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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Calendario cristiano»

De Enciclopedia Católica

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Generalidades

Todos los pueblos civilizados, e incluso aquellos que parecen estar comenzando a salir de la barbarie absoluta, mantienen algún tipo de registro del paso del tiempo, y son propensos a reconocer ciertos días, recurrentes a intervalos regulares, como días de regocijo especial o duelo, o en ocasiones para la propiciación de los poderes del mundo invisible. En el antiguo Egipto y Babilonia, en China y el Indostán, y además en el continente americano, entre los aztecas o los antiguos peruanos, se han encontrado vestigios de un cálculo más o menos elaborado de las estaciones que servían de base para las observancias religiosas. En 1897 se hizo un notable descubrimiento en Coligni, en el departamento de Ain, Francia, donde se trajo a la luz algunas losas de piedra con inscripciones, en las que todos concuerdan en reconocer un antiguo calendario celta, probablemente pre cristiano, aunque la interpretación precisa de los detalles sigue siendo un asunto de viva polémica. Además, tanto Grecia como Roma poseían calendarios muy desarrollados, y la Fasti de Ovidio, por ejemplo, conserva una descripción detallada en verso de las celebraciones principales del año romano.

Lo que nos interesa más cercanamente aquí es el calendario judío, descrito en Levítico 23. El cómputo del tiempo entre los judíos se basaba principalmente en el mes lunar. El año consistía normalmente de tales doce meses, alternadamente de 29 y 30 días cada uno; tal año, sin embargo, tenía sólo 354 días, que de ninguna manera concuerda con el número de días en el año solar medio. Por otra parte, la duración exacta del mes lunar medio no es exactamente 29 ½ días como la disposición anterior podría sugerir. Para compensar la irregularidad se hicieron dos correcciones. En primer lugar, se agregó un día al mes Jesvan (Jeshvan) o se restaba del mes de Kislev (Kislew), según surgiese la necesidad, con el fin de mantener los meses de acuerdo con la luna; en segundo lugar, hicieron “embolismales” ocho años de cada diecinueve, es decir, parece que, cuando era necesario, se introducía un mes intercalar, en este punto, para evitar que el día 14 de Nisán llegase demasiado pronto. En ese día (Lev. 23,5.10) había que llevarle al sacerdote las primicias del grano en sus gavillas y se sacrificaba el cordero pascual. Esto hacía necesario retrasar la Pascua (14 de Nisán) hasta que el grano estuviese en la espiga y los corderos estuviesen listos; y se estableció la regla de conformidad, que el 14 de nisán debía caer cuando el sol hubiese pasado el equinoccio y estuviese en la constelación de Aries (en krio tou hēliou kathestotos ---Josefo, Ant. I, i, 3).

Hasta el momento de la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C., parecería que para la inserción de este mes intercalar los judíos no seguían ninguna regla fija basada en principios astronómicos, sino que el sanedrín decidía cada vez si el año debía ser embolismal o no, siendo influenciado en su decisión no sólo por consideraciones astronómicas, sino también, en cierta medida, por el avance o retraso de la temporada. Fue la dificultad creada por este sistema y por la imposibilidad de acomodarlo a la cronología juliana, adoptada en la mayor parte del Imperio Romano, lo que llevó a aquellos problemas sobre la determinación de la Pascua (la Controversia Pascual) que jugó una parte tan importante en la historia de la Iglesia primitiva. Además de la Pascua y la semana del pan sin levadura (o ácimos), de los cuales la Pascua formaba el primer día, el calendario judío, por supuesto, incluía muchas otras fiestas. La de Pentecostés, o "de las semanas", 50 días después de la Pascua, es de suma importancia, ya que también encontró un lugar en el cristianismo. Las otras grandes celebraciones del año judío ocurrían en otoño, en el mes de Tishri. El Día de la Expiación caía el 10 de Tishri y la Fiesta de los Tabernáculos se extendía desde el 14 al 21, con una especie de día de la octava el 22, pero éstos no tuvieron relación directa con el calendario de la Iglesia cristiana. Lo mismo puede decirse de las festividades judías menores, por ejemplo las encoenia mencionadas en el Evangelio según San Juan, que en su mayoría fueron de una institución posterior.

Casi podría establecerse como una ley general que en el mundo antiguo los días santos eran también días festivos. En el sistema judío, además del sábado semanal, se ordenaba el descanso del trabajo para otros siete días del año, a saber: el primer y último día de los ácimos, la fiesta de Pentecostés, la neomenia (primer día de la luna) del séptimo mes, el día de la propiciación, el primer día de los Tabernáculos y el 22 de Tishri que seguía inmediatamente. No es asombroso que este principio fuese reconocido más tarde en la Iglesia Cristiana, pues también tenía a su favor el ejemplo pagano. "Los griegos y los bárbaros", dice Estrabón (X, 39) "tenían en común que acompañaban sus ritos sagrados con una suspensión festiva del trabajo". Por lo tanto, sin pretender derivar el sábado judío de cualquier institución babilónica, para lo cual ciertamente no hay garantía, cabe señalar que parece que los babilonios consideraban la luna nueva y el 7, 15 y 22 como tiempo de apaciguamiento de los dioses y la mala suerte; con el resultado de que en esos días no se comenzaba ningún trabajo nuevo y se suspendía los asuntos de importancia. En el sistema cristiano el día de descanso ha sido trasladado del sábado al domingo. Constantino tomó medidas para que sus soldados cristianos estuviesen libres para asistir a los servicios del domingo (Eusebio, Vita Const., IV, 19, 20), y también prohibió que los tribunales celebrasen sesiones en ese día (Sozomeno I, 8). En el año 425 Teodosio II decretó que los juegos en el circo y las representaciones teatrales también debían ser prohibidos en el día de descanso, y estos edictos y otros similares se repetían con frecuencia.

En el sistema cronológico romano de la época de Augusto la semana como una división de tiempo era prácticamente desconocida, aunque los doce meses del calendario existían como los conocemos ahora. En el curso de los siglos I y II d.C., se conoció universalmente el período hebdomadario o de siete días, aunque no inmediatamente a través de la influencia judía o cristiana. El arreglo parece haber sido de origen astrológico y haber venido a Roma desde Egipto. Se suponía que los siete planetas, como se concebían entonces ---Saturno, Júpiter, Marte, el sol, Venus, Mercurio y la luna, arreglados así en el orden de sus tiempos periódicos (al tomar Saturno el tiempo mayor y la luna el menor en completar la ronda de los cielos por su movimiento propio)--- presidían cada hora sucesivamente, y el día fue designado por el planeta que presidía su primera hora. Comenzando el primer día con los planetas en orden, la primera hora sería de Saturno, la segunda de Júpiter, la séptima de la Luna, la octava de Saturno de nuevo, y así sucesivamente. Continuando así, la hora vigésimo quinta, es decir, la primera hora del segundo día, y por consiguiente el segundo día mismo, pertenecerían al Sol, y la hora cuadragésimo novena, y por consiguiente el tercer día, a la luna. Siguiendo siempre el mismo la hora septuagésimo tercera y el cuarto día serían de Marte, el quinto día de Mercurio, el sexto de Júpiter, el séptimo de Venus, y el octavo de nuevo de Saturno. De ahí, al parecer, se derivaron los nombres latinos de los días de la semana, que aún se mantienen (excepto Samedi y Dimanche) en el francés moderno y en otras lenguas romances. Desde fecha temprana estos nombres fueron utilizados a menudo por los mismos cristianos, y los encontramos en San Justino Mártir. El honor especial que los fieles le rendían al domingo (dies solis), junto tal vez con la celebración de la Navidad en el día designado natalis invicti [Solis] (véase Navidad) puede haber ayudado posteriormente a producir la impresión de que los cristianos tenían mucho en común con los adoradores de Mitra.

Fundamentos del Calendario Cristiano

El Ciclo Pascual

El punto de partida del sistema cristiano de fiestas, fue por supuesto la conmemoración de la Resurrección de Jesucristo el día de Pascua. El hecho de que durante mucho tiempo los judíos debieron haber formado la gran mayoría de los miembros de la Iglesia naciente, les hacía imposible olvidar que cada Pascua celebrada por sus compatriotas traía consigo el aniversario de la Pasión de su Redentor de su gloriosa resurrección de entre los muertos. Por otra parte, como toda su vida se habían acostumbrado a observar un día semanal de descanso y oración, debe haber sido casi inevitable que deseasen modificar ese día de fiesta para que pudiera servir como una conmemoración semanal de la fuente de todas sus nuevas esperanzas. Probablemente al principio no se retiraron totalmente de la sinagoga, y el domingo debe haber parecido más bien una prolongación, más que una sustitución, del antiguo sábado familiar. Pero no pasó mucho tiempo antes de que la observancia del primer día de la semana se volviese distintivo del culto cristiano. San Pablo (Col. 2,16) evidentemente considera que los conversos del paganismo no estaban obligados a la observancia de las festividades judías o del propio sábado. Por otro lado, el nombre de "el día del Señor" (dies dominica, he kuriake) se encuentra en Apocalipsis 1,10, y sin duda era familiar en una fecha mucho más temprana (cf. 1 Cor. 16,2). Desde el principio el domingo parece haber sido francamente reconocido entre los cristianos como lo que era, a saber, la conmemoración semanal de la resurrección de Cristo (cf. Epístola de Bernabé, 15). Presumiblemente estuvo marcado por la celebración de la liturgia, ya que San Lucas escribe en los Hechos: "Y el primer día de la semana, cuando estábamos reunidos para partir el pan" (Hch. 20,7), y podemos deducir a partir de ordenanzas posteriores que siempre fue considerado como de carácter alegre, un día en que el ayuno estaba fuera de lugar, y cuando se instruía a los fieles a orar de pie, no arrodillados. "Die dominico", dice Tertuliano, "jejunium nefas dicimus vel de geniculis adorare" (De orat. 14). De hecho esta posición de orar de pie era, de acuerdo a pseudo (?) Ireneo, típica de la Resurrección (Ireneo, Frag., 7). Sin embargo, para una más amplia exposición de este primer elemento del calendario cristiano, referiremos al lector al artículo domingo.

El que los primeros cristianos guardasen con especial honor el aniversario de la Resurrección, es más una cuestión de inferencia que de conocimiento positivo. Ningún escritor antes de San Justino parece mencionar tal celebración, pero el hecho de que en la segunda mitad del siglo II la controversia sobre el tiempo de guardar la Pascua casi divide en dos a la Iglesia, puede tomarse como una indicación de la importancia adjudicada a la fiesta. Además, aunque al principio el ayuno pascual de preparación probablemente no duraba cuarenta días, (cf. Funk, Kirchengeschichthche Abhandlungen, I, 242 ss.), era mencionado continuamente por la Iglesia primitiva como un asunto de institución antigua e incluso apostólica. En cualquier caso, todos nuestros primeros monumentos litúrgicos, tanto en Oriente como en Occidente, por ejemplo, las "Constituciones Apostólicas" y los "Cánones Apostólicos", que son un documento todavía más antiguo, según Funk y Harnack, están de acuerdo en dar a la Pascua el lugar de honor entre las fiestas del año. Es como la describe el martirologio romano, festum festorum y solemnitas solemnitatum. Con ella han estado siempre naturalmente asociadas la conmemoración de los acontecimientos de la Pasión de Cristo, la Última Cena el Jueves Santo, la Crucifixión el viernes, y en la propia víspera esa gran vigilia o vigilancia nocturna cuando se bendicen el cirio pascual y las fuentes, y los catecúmenos, después de largas semanas de preparación, son finalmente admitidos al sacramento del bautismo. Se carece de datos acerca de estos elementos separados en la gran celebración pascual, ya que se observaban en los tiempos más antiguos. Sin embargo, cabe señalar que en Tertuliano la palabra pascha designa claramente no sólo el domingo, sino más bien un período y, en particular, el día de la parasceve, o como lo llamamos ahora, el Viernes Santo; mientras que en Orígenes establece una clara distinción entre dos términos afines: pascha anastasimon (la Pascua de Resurrección el Domingo de Pascua) y pascha staurosimon (la Pascua de Crucifixión, es decir, el Viernes Santo), pero ambos eran igualmente memorables como celebraciones.

Cercanamente dependiente de la Pascua y desarrollándose gradualmente en número a medida que pasaba el tiempo había otras observancias que también pertenecían al ciclo de lo que hoy llamamos las fiestas movibles. El domingo de Pentecostés (Vea Pentecostés (fiesta judía), el aniversario de la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, era considerado probablemente como próximo en importancia a la Pascua misma, y como la Pascua se determinaba por la Pascua judía, no puede haber duda, al ver el domingo de Pentecostés en la misma relación estrecha con la fiesta judía de Pentecostés, que los conversos judíos observaban tanto una Pascua cristiana como un Pentecostés cristiano desde el principio. Aunque la posición de la Fiesta de la Ascensión estaba determinada por el hecho de que era cuarenta días después de la Pascua (Hch. 1,3) y diez antes de Pentecostés, no era superpuesto sobre ninguna fiesta judía. En consecuencia, no lo hallamos atestiguado por ningún escritor anterior a Eusebio (De sol. Pasch., Migne, PG XXIV, 679).

La Cuaresma, la cual todos admiten que fue conocida como un ayuno de cuarenta días en los primeros años del siglo IV (cf. Las diversas Cartas Festivas de San Atanasio), tuvo, por supuesto, un terminus ad quem fijo en la Pascua misma, pero su terminus a quo parece haber variado considerablemente en diferentes partes del mundo. En algunos lugares se entendía que la Cuaresma era una temporada de cuarenta días en la que se hacía mucho ayuno, pero no necesariamente un ayuno diario ---los domingos en cualquier caso, y en Oriente también los sábados, fueron siempre la excepción. En otras partes se afirmaba que la Cuaresma debía incluir necesariamente cuarenta días de ayuno reales. Además hubo lugares en los que se consideraba que el ayuno en Semana Santa era algo independiente, que tenía que ser agregado a los cuarenta días de Cuaresma. Por lo tanto, el tiempo, de comenzar el ayuno de Cuaresma variaba considerablemente, así como había una considerable diversidad en la severidad con que se mantenía el ayuno. (Para estos detalles, vea Cuaresma). Todo lo que tenemos que notar aquí es que este tiempo penitencial, que en un período mucho más tardío fue arrojado de nuevo al domingo conocido como septuagésima (estrictamente el domingo dentro del plazo de setenta días antes de Pascua), comenzaba más tarde o temprano según el día en que cayera el domingo de Pascua, mientras que las adiciones posteriores, en el otro extremo, ---tales como la Fiesta de la Santísima Trinidad, la Fiesta de Corpus Christi, y en tiempos aún más recientes, la Fiesta del Sagrado Corazón--- todos formaban parte igualmente del mismo ciclo festivo.

No puede haber duda de que los primeros cristianos, al igual que nosotros, sentían las molestias de este elemento móvil en el marco de otro modo estable del calendario juliano. Pero tenemos que recordar que el elemento móvil se estableció allí por derecho de ocupación previa. Puesto que los cristianos judíos, como se explicó anteriormente, nunca habían conocido ningún otro tipo de cálculo del tiempo que el basado en el mes lunar, la única manera que se les pudo haber ocurrido de fijar el aniversario de la Resurrección de nuestro Salvador fue refiriéndose a la Pascua judía. Pero aun aceptando esta situación, también mostraron una cierta independencia. Parece que se decidió que la ocurrencia de la fiesta de la Resurrección en el primer día de la semana, el día siguiente al sábado, era una característica esencial. Por lo tanto, en lugar de determinar que el segundo día después de la Pascua judía (17 de Nisán) debía ser considerado siempre como el aniversario de la Resurrección, independientemente del día de la semana en que cayese, parece que los Apóstoles acordaron, aunque esto tenemos poca evidencia positiva, que ese domingo se iba a mantener como la Pascua cristiana que caía dentro de los ázimos, o días de pan sin levadura, ya sea que ocurriese al comienzo, en el medio o al final del término. Este arreglo tenía el inconveniente de que hacía la fiesta cristiana dependiente del cómputo del calendario judío.

Cuando la destrucción de Jerusalén prácticamente privó a los judíos de la diáspora de cualquier norma o criterio de uniformidad, probablemente cayeron en conteos erróneos o divergentes, y esto a su vez implicó una diferencia de opinión entre los cristianos. Si hubiera sido posible determinar en términos de la cronología juliana el verdadero día del mes en el que Cristo sufrió, probablemente habría sido más sencillo para los cristianos en todo el mundo romano la celebración de Pascua, como más tarde celebraron la Navidad o el día de San Pedro, en un aniversario fijo. A pesar de esto, debe notarse que habría interferido con la posición establecida del "día del Señor", como el memorial semanal del gran domingo por excelencia, pues la Pascua, como una fiesta fija, habría caído, por supuesto, en todos los días de la semana a su vez. Sin embargo, aunque Tertuliano declara sin mayores dudas que Jesús sufrió el 25 de marzo, una tradición perpetuada en numerosos calendarios a través de la Edad Media, ciertamente esta fecha estaba equivocada. Por otra parte, probablemente era imposible en ese período calcular de nuevo la verdadera fecha debido a la forma arbitraria en que se habían intercalado los años embolismales judíos.

Para las diversas fases de las disputas que se originaron en el siglo II y se renovaron poco después en las Islas Británicas, referiremos al lector al artículo Controversia Pascual. Baste aquí decir que la decisión parece haber sido tomada en el Primer Concilio de Nicea, la cual, a pesar de que está extrañamente ausente de los cánones del concilio que se han preservado (Turner, Monumenta Nicaena, 152), se cree que determinó que la Pascua debía celebrarse el primer domingo después de la primera luna llena que sigue al equinoccio de primavera. Según esta regla, que ha sido aceptada desde entonces, el día más temprano en que la Pascua puede caer ahora es el 22 de marzo y el más tardío el 25 de abril.

La Natividad de Cristo

Un segundo elemento que influye fundamentalmente en el calendario cristiano y que, aunque menos primitivo que las celebraciones de Pascua, también es de fecha temprana y puede ser descrito como el ciclo de la Navidad. Es necesario decir poco sobre el origen y la historia de la fiesta de Navidad, de la que se trata en un artículo separado. Podemos tomar como cierto que la festividad de la Natividad de Cristo se celebraba en Roma el 25 de diciembre ya antes del año 354. Fue introducida por San Juan Crisóstomo en Constantinopla y fue adoptada definitivamente en el año 395. Por otro lado, la fiesta de la Epifanía el 6 de enero, que también al principio parece haber conmemorado el nacimiento de Jesucristo, es mencionada como una observancia parcial en Clemente de Alejandría (Strom., I, 21), aunque un recién descubierto discurso de San Hipólito para ese día (eis ta hagia theophaneia) está completamente dedicado al tema del bautismo de Cristo. Este último, de hecho, es y ha sido durante mucho tiempo el aspecto principal de la fiesta en las Iglesias Orientales.

Pero la fiesta de la Natividad es de importancia en el calendario no sólo por sí misma, como una de las más grandes celebraciones del año, sino también por los otros días que dependen de ella. Éstas son en su mayoría de fecha posterior en cuanto a su origen, pero son de alto rango eclesiástico. Así, sobre esta suposición, por más cuestionable que sea como hecho histórico, que el día exacto del nacimiento de Cristo fue el 25 de diciembre, tenemos primero la Circuncisión el 1 de enero, el octavo día, una festividad utilizada en el intento de desviar a los pueblos recién convertidos de las prácticas paganas supersticiosas y a menudo idólatras que la costumbre inmemorial asociaba con el comienzo del año. La Misa para este día en los misales se titula a menudo Ad prohibendum ab idolis, y sus contenidos corresponden con esa designación. Al mismo tiempo, otros libros de servicios preservan las huellas visibles de una época en que este día se trataba como una fiesta de la Santísima Virgen. Por otro lado, el octavo día antes de Navidad (diciembre 18) se mantiene como la fiesta de la Expectación de Nuestra Señora, que sólo fue añadida al calendario romano tan tarde como el siglo XVII, pero representa una antigua festividad española de la Santísima Virgen. Sin embargo, en la antigüedad no se le conocía por su denominación actual de Expectatio partus.

De nuevo, cuarenta días después de Navidad, siguiendo, como en el caso de la Circuncisión, los datos de la Ley judía, tenemos la Presentación en el Templo. Ésta, bajo su nombre griego de Hypapante (hupapante, "la reunión"), fue tratada inicialmente como una fiesta de Nuestro Salvador, en lugar de su Santísima Madre. Es más antigua que cualquier otra fiesta mariana ---pues fue mencionada alrededor del año 380 en la Romería de "Silvia", es decir, la dama española Eteria--- aunque en Jerusalén en esa fecha se celebraba cuarenta días después de la fiesta que nosotros conocemos como la Epifanía (6 de enero), pero que, como hemos visto, en ese entonces conmemoraba el nacimiento así como el bautismo de Cristo. Por alguna razón, para la cual no parece aproximarse ninguna explicación adecuada, la solemne bendición de las velas y la procesión se unieron a esta fiesta en un período temprano. Durante mucho tiempo fue conocida en Inglaterra como la Fiesta de la Candelaria y en Francia como la Chandeleur. Parece que en Oriente se oyó hablar de la Anunciación, o, como se le llamaba a veces antiguamente, la Concepción de Nuestro Señor, y que poco después se trasladó desde allí a Europa occidental. Su relación con la Navidad es obvia, y es incluso posible, como Duchesne y otros han sugerido, que la Encarnación de Nuestro Salvador fue asignada al 25 de marzo, porque ya para la época de Tertuliano se creía que ese día había sido la fecha de su Pasión. Si esto fuera cierto, el 25 de diciembre habría sido determinado por el 25 de marzo y no al revés. Pero, ciertamente, se oye de la Anunciación como fiesta mucho después de la Natividad.

Sin embargo, más tarde en el año nos encontramos con otra festividad antigua, ya familiar en la época de San Agustín (Serm., 307-308): la Natividad de San Juan Bautista. Los Padres calcularon que si para el 25 de marzo Santa Isabel ya tenía seis meses de embarazo, el nacimiento debió haber tenido lugar exactamente tres meses después. Tampoco el 24 de junio (en lugar del 25) asignado a la Natividad del Bautista presenta ninguna dificultad, ya que en la manera romana de contar tanto el 25 de marzo como el 24 de junio son igualmente octavo kalendas, el octavo día antes de las calendas del mes siguiente. Aún otra fiesta, la concepción del Bautista, que se encuentra en la Iglesia Griega y en algunos calendarios carolingios el 24 de septiembre, no necesita mención. Es principalmente interesante para nosotros pues allana el camino para la fiesta de la Concepción de Nuestra Señora y, por lo tanto, también para la de su Inmaculada Concepción.

Los Días de los Santos

Otro elemento, y el más importante, en la formación del calendario es el registro de las fechas de nacimiento de los santos. Debemos recordar que la palabra natalicio (genethlios, natalis) había llegado a significar poco más que la conmemoración. Ya antes de la era cristiana a varios personajes reales que habían sido deificados antes de la muerte comúnmente se les celebraba sus “cumpleaños” como festivales; pero es muy dudoso si éstos realmente representaban el día en que habían llegado a este mundo (vea Rohde, Psyche, 3ra. Ed., I, 235). Por lo tanto no estamos tan sorprendidos de encontrar en un período posterior en libros litúrgicos cristianos frases como natalis calicis como una designación para la fiesta de Jueves Santo, o natalis episcopi, que parece significar el día de la consagración de un obispo. De todos modos, no puede haber duda de que la misma palabra se utilizaba, y eso a partir de un período muy temprano, para describir el día en que un mártir sufría la muerte. Comúnmente se explica que significa el cumpleaños que lo introdujo a una vida nueva y gloriosa en el cielo, pero no podemos, tal vez, estar bastante seguros de que los que utilizaron por primera vez el término “mártir cristiano” tenían esta interpretación de forma consciente en su mente. Sin embargo, somos afortunados en poseer en el relato contemporáneo escrito desde Esmirna sobre el martirio de San Policarpo (hacia el año 145) una declaración clara de que los judíos y paganos preveían completamente que los cristianos tratarían de recuperar el cuerpo del mártir como un precioso tesoro al que le podrían rendir culto, e instaurarían una fiesta de nacimiento (genethlios) en su honor. Aquí, entonces, tenemos la evidencia más concluyente de que ya para la primera mitad del siglo II los cristianos estaban acostumbrados a celebrar las fiestas de los mártires.

Probablemente, durante mucho tiempo estas celebraciones continuaron siendo totalmente locales, y estaban confinadas al lugar donde sufrió el martirio o donde se conservaba una parte considerable de sus restos sobre el cual se pudiese ofrecer el Santo Sacrificio. Pero en el transcurso del tiempo la práctica de trasladar libremente tales reliquias de un lugar a otro amplió el círculo de devotos del mártir. Todas las iglesias que poseían reliquias se sentían con derecho a celebrar su "cumpleaños" con cierto grado de solemnidad, y así pronto nos encontramos con mártires de África, por ejemplo, que obtenían reconocimiento en Roma y, eventualmente, eran honrados por toda la Iglesia. Esta parece ser, en resumen, la historia de la inclusión de los días de los santos en el calendario. Al principio el número de esos días era muy pequeño, y por lo general dependía de algún vínculo local especial, y se limitaba rigurosamente a aquellos que habían derramado su sangre por Cristo. Pero poco después los nombres de los confesores también comenzaron a encontrar un lugar en las listas, pues los confesores y obispos ya estaban escritos en los dípticos, y en esos días la línea entre orar a un siervo de Dios difunto y orar por él no estaba tan claramente definida como lo está ahora. Este fue el proceso que ya se había inaugurado en el siglo IV y que ha continuado desde entonces.

Nuestros Primeros Calendarios

Según se multiplicaban las fiestas y los días de los santos, se hizo conveniente que se mantuviese algún tipo de registro de ellos. Podemos dividir los documentos de este tipo, a grandes rasgos, en dos categorías: calendarios y martirologios, ambos reconocidos oficialmente por la Iglesia. Un calendario en el sentido eclesiástico es simplemente una lista de las fiestas que se celebran en cualquier iglesia, diócesis o país en particular, organizadas en orden cronológico. Un martirologio fue originalmente, como su nombre lo indica, un registro de los mártires, pero pronto adquirió un carácter más general, y se extendió a todas las clases de santos y a todas las partes del mundo. Las entradas que están incluidas en un martirologio son independientes del hecho del culto litúrgico real en cualquier lugar en particular. Ellos siguen el mismo ordenamiento por meses y días que observamos en un calendario, pero bajo un mismo día se dan los nombres de no uno, sino de muchos santos, mientras que a menudo se añaden algunos detalles topográficos y biográficos.

Sin embargo, se comprenderá fácilmente que no siempre es fácil trazar una línea tajante entre los calendarios y los martirologios, los cuales se funden naturalmente uno en el otro. Así, el antiguo poema irlandés comúnmente conocido como el "Calendario de Aengo" es más propiamente un martirologio, pues asigna a cada día una serie de nombres de santos con total independencia de cualquier idea de culto litúrgico. Por otro lado, a veces encontramos verdaderos calendarios en cuyos espacios en blanco se han insertado los nombres de santos o de personas fallecidas, los cuales no había ninguna intención de conmemorar en la liturgia. Así, han sido parcialmente convertidos en martirologios o necrologías.

De las primeras listas de fiestas, la más famosa e importante por la información que conserva, el llamado "Calendario Filocaliano", no merece ser llamado por este nombre. Es, de hecho, no más que el libro de memorias de un cierto Furio Dionisio Filócalo, que parece haber sido un cristiano interesado en todo tipo de información cronológica y quien elaboró dicho libro en el año 354. En efecto, existe un calendario en su volumen, pero es una tabla de celebraciones puramente seculares y paganas que no contienen referencias cristianas de ningún tipo. El valor del manuscrito de Filócalo para los académicos modernos radica en dos listas tituladas Depositio Martyrum y Depositio Episcoporum, junto con otras notas ocasionales. Así aprendemos que a mediados del siglo IV un número considerable de mártires, incluyendo entre ellos a San Pedro, San Pablo y varios Papas, eran honrados en Roma en sus días propios, mientras que tres mártires africanos, San Cipriano y Santas Perpetua y Felicidad también encontraron un lugar en la lista. Las únicas otras fiestas fijas que se mencionan son la Natividad de Cristo y la fiesta de la Cátedra de Pedro (22 de febrero).

No muy lejos del documento filocaliano en el testimonio que da de la influencia todavía presente del paganismo es el "Calendario de Polemio Silvio" de 448. Este presenta una mezcla parecida a un almanaque moderno. Indicaba los días en que el Senado se reunía, cuando se celebraban juegos en el circo, así como también los tiempos de las fiestas paganas, como la lupercalia, los terminalia, etc., que en cierto sentido se habían convertido en días de fiesta en todo el imperio. Pero lado a lado con éstas, menciona ciertas fiestas cristianas ---Navidad, Epifanía, 22 de febrero (extrañamente representado como depositio Petri et Pauli), y cuatro o cinco días de otros santos. Muy curioso, también, es de notar en tal grupo las natales de Virgilio y de Cicerón. Junto a esto viene un documento de la Iglesia de África del Norte, que se describe comúnmente como el "Calendario de Cartago", y que pertenece a los años finales del siglo VI. Presenta un considerable número de mártires, en su mayoría africanos, pero también incluye algunos de los más famosos de los de Roma, por ejemplo, San Sixto, San Lorenzo, San Clemente, Santa Inés, etc., con Santos Gervasio y Protasio de Milán, Santa Ágata de Sicilia, San Vicente de España y San Félix de Nola en Campania. También encontramos días asignados a algunos de los Apóstoles y a San Juan Bautista, pero hasta ahora ninguna fiesta de Nuestra Señora.

Anteriormente en materia de tiempo (c. 410) hay una compilación preservada para nosotros en siríaco, de origen oriental y arriano. Fue publicada por primera vez por el orientalista inglés, William Wright, y desde entonces ha sido editada por Duchesne y De Rossi en su edición del "Martyrologium Hieronymianum" (Acta Sanctorum, noviembre, vol. II). El documento siríaco es sobre todo importante como testimonio de una de las principales fuentes, directas o indirectas, de ese famoso martirologio, pero también muestra cómo incluso en Oriente se estaba formando un calendario en el siglo IV, que contenía los mártires de Nicomedia, Antioquía y Alejandría, incluso con unas pocas entradas occidentales, como las santas Perpetua y Felicidad (7 de marzo), y Sixto probablemente. Se conmemora a Santos Pedro y Pablo el 28 de diciembre, el cual puede ser un simple error, a San Juan y Santiago el 27 de diciembre, a San Esteban el 26 de diciembre, que sigue siendo su día apropiado. El mes de diciembre tiene algunos vacíos, o probablemente habríamos encontrado la Natividad el 25 de diciembre. La Epifanía se menciona el 6 de enero.

Estrechamente relacionado en algunos de sus aspectos con este memorial de la Iglesia Oriental es el llamado "Martyrologium Hieronymianum", ya mencionado. Esta obra, que a pesar de su nombre no le debe nada directamente a San Jerónimo, probablemente fue compilada por primera vez en el sur de la Galia (Duchesne dice Auxerre, Bruno Krusch dice Autun) entre los años 592 y 600, es decir, en la misma época que San Agustín les estaba predicando el Evangelio a nuestros antepasados anglosajones. Como un martirologio es el tipo de una clase. Contiene largas listas de nombres obscuros para cada día, mezclados con datos topográficos, pero en contraste con el martirologio posterior de Beda, Ado, Usuardo, etc., a partir de los cuales se ha desarrollado nuestro moderno "Martyrologium Romano", el "Jeronimiano" incluye pocos datos biográficos sobre el tema de sus notas. La discusión más completa de este documento, sin embargo, pertenece al artículo martirologio. Es suficiente decir aquí que en su forma primitiva el "Jeronimiano" no incluye fiestas propias de Nuestra Señora; incluso sólo se alude indirectamente a la Purificación, el 2 de febrero.

Fiestas de Nuestra Señora

Y aquí puede ser conveniente observar que las principales fiestas de la Santísima Virgen, la Asunción, la Anunciación y la Navidad, sin duda, se celebraron por primera vez en Oriente. Hay muy buena razón para creer, a partir de ciertas narraciones siríacas apócrifas de la "Dormición de María, la Madre del Señor", que una celebración de su Asunción al cielo ya se observaba en Siria en el siglo V en un día que corresponde a nuestro 15 de agosto (cf. Wright, en Diario de Literatura Sagrada, NS, VII, 157). De nuevo, se dice que la Anunciación se conmemora en un sermón auténtico de San Proclo de Constantinopla (m. 446), mientras que el acuerdo de los cristianos armenios y etíopes en mantener festivales similares parece devolver el período de su primera introducción a una época anterior a aquella en que las iglesias cismáticas se desprendieron de la unidad. En Occidente, sin embargo, no tenemos detalles definidos de la primera aparición de estas fiestas marianas. Sólo sabemos que se celebraban con solemnidad en Roma en los tiempos del Papa San Sergio I (687-701). En España, si podemos seguir confiados a Dom G. Morin en asignar "el Leccionario de Silos" a cerca de 650, hay una mención clara de una fiesta de Nuestra Señora en Adviento, que puede ser anterior a los que acabamos de mencionar, y en la Galia los estatutos del obispo Sonato de Reims (614-631) al parecer prescribe la observancia de la Anunciación, la Asunción y la Natividad, aunque, por extraño que parezca, no se menciona la Purificación.

Aunque la mención es una desviación del orden cronológico natural, aquí también puede decirse una palabra acerca de la fiesta de la Inmaculada Concepción. En el Oriente encontramos que era conocida por Juan de Eubea hacia el final del siglo VIII. Se celebraba, como lo sigue siendo en la Iglesia Griega, el 9 de diciembre, pero él la describe como que era sólo de observancia parcial. Sin embargo, hacia el año 1000, la encontramos incluida en el calendario del emperador Basilio Porfirogénito, y parece que en ese momento había llegado a ser universalmente reconocida en Oriente.

Sin embargo, Occidente no se quedó muy atrás. Un vestigio curioso puede encontrarse en el "Calendario de Aengo" (c. 804) irlandés, en el cual la Concepción de Nuestra Señora se asigna al 3 de mayo (Vea El Mes, mayo de 1904, págs.. 449-465). Probablemente esto no tenía ningún significado litúrgico, pero Mr. Edmund Bishop ha demostrado que antes del año 1050 en algunos monasterios anglosajones ya se celebraba una fiesta verdadera de la Concepción el día 8 de diciembre (Downside Review, 1886, págs.. 107-119). En Nápoles, bajo la influencia bizantina, la fiesta era conocida desde hacía mucho tiempo, y aparece en el famoso calendario de mármol napolitano del siglo IX, bajo la forma Conceptio S. Annæ, asignada, como entre los griegos, al 9 de diciembre. Sin embargo, el reconocimiento general de la fiesta en Occidente parece haberse debido en gran parte a la influencia de cierto tratado "De Conceptione B. Mariæ", durante mucho tiempo atribuido a San Anselmo, pero escrito en realidad por Eadmer, su discípulo. Al principio sólo se hablaba de la Concepción de Nuestra Señora, la cuestión de la Inmaculada Concepción surgió un poco más tarde. Para la Fiesta de la Presentación de la Virgen María (21 de noviembre), también se ha reclamado un origen oriental que se remonta al año 700 (ver Vailhe, en "Echos d'Orient", V, 193-201, etc.), pero esto no se puede aceptar una verificación completa. Para las otras festividades marianas, por ejemplo, la Visitación, el Rosario, etc., el lector debe referirse a estos artículos por separado. Todas son adiciones relativamente recientes en el calendario.

Los Apóstoles y otros Santos del Nuevo Testamento

A partir de la mención de San Pedro y San Pablo conjuntamente el 29 de junio en el "Depositio Martyrum" del "Calendario Filocaliano", es probable que los dos apóstoles sufrieron ese día. En la época de San León (Serme, LXXXIV) parece que la se celebraba en Roma con una octava, mientras que el martirologio sirio en Oriente y Polemio Silvio en la Galia también manifiestan una tendencia a hacer honor a la Principes Apostolorum, aunque en el primero la conmemoración se coloca el 28 de diciembre, y en el segundo el 22 de febrero. Este último día fue, en general, dado a la celebración de la Cathedra Petri, también perteneciente a épocas muy tempranas, mientras que una fiesta en honor de la conversión de San Pablo se celebraba el 25 de enero. De los otros Apóstoles, San Juan y Santiago aparecen juntos en el martirologio sirio el 27 de diciembre, y San Juan aún conserva ese día en Occidente. Respecto a San Andrés, probablemente tenemos una tradición confiable en cuanto a la fecha en que sufrió, pues aparte de una referencia explícita en la relativamente temprana "Acta" (cf. Analecta Bollandiana, XIII, 373-378), su fiesta se ha celebrado el 30 de noviembre, tanto en Oriente como en Occidente, desde los primeros tiempos. Casi todos los demás Apóstoles aparecen en alguna forma en el "Martyrologium Hieronymian", y sus fiestas poco a poco llega a celebrarse en la liturgia antes de los siglos VIII o IX.

La fijación de los días precisos posiblemente fue muy influenciada por un cierto "Breviario" que se distribuyó ampliamente en formas algo diferentes, y que profesaba dar una breve reseña de las circunstancias de la muerte de cada uno de los Doce. Como una indicación de que algunas de estas fiestas debieron haber sido adoptadas en una fecha más remota que la que se atestigua en los calendarios existentes, cabe señalar que Beda tiene una homilía en la fiesta de San Mateo, que la disposición de la colección muestra haber sido celebrada por él en la última parte de septiembre, como la celebramos en la actualidad. San Juan Bautista, como ya se señaló, también tenía más de una fiesta en los primeros tiempos. Además de la Natividad el 24 de junio, dos de los sermones de San Agustín (núms. CCCVII, CCCVIII) se consagran a la celebración de su martirio (Passio o Decollatio). Honores similares se le rindieron a San Esteban, el primer mártir, más particularmente en Oriente. San Gregorio de Nisa, en el discurso funeral de San Basilio, pronunciado en Cesarea de Capadocia en el año 379, da fe de esto, y nos permite saber que la fiesta se mantuvo entonces como lo es ahora, el día después de Navidad.

Por otro lado, el nombre de San José no aparece en el calendario hasta relativamente tarde. Curiosamente una de los primeros señalamientos que el escritor ha sido capaz de encontrar de un día especial consagrado a su memoria aparece en el "Calendario de Aengo" (c. 804) en la fecha actual, 19 de marzo. Allí leemos de "José, nombre que es noble, el padre adoptivo de Jesús". Pero a pesar de una invocación a San José en el antiguo himno irlandés "Sen De" atribuido a San Colman Ua Cluasaigh (c. 622), no podemos considerar esta entrada como un indicio de cualquier culto propio. Parece probable, por la naturaleza de alguna de la literatura apócrifa de los primeros siglos, que desde la antigüedad se le rendía honor a San José en Siria, Egipto y en Oriente en general, pero los datos fiables en cuanto a su fiesta en la actualidad son insuficientes.

Crecimiento del calendario

Durante el período merovingio y carolingio aumentó gradualmente el número de fiestas que ganaron reconocimiento práctico. Tal vez los más seguros indicios de este desarrollo han de ser adquiridos a partir de los primeros libros litúrgicos ---sacramentarios, antifonarios y leccionarios--- pero éstos a menudo son difíciles de datar. Algo más breve y definitivo son una o dos otras listas de fiestas que accidentalmente han sido preservadas para nosotros, y que será interesante citar. Un cierto Perpetuo, obispo de Tours (461-491) establece las principales fiestas celebradas en su día con una vigilia como sigue:

"Natalis Domini; Epiphania; Natalis S. Ioannis (24 de junio); Natalis S. Petri episcopatus (22 de febrero); Sext. Cal. April Resurrectio Domini nostri I. Chr.; Pascha; Dies Ascensionis; Passio S. Ioannis; Natalis SS. apostolorum Petri et Pauli; Natalis S. Martini; Natalis S. Symphoriani (22 de julio); Natalis S. Litorii (13 de septiembre); Natalis S. Martini (11 de noviembre); Natalis S. Bricii (13 de noviembre); Natalis S. Hilarii (13 de enero)." (Mon. Germ. SS. Meroving., I, 445.)

De forma similar el obispo Sonatio de Reims (614-631) hace la siguiente lista de fiestas que habrían de guardarse como días festivos absque omni opere forensi:

Nativitas Domini, Circumcisio, Epiphania, Annuntiatio beatae Marine, Resurrectio Domini cum die sequenti, Ascensio Domini, dies Pentecostes, Nativitas beati Ioannis Baptista, Nativitas apostolorum Petri et Pauli, Assumptio beaten Marine, eiusdem Nativitas, Nativitas Andreae apostoli, et omnes dies dominicales.

En el curso de los siglos VIII y IX varios [[sínodo]s alemanes redactaron listas de las fiestas eclesiásticas que se habrían de celebrar con descanso del trabajo. En una constitución temprana, atribuida a San Bonifacio, nos encontramos con estos diecinueve días de cada año, además de los domingos ordinarios, tres días libres después de la fiesta misma, señaladas tanto para Navidad como para Pascua. Un concilio en Aix-la-Chapelle (Aquisgrán), en el año 809, fijó veintiún días de fiesta. Esto incluía una semana en Pascua y tales fiestas como San Martín y San Andrés. En Basilea, en el 827, la lista fue aún más extensa, y ahora incluía todas las fiestas de los Apóstoles. En Inglaterra los días honrados de este modo parece no haber sido tan numerosos, en todo caso, no al principio; pero antes de finales del siglo X se hicieron más adiciones, mientras que las ordenanzas de los sínodos fueron aplicadas por autoridad real. La lista incluía las cuatro principales fiestas de Nuestra Señora y la conmemoración de San Gregorio Magno. La observancia de la fiesta de San Dunstan fue impuesta un poco más tarde durante el reinado de Canuto.

En cuanto a los documentos existentes, tal vez el calendario eclesiástico más antiguo, en el sentido estricto de la palabra, que todavía sobrevive, es el que poseía el inglés San Willibrord, apóstol de los frisones, que dejó en él una nota autógrafo de la fecha de su consagración como obispo (695 d.C). El calendario fue escrito probablemente en Inglaterra entre 702 y 706. Como nunca ha sido impreso puede ser interesante dar aquí las entradas realizadas en el manuscrito original, omitiendo las interpolaciones hechas por otras personas en una fecha un poco posterior. El manuscrito que lo contiene es el muy conocido "Códice Epternacensis", ahora el manuscrito latino 10837, en la Biblioteca Nacional de París.

Enero:
1 Circuncisión
3 Santa Genoveva de París
6 Epifanía
13 San Hilario
14 San Félix de Nola
17 San Antonio, ermitaño
18 Cátedra de San Pedro en Roma y la Asunción de Santa María
20 San Sebastián
21 Santa Inés (virgen)
24 San Babilas, obispo y mártir
25 Conversión de San Pablo en Damasco
29 San Valerio, obispo, y Santa Lucía (virgen) en Tréveris
Febrero:
1 San Dionisio, San Policarpo y Santa Brígida (virgen)
2 San Simeón, patriarca
5 Santa Ágata
6 San Amando
16 Santa Juliana
22 Cátedra de Pedro en Antioquía
Marzo:
1 Donato
7 Perpetua y Felicidad
12 San Gregorio en Roma
17 San Patricio, obispo en Irlanda
20 San Cutberto, obispo
21 San Benito, abad
25 Crucifixión del Señor y Santiago, el hermano de Nuestro Señor
27 Resurrección de Jesucristo
Abril:
4 San Ambrosio
22 Felipe Apóstol
Mayo:
1 San Felipe Apóstol
5 La Ascensión del Señor
7 La Invención de la Santa Cruz
11 Pancracio, mártir
14 Primera Fecha para Pentecostés
31 San Maximino en Tréveris
Junio:
2 Erasmo, mártir
8 Bernabé, apóstol
9 San Columkill
22 Santiago el hijo de Alfeo
24 Natividad de San Juan Bautista
29 Santos Pedro y Pablo en Roma
Julio:
15 Santiago de Nisibis
25 Santiago Apóstol, hermano de Juan
26 San Simeón, monje en Siria
29 San Lupo
Agosto:
1 los Macabeos, siete hermanos y su madre
5 San Osvaldo, rey
6 San Sixto, obispo
10 San Lorenzo, diácono
13 Hipólito, mártir
16 (Sic) (borrado) Santa María
25 San Bartolomé Apóstol
28 Agustín y Faustino, obispos
29 Martirio de San Juan Bautista
31 San Paulino, obispo en Tréveris
Septiembre:
7 Sergio, Papa en Roma
9 (Sic) Natividad de Santa María en Jerusalén
13 Cornelio y Cipriano
15 Santa Eufemia, mártir
19 Genaro, mártir
21 Mateo, apóstol
22 Pasión de San Mauricio
24 Concepción de San Juan Bautista
27 Cosme y Damián en Jerusalén
29 San Miguel Arcángel
Octubre:
1 Remedio y Germano
4 Santos Euwaldo y Ewaldo
14 Paulino, obispo en Canterbury
18 Lucas, Evangelista
28 Simón y Judas, Apóstoles
31 San Quintino, mártir
Noviembre:
10 San León, Papa
11 San Martín, obispo en Tours
22 Santa Cecilia
23 Clemente en Roma
24 Crisógono
30 San Andrés Apóstol
Diciembre:
10 Santa Eulalia y otros setenta y cinco
20 San Ignacio, obispo y mártir
21 Santo Tomás, apóstol en India
25 Natividad de Nuestro Señor Jesucristo
26 San Esteban, mártir
27 Juan, apóstol y Santiago, su hermano
28 Los Inocentes
31 San Silvestre, obispo

Esta lista ilustra muy bien la elección arbitraria de los santos a ser conmemorados, lo que es observable en la mayoría de los calendarios antiguos. La mención de la Natividad de Nuestra Señora el 9 de septiembre en lugar del 8 de septiembre es interesante en vista de la práctica oriental, atestiguada por el calendario de mármol de Nápoles, de la celebración de la Concepción de Nuestra Señora el 9 de diciembre. La aparición de San Genaro (19 de septiembre) es también digna de mención. El vínculo entre Inglaterra y el sur de Italia en el asunto de la conmemoración de los santos se ha señalado a menudo sin ser explicado total y adecuadamente. (Vea Morin, Liber Comicus, apéndice, etc.). Es también notable la ocurrencia de la Invención de la Cruz el 7 de mayo, como en la Iglesia Griega. Además, es curioso observar la supresión parcial de la fiesta de la Asunción el 16 de agosto (sic ), y su aparición el 18 de enero. Los calendarios anglosajones posteriores, de los cuales Hampson y Piper han imprimido un buen número, ofrecen menos de puntos de interés que los anteriores; pero se debe decir una palabra de uno o dos que son especialmente dignos de mención. Se demuestra que el calendario latino métrico impreso entre las obras de Beda no es suyo por la referencia al segundo San Wilfrido de York, quien murió después de su tiempo, pero ofrece algunos puntos de comparación útiles con el martirologio auténtico de Beda, que, gracias a la paciente labor de Dom Quentin, por fin se ha recuperado para nosotros (Vea Les Martyrologes Historiques, París, 1908, págs. 17-119). No menos interesante es el antiguo martirologio inglés editado por la Antigua Sociedad de Textos Inglesa por G. Herzfeld. Este documento, aunque no es un calendario, y aunque incluye interpolaciones posteriores, probablemente refleja la organización de un calendario que puede ser aún más anterior a la época de Beda. Es especialmente notable por breves referencias a algunos santos de Capua] y del sur de Italia, las que dice obtuvo de los "antiguos libros de Misa", probablemente misales de ese tipo gelasiano por el que el Sacramentario Gregoriano fue sustituido posteriormente.

Otro calendario antiguo que debe poseer un interés para todos los estudiantes de habla inglesa es el "Menologio Anglosajón", un poema corto pero ornamentado del siglo X, que describe las principales fiestas de cada mes y, probablemente, diseñado para el uso popular (vea Imelmann, Das altenglische Menologium, p. 40). El objetivo principal del escritor es indicado por sus palabras finales:

Nû ge findan magon
Hâligra tiid, the man healdan sceal,
Swa bebûgeth gebod geond Brytenricu
Sexna kyninges on thâs sylfan tiid.

(Ahora encontrarás las temporadas sagradas que los hombres deben observar según ordenado a través de Gran Bretaña por el rey de los sajones en este mismo tiempo.) El uso de calendarios métricos, sin embargo, de ninguna manera fue peculiar a Inglaterra. El "Calendario de Aengo" irlandés, ya mencionado, fue escrito en verso, y el Dr. Whitley Stokes ha demostrado que algunos de los calendarios latinos en verso impresos por Hampson presentan signos claros de influencias irlandesas. Así que en el continente, para tomar sólo un ejemplo, tenemos un calendario elaborado o más bien, martirologio compuesto alrededor de 848 en hexámetros latinos por Wandelberto de Prüm.

Desarrollo Posterior

La historia de los martirologios más detallados, que recientemente ha sido elaborada con minuciosidad por Dom Quentin, puede servir para mostrar el gran alcance que tiene el principio de que la naturaleza aborrece el vacío. Casi todos los escritores, como Floro, Ado y Usuardo, quienes emprendieron la tarea de complementar el martirologio de Beda, trabajaron con el objeto declarado de llenar los días que éste había dejado en blanco. Bien podemos inferir que el mismo espíritu afectó también el calendario. La mera visión de un espacio vacío, sin duda, en muchos casos, tentó a los escribas y a los correctores a llenarlo, si su erudición bastaba para el propósito; y aunque durante mucho tiempo estas entradas permanecieron como meras conmemoraciones en papel, seguro que a largo plazo reaccionaría en la liturgia. Podemos decir que gran parte de la misma influencia estaba actuando cuando Alcuino tomó en sus manos la tarea de llenas las lagunas en el "Sacramentario Gregoriano", en particular cuando proporcionó un conjunto completo de diferentes Misas para los domingos después de Pentecostés. Pero además de esto, por supuesto, tenemos que considerar el potente factor de los nuevos intereses devocionales, la creación de fiestas como las de Todos los Santos, Todos los Difuntos, la Santísima Trinidad, las diversas fiestas de los ángeles, y en particular de San Miguel Arcángel, y, en tiempos más modernos, Corpus Christi, el Sagrado Corazón, las Cinco Llagas, la conmemoración de los diversos instrumentos de la Pasión, las muchas diferentes advocaciones bajo las que se honra a Nuestra Señora y las duplicaciones de fiestas provistas por las traducciones, dedicatorias y eventos milagrosos, tales como los estigmas de San Francisco de Asís o la "transverberación" del corazón de Santa Teresa. Necesariamente también, entre los innumerables hombres santos que vivieron en la práctica de las virtudes heroicas, algunos capturaron la imaginación de sus contemporáneos de una forma más pronunciada. La piedad de los fieles que habían sido testigo de sus virtudes durante la vida, o que, después de su muerte, se beneficiaron del poder de su intercesión ante Dios, clamó por algunos medios adecuados para manifestar la devoción y gratitud.

Al principio, este reconocimiento de santidad fue en cierta medida local, informal y popular, con el resultado de que no siempre fue muy discernidor. Más tarde, se invocó la autoridad de la Santa Sede para pronuncia un decreto formal de canonización después de una investigación completa. Pero si este sistema, por un lado, tiende a limitar el número de santos reconocidos, también contribuyó a extender más ampliamente la fama de aquellos cuya historia o cuyos milagros eran más notables. Así, al final, nos encontramos con que el culto a un santo como Santo Tomás de Canterbury, por poner un ejemplo inglés, no se limitaba a su propia diócesis o a su propia provincia, sino que dentro de un período de diez años después de su muerte su nombre encontró un lugar en los calendarios de casi todos los países de Europa. A estas causas hay que añadir el crecimiento de la cultura literaria entre las personas, sobre todo después de la invención de la imprenta y, por último, pero no menos importante, el carácter cosmopolita de muchas de las órdenes religiosas. Dondequiera que se asentaron los cistercienses, necesariamente se honró el nombre de San Bernardo. Una vez más, si no hubo parte de la cristiandad en la que los frailes no hubiesen trabajado, por lo tanto apenas hubo fieles que no hubiesen oído hablar de San Francisco de Asís, Santo Domingo de Guzmán, Santa Clara de Asís, Santa Catalina de Siena y muchos más. No es de extrañar, entonces, que en una fecha tan temprana el calendario se llenase de gente, y que en nuestra época casi no quedan días vacantes en el que alguna fiesta no tenga prioridad y excluya el [[Oficio Divino|oficio[[ ferial. Entrar en detalles sobre esta gran variedad de fiestas sería imposible en un artículo como el presente. Todas las celebraciones más importantes se encuentran tratadas por separado en su lugar adecuado, por ejemplo, vea Todos los Santos, Todos los Difuntos, la Candelaria, Corpus Christi, etc.

Varias Peculiaridades de los Calendarios

A partir del siglo IX en adelante un calendario era un complemento común a la mayoría de las diferentes clases de libros litúrgicos, por ejemplo, sacramentarios, salterios, antifonarios e incluso pontificales. En una fecha posterior, y especialmente después de que se imprimieron dichos libros, casi nunca se omitieron antes de los misales, breviarios y las horas. En los calendarios litúrgicos impresos con los que estamos más familiarizados ahora, encontramos poco más que el mero catálogo de las fiestas eclesiásticas. En los primeros calendarios hay mayor variedad de información. Tenemos, por ejemplo, una serie de datos astronómicos referente a los tiempos de equinoccio y solsticio, la entrada del sol en los distintos signos del zodíaco, los días de canícula (N. del T.: Canícula: período del año en que es más fuerte el calor.), el comienzo de las cuatro estaciones, etc., y estos se destacan a menudo por versos escritos arriba o debajo de las entradas para cada mes, por ejemplo, Procedunt duplices in martis tempore pisces, en referencia al hecho de que a principios de marzo el sol está en la constelación de Piscis. A veces, también, los versos así prefijados tenían un significado astrológico, por ejemplo, Jani prima dies et séptima fine timetur, lo que pretende expresar que el primer día del mes de enero y el séptimo desde el final son de mala suerte.

Hay que confesar que son numerosas las huellas de las influencias pagana, o por lo menos seculares, en muchos de nuestros calendarios antiguos existentes. Una característica muy curiosa en muchos documentos anglosajones de esta clase es el conocimiento que manifiestan sobre los usos orientales y especialmente coptos. Por ejemplo en el título de cada mes del Misal de Jumièges tenemos una línea que da los nombres orientales para el período correspondiente; por ejemplo en el caso de abril: "Hebr. Nisan; Aegypti Farmuthi; Graec. Xanthicos; Lat. Apr; Sax. Eastermonaeth; además en el 26 de abril encontramos la entrada "IX Aegyptior. mensis paschae." [i.e. Pashons]. Por regla general, la información dada sobre el arreglo copto de los meses es por lo menos aproximadamente correcta. En otras muestras más se señalan cuidadosamente los llamados dies ægyptiaci que tenían fama de traer mala suerte (vea Chabas, "Le Calendrier des jours fastes et 'Wastes de l'annee egyptienne", págs. 22, 119 ss.).

En lo que a los ornamentos se refiere, los primeros calendarios a veces se insertaban en una especie de arcada, con dos pilares que formaban los lados de cada columna de la escritura, y un arco que coronaba el conjunto; mientras que en la Edad Media a menudo encontramos viñetas bellamente dibujadas, a veces de forma amplia o delicadamente jocosa, que ilustra con mucho juego de la imaginación las diferentes estaciones del año. Una característica que viene desde tiempos antiguos, pero que sobrevive aún en los calendarios impresos de nuestro Breviario y Misal actual, es la inserción en cada día de la "Epacta" y la "Letra Dominical". Estos tienden recurren a un método de cálculo muy artificial y están destinados a proveer, siempre a mano, los medios para determinar el día de la semana en cualquier año asignado, y más concretamente las fases de la luna. La edad de la luna, determinada por estos métodos, se leía antes del martirologio todos los días durante la recitación pública del oficio de prima. Cuando Gregorio XIII reformó el calendario, se consideró conveniente conservar en un formulario corregido el viejo aparato y los nombres a los que las personas estaban acostumbradas. Como este sistema de cálculo es complejo y tiene poco menos que un interés de anticuario a su favor, podemos remitir al lector al artículo epacta o a las explicaciones dadas junto con el calendario en todas las copias del Breviario Romano y el Misal.

Además de los calendarios para uso eclesiástico, que fueron escritos en los libros litúrgicos, hacia el final de la Edad Media creció la práctica de compilar calendarios para el uso de los laicos. Estos corresponden más bien a lo que hoy llamaríamos almanaques, y en ellos el elemento astrológico juega un papel mucho más prominente que en los misales o las horas. Una de las más famosas de estas compilaciones es el conocido como el "Calendrier des Bergers", o el "Calendario de los Pastores". Fue impreso mucho más suntuosamente en París antes de finales del siglo XV, y posteriormente se extendió a Inglaterra y Alemania. El tono religioso es muy pronunciado, pero encontramos al mismo tiempo las instrucciones astrológicas más elaboradas en cuanto a los días de buena y mala suerte para ciertos procedimientos médicos, en especial el sangrado, así como para actividades agrícolas, tales como la siembra, cosecha, labranza, esquileo y similares. Es un ejemplo notable del conservadurismo de la mente rústica el que las ediciones del "Calendario de los Pastores" se publicaron en Londres hasta pasada la mitad del siglo XVII, siendo el tono esencialmente católico del libro fácilmente reconocible bajo el más tenue de los disfraces (ver Revista Eclesiástica, julio de 1902, págs. 1-21).

El calendario moderno impuesto por autoridad

Por lo dicho anteriormente se puede haber inferido que prevalecía una considerable divergencia entre los calendarios utilizados a finales de la Edad Media. Esta falta de uniformidad degeneró en abuso, y fue una fértil fuente de confusión. Por lo tanto, el nuevo Breviario Romano y Misal que, de acuerdo con un decreto del Concilio de Trento, finalmente vio la luz en 1568 y 1570 respectivamente, contenía un nuevo calendario. Al igual que otras porciones del nuevo código litúrgico, el cumplimiento del nuevo calendario se hizo obligatorio para todas las iglesias que no pudiesen probar una prescripción de doscientos años en el disfrute de sus costumbres distintivas. Esta ley, que aún está en vigor, no ha evitado, por supuesto, que los sucesivos soberanos pontífices le añadan muchas nuevas fiestas, ni tampoco les impide a distintas diócesis, o incluso iglesias, la adopción de diversas fiestas locales, para las cuales se ha solicitado y obtenido el permiso del Papa o de la Congregación de Ritos.

Pero aunque se pueden añadir santos locales, también se deben celebrar las fiestas previstas en el calendario romano. De hecho, para tales asuntos se concede una licencia considerable. Casi no hay una diócesis en la que el calendario no difiera considerablemente de los de las diócesis o provincias vecinas debido a estas adiciones. Incluso la introducción de una sola fiesta nueva, debido a las transferencias así requeridas, puede efectuar una alteración considerable. En las Islas Británicas, Inglaterra, Irlanda y Escocia todos celebran una serie de santos nacionales de forma independiente el uno del otro, pero éstas no son más que adiciones al calendario general romano, que todos observan en común. Por otra parte, durante tres siglos, y especialmente a fines de siglo XIX, este calendario ha sufrido modificaciones muy notables, en parte como consecuencia de los nuevos días de los santos que se han introducido, en parte como consecuencia de los cambios realizados en el grado de las fiestas ya aceptadas. Un arreglo tabular ayudará a aclarar esto.

No hay completa certeza sobre el significado original que pudo haber tenido el término doble. Algunos piensan que las fiestas mayores eran llamadas así porque se “duplicaban” las antífonas antes y después de los salmos, es decir, se repetían dos veces en esos días. Otros, con más probabilidad, apuntan al hecho de que antes del siglo IX, en ciertos lugares, por ejemplo, en Roma, en las fiestas mayores se acostumbraba recitar dos conjuntos de maitines, el de feria o del día de la semana, y el de la fiesta. Por lo tanto esos días eran conocidos como "dobles". Como quiera que sea, esta división primitiva en dobles y simples ha dado lugar a una clasificación mucho más elaborada. En la actualidad tenemos seis grados, a saber: las dobles de primera clase, dobles de segunda clase, dobles mayores, dobles, semidobles y simples. Ahora, desde las diferentes revisiones oficiales del breviario, hechas en 1568, 1662, 1631 y 1882, se pueden obtener los siguientes datos (sobre fiestas entradas al breviario. Para fines de comparación, podemos añadir las cifras correspondientes a 1907:

Fiestas entradas 1508 1602 1631 1882 1907
al Breviario Pío V----- Clemente VIII----- Urbano VIII---- León XIII----- Pío X----
Dobles de primera clase...... 19 19 19 21 23
Dobles de segunda clase.... 17 18 28 28 27
Dobles mayores................ --- 16 16 24 25
Dobles.............................. 53 43 45 128 133
Semidobles........................ 60 68 78 74 72
Totales 149 164 176 275 280

Estas cifras (que no sólo incluyen las fiestas fijas, sino también las movibles, así como los días de octava, etc.) bastarán para ilustrar la aglomeración del calendario que ha tenido lugar en los últimos años. Por otra parte, debe recordarse que, en la práctica, nunca ocurre que se “simplifiquen” las fiestas de la categoría superior, es decir, que se reduzcan al nivel de simples conmemoraciones. Si por casualidad una doble mayor cae en un día ya ocupado, se “transfiere”, y hay que hallar un día libre para ella más adelante en el año. Por otro lado, si bien ha habido un gran aumento de las dobles de primera y segunda clase, etc. (festa chori), los días de fiesta de precepto (festa chori et fori) han crecido de forma regularmente menor, debido en gran parte a las dificultades creadas por los gobernantes civiles de los diferentes países de Europa.

La Inglaterra anterior a la Reforma, con sus cuarenta o más días de fiesta de precepto, no fue más allá que el resto del mundo. Para tomar casi el primer ejemplo que viene a mano, en la diócesis de Lieja, en 1287 (Mansi, Concilia, XXIV, 909), había, además de los domingos, cuarenta y dos fiestas en los que a las personas se les ordenaba descansar del trabajo. Por lo tanto, no es de extrañar que el número excesivo de estos días de fiesta fuese incluido entre los Centum Gravamina en 1523, las Cien Quejas, de la nación alemana, ni que el Papa Urbano VIII en 1642 privara a los obispos del derecho a instituir nuevos días de fiestas eclesiásticas sin el permiso de la Santa Sede, y limitara a treinta y cuatro el número de aquellas de obligación general. En el siglo XVIII, bajo la presión de varios gobernantes temporales, esta lista se redujo aún más en algunos países. Muchas de esas fiestas que hasta entonces habían sido días de precepto se redujeron a la condición de fiestas de devoción, es decir, se abolió la obligación de oír Misa y descansar del trabajo, mientras que al mismo tiempo, sus vigilias dejaron de ser observadas como días de ayuno. Pero incluso después de las concesiones que Clemente XIV (1772), le hizo a la emperatriz María Teresa, dieciocho días de fiesta (festa chori et fori) seguían siendo obligatorios en los dominios austríacos.

En Francia, bajo el régimen de Napoleón, el Papa se vio obligado a dar su consentimiento a la reducción de los días de precepto a sólo cuatro: el día de Navidad, la Ascensión, la Asunción y el Día de Todos los Santos. El Papa León XII hizo otras concesiones para el resto de la cristiandad, y más tarde por sus sucesores. Para 1912, Roma tenía dieciocho fiestas de precepto (siempre, claro está, exceptuando los domingos), pero el gobierno de Italia sólo reconoce nueve de ellas como días feriados legales. La regla francesa de cuatro festa præcepti prevalece también en Bélgica y partes de Holanda. En España, en Austria, y a lo largo de la mayor parte del Imperio Alemán, se observan algunos quince días, aunque tanto el número total como las fiestas particulares seleccionadas varían mucho en las diferentes provincias. En Inglaterra, los días de fiesta de precepto son la Circuncisión, la Epifanía, la Ascensión, Corpus Christi, Santos Pedro y Pablo, la Asunción, Todos los Santos y Día de Navidad. A éstos en Irlanda se han añadido dos días: la Anunciación y la fiesta de San Patricio; y en Escocia, un día, la fiesta de San Andrés. En los Estados Unidos se celebran seis fiestas como días de precepto: Navidad, el Día de Año Nuevo, la Ascensión, la Asunción, Todos los Santos y la Inmaculada Concepción.

Para los católicos de habla inglesa en los siglos pasados, mientras vivían bajo las leyes penales, la situación debió haber sido a menudo muy difícil. Hasta 1781, como lo atestiguan todavía los raros ejemplares del antiguo "Directorio de Laicos", nuestros antepasados se veían obligados a guardar todos los viernes del año (excepto durante la Pascua) como un día de ayuno. Además de esto, había abstinencia todos los sábados y un buen número de vigilias de ayuno, los cuales, en 1771, fueron sustituidos por los miércoles y los viernes de Adviento. Las fiestas de precepto ascendían a treinta y cuatro, pero en 1778 se redujeron a once, y el resto en su mayoría se trataron como fiestas de devoción. Por otro lado, el calendario creció por la restauración a cultos litúrgicos plenos de muchos de los antiguos santos ingleses. El primer permiso fue dado por Benedicto XIV en 1749, a petición de Su Alteza Real el cardenal de York. Esto se limitó a media docena de santos, entre ellos San Agustín de Canterbury y San Jorge, y ambas se celebrarían como dobles de primera clase; pero en 1774 Clemente XIV hizo concesiones aún más amplias. Una vez más, en 1884 la lista fue aún más extendida, y en 1887 la beatificación de los mártires ingleses se convirtió en la ocasión para aprobar otros nuevos oficios y Misas.

Las Iglesias Orientales

Respecto a los calendarios de las diversas Iglesias Orientales, sería imposible entrar aquí en detalles. En su mayoría están sujetos, como los de la Iglesia de Occidente, a las complicaciones causadas por un sistema de fiestas que son en parte fijas y en parte movibles. La mayoría de las fiestas más importantes del calendario romano, por ejemplo, la Circuncisión, la Epifanía del Señor, la Purificación, la Natividad de San Juan Bautista, San Pedro y San Pablo, la Asunción, la Natividad de la Santísima Virgen, la Exaltación de la Santa Cruz, San Andrés y la Natividad de Nuestro Señor ---se observan en los días correspondientes a los observados en la cristiandad occidental. Pero la correspondencia, aunque reconocible en algunos pocos casos, no es muy exacta. Por ejemplo, los griegos celebran la fiesta de la Inmaculada Concepción bajo el título he sullepsis tes theoprometoros Annes (conceptio Annæ aviæ Dei) el 9 de diciembre, no el 8, y mientras que nosotros celebramos la Invención de la Cruz el 3 de mayo , los griegos y los sirios tienen su correspondiente fiesta el 7 de mayo.

Una vez más, los cristianos orientales no celebran las octavas de las fiestas de la misma manera uniforme que los latinos. Sus celebraciones, de hecho, en muchos casos continúan después del día de la fiesta, pero no exactamente por una semana; y es propio de estos ritos que al día siguiente de la fiesta se hace una especie de conmemoración de los personajes que están más estrechamente conectados con ella. Así, el 3 de febrero, el día después de la Fiesta de la Purificación, los griegos rinden homenaje especial a Santos Simeón y Ana, mientras que el 9 de septiembre, el día después de la Natividad de Nuestra Señora, se menciona más particularmente a San Joaquín y Santa Ana. Muchas otras características excepcionales, algunas de ellas decididamente extravagantes, son presentadas por los ritos siríaco, armenio y copto. Puede ser suficiente aquí, sin embargo, llamar la atención sobre la práctica en ésta última la asignación de un día cada mes para el culto especial de la Santísima Virgen.

En cuanto a las fiestas movibles, el interés principal se centra en el inicio de la Cuaresma. En el rito griego y otros, se puede decir que el tiempo de Cuaresma comienza la semana antes de nuestra septuagésima, aunque éste es sólo un tiempo de preparación. Al domingo de sexagésima se le conoce como hē kuriake tes apokreo| (el domingo de la abstinencia de carne), no que se les prohíbe la carne en ese día, sino porque es el último día en que se permite la carne. Del mismo modo, al próximo domingo (quincuagésima) se conoce como he kuriake tes turinēs (domingo de queso), porque este es el último día en el que se puede comer queso y huevos. Las fiestas movibles de la Iglesia Griega, por otra parte, incluyen otras fiestas, además de las estrictamente pertenecientes al ciclo de Pascua. El ejemplo más notable es la Fiesta de Todos los Santos (ton hagion Panton), que se celebra el domingo siguiente a Pentecostés, o en otras palabras, el domingo de nuestra fiesta de la Santísima Trinidad.


Fuente: Thurston, Herbert. "Christian Calendar." The Catholic Encyclopedia. Vol. 3. New York: Robert Appleton Company, 1908. 18 Feb. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/03158a.htm>.

Traducido por Giovanni E. Reyes. rc