteriores se ha expuesto la historia del Oficio desde su comienzo. Si esta historia se pudiese poner en pocas palabras, aunque necesariamente formasen una declaración incompleta, se podría decir que desde el siglo I hasta el siglo V estaba en formación, desde el V hasta el XI se encontraba en proceso de desarrollo y expansión; y durante los siglos XII y XIII el Breviario propiamente dicho estaba saliendo a la existencia. Desde entonces hasta ahora (es decir, a partir del siglo XIV) podría llamarse el período de la reforma. Los siglos XIV y XV representan para la liturgia, como para el mayor número de otras instituciones eclesiásticas, un período de declive, ya que es la época de los cismas, y en esa palabra se resume todo lo perjudicial. Los pocos documentos que están disponibles para la historia litúrgica de la época dan fe de ello, como, por ejemplo, la "Gesta Benedicti XIII" y el "Ordines Romani XV". El desorden y los abusos se deslizaron en la liturgia como en todo lo demás.

Dom Bäumer, en su Histoire du Bréviaire", señala en repetidas ocasiones que es imposible separar la historia de la liturgia de los sucesos que conforman la historia de la Iglesia, y que las fases por las que la historia general nos lleva se reflejan en la evolución de la liturgia. No es de extrañar, por tanto, que la estancia de los Papas en Aviñón y el Gran Cisma hayan ejercido su influencia nefasta sobre la historia de la liturgia. Y la reacción todavía se sigue sintiendo. Raoul de Tongres, que murió a principios del siglo XV, fue, ya en ese primer período, un crítico y reformador; en su famosa obra "De observantiâ Canonum" se agitó durante por algún establecimiento de las normas litúrgicas. El "Ordo Romano XV" ya mencionado, obra de Amelio, sacristán de Urbano V y bibliotecario de [[Papa Gregorio XI | Gregorio XI, respira la misma idea. Los abusos señalados por los distintos autores de la época se pueden reducir a lo siguiente:

El humanismo del Renacimiento, que tuvo sus ardientes campeones incluso en la Iglesia ---como Bembo, Sadoleto, etc., por no hablar de ciertos Papas--- causó la idea de una reforma especial del Breviario, en el sentido de una mayor pureza y perfección literaria, que se tomaron en consideración en algunos sectores. Se propusieron esquemas extraños, en poca consonancia con el espíritu de la Iglesia. Un canónigo florentino, Marsiglio Ficino y Pietro Pomponazzi, por ejemplo, sugirieron que el clero debería leer a los autores clásicos en lugar del Breviario. Otros, aunque no fueron tan lejos como éstos, pensaban que el lenguaje del Breviario era primitivo, y querían que se tradujese al latín ciceroniano. Las correcciones sugeridas incluían frases tan sorprendentes como las siguientes: el perdón de los pecados se convierte en “superosque manesque placare”; la procreación del Verbo sería “Minerva Jovis capite orta”; el Espíritu Santo era “Aura Zephyri colestis”, etc. Estos intentos fallaron; sin embargo, en una fecha posterior, bajo Urbano VIII, similares tendencias humanistas emergieron de nuevo y esta vez afirmaron su poder mediante una enmienda de los himnos. Entre tales intentos se puede mencionar el de Ferreri, quien era el obispo de Guarda Alfieri en el Reino de Nápoles, un humanista y escribió bajo los auspicios y el patrocinio de León X. Él comenzó con los himnos. Su obra, que se ha conservado, es interesante y contiene algunas piezas muy hermosas, de estilo pulido. Un buen número de ellos, por desgracia, no tienen nada más que el espíritu de la poesía en lugar de armonía y ritmo; carecen de inspiración y, sobre todo, del calor de la piedad; casi todos están salpicados de nombres y alusiones paganos, en representación de las verdades cristianas, como “Triforme Numen Olympi” para la Trinidad, “Natus Eumolpho Lyricenque Sappho… Thracius Orpheus”, para referirse a la Santísima Virgen, etc. Ferreri también se ocupó en una revisión del Breviario, pero no publicó nada, y ahora no hay ni rastro disponible de los materiales que recopiló.

Otro intento de reforma, mucho más conocido, y que tuvo resultados de importancia trascendental, fue el de Quignonez, el cardenal de Santa Cruz en Gerusalemme, a quien Clemente VII le encomendó la tarea de completar la obra iniciada por Ferreri. Él era franciscano, y había sido empleado con éxito en diversas comisiones. Su revisión fue la más original que jamás se haya intentado, y expertos en liturgia, como Guéranger, Edmund Bishop y Baumer han estudiado sus trabajos en detalle. Aquí sólo se pueden mencionar los principales puntos de su plan. Considerado en teoría, no se puede negar que su Breviario se redactó en líneas fáciles, cómodas y lógicas, y, en general, es felizmente arreglado. Pero a la luz de la tradición y de los principios litúrgicos el único veredicto posible es que se debe condenar el Breviario de Quignonez, pues está construido sobre principios a priori y viola la mayoría de las normas litúrgicas. El autor comienza con la teoría, contrario a toda tradición, de que existe una diferencia esencial entre la celebración pública del Oficio y su recitación privada. Para la recitación privada, por lo tanto, se deben eliminar todas las partes, como antífonas, responsorios, versículos, capítulas, incluso himnos, ya que, según Quignonez, estos son únicamente para uso del coro. Según su arreglo, todo el salterio se recitaría una vez a la semana ---una excelente idea, en consonancia con la práctica primitiva; pero se aplicó demasiado rígida y estrechamente, pues no se prestó atención a la adecuación de algunos salmos para fiestas especiales. Las fiestas nunca debían cambiar el orden de los salmos, que debían ser recitados sucesivamente desde el 1 hasta el 150.

Cada hora tenía tres salmos; y en consecuencia de esta severa regularidad, desapareció el motivo profundo e histórico que le dio a cada hora sus propias características. Las leyendas de los santos y los himnos sufrieron revisiones drásticas y hechas adrede. Otro principio, que habría merecido toda alabanza si no se hubiese aplicado tan rigurosamente, es que toda la Escritura debía ser leída a través de cada año. El Breviario de Quignonez, como era de esperar, se encontró tanto con la aprobación entusiasta como con decidida oposición. Su éxito puede ser juzgado por el número de ediciones por las que atravesó. La Sorbona lo criticó severamente, y otros expertos declararon contra Quignonez y atacaron su obra sin piedad. Al final, la oposición resultó más fuerte, e incluso hubo Papas que lo rechazaron. Por otra parte, fue suplantado por otras revisiones hechas en líneas litúrgicas más ortodoxas, menos ambiciosas en su alcance y más de acuerdo con la tradición. La recién fundada Congregación de los Teatinos se dio a la tarea con energía y entusiasmo. Caraffa, uno de sus fundadores, tomó parte en la obra, y cuando se convirtió en Papa bajo el nombre de Paulo IV (1555.59), continuó sus labores, pero murió antes de ver su compleción, y así quedó reservado a otros llevarlas a feliz término.

El Concilio de Trento, que efectuó reformas en tantas direcciones, también tomó la idea de revisar el Breviario. Nombró una comisión sobre cuyas deliberaciones no tenemos mucha información, pero comenzó a hacer investigaciones definitivas sobre el tema que se le había confiado. El concilio se separó antes de que se pudiesen concluir estos preliminares; por lo que se decidió dejar la tarea de editar un nuevo Breviario en las propias manos del Papa. La comisión nombrada por el concilio no se disolvió, y continuó sus investigaciones. El Papa San Pío V, al comienzo de su pontificado (1566), nombró nuevos miembros a la misma y por otra parte estimuló su actividad, con el resultado de que en 1568 apareció un Breviario, precedido por la famosa Bula, "Quod a nobis". La Comisión había adoptado principios sabios y razonables: no inventar un nuevo Breviario y una nueva liturgia; atenerse a la tradición; mantener todo lo que valía la pena mantener, pero al mismo tiempo corregir la multitud de errores que se habían deslizado en el Breviario y ponderar las demandas justas y las quejas. Siguiendo estas líneas, corrigieron las lecturas, o leyendas, de los santos y revisaron el calendario; y respetando los antiguos formularios litúrgicos como las colectas, introdujeron los cambios necesarios en ciertos detalles.

Descripciones más profundas de esta revisión deben ser estudiadas en detalles en las autoridades aprobadas sobre la historia del Breviario. Aquí bastará dar un breve resumen de los puntos principales que afectan a este Breviario, ya que es sustancialmente el mismo que se utilizó en esta fecha. La famosa Bula de aprobación, "Quod a nobis" (9 de julio de 1568), que le sirvió de prologó, explica las razones que había sopesado con Roma en el planteamiento de un texto oficial de la oración pública, y describe los trabajos que se emprendieron para garantizar su corrección; retiró la aprobación papal de todos los Breviarios que no pudiesen mostrar el derecho prescriptivo de por lo menos dos siglos de existencia. Cualquier iglesia que no tuviese un Breviario tan antiguo se vio obligada a adoptar el de Roma. El nuevo calendario fue liberado de un gran número de fiestas, de modo que al Oficio ferial se le concedió una vez más la oportunidad de ocupar una posición menos oscura que la que había tenido en los últimos tiempos. Al mismo tiempo se respetó la base real del Breviario, el salterio, y las alteraciones principales se hicieron en las lecturas. Se revisaron cuidadosamente las leyendas de los santos, así como también las homilías. La obra no fue sólo una de revisión crítica, sino también de conservadurismo discriminado, y fue recibida con la aprobación general. La mayoría de las iglesias de Italia, Francia, España, Alemania, Inglaterra y, generalmente, todos los estados católicos, aceptaron este Breviario, excepto sólo algunos distritos, como Milán y Toledo, donde se conservaban los ritos antiguos.

El Breviario de Pío, sin dejar de ser el libro de oración oficial de la Iglesia Universal, con el correr del tiempo ha sido objeto de algunas leves alteraciones, las cuales se deben señalar aquí, pero sin hacer referencia a las nuevas fiestas de los santos que han sido añadidas al calendario de siglo en siglo, a pesar de que ocupan un espacio nada despreciable en la disposición eclesiástica del año. Los cambios principales y más importantes se hizo bajo la dirección de Sixto V. Al principio se alteró el texto de las versiones de la Biblia utilizado en la liturgia. Tan pronto como se completó la revisión de la Vulgata emprendida durante este pontificado, el nuevo texto sustituyó al antiguo en todos los libros oficiales, en particular en el Breviario y el Misal. En 1588 Sixto V instituyó una nueva Congregación ---la de Ritos---, y le comisionó el estudio de las reformas previstas en el Breviario de Pío, que había estado en uso por más de veinte años. A él se le debe el honor de esta revisión del Breviario, aunque hasta hace poco se le había atribuido a Clemente VIII (1592-1605). Aunque la primera sugerencia vino de Sixto V, no obstante, fue sólo bajo Clemente VIII que la obra fue impulsada muy vigorosamente y llevada a una conclusión. El comité de revisión tuvo como miembros a hombres como Baronio, Belarmino y Gavanti. El primero especialmente desempeñó un papel importantísimo en esta revisión, y el informe que redactó fue publicado a fines del siglo XIX. Las enmiendas incidieron especialmente en las [[rúbricas]; al Común de los Santos se añadió el de las santas mujeres no vírgenes; se alteró el rito de ciertas fiestas, se añadieron algunas fiestas nuevas. La Bula de Clemente VIII, "Cum in Ecclesiâ", imponiendo como obligación la observancia de estas alteraciones está datada 10 de mayo de 1602.

El Papa Urbano VIII (1623 – 44) realizó cambios adicionales. La comisión nombrada por él se limitó a corregir las lecturas y algunas de las homilías, con el propósito de hacer que el texto correspondiese más estrechamente con los manuscritos más antiguos. Por tanto, no habría un llamado a tratar esta revisión de Urbano VIII con mayor detenimiento, si no fuese por el hecho de que, fuera de los trabajos de esta comisión, él efectuó una reforma aún más importante, de la cual incluso ahora el debate no ha dejado de hacerse oír. Dicha revisión afectó los himnos. Urbano VIII, al ser él mismo un humanista, y un poeta no ordinario, como testigo de los himnos de San Martín y de [[Santa Isabel de Portugal)), que son de su propia composición, quiso que los himnos del Breviario, que se debe admitir que a veces son triviales en estilo e irregulares en su prosodia, fuesen corregidos de acuerdo a reglas gramaticales y puestos en una verdadera métrica. A estos fines llamó en su ayuda a algunos jesuitas de distinguidos logros literarios. Las correcciones efectuadas por estos puristas fueron tan numerosas ---952 en total--- de modo que hicieron una profunda alteración en el carácter de algunos de los himnos. Aunque algunos de ellos, sin duda, ganaron en estilo literario, sin embargo, para el pesar de muchos, también perdieron algo de su antiguo encanto de sencillez y fervor.

Al presente (1907) esta revisión está condenada, por respeto a los textos antiguos; y se puede expresar sorpresa por la temeridad que se atrevió a inmiscuirse con la latinidad de un Prudencio, un Sedulio, un Sidonio, un Fortunato, un Ambrosio, un Paulino de Aquilea, que, aunque tal vez careció de la pureza de la Edad de Oro, tiene, sin embargo, su encanto peculiar. Incluso la más bárbara latinidad de un Mauro Rábano no deja de tener su interés y valor arcaico. Además, los revisores fueron desacertados en la medida en que adoptaron una vía media; se detuvieron a mitad de camino. Si, como se admite libremente, el Breviario Romano contiene muchos himnos de valor poético inferior, y cuyo sentimiento es quizás común, entonces no hay razón por la que no se deban eliminar del todo, y ser sustituidos por otros nuevos. Sin embargo, muchos de los antiguos eran dignos de ser preservados tal como estaban; y, a la luz del progreso hecho en la filología, es cierto que algunas de las correcciones en prosodia hechas bajo Urbano VIII condenan a sus autores de ignorancia de ciertas reglas rítmicas, cuya existencia, es sólo correcto decir, llegaron a conocerse después. Como quiera que sea, estas correcciones se han conservado hasta la actualidad. Una comparación del texto antiguo de los himnos con el moderno se puede consultar en Daniel, "Thesaurus Hymnologicus”, (Halle, 1841).

Nada más se hizo bajo los sucesores de Urbano VIII, salvo que de tiempo en tiempo se añadieron nuevos Oficios, y que, por tanto, el Oficio ferial comenzó de nuevo a perder terreno. Debemos llegar hasta el pontificado del Papa Benedicto XIV, en la segunda mitad del siglo XVIII, para encontrarnos con otro intento de reforma, pero antes de hacerlo, se debe hacer referencia a los esfuerzos inaugurados en Francia durante los siglos XVII y XVIII, cuya historia ha sido sabiamente dilucidada en detalle por Dom Guéranger en el vol. II de su "Institutions liturgiques", dedicado en gran parte a dar un relato de esta lucha. Francia había recibido sin oposición el Breviario Romano, revisado por el Papa Pío IV. Sin embargo, bajo Luis XIV se hicieron intentos de revisión inspirados por un espíritu de resistencia y antagonismo a la corte romana. Ellos tomaron forma entre los dos partidos que hicieron profesión abierta de galicanismo y el jansenismo. Los partidarios de esta reforma, varios de los cuales eran hombres de saber y cultura, eran ayudados por las obras históricas y críticas que en ese momento estaban siendo publicadas en Francia, de modo que en estos proyectos para la reforma del Breviario, lado a lado con sugerencias irreflexivas, hubo muchas que fueron útiles y bien juzgadas. Uno de los primeros proyectos fue el del Breviario de París, debatido en 1670 y perseguido bajo el patrocinio de los arzobispos Hardouin de Péréfixe y de Harlay. El llamado Breviario de Harlay apareció en 1680. Las correcciones que contenía afectaban, en particular, las leyendas de los santos y las homilías, pero tocó también muchas otras partes. Los detalles y examen de las mismas se pueden estudiar mejor en las páginas de Dom Guéranger. Aunque pudiera haber parecido que para ese entonces ya el Breviario había sido lo suficientemente enmendado, en el siglo siguiente otro arzobispo de París, Monseñor de Vintimille, mandó a elaborar otro Breviario, que fue publicado en 1736, y permaneció en uso hasta mediados del siglo XIX. Contenía parte de lo que se llama la "utopía litúrgica de Quignonez". Sin embargo, su origen no estuvo por encima de toda sospecha, pues algunos de los que habían trabajado en su producción eran jansenistas. Esta reforma, si bien no carecía de ideales sensatos, se llevó a cabo, sin embargo, independientemente de las tradiciones litúrgicas.

Lo que había estado sucediendo en París tuvo su equivalente en otras diócesis de Francia, donde se introdujeron nuevos Breviarios, en su mayor parte inspirados por las ideas que habían dominado los de Harlay y de Vintimille. Entre 1830 y 1840 estalló en Francia una reacción contra éstos que tuvo por líder a un monje benedictino, Dom Guéranger]], abad de Solesmes y un eminente liturgista, que, en su "Institutions liturgiques", acusó los nuevos Breviarios, expuso los errores subyacentes en su construcción, y demostró que sus autores habían actuado sin autorización. Su embestida tuvo un éxito inmediato pues en veinte años el mayor número de las diócesis renunciaron a sus Breviarios galicanos y adoptaron una vez más la liturgia romana. Las cifras exactas son las siguientes: en 1791 ochenta diócesis habían rechazado la liturgia romana y se habían hecho liturgias especiales para sí mismos; en 1875 Orleans, la última diócesis francesa que había conservado su propia liturgia, volvió a entrar a la unidad litúrgica romana.

Mientras que en los siglos XVII y XVII Francia fue dejándose llevar en la reforma de sus Breviarios por las tendencias galicana y jansenista, otros países iban siguiendo su huella. En Italia, Escipión Ricci, obispo de Pistoia, un ardiente jansenista, elaboró un nuevo Breviario, y algunos distritos de Alemania adoptaron el mismo curso, con el resultado de que Breviarios inspirados en los de Francia aparecieron en Tréveris, Colonia, Aquisgrán, Münster, y Maguncia, y que pasó mucho tiempo antes de que Alemania volviese a la unidad litúrgica.

Mientras que los jansenistas y galicanos estaban creando una nueva liturgia, Prosper Lambertini, uno de los hombres más sabios de Roma, que llegó a ser Papa con el nombre de Benedicto XIV, decidió seguir el ejemplo de algunos de sus predecesores y llevar a cabo una nueva reforma del Breviario. Se instituyó una congregación con ese propósito especial; sus papeles, por mucho tiempo inéditos, en los últimos años han sido examinados cuidadosamente por M. M. Roskovány y Chaillot, cada uno de los cuales ha publicado partes considerables de ellos. La primera reunión de la congregación fue en 1741, y los debates que tuvieron lugar entonces y más tarde son de interés desde el punto de vista del liturgista, pero no es necesario que nos detengamos en ellos. Aunque este proyecto de reforma no llegó a nada, sin embargo, la labor realizada por la congregación fue de valor real y le hace honor a sus miembros, algunos de los cuales, como Giorgi, fueron liturgistas eminentes. Los futuros trabajadores de este campo del saber tendrán que tener en cuenta sus colecciones. Después de la muerte del Papa Benedicto XIV (4 de mayo, 1758) se suspendieron los trabajos de esta congregación y nunca más se reanudaron en serio.

Desde la época de Benedicto XIV los cambios en el Breviario han sido muy pocos, y de menor importancia, y pueden ser descritos en pocas palabras. Bajo Pío VI, surgió de nuevo la cuestión de una reforma del Breviario. Por órdenes de ese pontífice se redactó y presentó a la Congregación de Ritos un esquema, pero fue imposible de superar las dificultades que rodearon a una empresa de este tipo. En 1856 Pío IX nombró una comisión para examinar el asunto: ¿Es oportuna la reforma del Breviario? Pero de nuevo sólo cuestiones preliminares ocuparon su atención. Entre las Actas del Concilio Vaticano I se encuentran una serie de propuestas, cuyo por objeto era la simplificación o la corrección del Breviario, pero la investigación nunca llegó más allá de esa etapa. Por último, a finales de 1902, bajo León XIII, se nombró una comisión, cuyos deberes fueron un estudio de las cuestiones histórico-litúrgicas. Su ámbito es uno más amplio, que abarca no sólo el Breviario, sino también el misal, el pontifical y el ritual. Tiene, además, que supervisar futuras ediciones litúrgicas, y así ver que se ajusten lo más estrechamente posible a los datos históricos. Esta comisión, aunque unida a la Congregación de Ritos, sin embargo, es autónoma. En un principio consistía de cinco miembros bajo la presidencia de Monseñor Duchesne, a saber: Monseñor Wilpert, P. Ehrle, SJ, P. Roberti, Mons. Umberto Benigni, Mons. Mercati y algunos consultores. Para 1907 todavía no se conocía el resultado de su trabajo.

Este bosquejo de las reformas del Breviario demuestra, sin embargo, el deseo de la Iglesia por eliminar las manchas que desfiguran este libro. Todos estos esfuerzos no han sido estériles, algunas de estas revisiones marcan un progreso real; y se puede esperar que la comisión presente realice determinadas mejoras que el progreso de los estudios históricos y la crítica han hecho muy necesario.


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Traducido por Luz María Hernández Medina. rc