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Domingo, 22 de diciembre de 2024

Beso

De Enciclopedia Católica

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Trasfondo Histórico

Beso: Cuatro veces en las Epístolas de San Pablo encontramos el mandato, usado como una especie de fórmula de despedida, "Saludaos unos a otros con un beso santo" (en philemati hagio), el cual San Pedro (1 Ped., 5,14) sustituye por "un beso de amor" (en philemati agapes). F. C. Conybeare (The Expositor, 3ra Ser., IX, 461, 1894) ha sugerido, basado en dos pasajes de las "Quæstiones in Exodum" de Filo (II, 78 y 118), que esta era una imitación de una práctica de las sinagogas judías. Sin embargo, la evidencia presentada es muy escasa.

En cualquier caso, parece probable que en estos primeros días la costumbre de los cristianos de saludarse entre sí no se limitaba necesariamente al momento de la liturgia. Sin duda, tales saludos se utilizaban de manera algo indiferente incluso entre los de sexos opuestos en señal de solicitud fraterna y caridad (pietatis et caritatis pignus, como señala San Ambrosio, "Hexaem.", VI, IX, 68), y la modestia y la reserva que muchos de los Padres pre-nicenos inculcan al hablar de este asunto debe considerarse que se refiere a otras ocasiones que no sean el beso de la paz en la liturgia. Tertuliano también da a entender esto al hablar de la renuencia del esposo pagano a que su esposa cristiana "saludara a uno de los hermanos con un beso” (alicui fratrum ad osculum convenire, "Ad Uxor.", Ii, 4).

Es probable que el mandato de San Pablo se interpretase de tal manera que cualquier sinaxis de los fieles donde hubiese lectura de las Escrituras terminara en un saludo de este tipo, e incluso es posible que la aparición del beso en ciertas liturgias en la Misa de los catecúmenos fuese por la misma causa. En cualquier caso, tenemos evidencia definitiva de que en algunas ocasiones se daban un beso fuera de la liturgia misma. Después del bautismo, los recién iniciados, ya fuesen niños o adultos, eran abrazados primero por el baptizador y luego por los fieles presentes (ver Cipriano, "Ad Fidum Epis.", Ep. LIX, 4, y Crisóstomo, Hom. L, " De Util. Leg. Scrip."). El uso de la fórmula Pax tecum en algunos de los rituales del bautismo posteriores es probablemente una supervivencia de esta práctica.

Además el obispo daba un beso a los recién ordenados. Del mismo modo, después de la consagración de un obispo y, en una fecha posterior, después de la coronación de un rey, el personaje así exaltado, después de su entronización, era saludado con un beso; mientras que en muchos de los rituales para la absolución de un penitente se ordenaba un beso, sin duda sugerido por el ejemplo bíblico del hijo pródigo.

Bajo el tema MATRIMONIO se habla sobre el beso intercambiado solemnemente entre los recién prometidos, pero podemos señalar aquí la costumbre de los cristianos de dar un último beso, que entonces tenía un carácter casi litúrgico, a los moribundos o muertos. La prohibición de besar a los muertos dictada por el Concilio de Auxerre (578 d.C.) casi con certeza tuvo alguna relación con el abuso en boga en esa época de colocar el Santísimo Sacramento en la boca de los muertos o de enterrarlo con ellos. Se puede agregar que a lo largo de la Edad Media se unió una solemnidad casi religiosa al intercambio público de un beso como muestra de amistad. Se pueden encontrar ejemplos notables de esto en la historia de las disputas de Enrique II con Santo Tomás de Canterbury y de Ricardo Corazón de León con San Hugo de Lincoln. En este último caso, se registra que el obispo tomó a Ricardo por su manto y lo sacudió positivamente hasta que el rey, vencido por tal perseverancia, recuperó su buen humor y le dio al santo el saludo que le correspondía.

Beso de la Paz

No es fácil determinar el vínculo preciso entre el "beso santo" y el "beso de paz" litúrgico, conocido en griego desde una fecha temprana como eirene (es decir, pax o paz). Este último puede ser bastante primitivo, pues lo vemos en la descripción de la liturgia dada por San Justino Mártir (Apol., I, 65), quien escribe: "Cuando hemos completado las oraciones, nos saludamos con un beso [allelous philemati aspazometha pausamenoi ton euchon], tras lo cual se le lleva al presidente pan y una copa de vino". Este pasaje muestra claramente que a mediados del siglo II ya prevalecía el uso —un uso ahora reclamado como distintivo de las liturgias distintas a la romana— de intercambiar el beso de paz al comienzo de lo que llamamos el ofertorio.

El lenguaje de muchos Padres orientales y de ciertos cánones conciliares confirman aún más esta conclusión en cuanto a la posición primitiva de la pax. Así, San Cirilo de Jerusalén (Cat. Myst., V, 3), al hablar del tiempo entre el lavado de manos del celebrante y el sursum corda (N. de la T.: “elevad vuestros corazones”) que introduce la anáfora o prefacio, dice: "Entonces el diácono grita en voz alta: Abracémonos y saludémonos unos a otros... Este beso es la señal de que nuestras almas están unidas y de que desterramos todo recuerdo de injurias”. Muchos otros Padres (por ejemplo, Orígenes, Pseudo-Dionisio y también San Juan Crisóstomo, "De Comp. Cordis", 1, 3) hablan en un tono similar y usan un lenguaje que implica que la pax precedía a la oblación de los elementos.

Incluso los llamados "Cánones de Hipólito", que algunos refieren a Roma en el siglo III, aunque Funk los atribuye a una fecha muy posterior, implican que el beso se daba en el ofertorio. Lo mismo fue sin duda el caso en las liturgias mozárabe y galicana. Sin embargo, en Roma el beso de la paz estuvo más unido a la Comunión, y debió haber sido poco después del Padre Nuestro como lo es en la actualidad (a 1910). Así, el Papa Inocencio I en su carta a Decencio (416 d.C.) censura la práctica de aquellos que dan la paz antes de la consagración e insiste en que es una señal de que “el pueblo da su asentimiento a todas las cosas ya realizadas en los misterios". Otro testimonio claro de aproximadamente la misma fecha se encuentra en un sermón atribuido a San Agustín, pero probablemente escrito por San Cesáreo de Arles (PL XXXVIII, 1101): "Después de esto [la oración del Señor], se dice pax vobiscum, y los fieles se saludan con el beso que es el signo de la paz".

El Ordo Romano, el Misal Stowe, que representa el uso irlandés en una fecha temprana, y un coro de escritores litúrgicos desde el siglo VIII en adelante atestiguan que dondequiera que prevaleció la influencia romana, la paz seguía invariablemente a la gran oración consagratoria y al Padre Nuestro. Es fácil entender que el uso que colocó el beso de la paz antes del ofertorio fue motivado por el recuerdo de esas palabras de nuestro Señor (Mt. 5,23-24): "Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda.” Parece que en general se afirma que esta posición antes del ofertorio fue la posición primitiva del beso litúrgico de la paz incluso en Roma.

Dom Cabrol y otros se inclinan por la opinión de que el beso fue la secuela natural de la conmemoración de los vivos y de los muertos, y que estos tres elementos, que originalmente encontraron un lugar en el ofertorio, fueron deliberadamente transferidos a otra parte en el curso de alguna revisión temprana de la liturgia romana, y se insertó la conmemoración de los vivos y de los muertos por separado en la gran oración consagratoria, o Canon de la Misa, mientras que la paz se colocó luego del Padre Nuestro, pues fue llevada a esa posición por las palabras "Perdónanos nuestras ofensas", etc. (Cabrol, "Origines Liturgiques", París, 1906, pp. 360-361).

Sin embargo, la teoría rival de que originalmente hubo dos ocasiones en que se daba el beso de la paz, una antes del ofertorio y la otra antes de la Comunión, no carece de probabilidad; ya que San Juan Crisóstomo, el Libro de Oraciones de Serapión y Anastasio Sinaíta parecen todos conocer algún rito de este tipo antes de la Comunión, y la práctica de besar la mano del obispo antes de recibir el Santísimo Sacramento posiblemente está relacionado con él (ver Card. Rampolla, "S. Melania giuniore ", nota 41). Según esta segunda teoría del doble beso de la paz, tanto la liturgia romana como la oriental omitieron uno de estos saludos; la oriental retuvo la del ofertorio y la romana la de la Comunión. En cualquier caso, es cierto que a principios de la Edad Media la idea del beso de la paz estaba más íntimamente asociado con la recepción de la Comunión (ver Pseudo-Egbert, "Confessionale", XXXV, en Wasserschleben, "Bussordnungen", p. 315) , y parece probable que la omisión de la paz en las |Misas para difuntos se deba a que en tales Misas no se distribuía la Comunión a los fieles.

También desde una fecha muy temprana se tomaron precauciones contra los abusos a los que podía conducir esta forma de saludo. Tanto en Oriente como en Occidente, las mujeres y los hombres estaban separados en las asambleas de los fieles, y el beso de la paz solo lo daban las mujeres entre ellas y los hombres entre ellos. Luego, alrededor del siglo XII o XIII, se introdujo gradualmente el uso del instrumentum pacis u osculatorium, conocido en inglés como "pax-board" o "pax-brede" y en español como el portapaz. Este era una pequeña placa de metal, marfil o madera, generalmente decorada con algún tallado piadoso y provisto de un asa, que primero se llevaba al celebrante al altar para que lo besara en el momento apropiado en la Misa y luego era llevado a los fieles en la barandilla para que lo besaran.

Pero incluso esta práctica se extinguió con el paso del tiempo, y en la actualidad (a 1910) la paz solo se da en la Misa mayor y casi no se comunica a la congregación en ningún lugar. El celebrante besa el corporal extendido sobre el altar (antes en muchos ritos locales solía besar la sagrada Hostia) y luego, colocando sus manos sobre los brazos del diácono, presentaba su mejilla izquierda a la mejilla izquierda del diácono pero sin realmente tocarlo. Al mismo tiempo pronuncia las palabras Pax tecum (la paz sea contigo); a lo que el diácono responde, Et cum spiritu tuo (y con tu espíritu). Luego el diácono transmite el saludo al subdiácono y este a los canónigos o clérigos en los bancos.

Sin embargo, la Iglesia Occidental no ha sido la única en descubrir que la ceremonia de la paz no se podía mantener decorosamente cuando los modales se habían vuelto menos austeros. Entre los griegos apenas se conserva un rastro del saludo original (a 1910). Justo antes del credo, que a su vez precede a la anáfora, el celebrante dice: "La paz sea con ustedes", y luego besa los dones (velados), mientras que al mismo tiempo el diácono besa su propio orarion, o estola. En los ritos sirios, el diácono toca las manos del sacerdote, luego mueve sus propias manos por su rostro y las da para que las toque otra persona. De esta forma se transmite el saludo. Dean Stanley declara que en el rito copto el beso todavía se pasa entre la gente de labio a labio, pero la verdad parece ser que cada uno simplemente se inclina ante su vecino y le toca la mano (ver Brightman, "Liturgies Eastern and Western", 1896, pág.585).

Besar el Altar

Está claro que desde los primeros tiempos un beso no solo era una muestra de amor, sino también, en determinadas circunstancias, un símbolo de profundo respeto. Por ejemplo, el hijo de Sirácides (Eclo. 29,5) describe cómo los posibles prestatarios, cuando desean congraciarse, "besan las manos del prestamista y en promesas humillan su voz". Es de acuerdo con este simbolismo, tan universalmente entendido y practicado, que la Iglesia ordena el beso de muchos objetos sagrados, por ejemplo, reliquias, el libro de los Evangelios, la Cruz, las palmas benditas, las velas, las manos del clero y casi todos los utensilios y vestimentas relacionados con la liturgia.

En particular, el celebrante besa repetidamente el altar durante la Misa, y esta práctica es muy antigua. El más antiguo de los Ordines Romani lo menciona dos veces, pero solo dos: primero, cuando el obispo asciende al altar al principio, y segundo, en el ofertorio, cuando vuelve al altar desde su trono. Inocencio III habla de que el altar era besado tres veces, pero en los días de Durando se usaban nueve saludos. Por un simbolismo que prevaleció desde una época muy antigua, el altar era considerado como típico de Cristo, el Dios-Hombre, que habita permanentemente con su Iglesia en el Sacrificio de la Misa, y esta concepción se conserva, por ejemplo, en el discurso que ahora se hace al candidato en la ordenación de un subdiácono. No es necesario insistir en la conveniencia de besar el altar antes del saludo Dominus vobiscum: implica claramente que el saludo viene, no solo del sacerdote, sino de Cristo, cabeza y [Piedra Angular |piedra angular]], a los fieles que son miembros de su Iglesia. Por otro lado, la oración pronunciada por el sacerdote, al ascender primero al altar, indica que este beso tiene también especial referencia a las reliquias en él consagradas.

Besar los Pies

La veneración que se muestra al besar la mano de una persona o el dobladillo de su vestimenta se acentúa en el beso de los pies. Esto probablemente está implícito en la frase de Isaías (49:23): "Reyes ... lamerán el polvo de tus pies". Bajo la influencia, sin duda, del ceremonial del culto al rey, como se manifestaba en el culto a los emperadores romanos, esta señal particular de veneración llegó a prevalecer en una fecha temprana entre los usos de la corte papal (ver Lattey, "Ancient King-Worship", Londres, 1909, panfleto C. T. S.). Leemos sobre ello en el primer Ordo Romano perteneciente al siglo VII, pero incluso antes que este el "Liber Pontificalis" atestigua que el emperador Justino I le mostró esta señal de respeto al Papa Juan I (523-26), como más tarde Justiniano II también lo hizo con el Papa Constantino (708-15).

En la elección de León IV (847) se dijo que era antigua la costumbre de besar así el pie del Papa. Por lo tanto, no es sorprendente que todavía se observe una práctica sustentada por una tradición tan antigua. Los subdiáconos latinos y griegos la observaban litúrgicamente en una Misa papal solemne, y cuasi-litúrgicamente en la "adoración" del Papa por los cardenales después de su elección. También es el saludo normal que la etiqueta papal prescribe para los fieles que se presentan ante el Papa en una audiencia privada. En su "De altaris mysterio" (VI, 6) Inocencio III explica que esta ceremonia indica "la gran reverencia debida al Sumo Pontífice como vicario de aquel cuyos pies" fueron besados por la mujer pecadora.


Bibliografía: CABROL en Dict. d'Archéologie Chrétienne, II (París, 1907), 117-130; KRIEG en KRAUS, Real. Encyclop. d. christ. Alt., I, (Friburgo, 1880), 542-544; THALHOFER, Liturgik, I (Freiburg, 1883), 648-65; SCHULTZE en Realencyclop. f. prot. Theol., VI (Leipzig, 1899), 274-75; VENABLES en Dict. Christ. Ant., II (Londres, 1880). 902-06; SCUDAMORE, Notitia Eucharistiea (London, 1876). 496, 504; BINTERIM, Denkwürdigkeiten, IV, Part III, pp. 485 ss.; THALHOFER en Kirchenlex., s.v. Kuss; CABROL, Les Origines liturgiques (París, 1906), 336-37; 360-61; ROHAULT DE FLEURY, La Messe, VI (París. 1883), 134.

Fuente: Thurston, Herbert. "Kiss." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8, págs. 663-665. New York: Robert Appleton Company, 1910. 5 sept. 2020 <http://www.newadvent.org/cathen/08663a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina