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Sábado, 21 de diciembre de 2024

Papa Gregorio IX

De Enciclopedia Católica

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(Ugolino, Conde de Segni).

Nació alrededor de 1145 en Anagni en la Campaña, murió el 22 de agosto de 1241 en Roma. Recibió su educación en las Universidades de París y Boloña. Después de la accesión del Papa Inocencio III al trono papal, Ugolino quien era sobrino de Inocencio III, fue sucesivamente designado como capellán papal, Arcipreste de San Pedro y cardenal diácono de San Eustaquio en 1198. En mayo de 1206 sucedió a Octaviano como obispo cardenal de Ostia y Velletri. Un año más tarde él y el cardenal Brancaleone, fueron enviados como legados papales a Alemania para mediar entre Felipe de Swabia y Otón de Brunswick, quienes reclamaban el trono alemán tras la muerte de Enrique VI. Por orden del Papa los legados liberaron a Felipe de la excomunión en que había incurrido bajo el Papa Celestino III por haber invadido los Estados Pontificios. A pesar de que los legados no pudieron hacer que Otón de Brunswick renunciara a su reclamo al trono, sí lograron efectuar una tregua entre los dos reclamantes y regresaron a Roma en 1208 para tratar con el Papa sobre sus acciones futuras. En su regreso a Alemania a principios de junio de 1208, les avisaron en Verona que Felipe había sido asesinado y regresaron de nuevo a Roma. A principios de enero de 1209, se fueron hacia Alemania con instrucciones de inducir a los príncipes a reconocer como rey a Otón de Brunswick. Tuvieron éxito en su misión y regresaron a Roma en junio del mismo año. Después de la muerte del Papa Inocente III, 16 de julio de 1216, Ugolino fue instrumental en la elección del Papa Honorio III el 18 de julio. Para acelerar la elección el Colegio de Cardenales acordó hacer una elección por compromiso y autorizaron a los cardenales Ugolino y Guido de Preneste a designar al nuevo Papa.

En enero de 1217, Honorio III nombró a Ugolino legado plenipotenciario para Lombardía y Tuscia, y le confió la tarea de reclutar cruzados en esos territorios. En esta capacidad se volvió un exitoso mediador entre Pisa y Génova en 1217, entre Milán y Cremona en 1218 y entre Bologna y Pistoia en 1219. En la coronación de Federico II en Roma, 22 de noviembre de 1220, el emperador recibió la Cruz de manos de Ugolino e hizo el voto de embarcar para la Tierra Santa en agosto de 1221. El 14 de marzo de 1221 el Papa Honorio III comisionó a Ugolino a exhortar para la cruzada también en la Italia Central y Alta. Después de la muerte del Papa Honorio III (18 de marzo 1227) los cardenales nuevamente acordaron hacer una elección por compromiso y facultaron a tres de ellos, entre los que estaban Ugolino y Conrado de Urach, para elegir el nuevo Papa. Al principio Conrado de Urach fue elegido, pero rechazó la tiara para que no pareciera como que se había elegido él mismo. El 19 de marzo de 1227 los cardenales eligieron unánimemente a Ugolino, el cual aceptó el honor con renuencia, tomando el nombre de Gregorio IX. Aunque era ya de edad avanzada (más de ochenta años) estaba aún lleno de energía.

Las importantes posiciones diplomáticas que Gregorio IX había ocupado antes de ser Papa lo habían familiarizado a fondo con la situación política de Europa y especialmente con las astutas y deshonestas tácticas del emperador Federico II. Tres días después de su instalación ordenó severamente al emperador que por fin cumpliera su voto de embarcarse para la Tierra Santa. Aparentemente obediente al mandato papal Federico II zarpó de Brindial el 8 de septiembre de 1227, pero regreso tres días después bajo la excusa de que Landgrave de Thuringia, quien le acompañaba, estaba a punto de morir, y que él mismo estaba seriamente enfermo. Gregorio IX, sabiendo que Federico II había pospuesto su salida hacia el Este en ocho o nueve ocasiones previas, desconfió de la sinceridad del emperador y lo excomulgó el 20 de septiembre de 1227. Él trato de justificar sus severas medidas hacia el emperador en un Breve a los príncipes cristianos, mientras que, por otro lado, el emperador dirigió un manifiesto a los príncipes en el que condenaba las acciones del Papa en términos muy amargos. El manifiesto imperial fue leído públicamente en las escalinatas del Capitolio en Roma, tras lo cual el partido imperial en Roma, bajo el liderazgo de Frangipam, promovió una insurrección; así que cuando el Papa publico la excomunión del emperador en la Basílica de San Pedro el 23 de marzo de 1228, fue insultado abiertamente y amenazado por una turba de gibelinos y huyó primero a Viterbo y luego a Perugia.

Para probar a la cristiandad que el Papa se apresuró mucho en excomulgarlo, el emperador resolvió salir hacia la Tierra Santa y se embarcó de Brindial con una pequeña armada el 28 de junio de 1228, pidiendo previamente la bendición de Gregorio IX sobre su empresa. El Papa, sin embargo, negando que un emperador excomulgado tuviera el derecho a emprender una guerra santa, no sólo rehusó bendecirlo, sino que lo excomulgó por segunda vez y relevó a los cruzados de su juramento de fidelidad a él. Mientras estaba en Tierra Santa el emperador, viendo que no podía lograr nada mientras estuviese bajo la excomunión, cambio sus tácticas hacia el Papa. Ahora reconoció la justicia de su excomunión y empezó a tomar medidas hacia la reconciliación. Gregorio IX, desconfió de los avances del emperador, especialmente desde que Rainald, el gobernador imperial de [Espoleto]], invadió los Estados Pontificios durante la ausencia del emperador. Pero el anatema papal no tuvo el efecto que Gregorio IX esperaba. En Alemania sólo un obispo Bertoldo de Estrasburgo, publicó la Bula de excomunión y casi todos los príncipes y obispos permanecieron fieles al emperador.

El Cardenal Otto de San Nicolo, a quien Gregorio había enviado a Alemania a publicar la excomunión del emperador, fracasó completamente porque Enrique, hijo de Federico, su representante en Alemania, le prohibió a los obispos y abades comparecer a los sínodos que el cardenal intentaba reunir. Igualmente inútiles fueron los esfuerzos de Gregorio para colocar al duque Otón de Brunswick en el trono alemán. En junio de 1229 Federico II regresó de Tierra Santa, derrotó a la armada papal que Gregorio IX había enviado para invadir Sicilia, y le hizo nuevas proposiciones de paz al Papa. Gregorio que había sido fugitivo en Perugia desde 1228 regresó a Roma en febrero de 1230, a petición urgente de los romanos, quienes relacionaron una poderosa inundación del Tiber con el rígido tratamiento al pontífice. Ahora Gregorio inició negociaciones con Hermann de Salza el Gran Maestro de la Orden Teutónica, a quien el emperador envió como su representante. El 20 de julio de 1230 se concluyó un tratado en San Germano entre el Papa y el emperador, mediante el cual se le devolverían al Papa la parte de los Estados Pontificios que habían sido ocupados por las tropas imperiales y las posesiones papales en Sicilia. Los cardenales Juan de Sabina y Tomás de Capua le removieron la excomunión al emperador en el campo imperial cerca de Ceperano el 28 de agosto de 1230, tras lo cual el Papa y el emperador se reunieron en Anagni y completaron su reconciliación durante los primeros tres días de septiembre.

Sin embargo, esta paz concluida entre el Papa y el emperador iba a ser sólo temporal. El papado según concebido por Gregorio IX y el emperio según concebido por Federico II no podían existir juntos en paz. El emperador quería el poder temporal supremo con el que el Papa no tenía derecho a interferir. Al menos en Italia trató de establecer una regla de absolutismo al suprimir toda la libertad municipal y manteniendo a las ciudades sometidas por una especie de feudalismo revivido. Por otro lado, el Papa, citando el ejemplo de Constantino, quien cambió a Roma por Constantinopla en deferencia al Papa, pensó que el Papa debería ser el gobernante supremo en Italia y, por la fuerza de su autoridad espiritual sobre todo el mundo cristiano, el papado podría tener supremacía sobre el imperio en todos los asuntos. Por un tiempo el emperador ayudó al Papa suprimiendo un poco revueltas menores en los Estados Pontificios, según se había estipulado en las condiciones de paz. Sin embargo, él pronto comenzó nuevamente a perturbar la paz, al impedir la libertad de la Iglesia en Sicilia y al declarar la guerra a Lombardía. La libertad de las ciudades lombardas era un fuerte y necesario baluarte para la seguridad de los Estados Pontificios y era sólo natural que el Papa usara toda su influencia para proteger estas ciudades contra los designios imperiales. Como árbitro entre el emperador y las ciudades lombardas, el Papa había decidido algunas veces a favor de éstas. Sin embargo, el emperador ya no deseaba los servicios del Papa como mediador y comenzó hostilidades abiertas contra la Liga Lombarda. Obtuvo una señal de victoria en Cortenuova el 27 noviembre de 1237. Para proteger a Lombardía de la despótica regla del emperador y para proteger los Estados Pontificios, el Papa entró en una alianza con los toscanos, umbrianos y lombardos, para impedir el progreso imperial. Las repetidas victorias del emperador espolearon su orgullo a acciones adicionales. Declaró su intención de unir al imperio no sólo Lombardía y Toscana, sino también el Patrimonio de San Pedro y prácticamente toda Italia. El 12 de marzo de 1239 el Papa excomulgó de nuevo al emperador y sobrevino otra desastrosa lucha entre el papado y el imperio. Desde entonces el Papa se convenció que mientras Federico fuera emperador no había posibilidad de paz entre el papado y el imperio, e hizo todo lo posible para realizar su disposición. Ordenó que se hiciera una campaña de exhortar a la gente contra él en Alemania, e instruyó a su legado Germna Albert de Behaim, Archidiácono de Passau que apremiara a los príncipes a elegir un nuevo rey, y que incluyera en la excomunión a todos los que se alinearan con el rey. A pesar del anatema papal muchos obispos y príncipes permanecieron leales al emperador quien, alentado por sus muchos partidarios, decidió humillar al Papa nombrándose él mismo amo de los Estados Pontificios. En este gran apuro el Papa ordenó a todos los obispos reunirse en Roma para un concilio general en la Pascua (31 de marzo) de 1241. Pero el emperador evitó la reunión del concilio al prohibir a los obispos viajar a Roma y al capturar a todos los que emprendieran el viaje a pesar de su prohibición.

Las órdenes medicantes que comenzaban a darle gran resplandor a la Iglesia cristiana en la primera mitad del siglo XIII encontraron un amigo devoto y un patrón liberal en Gregorio IX. En ellos él vio un excelente medio para contrarrestar con la pobreza voluntaria el amor por el lujo y el esplendor de muchos eclesiásticos; un arma poderosa para suprimir la herejía dentro de la Iglesia; y un ejército de bravos soldados de Cristo que estaban listos para predicar su Evangelio a los paganos aun a riesgo de sus vidas. Cuando aún era cardenal-obispo de Ostia, Gregorio IX a menudo se vestía el hábito de San Francisco, caminaba descalzo con el santo y sus discípulos y hablaban de cosas sagradas. San Francisco lo amaba como a un padre y en espíritu profético a veces se dirigía a él como “el obispo del mundo entero y el padre de todas las naciones”. A pedido especial de San Francisco, el Papa Honorio III lo nombró protector de la Orden en 1220. Él fue también un devoto amigo de Santo Domingo y promovió los intereses de su Orden de muchos modos. A la muerte de Santo Domingo él celebró los servicios funerales y enterró al santo en Boloña en 1221.

Santa Clara y su orden también estuvieron bajo la protección de Gregorio IX, según lo atestiguan los conventos que él fundó para la orden en Roma, Lombardía y Tuscia. Sin embargo, a pesar de su gran liberalidad hacia las órdenes mendicantes, no descuidó las antiguas. El 28 de junio de 1227 aprobó los viejos privilegios de los Camaldolenses, en el mismo año introdujo a los Premonstratenses en Livonia y Courland, y el 6 de abril de 1229 le dio nuevos estatutos a las carmelitas. Ayudó financieramente y de otros modos a los cistercienses y a la Orden Teutónica en la evangelización de Prusia y países vecinos del Norte. El 17 de enero de 1235 aprobó la Orden de Nuestra Señora de la Merced para la redención de los cautivos. Con la ayuda de las órdenes religiosas planeó la conversión de Asia y África y envió misioneros fuera de sus rangos a Túnez, Marruecos, y a otros lugares, donde no pocos sufrieron el martirio. Además hizo mucho para aliviar el duro destino de los cristianos en Tierra Santa, y hubiese hecho aún más si sus planes para recobrar la Tierra Santa para los cristianos no hubiesen sido frustrados por la indiferencia de Federico II. Gregorio IX enriqueció el calendario de los santos con algunos de los más populares nombres. El 16 de julio de 1228 canonizó a San Francisco de Asís, y al siguiente día colocó la primera piedra de la iglesia y monasterio que fueron erigidos en honor del santo. Tomó parte en la composición del Oficio de San Francisco y también escribió muchos himnos en su honor. Fue debido a su orden que Tomás de Celano escribió una biografía del santo (la última y mejor edición por d'Alencon, Roma, 1906). El 30 de mayo de 1231, canonizó a San Antonio de Padua, en Espoleto; el 10 de junio de 1233 a San Virgilio, obispo de Salzburgo y Apóstol de Carintia; el 8 de julio de 1234 a Santo Domingo Guzmán en Rieti; y el 27 de mayo de 1235 a Santa Isabel de Turingia en Perugia. Gregorio IX fue muy severo hacia los herejes, que en ese tiempo eran vistos universalmente como traidores y eran castigados como tales. A pedido del rey Luis IX de Francia, envió al Cardenal Romano como legado para ayudar al rey en su cruzada contra los albigenses. En el sínodo que convocó el legado papal en Tolosa en noviembre de 1229 se decretó que todos los herejes y sus seguidores debían ser llevados ante los nobles y magistrados para su debido castigo, el cual, en caso de obstinación, era usualmente la muerte. Cuando en 1224 Federico II ordenó que los herejes en Lombardía debían ser quemados en la hoguera, Gregorio IX, quien era entonces legado papal en Lombardía, aprobó y publicó la ley imperial. Durante su ausencia forzada de Roma (1228-1231) los herejes permanecieron tranquilos y se volvieron muy numerosos en la ciudad. En febrero de 1231, sin embargo, el Papa aprobó una ley para Roma que los herejes condenados por un tribunal eclesiástico debían ser enviados a la autoridad civil para recibir su “debido castigo”. Este “debido castigo” era la muerte en el fuego para los obstinados y prisión de por vida para los penitentes. A consecuencia de esta ley un número de Patarini fueron arrestados en Roma en 1231, los obstinados fueron quemados en la hoguera, los otros fueron aprisionados en los monasterios benedictinos de Monte Casino y Cava (Ryccardus de S. Germano, ad anum 1231, in Mon. Germ. SS., XIX, 363). Sin embargo, no se debe pensar que Gregorio IX trataba más severamente a los herejes que como los trataban otros gobernantes. La muerte en la hoguera era un castigo común para los herejes y traidores en esos tiempos. Para el tiempo de Gregorio, el deber de buscar a los herejes pertenecía a los obispos en sus respectivas diócesis. La llamada Inquisición Monástica fue establecida por Gregorio IX, quien en sus Bulas de 13, 20 y 22 de abril de 1233 nombró a los dominicos como inquisidores oficiales para todas las diócesis de Francia (Ripoil and Bremond, "Bullarium Ordinia Fratrum Praedicatorum", Rome, 1729, I, 47). Por un tiempo Gregorio vivió con la esperanza de poder efectuar una reunión de las Iglesias Latina y Griega. Germanos, Patriarca de Constantinopla, después de una conversación sobre las diferencias religiosas entre los griegos y los latinos, la cual él tuvo con algunos franciscanos en Niza, en 1231, dirigió una carta a Gregorio IX, en la cual reconocía la primacía papal, pero se quejaba de la persecución a los griegos por parte de los latinos. Gregorio le envió una respuesta cordial y comisionó cuatro monjes (dos franciscanos y dos dominicos) para tratar con el patriarca respecto a la reunión. Los mensajeros papales fueron recibidos amablemente tanto por el emperador Vatatzes como por Germanos, pero los patriarcas dijeron que él no podía hacer concesiones en materias de fe sin el consentimiento de los patriarcas de Jerusalén, Antioquía y Alejandría. Se celebró un sínodo de patriarcas en Ninfa en Bitinia, al cual se invitó a los mensajeros papales. Pero los griegos se adhirieron tenazmente a su doctrina sobre la procesión del Espíritu Santo y afirmaron que los latinos válidamente no podían consagrar el pan sin levadura. Así Gregorio fracasó, como muchos otros Papas antes y después de él, en sus esfuerzos para reunir las dos Iglesias. En 1237 el Patriarca de los monofisitas sirios y muchos de los obispos y monjes renunciaron a su herejía y se sometieron al Papa (Raynaldus ad annum 1237, n. 87 sq., pero su conversión fue sólo temporera. Durante los trece años y cuatro meses de su pontificado nombró cerca de catorce cardenales, muchos de los cuales eran miembros de órdenes religiosas. Los más conocidos de ellos son Sinibaldo de Fiesco, un canonista ilustrado, quien después ascendió al trono papal como Papa Inocencio IV; Raynaldo de Segni, sobrino de Gregorio IX, quien sucedió a Inocencio IV como Papa Alejandro IV; Otón de Montferrat, quien pasó más de tres años (1237-1240) como legado papal en Inglaterra; Jacobo de Vitry, un autor, confesor de Santa María de Oignies, cuya vida escribió (Acta SS., June, IV, 636-66); San Francisco Nonato; y el ilustrado y piadoso inglés Roberto de Somercote, quien se dice habría sucedido a Gregorio en el trono papal si no hubiese muerto durante el cónclave (26 de septiembre de 1241).

Gregorio IX fue también un hombre de gran conocimiento, el cual alentó de muchos modos. Concedió muchos privilegios a la Universidad de París, su Alma Mater, pero también vigiló cuidadosamente a sus profesores, a quienes les advertía repetidamente contra la creciente tendencia a someter la teología a la filosofía haciendo la verdad de los misterios de fe dependientes de las pruebas filosóficas. Él también poseyó el gran mérito de haber hecho de nuevo el aristotelismo la base de la filosofía escolástica, después que las físicas de Aristóteles fueron prohibidas en 1210 y sus Metafísicas en 1215. La prohibición de Aristóteles fue debido a la traducción pervertida de sus obras al latín y sus comentarios averroísticos. Gregorio IX comisionó a William de Auvergne y otros hombres eruditos a purgar de sus errores los trabajos de Aristóteles y así hacerlos de nuevo accesibles a los estudiantes. Entre los más grandes logros de Gregorio deben ser contados la colección de decretales papales, una obra que confió a Raimundo de Peñaforte y la cual fue completada en 1234 (vea decretales papales. Las numerosas cartas de Gregorio IX fueron primero coleccionadas y publicadas por Pamelio (Amberes, 1572). Rodemburgo editó 485 cartas de Gregorio IX, seleccionadas por Perts de registros papales del siglo XIII, y las publicó en "Mon. Germ. Epist. Rom. Pontif." (Berlin, 1883), I, 261-728. Lucian Auvray began (Paris, 1890) to edit "Les Registres de Gregoire IX, recueil des bulles de ce pape, publiées ou analysées d'après les manuscrits originaux du Vatican", de las cuales la onceava edición apareció en 1908.


Bibliografía: Una vida de Gregorio IX, Vita Gregorii IX, fue escrita por un contemporáneo de Gregorio IX, quizás JOANNES DE FERENTINO. Fue publicada por MURATORI en Rerum Italicorum Scriptores (Milán, 1728), III, I, 577-588. Respecto a ella vea MARX, Die Vita Gregorii IX quellenkritisch untersucht (Berlín, 1889). Las dos mejores referencias modernas son: BALAN, Storia di Gregorio IX e dei suoi tempi, 3 vol. (Modena, 1872-3); FELTEN, Papsi Gregor IX. (Freiburg, 1886); vea también KOEHLER, VerhaltnissFriedrichs II zu den Papsien seiner Zeit (Breslau, 1888); HUILLARD-BREHOLLER, Historia diplomatica Frederici II, 12 vols. (Paris, 1852-61); BOEHMER-FICKER, Regesten des Kaiser-reiches (Innsbruck, 1879-81); WINKELMANN, Acta imperii inedita soec. XIII et XIV, 2 vols. (Innsbruck, 1880-85); PAGI, Breviarium Gestorum Pont. Rom. (Venice, 1730), III, 214-243.

Fuente: Ott, Michael. "Pope Gregory IX." The Catholic Encyclopedia. Vol. 6. New York: Robert Appleton Company, 1909. <http://www.newadvent.org/cathen/06796a.htm>.

Traducido por Patricia Reyes. L H M.