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Martes, 19 de marzo de 2024

Monotelismo y Monotelitas

De Enciclopedia Católica

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Monotelismo (a veces escrito monoteletes, de monotheletai, pero la eta se translitera más naturalmente al latín tardío como i) fue una herejía del siglo VII, condenada en el Sexto Concilio General. Fue esencialmente una modificación del monofisismo, propagada dentro de la Iglesia Católica para reconciliar a los monofisitas, con esperanzas de reunión.

La Cuestión Teológica

Los monofisitas eran habitualmente representados por sus oponentes católicos como negadores de toda realidad de la naturaleza humana de Cristo después de la unión. Esta era quizás una deducción lógica de su lenguaje, pero estaba muy lejos de ser la verdadera enseñanza de sus principales doctores. Pero al menos es cierto que hacían que la unidad de Cristo (en la que insistían contra los nestorianizantes reales y supuestos) implicara solo un principio de intención y voluntad y solamente una clase de actividad u operación (energeia). Les parecía que la personalidad se manifestaba en la voluntad y en la acción; y pensaban que una sola personalidad debía suponer una sola voluntad y una sola categoría de acción. La Persona de Cristo, al ser divino-humana, debía por lo tanto constar de una voluntad divino-humana y una actividad divino-humana (vea EUTIQUIANISMO, MONOFISISMO).

Las Dos Voluntades

En todo caso, la doctrina católica es simple en sus líneas principales. La facultad de la voluntad es una parte integral de la naturaleza humana; por consiguiente nuestro Señor tenía una voluntad humana, puesto que tomó una naturaleza humana perfecta. Su voluntad divina, por otra parte, es numéricamente una con la del Padre y el Espíritu Santo. Por lo tanto, es necesario reconocer dos voluntades en Cristo.

Pero si la palabra voluntad se toma no como la facultad sino como la decisión tomada por la voluntad (la voluntad deseada, no la voluntad que desea) entonces es verdad que las dos voluntades siempre actuaron en armonía: había dos voluntades dispuestas y dos actos, pero un objeto, una voluntad querida; en la frase de San Máximo había duo thelemata aunque mia gnome. La palabra voluntad se usa también para denotar no la decisión de la voluntad sino una mera veleidad o deseo, voluntas ut natura (thelesis) como opuesta a voluntas ut ratio (boulesis). Estos son solo dos movimientos de la misma facultad; ambos existen en Cristo sin imperfección alguna, y el movimiento natural de su voluntad humana está perfectamente sujeto a su movimiento racional o libre.

Por último, al apetito sensitivo también a veces se le llama voluntad. Es una parte integral de la naturaleza humana, y por lo tanto existe en la naturaleza humana perfecta de Jesucristo, pero sin ninguna de las imperfecciones inducidas por el pecado original o actual: Él no puede tener pasiones (en el sentido de la palabra que implica una rebelión contra la razón), ni concupiscencia, ni “voluntad de la carne”. Por lo tanto, esta “voluntad inferior” se ha de negar en Cristo, en la medida en que es llamada voluntad, porque se resiste a la voluntad racional (fue en este sentido que Juan IV dijo que Honorio había negado que Cristo tuviese una voluntad inferior); pero ha de admitirse en Él en la medida en que se llama voluntad, porque obedece a la voluntad racional y así es voluntas per participationem: de hecho, en este sentido el apetito sensual es llamado voluntad más apropiadamente en Cristo que en nosotros pues quo perfectior est volens, eo magis sensualitas in eo de voluntate habet.

Pero el sentido estricto de la palabra voluntad (voluntas, thelema) es siempre la voluntad racional, el libre albedrío. Por ello es correcto decir que en Cristo hay solo dos voluntades: la divina, que es de naturaleza divina y la voluntad humana racional, que actúa siempre en armonía y en libre sujeción a la voluntad divina. La negación por los herejes de más de una voluntad en Cristo implicaba necesariamente que su naturaleza humana fuese incompleta. Confundían la voluntad como facultad con la decisión de la facultad. Argüían que dos voluntades debían significar dos voluntades contrarias, lo que muestra que no podían concebir dos facultades distintas que tuvieran el mismo objeto.

Más aún, vieron correctamente que la voluntad divina es el principio de gobierno esencial, to hegemonikon, pero una voluntad humana libre actuando bajo su guía les parecía ociosa. Pero esta omisión impide que los actos del Señor sean libres, que sean actos humanos, que sean meritorios y de hecho hace que su naturaleza humana no sea otra cosa que un instrumento irracional e irresponsable de la Divinidad —una máquina, de la que la Divinidad es la fuerza motriz. Para Severo el conocimiento de Nuestro Señor era de forma similar de una clase —solo tenía conocimiento divino y no facultad cognitiva humana. Estas conclusiones acérrimas no fueron contempladas por los inventores del monotelismo y Sergio simplemente negó las dos voluntades para afirmar que no había repugnancia en la naturaleza humana de Cristo ante los impulsos de la divina y ciertamente no vio las consecuencias de sus desastrosas enseñanzas.

Las Dos Operaciones

La operación o energía, actividad (energeia, operatio) es paralela a la voluntad, en que solo hay una actividad de Dios, ad extra, común a las tres Personas; mientras que en Cristo hay dos operaciones debido a sus dos naturalezas. Aquí no se emplea la palabra energeia en el sentido aristotélico (actus, en oposición a potentia, dynamis), pues esta sería prácticamente idéntica a esse ( existentia), y es una pregunta abierta entre los teólogos católicos si en Cristo hay una o dos esse. Ni energeia significa simplemente la action (según Vázquez afirmó erróneamente, seguido por Lugo y otros), sino la facultad de acción, incluido el acto de la facultad. Petavio no tiene dificultad en refutar a Vázquez, al referirse a los escritores del siglo VII, pero él mismo habla de duo genera operationum como equivalente de duo operationes , lo que introduce una desafortunada confusión entre energeia y praxeis o energemata, es decir, entre la facultad de acción y las múltiples acciones producidas por la facultad. Esta confusión de términos es frecuente en los teólogos posteriores y ocurre en los antiguos, por ejemplo, San Sofronio.

Las acciones de Dios son innumerables en la Creación y en la Providencia, pero su energeia es una, pues tiene una naturaleza de las Tres Personas. Las varias acciones del Hijo encarnado proceden de dos claras e inconfundibles energeiai , porque Él tiene dos naturalezas. Todas son las acciones de un sujeto (agente o principium quod ), pero son o divinas o humanas según la naturaleza (principium quo ) que las produce. Por lo tanto, los monofisitas tenían razón al decir que todas las acciones, humanas y divinas, del Hijo encarnado deben ser referidas a un agente que es el Dios-hombre; pero estaban errados al inferir que en consecuencia sus acciones, tanto humanas como divinas, deben ser llamadas “teándricas” o “divino-humanas”, y deben proceder de una sola energeia divino-humana (N. del T: teándrico: adjetivo que se refiere al estado de ser tanto divino como humano, especialmente respecto a Cristo). San Sofronio, y después de él San Máximo y San Juan Damasceno, mostraron que las dos energeia producen tres clases de acciones, puesto que las acciones son complejas, y algunas son por lo tanto mezclas de la humana y la divina:

(1) Hay acciones divinas ejercidas por Dios Hijo en común con el Padre y el Espíritu Santo (por ejemplo, la Creación de almas o la conservación del universo) en las que su naturaleza humana no toma parte en absoluto, y estas no pueden ser llamadas divino-humanas, pues son puramente divinas. Es verdad que es correcto decir que un niño gobernaba el universo (por la communicatio idiomatum), pero esto es cosa de palabras, y es una predicación accidental, no formal. —El que se hizo niño gobierna el universo como Dios, no como niño y por una actividad que es totalmente divina, no divino-humana.

(2) Hay otras acciones divinas que el Verbo Encarnado ejerció en y a través de su naturaleza humana, como resucitar a los muertos con una palabra, curar a los enfermos a través del tacto. Aquí la acción divina se distingue de las acciones humanas de tocar o hablar, a pesar de que las utiliza, pero a través de esa intima conexión la palabra “teándrica” no está fuera de lugar para todo el acto complejo, mientras que la acción divina según ejercida a través del humano puede ser llamada formalmente teándrica, o divino-humana.

(3) Es más, hay acciones puramente humanas de Cristo, tales como caminar o comer, pero estas se deben al libre albedrío humano, actuando en respuesta a una moción de la voluntad divina. Estas son producidas por la potentia humana, pero bajo la dirección de la divina. Por consiguiente son llamadas también teándricas, pero en un sentido diferente –son materialmente teándricas, humano-divinas. Hemos visto que la palabra “téandrica” no se puede aplicar en absoluto a algunas de las acciones de nuestro Señor; a algunas puede aplicarse en un sentido y a otras en diferentes sentidos. El Concilio de Letrán de 649 anatematizó la expresión una deivirilis operation, mia theandrike energeia , por la cual se realizan todas las acciones divinas y humanas. Es desafortunado que el respeto por los escritos de Dionisio el Pseudo-Areopagita ha impedido a los teólogos proscribir totalmente la expresión deivirilis operatio . Se ha mostrado arriba que es correcto hablar de deiviriles actus o actiones o energemata . La kaine theandrike energeia de Pseudo-Dionisio fue defendida por Sofronio y Máximo como una referencia a la energeia divina cuando produce los actos mixtos (formalmente teándricos); así “teándrico” se convierte en un epíteto correcto de la operación divina bajo ciertas circunstancias, y eso es todo.

Aunque los monofisitas hablaban en general de “una operación teándrica”, sin embargo un discurso de San Martín en el C0ncilio de Letrán nos dice que un tal Coluto ni siquiera se atrevía a ir tan lejos, pues temía que “teándrico” dejase alguna operación a la naturaleza humana; prefería la palabra thekoprepes, Deo decibilis (Mansi, X, 982). La negación de dos operaciones, aún más que la negación de dos voluntades, hace a la naturaleza humana de Cristo el instrumento inanimado de la voluntad divina. Santo Tomás señala que aunque un instrumento participa en la acción del agente que lo usa, hasta un instrumento inanimado tiene una actividad propia; mucho más la naturaleza humana racional de Cristo tiene una operación propia bajo la más elevada moción que recibe de la divinidad. Pero por medio de esta elevada moción las dos naturalezas actúan en concierto, según las famosas palabras de San León en el Tomus: ”"Agit enim utraque forma cum alterius communione quod proprium est; Verbo scilicet operante quod Verbi est, et carne exsequente quod carnis est. Unum horum coruscat miraculis, aliud succumbit injuriis" (Ep. 28, 4). Estas palabras fueron citadas por Ciro, Sergio, Sofronio, Honorio, Máximo, etc., y jugaron una parte importante en la controversia.

Esta intercomunicación de las dos operaciones se desprende de la doctrina católica del perichoresis, circuminsessio, de las dos naturalezas inseparables y sin confusión, como leemos de nuevo en San León: "Exprimit quidem sub distinctis actionibus veritatem suam utraque natura, sed neutra se ab alterius connexione disjungit" (Serm. liv, 1). San Sofronio (Mansi, XI, 480 ss.) y San Máximo (Ep. 19) expresaron esta verdad en el mismo comienzo de la controversia así como más adelante; y San Juan Damasceno insiste en ella. Santo Tomás (III, Q. XIX, a. 1) lo explica bien:: "Motum participat operationem moventis, et movens utitur operatione moti, et sic utrumque agit cum communicatione alterius". Krüger y otros han dudado de si se podía decir que la cuestión de las dos operaciones estaba ya decidida en tiempos de Justiniano (como afirmaba Loof). Pero parece que las palabras de San León, aún las anteriores, eran suficientemente claras. Los escritos de Severo de Antioquía asumían que sus oponentes católicos defenderían las dos operaciones y un oscuro monje del siglo VI, Eustasio (De duabus naturis, P. G., LXXXVI, 909) acepta la expresión. Muchas de las numerosas citas que los Padres griegos y latinos presentaron en el Concilio de Letrán y en otras ocasiones no son concluyentes, aunque algunas de ellas son bastante claras. Teólogos realmente conocedores como Sofronio y Máximo no tenían dudas, aunque Ciro y Honorio estaban confundidos. El patriarca [San Eulogio de Alejandría |Eulogio de Alejandría]] (580-607) había escrito contra los que enseñaban una sola voluntad, pero Ciro y Sergio no conocían esa obra.

Historia

Sergio, patriarca de Constantinopla (610-638), relata así el origen de la controversia monotelita en su carta al Papa Honorio. Cuando en el curso de la guerra que comenzó hacia 619, el emperador Heraclio vino a Teodosiópolis (Erzeroum) en Armenia (alrededor de 622), un monofisita llamado Pablo, líder de los acéfalos, pronunció ante él un discurso a favor de su herejía. El emperador le refutó con argumentos teológicos e incidentalmente hizo uso de la expresión “una operación” de Cristo. Más tarde (hacia 626), preguntó a Ciro, obispo de Fasis y metropolitano de Lazi, si sus palabras eran correctas. Ciro no estaba seguro y, por orden del emperador, escribió pidiendo consejo a Sergio, en el que Heraclio tenía mucha confianza. Sergio en respuesta le envió una carta que se decía escrita por Menas de Constantinopla al Papa Vigilio y aprobada por éste, en la que se citaba a varias autoridades a favor de una operación y una voluntad. Luego se declaró que esta carta era una falsificación y fue aceptada como tal en el Sexto Concilio General.

Nada más ocurrió, según Sergio, hasta que en junio de 631 el emperador promovió a Ciro a la Sede de Alejandría. Todo Egipto era entonces monofisita y estaba continuamente amenazado por los sarracenos. Heraclio sin duda estaba ansioso por unirlos a todos a la Iglesia Católica, pues el país estaba muy debilitado por las disensiones de los herejes entre sí y por su animosidad contra la religión oficial. Emperadores anteriores habían hecho esfuerzos para lograr la unión, pero en el siglo V los Papas condenaron el Henoticon de Zenón, pero no había satisfecho a todos los herejes y la condena de los Tres Capítulos en el siglo VI casi había causado un cisma entre Oriente y Occidente sin por lo menos aplacar a los monofisitas.

Por el momento Ciro fue más exitoso. Imaginando, sin duda , según hacían todos los católicos, que el monofisismo implicaba la afirmación de que la naturaleza humana de Cristo era una no-entidad después de la unión, le encantó que los monofisitas aceptaran una serie de nueve “capitula” en los que se afirmaba la formula “en dos naturalezas” de Calcedonia, “una hipóstasis compuesta” y physike kai kath hypostasin enosis, junto con los adverbios asygchytos, atreptos, analloiotos. Se cita a San Cirilo, el gran doctor de los monofisitas; y todo es satisfactorio hasta que en la séptima proposición se habla de Nuestro Señor como “realizando sus obras humanas y divinas mediante una operación teándrica, según el divino Dionisio”. Los críticos modernos toman esta famosa expresión de Dionisio el Pseudo-Areopagita para mostrar que escribió bajo influencias monofisitas. Pero Ciro creía que era una expresión ortodoxa, usada por Menas y aprobada por el Papa Vigilio. Por lo tanto, salió triunfante en aquel retorno a la Iglesia de un gran número de monofisitas teodosianos, de manera que, como lo parafrasea Sergio, toda la gente de Alejandría y de casi todo Egipto, la Tebaida y Libia eran de una sola voz y, mientras que antes no querían ni oír el nombre del Papa León ni del Concilio de Calcedonia, ahora los aclamaban a gritos en los santos misterios. Pero los monofisitas vieron con más claridad y Anastasio del Monte Sinaí nos dice que presumían de que “no habían comulgado con Calcedonia, sino Calcedonia con ellos, al reconocer una naturaleza de Cristo a través de una operación.”

Por aquel tiempo estaba en Alejandría San Sofronio, un monje muy venerado de Palestina, que pronto sería patriarca de Jerusalén. Él se oponía firmemente a la expresión "una operación", y no convencido por la forma en que Ciro la defendió, se fue a Constantinopla, e instó a Sergio, por cuyo consejo se había utilizado la expresión, que se debía retirar el séptimo capitulum. Sergio consideró esto demasiado difícil, pues destruiría la gloriosa unión conseguida; pero quedó tan impresionado que escribió a Ciro y le dijo que en el futuro sería bueno dejar de utilizar las dos expresiones, “una operación “ y “ dos operaciones”, y que creía necesario referir todo el asunto al Papa. (Hasta aquí la propia historia de Sergio.)

Este último procedimiento debe llevarnos a no juzgar muy duramente a Sergio. Puede ser una invención el que sus padres fuesen monofisitas (así Atanasio del Sinaí), pero en todo caso se oponía a los monofisitas, y basó su defensa de “una operación” en las citas de los Padres en la carta espuria de su predecesor ortodoxo Menas, de quien él creía que había recibido la aprobación del Papa Vigilio. Era un político que evidentemente conocía poco de teología. Pero él tenía que responder por más de lo que admitió. Al principio Ciro no había estado realmente dudoso. Su carta a Sergio explica cortésmente que había dicho que el emperador estaba equivocado y había citado las famosas palabras de San León en el Tomus a Flaviano: "Agit utraque natura cum alterius communione quod proprium est" como claramente definitorios de dos operaciones distintas pero inseparables. Sergio fue responsable de llevar a Ciro al error al enviarle la carta de Menas.

Además, San Máximo nos dice que Sergio le había escrito a Teodoro de Farán pidiéndole su opinión; Teodoro estuvo de acuerdo. (Es probable que Esteban de Dora se equivocara al creer que Teodoro era un monotelita ante Sergio). También influyó sobre el severino Pablo el Tuerto, el mismo que había disputado con Heraclio. Le había solicitado a Jorge Arsas, un monofisita seguidor de Pablo el Negro de Antioquía, que le proveyera autoridades para “una operación”, y le dijo en su carta que estaba preparado para lograr la unión sobre esa base. El alejandrino San Juan Limosnero (609-616) había obtenido esta carta de la propia mano de Arsas, y solo la irrupción de los sarracenos (619) le impidió usarla para conseguir la deposición de Sergio.

En su carta a Honorio, Sergio desarrolla sin saberlo otra herejía. Admite que “una operación“, aunque utilizada por unos pocos Padres, es una expresión extraña, y podría sugerir la negación de la unión sin confusión de las dos naturalezas. Pero las “dos operaciones” son también peligrosas, pues sugieren “dos voluntades contrarias, como cuando el Verbo de Dios deseaba realizar su Pasión salvadora, su humanidad se resistía y contradecía su voluntad, y así se introducirían dos voluntades contrarias, lo cual es impío, pues es imposible que en el mismo sujeto haya dos voluntades a la vez y contrarias entre sí en cuanto a la misma cosa”. Hasta aquí está en lo correcto; pero continúa: ”Pues la doctrina salvadora de los santos Padres enseña claramente que la carne intelectualmente animada del Señor nunca realiza su movimiento natural aparte de, y por su propio ímpetu de forma contraria a, la dirección del Verbo de Dios hipostáticamente unido a ella, sino solo en el momento, a la manera y en la medida que el Verbo de Dios lo desea”, de la misma manera que nuestro cuerpo es movido por nuestra alma racional.

Aquí Sergio habla de la voluntad natural de la carne y de la voluntad divina, pero no menciona el más alto libre albedrío, que de hecho está totalmente sometido a la voluntad divina. Se puede entender que él incluye esta voluntad intelectual en “ la carne intelectualmente animada”, pero su pensamiento no es claro y sus palabras expresan simplemente la herejía de una sola voluntad. Concluye que es mejor confesar simplemente que “el único engendrado Hijo de Dios, que es verdaderamente Dios y Hombre, obra tanto las obras divinas como las humanas, y de un solo y mismo Verbo de Dios encarnado proceden indivisible e inseparablemente tanto las operaciones divinas como las humanas, como enseña San León: Agit enim utraque, etc." Si estas palabras y la cita de León quieren decir algo, es dos operaciones, pero el error de Sergio consiste precisamente en desaprobar esta expresión.

Hay que tener siempre en cuenta que la precisión teológica es una cuestión de definición y la definición es un asunto de palabras. La prohibición de las palabras correctas es siempre herejía, aunque el autor de la prohibición no tenga intención herética y esté simplemente confundido o poco perspicaz. Honorio replicó reprobando a Sofronio y alabando a Sergio por rechazar su “nueva expresión “de “dos operaciones”. Aprobó las recomendaciones de Sergio y no censura los capitula de Ciro. En un punto va más allá que cualquiera de ellos pues usa las palabras: “De donde reconocemos una Voluntad de nuestro Señor Jesucristo”. Podemos creer fácilmente en el testimonio del abad Juan Simponio, que escribió la carta para Honorio, de que él intentaba solo negar una voluntad inferior de la carne en Cristo que contradecía a su voluntad superior y que no se estaba refiriendo en absoluto a su divina voluntad, pero en conexión con la carta de Sergio tal interpretación es apenas la más obvia. Está claro que Honorio no era un hereje intencionado más que Sergio, pero estaba igualmente incorrecto en su decisión, y su posición hizo que el error fuera más desastroso. En otra carta a Sergio dice que ha informado a Ciro de que las nuevas expresiones, una y dos operaciones, han de ser abandonadas, ya que su uso es muy tonto.

En uno de los últimos cuatro meses de 638 se le dio efecto a la carta del Papa mediante la publicación de una “Exposición“ compuesta por Sergio y autorizada por el emperador; es conocida como la “Ectesis de Heraclio”. Sergio murió el 9 de diciembre, pocos días después de haber celebrado un concilio en que se aclamó a la “Ectesis” como “verdaderamente de acuerdo con la enseñanza apostólica”, palabras que parecen referirse a que estaba basada en la carta de Honorio. Ciro recibió las noticias de este concilio con gran alegría. La “Ectesis” misma es una completa profesión de fe según los cinco concilios generales. Su peculiaridad consiste en añadir una prohibición de la expresión una y dos operaciones, y la afirmación de una voluntad en Cristo no sea que se afirmen dos voluntades contrarias. La carta de Honorio había sido un documento serio, pero no una definición de fe vinculante para toda la Iglesia. La “Ectesis” fue una definición, pero Honorio no tuvo conocimiento de ella, pues había muerto el 12 de octubre.

Los enviados que vinieron a solicitar la confirmación del emperador para el nuevo Papa, Severino, rehusaron recomendarle la “Ectesis” a este último, pero prometieron presentársela para su juicio (vea MÁXIMO DE CONSTANTINOPLA). Severino, no consagrado hasta mayo de 640, murió dos meses después, pero no sin haber condenado la “Ectesis”. Juan IV, que le sucedió en diciembre, no perdió tiempo en reunir un sínodo para condenarla formalmente. Cuando Heraclio, que solo había intentado dar efecto a la enseñanza de Honorio, oyó que el documento había sido rechazado en Roma, no lo reconoció como propio y le echó la culpa a Sergio. Heraclio murió en febrero de 641.

El Papa escribió al hijo mayor de Heraclio, diciéndole que ahora sin duda la “Ectesis” se retiraría y pidió disculpas por el Papa Honorio que no había querido enseñar una voluntad humana en Cristo. San Máximo Confesor publicó una defensa similar de Honorio, pero ninguno de estos dos apologistas dicen nada del error inicial, la prohibición de “las dos operaciones”, que pronto se iba a convertir de nuevo en el principal punto de controversia. De hecho, sobre este punto ya no era posible defender a Honorio. Pero Pirro, el nuevo patriarca de Constantinopla, era defensor de la “Ectesis” y la confirmó en un gran concilio, el cual, sin embargo, San Máximo reprueba como convocado irregularmente. Tras la muerte de Constantino III y el exilio de su hermano Heracleonas, Pirro mismo fue exiliado a África donde fue persuadido, en una famosa controversia con San Máximo, a renunciar a la apelación a Vigilio y a Honorio y a condenar la “Ectesis”; viajó a Roma y se sometió al Papa Teodoro, pues Juan IV había muerto en octubre de 642.

Mientras tanto no faltaban las protestas en Oriente. San Sofronio quien, tras haberse convertido en patriarca de Jerusalén (murió antes que Sergio) publicó en su entronización una defensa formal del dogma de las dos operaciones y dos voluntades, la que luego fue aprobada por el Sexto Concilio. Este notable documento fue la primera exposición completa de la doctrina católica. Fue enviada a todos los patriarcas y San Sofronio solicitó humildemente correcciones. Sus referencias a San León son interesantes, especialmente su declaración: “Acepto todas sus cartas y enseñanzas como procedentes de la boca de Pedro el Corifeo y las beso y las abrazo con toda mi alma”. Más adelante habla de que recibe las definiciones de San León como las de San Pedro, y las de San Cirilo como las de Marcos. Además reunió una colección de los testimonios de los Padres a favor de dos operaciones y dos voluntades.

Finalmente envió a Roma a Esteban, obispo de Dora, el primer obispo del patriarcado, que nos ha dejado una conmovedora descripción de la manera en la que el santo le llevó al sagrado lugar del Calvario y allí le dijo: “Rendirás cuentas al Dios que fue crucificado por nosotros en este lugar sagrado, en su venida gloriosa y terrible cuando venga a juzgar a los vivos y a los muertos, si retrasas y permites que su fe esté en peligro, puesto que, como sabes, yo he permitido debido a la invasión de los sarracenos que ha caído sobre nosotros por nuestros pecados. Pásala rápidamente de uno a otro confín del mundo hasta que llegues a la Sede Apostólica donde están los cimientos de las doctrinas sagradas. Haz que conozcan todos los hombres, no una ni dos sino muchas veces, lo que se ha hecho y no te canses de urgir y suplicar hasta que su sabiduría apostólica produzca una conclusión victoriosa”.

Obligado por casi todos los obispos ortodoxos orientales, Esteban viajó por primera vez a Roma. El día de la muerte de San Sofronio, su sede patriarcal fue invadida por el obispo de Jope, un defensor de la “Ectesis”. Otro hereje se sentó en la sede de Antioquía. En Alejandría la unión con los monofisitas duró poco. En el 640 la ciudad cayó en manos de los árabes dirigidos por Amru y la desafortunada herejía ha permanecido hasta nuestros días (excepto unos pocos meses en 646) bajo el gobierno de los infieles. Así, todos los patriarcados de Constantinopla, Antioquía, Jerusalén y Alejandría se separaron de Roma. Sin embargo, no hay duda de que, excepto en Egipto, la mayor parte de los obispos y todos sus fieles eran ortodoxos y no deseaban aceptar la “Ectesis”.

El 29 de mayo de 643 los obispos de Chipre, independientes de cualquier patriarca, celebraron un sínodo contra la “Ectesis”. Escribieron una carta suplicante al Papa Teodoro: “Cristo, Nuestro Dios, ha instituido tu silla apostólica, ¡oh, cabeza santa!, como un cimiento fijo e inamovible. Porque tú eres Pedro, según dijo la Palabra Divina, y sobre tu fundamento se apoyan las columnas de la Iglesia y a ti te encargó las llaves del Reino de los Cielos. Te ordenó atar y desatar con autoridad en el cielo y en la tierra. Tú eres el encargado de destruir las herejías profanas, como Corifeo y líder de la fe ortodoxa e inmaculada. No desprecies pues, Padre, la fe de nuestros Padres sacudida por las olas y puesta en peligro; desvanece el gobierno de los tontos con la luz de tu divino conocimiento, ¡oh, santísimo! Destruye las blasfemias e insolencia de los nuevos herejes con sus nuevas expresiones, pues nada falta a tu ortodoxia y piadosa definición y tradición para el aumento de la fe entre nosotros. Pues nosotros —¡Oh, tú, inspirado, que conversas con los santos apóstoles y te sientas con ellos!— desde antiguo, desde que estábamos en pañales, creemos y confesamos la enseñanza de acuerdo al santo y temeroso de Dios Papa León y declaramos que ‘cada naturaleza obra en comunión con la otra lo que le es apropiado’” etc. Se declararon listos para sufrir el martirio antes que abandonar la doctrina de San León; pero cuando surgió la persecución su arzobispo Sergio se encontró al lado de los perseguidores, no de los mártires.

Está muy claro que Máximo y sus amigos de Constantinopia, San Sofronio y los obispos de Palestina, Sergio y sus sufragáneos, no sabían que la Sede Apostólica había sido comprometida por las cartas de Honorio, pero la miraban como el único puerto de salvación. Igualmente en 646, los obispos de África y de las islas cercanas se reunieron en concilios, en cuyo nombre los primados de Numidia, Bizacena y Mauritania enviaron una carta común al Papa Teodoro, quejándose de la “Ectesis”: “Nadie puede dudar que en la Sede Apostólica hay una fuente grande e inagotable que mana aguas para todos los cristianos”. etc. Le adjuntan cartas para el emperador y el patriarca Pablo para que el Papa las envíe a Constantinopla. Tienen miedo de escribir directamente, pues el anterior gobernador, Gregorio (que había presidido la disputa entre San Máximo y Pirro) se había rebelado y autoproclamado emperador y acababa de ser derrotado; esto era un golpe a la ortodoxia que dejaba en descrédito a Constantinopla. Víctor, elegido primado de Cartago después de que se escribieran las cartas, añadió una suya.

Pablo, el patriarca con quien el emperador Constante II había sustituido a Pirro, no había sido reconocido por el Papa Teodoro, quien exigía que primero un concilio juzgase a Pirro ante dos representantes de la Santa Sede. Todavía se conserva la respuesta de Pablo: las opiniones que expone son las de la “Ectesis”, y las defiende refiriéndose a Honorio y a Sergio. Teodoro pronunció una sentencia de deposición contra él, y Pablo tomó represalias con la destrucción del altar latino que pertenecía a la Sede Romana en el palacio de Placidia en Constantinopla, de modo que los enviados papales no pudiesen ofrecer el Santo Sacrificio; también los persiguió, junto con muchos laicos y sacerdotes ortodoxos, mediante la prisión, el exilio o azotes.

Pero a pesar de esta violencia, Pablo no tenía intención de oponerse a las definiciones de Roma. Hasta ese momento Honorio no había sido repudiado allí, sino defendido; se decía que no había enseñado una voluntad; pero la prohibición de las dos operaciones en la “Ectesis” era solo el reforzamiento del curso que Honorio había aprobado, y hasta el momento parecía que en Roma no se había publicado oficialmente nada sobre el tema. Pablo, algo naturalmente, pensó que sería suficiente si abandonaba la enseñanza de una voluntad y prohibía toda referencia a una o dos voluntades así como a una o dos operaciones; apenas se podría alegar que eso iba contra las enseñanzas del Papa Honorio. Sería una medida pacífica y Oriente y Occidente volverían a unirse.

Por lo tanto, Pablo persuadió al emperador a que retirara la “Ectesis” y que sustituyera esa elaborada confesión de fe por una mera medida disciplinaria que prohibiese las cuatro expresiones bajo las penas más severas; ninguno de los súbditos ortodoxos del emperador tenía ya permiso para disputar sobre ellas, pero no se le adjudicaría culpa a nadie que en el pasado hubiese utilizado cualquiera de las alternativas. La trasgresión de esta ley significaría la deposición para los obispos y clérigos, la excomunión y expulsión para los monjes, la pérdida de oficio y dignidades para los oficiales, multas para los laicos más ricos y castigos corporales y exilio permanente para los más pobres. Con esta cruel ley, conocida como el “Tipo” de Constante, la herejía quedaba irreprochable y la ortodoxia prohibida. No es un documento monotelita, pues prohíbe esa herejía tanto como la fe católica. Su fecha está entre septiembre de 648 y septiembre de 649.

El Papa Teodoro murió el 5 de mayo de 649 y le sucedió San Martín I en julio. En octubre San Martín celebró un gran concilio en Letrán al que asistieron 105 obispos. El discurso inaugural del Papa relata la historia de la herejía y condena la “Ectesis”, a Ciro, Sergio, Pablo, Pirro y el “Tipo”. Juan IV había hablado de Sergio con respeto y Martín no menciona a Honorio pues obviamente era imposible defenderle si se iba a condenar el “Tipo” como herejía. Esteban de Dora, que visitaba Roma por tercera vez, presento un largo memorial, lleno de devoción a la Sede Apostólica. Siguió una delegación de 37 abades griegos que vivían en o cerca de Roma y que aparentemente habían huido de los sarracenos desde sus hogares en Jerusalén, África, Armenia, Cilicia, etc., los cuales exigieron la condenación de Sergio, Pirro, Pablo y Ciro y que la Sede Apostólica y Cabeza anatematizase el “Tipo”.

Los documentos heréticos leídos eran parte de una carta de Teodoro de Farán, la séptima proposición de Ciro, la carta de Sergio a Ciro y extractos de los sínodos celebrados por Sergio y Pirro (que ahora se había retractado de su arrepentimiento) y la aprobación de la “Ectesis” por Ciro. No se leyó la carta de Sergio a Honorio, ni se dijo nada de la correspondencia de éste con Sergio. San Martín hizo un resumen; luego se leyeron la carta de Pablo al Papa Teodoro y el “Tipo”. El concilio aceptó la buena intención de este último documento (para no hacer daño al emperador y condenar a Pablo), pero lo declaró herético por prohibir la enseñanza de dos operaciones y dos voluntades. Se leyó numerosas excerptas de los Padres y de escritores monofisitas, y se concurrió en veinte cánones, cuyo decimoctavo condena bajo anatema a Teodoro de Farán, Ciro, Sergio, Pirro, Pablo, la “Ectesis” y el “Tipo”. Todos firmaron una carta al emperador. Se envió una encíclica a toda la Iglesia en nombre de San Martín y del concilio, dirigida a todos los obispos, sacerdotes, diáconos, abades, monjes, ascetas y a la totalidad de la santa Iglesia Católica. Esta fue una condena final y completa de la política constantinopolitana. Roma había hablado ex cátedra.

Esteban de Dora había sido antes nombrado vicario papal en Oriente, pero por error solo se le había informado de su deber de deponer a los obispos herejes, y no que estaba autorizado a sustituirlos por obispos ortodoxos. Entonces el Papa encargó de esto a Juan, obispo de Filadelfia en Palestina, al que ordenó nombrar obispos, sacerdotes y diáconos en los patriarcados de Antioquía y Jerusalén. Martín también envió cartas a esos patriarcados y a Pedro, que parece haber sido gobernador, pidiéndole que apoyara a su vicario; este Pedro era amigo y corresponsal de San Máximo. El Papa depuso a Juan, arzobispo de Tesalónica, y declaró nulos e inválidos los nombramientos de Macario de Antioquía y Pedro de Alejandría. En represalia Constante mandó a secuestrar a San Martín en Roma y a llevarlo prisionero a Constantinopla. El santo se negó a aceptar la “Ectesis”, y después de muchos sufrimientos, muchos de los cuales él mismo relató en un documento conmovedor, murió cómo mártir en la Crimea en marzo de 655 (Vea MARTÍN I). San Máximo (662), su discípulo el monje Anastasio (662) y otro Anastasio, un enviado papal (666) murieron por maltrato, mártires por su ortodoxia y devoción a la Sede Apostólica.

Mientras San Martín era insultado y torturado en Constantinopla, el patriarca Pablo agonizaba: “¡Ay, esto aumentará la severidad de mi juicio!” exclamó al emperador un día que este lo visitó; lo cual hizo que Constante perdonara la vida al Papa por el momento. Cuando murió Pablo, Pirro fue repuesto. Pedro, su sucesor, envió una carta ambigua al Papa Eugenio, en la que no mencionaba las dos operaciones, observando así las prescripciones del “Tipo”. Cuando se leyó en Santa María la Mayor el pueblo romano se amotinó y no permitió que el Papa continuase su Misa hasta que prometiera rechazar la carta. Constante envió una carta al Papa por manos de un tal Gregorio, con un regalo para la Basílica de San Pedro]. En Constantinopla se rumoraba que los enviados del Papa aceptarían una declaración de “una y dos voluntades” (dos por las naturalezas, una debido a la unión). San Máximo se negó a creer en el informe. De hecho, Pedro le escribió al Papa Vitaliano (657-672) profesando “ una y dos voluntades y operaciones” y añadiendo citas mutiladas de los Padres; pero la explicación fue considerada insatisfactoria quizás porque era solo una excusa para mantener el “Tipo”.

En 663 Constante fue a Roma con la intención de fijar allí su residencia debido a su poca popularidad en Constantinopla, pues además de asesinar a un Papa y proscribir la fe ortodoxa, había asesinado a su hermano Teodosio. El Papa le recibió con los debidos honores y Constante, que había rehusado confirmar las elecciones de Martín y Eugenio, ordenó que el nombre de Vitaliano se inscribiera en los dípticos de Constantinopla. No parece haberse mencionado el “Tipo”. Pero Constante no consideró a Roma agradable. Después de saquear las iglesias se retiró a Sicilia donde oprimió al pueblo. Fue asesinado en su baño en 668.

Vitaliano se opuso vigorosamente a la rebelión en Sicilia, y a su llegada allí Constantino Pogonato, el nuevo emperador, encontró la Isla en paz. No parece que le interesara el “Tipo”, el cual no fue aplicado, aunque no abolido, pues estuvo completamente ocupado en sus guerras contra los sarracenos hasta 678, año en el que decidió reunir un concilio general para poner fin a lo que consideraba una lucha entre las sedes de Roma y Constantinopla. En este sentido escribió al Papa Dono (676-78), que ya había muerto.

Su sucesor San Agatón de inmediato reunió un sínodo en Roma y ordenó que se celebraran otros en Occidente. Así se produjo un retraso de dos años y los patriarcas herejes Teodoro de Constantinopla y Macario de Antioquía aseguraron al emperador que el Papa despreciaba a los orientales y a su monarca, e intentaron infructuosamente borrar de los dípticos el nombre de Vitaliano. El emperador pidió que le enviasen al menos tres representantes de Roma, con doce arzobispos u obispos de Occidente y cuatro monjes de cada uno de los monasterios griegos de Occidente, quizás como intérpretes. También envió a Teodoro al exilio, quizás porque era un obstáculo para la reunión.

La primera sesión del Sexto Concilio Ecuménico tuvo lugar en Constantinopla (7 nov.680) presidida por Constantino Pogonato que tenía a su izquierda, en el lugar de honor, a los legados papales. Macario de Antioquía fue el único prelado que defendió el monotelismo y fue condenado en su momento como hereje (Vea MACARIO DE ANTIOQUÍA). Las cartas de San Agatón y del concilio romano insistían en las decisiones del Concilio de Letrán, y afirmaban repetidamente la inerrancia de la Sede Apostólica. Estos documentos fueron aclamados por el concilio y aceptados por Jorge, el nuevo patriarca de Constantinopla, y por sus sufragáneos. Macario se había remitido a Honorio; y luego de su condena abrieron un paquete que él había enviado al emperador y en el encontraron las cartas de Sergio a Honorio y de Honorio a Sergio. Puesto que eran similares al “Tipo”, ya declarado herético, era inevitable condenarlas.

El Quinto Concilio había fijado el ejemplo de condenar a los escritores muertos, que habían muerto en comunión católica, pero Jorge sugirió que se perdonara a sus predecesores muertos y solo se anatematizara su enseñanza. Los legados podrían haber salvado también el nombre de Honorio si hubiesen concurrido en ello, pero evidentemente tenían instrucciones de Roma de no haber objeción a dicha condenación si pareciese necesaria. El decreto dogmático final contiene las decisiones de los cinco concilios generales anteriores, condena la “Ectesis” y el “Tipo”, y a los herejes por nombre, incluyendo a Honorio, y “acogen con manos elevadas” las cartas del Papa Agatón y su concilio (Vea PAPA HONORIO I). La proclama al emperador, firmada por todos los obispos, declara que han seguido a Agatón y él siguió la enseñanza apostólica. “El príncipe de los apóstoles luchó con nosotros, pues para ayudarnos tuvimos a su imitador y sucesor de su silla. La antigua ciudad de Roma te ha ofrecido una confesión divinamente escrita e hizo brillar la luz de los dogmas por el pergamino occidental. La tinta brilló y ¬¬Pedro habló a través de Agatón; y tú, el rey autócrata, votaste con el Todopoderoso que reina contigo”. Todos los Padres firmaron también una carta para el Papa.

El emperador puso en vigor el decreto en un extenso edicto en el que se hacía eco de las decisiones del concilio, y añadió: “Estas son las enseñanzas de las voces de los Evangelios y de los apóstoles, estas son las doctrinas de los santos sínodos y de las lenguas elegidas y patrísticas; estas se han conservado impolutas por Pedro, la roca de la fe, la cabeza de los apóstoles; y en esta fe vivimos y reinamos”. La carta del emperador al Papa está llena de tales expresiones; como por ejemplo: “Gloria a Dios, que hace cosas maravillosas, que ha mantenido la fe segura e ilesa entre ustedes. Pues, ¿cómo no habría de hacerlo sobre esa roca en la que fundó su Iglesia, y profetizó que las puertas del infierno, las emboscadas de los herejes, no prevalecerían contra ella? De ella, como desde la bóveda del cielo, fulguró la palabra de la verdadera confesión” etc. Pero San Agatón, obrador de muchos milagros, había fallecido y no recibió la carta, así que quedó en manos de San León II confirmar el concilio. Así se unió de nuevo el Oriente al Occidente después de un cisma incompleto pero deplorable.

Parecería que en 687 Justiniano II creía que el Sexto Concilio no se había puesto en vigor completamente, pues escribió al Papa Conón que había convocado a los enviados papales, a los patriarcas, metropolitanos, obispos, senado y oficiales civiles y representantes de sus ejércitos y les hizo firmar las actas originales que él había descubierto recientemente. En 711 el trono fue tomado por Filípico Bardanés, que había sido discípulo del abad Esteban, discípulo a su vez “o más bien líder” de Macario de Antioquía. Filípico restauró en los dípticos a Honorio y a los demás herejes condenados por el concilio; quemó las actas (privadamente, en el palacio), depuso al patriarca Ciro y mandó al destierro a varias personas que se negaron a suscribirse a un rechazo del concilio. Fue depuesto el 4 de junio de 713, y Anastasio II (713-15) restauró la ortodoxia. El Papa Constantino se había negado a reconocer a Bardanés. El patriarca intruso, Juan VI, le escribió una larga carta de apología en la que le explicó que se había sometido a Bardanés para prevenir males peores, y afirmó en muchas palabras la primacía de Roma sobre la Iglesia universal. Este fue el final del monotelismo.


Bibliografía:  : Las principales autoridades antiguas para el conocimiento de los monotelitas son las actas del Concilio de Letrán y del Sexto Concilio, las obras de San Máximo Confesor y Anastasio del Sinaí, las Collectanea de Anastasio Bibliotecario. Solo unas pocas obras posteriores merecen ser mencionadas: COMBÉFIS, Auctarium novum, II (Historia Monothelitarum et Dissertatio apol. pro actis VI synodi (Paris, 1648); PETAVIUS, De Incarnatione, VIII, IX; HEFELE, Hist. De los Concilios); BARDENHEWER, Ungedruckle Excerpte aus einer Schrift des Patriarchen Eulogius von Alexandria (en Theolog. Quartalschrift, 1896, no. 78); OWSEPIAN, Die Entstehungsgeschichte des Monotheletismus nach ihren Quellen geprüft (Leipzig, 1897). Ver también PAPA HONORIO I Y SAN MÁXIMO DE CONSTANTINOPLA.

Fuente: Chapman, John. "Monothelitism and Monothelites." The Catholic Encyclopedia. Vol. 10, pp. 502-508. New York: Robert Appleton Company, 1911. 23 abril. 2020 <http://www.newadvent.org/cathen/10502a.htm>.

Traducido por Pedro Royo. lmhm