Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Martes, 19 de marzo de 2024

Babilonia

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar
Babilonia (1).jpg
La puerta de Ishtar
Babilonia.jpg
350px-Esfinge asiria.jpg
14475822.jpg
9927329 orig.jpg
Reconstrución de la puerta de Ishtar
Al tratar de la historia, carácter, e influencia de este antiguo imperio, es difícil no hablar al mismo tiempo de su hermana, o más bien, hija, Asiria. Esta vecina del norte y colonia de Babilonia siguió siendo hasta el fin de la misma raza e idioma y casi de la misma religión y civilización que la del país del que procedía. Las suertes políticas de ambos países durante más de mil años estuvieron entremezcladas una con otra; de hecho, durante varios siglos formaron una unidad política. Se remite por tanto al lector al artículo Asiria para las fuentes de la historia Asiro-babilonia; para el relato de la exploración, idioma y escritura; para su valor en la exégesis del Antiguo Testamento, y para mucha de la historia de Babilonia durante el periodo de la supremacía asiria.

Geografía

El país se extiende diagonalmente del noroeste al sudeste, entre 30º y 33º de latitud Norte y 44º y 48º de longitud Este, o desde la actual ciudad de Bagdad al Golfo Pérsico, desde las vertientes de Khuzistan al este hasta el Desierto Arábigo al oeste, y está sustancialmente contenido entre los ríos Éufrates y Tigris, aunque se debe añadir al oeste una estrecha franja de cultivo a la orilla derecha del Éufrates. Su longitud total es de unas 300 millas, su máxima anchura unas 125 millas; alrededor de 23.000 millas cuadradas en total, o el tamaño de Holanda y Bélgica juntas.

Como estos dos países, su suelo está ampliamente constituido por depósitos aluviales de dos grandes ríos. Una característica muy notable de la geografía de Babilonia es que la tierra al sur invade el mar y que el Golfo Pérsico retrocede actualmente al ritmo de una milla cada setenta años, mientras que en el pasado, aunque aún en los tiempos históricos, retrocedía hasta una milla cada treinta años. En el periodo inicial de la historia babilónica el golfo se extendería unas ciento veinte millas tierra adentro. Según registros históricos las ciudades de Ur y Eridu estaban antiguamente junto al mar, del que están ahora a unas cien millas de distancia; y de las crónicas de la campaña de Senaquerib contra Bît Yakin deducimos que ya en 695 antes de Cristo, los cuatro ríos Kerkha, Karun, Éufrates y Tigris entraban en el golfo por bocas separadas, lo que prueba que el mar incluso entonces se extendía a una considerable distancia al norte de donde el Éufrates y el Tigris se juntan ahora para formar el Shat-el Arab. Las observaciones geológicas muestran que una formación secundaria de piedra caliza comienza abruptamente en una línea que va de Hit en el Éufrates a Samarra en el Tigris, esto es, a cuatrocientas millas de su actual boca; esta debe haber sido antiguamente la línea de la costa, y todo el territorio al sur fue ganado sólo gradualmente al mar por depósito fluvial. Hasta qué punto fue el hombre testigo de esta gradual formación del suelo babilónico no podemos establecerlo ahora; tan lejos al sur como en Larsa y Lagash el hombre había construido ciudades 4.000 años antes de Cristo. Se ha sugerido que el relato del Diluvio puede estar relacionado con el recuerdo del hombre de las aguas que se extendían muy al norte de Babilonia, o de algún gran acontecimiento natural relacionado con la formación del suelo; pero con nuestro actual conocimiento imperfecto sólo puede hacerse la más simple sugerencia. Bien puede, sin embargo, observarse que el asombroso sistema de canales que existió en la antigua Babilonia incluso en las épocas históricas más remotas, aunque ampliamente debido a la cuidadosa industria y paciente peaje del hombre, no fue enteramente obra de la pala, sino anteriormente de la naturaleza que condujo las aguas del Éufrates y Tigris en un centenar de riachuelos al mar, formando un delta como el del Nilo.

La fertilidad de esta rica llanura aluvial era en épocas antiguas proverbial; producía abundancia de trigo, cebada, sésamo, dátiles y otros frutos y cereales. Los campos de trigo de Babilonia estaban principalmente al sur, donde Larsa, Lagash, Erech y Calneh eran centros de una opulenta población agrícola. La palmera se cultivaba con asiduo cuidado y aparte de suministrar toda clase de alimento y bebida, se usaba para mil necesidades domésticas. Pájaros y aves acuáticas, piaras y rebaños, y numerosísimos ríos con peces proveían a los habitantes de una abundancia rural que sorprende al lector moderno de informes catastrales y cuentas de los diezmos de los antiguos templos. El país está completamente desprovisto de riqueza mineral, y no posee piedra ni metales, aunque ya desde el 3000 antes de Cristo se estaba importando piedra del Líbano y Amanus; y mucho antes, hacia el 4500 antes de Cristo, Ur-Nina, rey de Shirpurla envió a Magan, esto es, a la península del Sinaí, a por piedra y madera duras; mientras que las minas de cobre del Sinaí estaban siendo explotadas probablemente por los babilonios poco después del 3750, cuando Snefru, primer rey de la Cuarta Dinastía egipcia, los expulsó. Es notable que Babilonia no tuviera periodo del bronce, sino que pasara del cobre al hierro; aunque en épocas posteriores aprendió el uso del bronce de Asiria.

Las ciudades de la antigua Babilonia fueron las siguientes: las más meridionales, Eridu, corrupción semítica del antiguo nombre de Eri-dugga, “buena ciudad”, actualmente los montículos de Abu-Sharain; y Ur, lugar de nacimiento de Abraham, a unas veinticinco millas al noreste de Eridu, actualmente ‘Mughair. Ambas ciudades arriba citadas se hallan al oeste del Éufrates. Al este del Éufrates, las ciudad más meridional era Larsa, la Elasar bíblica (Gén., 14; en la Vulgata y la versión de Douai desafortunadamente traducida como Pontus), actualmente Senkere; Erech, la bíblica Arac (Gén., 10, 10), a quince millas al noroeste de Larsa, es actualmente Warka; A ocho millas al noreste de la moderna Shatra estaba Shirpurla, o Lagash, hoy Tello. Shirpurla era una de las más antiguas ciudades de Babilonia, aunque no es mencionada en la Biblia; probablemente “Ciudad del cuervo” (shirpur-cuervo), por el emblema sagrado de su diosa y santuario, Nin-Girsu, o Nin-Sungir, que por una veintena de siglos fue un importante centro político, y probablemente dio su nombre a la Babilonia del sur – Sungir, Shumer, o en Gén., 10, 10, Senaar.

Gishban (se lee también Gish-ukh), una pequeña ciudad un poco al norte de Shirpurla, actualmente los montículos de Iskha, es de importancia sólo en la historia muy primitiva de Babilonia. La situación de la importante ciudad de Isin (que se lee también Nisin) aún no ha sido determinado, pero probablemente estaba situada un poco al norte de Erech. Calneh, o Nippur (en la versión de Douai, Gén., 10, 10, Calanne), actualmente Nuffar, fue un gran centro religioso, con su templo de Bel, sin rival en antigüedad y santidad, una especie de Meca para los babilonios semitas. Las recientes excavaciones norteamericanas han hecho su nombre tan famoso como las excavaciones francesas hicieron el de Tello o Shirpurla.

En la Babilonia del Norte tenemos, de nuevo al extremo sur, la ciudad de Kish, probablemente la Cush bíblica (Gén., 10, 8); sus ruinas están bajo el actual túmulo El-Ohemir, a ocho millas al este de Hilla.

A poca distancia hacia el noroeste se halla Kutha, la actual Telli Ibrahim, la ciudad de donde fueron tomados los colonos babilonios de Samaría (IV Reyes, 17, 30), y que jugó un gran papel en la Babilonia Septentrional antes de la dinastía Amorita. El lugar de Agade, esto es, Akkad (Gén., 10, 10), el nombre de cuyos reyes era temido en Chipre y en el Sinaí en 3800 antes de Cristo, es por desgracia desconocido, pero no debe haber estado lejos de Sippara; se ha sugerido que fue uno de los barrios de esa ciudad, que estaba apenas a treinta millas al norte de Babilonia y que, ya en 1881, fue identificada por excavaciones británicas, con la actual Abu-Habba.

Finalmente, Babilonia, con su ciudad gemela Borsippa, aunque probablemente fundada ya en 3800 antes de Cristo, jugó un papel insignificante en la historia del país hasta que, bajo Hammurabi, hacia el 2300 antes de Cristo, entró en esa carrera imperial que mantuvo durante casi 2000 años, de tal modo que su nombre representa un país y una civilización de gran antigüedad antes de que Babilonia se alzara con el poder e incluso antes de que fuera puesto un ladrillo de Babilonia.

Historia primitiva

Al alba de la historia a mediados del quinto milenio antes de Cristo encontramos en el Valle del Éufrates cierto número de ciudades-estado, o más bien de ciudades-reino, rivales unas de otras en tales condiciones de cultura y progreso, que este valle ha sido llamado la cuna de la civilización, no sólo del mundo semítico, sino muy probablemente también de Egipto. Los pueblos que habitaban este valle no eran seguramente todos de una misma raza; diferían en tipo y lenguaje. Los habitantes primitivos eran probablemente de ascendencia mogola, se llamaron sumerios, o habitantes de Sumer, Sungir, Senaar. Inventaron la escritura cuneiforme, construyeron las ciudades más antiguas, y condujeron al país a una alta cumbre de pacífica prosperidad.

Fueron gradualmente vencidos, desposeídos y absorbidos por una nueva raza que entró en la llanura entre los dos ríos, los semitas, que les presionaban desde el norte, desde el reino de Akkad. Los invasores semíticos, sin embargo, adoptaron fervorosamente, mejoraron y extendieron con amplitud la civilización de la raza que habían conquistado. Aunque una cierta cantidad de argumentos conduce a una irrefutable prueba de que los sumerios fueron los habitantes aborígenes de Babilonia, no tenemos documentos históricos de la época en que eran los únicos ocupantes del Valle del Éufrates; al inicio de la historia encontramos a ambas razas hasta cierto punto mezcladas en posesión de la tierra, aunque los semitas eran predominantes en el Norte mientras que los sumerios se mantuvieron durante siglos en el Sur. De dónde vinieron estos sumerios no puede determinarse, y probablemente todo lo que nunca sabremos es que, después de una existencia nómada en distritos montañosos del Este, encontraron una llanura en las tierras de Senaar y se asentaron en ella (Gén., 11, 2). Su primer establecimiento fue Eridu, entonces un puerto de mar en el Golfo Pérsico, donde sus mitos más antiguos representan al primer hombre, Adapu, o Adamu (¿Adán?), que pasa su tiempo pescando, y donde el dios del mar le enseña los elementos de la civilización. Es seguro, sin embargo, que poseían una considerable cantidad de cultura incluso antes de entrar en la llanura de Babilonia; pues, contemporáneamente con las primeras fundaciones de sus templos más antiguos, poseían la escritura cuneiforme, que puede ser descrita como una escritura cursiva desarrollada a partir de signos pictóricos durante siglos de cultura primitiva. Desde dónde invadió la raza semítica Babilonia, y cuál fue su origen, no lo sabemos, pero debe señalarse que la lengua que hablaban, aunque clara y totalmente semítica, es aun así tan chocantemente diferente de todas las demás lenguas semíticas que representa una categoría aparte, y la época en la que formaba una sola habla con las demás lenguas semíticas se sitúa infinitamente más allá de nuestros cálculos.

Los documentos más antiguos, entonces, nos muestran un estado de cosas no diferente del de nuestra heptarquía sajona: pequeños príncipes, o ciudades-reinos que emprenden con éxito la obtención del señorío sobre una ciudad vecina o un grupo de ciudades, y a su vez siendo vencidos por otros. Y, teniendo en cuenta que la mayoría de estas ciudades estaban a una veintena de millas de distancia una de otra y cambiaban frecuentemente de gobernantes, la historia es algo confusa. El gobernante más antiguo que actualmente conocemos es Enshagkushanna, quien se titulaba rey de Kengi. Debido al estado de mutilación del fragmento en el que aparece la inscripción, y que posiblemente data de poco después del 5000 antes de Cristo, el nombre de su capital es desconocido. Probablemente fuera Shirpurla, y gobernara sobre Babilonia del Sur. Afirma haber ganado una gran victoria sobre la ciudad de Kish, y dedica su botín, que incluye una estatua de plata reluciente, a Mulill, el dios de Calanne (Nippur). Parece como si Kish fuera la ciudad más meridional capturada por los semitas; de uno de sus reyes, Manishtusu, poseemos un cetro, como signo de su realeza, y una estela, u obelisco, en cuneiforme arcaico y babilonio semítico. Algo después, Mesilim, el rey de Kish, reparó la derrota de su predecesor y actuó como soberano de Shirpurla. Otro probable nombre de un rey de Kish es Urumush, o Alusharshid, aunque algunos lo hacen rey de Akkad. Mientras que nuestra información referente a la dinastía de Kish es sumamente fragmentaria, estamos algo mejor informados sobre los gobernantes de Shirpurla. Hacia 4500 antes de Cristo encontramos a Urkagina reinando allí y, algo después, Lugal (lugal, “gran hombre”, esto es, “príncipe”, o “rey”) Shuggur. Luego, tras un intervalo, se nos informa de una sucesión de no menos de siete reyes de Shirpurla: Gursar, Gunidu, Ur.Ninâ, Akur-Gal, Eannatum I, Entemena y Eannatum II – este último rey debiendo haber reinado hacia 4000 antes de Cristo. De Sarzec encontró en Tello un muro de templo, alguno de cuyos ladrillos llevaban la clara leyenda de Ur-Ninâ, dejándonos así constancia de la actividad constructora de este rey. Gracias a la famosa estela de los buitres, hoy en el Louvre, a algunas estelas de arcilla en el Museo británico, y a un cono encontrado en Shirpurla, tenemos una idea de las propensiones bélicas de Eannatum I, que sometió el pueblo de Gishban mediante una aplastante derrota, les hizo pagar una casi increíble indemnización de guerra en trigo, y nombró a su propio virrey para esa ciudad, “que colocó su yugo sobre el país de Elam”, “y de Gisgal”, y que es representando rompiendo con su maza las cabezas de sus enemigos que sobresalen por la abertura de un saco en el que están atados. Que, no obstante estas escenas de derramamiento de sangre, fue una época de arte y cultura puede demostrarse evidentemente por descubrimientos tales como el de un soberbio vaso de plata de Entemena, hijo y sucesor de Eannatum, y, siendo príncipe heredero, general de su ejército. Tras Eannatum II hay un vacío en la historia de Shirpurla, hasta que encontramos el nombre de Lugal Ushumgal, cuando, sin embargo, la ciudad ha perdido por un tiempo su independencia, pues este gobernante era vasallo de Sargón I de Akkad, hacia 3800 antes de Cristo. Aun así, unos seis siglos después, cuando la dinastía de Akkad se había extinguido, los patesis, o sumos sacerdotes, de Shirpurla eran aún hombres de renombre. Una larga inscripción en la parte trasera de una estatua nos habla de los vastos logros constructores de Ur-Bau hacia el año 3200; y del nombre de su hijo y sucesor, Nammaghani. Unos dos siglos después encontramos a Gudea, uno de los gobernantes más famosos que la ciudad nunca poseyó. Las excavaciones en Tello han puesto al descubierto los colosales muros de su gran palacio y nos han mostrado cómo, por tierra y mar, trajo sus materiales desde vastas distancias, mientras que su arquitectura y escultura muestra un perfecto arte y refinamiento, e incidentalmente nos enteramos de que conquistó el distrito de Anshan en Elam. Después de Gudea, tenemos información sobre los nombres de cuatro gobernantes más de Shirpurla, pero en estos reinados subsiguientes la ciudad parece haberse hundido rápidamente en la insignificancia política. Otra dinastía sumeria fue la de Erech, o Gishban. Hacia 4000 antes de Cristo un tal Lugal Zaggisi, hijo del Patesi de Gishban, que se convirtió en rey de Erech, se titulaba orgullosamente rey del Mundo, como habían hecho Enshagkusama y Alushardid, afirmaba gobernar desde el Golfo Pérsico al Mediterráneo, y alaba al dios supremo Enlil, o Bel, de Nippur, que “le concedió el dominio de todo desde donde sale el sol hasta su ocaso e hizo que los países vivieran en paz”. Aun así no nos parece sino un precario resplandor de gloria; pues después de su hijo Lugal-Kisalsi el reino de Erech desaparece en la noche del pasado. Lo mismo puede decirse de la dinastía de Agade. El hijo de Ittibel, Sargón I, aparece repentinamente ante nosotros como una figura gigante de la historia hacia el 3800 antes de Cristo. Fue un monarca orgulloso de su raza e idioma, pues sus inscripciones estaban en su lengua materna semítica, no en sumerio, como el de los reyes anteriores. Es correctamente denominado el primer fundador de un imperio semítico. Bajo él floreció el lenguaje semítico, la literatura, y el arte, especialmente la arquitectura. Estableció su dominio en Susa, la capital de Elam, sometió Siria y Palestina en tres campañas, erigió una imagen suya en la costa siria, como monumento de sus triunfos, y unió sus conquistas en un imperio. Naram-Sin, su hijo, extendió incluso las conquistas de su padre, invadiendo la península del Sinaí y, aparentemente, Chipre, donde se encontró un sello cilíndrico en el que recibe homenaje como un dios. En las inscripciones de esa fecha aparece por primera vez la mención de la ciudad de la Puerta de Dios, o Babilonia (Bâb-ilu, a veces Bâb-ilani, de donde el griego Babulon, luego escrito ideográficamente Kâ-Dungir).

Después de Bingani, hijo de Naram-Sin, los éxitos semíticos se eclipsaron temporalmente; Egipto ocupó el Sinaí, Elam se hizo de nuevo independiente, y en la propia Babilonia se reafirmó el elemento sumerio. Encontramos ya destacada una dinastía de Ur. Esta ciudad parece haber ejercido en dos periodos distintos la hegemonía en el Valle del Éufrates o en parte de él. El primero bajo Ungur y Dungi I, hacia el 3400 antes de Cristo. Este Ungur asumió el título de rey de Sumer y Akkad, haciendo así el primer intento de unir el Norte y Sur de Babilonia en una unidad política, e inaugurando un título real que se mantuvo quizá más tiempo que el título de ninguna otra dignidad desde que se creó el mundo. Ur predomina, por segunda vez, hacia el 2800 antes de Cristo, Bajo Dungi II, Gungunu, Bur-Sin, Gimil-Sin e Ine Sin, cuyas construcciones y fortificaciones se encuentran en muchas ciudades de Babilonia. La historia de Ur es hasta ahora tan oscura que algunos eruditos (Thureau-Dangin, Hilprecht, Bezold) no aceptan sino dos dinastías, otros (Rogers) tres, otros (Hugo, Radau) cuatro. La supremacía de Ur fue seguida, hacia 2500 antes de Cristo, por la de (N)Isin, aparentemente una ciudad sin importancia, pues sus gobernantes se titulan a sí mismos Pastores, o Graciosos Señores, de Isin, y colocan este título detrás del de rey de Ur, Eridu, Erech, y Nippur. Conocemos a seis gobernantes de Isin: Ishbigarra, Libit-Ishtar, Bur-Sin II, Ur-Ninib, Ishme-Dagan, y Enannatum. El último de los reinos-ciudad fue el de Larsa, hacia 2300 antes de Cristo, con sus soberanos Siniddinam Nur-Adad, Chedornanchundi, Chedorlaomer, Chedormabug, y Eri-Aku. La formación de estos nombres reales con Chedor, la elamita Kudor, muestra suficientemente que no pertenecían a una dinastía nativa, ni sumeria ni semita. Uno de los invasores elamitas de Babilonia más antiguos fue Rim-Amun, quien logró una posición de fuerza tal en suelo babilonio que el año de su reinado fue usado para fechar las tablillas de los contratos, signo seguro de que era al menos rey de facto. Chedornanchundi invadió Babilonia hacia el año 2285, llegó a Erech, derribó sus templos, y capturó a la diosa de la ciudad; pero subsiste la duda de si estableció un gobierno permanente. Algo después Chedorlaomer (Kudur-Laghamar, “Servidor de Laghamar”, una deidad elamita), al que conocemos por la Biblia, parece haber tenido más éxito. No sólo aparece como supremo señor de Babilonia, sino que lleva sus conquistas tan lejos como Palestina. Chedormabug era originalmente príncipe de Emutbal, o Elam occidental, pero logró dominio sobre Babilonia y reconstruyó el templo en Ur. Su hijo, Rim-Sin, o Eri-Aku, se consideró tan bien establecido en el territorio babilonio que adoptó los antiguos títulos, exaltador de Ur, rey de Larsa, rey de Sumer y Akkad. Aun así fue el último de los reyes de ciudades, y un nuevo orden de cosas comenzó con el surgimiento de Babilonia.

Primer imperio

La dinastía que puso los cimientos de la grandeza de Babilonia es a veces llamada árabe. Ciertamente era semítica occidental y casi seguramente amorrea. Los babilonios la llamaron dinastía de Babilonia, pues, aunque extranjera en su origen, puede haber tenido su hogar efectivo en esa ciudad, que la recordó con gratitud y orgullo. Duró 296 años y vio la máxima gloria del imperio antiguo y tal vez la Edad de Oro de la raza semita en el mundo antiguo. Los nombres de sus monarcas son: Sumu-abi (15 años), Sumu-la-ilu (35), Zabin (14), Apil-Sin (18), Sin-muballit (30), Hammurabi (35), Samsu-iluna (35), Abishua (25), Ammi-titana (25), Ammizaduga (2), Samsu-titana (31). Bajo los cinco primeros reyes Babilonia era aún sólo la más poderosa entre varias ciudades rivales, pero el sexto rey, Hammurabi, que tuvo éxito en vencer toda oposición, logró el gobierno absoluto del Norte y el Sur de Babilonia y expulsó a los invasores elamitas. De ahí en adelante Babilonia formó un solo estado y se unió en un imperio. Hubo aparentemente días tormentosos antes del triunfo final de Hammurabi. El segundo gobernante reforzó su capital con amplias fortalezas; el tercero estuvo aparentemente en peligro por culpa de un pretendiente nativo o rival exterior llamado Immeru. Sólo el cuarto gobernante se tituló claramente rey; mientras que el propio Hammurabi al comienzo de su reinado reconoció la soberanía de Elam. Este Hammurabi es una de las más gigantescas figuras de la historia universal, digno de figurar junto a Alejandro, César, o Napoleón, pero comparable mejor a Carlomagno, un conquistador y legislador, cuyo poderoso genio creó del caos un imperio duradero, y cuya benéfica influencia se mantuvo por siglos en un área casi tan extensa como Europa. Es indudable que una docena de siglos después los reyes asirios iban a hacer conquistas mayores que él, pero mientras aquellos fueron gigantes destructores él fue un gigante constructor. Su amplia correspondencia pública y privada nos da un conocimiento profundo de sus numerosas preocupaciones, su minuciosa atención a los detalles, sus métodos constitucionales (Ver “Las cartas e inscripciones de Hammurabi”, por L.W. King; Londres, 1898, 3 vols.). Su famoso código de leyes civiles y criminales ilustra sobre su genio como legislador y juez. La estela en que están inscritas estas leyes se encontró en Susa por M. De Morgan y el fraile dominico Scheil, y fue publicada por primera vez y traducida por este último en 1902. Este asombroso descubrimiento que nos da, en 3638 cortas líneas, 282 leyes y regulaciones que afectan a todo el ámbito de la vida pública y privada, no tiene igual incluso en la maravillosa historia de la investigación babilónica. De ningún otro documento se puede obtener una estimación más rápida y precisa de la civilización babilónica como de este código. (Para una traducción inglesa completa ver T.G. Pinches, op. cit., pp. 487-519). Mientras que a los reyes asirios les gustaba llenar sus jactanciosas crónicas con espantosas descripciones de batallas y guerra, de modo que poseemos los más minuciosos detalles de sus campañas militares, el genio de Babilonia, por el contrario era de paz, cultura, y progreso. La edificación de templos, la ornamentación de ciudades, la excavación de canales, la construcción de caminos, la creación de leyes era su orgullo; sus crónicas alientan, o afectan alentar, una serena tranquilidad; las hazañas bélicas sólo se mencionan de pasada, de ahí que no tengamos, ni siquiera en el caso de los dos máximos conquistadores babilonios, Hammurabi y Nabucodonosor II, sino escasa información de sus hechos de armas.”Excavé el canal Hammurabi, bendición de los hombres, que trae el agua que desborda hasta la tierra de Sumer y Akkad. Sus orillas de ambos lados hice tierra arable; semilla en abundancia esparcí sobre ella. Agua duradera suministré a la tierra de Sumer y Akkad. Uní a los pueblos separados de la tierra de Sumer y Akkad, con bendiciones y abundancia les doté, en moradas pacíficas les hice vivir” – tal es el estilo de Hammurabi. En lo que parece una oda sobre el rey, grabada en su estatua encontramos las palabras: “Hammurabi, el fuerte guerrero, el destructor de sus enemigos, él es el huracán de la batalla, barriendo la tierra de sus enemigos, él anula la oposición, pone fin a la insurrección, destroza al guerrero como a una imagen de arcilla” Pero aún hay detalles cronológicos confusos. En una lista de fechas muy fragmentaria se da el 31º año de su reinado como el de la tierra de Emutbalu, que se toma habitualmente como el de su victoria sobre Elam occidental, y se considera por muchos como el de su conquista de Larsa y de su rey, Rim-Sin, o Eri-Aku. Si el Amrafel bíblico es Hammurabi tenemos en Gén., 14, la crónica de una expedición suya a la tierra occidental anterior a su trigésimo primer año de reinado. De los inmediatos sucesores de Hammurabi no sabemos nada excepto que reinaron en pacífica prosperidad. Que prosperó el comercio y se construyeron templos, es todo lo que podemos decir.

La dinastía amorrea fue sucedida por una serie de once reyes que pueden ser apropiadamente designados como la Dinastía desconocida, la cual ha recibido una cantidad de nombres: Ura-Azag, Uru-ku, Shish-ku. No es seguro si fue semita o no; los años de reinado se dan en la “lista de reyes”, pero son sorprendentemente largos (60-50-55-50-28, etc.), así que no sólo se plantean grandes dudas sobre la corrección de estas fechas, sino que la propia existencia de esta dinastía es puesta en duda o rechazada por algunos estudiosos (como Hommel). En realidad, es notable que los reyes sean once, como los de la dinastía amorrea, y que en ninguna parte encontremos una clara evidencia de su existencia; aun así estas premisas difícilmente bastan para probar que un documento tan antiguo como la “lista de reyes” cometa el imperdonable error de atribuir casi cuatro siglos de gobierno a una dinastía que en realidad era contemporánea, si no idéntica, a la de los monarcas amorreos. Sus nombres son ciertamente muy enigmáticos, pero se ha sugerido que no eran nombres personales, sino nombres de los barrios de la ciudad de los que eran originarios. Si esta dinastía ha tenido existencia, es seguro decir que eran gobernantes nativos, y que sucedieron a los amorreos sin ruptura de la vida nacional y política. Debido a la cuestionable realidad de esta dinastía, la cronología de la anterior varía grandemente; de ahí surge, por ejemplo, que las fechas de Hammurabi se den como 1772-17 en el “Diccionario de la Biblia” de Hasting, mientras que la mayoría de estudiosos la colocan hacia el 2100 antes de Cristo, o un poco antes; ni tampoco hay los indicios necesarios para demostrar que, sea o no ficticia la “Dinastía desconocida”, la última fecha sea aproximadamente correcta.

En tercer lugar viene la dinastía casita, de treinta y seis reyes, durante 576 años. La tablilla con esta lista está desgraciadamente mutilada, pero casi todos los diecinueve nombres que faltan pueden ser suministrados con alguna exactitud por otras fuentes, tales como la historia sincrónica asiria y la correspondencia con Egipto. Esta dinastía era extranjera, pero su lugar de origen no es fácil de establecer. En su propia designación oficial se titulan a sí mismos reyes de Kardunyash y el rey de Egipto se dirige a Kadashman Bel como rey de Kardunyash. Este Kardunyash ha sido provisionalmente identificada con Elam del Sur. La información sobre el periodo casita se ha logrado sólo escasamente. Tenemos una copia asiria de una inscripción de Agum-Kakrime, quizá el séptimo rey de esta dinastía: se llama a sí mismo: “rey de Kasshu y Akkad, rey de la extensa tierra de Babilonia, que hizo que mucha gente se estableciera en el país de Ashmumak, rey de Padan y Alvan, rey del país de Guti, muy extensos pueblos, rey que gobierna los cuatro confines del mundo”. La extensión del territorio bajo dominio del monarca babilónico es pues más amplia incluso que la de la dinastía amorrea; pero en el título real, que es totalmente desacostumbrado en su forma, Babilonia sólo tiene el tercer lugar; sólo unas generaciones después, sin embargo, se reasumen el antiguo estilo y título, y Babilonia se coloca de nuevo en primer lugar; los conquistadores extranjeros fueron evidentemente conquistados por la pacífica conquista de la superior civilización babilónica. Este Agum-Kakrime con todos sus extensos dominios tuvo aun así que enviar una embajada al país de Khani para conseguir los dioses Marduk y Zarpanit, los más sagrados ídolos nacionales, que habían sido evidentemente capturados por el enemigo. El siguiente rey del que tenemos algún conocimiento es Karaindash (1450 antes de Cristo) quien fijó las fronteras de su reino con su contemporáneo Asshur-bel-nisheshu de Asiria. A partir de las tablillas de Tell-el-marna concluimos que en 1400 antes de Cristo Babilonia ya no era la única gran potencia de Asia occidental; el reino de Asiria y el reino de Mittani eran sus rivales y casi iguales. Aun así en las cartas que se cruzaron entre Kadashman-Bel y Amenofis III, rey de Egipto, es evidente que el rey de Babilonia podía asumir un tono más independiente de cortés igualdad con el gran Faraón que los reyes de Asiria o Mittani. Cuando Amenofis pide a la hermana de Kadashman-Bel en matrimonio, Kadashman-Bel rápidamente pide a cambio a la hermana de Amenofis; y cuando Amenofis vacila, Kadashman-Bel rápidamente le contesta que, salvo que se le envíe alguna bella egipcia de rango principesco, Amenofis no tendrá a su hermana. Cuando Asiria buscó la ayuda egipcia contra Babilonia, Kadashman-Bel diplomáticamente recuerda al Faraón que Babilonia no ha dado en tiempos pasados ayuda a los príncipes sirios vasallos contra su soberano egipcio, y espera que Egipto ahora actúe de la misma manera no concediendo ayuda a Asiria. Y cuando una caravana babilonia ha sido asaltada por gente de Akko en Canáan, el gobierno egipcio recibe una perentoria carta de Babilonia pidiendo amende honorable y restitución. Amenofis es considerado responsable, “pues Canaán es tu país, y tú eres su rey”. Kadashman-Bel fue sucedido por Burnaburiash I, Kurigalzu I, Burnaburiash II. Seis cartas del último citado a Amenhotep IV de Egipto sugieren un periodo de perfecta tranquilidad y prosperidad. Para las causas y el resultado del primer gran conflicto entre Asiria y Babilonia ver ASIRIA.

Cómo acabó la larga dinastía casita no lo sabemos, pero fue sucedida por la dinastía de Pashi (algunos la llaman Isin), once reyes en 132 años (hacia 1200-1064 antes de Cristo). El monarca más grande de esta casa fue Nabucodonosor I (hacia 1135-1125 antes de Cristo); aunque dos veces derrotado por Asiria, tuvo éxito contra los Lulubi, castigó a Elam, e invadió Siria, y por sus brillantes logros detuvo la inevitable decadencia de Babilonia. Las dos dinastías siguientes son conocidas como la del País del Mar, y la de Bazi, de tres reyes cada una y fueron seguidas por un rey elamita (ca. 1064-900 antes de Cristo). A estas oscuras dinastías le sigue la larga serie de reyes babilónicos, que reinaron mayoritariamente como vasallos, a veces casi independientes, a veces como reyes rebeldes en el periodo de supremacía asiria (para lo cual ver Asiria).

Segundo imperio o imperio caldeo

Con la muerte, el año 626 antes de Cristo, de Kandalanu (el nombre babilónico de Asurbanipal), rey de Asiria, el poder asirio en Babilonia cesó prácticamente. Nabopolasar, un caldeo que había ascendido desde la posición de general del ejército asirio, gobernó Babilonia como Shakkanak durante algunos años bajo la nominal dependencia de Nínive. Luego, como rey de Babilonia, invadió y anexionó las provincias mesopotámicas de Asiria, y cuando Sinsharishkun, último rey de Asiria, intentó impedir su vuelta y amenazó Babilonia, Nabopolasar llamó en su ayuda a los Manda, tribus nómadas del Kurdistán, algo incorrectamente identificadas con los Medos. Aunque Nabopolasar sin duda contribuyó a los acontecimientos que condujeron a la completa destrucción de Nínive (606 antes de Cristo) por estos bárbaros mandas, en apariencia no cooperó personalmente en la toma de la ciudad, ni participó del botín, pero utilizó la oportunidad para establecer firmemente su trono en Babilonia. Aunque semitas, los caldeos pertenecían a una raza completamente distinta de la babilónica propiamente dicha, y eran extranjeros en el Valle del Éufrates. Eran colonos de Arabia, que habían invadido Babilonia desde el sur. Su plaza fuerte era el distrito conocido como País del Mar. Durante la supremacía asiria las fuerzas aliadas de Babilonia y Asiria les habían puesto en jaque, pero, debido probablemente a las terribles atrocidades asirias en Babilonia, los ciudadanos habían comenzado a pedir ayuda a sus antiguos enemigos, y el poder caldeo había comenzado a crecer rápidamente en Babilonia hasta que, con Nabopolasar, asumió las riendas del gobierno, y así imperceptiblemente una raza extranjera se impuso a los antiguos habitantes. La ciudad siguió siendo la misma, pero su nacionalidad cambió. Nabopolasar debe haber sido un gobernante fuerte y benéfico, ocupado en reconstruir templos y excavar canales, como sus predecesores, y aun así mantuvo su control sobre las provincias conquistadas. Los egipcios, que habían sabido de la debilidad de Asiria, ya habían, tres años antes de la caída de Nínive, cruzado las fronteras con un poderoso ejército mandado por Necao II, con la esperanza de participar en la desmembración del Imperio asirio. Cómo Josías de Judá, al intentar impedir su avance, fue muerto en Megido se sabe por IV Reyes, 23, 29.

Mientras tanto Nínive fue tomada y Necao, quedando satisfecho con la conquista de las provincias sirias, no avanzó más allá. Algunos años después, sin embargo, hizo marchar un colosal ejército de Egipto al Éufrates con la esperanza de anexionarse parte de Mesopotamia. Se enfrentó con el ejército babilonio en Carchemish, la antigua capital hitita, dónde deseaba cruzar el Éufrates. Nabopolasar, impedido por su mala salud y avanzada edad, había enviado a su hijo Nabucodonosor, y le puso al mando. Los egipcios fueron absolutamente derrotados en este gran encuentro, uno de los más importantes de la historia (604 antes de Cristo). Nabucodonosor persiguió al enemigo hasta las fronteras de Egipto, donde recibió la noticia de la muerte de su padre. Se apresuró a volver a Babilonia, fue recibido sin oposición, y comenzó, en 604 antes de Cristo, los cuarenta y dos años del más glorioso reinado. Sus primeras dificultades surgieron en Judá. Contra la solemne advertencia del profeta Jeremías, Joaquín rehusó pagar el tributo, esto es, se rebeló contra Babilonia. Al principio Nabucodonosor II emprendió una pequeña guerra de guerrilla contra Jerusalén; luego, en 597 antes de Cristo, despachó un considerable ejército, y tras un intervalo comenzó en persona el asedio. Sin embargo Jeconías, hijo de Joaquín que, mozo de dieciocho años, había sucedido a su padre, se rindió; se llevó a 7000 hombres capaces de llevar armas y 1000 trabajadores del hierro y les hizo constituir una colonia en un canal cerca de Nippur (el río Chobar en Ezequiel, 1, 1), y Sedecías sustituyó a Jeconías como rey vasallo de Judá.

Unos diez años después Nabucodonosor se encontró una vez más en Palestina. Hofra, rey de Egipto, que había sucedido a Necao II en 589 antes de Cristo, había intentado por medio de agentes secretos asociar a todos los estados sirios en una conspiración contra Babilonia. Edom, Moab, Ammon, Tiro y Sidón habían entrado en la coalición, y al final incluso Judá se había unido, y Sedecías, contra el consejo de Jeremías, rompió su juramento de fidelidad a los caldeos. Un ejército babilonio empezó a cercar Jerusalén en 587 antes de Cristo. Fueron incapaces de tomar la ciudad por asalto y pretendieron someterla por hambre. Pero el Faraón Hofra entró en Palestina para ayudar a los sitiados. Los babilonios levantaron el asedio para expulsar a los egipcios; luego volvieron a Jerusalén y continuaron el sitio con encarnizado rigor. El 9 de Julio de 586 antes de Cristo, entraron en tropel a través de una brecha en la muralla de Ezequías y tomaron la ciudad por asalto. Capturaron al fugitivo Sedecías y lo llevaron ante Nabucodonosor en Riblah, donde sus hijos fueron muertos delante de él y cegaron sus ojos. La ciudad fue destruida y los tesoros del Templo llevados a Babilonia. Una gran cantidad de su población fue deportada a algunos distritos de Babilonia, y sólo a un escaso resto se le permitió permanecer bajo las órdenes del gobernador judío Godolías. Cuando este gobernador fue asesinado por una facción judía mandada por Ismael, una parte de este resto, temiendo la ira de Nabucodonosor, emigró a Egipto, llevándose consigo a la fuerza al profeta Jeremías.

La expedición de Babilonia a Judá terminó pues dejando un distrito devastado, despoblado y en ruinas. Nabucodonosor entonces volvió sus armas contra Tiro. Después de Egipto, esta ciudad había sido probablemente el origen principal de la coalición contra Babilonia. El castigo previsto para Tiro era el mismo que el de Jerusalén, pero Nabucodonosor no tuvo éxito como lo tuvo con la capital de Judá. La situación de Tiro era inconmensurablemente superior a la de Jerusalén. Los babilonios no tenían flota; por ello, en tanto que el mar permaneciera abierto, Tiro era inexpugnable. Los caldeos estuvieron ante Tiro trece años (585-572), pero no consiguieron tomarla. Ethobal II, su rey, parece haber llegado a un acuerdo con el rey de Babilonia, temiendo, sin duda, la lenta pero segura destrucción del comercio de Tiro con el interior; al menos tenemos la evidencia, por la tablilla de un contrato fechado en Tiro, de que Nabucodonosor a fines de su reinado era reconocido como soberano de la ciudad. No obstante el escaso éxito contra Tiro, Nabucodonosor atacó Egipto en 567. Penetró hasta el mismo corazón del país, destruyó y saqueó cuanto quiso, aparentemente sin oposición, y regresó cargado de botín por las provincias sirias. Pero el resultado no fue una ocupación permanente de Egipto por Babilonia.

Así pues el caldeo Nabucodonosor demostró ser un capaz gobernante militar, aunque como monarca de Babilonia, siguiendo la costumbre de sus predecesores, se glorió no de sus artes de guerra, sino de paz. Su orgullo eran las vastas operaciones de construcción que hicieron de Babilonia una ciudad (para aquellos días) inexpugnable, que adornó la ciudad con palacios, y la famosa “vía procesionaria”, y la Puerta de Ishtar, y que restauró y embelleció un gran número de templos en diversas ciudades de Babilonia. Sobre la locura de Nabucodonosor (Daniel, 4, 26-34) no se ha encontrado hasta ahora ningún documento babilónico. Gran cantidad de sugerencias ingeniosas se han hecho en esta materia, una de las mejores de las cuales la sustitución de Nabucodonosor por Nabonid, hecha por el profesor Hommel, pero es mejor dejar la cuestión hasta que tengamos más información sobre el periodo. Del profeta Daniel no encontramos mención segura en documentos contemporáneos; el nombre babilónico del profeta, Baltasar (Balatsu-usur) es desgraciadamente muy común. Sabemos al menos de catorce personas de esa época llamadas Balatu y de siete llamadas Balatsu, pudiendo ser ambos nombres abreviaturas de Baltasar, o “Protege su vida”. La etimología de Sidrach y Misach es desconocida, pero Abednego y Arioch (Abdnebo y Eriaku) son bien conocidos. El profesor J. Oppert encontró la base de una gran estatua cerca de un montículo llamado Douair, al este de Babilonia, y esta puede haber pertenecido a la imagen de oro erigida “en la llanura de Dura de la provincia de Babilonia” (Dan., 3, 1). El año 561 antes de Cristo, Nabucodonosor fue sucedido por Evil-Merodach (IV Reyes, 25, 27), quien liberó a Joaquín de Judá y le puso por encima de los demás reyes vasallos en Babilonia, pero su blando gobierno evidentemente disgustó a la casta sacerdotal, y le acusaron de gobernar ilegal y extravagantemente. Después de menos de tres años fue asesinado por Neriglisar (Nergal-sar-usur), su cuñado, que es posiblemente el Nergalsharezer presente en la toma de Jerusalén (Jer., 39, 3-13). Neriglisar fue sucedido tras cuatro años por su hijo Labasi-Marduk, nada más que un niño, quien reinó nueve meses y fue asesinado. Los conspiradores eligieron a Nabonid (Nabu-na’id) para el trono. Era un anticuario real más que un gobernante. Reconstruyo desde sus cimientos el gran templo Shamash en Sippar y el templo Sin en Harran, y en su reinado las murallas de la ciudad de Babilonia “fueron curiosamente construidas con ladrillo cocido y betún”. Pero él residía en Tema, evitaba la capital, ofendía a las ciudades de provincia transportando sus dioses a Shu-anna, y se enajenaba al clero de Babilonia por lo que ellos llamaban piedad mal dirigida. Para nosotros su búsqueda anticuaria de las primeras piedras de los templos que reconstruyó es de la máxima importancia. Nos dice que la primera piedra del templo Shamash puesta por Naram Sin no había sido vista durante 3200 años, lo que, aproximadamente, nos da la fecha de 3800 antes de Cristo para Sargón de Akkad, padre de Naram Sin; sobre esta fecha se ha basado la mayor parte de nuestra cronología primitiva babilónica. Las tareas efectivas de gobierno parecen haber estado en gran medida en manos del príncipe heredero Baltasar (Bel-shar-usur), que residía como regente en Babilonia.

Mientras tanto Ciro, reyezuelo de Anshan, había comenzado su carrera de conquistas. Derrocó a Astiages, rey de los medos, victoria por la cual Nabonid le alabó como joven siervo de Merodach; derrotó a Creso, rey de Lidia y a su coalición; asumió el título de rey de los Parsu, y dio comienzo a una nueva potencia mundial indo-germánica que reemplazó a la decrépita civilización semítica. Al final Nabonid, dándose cuenta de la situación, se enfrentó con los persas en Opis. Debido a la disensión interna entre los babilonios, muchos de los cuales estaban insatisfechos con Nabonid, los persas tuvieron una fácil victoria, tomando la ciudad de Sippar sin lucha. Nabonid huyó a Babilonia. Los soldados de Ciro, bajo el mando de Ugbaru (Gobryas), gobernador de Gutium, entraron en la capital sin violencia y capturaron a Nabonid. Esto sucedía en Junio; en Octubre Ciro en persona entró en la ciudad, rindiendo homenaje a Marduk en E-sagila. Una semana después los persas entraron, por la noche, en el barrio de la ciudad en que Baltasar ocupaba una posición fortificada aparentemente segura, donde los vasos sagrados del templo de Jehová fueron profanados, donde apareció en la pared la mano escribiendo Mane, Tekel, Phares , y donde se ofreció a Daniel el tercer puesto del reino (esto es, detrás de Nabonid y Baltasar). Esa misma noche Baltasar fue muerto y el Imperio semita de Babilonia llegó a su fin, pues el ex-rey Nabonid pasó el resto de su vida en Carmania.

En cierto sentido aquí termina la historia de Babilonia, y empieza la historia de Persia, aunque son precisas algunas palabras sobre la vuelta de los cautivos judíos tras setenta años de exilio. Se ha supuesto durante mucho tiempo que Ciro, que profesaba la religión mazdeísta, era un monoteísta estricto y que liberó a los judíos por simpatía hacia su fe. Pero este rey fue, aparentemente, sólo un instrumento inconsciente en manos de Dios, y el permiso de retorno de los judíos fue meramente debido a sagacidad política y deseo de popularidad en sus nuevos dominios. Tenemos al menos inscripciones suyas en las que se muestra muy efusivo en su homenaje al Panteón babilónico. Como Nabonid había ultrajado los sentimientos religiosos de sus súbditos reuniendo todos sus dioses en Shu-anna, Ciro llevó a cabo la política contraria y devolvió todos estos dioses a sus fieles; y , no teniendo ídolos los judíos, les devolvió los vasos sagrados que Baltasar había profanado, y les dio permiso para la reconstrucción de su Templo. La misma fraseología del decreto que da I Esdras, 1, 2 y ss., refiriéndose al “Dios de los cielos” muestra su respetuosa actitud, si no inclinación, hacia el monoteísmo, que era profesado por tantos de sus súbditos indo-germánicos. Darío Histaspes, que en 521 antes de Cristo, tras derrotar al pseudo-Esmerdis, sucedió a Cambises (rey de Babilonia desde 530 antes de Cristo) era un convencido monoteísta y adorador de Ahuramazda, y si fue él quien ordenó y ayudó a la terminación del templo en Jerusalén, tras la interrupción provocada por la intervención samaritana, fue sin duda por simpatía hacia la religión judía (I Esdras, 6, 1 y ss.). No es totalmente seguro, sin embargo, que el Darío allí referido sea este rey; se ha sugerido que se trata de Darío Notus, quien subió al trono casi cien años después. Zorobabel es un nombre completamente babilonio y aparece con frecuencia en documentos de esa época. Pero hasta ahora no podemos encontrar relación alguna entre el Zorobabel de la Escritura y los mencionados en estos documentos.

Algunas referencas bíblicas específicas

1. El primer pasaje referente a Babilonia está en Gén., 10, 8-10:” Kush engendró a Nemrod, y el comienzo de su reino fue Babel y Arac y Acad y Calneh en la tierra de Senaar” El gran valor histórico de estas genealogías en el Génesis ha sido reconocido por estudiosos de todas las escuelas; estas genealogías son, sin embargo, no de personas, sino de tribus, lo que resulta obvio en una audaz metáfora tal como “Canaán engendró a Sidón, su primogénito” (versículo 15). Pero en muchos casos los nombres son los de personas reales cuyos nombres personales se convirtieron en designaciones de tribus, tal como en casos conocidos de los clanes escoceses e irlandeses o tribus árabes. Kush engendró a Nemrod. Kush, según el relato bíblico, no era semita, y es notable que todos los recientes descubrimientos parecen apuntar al hecho de que la civilización original de Babilonia fue no-semita y que el elemento semítico sólo gradualmente desplazó a los aborígenes y adoptó su cultura. Debe señalarse también que en el versículo 22 Asur es descrito como hijo de Sem, aunque en el versículo 11 Asur sale de la tierra de Senaar. Esto exactamente representa el hecho de que Asiria era puramente semítica donde Babilonia no lo era. Algunos ven en Kush una designación de la ciudad de Kish, mencionada arriba entre las ciudades de la Babilonia primitiva, y ciertamente una de sus más antiguas ciudades. Nemrod, según esta suposición, no sería sino Nin-marad, o Señor de Marad, que era una ciudad hija de Kish. Gilgamesh, a quien la mitología transformó en un Hércules babilónico, cuyas aventuras se describen en la epopeya de Gilgamesh, sería entonces la persona designada por el Nemrod bíblico. Otros a su vez ven en Nemrod una corrupción intencional de Amarudu, la versión acadia de Marduk, a quien los babilonios adoraban como gran Dios, y que, tal vez, era el deificado ancestro de su ciudad. Esta corrupción sería paralela a Nisroch (IV Reyes, 19, 37) por Assuraku, y Nibhaz (IV Reyes, 17, 31) por Abahazu, o Abe Nego por Abdnebo. La descripción de “robusto cazador” o héroe-trampero cuadraría bien con el papel atribuido al dios Marduk, que atrapó al monstruo Tiamtu en su red. Ambos ejemplos bíblicos, IV Reyes, 17, 31 y 19, 37, sin embargo, son muy dudosos, y Nisroch ha encontrado una explicación más probable.

2.“El comienzo de su reino fue Babel y Arac y Acad y Calneh”. Estas ciudades de Babilonia del Norte se enumeran probablemente en orden inverso a su antigüedad; así que Nippur (Calneh) es la más antigua, y Babilonia la más moderna. Recientes excavaciones han demostrado que Nippur data de mucho antes de la época sargónida (3800 antes de Cristo) y Nippur se menciona en la quinta tablilla de la Historia de la Creación babilónica.

3. El siguiente pasaje bíblico que precisa mención es el que trata de la Torre de Babel (Gén., 11, 1-9). Esta narración, aunque expresada en términos de folklore oriental, no expresa meramente una lección moral, sino que se refiere a algún hecho histórico del oscuro pasado. No hubo tal vez en el mundo antiguo lugar en toda la tierra en que se oyera tal variedad de lenguas y dialectos como en Babilonia, donde acadios, sumerios y amorreos, elamitas, casitas, sutitas, kutitas, y quizá hititas se reunían y dejaban su huella en el lenguaje; donde asirios y babilonios semitas sólo muy gradualmente desplazaron la lengua no semítica más antigua, y donde durante muchos siglos la gente era al menos bilingüe. Fue el lugar de encuentro de turanios, semitas e indogermánicos. Aun así permanecía en la conciencia nacional el recuerdo de los primeros pobladores de la llanura babilónica que hablaban un solo lenguaje. “Vinieron del Este” como dice la Biblia y todas las recientes investigaciones sugieren. Cuando leemos “la tierra tenía una sola lengua”, no es preciso que tomemos esta palabra en su sentido más amplio, pues la misma palabra se traduce a menudo como “país”. La filología podrá o no probar la unidad del habla humana, y la descendencia del hombre de una única pareja parece postular la unidad original del lenguaje, pero en cualquier caso la Biblia aquí no parece referirse a eso, y el propio relato bíblico sugiere que una gran variedad de lenguas existía antes de la fundación de Babilonia. No hay sino que referirse a Gén., 10, 5,21,31: “Según familias y lenguas y regiones y naciones”; y Gén., 10, 10 donde Babilonia es presentada como casi contemporánea de Arac, Acad, y Calneh, y posterior a Gomer, Magog, Elam, Arfaxad, de modo que la división original de lenguas no puede haber tenido lugar primero en Babel. Qué hecho histórico se esconde tras el relato de la construcción de la Torre de Babel es difícil de aseverar. Por supuesto cualquier intento real de alcanzar el cielo está fuera de cuestión. Las montañas de Elam estaban demasiado cerca como para mostrarles que unas pocas yardas más o menos no tenían importancia a la hora de conseguir tocar el cielo. Pero el deseo de tener un punto de reunión en la llanura es sólo demasiado natural. Es un hecho chocante que la mayor parte de la ciudades babilónicas tuvieran un zigurat (un estrado o torre de templo), y que estos llevasen nombres sumerios muy significativos, como por ejemplo, en Nippur, Dur-anki, “Enlace del cielo y la tierra”—“la cima del cual alcanza los cielos, y su cimiento descansa en la brillante profundidad”; o, en Babilonia, Esagila, “Casa del Supremo Jefe”, cuya más antigua denominación era Etemenanki, “Casa del Fundamento del Cielo y la Tierra”; o Ezida en Borsippa, por su designación más antigua Euriminianki, o “Casa de las Siete Esferas del Cielo y la Tierra”. Los restos de Ezida, actualmente Birs Nimrud, son señalados tradicionalmente como la Torre de Babel; si es correctamente, es imposible decirlo; Esagila, en la misma Babilonia, tiene igual, si no mejor, pretensión. No tenemos constancia de que la construcción de la ciudad y la torre fuera interrumpida por una catástrofe tal como la confusión de lenguas; pero que tal interrupción por causa de la diversidad del habla de la gente de la ciudad tuviera lugar, no es imposible. En cualquier caso sólo puede haber sido una interrupción, aunque quizá de muchos siglos, pues Babilonia creció y prosperó durante muchos siglos después del periodo al que se refiere el Génesis. La historia de la ciudad de Babilonia antes de la dinastía amorrea es un vacío absoluto, y no tenemos hechos para llenar los quince siglos de su existencia anterior a esa fecha. La etimología dada para el nombre Babel en Gén., 11, 9, no es el significado histórico de la palabra, que, como se dice más arriba es Kadungir, Bab-Ilu, o “Puerta de Dios”. La derivación en el Génesis se basa en la similitud de sonido con una palabra formada de la raíz balal, “balbucir” o “ser confuso”.

4. Lo siguiente que hay que mencionar es el relato de la batalla de los cuatro reyes contra cinco cerca del Mar Muerto (Gén. 14). La Senaar mencionada en el versículo 1 es el Sumer de las inscripciones babilónicas, y Amrafel se identifica por muchos eruditos con el gran Hammurabi, sexto rey de Babilonia. Al ser blanda la inicial gutural del nombre del rey, y siendo los babilonios dados a quitar sus haches, el nombre efectivamente se presenta en las inscripciones cuneiformes como Ammurapi. La ausencia de la l final surge del hecho de que el signo pi fue mal leído como bil o quizá ilu, el signo de la deificación o complemento del nombre, que se ha omitido. No hay dificultad filológica en esta identificación, pero la dificultad cronológica (es decir, de Hammurabi como vasallo de Chedorlaomer) ha llevado a otros a identificar a Amraphel con el padre de Hammurabi Sin-muballit, cuyo nombre se escribe ideográficamente Amar-Pal. Arioc, rey de Pontus (Pontus es la desafortunada tentativa de San Jerónimo para identificar Elasar) no es otro que Rim-Sin, rey de Larsa (Elasar en la Versión autorizada), cuyo nombre era Eri-Aku, y que fue derrotado y destronado por el rey de Babilonia, Hammurabi o Sin-mullabit; y si fue el primero, entonces esto ocurrió el trigesimo primer año de su reinado, el año del país de Emutbalu, al llevar Eri-Aku el título de rey de Larsa y Padre de Emutbalu. El nombre de Chedorlaomer se ha encontrado aparentemente, aunque no con total seguridad, en dos tablillas junto con los nombres de Eriaku y Tudhula, el cual es evidentemente “Tadal, rey de Goyim”. La palabra hebrea goyim, “naciones”, es un error de copista por Gutium, o Guti, un estado vecino que jugó un importante papel en toda la historia babilónica. De Kudur-laghumal, rey del país de Elam, se dice que “descendió“ y “ejerció soberanía en Babilonia la ciudad de Kar-Duniash”. Tenemos evidencia documental de que el padre de Eriaku, Kudurmabug, rey de Elam, y después de él, Hammurabi de Babilonia, afirmaron su autoridad sobre la tierra de Martu en Palestina. Este pasaje bíblico, por tanto, que antiguamente fue descrito como erizado de imposibilidades, sólo ha recibido hasta ahora confirmación de documentos babilonios.

5. Según Gén., 11, 28 y 31, Abraham era un babilonio de la ciudad de Ur. Es notable que el nombre Abu ramu (Padre honrado) aparece en las listas epónimas de 677 antes de Cristo, y Abe ramu, un nombre similar, en una tablilla-contrato en el reinado de Apil-Sin, mostrando así que Abram era un nombre babilonio en uso mucho antes y después de la fecha del patriarca. Su padre se trasladó de Ur a Harran, desde el antiguo centro del culto lunar al nuevo. La tradición talmúdica hace de Terah un idólatra, y su religión puede haber tenido que ver con su emigración. No se han hecho hasta ahora excavaciones en Harran, y el linaje de Abraham permanece oscuro. El Aberamu del reinado de Apil-Sin tenía un hijo Sha-Amurri, cuya conducta demuestra el temprano intercambio entre Babilonia y el país amorreo, o Palestina. En Canaán Abraham permaneció dentro de la esfera de influencia e idioma babilonio, o quizá incluso de autoridad. Varios siglos después, cuando Palestina ya no formaba parte del Imperio Babilónico, Abd-Hiba, rey de Jerusalén, en su intercambio con su soberano de Egipto, no escribía en su propio idioma ni en el del Faraón, sino en babilonio, el idioma universal de la época. Incluso cuando viajó a Egipto, Abraham permaneció bajo gobierno semítico, pues los Hicsos gobernaban allí.

6. Considerando que el progenitor de la raza hebrea fue un babilonio, y que la cultura babilónica siguió siendo la más importante en Asia Occidental durante más de 1000 años, la característica más asombrosa de las Escrituras hebreas es la casi completa ausencia de ideas religiosas babilónicas, tanto más cuanto que la religión babilónica, pese al politeísmo oriental, poseía un refinamiento, una nobleza de pensamiento, y una piedad, que a menudo son admirables. El relato babilónico de la creación, aunque a menudo comparado con el bíblico, difiere de él en puntos principales y esenciales pues no contiene afirmación directa de la Creación del mundo: Tiamtu y Apsu, la desolación húmeda y el abismo en unión conyugal, engendran el universo; Marduk, el conquistador del caos, forma y ordena todas las cosas; pero este es el ropaje mitológico de la evolución como opuesta a la creación.

No se hace a la deidad la primera y única causa de la existencia de todas las cosas; los propios dioses no son sino el resultado de fuerzas preexistentes, aparentemente eternas; no hay causa, sino efecto.Hace el mundo actual resultado de una gran guerra; es la historia de la Resistencia y la Lucha, que es exactamente lo opuesto al relato bíblico. No ordena las cosas creadas en grupos o clases, que es uno de los principales rasgos de la historia en el Génesis. La obra de creación no se divide en un número de días – la principal característica literaria del relato bíblico. La mitología babilónica posee algo análogo al jardín del Edén bíblico. Pero aunque aparentemente tengan la palabra Edina, no sólo significando “la llanura”, sino como nombre geográfico, su jardín de las delicias está situado en Eridu, “donde crece una viña oscura; fue hecho un lugar glorioso, plantado junto al abismo. En la morada gloriosa, que es como un bosque, se extiende su sombra; ningún hombre penetra en su centro. En su interior está el Dios-sol Tammuz. Entre las bocas de los ríos, que están a ambos lados.” Este pasaje tiene una chocante analogía con Gén., 2, 8-17. Los babilonios, sin embargo, no parecen haber tenido relato de la Caída. Parece probable que el nombre de Ea, o Ya, o Aa, el dios más antiguo del Panteón babilónico, se relacione con Jahve, Jahu o Ja del Antiguo Testamento. El profesor Delitzsch afirmó recientemente haber encontrado el nombre de Jahve-ilu en una tablilla babilonia, pero la lectura ha sido fuertemente discutida por otros eruditos. La máxima similitud entre las historias hebrea y babilonia está en sus relatos del Diluvio. Pir-napistum, el Noé babilónico, por orden de Ea, construye un barco y traslada allí a su familia, a las bestias del campo, y a los hijos de los artífices, y cierra las puertas. Seis días y seis noches sopló el viento, y la inundación arrolló la tierra. El séptimo día cesó la tormenta; aquietado, el mar retrocedió; toda la humanidad había vuelto a la corrupción. El barco se detuvo en la tierra de Nisir. Pir-napistum envió primero una paloma, que volvió; luego una golondrina, y volvió, luego un cuervo, y no volvió. Dejó el barco, derramó una libación, hizo una ofrenda en el pico de la montaña. “Los dioses olieron un sabor, los dioses olieron un sabor dulce, los dioses se congregaron como las moscas sobre el que hacía el sacrificio.” Nadie que lea el relato babilónico del Diluvio puede negar su íntima relación con la narración del Génesis, aunque la primera está tan íntimamente unida con la mitología babilónica, que el carácter inspirado del relato hebreo se aprecia mejor por contraste.

Religión

El Panteón babilónico surgió de la gradual amalgama de las deidades locales de las primitivas ciudades-estado de Sumer y Akkad. Y la mitología babilónica es principalmente la proyección en la esfera celeste de las aventuras terrenales de los primitivos centros de civilización en el valle del Éufrates. La religión babilónica, por tanto, es en gran medida un producto sumerio, esto es, mogol, sin duda modificado por la influencia semita, aunque llevando hasta el final la huella de su origen mogol en los propios nombres de sus dioses y en las lenguas muertas sagradas en las que se dirigen a ellos. El espíritu tutelar de una localidad extendía su poder con el poder político de sus adherentes; cuando los ciudadanos de una ciudad entraban en relaciones políticas con los ciudadanos de otra, la imaginación popular pronto creaba la relación de padre e hijo, hermano y hermana, o marido y mujer, entre sus dioses respectivos. La Trinidad babilónica de Anu, Bel y Ea es el resultado de una especulación tardía, que divide el poder divino en lo que gobierna el cielo, lo que gobierna la tierra y lo que gobierna bajo la tierra. Ea fue originariamente el dios de Eridu en el Golfo Pérsico y por tanto el dios del océano y de las aguas bajo él. Bel fue originariamente el espíritu principal (en sumerio En-lil, la designación más antigua de Bel, que en semita significa “jefe” o “señor”) de Nippur, uno de los más antiguos, posiblemente el más antiguo, centro de civilización después de Eridu. El culto local de Anu es hasta ahora inseguro; se ha sugerido que sea Erec; sabemos que Gudea le erigió un templo; siempre fue una personalidad en la sombra. Aunque jefe nominal del Panteón, en tiempos posteriores no tenía templos dedicados a él excepto uno, y el que compartía con Hadad. Sin, la luna, era el dios de Ur; Shamash, el sol, era el dios de Larsa y Sippar; cuamdo las dos ciudades de Girsu y Uruazaga se unieron en la única ciudad de Lagash, las dos deidades locales respectivas, Nin-Girsu y Bau, se convirtieron en marido y mujer, a los que Gudea trajo regalos de boda. Con el ascenso de Babilonia y la unificación política de todo el país bajo esta metrópoli, el dios de la ciudad Marduk, cuyo nombre no aparece en ninguna inscripción anterior a Hammurabi, salta al primer plano. Los teólogos babilonios no sólo le dan sitio en el Panteón, sino que en la epopeya “Enuma Elish” se relata cómo en recompensa por vencer al Dragón del Caos, los grandes dioses, sus padres, concedieron a Marduk sus propios nombres y títulos. Marduk eclipsó gradualmente tanto a las demás deidades que estas fueron consideradas como meras manifestaciones de Marduk, cuyo nombre se convirtió casi en sinónimo de Dios. Y aunque Babilonia nunca alcanzó del todo el monoteísmo, sus ideas a veces parecen llegar cerca de él. A diferencia de los asirios, los babilonios nunca tuvieron una deidad femenina de tanto nivel en el Panteón como Ishtar de Nínive o Arbela. En el Segundo Imperio, Nebo, el dios de la ciudad de Borsippa, frente a Babilonia, asciende a la preeminencia y gana honores casi iguales a los de Marduk, y las ciudades gemelas tienen dos dioses casi inseparables. A juzgar por la continua invocación a los dioses en cada detalle concebible de la vida, y por el continuo reconocimiento de la dependencia de ellos, y por las humildes y ansiosas plegarias que aún existen, los babilonios fueron una nación de destacada piedad.

Civilización

Es imposible dar en este artículo una idea de la asombrosa cultura que se había desarrollado en el Valle del Éufrates, la cuna de la civilización, incluso ya en el 2300 antes de Cristo. Un examen del artículo Hammurabi, y una cuidadosa lectura de su código de leyes nos dará una clara percepción del mundo babilónico de hace 4000 años. La letanía ética de las tablillas de Shurpu contiene un examen de conciencia más detallado que las denominadas confesiones “negativas” del Libro de los Muertos egipcio y nos llena de admiración por el nivel moral del mundo babilónico. Aunque polígamos, los babilonios sólo elevaban a una mujer al nivel legal de esposa, y las mujeres tenían considerables derechos y libertad de acción. Los contratos de matrimonio protegían a las casadas y las solteras gobernaban sus propias haciendas. Por otro lado, tenían una institución análoga a las vírgenes vestales de Roma. Estas devotas mujeres tenían una posición privilegiada en la sociedad babilónica; no sabemos, sin embargo, que su infidelidad tuviera pena tan terrible como la infligida por la ley romana. Una devota podía incluso contraer un matrimonio nominal, si daba a su marido una doncella, como Sara le dio a Abraham. Según la Ley 110 de Hammurabi, sin embargo, “si una devota que reside en un monasterio abre una taberna o entra en una taberna para beber, esa mujer deberá ser quemada” Por otro lado (Ley 127), “si un hombre motiva que se señale con el dedo a una devota y no lo justifica, será presentado ante los jueces y marcada su frente”. El lado oscuro de la sociedad babilónica se ve en el extraño decreto: “Si el hijo de una cortesana o de una mujer pública llega a conocer la casa de su padre y desprecia a sus padres adoptivos y va a casa de su padre, se le arrancarán los ojos”. El repetido emparejamiento de las palabras “devota o mujer pública” y la minuciosa e indulgente legislación de la que son objeto nos hace temer que la virtud de la castidad no fuera apreciada en Babilonia. Aunque originariamente sólo un pueblo agrícola previsor y próspero, los babilonios parecen haber desarrollado un gran talento comercial; y bien podría haberse referido a sus vecinos del sur algún Napoleón asirio como “esa nación de tenderos”. En 1893 el doctor Hilprecht encontró 730 tablillas a 20 pies de profundidad en las ruinas de un edificio de Nippur, que se demostró eran los archivos bancarios de la firma Nurashu e Hijos, firmados sellados y fechados hacia el 400 antes de Cristo. También tenemos una escritura de compra de Manishtusu, rey de Kish, hacia el 4000 antes de Cristo, en babilonio arcaico, que en precisión y minuciosidad de detalle respecto a monedas y valores se podría comparar con una hoja de balance moderna aprobada por contables diplomados. No faltan pruebas de los talentos comerciales de los babilonios durante los treinta y cinco siglos entre estas fechas.

Literatura

Tan vasto como es el material de las inscripciones babilónicas es de variado su contenido. Sin duda la gran mayoría de las 300.000 tablillas desenterradas hasta ahora tratan de asuntos de negocios más que de cuestiones literarias; contratos, pactos matrimoniales, revisiones catastrales, cartas comerciales, pedidos de bienes o acuses de su recepción, comunicaciones oficiales entre magistrados y gobernadores civiles o militares, nombres, títulos, y fechas de primeras piedras, correspondencia privada, etc. Aun así un buen porcentaje tiene derecho a ser estrictamente clasificada como “literatura” o “bellas letras”. Debemos además tener constantemente en cuenta que sólo una quinta parte aproximadamente del número total de estas tablillas ha sido publicada y que cualquier descripción de su literatura hasta ahora será fragmentaria y provisional. Es conveniente clasificarla como sigue: (1) las epopeyas; (2) los salmos; (3) la narración histórica.

Las Epopeyas

(a) Las denominadas “Siete Tablillas de la Creación”, por estar escritas en una serie de siete tablillas muy mutiladas en la Biblioteca Kouyunshik. Felizmente las lagunas pueden ser aquí y allá colmadas por fragmentos de duplicados encontrados en otros lugares. Tomando prestada una expresión de la literatura teutónica primitiva, se le podría llamar la “saga del caos primitivo”. Los escribas asirios la llamaron por sus primeras palabras “Enuma Elish” (Cuando en lo alto) como los judíos llamaban al Génesis “Bereshith” (en el principio). Aunque contiene un relato del origen del mundo, tal como el arriba contrastado con el dado en la Biblia, no es tanto una cosmogonía como la historia de las heroicas hazañas del dios Marduk, en su lucha contra el Dragón del Caos. Aunque era el más joven de los dioses, Marduk es encargado por ellos de combatir a Tiamtu y a los dioses de su partido. Obtiene una gloriosa victoria; arrebata las tablillas del destino a Kimgu, marido de Tiamtu; le abre a ésta el cráneo de un golpe, parte en dos los canales de su sangre y hace que el viento del norte se los lleve a lugares ocultos. Divide el cadáver del gran Dragón y con una mitad hace una bóveda para los cielos y fija así las aguas por encima del firmamento. Luego se pone a formar el universo, y las estrellas, y la luna; forma al hombre. “Recojamos mi sangre y creemos al hombre, hagamos hombres que vivan en la tierra”. Cuando Marduk ha acabado su obra, es aclamado por todos los dioses con alegría y se le dan cincuenta nombres. Los dioses están en apariencia impacientes de otorgarle sus propios títulos. La finalidad del poema es claramente explicar cómo Marduk, el dios local de una ciudad tan moderna como Babilonia, había desplazado a las deidades de las ciudades babilonias más antiguas, “sus padres los dioses”.

(b) La gran epopeya nacional de Gilgamesh, que probablemente tuvo en la literatura babilónica un lugar similar al de la Odisea o la Eneida entre los griegos y romanos. Consiste en doce capítulos o cantos. Se inicia con las palabras Sha nagbo imuru ( El que lo ve todo). La cantidad de tablillas existentes es considerable, pero desgraciadamente son todas muy fragmentarias y con excepción del undécimo capítulo el texto es muy imperfecto y muestra todavía enormes lagunas. Gilgamesh era rey de Erech la amurallada. Cuando empieza la historia, la ciudad y los templos están en estado ruinoso. Alguna gran calamidad ha caído sobre ellos. Erech ha estado asediada durante tres años, hasta que Bel e Ishtar se han interesado por ella. Gilgamesh había anhelado un compañero, y la diosa Arurn crea a Ea-bani, el guerrero, “cubierto de pelo estaba todo su cuerpo y tenía trenzas como una mujer, su pelo crecía espeso como el trigo; aunque hombre, vive entre las bestias del campo”. Lo atraen a la ciudad de Erech mediante los encantos de una mujer llamada Samuhat; vive allí y se hace un amigo fiel de Gilgamesh. Gilgamesh y Ea-bani parten en busca de aventuras, viajan a través de bosques, y llegan al palacio de una gran reina. Gilgamesh corta la cabeza de Humababe, el rey elamita. La diosa Ishtar se enamora de él y le pide en matrimonio. Pero Gilgamesh desdeñosamente le recuerda su trato a anteriores amantes. Ishtar airada vuelve al cielo y se venga enviando un toro divino contra Gilgamesh y Ea-bani. Este animal es vencido y muerto para gran alegría de la ciudad de Erech. Se envía a Gilgamesh sueños premonitorios y su amigo Ea-bani muere, y Gilgamesh parte en un largo viaje, para traer de vuelta a su amigo del mundo subterráneo. Tras interminables aventuras nuestro amigo alcanza en un barco las aguas de la muerte y conversa con Pir-napistum, el Noé babilónico, quien le cuenta la historia del Diluvio que ocupa el undécimo capítulo de unas 330 líneas, arriba referido. Pir-napistum da a Gilgamesh la planta del rejuvenecimiento pero la pierde de nuevo en su camino de vuelta a Erech. En el último capítulo Gilgamesh logra evocar al espíritu de Ea-bani, que da un vívido retrato de la vida tras la muerte “donde el gusano devora a los que han pecado en su corazón, pero donde los bienaventurados recostados en un sofá, beben agua pura”. Aunque en extremo fantástico y a nuestros ojos una mezcla de lo grotesco y lo sublime, esta epopeya contiene pasajes descriptivos de indudable fuerza. Unas líneas como ejemplo: “Al romper el alba por la mañana se levantó desde lo profundo del cielo una oscura nube. El dios de la tormenta tronó dentro de ella y Nebo y Marduk fueron ante ella. Luego vinieron los heraldos sobre montes y llano. Uragala arrastró el ancla suelta, el Annunak alzó sus antorchas, con sus resplandores iluminaron la tierra. El rugido del dios de la tormenta alcanzó los cielos y todo brillo se volvió oscuridad.”

(c) La leyenda de Adapa, una especie de “Paraíso perdido”, probablemente una obra corriente de la literatura babilónica, pues se encuentra no sólo en la biblioteca de Nínive sino incluso entre las tablillas de Amarna en Egipto. Relata cómo Adapa, el hombre sabio o Atrachasis, el proveedor del santuario de Ea, es engañado, por la envidia de Ea. Anu, el Dios Supremo, le invita al Paraíso, le ofrece la comida y bebida de inmortalidad, pero Adapa, creyéndolas erróneamente veneno, rehúsa, y pierde la vida eterna. Anu desdeñosamente dice: “Tómalo y llévalo de vuelta a su tierra.”

(d) El descenso de Ishtar al Hades, que contiene aquí y allí sorprendentes semejanzas a líneas bien conocidas del Infierno de Dante. La diosa de Erech va: A la tierra de donde nadie ha regresado nunca,

A la casa de tinieblas donde mora Irkalla,

A la casa en la que uno entra pero nunca abandona,

Por el camino donde no se pueden seguir los pasos,

A la casa en la que uno entra, y cesa la luz del día.

En una tablilla de Amarna encontramos una descripción espectral y gráfica de una fiesta, una pelea, y una boda en el infierno.

(e) Fragmentos similares de historias legendarias sobre los primitivos reyes de Babilonia nos han llegado. Uno de los más notables es aquel en que Sargón de Akkad, nacido de una virgen vestal de alta categoría, es abandonado por su madre en un cesto de anea y echado a flotar en las aguas del Éufrates; es encontrado por un aguador y educado como jardinero. Esta historia no puede sino recordarnos el nacimiento de Moisés.

Los Salmos

Esta especie de literatura, que antiguamente parecía casi limitada a la raza hebrea, tuvo un exuberante desarrollo en suelo babilonio. Estos cantos a los dioses, o a algún dios, son a menudo en realidad misteriosos conjuros o letanías monótonas; y cuando tras examinar un buen número de ellas, uno se vuelve al Salterio hebreo, ninguna persona imparcial negará la casi inconmensurable superioridad de este último. Por otro lado, sólo un irrazonable prejuicio negaría la a menudo emocionante belleza y nobleza de pensamiento de alguna de estas producciones de la piedad instintiva de una noble raza. Es natural además que el tono de algunos salmos babilonios nos recuerde fuertemente a algunos cantos de Israel, donde todos los salmistas se jactaban de tener un antepasado babilonio: Abraham de Ur de los Caldeos. Algunos de estos salmos están escritos en sumerio, con traducciones interlineares en babilonio semítico; otros sólo en babilonio semítico. Muestran toda clase de técnicas de versificación, paralelismo, aliteración, y ritmo. Hay acrósticos e incluso dobles acrósticos, siendo las sílabas iniciales y finales de cada línea las mismas. Estos salmos contienen alabanzas y súplicas a los grandes dioses, pero, lo que es más notable, algunos de ellos son salmos penitenciales, doliéndose el cantante de su pecado e implorando la vuelta a su favor. Además hay un gran número de “lamentaciones” por calamidades no personales sino nacionales; y un “profeta” babilonio llora la caída de Nippur muchos siglos antes de que Jeremías escribiera sus inspirados cantos de dolor por la destrucción de Jerusalén. Aparte de estas hay innumerables tablillas de presagios, recetas mágicas para toda clase de enfermedades, y rituales del servicio del templo, pero pertenecen a la historia de la religión y a la astrología más que a la de la literatura.

La narración histórica

Los babilonios no parecen haber tenido historiadores ex professo, que, como Herodoto, se esforzaran en dar una narración relacionada del pasado. Tenemos que construir su historia a partir de las inscripciones reales en monumentos y muros de palacios y cilindros estatales en los que cada soberano registra sus grandes hechos in perpetuam rei memoriam. Mientras que afortunadamente poseemos una abundancia de textos históricos de los reyes asirios, gracias al descubrimiento de la biblioteca de Asurbanipal, hasta ahora no hemos sido tan afortunados en el caso de los reyes babilónicos; de los primitivos reyes de ciudades babilonias tenemos cierta cantidad de cortas inscripciones en estelas y piedras miliares en estilo verdaderamente lapidario y registros históricos más extensos en las inscripciones del gran cilindro de Gudea de Lagash. Mientras que tenemos considerables textos históricos de Hammurabi, sólo tenemos muy poco de sus muchos sucesores en el trono de Babilonia hasta el Segundo Imperio Babilónico, cuando largos textos históricos nos cuentan los hechos de Nabopolasar, Nabucodonosor, y Nabonid. Son todos de una pomposa grandeza que empalaga un poco a la mentalidad occidental, y su autoadulación nos resulta extraña. Están en el estilo que la imaginación popular suele atribuir a las declaraciones de Su Majestad Celestial, el Emperador de China. Invariablemente comienzan con un largo homenaje a los dioses, dando largas listas de deidades, protectoras del soberano y el estado, y terminan con imprecaciones para los que destruyan, mutilen, o no hagan caso de la inscripción. Las inscripciones reales babilonias, tal como actualmente las conocemos, son casi sin excepción pacíficas en tono y materia. Sus temas recurrentes son la erección, restauración, u ornamentación de templos y palacios y la excavación de canales. Incluso cuando estaban en guerra, los reyes babilonios juzgaban de mal gusto referirse a ella en sus proclamaciones monumentales. Sin duda los babilonios despreciaban las inscripciones asirias como aburridos escritos sanguinarios. Porque el genio de Babilonia fue de cultura y paz; por ello, aunque fue centro del mundo mil años antes que Nínive, duró más de mil años después de que Nínive fuera destruida.


Bibliografía: Además de la bibliografía dada al final del artículo Asiria: Boscawen, The First of Empires (2ª ed., Londres, 1905); Bezold, Ninive und Babylon (Leipzig, 1903); Pinches, The Old Testament in the Light of the Historical Records and Legends of Assyria and Babylonia (Londres, 1903); Sayce, The Archaeology of the Cuneiform Inscriptions (Londres, 1907); Jastrow, Die Religion Babyloniens und Assyriens (Giessen, I, 1905; II, 1907); Radau, Early Babylonian History (Nueva York, 1900); Lagrange, Historical Criticism and O.T. (Londres, 1906); Jeremias, Das Alte Testament in Lichte des alten Orients (Leipzig, 1906); Delitzsch, Babel und Bibel (Leipzig y Stuttgart, 1905) para una colección de textos en relación inmediata con el A.T.; Winckler, Keilinschriftliches Textbuch zum Alten Testament (Leipzig, 1903).

Fuente: Arendzen, John. "Babylonia." The Catholic Encyclopedia. Vol. 2. New York: Robert Appleton Company, 1907. 27 Aug. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/02179b.htm>.

Traducido por Francisco Vázquez