Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Sábado, 21 de diciembre de 2024

Concilio de Calcedonia

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar

El Cuarto Concilio Ecuménico se celebró del 8 de octubre al 1 de noviembre de 451, inclusive, en Calcedonia, una ciudad en Bitinia, Asia Menor. El propósito principal era confirmar la doctrina católica ortodoxa contra la herejía de Eutiques y los monofisitas, aunque también se ocupó de la disciplina eclesiástica y de la jurisdicción.

Apenas el Concilio de Éfeso de 431 había condenado la herejía de Nestorio sobre las dos personas en Cristo, cuando surgió el error opuesto de la herejía de los nestorianos. Puesto que Nestorio separaba tanto lo divino y lo humano en Cristo, él enseñaba que en Cristo había una doble personalidad o un ser doble, se volvió obligatorio que los oponentes enfatizaran en la unidad en Cristo presentando al Hombre-Dios, no como dos seres sino como uno. Algunos de estos oponentes, en su esfuerzo por mantener la unidad física en Cristo, sostenían que las dos naturalezas en Cristo, la divina y la humana, estaban tan íntimamente unidas que se convertían físicamente en una, ya que la naturaleza humana era completamente absorbida por la Divina. Así resultaba un Cristo no sólo con una personalidad sino también con una naturaleza. Después de la Encarnación, decían, no se podía hacer distinción en Cristo entre lo divino y lo humano. Los principales representantes de estas teorías eran Dióscoro de Alejandría, patriarca de Alejandría y Eutiques, un archimandrita o presidente de un monasterio a las afueras de Constantinopla. El error monofisita, como se le llamó (gr. mone physis, una naturaleza) afirmaba basarse en la autoridad de San Cirilo, pero sólo por una falsa interpretación de algunas expresiones del gran maestro alejandrino.

El primero en detectar el error de Eutiques fue Domno, Patriarca de Antioquía. En un sínodo en Constantinopla en noviembre de aquel año, Eusebio, obispo de Dorileo, Frigia, presentó una acusación contra Eutiques. Este sínodo declaró materia de fe que después de la Encarnación Cristo tenía dos naturalezas (unidas) en una hipóstasis o persona; de ahí que hubiera un Cristo, un Hijo, un Señor. Eutiques, quien se presentó ante este sínodo, protestó, por el contrario, de que antes de la Encarnación había dos naturalezas, pero después de la unión había sólo una naturaleza en Cristo; y la humanidad de Cristo no era de la misma esencia que la nuestra. Estas afirmaciones fueron encontradas contrarias a la ortodoxia cristiana. Eutiques fue depuesto, excomulgado y privado de su posición en el monasterio. Protestó y solicitó una reparación al Leó I (440-61), a otros distinguidos obispos y también a Teodosio II. El obispo Flaviano de Constantinopla le informó al Papa León y a otros obispos lo que había ocurrido en su ciudad. Eutiques se ganó la simpatía del emperador; a través de los razonamientos del monje y de los de Dióscoro, patriarca de Alejandría, el emperador fue inducido a convocar un nuevo concilio que se celebraría en Éfeso. El Papa León y un cierto número de obispos y monjes fueron invitados a asistir e investigar de nuevo la ortodoxia de Eutiques. El Papa no pudo ir pero, envió a tres delegados como sus representantes y portadores de cartas a prominentes personajes de Oriente y al inminente sínodo. Entre esas cartas, todas las cuales llevaban la fecha de 13 de junio de 449, hay una conocida como "Epístola Dogmática", o carta dogmática, de León I, en la que el Papa explica el misterio de la Encarnación haciendo referencia especial a las cuestiones presentadas por Eutiques. Así, declara que después de la Encarnación, lo que era propio de cada naturaleza y sustancia en Cristo permaneció intacto y ambas se unieron en una sola persona, pero de manera que cada naturaleza actuaba de acuerdo a sus propias cualidades y características. Respecto a Eutiques mismo, el Papa no vaciló en condenarle. El concilio se celebró en Éfeso en agosto de 449. Sólo se le permitió hablar a los amigos y seguidores de Dióscoro y Eutiques. Presidió el patriarca de Alejandría; él ignoró a los delegados papales y no permitió que se leyeran en la asamblea las cartas del papa León, ni siquiera la "Epístola Dogmática. Se declaró ortodoxo a Eutiques y se le repuso en sus oficios sacerdotales y monásticos. Por otra parte, Flaviano de Constantinopla y Eusebio de Dorileo fueron depuestos: el primero fue exiliado, y murió poco después a consecuencia de los malos tratos; le sucedió el diácono Anatolio, seguidor de Dióscoro. Debido a la violencia enorme ejercida por éste y sus seguidores, León I llamó a esta asamblea el “Latrocinio”, o Concilio Ladrón de Éfeso, nombre que ha llevado desde entonces.

Teodosio II, que simpatizaba con Eutiques, aprobó estos violentos hechos; León I, por otra parte, una vez fue bien informado de lo que había ocurrido en Éfeso, condenó en un sínodo romano y en varias cartas todas las Actas de dicho concilio. Rehusó reconocer a Anatolio como obispo legítimo de Constantinopla, al menos hasta que éste diera satisfacción sobre sus creencias. Al mismo tiempo pidió al emperador que ordenase la celebración de un nuevo concilio en Italia, para corregir los errores cometidos en Éfeso. Como razón especial sobre la oportunidad y hasta la necesidad del nuevo concilio, adujo la apelación del depuesto Flaviano de Constantinopla. Sin embargo, Teodosio se negó expresamente cumplir los deseos del Papa.

En estas circunstancias, la muerte repentina del emperador (28 de julio de 450) cambió inmediatamente la situación religiosa de Oriente. A Teodosio le sucedió su hermana Pulqueria, que ofreció su mano y con ella el trono al bravo general Marciano (450-57). Tanto Marciano como Pulqueria se oponían a las enseñanzas de Dióscoro y Eutiques; y Marciano informó inmediatamente a León I de su disposición para celebrar un nuevo concilio según los deseos del Papa. Mientras tanto las condiciones habían cambiado. Anatolio de Constantinopla y con él muchos obispos, condenaron las enseñanzas de Eutiques y aceptaron la epístola dogmática del papa León. Cualesquiera nuevas discusiones respecto a la fe cristiana parecían por lo tanto superfluas. Además, la Europa Occidental estaba revuelta por la invasión de los hunos de Atila, por lo que la mayoría de los obispos no podrían asistir al concilio que se celebrase en Oriente. Por lo tanto, León I protestó repetidamente contra un concilio y escribió en este sentido al emperador Marciano, a la emperatriz Pulqueria, a Anatolio de Constantinopla y a Julián de Cos. Todas las cartas llevan la fecha de 9 de junio de 451. Mientras tanto Marciano emitió un decreto el 17 de mayo de 451---en nombre también del emperador occidental, Valentiniano III (425-55)---ordenando a todos los obispos metropolitanos, con cierto número de sus obispos sufragáneos, que se reunieran el próximo septiembre en Nicea en Bitinia, para celebrar allí un concilio general con el propósito de solucionar las cuestiones de fe que habían sido puestas en duda recientemente.

Aunque disgustado con esta acción, el Papa estuvo de acuerdo en enviar a sus representantes a Nicea. Nombró legados a Pascasino, obispo de Lilyibeum (Marsala) en Sicilia, a Licencio, también obispo, a Julián, obispo de Cos, y a dos presbíteros, Bonifacio y Basilio; Pascasino debía presidir el concilio en nombre del Papa. El 24 y 26 de junio de 451, León I escribió cartas al emperador Marciano, a su legado Pascasino, a Anatolio de Constantinopla, a Julián de Cos y al concilio mismo, en las que expresaba el deseo de que los decretos del sínodo estuvieran en conformidad con sus enseñanzas contenidas en la mencionada Carta Dogmática. A los legados papales se les dio instrucciones detalladas que contenían directrices para guiarse en el concilio; sin embargo este documento se ha perdido, excepto dos fragmentos preservados en las Actas del concilio. Los legados papales salieron hacia Nicea en julio. Muchos obispos llegaron a Nicea durante el verano, pero la apertura del concilio se pospuso porque el emperador no podía estar presente. Finalmente, ante las quejas de los obispos cansados de esperar, Marciano les pidió que se trasladaran a Calcedonia, cerca de Constantinopla. Así se hizo y el concilio se inauguró en Calcedonia el 8 de octubre.

Con toda probabilidad se llevó un registro de todos los procedimientos ya sea durante el concilio mismo o poco después. Los obispos reunidos informaron al Papa de que se le enviaría una copia de las Actas; en marzo de 453, el papa León comisionó a Julián de Cos, que estaba entonces en Constantinopla, que reuniera todas las actas y las tradujera al latín. Aun existen versiones muy antiguas de la Actas, tanto en griego como en latín. La mayoría de los documentos, sobre todo las minutas de las sesiones, fueron escritos en griego; otras, como las cartas imperiales, se emitieron en ambas lenguas; y aún otras, como las cartas papales, se escribieron en latín. Con el tiempo casi todas fueron traducidas a ambos idiomas. La versión latina conocida como “versio antiqua” se hizo, probablemente en el año 500, quizás por Dionisio el Exiguo. Hacia mitad del siglo VI el diácono romano Rústico que estaba en Constantinopla con el Papa Vigilio (537-55), hizo numerosas correcciones a la “versio antiqua” después de compararla con los manuscritos griegos de las Actas, sobre todo con los del monasterio "Acoemetae" ya en Constantinopla o en Calcedonia.

Respecto al número de sesiones del concilio de Calcedonia hay grandes discrepancias en los varios textos de las Actas así como en los antiguos historiadores del concilio. Ya sea porque los manuscritos respectivos estaban incompletos o porque los historiadores dejan de mencionar varias sesiones celebradas con propósitos menos importantes. Según el diácono Rústico, hubo un total de dieciséis sesiones; esta división es comúnmente aceptada por los eruditos, incluyendo el obispo Hefele, el sabio historiador de los concilios. Si se contaran todas las reuniones separadas, habría veintiuna sesiones, aunque algunas de éstas se consideran como complementarias de las sesiones precedentes. Todas las sesiones se celebraron en la iglesia de Santa Eufemia, mártir, fuera de la ciudad, enfrente de Constantinopla. No se sabe cuántos obispos asistieron. El sínodo mismo, en una carta al Papa León, habla de 520, mientras que el Papa León dice que eran 600; según el estimado general eran 630, incluyendo a los representantes de obispos ausentes. Ningún concilio anterior podía presumir de tal cantidad de obispos reunidos, y la asistencia a los posteriores rara vez sobrepasó o igualó esa cantidad. Sin embargo el concilio no representaba igualmente a los países de donde vinieron tantos obispos. Aparte de los legados papales y dos obispos africanos, prácticamente el resto pertenecía a la Iglesia Oriental. Sin embargo, ésta estaba bien representada: las dos grandes divisiones civiles (prefecturas) de Oriente e Ilírico, que comprende a Egipto, el Oriente (incluida Palestina), Ponto, Asia, Tracia, Dacia y Macedonia, enviaron a sus representantes. Los más prominentes entre los obispos orientales eran Anatolio de Constantinopla, Máximo de Antioquía, Dióscoro de Alejandría, Juvenal de Jerusalén, Talasio de Cesarea en Capadocia, Esteban de Éfeso, Quintillo de Heraclea y Pedro de Corinto. El honor de presidir esta venerable asamblea se reservó a Pascasino, obispo de Lilibeo, el primero de los legados papales, según la intención del Papa León I expresada en su carta al emperador Marciano (24 de junio de 451). Poco después del concilio, en escritos a los obispos de la Galia, menciona que su legados presidieron en su nombre el sínodo oriental. Más aún, Pascasino proclamó abiertamente en presencia del concilio que presidía en el nombre y en lugar del Papa León. Los miembros del concilio reconocieron esta prerrogativa de los legados papales. Cuando escribían al Papa le profesaban que él presidía el concilio a través de sus representantes. En beneficio del orden y procedimientos regulares, el emperador Marciano nombró a varios comisionados, hombres de alto rango, que recibieron el lugar de honor en el concilio. Su jurisdicción, sin embargo, no incluía los asuntos eclesiásticos o religiosos en discusión. Los comisionados simplemente dirigían el orden de los trabajos durante las sesiones, abrían las reuniones, planteaban ante el concilio las cuestiones a discutirse, pedían los votos de los obispos sobre varios asuntos y cerraban las sesiones. Además de éstos, estaban presentes varios miembros del senado que compartían el lugar de honor con los comisionados imperiales.

Al mismo comienzo de la primera sesión los legados papales, con Pascasino a la cabeza, protestaron contra la presencia de Dióscoro de Alejandría. Eusebio de Dorileo presentó contra él acusaciones formales de herejía y acciones injustas cometidas en el Latrocinio de Éfeso; y a sugerencia de los comisionados imperiales, fue removido de su asiento entre los obispos y se le privó del voto. Para llevar a cabo una investigación completa de su caso, se realizó una lectura completa de las Actas del Latrocinio de Éfeso junto con las del sínodo celebrado en 448 por Flaviano de Constantinopla; esto ocupó toda la primera sesión. Al final, los comisionados imperiales declararon que puesto que Flaviano de Constantinopla y otros obispos habían sido depuestos injustamente por el Concilio Ladrón, era justo que Dióscoro y los l1=deres de tal concilio sufrieran ahora el mismo castigo. Algunos obispos estuvieron de acuerdo, pero finalmente todos se declararon satisfechos con la deposición de Dióscoro solo.

La segunda sesión (10 de octubre) se ocupó de la lectura de los testimonios sobre cuestiones de fe, sobre todo los que estaban en discusión. Entre éstos estaban los símbolos o credos de los Concilios de Nicea (325) y de Constantinopla (381); dos cartas de San Cirilo de Alejandría, es decir, su segunda carta a Nestorio y la carta escrita a los obispos antioqueños en 433 después de su reconciliación con ellos; finalmente la Epístola Dogmática de León I. Todos estos documentos fueron aprobados por el concilio. Cuando se leyó la famosa epístola del Papa, los miembros del concilio exclamaron que la fe contenida en ella era la fe de los Padres y de los Apóstoles; que Pedro había hablado por medio de León

La tercera sesión se efectuó el 13 de octubre y estuvieron ausentes los comisionados imperiales y varios obispos. Eusebio de Dorileo presentó una nueva acusación contra Dióscoro de Alejandría en la que se repetían los cargos de herejía y de injusticia cometida en el concilio Latrocinio de Éfeso. Asimismo, tres eclesiásticos y un laico de Alejandría presentaron acusaciones contra su obispo, que fue declarado culpable de muchas injusticias y de mala conducta personal. Al final de la sesión los legados papales declararon que debía privarse a Dióscoro de su diócesis y de todas las dignidades eclesiásticas por haber apoyado al hereje Eutiques, por haber excomulgado al Papa León y por haber rehusado responder a las acusaciones hechas contra él. Todos los miembros presentes estuvieron de acuerdo con esta proposición; y se comunicó el decreto de deposición a Dióscoro mismo, a los eclesiásticos alejandrinos que estaban con él en Calcedonia, al emperador Marciano y a Valentiniano III y a la emperatriz Pulqueria.

La cuarta sesión, compuesta por dos reuniones, se celebró el 17 y 20 de octubre. A petición de los comisionados imperiales los obispos aprobaron de nuevo la Carta Dogmática del papa León I; se perdonó y autorizó la entrada a las sesiones a Juvenal de Jerusalén, a Talasio de Caesarea en Capadocia, a Eusebio de Ancira, a Eustacio de Berytus y a Basilio de Seleucia en Cilicia, antiguos partidarios de Dióscoro en el Concilio Ladrón de Éfeso; se investigó la ortodoxia de varios obispos de Egipto y de varios monjes y archimandritas sospechosos de eutiquianismo; finalmente se adjudicó una disputa entre Focio de Tiro y Eustacio de Berito respecto de la extensión territorial de sus respectivas jurisdicciones.

La quinta sesión, efectuada el 22 de octubre, fue la más importante de todas. En ésta los obispos publicaron un decreto sobre la fe cristiana, que debe considerarse como el decreto dogmático específico del Cuarto Concilio General. Se nombró una comisión especial para redactar el credo y símbolo, y la misma estuvo formada por los legados pontificios, por Anatolio de Constantinopla, Máximo de Antioquía, Juvenal de Jerusalén y muchos otros. Después de aprobar de nuevo los decretos y símbolos de los concilios de Nicea (325), Constantinopla (381) y Éfeso (431), así como las enseñanzas de San Cirilo contra Nestorio y la Epístola Dogmática del Papa León I, el documento en cuestión declara: “Enseñamos… uno y el mismo Cristo, Hijo, Señor, Unigénito, conocido en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación”. Después de recitar el decreto, todos los obispos exclamaron que tal era la verdadera fe y que todos debían firmarlo enseguida con sus nombres. Los comisionados imperiales dijeron que comunicarían al emperador el decreto según aprobado por todos los obispos.

La sexta sesión (25 de octubre) se celebró con solemnidades especiales. Estaban presente Marciano y Pulquería y una gran concurrencia, con todos los comisionados imperiales y el senado. El emperador hizo un discurso apropiado; se leyó de nuevo el decreto de fe aprobado en la sesión precedente, que también lo aprobó; y se cerraron las sesiones con aclamaciones de alegría al emperador y la emperatriz, en las que se les comparaba con Constantino y Elena. El objetivo del concilio se alcanzó pues en la sesión sexta, quedando solamente asuntos secundarios para las restantes sesiones. La séptima y octava se celebraron ambas el 26 de octubre.

En la séptima se aprobó un acuerdo entre Máximo de Antioquia y Juvenal de Jerusalén, según el cual el territorio del patriarcado de Jerusalén se restringía a las tres provincias de Palestina.

En la octava sesión, Teodoreto de Ciro, antiguo seguidor de Nestorio, fue obligado a condenar el nombre de su amigo bajo amenazas de expulsión del concilio. Entonces fue reintegrado a su obispado.

Las sesiones novena y décima (27 y 28 de octubre) trataron del caso de Ibas, obispo de Edesa, que había sido depuesto bajo cargos presentados por algunos de sus eclesiásticos. Se demostró que la acusación era infundada y se reinstaló a Ibas en su cargo. Además se tomo la decisión de que Máximo de Antioquía debía pagar una pensión a Domno, su predecesor depuesto.

La undécima y duodécima sesiones (29 y 30 de octubre) trataron sobre el conflicto entre Basiano y Esteban, ambos elevados sucesiva pero irregularmente a la sede de Éfeso. El concilio declaró que se debía elegir un nuevo obispo para Éfeso, pero los antes mencionados podían mantener su dignidad episcopal y recibir una pensión de los ingresos de la Iglesia de Éfeso.

La decimotercera sesión (30 de octubre) solucionó un caso de conflictos de jurisdicción entre Eunomio de Nicomedia y Anastasio de Nicea, que reclamaban ambos derechos metropolitanos por lo menos sobre una parte de Bitinia. El concilio decretó que en una provincia sólo podía haber un obispo metropolitano, y lo hizo a favor del obispo de Nicomedia.

La sesión decimocuarta (31 de octubre) decidió sobre los reclamos rivales de Sabiniano y Atanasio a la sede de Perrha en Siria. Aquél había sido elegido al ser depuesto éste por el sínodo de Antioquía de 455. Más tarde Atanasio fue devuelto a su sede por el Latrocinio de Éfeso. El concilio decretó que se debían investigar más las acusaciones contra Atanasio y mientras Sabiniano mantenía la sede. Si las acusaciones resultaban falsas, Atanasio debía ser reinstalado y Sabiniano recibiría una pensión de la diócesis. En esta misma sesión se leyó una carta del Papa León y el concilio aprobó las decisiones sobre Máximo de Antioquía en su conflicto con Juvenal de Jerusalén y su obligación de proveer a su antecesor Domno.

En la sesión decimoquinta (31 de octubre) el concilio adoptó y aprobó 28 cánones disciplinarios. Los legados papales, sin embargo, así como los comisionados imperiales, se marcharon al principio de la sesión, previendo probablemente que el el estado jerárquico del obispo de Constantinopla se iba a definir, tal como ocurrió en el canon 28.

  • El primer canon aprobó los cánones emitidos en sínodos anteriores.
  • El segundo estableció penas severas contra los que conferían órdenes o cargos eclesiásticos a cambio de dinero o las recibían por dinero o actuaban como intermediarios en tales transacciones.
  • El tercero prohibía el comercio secular a todo lo eclesiástico, excepto en interés de los menores, huérfanos u otras personas necesitadas.
  • El cuarto prohibía erigir monasterios u oratorios sin el permiso del Obispo apropiado, recomendaba a los monjes una vida de retiro, mortificación y oración; y prohibía recibir esclavos en el monasterio sin permiso de su dueño.
  • El quinto inculcaba los cánones de los sínodos anteriores sobre el traslado de obispos y clérigos de una ciudad a otra.
  • El sexto recomendaba que no se ordenase a nadie si no se le asignaba a un oficio eclesiástico. Y los que se ordenaran en contraposición a esta provisión, no debían ejercer sus órdenes.
  • El séptimo prohibía a los eclesiásticos ejercitarse en el arte militar u ocupar un oficio seglar.
  • El octavo decretaba que los clérigos de casas de caridad, monasterios u oratorios de mártires debían estar sujetos al obispo del territorio.
  • El noveno ordenaba que los eclesiásticos debían llevar sus litigios sólo ante su obispo el sínodo provincial, el exarca o el obispo de Constantinopla.
  • El décimo prohibía que los clérigos estuvieran inscritos en los registros de las iglesias de distintas ciudades
  • El undécimo ordenaba que se le debía proveer cartas de recomendación (litterae pacificae) de las iglesias a los pobres o necesitados, cuando viajaban.
  • El décimo segundo prohibía a los obispos obtener el título de metropolitanos de los emperadores en perjuicio del verdadero metropolitano de su provincia
  • El decimotercero prohibía a los clérigos forasteros ejercer sus oficios a no ser que tuvieran cartas de recomendación de sus obispos
  • El decimocuarto prohibía a los clérigos menores casarse con mujeres herejes o dar a sus hijos en matrimonio a herejes.
  • El decimoquinto decretaba que ninguna diaconisa fuera ordenada antes de tener cuarenta años, y que ninguna, una vez ordenada, pudiera dejar el estado y casarse.
  • El decimosexto prohibía el matrimonio de las vírgenes o monjes consagrados a Dios.
  • El decimoséptimo ordenaba que las parroquias en los distritos rurales permanecieran bajo la jurisdicción de sus respectivos obispos, pero si el emperador construía una nueva ciudad, su organización eclesiástica se hiciera según el modelo del Estado
  • El decimoctavo prohibía organizaciones secretas en la Iglesia, sobre todo entre los clérigos y monjes.
  • El decimonono ordenaba que los obispos de la provincia se reunieran dos veces al año en un sínodo regular.
  • El vigésimo prohibía de nuevo el traslado de clérigos de una ciudad a otra excepto en caso de grave necesidad.
  • El vigésimo primero ordenaba que las quejas contra obispos o clérigos no se escuchasen sino después de una investigación sobre el carácter del acusador.
  • El vigésimo segundo prohibía a los clérigos apropiarse de bienes de su obispo difunto.
  • El vigésimo tercero prohibía a clérigos y monjes residir en Constantinopla sin permiso de su obispo.
  • El vigésimo cuarto ordenaba que los monasterios, una vez establecidos, junto con la propiedad que les era asignada, no se dedicasen a otros propósitos
  • El vigésimo quinto mandaba que el metropolitano debía ordenar a los obispos de su provincia dentro de tres meses (desde la elección).
  • El vigésimo sexto ordenaba que la propiedad eclesiástica no fuera administrada sólo por los obispos, sino por un procurador especial.
  • El vigésimo séptimo decretaba penas severas contra el secuestro de mujeres.
  • El vigésimo octavo ratificaba el tercer canon del concilio de Constantinopla (381), y decretaba que puesto que la ciudad de Constantinopla estaba honrada con el privilegio de tener al emperador y al senado dentro de sus murallas, su obispo debía también tener prerrogativas especiales y ser segundo en rango, tras el obispo de Roma. En consecuencia él debía consagrar a los obispos metropolitanos de las tres diócesis civiles de Ponto, Asia y Capadocia.

Este último canon provocó otra sesión del concilio, la decimosexta, que tuvo lugar el 1 de noviembre. Los delegados papales protestaron después por este canon, alegando que tenían instrucciones especiales del papa León sobre el asunto, que el canon violaba las prerrogativas de los patriarcas de Alejandría, Antioquía y Jerusalén, y era contrario a los cánones (VI, VII) del Concilio de Nicea. Sin embargo, sus protestas no fueron escuchadas y el concilio persistió en retener dicho canon en sus actas. Con este incidente se clausuró el concilio de Calcedonia.

En la clausura de las sesiones el concilio escribió una carta al papa León I, en la que los Padres le informaban de lo que se había hecho; le agradecían la exposición de la fe cristiana contenida en la Epístola Dogmática; hablaban de los legados que habían presidido en su nombre y pedían la ratificación de las materias disciplinarias, en especial el canon 28. Esta carta se entregó a los delegados papales que partían para Roma poco después de la última sesión del concilio. El emperador Marciano y Anatolio de Constantinopla le escribieron cartas similares al papa León en diciembre. En la contestación, el papa protestó enérgicamente contra el canon 28 y lo declaraba nulo e inválido por ir contra las prerrogativas de los obispos de Alejandría y Antioquía y contra los decretos del Concilio de Nicea. Las cartas escritas el 22 de mayo de 452 al emperador Marciano, a la emperatriz Pulqueria y a Anatolio de Constantinopla contenían protestas similares. Por otra parte el Papa ratificaba las actas del concilio de Calcedonia, pero sólo en lo referente a las materias de fe. Esta aprobación se hallaba en las cartas escritas el 21 de marzo de 453 a los obispos que tomaron parte en el concilio; de ahí que el Concilio de Calcedonia al menos hasta las primeras seis sesiones, era un sínodo ecuménico, y fue considerado así por todos los cristianos, tanto en tiempos del Papa León como después. El emperador Marciano emitió varios edictos (7 de febrero, 13 de marzo y 28 de julio de 452) en el que aprobaba los decretos del concilio de Calcedonia, prohibía todas las discusiones en cuestiones de fe, prohibía a los eutiquianos que tuvieran sacerdotes, que vivieran en monasterios, a realizar reuniones, a heredar cualquier cosa, a entregar nada a sus seguidores o unirse al ejército. Los clérigos seguidores de Eutiques, hasta entonces ortodoxos, y los monjes de su monasterio, debían ser expulsados de territorio romano como se había hecho con los maniqueos. Los escritos de los eutiquianos debían ser quemados; sus autores, o los que los difundían, debían ser castigados con la confiscación y el exilio. Finalmente Eutiques y Dióscoro fueron ambos deportados. El primero murió por ese tiempo, mientras que el segundo vivió hasta el año 454 en Gangra, en Paflagonia.

El Concilio de Calcedonia con su definición dogmática no puso fin a a las controversias sobre las naturalezas de Cristo y sus relaciones entre sí. A mucha gente de Oriente no le gustaba la palabra persona usada por el concilio para significar la unión de, o los medios de unión, de las dos naturalezas en Cristo. Creían que con ello se renovaba el nestorianismo o al menos pensaban que la definición era menos satisfactoria que el concepto de San Cirilo sobre la unión de las dos naturalezas en Cristo (Bardenhewer, Patrologie, 2nd ed., 321-22). En Palestina, Siria, Armenia, Egipto y otros países muchos monjes y eclesiásticos rehusaron aceptar la definición de Calcedonia; y hoy día todavía hay monofisitas entre ellos. (Ver Dióscoro, Eutiquianismo, Monofisismo).


Fuente: Schaefer, Francis. "Council of Chalcedon." The Catholic Encyclopedia. Vol. 3. New York: Robert Appleton Company, 1908. <http://www.newadvent.org/cathen/03555a.htm>.

Traducido por Pedro Royo.