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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Nona

De Enciclopedia Católica

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Este tema se tratará bajo las siguientes secciones:

Origen de nona

De acuerdo con una antigua costumbre griega y romana, el día, al igual que la noche, se dividía en cuatro partes, cada una compuesta de tres horas. Como la última hora de cada división dio su nombre al trimestre cuarto de la jornada, la tercera división (desde las 12:00 m. hasta cerca de las 3:00 p.m.) fue llamada la Nona (latín Nonus, nona, noveno). Para esta explicación, que está abierto a la objeción, pero que es la única probable, vea Francolino, "De tempor.. Canonicar horar.", Roma, 1571, XXI; Bona, "De divina Psalmodia", III (vea también maitines y vigilia). Esta división del día estuvo en boga también entre los judíos, de quienes la tomó prestada la Iglesia (vea San Jerónimo, "In Daniel," VI, 10). Además, los siguientes textos favorecen este punto de vista: "Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la hora nona" (Hechos 3,1); "Cornelio contestó: ‘Hace cuatro días, a esta misma hora, estaba yo haciendo la oración de nona en mi casa, y de pronto se presentó delante de mí un varón…’” (Hch. 10,30); "Pedro subió al terrado, sobre la hora sexta, para hacer oración” (Hch. 10,9). El testimonio más antiguo se refiere a esta costumbre de tercia, sexta y nona, por ejemplo, Tertuliano, Clemente de Alejandría, los Cánones de Hipólito, e incluso la "Enseñanza de los Apóstoles". Esta última prescribía la oración para tres veces al día, sin embargo, sin especificar las horas (Didache ton Apostolon, n. VIII).

Clemente de Alejandría y también Tertuliano, ya a finales del siglo II, mencionan expresamente las horas de tercia, sexta y nona, como especialmente designadas para la oración (Clemente, "Strom.", VII, VII, en PG, IX, 455-8). Tertuliano dice explícitamente que debemos orar siempre, y que no hay tiempo prescrito para la oración; añade, sin embargo, estas significativas palabras: "En cuanto al tiempo, no debe haber ninguna observación laxa de determinadas horas ---quiero decir de esas horas comunes que durante mucho tiempo marcaron las divisiones del día, la tercera, la sexta y la novena, y que podemos observar en las Escrituras que son más solemnes que el resto" ("De Oratione ", XXIII, XXV, en PL, I, 1191-3).

Clemente y Tertuliano en estos pasajes se refieren sólo a la oración privada en estas horas. Los Cánones de Hipólito también hablan de tercia, sexta y nona, como horas adecuadas para la oración privada; sin embargo, en los dos días de estación, miércoles y viernes, cuando los fieles se reunían en la iglesia, y tal vez los domingos, estas horas se recitaban sucesivamente en público (can. XX, XXVI). San Cipriano menciona que las mismas horas se observaban bajo la Antigua Ley, y aduce razones para que los cristianos las observen también (“De Oratione”, XXXIV, en P.L., IV, 541). En el siglo IV hay evidencia que demuestra que la práctica se había convertido en [[obligación|obligatoria], al menos para los monjes (véase el texto de las Constituciones Apostólicas, San Efrén, San Basilio, el autor de "De virginitate" en Baumer-Biron , op. cit. en la bibliografía, págs. 116, 121, 123, 129, 186). La oración de prima, a las 6:00 a.m., no se agregó hasta una fecha posterior, pero las vísperas se remonta a los primeros días. Los textos que hemos citado no dan ninguna información sobre el contenido de estas oraciones. Es evidente que contenían los mismos elementos que todas las demás oraciones de la época: Salmos recitados o cantados, cánticos o himnos, ya sea compuestos de forma privada o extraídos de las Sagradas Escrituras, y letanía u oraciones propiamente dichas.

La hora de nona desde el siglo IV hasta el VII

El décimo octavo canon del concilio de Laodicea (ente 343 y 381) ordena que en nona y vísperas se digan siempre las mismas oraciones. Pero no está claro qué significado debe atribuirse a las palabras leitourgia ton euchon, utilizadas en el canon. Es probable que se haga referencia a las famosas letanías famosos, en las que se ofrecía la oración por los catecúmenos, los pecadores, los fieles, y en general por todas las necesidades de la Iglesia. Sozomeno (en un pasaje que, sin embargo, no se considera muy auténtico) habla de tres Salmos que los monjes recitaban en nona. En cualquier caso, este número se volvió tradicional en un período temprano (Sozomeno, "Hist Eccl..", III, XIV, en PG, LXVII, 1076-7; cf. Baumer-Biron, op cit, I, 136) . En tercia se recitaban tres Salmos, seis en sexta y nueve en nona, como nos informa Juan Casiano, aunque observa que la práctica más común fue la de recitar tres Salmos en cada una de estas horas (Casiano, "De coenob. Instit." III, III, en PL, XLIX, 116). San Ambrosio habla de tres horas de oración, y, si al igual que muchos críticos le atribuimos los tres himnos "Jam surgit hora tertia", "Bis ternas horas explicas", y "Ter horas trina solvitur", tendremos un nuevo elemento constitutivo de las horas menores en el siglo IV en la Iglesia de Milán (Ambrosio, "De virginibus", III, IV, en PL, XVI, 225).

En la "Peregrinatio ad Loca Sancta" de Etheria (finales del siglo IV), hay una descripción más detallada del Oficio de nona. Se asemeja al de sexta, y se celebra en la basílica de la Anastasis. Se compone de Salmos y antífonas; luego llega el obispo, entra a la gruta de la Resurrección, recita una oración allí, y bendice a los fieles ("Peregrinatio", p. 46;. Cf. Cabrol, "Etude sur la Peregrinatio Sylviae", 45). Durante la Cuaresma, la nona se celebra en la iglesia de Sión; los domingos no se celebra el oficio; se omite también el Sábado Santo, pero el Viernes Santo se celebra con especial solemnidad (Peregrinatio, págs. 53, 66, etc.). Pero fue sólo la época siguiente en la que encontramos una descripción completa de nona, como de los demás oficios del día.

La nona en la liturgia romana y otras desde el siglo VII

En la Regla de San Benito las cuatro horas menores del día (de prima a nona) están concebidas en el mismo plan, y sólo varían las fórmulas. El oficio comienza con Deus in adjutorium, como todas las horas; luego sigue un himno, especial para nona; tres Salmos, que no cambian (Salmo 125, 126, 127), excepto los domingos y los lunes cuando se sustituyen por tres grupos de ocho versos del Salmo 119(118); a continuación la capítula, un versículo, el Kirie, el Pater, la “oratio”, y las oraciones finales (regula S. P. Benedicti, XVII). En la liturgia romana el oficio de nona se construye también según el modelo de las horas menores del día; está compuesto de los mismos elementos que en la Regla de San Benito, con la diferencia de que en lugar de tres Salmos (125-127), siempre se recitan los tres grupos de ocho versos del Salmo 118. No hay nada más característico de este oficio en esta liturgia. El himno, que se añadió más tarde, es el que ya está en uso en el oficio benedictino "Rerum Deus Tenax Vigor". En las reglas monásticas antes del siglo X se encuentran ciertas variaciones. Así, en la Regla de Lérins, como en la de San Cesáreo, se recitan seis Salmos en nona, como en tercia y en sexta, con la antífona, himno y capítula.

San Aureliano sigue la misma tradición en su Regla "Ad virgines", pero le impone a los monjes doce Salmos en cada hora. San Columbano, San Fructuoso y San Isidoro adoptan el sistema de tres Salmos (cf. Martene, "De Antiq. Monach. IV, 27). Al igual que San Benito, la mayoría de estos autores incluyen himnos, la capítula o lectura corta, un versículo, y una oratio (cf. Martene, loc. cit.). En los siglos IX y X encontramos algunas adiciones al Oficio de nona, en particular, letanías, colectas, etc. (Martene, op., IV, 28).

Significado y simbolismo de nona

Entre los antiguos la hora de nona era considerada como el cierre de las actividades del día y la hora para los baños y la cena (Martial, "Epigramas", IV, VIII, Horacio, "Epístolas", I, VII, 70). En una fecha temprana se buscaban razones místicas para la división del día. San Cipriano ve en las horas de tercia, sexta y nona, que vienen después de un lapso de tres horas, una alusión a la Trinidad. Añade que estas horas, ya consagradas a la oración bajo la antigua dispensación, han sido santificadas en el Nuevo Testamento por grandes misterios ---tercia por el descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles; sexta por las oraciones de San Pedro, la recepción de los gentiles a la Iglesia, o una vez más por la crucifixión de Nuestro Señor; nona por la muerte de Cristo (“De oratione”, XXXIV, en P.L., IV, 541). San Basilio se limita a recordar que fue en la novena hora que los apóstoles Pedro y Juan solían ir al Templo a orar ("Regulae fusius tract.”, XXXVII, n. 3, en PG, XXXI, 1013 ss). Casiano, quien adopta la interpretación de Cipriano para tercia y sexta, ve en la hora de nona el descenso de Cristo a los infiernos (De coenob. Instit., III, III). Pero, por regla general, es la muerte de Cristo lo que se conmemora a la hora de nona.

Los escritores de la Edad Media han buscado otras explicaciones místicas para la hora de nona. Amalario (III, VI) explica en detalle, cómo, según el sol se hunde en el horizonte a la hora de nona, el espíritu del hombre tiende a bajar también, está más abierto a la tentación, y es el momento en que el diablo escoge para probarlo. Para los textos de los Padres sobre este tema será suficiente remitir al lector a la obra citada anteriormente del cardenal Bona (c. IX). Los mismos autores no dejan de señalar que los antiguos consideraban que el número nueve es un número imperfecto, un número incompleto, y consideraban al diez como un número perfecto y completo. Nueve era también el número del luto. Entre los antiguos el noveno día era un día de expiación y de servicios funerarios ---novemdiale sacrum, sin duda, el origen de la novena por los muertos.

En cuanto a la hora nona, algunas personas creen que es la hora en que nuestros primeros padres fueron expulsados del Jardín del Edén (Bona, op. Cit., IX, sec. 2). En conclusión, es necesario llamar la atención a una práctica que le daba énfasis a la hora de nona: era la hora del ayuno. Al principio, la hora del ayuno se prolongó hasta las vísperas, es decir, sólo se comía por la tarde o al final del día. Pronto se introdujo la mitigación de esta práctica tan rigurosa. El famoso panfleto de Tertuliano, “De jejunio”, vitupera extensamente a los “pshchics” (es decir, los católicos), quienes terminan su ayuno en los días de estación a la hora de nona, mientras que él, Tertuliano, reclama que él es fiel a la antigua costumbre. La práctica de romper el ayuno a la hora de nona causó que esa hora se seleccionase para la Misa y la Comunión, los cuales eran los signos del cierre del día. La distinción entre el ayuno riguroso, que se prolongaba hasta vísperas, y el ayuno mitigado, que terminaba en nona, se halla en un gran número de documentos antiguos. (vea ayuno).


Bibliografía: FRANCOLINO, De temp. horar. canonicar. (Roma, 1571), XXI; AMALARIO, De eccles. officiis, IV, VI; DURANDO, Rationale, V, I ss.; BONA, De divina psalmodia, IX; DUCANGE, Glossarium infimoe Lutinitatis, s.v. Horoe canonicoe; IDEM, Glossarium medioe Groecitatis, s.v. Orai; MARTENE, De monach. rit., IV, 12, 27, 28, etc.; HAEFTEN, Disquisit. Monasticoe, tract. II, IX, etc.; PROBST, Brevier u. Breviergebet (Tubinga, 1868, 22 etc.; BAUMER-BIRON, Hist. du Breviaire, I, 63, 73, 116, etc.; CABROL Y LECLERCQ, Monum. Liturg. (París, 1902), da los textos de los Padres hasta el siglo IV; TALHOFER, Handbuch der kathol. Liturg., II (1893), 458.

Fuente: Cabrol, Fernand. "None." The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/11097a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina. rc