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Sábado, 21 de diciembre de 2024

Concilio de Trento

De Enciclopedia Católica

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Concilio de Trento
El Decimonono Concilio Ecuménico se inauguró en Trento el 13 de diciembre de 1545, y se clausuró allí el 4 de diciembre de 1563. Su objetivo principal fue la determinación definitiva de las doctrinas de la Iglesia en respuesta a las herejías de los protestantes; un objetivo ulterior fue la ejecución de una reforma a fondo de la vida interior de la Iglesia, erradicando numerosos abusos que se habían desarrollado en ella.

CONVOCATORIA Y APERTURA

El 28 de noviembre de 1518 Martín Lutero había apelado del Papa un concilio general porque estaba convencido de que sería condenado en Roma por sus doctrinas heréticas. La Dieta reunida en Nüremberg en 1523 exigía un “concilio cristiano libre” en tierra alemana y en la Dieta de 1524 en esa misma ciudad se exigió un concilio nacional alemán para regular temporalmente las cuestiones en disputa y un concilio general para solucionar definitivamente las acusaciones contra Roma y las disputas religiosas. La exigencia era muy peligrosa debido el sentimiento prevaleciente en Alemania. Roma rechazaba terminantemente el concilio nacional alemán pero no se oponía a la celebración de un concilio general. El emperador Carlos V prohibió el concilio nacional, pero notificó al Papa Clemente VII a través de sus embajadores que consideraba conveniente la convocatoria de un concilio general y propuso la ciudad de Trento como lugar de la asamblea. En los años siguientes, las desafortunadas disputas entre el Papa y el emperador impidieron cualquier negociación sobre el concilio. Nada se hizo hasta 1529 cuando el embajador papal Pico della Mirandola declaró en la Dieta de Espira que el Papa estaba listo para ayudar a los alemanes en la lucha contra los turcos, para urgir la restauración de la paz entre los gobernantes cristianos y para convocar un concilio general que se reuniría en el verano siguiente. Carlos y Clemente VII se reunieron en Bolonia en 1530 y el Papa estuvo de acuerdo en convocar un concilio, si era necesario. El cardenal legado Lorenzo Campeggio se oponía al concilio convencido de que los protestantes no eran honestos al solicitarlo. A pesar de ello, los príncipes católicos alemanes, especialmente los duques de Baviera favorecían el concilio como el mejor modo de vencer los males que la Iglesia estaba padeciendo. Carlos nunca vaciló en su determinación de que se efectuara el concilio tan pronto como hubiera un período de paz general en la cristiandad.

El asunto se discutió también en la Dieta de Ausgburgo de 1530, cuando Campeggio se opuso otra vez, mientras que el emperador estaba a favor siempre que los protestantes estuvieran dispuestos a restablecer las condiciones anteriores hasta la decisión del concilio. La propuesta de Carlos fue aceptada por los príncipes católicos quienes, sin embargo, querían que el concilio se celebrara en Alemania. Las cartas del emperador a su embajador en Roma sobre el tema llevaron a la discusión del asunto dos veces en la congregación de cardenales nombrados especialmente para los asuntos alemanes. Aunque hubo opiniones divergentes, el Papa escribió al emperador que podía prometer la convocatoria de un concilio con su consentimiento, siempre que los protestantes retornaran a la obediencia de la Iglesia. Propuso una ciudad italiana, preferiblemente Roma, como lugar de reunión. El emperador, sin embargo, desconfiaba del Papa, creyendo que Clemente no deseaba realmente un concilio. Mientras tanto los príncipes protestantes no estuvieron de acuerdo en abandonar sus doctrinas. Clemente ponía constantemente dificultades respecto al concilio, aunque Carlos, de acuerdo con la mayoría de los cardenales, especialmente Farnesio, Del Monte y Canisio, le urgía frecuentemente para que lo convocara, como único medio para dirimir las disputas religiosas. Mientras, los príncipes protestantes rehusaban retractarse de las posturas que habían tomado. Francisco I de Francia intentó frustrar la convocatoria poniendo condiciones imposibles de cumplir. Fue culpa suya principalmente que el concilio no se celebrase durante el reinado de Clemente, pues en un consistorio del 28 de noviembre de 1531 se había acordado unánimemente la convocatoria. En 1532, en Bolonia, el emperador y el Papa discutieron el asunto de nuevo y decidieron que debía reunirse tan pronto como se obtuviera la aprobación de todos los príncipes cristianos. Se redactaron breves apropiados para los gobernantes y se comisionó a los legados a ir a Alemania, Francia e Inglaterra. La contestación del rey francés no fue satisfactoria. Tanto él como Enrique VIII de Inglaterra evitaron una respuesta definitiva y los protestantes alemanes rechazaron las condiciones propuestas por el Papa.

El siguiente Papa, Pablo III (1534-49), como cardenal Alejandro Farnesio siempre había favorecido decididamente la reunión conciliar, y durante el cónclave había apremiado la convocatoria de uno. Cuando, tras su elección, se reunió por primera vez con los cardenales, el 17 de octubre de 1534, habló de la necesidad del concilio general y repitió su opinión en el primer consistorio (13 de noviembre.). Llamó a Roma a distinguidos prelados para discutir con ellos el asunto. Representantes de Carlos V y Fernando I también trabajaron para acelerar la celebración del concilio. Sin embargo, la mayoría de los cardenales se oponían a ello y se resolvió notificar a los príncipes la decisión papal de reunir la asamblea. Se enviaron nuncios con este propósito a Francia y España y al rey alemán, Fernando. Vergerio, nuncio ante Fernando, debía informar personalmente a los electores germanos y a los más distinguidos de los restantes príncipes gobernantes de la inminente convocatoria del concilio. Ejecutó su encargo con celo, aunque con frecuencia encontró reserva y desconfianza. La selección del lugar fue fuente de muchas dificultades, ya que Roma insistía en que se celebrara en una ciudad italiana. Los gobernantes protestantes, reunidos en Esmalcalda en diciembre de 1535, rechazaron el propuesto concilio, en lo que les apoyaron Enrique VIII y Francisco I. Al mismo tiempo este último aseguraba a Roma que era muy conveniente para la erradicación de la herejía, realizando, en cuanto a la realización del concilio, la doble intriga que siempre había seguido respecto al protestantismo alemán. La visita de Carlos V a Roma en 1536 llevó a un completo acuerdo con el Papa respecto al concilio. El 2 de junio, el Papa Pablo III publicaba la Bula llamando a todos los patriarcas, arzobispos, obispos y abades a reunirse en Mantua el 23 de mayo de 1537, para celebrar un concilio general. Los cardenales legados fueron enviados a invitar al emperador, al rey de los romanos, al rey de Francia, mientras otros nuncios llevaron la invitación a otros países cristianos. El holandés Peter van der Vorst fue enviado a Alemania a persuadir a los príncipes gobernantes a que participaran. Los gobernantes protestantes recibieron al embajador poco amablemente; en Esmalcalda rechazaron la invitación cortésmente, aunque en 1530 habían exigido un concilio. Francisco I aprovechó la ocasión de la guerra que había estallado entre él y Carlos en 1536 para declarar imposible la asistencia de los obispos franceses al concilio.

Mientras, en Roma se hacían los preparativos con celo. La comisión de reforma, nombrada en julio de 1536, redactó un informe como la base para la corrección de los abusos de la vida eclesiástica, y el Papa se preparaba para el viaje a Mantua. El duque de Mantua levantó ahora objeciones contra la celebración en su ciudad, e impuso condiciones que Roma no podía aceptar. Por lo tanto, la inauguración del concilio se pospuso para el 1 de noviembre; luego se decidió abrirlo en Vicenza el 1 de mayo de 1358. Sin embargo, el curso de los acontecimientos era continuamente obstaculizado por Francisco I; sin embargo, los legados que iban a presidir el concilio llegaron a Vicenza. Sólo acudieron seis obispos. El rey francés y el Papa se reunieron en Niza y se decidió prorrogarlo hasta la Pascua de 1539. Poco después el emperador también quería posponerlo pues esperaba restaurar la unidad religiosa en Alemania mediante conferencias con los protestantes. Tras varias infructuosas negociaciones con Carlos V y con Francisco I, en el consistorio del 21 de mayo de 1539 se pospuso el concilio indefinidamente, el cual se reuniría a discreción del Papa. Cuando Pablo III y Carlos V se reunieron en Luca en septiembre de 1541, el Papa volvió al asunto del concilio. El emperador consintió en que se reuniese en Vicenza, pero Venecia no estuvo de acuerdo, por lo que el emperador propuso Trento, y luego el cardenal Gasparo Contarini sugirió Mantua, pero nada se decidió. El emperador y Francisco I fueron invitados a enviar a los cardenales de sus países a Roma de modo que el Colegio de Cardenales pudiese discutir el asunto del concilio. Giovanni Morone trabajaba en Alemania como legado para el concilio y el Papa estuvo de acuerdo en celebrarlo en Trento. Tras otras consultas con Roma, Paulo III convocó el 22 de mayo de 1542 un concilio ecuménico que se reuniría en Trento el 1 de noviembre del mismo año. Los protestantes atacaron violentamente al concilio y Francisco I se opuso enérgicamente y ni siquiera permitió que se publicase en su reino la Bula de la convocatoria.

Los príncipes católicos alemanes y el rey Segismundo de Polonia consintieron en la convocatoria. Carlos V, enfadado por la posición neutral del Papa en la guerra que amenazaba entre él y Francisco, así como con la fraseología de la bula, escribió una carta de reproche a Paulo III. Sin embargo, comisionados especiales del Papa estaban haciendo preparativos para el concilio en Trento y luego se nombró a tres cardenales como legados conciliares. Sin embargo, la conducta de Francisco I y del emperador volvió a impedir la apertura del concilio. Unos pocos obispos italianos y alemanes aparecieron en Trento. El Papa fue a Bolonia en marzo de 1543 y a una conferencia con Carlos V en Busseto, en junio, que no logró ningún avance. Las tensas relaciones que surgieron de nuevo entre el Papa y el emperador y la guerra entre Carlos V y Francisco I ocasionaron otra prórroga (6 de julio de 1543). Después de la Paz de Crespy (17 de septiembre de 1544) hubo una reconciliación entre Pablo III y Carlos V. El mismo Francisco I cambió de posición y se declaró a favor de Trento, como lugar de reunión, como lo hizo también el emperador.

El 19 de noviembre de 1544, se promulgó la bula "Laetare Hierusalem" con la que se convocaba de nuevo el concilio en Trento para el 15 de marzo de 1545. En febrero de 1545 se nombró a los cardenales Giovanni del Monte, Marcello Cervini y Reginald Pole como legados papales para presidirlo. Como en marzo sólo habían llegado a Trento unos pocos obispos, hubo de posponerse de nuevo la fecha de apertura. Sin embargo, como el emperador deseaba que se inaugurara rápidamente, se fijó el 13 de diciembre como fecha de la primera sesión formal, la cual se celebró en el coro de la catedral de Trento después de que el cardenal del Monte, primer presidente del concilio, hubo celebrado la Misa del Espíritu Santo. Cuando se leyeron las bulas de convocatoria y del nombramiento de los legados conciliares, el cardenal del Monte declaró inaugurado el concilio y fijó el 7 de enero como fecha de la segunda sesión. Además de los tres legados presidentes, estaba presente el cardenal Christopher Madruzzi, obispo de Trento, 4 arzobispos, 21 obispos y cinco generales de órdenes religiosas. Asistían además los delegados del rey Fernando de Alemania, 42 teólogos y 9 canonistas que habían sido llamados como consultores.

ORDEN DE LOS ASUNTOS

Para realizar su gran tarea, el concilio tuvo que luchar con muchas dificultades. Las primeras semanas se consumieron principalmente en fijar el orden de los asuntos a tratar en las asambleas. Tras largas discusiones se acordó que los cardenales legados propondrían los temas que habían de considerar los miembros del concilio; después que fueron redactados por una comisión de consultores (congregatio theologorum minorum) serían discutidos detenidamente en sesiones preparatorias de congregaciones especiales de prelados para asuntos dogmáticos y congregaciones similares para las cuestiones legales (congregatio proelatorum theologorum y congregatio proelatorum canonistarum). Originalmente los padres conciliares se dividieron en tres congregaciones para la discusión de los temas, pero dejaron esa distribución por ser muy engorrosa. Después de todas las discusiones preliminares, el asunto así preparado se debatió en detalle en la congregación general (congregatio generalis) donde se le dio la forma final del decreto. Estas congregaciones generales estaban formadas por obispos, generales de las órdenes y abades con derecho a voto, los sustitutos de miembros ausente con derecho a voto y los representantes (oratores) de los gobiernos seculares. Los decretos que resultaban de tan exhaustivos debates se presentaban en las sesiones formales y se votaba sobre ellos.

El 18 de diciembre los legados presentaron diecisiete artículos ante las congregaciones generales respecto al orden del procedimiento en los temas a discutirse. Esto produjo una serie de dificultades, la primera de las cuales fue si se discutiría primero las cuestiones dogmáticas o la reforma de la vida de la Iglesia. Finalmente se decidió que ambos temas debían ser debatidos simultáneamente. Así después de la promulgación en las sesiones de los decretos referentes a los dogmas de la Iglesia siguió una promulgación similar de los de la disciplina y la reforma de la Iglesia. También se planteó la cuestión de si los generales de las órdenes y los abades que asistían al concilio tenían derecho al voto, sobre la cual hubo diversas opiniones. Tras largas deliberaciones se llegó a la decisión de que el voto del general de la orden era el voto de toda la orden y que los tres abades benedictinos enviados por el Papa para representar a toda la orden tenían derecho a un solo voto.

Surgieron violentas diferencias de opinión durante la discusión preparatoria del decreto que se presentaría a la segunda sesión para determinar el título que se debía dar al concilio. La cuestión era si al título de “Sacrosanto Concilio de Trento” (Sacrosancta tridentina synodus), se debían añadir las palabras “representando a la Iglesia universal” (universalem ecclesiam reproesentans). Según el obispo de Fiesole Braccio Martello, cierto número de miembros deseaban esta forma. Sin embargo, tal título, aunque justificado en si mismo, pareció peligroso a los legados y otros miembros debido a su incidencia sobre los concilios de Constanza y Basilea, puesto que podía pensarse que expresaba la superioridad del concilio ecuménico sobre el Papa. Por consiguiente, en vez de esa fórmula la frase adicional "oecumenica et generalis" fue propuesta y aceptada por casi todos los obispos. Sólo tres obispos que presentaron el asunto infructuosamente varias veces querían la fórmula "universalem ecclesiam reproesentans".

Un punto adicional se refería a los representantes de los obispos ausentes, es decir, si tenían derecho al voto o no. Originalmente, no se les permitió votar. El Papa Pablo III le concedió el derecho al voto por poder solamente a los obispos alemanes que no podían salir de sus diócesis debido a los problemas religiosos. En 1562, cuando el concilio se reunió de nuevo, Pío IV retiró ese permiso. Se aprobaron otras regulaciones respecto al derecho de los miembros de obtener los beneficios de sus diócesis durante la sesión del concilio y sobre el modo de vida de los miembros. Más tarde, durante el tercer periodo del concilio, se modificó variamente estas decisiones. Así, se dividió en seis clases a los teólogos del concilio, que se habían convertido en un grupo muy numeroso; cada uno de los cuales recibía un cierto número de borradores de los decretos en discusión. A menudo también se nombraban diputaciones especiales para ciertos asuntos. La regulación completa de los debates era muy prudente y ofrecía garantías de una discusión exhaustiva y absolutamente objetiva en todos los matices de las cuestiones traídas a debate. Se mantenía un servicio de correos regular entre Roma y Trento de manera que el Papa estaba completamente informado de los debates del concilio.

EL TRABAJO Y SESIONES

Primer Período en Trento

Entre los padres del Concilio y los teólogos convocados a Trento, hubo algunos hombres importantes. Los legados que presidieron el concilio estuvieron a la altura de su difícil tarea: Paceco de Jaén, Lorenzo Campeggio de Feltre, y el antedicho obispo de Fiesole, fueron especialmente conspicuos entre los obispos que estuvieron presente en las primeras sesiones; Girolamo Seripando, general de los Ermitaños de San Agustín era el más prominente de los generales de las órdenes. Entre los teólogos se debe mencionar a los eruditos dominicos Ambrosio Catarino y Domingo de Soto. Después de la sesión de apertura formal (13 de diciembre de 1545) se debatió las varias cuestiones sobre el orden de los asuntos y ni en la segunda sesión (7 de enero de 1546) ni en la tercera (4 de febrero de 1546) se trató asuntos de fe o disciplina. Los trabajos del concilio no comenzaron hasta que después de la tercera quedaron solucionados los asuntos preliminares y de orden de los asuntos. El representante del emperador, Francisco de Toledo, no llegó a Trento hasta el 15 de marzo y otro representante personal, Mendoza, llegó el 25 de mayo.

El primer tema de discusión que presentaron los legados ante la congregación general, el 8 de febrero, fue el de las Sagradas Escrituras como fuente de la Revelación Divina. Tras exhaustivas discusiones preliminares en las varias congregaciones, quedaron listos dos decretos para el debate en la cuarta sesión (8 de abril de 1546) que fueron adoptados por los padres. Al tratar el Canon de la Escritura declararon que, al mismo tiempo que en materia de fe y moral, la tradición de la Iglesia es, junto con la Biblia, el estándar de la revelación sobrenatural; luego, sobre el texto y uso de los Libros Sagrados, declararon que la Vulgata es el texto auténtico para los sermones y discusiones, aunque esto no excluía correcciones textuales. También se determinó que la Biblia debía ser interpretada según el testimonio unánime de los Padres y nunca ser mal usada para propósitos supersticiosos. Nada se decidió respecto a la traducción a las lenguas vernáculas

Mientras tanto, comenzaron intensas discusiones respecto a la reforma de la Iglesia entre el Papa y los legados. Éstos habían sugerido algunos temas, los cuales hacían especial referencia a la Curia Romana y su administración, a los obispos, los beneficios eclesiásticos y los diezmos, los órdenes y la educación del clero. Carlos V quería que se pospusiera la discusión de las cuestiones dogmáticas, pero el Papa y el concilio no estuvieron de acuerdo, de manera que el concilio debatía dogmas simultáneamente con los decretos sobre disciplina. El 24 de mayo toda la congregación comenzó la discusión sobre el pecado original, su naturaleza, consecuencias y su anulación por el bautismo. Al mismo tiempo se trajo el asunto de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, pero la mayoría decidió finalmente no tomar ninguna decisión dogmática en este punto. Las reformas debatidas trataban del establecimiento del profesorado teológico, la predicación y la obligación episcopal de residencia eclesiástica. Respecto a esto, el obispo español Pacheco trajo a colación el punto de si la obligación era de origen divino o si era simplemente una ordenanza eclesiástica de origen humano, asunto que llevó más tarde a largas y violentas discusiones.

En la quinta sesión (17 de junio de 1546) se promulgó el dogma del pecado original con cinco cánones (anatemas) contra las correspondientes doctrinas erróneas. También se promulgó el primer decreto de reforma (de reformatione), que trata (en dos capítulos) del profesorado en la Escritura y del aprendizaje secular (artes liberales) de los que predican la palabra divina, así como de los colectores de las limosnas.

Para la siguiente sesión, originalmente fijada para el 29 de julio, los asuntos propuestos para el debate general fueron el dogma de la justificación como cuestión dogmática y la obligación de residencia de los obispos como decreto disciplinario; los legados propusieron a la asamblea el tratamiento de estos asuntos el 21 de junio. El dogma de la justificación trajo a debate uno de los asuntos fundamentales que había de discutirse respecto a los herejes del siglo XVI y que presentaba en sí misma grandes dificultades. El partido imperial pensó en bloquear la discusión de todo el asunto, algunos Padres estaban preocupados por la guerra inminente de Carlos V contra los príncipes protestantes, y había disensión reciente entre el emperador y el Papa. Sin embargo, los debates sobre el asunto continuaron con el mayor celo; animados a veces con discusiones tempestuosas; el debate de la siguiente sesión general hubo de posponerse. No menos de sesenta y una congregaciones generales y otras cuarenta y cuatro congregaciones fueron necesarias para el debate de los temas importantes de la justificación y la obligación de residencia antes de que los asuntos estuvieran listos para una decisión final. En la sexta sesión regular (13 de enero de 1547) se promulgó el magistral decreto sobre la justificación (de justificatione) que constaba de un proemio o prefacio y dieciséis capítulos con treinta y tres cánones de condenación de las herejías opuestas. El decreto sobre la reforma fue uno de los cinco capítulos relativos a la obligación de residencia de los obispos y de los ocupantes de beneficios u oficios eclesiásticos. Estos decretos hacen de la sesión sexta una de las más importantes y decisivas de todo el concilio.

Los legados propusieron a la congregación general, como tema para la siguiente sesión, la doctrina de la Iglesia sobre los sacramentos y en lo relativo a la disciplina, una serie de ordenanzas sobre los nombramientos y actividades oficiales de los obispos y sobre los beneficios eclesiásticos. Una vez debatidos en la séptima sesión (3 de marzo de 1547) se promulgó un decreto dogmático con sus correspondientes cánones sobre los sacramentos en general (trece cánones), sobre el bautismo (catorce cánones) y sobre la Confirmación (tres cánones); se aprobó un decreto sobre la reforma (15 capítulos) respecto a los obispos y los beneficios eclesiásticos, en particular sobre las pluralidades, visitas y exenciones, respecto a la fundación de enfermerías y a los asuntos legales del clero.

Antes de esta sesión se había discutido el asunto de la posposición del concilio o su traslado a otra ciudad. Las relaciones entre el Papa y el emperador se habían tornado más tensas, había comenzado la guerra de Esmalcalda en Alemania y además surgió un brote de epidemia en Trento que causó la muerte al general de los franciscanos y a otros. Por lo tanto, los cardenales legados propusieron en la octava sesión (11 de marzo de 1547) trasladar el concilio a otra ciudad, apoyando su acción en el Breve publicado por el Papa poco tiempo antes. La mayoría de los padres votaron por el cambio a Bolonia y al día siguiente (12 de marzo) los legados se trasladaron allí. En la novena sesión el número de participantes se había elevado a cuatro cardenales, nueve arzobispos, cuarenta y nueve obispos, dos delegados, dos abades, tres generales de órdenes y cincuenta teólogos.

Período en Bolonia

La mayoría de los Padres se trasladaron a Bolonia con los legados, pero catorce obispos que pertenecían al partido de Carlos V permanecieron en Trento y no querían reconocer el traslado. El repentino cambio de lugar sin haber consultado al Papa no gustó a Paulo III, que seguramente vio que esto le llevaría a ulteriores serias dificultades con el emperador. De hecho, Carlos V estaba muy indignado con el cambio y a través de su embajador, Andreas de Vega, protestó y urgió vigorosamente para que se volviera a Trento. La derrota de la Liga de Esmalcalda aumentó el poder del emperador. Cardenales influyentes intentaron mediar entre él y el Papa, pero las negociaciones fallaron. El emperador protestó formalmente contra el traslado a Bolonia y rehusando permitir que los obispos españoles que estaban en Trento abandonaran la ciudad, inició las negociaciones de nuevo con los protestantes alemanes bajo su propia responsabilidad. Consecuentemente, en la sesión novena que se celebró en Bolonia el 21 de abril de 1574, el único decreto que se publicó fue el de posponer la sesión. La misma acción se realizó en la sesión décima del 2 de junio de 1547, aunque había habido debates exhaustivos sobre varios temas en las congregaciones. La tensión entre el Papa y el emperador iba creciendo a pesar de los esfuerzos de los cardenales Sfondrato y Christopher Madruzzi. Las negociaciones resultaban inútiles. Los obispos que habían permanecido en Trento no habían celebrado sesiones, pero cuando el Papa llamó a Roma a cuatro de los obispos de Bolonia y a cuatro de los de Trento, éstos se excusaron diciendo que no podían obedecer la llamada. Paulo III habría de esperar ahora oposición extrema del emperador. Por lo tanto, el 13 de septiembre, proclamó la suspensión del Concilio y ordenó al cardenal legado Del Monte que despidiera a los miembros del concilio reunidos en Bolonia, lo cual realizó el 17 de septiembre. Los obispos fueron llamados a Roma donde debían preparar los decretos para la reforma de la disciplina. Esto cerró el primer período del concilio. El Papa murió el 10 de noviembre de 1549.

Segundo Período en Trento

El sucesor de Paulo III fue Julio III (1550-55), Giovanni del Monte, primer cardenal legado del concilio, quien comenzó inmediatamente negociaciones con el emperador para reabrir el mismo. El 14 de noviembre de 1550 emitió la Bula "Quum ad tollenda," en la que se fijaba la reunión de nuevo en Trento. Nombró como presidentes al cardenal Marcelo Crescencio, arzobispo Sebastián Pighino de Siponto, y al obispo Luis Lipomanni de Verona. El cardenal legado llegó a Trento el 29 de abril de 1551, donde ya había, además del obispo de la ciudad, catorce obispos de las tierras regidas por el emperador Carlos V; algunos venían de Roma, donde habían permanecido, y el 1 de mayo de 1551 se celebró la sesión décimo primera, en la que se decretó la reapertura del concilio y se fijó la fecha de la siguiente sesión para el día 1 de septiembre. En las congregaciones de teólogos y en varias congregaciones generales se discutieron el sacramento de la Eucaristía y borradores de otros decretos disciplinares. Entre los teólogos estaban James Lainez y Alfonso Salmerón, enviados por el Papa, y Juan Arza, que representaba al emperador. Estaban presentes los embajadores del emperador, el rey Fernando, Enrique II rey de Francia, que estaba renuente a la asistencia de ningún obispo francés.

En la duodécima sesión (1 de septiembre de 1551) la única decisión tomada fue prorrogarlo hasta el 11 de octubre, debido a la expectación por la llegada de otros obispos alemanes, además de los arzobispos de Maguncia y Tréveris que ya estaban allí. La décimo tercera sesión se celebró el 11 de octubre de 1551. Promulgó un decreto sobre el sacramento de la Eucaristía (en 8 capítulos y 11 cánones) y un decreto sobre la reforma (en 8 capítulos) respecto a la supervisión que habían de ejercer los obispos y sobre la jurisdicción episcopal. Otro decreto posponía hasta la próxima sesión la discusión de cuatro artículos sobre la Eucaristía, es decir, sobre la Comunión bajo las dos especies de pan y vino y la Comunión de los niños. También se autorizó un salvoconducto para los protestantes que deseasen asistir al concilio. Ya había llegado a Trento un embajador de Joaquín II de Brandenburgo.

Los presidentes expusieron para la discusión ante la congregación general del 15 de octubre, borradores de las definiciones de los Sacramentos de la Penitencia y Extremaunción. Durante los meses de octubre y noviembre, estos temas ocuparon a las congregaciones generales y de teólogos, entre los que sobresalían John Gropper, Frederic Nausea, Tapper y Jean Hessels. En la décimo cuarta sesión, 25 de noviembre, el decreto dogmático promulgado contenía nueve capítulos sobre el dogma de la Iglesia respecto al sacramento de la penitencia y tres capítulos sobre la Extremaunción. A los capítulos sobre la Penitencia se añadieron quince cánones y a los capítulos sobre la Extremaunción se añadieron cuatro cánones que condenaban las enseñanzas heréticas al respecto. El decreto sobre la reforma trataba de la disciplina del clero y varios asuntos sobre los beneficios eclesiásticos.

Mientras tanto llegaron a Trento varios embajadores de los distintos príncipes protestantes. Hicieron varias demandas, entre ellas: que se anularan los decretos anteriores contrarios a la Confesión de Augsburgo; que se pospusieran los debates sobre los asuntos en disputa entre católicos y protestantes; que se definiera la subordinación del Papa al concilio ecuménico y otras proposiciones que el concilio no podía aceptar. Desde la clausura de la última sesión tanto las congregaciones de teólogos como las generales se habían ocupado en numerosas asambleas sobre el dogma del Santo Sacrificio de la Misa y de la ordenación de los sacerdotes así como con planes para nuevos decretos reformatorios. En la décimo quinta sesión (25 de enero de 1522), para hacer alguna oferta a los embajadores de los protestantes, se pospusieron las decisiones sobre los temas bajo consideración y se les extendió un nuevo salvoconducto, como querían. Además de los tres legados papales y el cardenal Madruzzi, estaban presentes en Trento diez arzobispos y cincuenta y cuatro obispos, la mayoría de ellos provenientes de los países regidos por el emperador. Debido al traicionero ataque de Mauricio de Sajonia contra Carlos V, la ciudad de Trento y los miembros del concilio corrían peligro, así que en la sesión decimosexta (23 de abril de 1552) se decretó suspenderlo por dos años. Sin embargo, transcurrió un período de tiempo más largo antes que pudiera reiniciar sus sesiones.

Tercer Período en Trento

El Papa Julio III no vivió para volver a convocar el concilio. Le sucedió Marcelo II (1555), anterior cardenal legado en Trento, Marcelo Cervini, el cual murió veintidós días después de su elección. Su sucesor, el austero Paulo IV (1555-59) realizó enérgicamente reformas internas tanto en Roma como en otras partes de la Iglesia; pero nunca consideró seriamente volver a convocar el concilio. El Papa Pío IV (1559-65) anunció a los cardenales poco después de su elección su intención de reabrir el concilio. De hecho, había encontrado al hombre idóneo, su sobrino, el cardenal arzobispo de Milán Carlos Borromeo, para completar el importante trabajo y aplicar sus decisiones al uso normal de la Iglesia. De nuevo surgieron grandes dificultades por todas partes. El emperador Fernando deseaba el concilio pero quería que se celebrase en alguna ciudad alemana y no en Trento. Además deseaba que se reuniese no como continuación sino como un concilio nuevo. El rey de Francia también deseaba un nuevo concilio y tampoco lo quería en Trento. Los protestantes de Alemania hacían lo posible para que no se reuniera un concilio. Después de largas negociaciones, Fernando, los reyes de España y Portugal, la Suiza católica y Venecia dejaron el asunto en manos del Papa.

El 29 de noviembre de 1560 se publicó la Bula "Ad ecclesiae regimen", la cual ordenaba que el concilio se reuniera de nuevo en Trento en la Pascua de Resurrección de 1561. A pesar de todos los esfuerzos de los nuncios papales, Delfino y Commendone, los protestantes alemanes persistieron en su oposición. El cardenal Ercole Gonzaga fue nombrado presidente del concilio, y sería asistido por los cardenales legados Estanislao Hosio, Jacobo Puteo (du Puy), Girolamo Seripando, Luigi Simonetta, y Marco Sítico de Altemps. La apertura del concilio se retrasó porque los obispos iban llegando muy lentamente. Finalmente el 18 de enero de 1562, se celebró la decimoséptima sesión, la cual proclamó la revocación de la suspensión del concilio y fijó la fecha de la siguiente sesión. Estaban presente, además de los cuatro cardenales legados, un cardenal, tres patriarcas, once arzobispos, cuarenta obispos, cuatro abades y cuatro generales de órdenes, además de 34 teólogos. Los embajadores de los príncipes crearon muchas dificultades y exigieron demandas que eran parcialmente imposibles. Los protestantes siguieron calumniando a la asamblea. El emperador Fernando quería que se pospusieran las cuestiones dogmáticas.

En la sesión decimoctava (25 de febrero de 1562), sólo se decidió la publicación de un decreto sobre la elaboración de una lista de libros prohibidos y un acuerdo sobre un salvoconducto para los protestantes. En las dos sesiones siguientes, la decimonona el 14 de mayo y la vigésima, el 4 de junio de 1562, sólo se emitieron los decretos que prorrogaban el concilio. En verdad el número de miembros había aumentado y habían llegado a Trento varios embajadores de gobernantes católicos, pero algunos príncipes continuaron poniendo obstáculos sobre el carácter del concilio y el lugar de la celebración. El emperador Fernando envió un plan exhaustivo de reformas de la Iglesia que contenía muchos artículos imposibles de aceptar. Sin embargo, los legados prosiguieron sus trabajos y presentaron el borrador del decreto sobre la Comunión, que trataba especialmente el asunto de la Comunión bajo dos especies así como los borradores de varios decretos disciplinarios, que fueron sometidos a las discusiones habituales.

En la vigésimo primera sesión (16 de julio de 1562) se promulgó el decreto de la Comunión bajo dos especies y el de la Comunión de los niños, en cuatro capítulos y cuatro cánones. También se promulgó un decreto sobre reformas en nueve capítulos, que tratan de la ordenación de los sacerdotes, los ingresos de los canónigos la fundación de nuevas parroquias y la colecta de limosnas. Quedaron para la discusión en las congregaciones los artículos sobre el Sacrificio de la Misa; en los meses siguientes hubo largos y animados debates sobre el dogma. En la vigésimo segunda sesión, que no se efectuó sino hasta el 17 de septiembre de 1562, se promulgaron cuatro decretos; el primero contenía el dogma de la Iglesia sobre el Sacrificio de la Misa (en 9 capítulos y 9 cánones); el segundo sobre la supresión de los abusos en la ofrenda del Santo Sacrificio; el tercero (en 11 capítulos) trata de la reforma, especialmente en lo referente a la moral del clero, los requerimientos necesarios antes de asumir oficios eclesiásticos, las herencias, la administración de las fundaciones religiosas; el cuarto trataba de conceder a los laicos la Copa de Comunión, lo que se dejó a la discreción del Papa.

El concilio apenas había estado nunca en una posición más difícil: los gobernantes seculares presentaban demandas contradictorias y, en parte, imposibles de conceder. Al mismo tiempo las discusiones de los Padres sobre el deber de residencia y sobre las relaciones de los obispos con el Papa iban entrando en calor. Los obispos franceses que llegaron el 13 de noviembre hicieron algunas proposiciones dudosas. Murieron dos de los cardenales legados: Gonzaga y Seripando. Los dos nuevos legados y presidentes, Giovanni Morone y Navagero, fueron poco a poco venciendo las dificultades. Los varios puntos dogmáticos concernientes a la ordenación de sacerdotes se discutieron tanto en las congregaciones generales como en las de 84 teólogos, entre los que Alfonso Salmerón, Domingo de Soto y James Lainez fueron los más prominentes. Finalmente, el 15 de julio de 1563 se celebró la vigésimo tercera sesión, que promulgó el decreto sobre el Sacramento del Orden y sobre la jerarquía eclesiástica (en cuatro capítulos y ocho cánones) y un decreto sobre la reforma (en dieciocho capítulos). Este decreto disciplinar trataba de la obligación de residencia, la concesión de los distintos grados de ordenación, y la educación de los clérigos jóvenes (seminaristas). Los decretos que se proclamaran ante la Iglesia en esta sesión fueron el resultado de largos y arduos debates en los que tomaron parte 235 miembros con derecho a voto.

Surgieron disputas sobre si había que terminar ya rápidamente con el concilio o seguir adelante. Mientras las congregaciones debatían el borrador del decreto sobre el Sacramento del Matrimonio y en la sesión vigésimo cuarta (11 de noviembre de 1563) se promulgaron un decreto dogmático (con doce cánones) sobre el matrimonio como sacramento y un decreto de reforma (en diez capítulos) que trata de varias condiciones requeridas para contraer un matrimonio válido. Se publicó también un decreto general sobre reforma (en 21 capítulos), el cual trataba de varios asuntos sobre la administración de los oficios eclesiásticos.

El deseo de cerrar el concilio fue creciendo en todos los que estaban relacionados con él y se decidió clausurarlo lo antes posible. Quedaba una serie de temas discutidos preliminarmente y que ya estaban listos para la definición final. Consecuentemente en la final y vigésimo quinta sesión, que ocupó dos días, (3 a 4 de diciembre de 1563) se aprobaron y promulgaron los siguientes decretos: el 3 de diciembre, un decreto dogmático sobre la veneración e invocación de los santos y sobre sus imágenes y reliquias; un decreto de reforma (en 22 capítulos) sobre monjes y monjas; un decreto de reforma sobre el modo de vida de cardenales y obispos, certificaciones de aptitud para los eclesiásticos, legados para las Misas, administración de beneficios eclesiásticos, supresión del concubinato entre el clero y la vida del clero en general.

El 4 de diciembre se promulgaron los siguientes decretos: uno dogmático sobre las indulgencias; uno sobre los días de fiesta y ayuno; otro sobre la preparación, por parte del Papa, de ediciones del Misal, Breviario y catecismo y una lista de libros prohibidos. También se declaró que ningún poder secular había sido colocado en desventaja por el orden y rango acordado para sus embajadores; los gobernantes fueron invitados a aceptar las decisiones del concilio y a ejecutarlas. Finalmente, se leyeron y declararon obligatorios los decretos aprobados por el concilio durante los pontificados de Paulo III y Julio III. Después que los Padres concordaron en presentar al Papa los decretos para su confirmación, el presidente, cardenal Morone, declaró clausurado el concilio. Los decretos fueron suscritos por 215 padres conciliares: 4 cardenales legados, 2 cardenales, 3 patriarcas, 25 arzobispos, 167 obispos, 7 abades, 7 generales de órdenes y 19 apoderados de 33 prelados ausentes. Los decretos se confirmaron el 26 de enero de 1564 por Pío IV en la Bula "Benedictus Deus," y fueron aceptados por los países católicos y por algunos con reserva.

El Concilio Ecuménico de Trento ha demostrado ser de la mayor importancia para el desarrollo de la vida interior de la Iglesia. Ningún concilio ha desarrollado sus tareas en circunstancias más difíciles y ninguno ha tenido que decidir tantas cuestiones de la mayor importancia. La asamblea demostró al mundo que a pesar de la repetida apostasía en la vida de la Iglesia, había aún abundancia de fuerza religiosa y de fiel defensa de los principios inmutables del cristianismo. Aunque desafortunadamente el concilio, sin que los padres reunidos fueran culpables, no fue capaz de curar las diferencias religiosas de Europa occidental, sin embargo la verdad divina infalible fue claramente proclamada en oposición a las falsas doctrinas de su tiempo y de esta forma se pusieron unos firmes fundamentos para vencer la herejía, así como para ejecutar una genuina reforma interna de la Iglesia.


Fuente: Kirsch, Johann Peter. "Council of Trent." The Catholic Encyclopedia. Vol. 15. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/15030c.htm>.

Traducido por Pedro Royo. L H M