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Sábado, 21 de diciembre de 2024

Alcuino

De Enciclopedia Católica

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Su vida

(Alhwin, Alchoin; Latín Albinus, también Flaccus).

Eminente educador, intelectual y teólogo; nació alrededor de 735 y murió el 19 de mayo de 804. Procedía de una familia noble de Northumbria, aunque se discute el lugar de nacimiento, posiblemente cerca de York. De niño entró en la escuela de la catedral fundada por el arzobispo Egberto, atrayendo enseguida la atención del maestro de la escuela, Aelbert, así como la del arzobispo, por su piedad y aptitud; ambos dedicaron especial atención a su educación. En su juventud hizo varias visitas al continente, en compañía de su maestro. En 767 Aelbert sucedió al arzobispo de York y naturalmente cayó sobre Alcuino la responsabilidad de dirigir la escuela, a la que dedicó los siguientes quince años, atrayendo a numerosos estudiantes y enriqueciendo la ya valiosa biblioteca.

Al volver de Roma en marzo de 781, conoció a Carlomagno en Parma y fue convencido por el príncipe que se trasladarse a Francia a la corte real como “Maestro de la Escuela de Palacio”, que estaba en Aquisgrán la mayoría del tiempo, pero que se movía de lugar en lugar, cuando se cambiaba la residencia real. En 786 volvió a Inglaterra, al perecer por importantes asuntos eclesiásticos y de nuevo en 790, esta vez enviado por Carlomagno.

Alcuino asistió al sínodo de Frankfort de 794 y tomó parte importante en la redacción de los decretos que condenaban el adopcionismo así como en los esfuerzos posteriores para conseguir la sumisión de los recalcitrantes prelados españoles.

En 796, cumplidos los sesenta años, queriéndose retirar del mundo, fue nombrado por Carlomagno abad de San Martín de Tours, donde en los años de su declinar, pero de celo creciente, se fundó una escuela monástica modélica, reuniendo libros y atrayendo a estudiantes de cerca y de lejos, como antes había hecho en Aquisgrán y York.

Murió el 19 de mayo de 804. Parece que sólo fue diácono, que era además el título que prefería para sí al firmar sus cartas "Albinus, humilis Levita". Algunos han pensado que se ordenó sacerdote al final de sus días. Su desconocido biógrafo al describir este período dice de él "celebrabat omni die missarum solemnia"(Jaffé, "Mon. Alcuin., Vita," 30). En una de sus últimas cartas Alcuino reconoce el regalo de una casula o casulla, que promete usar en las missarum solemniis (Ep. 203). Es probable que fuera monje benedictino, aunque esto también se ha discutido, manteniendo algunos historiadores que era simplemente un miembro del clero secular, aun cuando ejercía de abad en Tours.

Educador y erudito

Se ha de decir de su obra como educador, en general, fue una de las más importntes en el movimiento de renovación del saber de su tiempo que hizo posible el gran renacimiento intelectual tres siglos más tarde. La erudición anglosajona llegó en él a su más amplia influencia; la herencia de Beda y Jarrow fue asumida por Alcuino en York y en sus proyectos posteriores en el continente, enriqueciendo permanentemente a la Europa civilizada.

Las influencias que rodeaban a Alcuino provenían principalmente de dos fuentes: irlandesa y continental. Desde el siglo sexto había irlandeses fundando escuelas y monasterios por toda Europa. Desde Iona, según Beda, Aidan y otros misioneros celtas llevaron el conocimiento de los clásicos al mismo tiempo que la luz de la fe cristiana a Nortumbria. Tanto Aldhelm como Beda tuvieron maestros irlandeses, aunque la erudición de los celtas parece que influyó en los estudios de Alcuino muy indirecta y remotamente. La impronta fuertemente romana que caracterizaba a la escuela de Canterbury, fundada por Teodoro y Adriano , enviados por el papa a Inglaterra en 669, se reprodujo naturalmente en la escuela de Jarrow y desde allí a su vez en la escuela de York. Esa influencia se puede discernir en Alcuino, en la parte religiosa, en su devota adhesión a las tradiciones romanas, distintas de las locales particulares o nacionales, así como, intelectualmente, por el hecho de que su conocimiento del griego, que era un estudio favorito entre los intelectuales irlandeses, parece que fue muy superficial.

Muy importante en la labor educativa de Alcuino en York fue la preocupación y preservación, asi como la ampliación, de la preciosa biblioteca. Viajó varias veces por Europa con el propósito de copiar y recoger libros. Numerosos discípulos se reunieron en torno a él, venidos de de todas las partes de Inglaterra y del continente. En su poema “Sobre los santos de la Iglesia de York”, escrito probablemente antes de residir en Francia, nos ha dejado una valiosa descripción de la vida académica en York, junto con una lista de los autores presentes en su catálogo de libros.

El curso de los estudios incluía, según Alcuino, “estudios liberales y la palabra sagrada” o las siete artes liberales, compuestas por el trivium y el quadrivium, con el estudio de la Escritura y los Padres para los que estaban más avanzados. Una característica de la escuela que merece ser mencionada es la organización de los estudios en plan moderno: los estudiantes separados por clases, según los temas y divisiones de los temas estudiados, con un maestro especial para cada clase.

Pero fue al hacerse cargo de la Escuela Palatina cuando las habilidades de Alcuino brillaron de forma más conspicua. A pesar de las influencias de York, en Inglaterra los estudios estaban decayendo. El país era presa de disensiones y guerras civiles y Alcuino percibió en el creciente poder de Carlomagno y su intenso deseo del desarrollo del conocimiento una oportunidad tal que ni siquiera York con toda su importancia y ventajas escolásticas podía permitirse. No quedó desilusionado.

Carlomagno contaba con la educación para completar la obra de la construcción del imperio en la que estaba embarcado y su mente estaba ocupada en proyectos educativos. De hecho había comenzado ya un renacimiento literario. Se traían eruditos de Italia, Alemania e Irlanda y cuando Alcuino, en 782, se comprometió con Carlomagno, pronto se vio rodeado, en Aquisgrán, no sólo por los miembros jóvenes de la nobleza, para cuya instrucción se le había llamado, sino también por discípulos más mayores algunos de los cuales estaban considerados como los mayores eruditos de su tiempo. Bajo su liderazgo, la Escuela Palatina llegó a ser, como había querido Carlomagno, un centro del saber y cultura de todo el reino y, en verdad, de toda Europa. El mismo Carlomagno, su reina Luitgarda, su hermana Gisela, sus tres hijos y dos hijas fueron discípulos de la escuela, un ejemplo que el resto de la nobleza imitó rápidamente. El mayor mérito de Alcuino como educador laico, no fue el haber educado a una generación de hombres y mujeres, sino, sobre todo, haber inspirado su propio entusiasmo por el saber y por enseñar a los jóvenes talentos que se reunían en trono a él provenientes de todas partes.

Sus escritos educativos que comprenden los tratados “Sobre Gramática”, “Sobre Ortografía”, “Sobre la Retórica y las Virtudes”, “Sobre la Dialéctica”, las “Disputas con Pipino” y el tratado astronómico titulado “De Cursu et Saltu Lunae ac Bissexto", nos proporcionan una visión de las materias y métodos de enseñanza empleados en el Escuela Palatina y en general en las escuelas de su tiempo, pero no son notables por su originalidad o excelencia. Suelen ser son compilaciones - generalmente en forma de diálogos sacados de las obras de maestros anteriores; probablemente tenían el propósito de ser utilizados como libros de texto por sus propios discípulos.

Alcuino, como Beda, era un maestro más que un pensador original, un compilador y divulgador del conocimiento y en esta aspecto, nos parece ahora que la orientación de su genio respondía perfectamente a las imperativas necesidades intelectuales de su tiempo que era la preservación y representación al mundo de los tesoros del conocimiento heredados del pasado, enterrados hacía tiempo y ocultos ante las sucesivas oleadas de invasiones de los bárbaros.

Disce ut doceas (aprende para enseñar) era la norma de su vida. Se reconoce el valor supremo que daba al oficio de la enseñanza en su admonición a los jóvenes perezosos a los que advertía que en su edad avanzada no llegarían a ser maestros (Qui non discit in pueritia, non docet in senectute, Ep. 27).

Alcuino fue sobre todo calificado como el maestro de su tiempo. Aunque vivía en el mundo y se ocupaba mucho en los asuntos públicos, era un hombre de humildad singular y santidad de vida. Sentía un ilimitado entusiasmo por el saber y celo incansable por el trabajo práctico de la clase y de la biblioteca y por los grandes grupos de jóvenes que se reunían en torno a él provenientes de todas partes de Europa y que al partir llevaban consigo algo de su apasionado ardor por el estudio. Era amado por todos por su disposición amable y afectuosa y los lazos que unían a maestro y discípulo maduraban en una amistad íntima que duraba toda la vida. Muchas de las cartas que se han conservado fueron escritas a antiguos discípulos y más de treinta están dirigidas al su tiernamente amado discípulo Arno, que llegó a ser arzobispo de Salzburgo. Antes de morir, Alcuino tuvo la satisfacción de ver a los jóvenes a los que había educado ocupándose por toda Europa de la labor de la enseñanza.

Wattenbach dice hablando del período que siguió: “En cualquier parte en que surgía la actividad literaria se podía tener la certeza de que se encontraría a un discípulo de Alcuino”.

Muchos de sus discípulos ocuparon importantes puestos en la Iglesia y en el Estado en influyeron en la educación, con el arriba mencionado Arno, arzobispo de Salzburgo, Teodulfo, obispo de Orleans, Aenbaldo, arzobispo de York, Adelhardo, primo de Carlos que fue abad de (Nueva)Corbie, en Sajonia, Aldrich, abad de Ferrieres y Fridugis, el sucesor de Alcuino en Tours. Entres sus discípulos está también el famoso Rábano Mauro, el intelectual sucesor de Alcuino, que fue a estudiar durante un tiempo con él en Tours y que después continuó en su escuela de Fulda la labor de Alcuino en Aquisgrán y Tours.

El desarrollo de la Escuela Palatina, aún siendo tan importante, era solamente una parte de los planes educativos de Carlomagno. Había que establecer otros centros educativos por todo el reino para la difusión del saber y para ello, en una época en que estaba casi completamente bajo el control de la Iglesia, era necesario que el clero fuera un cuerpo de hombres con educación. Con este propósito se emitieron en nombre del emperador una serie de decretos o capitulares, seglares y regulares, que exigían al clero bajo pena de suspensión y privación del oficio, la habilidad de leer y escribir y la posesión del conocimiento requerido para la realización inteligente de los deberes del estado clerical. Había que fundar escuelas de lectura para los candidatos al sacerdocio y se requirió a los obispos que examinaran a su clero de vez en cuando para asegurarse del grado de cumplimiento de esa leyes educativas.

Se proyectó un plan de educación elemental general. Una capitular del año 802 mandaba que “todos debían enviar a su hijo a estudiar letras y que el niño debía permanecer en la escuela con toda diligencia hasta que estuviera bien instruido en el saber” (West, 54). Siguiendo los decretos del concilio de Voison, se debía abrir una escuela elemental en cada pueblo y ciudad en la que enseñaran lo sacerdotes de forma gratuita. Es imposible saber hasta que punto es mérito de Alcuino la organización y establecimiento de este vasto sistema educativo que comprendía una institución central superior, la Escuela Palatina, un cierto número de escuelas subordinadas de artes liberales distribuidas por todo el país y escuelas para la gente común en cada ciudad y pueblo. No es visible su mano en una serie de acciones legislativas pero no puede haber duda que tuvo mucho que ver con la inspiración, si no contribuyó a la redacción, de estas leyes. Gaskoin dice muy apropiadamente:”La voz es la voz de Carlos, pero la mano es la mano de Alcuino”. También recaía en Alcuino y en sus discípulos la responsabilidad de cumplir con la legislación. Es cierto que las leyes no se aplicaron más que de forma limitada y que las medidas planificadas y aplicadas sólo parcialmente para la educación de la gente no llegaron a tener un éxito completo y que el movimiento para la revitalización y difusión del conocimiento por todo el imperio no duró; sin embargo se consiguió mucho que si duró. Se preservó el conocimiento acumulado del pasado que estaba en peligro de perderse y cuando llegó el mayor y más permanente renacimiento del conocimiento, varios siglos después, cuando la luz comenzó a penetrar a través de las nubes tormentosas de los conflictos y anarquía feudales, los cimientos puestos en el siglo octavo aún estaban allí, preparados para recibir el peso de un saber más alto que los pensadores del nuevo renacimiento iban a levantar.”(Gaskoin, 209).

Los poemas de Alcuino van desde versos breves como epigramas, dirigidos a sus amigos y para la inscripción en libros, iglesias, altares etc., a largas historias métricas de los sucesos bíblicos y eclesiásticos. Sus verse se elevan rara vez a la altura de la verdadera poesía y como la mayor parte de la obra de los poetas del período, con frecuencia fallan en las reglas de la cantidad, de la misma manera que su prosa, aunque simple y vigorosa, muestra aquí y allí una especie de desprecio por las reglas aceptadas de la sintaxis. Su obra métrica principal, el “Poema obre los santos de la Iglesia de York” consta de 1657 líneas en hexámetros y es en realidad una historia de esa iglesia.

Las obras de Alcuino como teólogo pueden clasificarse como exegéticas o bíblicas, morales y dogmáticas. Aquí también se observa la característica que hemos notado en sus obras educativas: conservación más que originalidad. Sus nueve comentarios a la Escritura – sobre el Génesis, los Salmos, el Cantar de los Cantares, Eclesiastés, Éxodo (Nombres Hebreos), Evangelio de S. Juan, Epístolas de Tito, Filemón, y Hebreos, los Dichos de S. Pablo y el Apocalipsis – son fundamentalmente frases tomadas de los Padres; aparentemente la idea era recoger las observaciones de los mejores comentadores que le habían precedido sobre los pasajes más importantes de la Escriturade.

Un proyecto bíblico más importante de Alcuino fue la revisión del texto de la Vulgata. A principios de siglo nueve esta versión había desplazado en Francia, y en todas partes de la iglesia occidental a la Antigua Itala (Vetus Itala) y a otras versiones latinas de la Biblia, pero la Vulgata por entonces mostraba muchas variantes respecto al original de S. Jerónimo. De hecho la uniformidad en el texto sagrado era un hecho desconocido. Cada iglesia y monasterio tenía sus lecturas aceptadas y hasta en las biblias usadas en la misma casa se hallaban variaciones. Además de Alcuino había otros sabios en este proyecto tratando de remediar esta situación Teodulfo de Orleans produjo un texto revisado de la Vulgata que ha sobrevivido en el “Codex Memmianus". Sin embargo la obra original de Alcuino no nos ha llegado por el descuido de los copistas; el uso extensivo que tuvo ha llevado a innumerables aunque no importantes variaciones del estándar que trataba de fijar.

En su carta, menciona simplemente que está embarcado, por orden de Carlomagno, "in emendatione Veteris Novique Testamenti" (Ep., 136). Hay cuatro Biblias que , a juzgar por las dedicatorias habrían sido preparadas por él o bajo su dirección en Tours durante los años 799-801. En opinión de Berger los “Biblias de Tours” representan todas en mayor o menor grado, a pesar de las variaciones en los detalles, el texto original de Alcuino (Hist. de la vulg., 242). Cualquiera que fueran los cambios que Alcuino introdujo en el texto de la Biblia no pudieron ser de importancia, debido a su carácter y por la limitación de los conocimientos de la época. La idea era reproducir el texto original de S. Jerónimo, en cuanto fuera posible y corregir los burdos errores que desfiguraban el texto sagrado. Y desde este punto de vista su obra bíblica fue importante.

De los tres breves tratados sobre la moral, dos "De virtutibus et vitiis" y "De animae ratione", son en realidad resúmenes de los escritos de S. Agustín sobre los mismos temas, mientras que el tercero “Sobre la confesión de los pecados” es una exposición concisa de la naturaleza de la confesión, dirigida a los monjes de S. Martín de Tours. Muy relacionados con sus escritos morales en el espíritu y en la finalidad son sus apuntes sobre las vidas de S. Martín de Tours, S. Vedast, S. Riquier y S. Willibrord; éste último es una biografía bastante extensa.

Su fama de teólogo descansa sobre todo en sus escritos dogmáticos. Se levantó como el principal campeón contra la herejía de los Adopcionistas. Esto demuestra su poder de penetración -- una cualidad de la mente que algunos historiadores le niegan – por percibir tan claramente la actitud esencialmente herética de Félix y Elipando respecto a la cuestión cristológica, una actitud cuya heterodoxia se les ocultaba quizás a ellos mismos al principio por la falsa distinción entre filiación natural y adoptiva. Y cuando Félix, el principal defensor intelectual del Adopcionismo, después de la disputa con Alcuino en Aquisgrán, reconoció el error de su postura, fue un tributo valioso a sus conocimientos patrísticos.

Cuando la condena de la herejía por el sínodo de Ratisbona en 792 no impidió la propagación de la herejía, se convocó en 794, por orden de Carlomagno, otro más importante en Frankfort al que acudieron representantes de las iglesias de Francia, Italia, Inglaterra y Galicia. Alcuino asistió a él y sin duda tomó parte importante en las discusiones y en la redacción de la "Epistola Synodica", aunque por su característica modestia, no reflejara este hecho en sus cartas.

Siguiendo el trabajo del Sínodo, dirigió a Félix, por el que había tenido gran estima anteriormente, una carta conmovedora de exhortación. Después de su establecimiento en Tours en 796, recibió de Félix una contestación que mostraba que haría falta algo más que la amistad para detener el progreso de la herejía. Había ya escrito un pequeño tratado, que consistía principalmente en citas de los Padres, contra las enseñanzas heréticas, con el título de "Liber Albini contra haeresim Felicis", y ahora comenzó una más amplia y profunda discusión sobre las cuestiones teológicas que estaban en juego. Esta obra "Libri VII adversus Felicem", era una refutación de la postura de los Adopcionistas más que una exposición de la doctrina católica y de ahí que siga las líneas de sus argumentos en vez de un desarrollo en orden lógico estricto. Alcuino presentaba contra los Adopcionistas el testimonio universal de los Padres, las inconsistencias internas de la doctrina en sí, su relación lógica con el nestorianismo y el espíritu racionalista que siempre se notaba en tales intentos de buscar explicaciones humanas para los inabarcables misterios de la fe.

En la primavera de 799 tuvo lugar una disputa entre Félix y Alcuino en el palacio real de Aquisgrán que terminó cuando Félix reconoció sus errores y aceptó las enseñanzas de la Iglesia. Más tarde Félix hizo una visita de amigo a Alcuino en Tours. Habiendo intentado en vano la sumisión de Elipando, Alcuino produjo otro tratado titulado "Adversus Elipandum Libri IV", confiando su distribución a los comisionados que Carlomagno enviaba a España.

En 802 envió al emperador el último y quizás más importante de sus tratados teológicos, el "Libellus de Sancta Trinitate", una obra incontrovertida en la forma aunque probablemente le fuera sugerida durante las discusiones con los adopcionistas. La obra tiene un breve apéndice titulado "De Trinitate ad Fridegisum quaestiones XXVIII". El libro es un compendio de la doctrina católica sobre la Santísima Trinidad, que tiene siempre a la vista el tratado sobre el tema de S. Agustín. No es cierto hasta que punto Alcuino compartía el espíritu de reticente adoptado por la iglesia de Francia, por indicación de Carlomagno, contra los decretos mas traducidos y mal entendidos del segundo Concilio de Nicea, de 787. El estilo de los “Libri Carolini” que condenan en nombre del rey los decretos del concilio, da pie a asumir que Alcuino no tuvo parte en la composición de la obra.

Alcuino como liturgista

Además de su justo merito como educador y teólogo, Alcuino tiene el honor de haber sido el principal agente en la gran obra de la reforma litúrgica realizada por la autoridad de Carlomagno. Cuando accedió al trono prevalecía en Francia el Rito Galicano pero tan modificado por las costumbres y tradiciones locales que era un serio obstáculo para completar la unidad eclesiástica. El rey se propuso poner el Rito Romano en vez del Galicano o al menos hacer una revisión del texto para conseguir uno sustancialmente igual que el romano. La fuerte inclinación de Alcuino hacia las tradiciones de la Iglesia Romana, combinada con su carácter conservador y el reconocimiento universal de su nombre, le calificaba para la realización del cambio que la autoridad real en si era incapaz de imponer.

La primera de las obras litúrgicas de Alcuino parece haber sido un libro de homilías o colección de sermones en latín para el uso de los sacerdotes. El que se imprimió con su nombre en el siglo quince no era suyo, aunque como dice Dom Morin, es probable que uno descubierto a finales del diecinueve en un manuscrito del siglo doce, contenga los sermones originales de Alcuino.

Otra obra litúrgica de Alcuino es una colección de Epístolas para ser leídas los domingos o días de fiesta a lo largo del año, lleva el título”Comes ab Albino ex Caroli imp. praecepto emendatus". Anteriormente los párrafos de la Escritura que se debían leer en la misa se indicaban con frecuencia en el margen de la Biblia utilizada. El “Comes” que en esto seguía la costumbre romana resultó otra forma de avanzar hacia la conformidad con la liturgia romana. Pero la obra que tuvo la más duradera influencia en este asunto fue el Sacramentario o Misal que compiló, utilizando el Sacramentario Gregoriano como base y añadiendo un suplemente de otras fuentes litúrgicas.

Prescrito como el libro de misa oficial para la iglesia franca, el misal de Alcuino pronto llegó a ser comúnmente utilizado en toda Europa y fue a la larga un excelente instrumento para conseguir la uniformidad respecto a la liturgia de la Misa en toda la iglesia occidental. Otras obras litúrgicas de Alcuino fueron una colección de misas votivas, elaborado para los monjes de Fulda, un tratado llamado "De psalmorum usu", un breviario para los laicos y una breve explicación de las ceremonias del Bautismo.

Una edición completa de las obras de Alcuino, con excepción de algunas de sus epístolas se puede encontrar en Migne, en los volúmenes 100-101 de la Petrología Latina. El texto de la edición de Migne fue antes publicado, en 1777, por Forben, abad de S. Esmeran, en Ratisbona. Una edición previa de Duchesne, menos completa, en París 1617. Una edición crítica y precisa de las “Epístolas” de Alcuino, junto con su poema “Sobre los Santos de la Iglesia de York”, su vida “Vida de S. Willibrord y la “Vide de Alcuino”, compuesta hacia 829 se encuentra en el cuarto volumen de la "Bibliotheca Rerum Germanicarum" bajo el título "Monumenta Alcuiniana", editada por Jaffé, Wattenbach y Duemmler (Berlín, 1873). Esta edición contiene 293 de las epístolas de Alcuino, mientras que la de Migne tiene 230.


Fuente: Burns, James. "Alcuin." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01276a.htm>.

Traducido por Pedro Royo.