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Martes, 19 de marzo de 2024

Tres Capítulos

De Enciclopedia Católica

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Los Tres Capítulos (trîa kephálaia) fueron proposiciones anatematizando (1) la persona y escritos de Teodoro de Mopsuestia; (2) ciertos escritos de Teodoreto de Ciro; (3) la carta de Ibas a Maris.

En una etapa muy temprana de la controversia los escritos incriminados mismos se llamaron los “Tres Capítulos”. En consecuencia, se decía que eran defensores de los Tres Capítulos los que se negaban a anatematizarlos, y, viceversa, los que lo anatematizaban, se decía que condenaban los Tres capítulos. La obra más importante de Facundo, obispo de Hermiane, "Defensio trium capitulorum", era un ataque contra la condena de los escritos de Teodoro etc. La historia de la controversia puede dividirse en tres períodos: el primero termina con la llegada del Papa Vigilio a Constantinopla (553); el segundo con su ratificación del Segundo Concilio Ecuménico de Constantinopla en el que se condenaron los Tres Capítulos; y el tercero con la extinción de los cismas en Occidente al ratificar el Papa el citado concilio. Trataremos muy superficialmente el segundo y tercer períodos refiriendo al lector para más detalles a los artículos sobre el Concilio, Papa Pelagio I, Papa Pelagio II y Papa Vigilio.

A finales de 543 o principios de 544 se publicó un edicto en nombre del emperador Justiniano I en el que los Tres Capítulos eran anatematizados. El propósito de Justiniano era facilitar al retorno de los monofisitas a la Iglesia. Estos herejes acusaban a la Iglesia de nestorianismo y, cuando aseguraba que Nestorio era considerado hereje, señalaba a los escritos de su maestro Teodoro de Mopsuestia, que eran muy incorrectos y sin embargo nunca habían sido condenados. Añadían que Teodoreto, amigo y defensor de Nestorio, había sido reinstalado a su sede por el Concilio de Calcedonia y que éste había tratado la epístola de Ibas como inofensiva. Justiniano esperaba sinceramente que cuando las razones de las quejas contra el concilio se hubieran evitado, los monofisitas fueran convencidos de aceptar las decisiones del concilio y las cartas de San León, que ahora insistían en malinterpretar en un sentido nestoriano. Como gobernador temporal deseaba curar las divisiones religiosas que amenazaban la seguridad del imperio, y como buen teólogo aficionado estaba bastante contento consigo mismo por ser capaz de poner sus manos sobre lo que le parecía una importante omisión por parte del Concilio de Calcedonia.

Pero aunque era tan íntegro, realmente estaba siendo manejado por los origenistas que querían escapar de su atención (para ver la campaña de Justiniano contra los origenistas, ver XI, 311). Evagrio (Hist. eccl., IV, XXVIII) nos dice que Teodoro Ascidas, el líder de los origenistas, se presentó ante Justiniano, que estaba consultando sobre otras medidas contra los origenistas, y planteó el asunto de los Tres Capítulos para distraer la atención del emperador. Según Liberato (Breviario, c. 24), Ascidas quería vengarse en la memoria de Teodoro de Mopsuestia, que había escrito mucho contra Orígenes; y al ver al emperador ocupado en un tratado que iba a convertir una secta de monofisitas conocida como los acéfalos, sugirió un plan más expedito. Si los escritos de Teodoro y la epístola de Ibas eran anatematizadas, el Concilio de Calcedonia revisado y expurgado así (Synodus … retractata et expurgata) no sería en adelante una piedra de tropiezo para los monofisitas. Las admisiones, citadas por Facundo (Def., I, 2; IV, 4), hechas por Domiciano, obispo de Ancira, a Vigilio, cuenta la misma historia de una intriga origenista.

Los principales obispos orientales coaccionados, tras una corta resistencia, lo suscribieron. Menas, patriarca de Constantinopla, protestó al principio que firmar aquello era condenar el Concilio de Calcedonia y después cedió en el claro entendimiento, como le dijo Esteban, el apocrisiario romano en Constantinopla, que esta firma le sería devuelta si la Sede Apostólica la desaprobaba. Esteban y Dacio, obispo de Milán, que estaba entonces en Constantinopla, rompió la comunión con él. Menas tenía ahora que coaccionar a sus sufragáneos. Ellos también cedieron pero dejaron testimonio de protestas con Esteban, que debían trasmitirse al Papa, en la que declaraban que actuaban bajo compulsión. Efraín, patriarca de Alejandría, se resistió, después cedió y envió un mensaje a Vigilio, que estaba en Sicilia, afirmando que había firmado a la fuerza. Zoilo, patriarca de Antioquía, y Pedro, obispo de Jerusalén hicieron una resistencia inicial similar y después también cedieron (Facundo, "Def.", IV, 4). De los otros obispos, aquéllos que firmaron fueron recompensados y los que se negaron fueron depuestos o tuvieron que “ocultarse” (Liberato, "Brev.", 24; Facundo, "Def.", II, 3 y "Cont. Moc.", en Gallandi, XI, 813).

Mientras que la resistencia de los obispos de habla griega colapsó, los latinos, incluso aquéllos como Dacio de Milán y Facundo, que estaban entonces en Constantinopla, se mantuvieron firmes. Su actitud general está representada en dos cartas todavía existentes. La primera es de un obispo africano llamado Ponciano, en la que pide al emperador que retire los Tres Capítulos porque fueron condenados en Calcedonia. La otra es del diácono cartaginés Fulgencio Ferrando; los diáconos romanos Anatolio y Pelagio (después Papa, y que entonces era un fuerte defensor de los Tres Capítulos) le pide su opinión como canonista ilustre. El se afirma en la epístola de Ibas---si fue recibida en Calcedonia, anatematizarla ahora sería condenar el concilio. Facundo aun hizo mayor uso de la benevolencia del concilio hacia esta epístola en una de las conferencias efectuadas por Vigilio antes de emitir su “Judicatum”. El quería proteger la memoria de Teodoro de Mopsuestia porque Ibas había hablado de él en términos elogiosos (Cont. Moc., loc. cit.). Cuando en enero de 547 Vigilio llegó a Constantinopla, mientras que Italia, África, Cerdeña, Sicilia y los países del Ilírico y Grecia por los que había viajado se levantaban en armas contra la condena de los Tres Capítulos, estaba claro que lo obispos de habla griega como grupo no estaban preparado para oponerse al emperador.

Respecto a los méritos de la controversia, en el caso de Teodoro, se encontraron errores teológicos muy serios en los escritos incriminados (Teodoro era prácticamente un nestoriano antes de Nestorio); los errores de Teodoreto e Ibas se debían principalmente, aunque no totalmente, a que no entendían el leguaje de San Cirilo de Alejandría. Y estos errores incluso cuando eran admitidos no era fácil condenarlos. No había buenos precedentes para tratar de forma tan dura con la memoria de hombres que habían muerto en la paz de la Iglesia. San Cipriano, como argüía Facundo ("Cont. Moc.", en Gallandi, X, 815), se había equivocado sobre rebautizar a los herejes, pero a nadie soñaría con anatematizarle. La condena no se pedía para eliminar la herejía, sino para reconciliar herejes que eran implacables enemigos del Concilio de Calcedonia. Ibas y Teodoreto habían sido privados de sus obispados por herejes y habían sido reinstalados por la Santa sede y el Concilio de Calcedonia al anatematizar a Nestorio. Pero el concilio tenía sus escritos ante sí y en el caso de la epístola de Ibas se dijeron cosas que se podían entender fácilmente como una aprobación. Todo esto hacía que la condena pareciese como un golpe indirecto contra San León en Calcedonia.

El asunto se complicó aun más por el hecho de que casi todos los latinos, Vigilio entre ellos, ignoraban el griego y por lo tanto, eran incapaces de juzgar los escritos incriminados por ellos mismos. El Papa Pelagio II en su tercera epístola a Elías, probablemente redactada por el Papa San Gregorio I el Grande, atribuye todos los problemas a la ignorancia. Todo lo que tenían que hacer era revisar la actitud general de los padres en Calcedonia. Estos hechos debían ser recordados al juzgar la conducta de Vigilio, quien llegó a Constantinopla con una postura mental resuelta y su primer acto fue excomulgar a Menas. Pero debió advertir que le estaban quitando terreno debajo de sus pies cuando le proporcionaron traducciones de algunos de los peores pasajes de los escritos de Teodoro. En 548 emitió su “Judicatum” en el que los Tres Capítulos eran condenados y después retiró la condena temporalmente cuando se levantó un revuelo que mostraba lo mal preparados que estaban los latinos. Inmediatamente, Justiniano y él se pusieron de acuerdo en convocar un concilio general en el que Vigilio se comprometiera a hacer condenar los Tres Capítulos, entendiéndose que el emperador no tomaría más medidas hasta que se solucionara el concilio. El emperador rompió su compromiso emitiendo un edicto nuevo de condena de los Tres Capítulos. Vigilio tuvo que buscar santuario (refugio) dos veces, primero en la Basílica de San Pedro y después en la iglesia de Santa Eufemia en Calcedonia, desde la que escribió una encíclica a toda la Iglesia describiendo el tratamiento que había recibido. Después se tomó un acuerdo y Vigilio aceptó un concilio general, pero pronto retiró su consentimiento. Sin embargo el concilio se celebró y, después de negarse a aceptar el "Constitutum" de Vigilio (ver Papa Vigilio), condenó los Tres Capítulos. Finalmente Vigilio sucumbió, confirmó el concilio y fue liberado, pero murió antes de llegar a Italia, dejando a su sucesor, Papa Pelagio I, la tarea de tratar con los cismas en Occidente. Los que más duraron fueron los de Aquilea y Milán; éste terminó cuando Fronto, el obispo cismático, murió, alrededor de 581.


BIBLIOGRAFÍA: FUENTES ORIGINALES: Los escritos de FACUNDO en P. L., LXVII, 527-878, GALLANDI, XI, 661-821; FULGENCIO FERRANDO, Epist. VI in P. L., LXVII, GALLANDI, XI; LIBERATO, Breviario en P. L., LXVIII, MANSI, IX (Florence, 1759), 659-700), GALLANDI, XII; PONCIANO, Epist. en P. L., LXVI, 985; HARDOUIN, Concilia, III. El Cronicón de VICTOR TUNUNENSIS está en P. L., LXVIII, 957 ss., y GALLANDI, XII; este es especialmente valioso para la historia de la supresión del cisma en África. Para el cisma en Italia los documentos más importantes son ciertas cartas de Pelagio I, Pelagio II y San Gregorio el Grande. Para las ediciones ver Papa Pelagio I, Papa Pelagio II, Papa San Gregorio I.

LITERATURA GENERAL: DUCHESNE, Vigile et Pélage in Rev. des quest. hist. (octubre de 1884); HEFELE, Historia de los Concilios de la Iglesia, tr. CLARK, IV (Edimburgo, 1895), 229 ss. Donde también abundan referencias a literatura anterior; CHAPMAN, Los Primeros Ocho Concilios Generales (Londres), 48-59; DUDDEN, Gregorio el Grande; MANN, Vidas de los Papas en la Temprana Edad Media, I, pt. I (Londres, 1902); HODGKINS, Italia y sus Invasores, IV, V, VI; GRISAR, Historia de Roma y los Papas en la Edad Media, I (London, 1911).

Fuente: Bacchus, Francis Joseph. "Three Chapters." The Catholic Encyclopedia. Vol. 14. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/14707b.htm>.

Traducido por Pedro Royo. L H M.