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Martes, 19 de marzo de 2024

Papa Honorio I

De Enciclopedia Católica

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Papa Honorio I (625 - 12 oct. 638), nació en la Campania; fue consagrado el 27 de octubre (Duchesne) o el 3 de noviembre (Jaffé, Mann) como sucesor del Papa Bonifacio V. Su notoriedad proviene principalmente del hecho de que el Sexto Concilio General (680) lo condenó como hereje.

El tema se considerará bajo las siguientes secciones:

La Carta de Sergio a Honorio

La cuestión monotelita surgió alrededor del 634 en una carta de Sergio, patriarca de Constantinopla (610-638), a este Papa. Relataba que el emperador Heraclio, cundo estaba en Armenia en 622, al refutar a un monofisita de la secta de Severo, había utilizado la expresión “una operación” (energía, energeia) del Verbo Encarnado. Ciro, obispo de Lazi, había considerado esta dudosamente ortodoxa, y le había pedido consejo a Sergio; este le contestó (dice) que no quería decidir sobre el asunto, pero que la expresión había sido usada por su predecesor Menas en una carta al Papa Vigilio.

En 630 Ciro se había convertido en patriarca de Alejandría. Encontró a Egipto casi completamente monofisita desde el Concilio de Calcedonia en 451. Ciro, al usar la expresión para la que Sergio había presentado tan buena autoridad, había formulado una serie de proposiciones que la mayor parte de los monofisitas estuvieron dispuestos a aceptar; de este modo volvieron en gran número a la Iglesia Católica “de manera que aquellos que antes no hablaban del divino León y del gran Concilio de Calcedonia ahora celebraban a ambos en voz alta en los santos misterios”.

En esta coyuntura llegó a Alejandría Sofronio, un monje palestino que tenía gran fama de santidad. Desaprobó el formulario de Ciro y evidentemente Sergio se sintió inquieto por ello. La vuelta de tantos herejes era algo glorioso, pero la facilidad con la que se había conseguido parecía sospechosa. Sofronio no tenía aún preparadas las citas de los Padres para mostrar que “dos operaciones” era la única expresión ortodoxa. Pero Sergio estaba dispuesto a olvidarse de la expresión “una operación” si Sofronio no hacía nada que pudiera destruir la unión lograda en Alejandría. Sofronio estuvo de acuerdo. Sin embargo, Sergio no quedó satisfecho con recomendar a Ciro que en el futuro se abstuviera de mencionar en absoluto una o dos operaciones, sino que pensó necesario colocar todo el asunto ante el Papa.

Sergio ha sido tratado en general como un hereje que hizo lo mejor que pudo para engañar al Papa. Parece más justo y más exacto decir que era más un político que un teólogo, pero que actuó de buena fe. Naturalmente, estaba deseoso de defender una expresión que había sido usada por el emperador, y no se dio cuenta de que la carta de Menas a Vigilio era una falsificación monofisita. Pero el amplio uso de esta fórmula por parte de Ciro y su denuncia por San Sofronio fueron la causa de que tomara precauciones. Su disposición a abandonar la fórmula indica modestia y su deseo de que fórmula de Sofronio tampoco se usara indica ignorancia. Nada podía ser más apropiado o más de acuerdo con las mejores tradiciones de su sede que referir todo el asunto a Roma, puesto que era una cuestión de fe.

Monotelismo

La herejía monotelita no fue realmente distinta de la monofisita. En los últimos tiempos el mejor conocimiento de los escritos de Timoteo Æluro, Severo de Antioquía y otros monofisitas ha hecho claro que los principales puntos en los que las varias secciones del monofisismo concurrieron contra el catolicismo fueron las afirmaciones de que sólo hay una voluntad en el Verbo Encarnado, y que las operaciones (actividades, energeiai) de Cristo no se han de distinguir en dos clases, la divina y la humana, sino que han de considerarse como las acciones “teándricas” (divino-humanas) del único Cristo (Vea EUTIQUIANISMO). Entonces, estas dos fórmulas “una voluntad” y “una operación teándrica” son características del monotelismo.

Los antiguos no percibieron que cuando apareció el monotelismo no era una herejía nueva, sino que expresaba la verdadera esencia del monofisismo; y esto se debió a que la lucha contra esta última herejía había sido una guerra de palabras. Los católicos, siguiendo a San León y al Concilio de Calcedonia, confesaban dos naturalezas (physeis) en Cristo, y usaban la palabra naturaleza para denotar una esencia sin sujeto, es decir, como distinta a hipóstasis; mientras que los monofisitas siguiendo a San Cirilo hablaban de “una naturaleza”, entendiendo la palabra como una naturaleza o sujeto subsistente y como equivalente de hipóstasis. En consecuencia, acusaban a los católicos de nestorianos y de enseñar que en Cristo hay dos personas; mientras que los católicos suponían que los monofisitas afirmaban que la naturaleza humana en Cristo estaba tan absorbida en la divina que era inexistente.

No parece que los líderes monofisitas llegaran tan lejos, pero sin duda disminuían la integridad de la naturaleza humana de Cristo al referir tanto la voluntad como la operación a una persona y no a dos naturalezas distintas. Resultaba entonces que a la naturaleza humana de Cristo le faltaba el libre albedrío humano y el poder de acción humano. Pero este error real de los herejes no era detectado claramente por muchos teólogos católicos porque gastaban su energía atacando al error imaginario de negar toda realidad a la naturaleza humana.

Nuestro nuevo conocimiento de la teología monofisita nos permite percibir por qué Cirilo pudo tan fácilmente unir los monofisitas a la Iglesia: fue debido a que su fórmula incorporaba su herejía, y debido que ellos nunca habían afirmado el error a que él suponía que estaban renunciando. Tanto él como Sergio debieron haberse conocido mejor; pero Sergio, al final de su carta, se acerca mucho a la precisión cuando dice que “de uno y el mismo Verbo Encarnado procede indivisiblemente cada operación divina y humana”, pues esto distingue las operaciones humanas de las divinas, aunque las remite directamente a un solo sujeto; y Sergio continua citando las famosas palabras de la carta dogmática de San León a Flaviano: “Agit utraque forma cum alterius communione quod proprium est”, lo que equivale a condenar “una energía”.

La Respuesta de Honorio

Ahora le tocaba al Papa pronunciar una decisión dogmática y salvar la situación; pero no hizo nada de eso. Su respuesta a Sergio no resolvió la cuestión, no declaró autoritativamente la fe de la Iglesia Romana; no pretendió hablar con la voz de Pedro; no condenó nada, no definió nada. Honorio estuvo completamente de acuerdo con la cautela que Sergio recomienda. Alaba a Sergio por eventualmente abandonar la nueva expresión "una operación", pero desafortunadamente también concurre con él en que sería bueno evitar también “dos operaciones”; pues si la primera sonaba eutiquiana, la última podía ser juzgada como nestoriana.

Otro pasaje aún es más difícil de explicar. Siguiendo la guía de Sergio, que había dicho que “dos operaciones” podían llevar a la gente a pensar que en Cristo se admitían dos voluntades contrarias, Honorio (después de explicar la communicatio idiomatum, por la que se puede decir que Dios fue crucificado y que el Hombre bajó de los cielos) añade: “Por lo cual reconocemos una voluntad de nuestro Señor Jesucristo, pues evidentemente fue nuestra naturaleza y no el pecado en ella la que fue asumida por la Divinidad, es decir, la naturaleza que fue creada antes del pecado, no la naturaleza que fue viciada por el pecado”.

Otros pasajes en la carta son ortodoxos. Pero es claro que el Papa simplemente siguió a Sergio sin profundizar en el asunto. La carta no puede llamarse privada, pues es una respuesta oficial a una consulta formal; sin embargo, tuvo menos publicidad que una encíclica moderna. Puesto que la carta no define o condena y no obliga a la Iglesia a aceptar su enseñanza, es imposible, por supuesto, considerarla una declaración ex cátedra. Pero antes, e incluso justo después, del Concilio Vaticano I tal postura fue planteada varias veces, aunque casi únicamente por los oponentes del dogma de la infalibilidad papal. Parte de una segunda carta de Honorio a Sergio fue leída en el Octavo Concilio, en la cual se desaprueba más fuertemente la mención de una operación o dos; pero tiene el mérito de referirse a las palabras de San León que Sergio había citado.

La Ectesis de Heraclio

Habiendo recibido la carta del Papa que aprobaba su reciente cautela, Sergio compuso una “Ectesis”, o exposición, que fue emitida por el emperador Heraclio a finales del 638. En conformidad con las palabras de Honorio ordenaba a todos sus súbditos que confesasen una voluntad en el Señor y que evitasen las expresiones “una operación” y “dos operaciones”. Antes de morir, en diciembre, Sergio reunió un gran sínodo en Constantinopla que aceptó la “Ectesis” como “verdaderamente de acuerdo con la predicación apostólica”; evidentemente la seguridad venía de la carta de la Sede Apostólica. Ya Honorio había muerto y no tuvo oportunidad de aprobar o desaprobar el documento imperial que se había basado en su carta.

San Sofronio, que se había convertido en patriarca de Jerusalén incluso antes de que Sergio escribiera al Papa, también murió antes de final de año, pero no antes de haber recopilado un gran número de testimonios de los Padres a favor de las “dos operaciones” y de haber enviado a todos los metropolitanos del mundo una notable disquisición que define admirablemente la doctrina católica. También le encargó solemnemente a Esteban, obispo de Dora y el más antiguo en su patriarcado, que fuese a Roma y obtuviese una condenación final del nuevo error.

Los enviados romanos que llegaron a Constantinopla en el 640 para obtener la confirmación del emperador para el nuevo Papa, Severino, se negaron a aceptar la “Ectesis” sobre la base de que Roma estaba sobre todas las leyes sinodales. Severino solo reinó dos meses, pero condenó la “Ectesis”, y así mismo lo hizo su sucesor, Juan IV (640-42). Entonces, el emperador Heraclio escribió al Papa una carta en la que culpó a Sergio y renegó de la “Ectesis”. Heraclio murió poco después, en febrero de 641. Juan IV dirigió una carta a Constantino III, hijo mayor de Heraclio, conocida como “La Apología del Papa Honorio”; en ella explica claramente que tanto Sergio como Honorio afirmaron “una voluntad” solamente porque no podían admitir voluntades contrarias; aun así, implica con su argumento que hicieron mal al usar una expresión tan engañosa.

San Máximo de Constantinopla, un monje y anterior secretario de Heraclio, ahora se convierte en protagonista de la ortodoxia y sumisión a Roma. Su defensa de Honorio se basa en las declaraciones de cierto abad, Juan Simpono, el que compuso la carta de Honorio, al efecto de que el Papa solo trató de negar que Cristo tuviese dos voluntades humanas contrarias, tales como las que se hayan en nuestra naturaleza caída. Es verdad que las palabras de Honorio son inconsecuentes, pero no necesariamente heréticas. Desafortunadamente los monofisitas argüían habitualmente de la misma forma no concluyente, a partir del hecho de que Cristo no podía tener una voluntad inferior rebelde, para probar que sus voluntades divina y humana no eran distintas facultades. Sin duda, Honorio no intentaba negar que en Cristo hay una voluntad humana, la facultad superior; pero usó palabras que podían ser interpretadas en el sentido de esa herejía, y no reconoció que la cuestión no era acerca de la unidad de la Persona que quiere, ni del total acuerdo de la voluntad divina con la facultad humana, sino de la existencia distinta de la facultad humana como parte integrante de la Humanidad de Cristo.

El "Tipo” de Constante

Pirro, el sucesor de Sergio, fue condenado en Roma por negarse a retirar la “Ectesis”. El emperador Constante le depuso por razones políticas y colocó a un nuevo patriarca, Pablo. Pirro se retractó en Roma. Al ser nombrado, Pablo envió la acostumbrada confesión de fe al Papa, pero el Papa Teodoro I la condenó porque no confesaba las dos voluntades. Pablo se enfadó al principio pero después convenció a Constante de que retirara la “Ectesis”, a la que sustituyó un Typos o “Tipo” en el que de nuevo se prohibía hablar de una o dos operaciones, pero ya no se ensañaba “una Voluntad”; en su lugar se decía que no se hablara ni de una ni de dos voluntades, pero que no se habría de culpar a los que habían empleado cualquiera de las expresiones en el pasado. Las penas por desobediencia serían: deposición para los obispos y el clero, la excomunión, pérdida de bienes o exilio perpetuo para los demás.

Este edicto se basaba en la mala interpretación de la “Apología” de Juan IV, que había mostrado que “una voluntad” era una expresión impropia, pero había declarado que Honorio y Sergio la habían usado en un sentido ortodoxo. Pero Juan IV no había defendido ni culpado a Honorio y a Sergio por querer que se evitase la expresión “dos operaciones”. En consecuencia, se asumió que Honorio estaba en lo correcto, y fue bastante lógico asimilar la cuestión de una o dos voluntades a la de una o dos operaciones. Las penas eran severas, pero tanto el patriarca como el emperador declararon que ellos no forzaban la conciencia del hombre. El “Tipo2, contrario a la “Ectesis”, no era una exposición de fe, sino una mera prohibición del uso de ciertas palabras para evitar las peleas.

El edicto se publicó hacia la primera mitad de 649. El Papa Teodoro murió en mayo y le sucedió San Martín, que en el gran Concilio de Letrán de 649 condenó solemnemente la “Ectesis” y el “Tipo” como heréticos, junto con Ciro, Sergio, Pirro (que se había retractado) y Pablo. El emperador se puso furioso. Mandó a arrastrar al Papa a Constantinopla cargado con cadenas y lo exilió a la Crimea, donde murió mártir por la fe en 655. San Máximo también sufrió por su devoción a la ortodoxia y su lealtad a la Santa Sede. Los decretos del Concilio de Letrán que San Martín envió a todos los obispos como decisiones doctrinales dogmáticas papales marcan una nueva etapa en la controversia sobre Honorio. Sergio y Honorio debían permanecer o caer juntos. Juan IV defendió a ambos.

San Martín condenó a Sergio y a Ciro, pero no dijo una sola palabra en favor de Honorio. Se sintió evidentemente que no podía ser defendido si se iba a condenar el “Tipo” como herético porque prohibía las expresiones ortodoxas “dos operaciones” y “dos voluntades”, dado que fue en parte siguiendo a Honorio. Pero nótese cuidadosamente que el “Tipo” de Constante no es monotelita. Su “herejía” consiste en prohibir el uso de las expresiones ortodoxas junto con sus contrarias heréticas. Un estudio de las actas del Concilio de Letrán mostrará que la cuestión no era en cuanto a la tolerancia de las expresiones monotelitas, pues el “Tipo” las prohibía, sino la prohibición de las fórmulas ortodoxas. Sin duda en Roma todavía se afirmaba que Honorio no había querido enseñar “una Voluntad” y por lo tanto no era un hereje positivo. Pero nadie negaría que recomendó el curso negativo que el “Tipo” impuso bajo penas salvajes y que objetivamente merecía la misma condena.

En Qué Sentido fue Condenado Honorio

Constante II fue asesinado en 668. Su sucesor, Constantino Pogonato, probablemente no se preocupó por hacer cumplir el “Tipo”, pero Oriente y Occidente permanecieron separados hasta que él hubo terminado sus guerras contra los sarracenos (678) y entonces comenzó a pensar en la reunión. Por deseos de este, el Papa San Agatón (678-81) envió legados a presidir el concilio general que se reunió en Constantinopla el 7 de noviembre de 680 (Vea TERCER CONCILIO DE CONSTANTINOPLA). Traían consigo una larga carta dogmática en la que el Papa definía la fe con la autoridad de sucesor de San Pedro. Declaró enfáticamente, recordando a Honorio, que la Iglesia Apostólica de San Pedro nunca ha caído en error. Condenaba la “Ectesis” y el “Tipo”, con Ciro, Sergio, Teodoro de Farán, Pirro, Pablo y su sucesor Pedro. No le deja poder de deliberación al Concilio. Los orientales tendrían el privilegio de volver a la Iglesia simplemente mediante la aceptación de la carta. Envió un libro de testimonios de los Padres, que fueron cuidadosamente verificados. Al patriarca monotelita de Antioquía, Macario, se le permitió presentar otros testimonios, que fueron examinados y encontrados incorrectos.

Jorge, el patriarca de Constantinopla, y todo el concilio aceptaron la carta papal, y Macario fue condenado y depuesto por no aceptarla. Hasta ahora, Macario se había remitido a Honorio tres veces, pero nadie más lo había mencionado. En la sesión duodécima (12 marzo 681) se presentó un paquete que Macario había enviado al emperador, pero que éste no había abierto. Contenía la carta de Sergio a Ciro y a Honorio, la carta falsificada de Menas a Vigilio y la carta de Honorio a Sergio. En la sesión decimotercera (28 de marzo) se condenó las dos cartas de Sergio y el concilio añadió:

“Aquellos cuyos impíos dogmas execramos, juzgamos que sus nombres también serán expulsados de la santa Iglesia de Dios”,

es decir, Sergio, Ciro, Pirro, Pedro, Pablo, Teodoro, todos aquellos cuyos nombres fueron mencionados por el santo Papa Agatón en su carta al piadoso y gran emperador,

“y fueron expulsados por él, porque tenían opiniones contrarias a nuestra fe ortodoxa; y a estos declaramos sujetos al anatema. Y además de ellos, decidimos que también Honorio, quien fue Papa de la antigua Roma, sea arrojado con ellos fuera de la santa Iglesia de Dios, sea anatematizado con ellos, porque hemos hallado en su carta a Sergio que siguió su opinión en todas las cosas y confirmó sus malvados dogmas”.

Estas últimas palabras son suficientemente verdaderas y si Sergio iba a ser condenado, Honorio no podía ser rescatado. Los legados no pusieron objeciones a esta condena. La cuestión se había planteado inesperadamente después de la lectura del paquete de Macario. Pero los legados debieron haber tenido instrucciones del Papa sobre cómo actuar en aquellas circunstancias. Se leyeron además algunos escritos de los herejes condenados, incluyendo parte de una segunda carta de Honorio y se condenó a todos los documentos al fuego.

El 9 de agosto, en la última sesión, Jorge de Constantinopla pidió “que las personas no fueran anatematizadas por su nombre”, es decir, Sergio, Pirro, Pablo y Pedro. Solo mencionó a sus propios predecesores; pero Teodoro de Farán, Ciro y Honorio se hubieran salvado también si los legados hubieran apoyado la sugerencia. Pero no hubo intento alguno de salvar la reputación de Honorio, y el sínodo rechazó la petición de Jorge. En las aclamaciones finales se gritó el anatema a Honorio entre los otros herejes. El solemne decreto dogmático, firmado por los legados, todos los obispos y el emperador, condenó a los herejes mencionados por San Agatón ”y también a Honorio que fue Papa de la antigua Roma” mientras que aceptó con entusiasmo la carta de San Agatón. Según la costumbre, el concilio presentó un discurso de felicitación al emperador, que fue firmado por todos los obispos. En él tuvieron mucho que decir sobre la victoria que Agatón, hablando con la voz de Pedro, tuvo sobre la herejía. Anatematizaron a los herejes por su nombre, Teodoro, Sergio, Pablo, Pirro, Pedro, Ciro, "y con ellos Honorio, que fue prelado de Roma, que los siguió en todas las cosas", y Macario con sus seguidores. La carta al Papa, firmada también por todos, da la misma lista de herejes y felicita a Agatón sobre su carta “que reconocemos como pronunciada por la principal cabeza de los apóstoles”.

Las actas no apoyan la noción moderna de que el Concilio fue antagonista al Papa; por el contrario, todos los orientales, excepto el hereje Macario, estaban encantados con la posibilidad de unirse de nuevo. Nunca habían sido monotelitas y no tenían razón alguna para aprobar la política de silencio forzada bajo salvajes penas por el “Tipo”. Aplauden con entusiasmo la carta de San Agatón en la que ensalza la autoridad e inerrancia del papado. Ellos mismos no dicen nada menos; afirman que el Papa ciertamente ha hablado, según reclama, con la voz de Pedro. La carta oficial del emperador al Papa es particularmente explícita sobre estos puntos. Nótese que él llama a Honorio “el confirmador de la herejía y contradictor de sí mismo”, y muestra de nuevo que el Concilio no condenó a Honorio por monotelita, sino por aprobar la política contradictoria de Sergio de colocar expresiones ortodoxas y heréticas bajo la misma prohibición.

Fue en este que se condenó a Pablo y su “Tipo”; y el Concilio estaba muy bien familiarizado con la historia del “Tipo”, la “Apología” de Juan IV por Sergio y Honorio y las defensas por San Máximo. Está claro que el Concilio no pensó que había actuado de manera ridícula al afirmar que Honorio era un hereje (en el sentido expresado) y al mismo tiempo aceptar la carta de Agatón como lo que reclamaba ser, una exposición autoritativa de la fe infalible de la Sede Romana. La falta de Honorio está precisamente en el hecho de que no había publicado autoritativamente esa fe inmutable de su Iglesia, —lenguaje moderno, que no había emitido una definición ex cátedra, sino que aprobó una política de silencio que dejó ver la verdad.

San Agatón murió antes de la conclusión del Concilio. El nuevo Papa, León II, naturalmente no tuvo dificultad en dar a los decretos del concilio la confirmación formal que le solicitó el Concilio, según la costumbre. Las palabras sobre Honorio en su carta de confirmación, por la que el Concilio obtiene su rango de ecuménico, son necesariamente más importantes que el decreto del Concilio mismo: “Anatematizamos a los inventores del nuevo error, es decir, Teodoro, Sergio… y también a Honorio, que no intentó santificar su Iglesia Apostólica con la enseñanza de la tradición apostólica, sino que por una traición profana permitió que su pureza fuera manchada”. Esto parece expresar exactamente la intención del Concilio, solo que este evitó sugerir que Honorio había deshonrado a la Iglesia Romana.

Arriba se dan las últimas palabras de la cita según aparecen en el griego de la carta, porque un gran número de apologistas católicos les han dado gran importancia. Pennacchi, seguido por Grisar, enseñó que con estas palabras León II explícitamente abrogaba la condena por herejía del Concilio y la sustituía por condena por negligencia. Sin embargo, nada podría ser menos explícito. Hefele, con muchos otros antes y después de él, sostenía que con esas mismas palabras León II explicaba el sentido en que se habría de entender la sentencia contra Honorio. Tal distinción entre la opinión del Papa y la del Concilio no se justifica mediante un examen cuidadoso de los hechos. En el mejor de los casos este sistema de defensa era demasiado precario, pues la lectura más benigna en el texto latino es ciertamente original: “pero por profana traición intentó manchar su pureza”. De esta forma Honorio en realidad no es exculpado, pero el Papa realmente no logró manchar a la inmaculada Iglesia Romana.

Sin embargo, en su carta al rey español Ervigio, León II dice: “Y con ellos Honorio, que permitió que se manchara la inmaculada tradición apostólica que recibió de sus predecesores.” Les explicó su significado a los obispos españoles: ”Con Honorio, que, como correspondía a la autoridad apostólica, no extinguió la llama de la enseñanza herética en su comienzo, sino que la avivó con su negligencia”. Es decir, no insistió en las “dos operaciones” sino que estuvo de acuerdo con Sergio que todo el asunto debía ser silenciado. Posteriormente el Papa Honorio fue incluido en las listas de herejes anatematizados por el Concilio in Trullo y por el séptimo y octavo concilios ecuménicos sin ningún comentario especial; también en el juramento tomado por cada nuevo Papa desde el siglo VIII hasta el XI en las siguientes palabras: “Junto con Honorio que añadió combustible a sus malvadas afirmaciones” (Liber Diurnus, II, 9).

Está claro que ningún católico tiene el derecho de defender al Papa Honorio. Fue hereje, no por intención, sino de hecho; y se ha de considerar que fue condenado en el sentido en que se condenó a Orígenes y a Teodoro de Mopsuestia, que murieron en la comunión católica, sin nunca haberse resistido a la Iglesia. Pero él no fue condenado como monotelita, así como tampoco Sergio. Y sería muy duro considerarlo como un “hereje privado”, pues reconocidamente tenía excelentes intenciones.

Controversias Modernas sobre el Tema

La condena del Papa Honorio fue conservada en las lecturas del Breviario en el 28 de junio (San León II) hasta el siglo XVIII. Las dificultades comenzaron a sentirse cuando, después del gran Cisma de Occidente, la infalibilidad papal comenzó a ponerse en duda. El protestantismo y el galicanismo atacaron vigorosamente al infortunado Papa, y en tiempos del Vaticano I Honorio figuraba en todos los panfletos y discursos sobre temas eclesiásticos. La cuestión se ha debatido no solo en numerosas monografías, sino que ha sido tratada por historiadores y teólogos, así como por controversistas declarados. Solo necesitamos mencionar aquí unos pocos puntos de vista típicos.

Belarmino y Baronio siguieron a Pighio al negar que Honorio fuera condenado en absoluto. Baronio argüía que las Actas del Concilio habían sido falsificadas por Teodoro, un patriarca de Constantinopla, que había sido depuesto por el emperador, pero fue restituido posteriormente; presumimos que el Concilio lo condenó, pero que él sustituyó “Teodoro” por “Honorio” en las actas. Se ha demostrado con frecuencia que esta teoría es insostenible.

Los galicanos más famosos, como Bossuet, Dupin, Richer y otros posteriores como el cardenal de la Luzerne y (en la época del Concilio Vaticano I) Maret, Gratry y muchos otros a menudo afirmaban con todos los escritores protestantes que Honorio había definido formalmente herejía, y fue condenado por hacerlo. Añadían, por supuesto, que tal fracaso por parte de un Papa individual no comprometía la ortodoxia general y habitual de la Sede Romana.

Por otra parte, los principales defensores de la infalibilidad papal, por ejemplo , tales grandes hombres como Melchor Cano en el siglo XVI, Thomassin en el XVII, Pietro Ballerini en el XVIII, el cardenal Perrone en el XIX, han sido cuidadosos al señalar que Honorio no definió nada ex cátedra. Pero no se contentaron con esta defensa ampliamente satisfactoria. Algunos siguieron a Baronio, pero la mayoría, si no todos, se mostraron ansiosos por probar que las cartas de Honorio probablemente eran totalmente ortodoxas. No había dificultad en demostrar que Honorio probablemente no era monotelita. Habría sido solo justo extender la misma amable interpretación a las palabras de Sergio. El sabio jesuita Garnier vio claramente, sin embargo, que Honorio no fue condenado por ser monotelita. Lo unieron a Sergio, Pirro, Pablo, la “Ectesis” y el “Tipo”. No está claro de ningún modo que Sergio, Pirro y la “Ectesis” hayan de considerarse como monotelitas puesto que prohibían la mención de “una operación”; es bastante cierto que Pablo y el “Tipo” eran anti monotelitas puesto qué prohibían también “una voluntad”. Garnier señaló que el Concilio condenó a Honorio por aprobar a Sergio y por “fomentar” los dogmas de Pirro y Pablo. Esta opinión fue seguida por muchos grandes escritores, incluido Pagi.

Pennachi presentó una teoría al momento del Concilio Vaticano que atrajo demasiada atención innecesaria. Estaba de acuerdo con los protestantes y galicanos en proclamar que la carta de Honorio era una definición ex cátedra; que el Concilio anatematizó al Papa como hereje en el sentido estricto; pero el Concilio, al no ser infalible fuera de la confirmación papal, en este caso cayó en el error acerca de un hecho dogmático (sobre este punto Pennacchi fue precedido por Turrecremata, Belarmino, Assemani y muchos otros) ya que la carta de Honorio no era digna de censura. León II, al confirmar el concilio, abrogó expresamente la censura, según esta opinión, y sustituyó una condena por solo negligencia (así también Grisar –vea arriba). Evidentemente no hay base alguna para estas afirmaciones.

Antes de 1870 el obispo Hefele opinaba que la carta de Honorio no era estrictamente herética sino gravemente incorrecta y que su condena por un concilio ecuménico era una seria dificultad contra la infalibilidad “personal” de los Papas. Después de su dubitativa aceptación de los decretos del Vaticano I modificó su punto de vista; ahora enseñaba que la carta de Honorio era una definición ex cátedra, que estaba incorrectamente fraseada, pero que el pensamiento del escritor era ortodoxo (ciertamente, pero en una definición de fe con toda seguridad las palabras son de la máxima importancia) y el Concilio juzgó a Honorio por sus palabras y le condenó simplemente como monotelita; León II aceptó y confirmó la condena por el Concilio, pero al hacerlo definió cuidadosamente en que sentido la condena se debía entender. Estas opiniones de Hefele que presentó con modestia y sumisión edificantes como la mejor explicación que podía dar de lo que antes le había parecido una dificultad formidable, han tenido una sorprendentemente amplia influencia y han sido aceptadas por muchos escritores católicos, excepto su noción equivocada de que una carta como la de Honorio pueda cumplir las condiciones establecidas por el Concilio Vaticano I para una definición ex cátedra (así Jungmann y muchos polemistas).

Carácter y Obras de Honorio

El Papa Honorio era muy respetado y murió con una reputación intachable. Pocos Papas hicieron más para la restauración y embellecimiento de las iglesias de Roma, y nos dejó su retrato en el mosaico del ábside de Santa Inés Extramuros. También se ocupó por las necesidades temporales de los romanos al reparar el acueducto de Trajano. Las cartas que dejó le muestran ocupado en muchas cosas. Apoyó al rey lombardo Adalwaldo, que había sido dejado separado como loco por un rival arriano. Hasta cierto punto, con la ayuda del emperador, logró traer la sede metropolitana cismática de Aquilea a la unión con la Iglesia Romana. Escribió a los obispos de España para fomentar su celo y recibió respuesta de San Braulio de Zaragoza.

También es interesante su relación con las Islas Británicas. Envió a San Birino a convertir a los sajones occidentales. En 634 entregó el palio a San Paulino de York y a San Honorio de Canterbury. Escribió una carta al rey Edwin de Northumbria que ha conservado Beda. En el 630 urgió a los obispos irlandeses a que celebrasen la Pascua con el resto de la cristiandad, por lo que se celebró el Concilio de Magh Lene (antigua Leighlin). Los irlandeses dieron testimonio de su tradicional devoción a la Sede de Pedro y enviaron una embajada a Roma “como los hijos a su madre”. Al volver estos enviados toda Irlanda del sur adoptó los usos romanos (633)


Bibliografia: PIGHIUS, Diatriba de Actibus VI et VII Conc.; BARONIO, Ann. Eccl., ad ann. 626 et 681, con notas de PAGI sobre el 681; BELLARMINO De Rom. Pont., iv, II; THOMASSINO, Dissert. in Concilia, XX; GARNIER, Introd. a Liber Diurnus (P. L., CV); P. BALLERINI, De vi ac ratione primatus; DAMBERGER, Synchronistische Geschichte der Kirche, (15 vols., Ratisbona, 1850-63, II; BOTTEMANNE, De Honorii papæ epistolarum corruptione (La Haya, 1870); DÖLLINGER, Papstfabeln des Mittelalters (1863); SCHNEEMANN, Studien über die Honoriusfrage (Freiburg im Br., 1864); HEFELE, Causa Honorii papæ (Nápoles, 1870), un tratado presentado al Concilio Vaticano I; IDEM, Honorius und das sechste allgemeine Concil (Tübingen, 1870); IDEM, Conciliengeschichte, III y IV (escrito hacia 1860, alterado la 2ª ed., 1873; Edimburgo, 1896); LE PAGE RENOUF, The Condemnation of Pope Honorius (Londres, 1868), contra la definición; BOTALLA, Pope Honorius before the tribune of reason and history (Londres, 1868; IDEM en Dublin Review, XIX-XX (1872); PENNACCHI, De Honorii Romani Pontificis causâ (Ratisbona y Roma, 1870); GRATRY, Lettres (París, 1870); WILLIS, Pope Honorius and the Roman Dogma (London, 1879), el principal ataque protestante en inglés; JUNGMANN, Dissertationes selectæ in Historiam eccl., II (Ratisbona y New York, 1881); BARMBY e Dict. Christ. Biog., s. v.; GRISAR en Kirchenlex., s. v.; CHAPMAN, The Condemnation of Pope Honorius, reimpresión de Dublin Rev., CXXXIX-XL, 1906 (Londres, 1907); HERGENRÖTHER, Handbuch der allgem. Kirchengesch., I, da un buen resumen de las opiniones. Obras menores, en CHEVALIER, Bio-bibl., s. v. Honorius.— Sobre la historia general del Papa Honorio ver el Liber Pontificalis, ed. DUCHESNE; y MANN, The Lives of the Popes, I (1902), pt. I.

Fuente: Chapman, John. "Pope Honorius I." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7, págs. 452-456. New York: Robert Appleton Company, 1910. 23 abril 2020 <http://www.newadvent.org/cathen/07452b.htm>.

Traducido por Pedro Royo. lmhm