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Domingo, 22 de diciembre de 2024

Patriarca

De Enciclopedia Católica

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La palabra patriarca tal como se aplica a personajes bíblicos, viene de la Versión de los Setenta, en donde se usa en un sentido amplio, incluyendo a oficiales religiosos y civiles. (por ejemplo, 1 Crón. 24,31; 27,22). En un sentido más estricto y uso común se le aplica a los padres antediluvianos de la raza humana y más particularmente a los tres grandes progenitores de Israel: Abraham, Isaac y Jacob. En el Nuevo Testamento el término se les aplica también a los hijos de Jacob (Hechos 7,8-9) y al rey David (ibid. 2,29). Para un relato de estos patriarcas posteriores vea los artículos Abraham, Isaac Jacob etc. Los primeros patriarcas constituyen el grupo antediluviano, y los que se hallan entre el Diluvio y el nacimiento de Abraham. Del primer grupo tenemos dos listas en el Génesis. La primera (Gén 4,17-18, pasaje que los críticos asignan al llamado documento "J") comienza con Caín y presenta como sus descendientes a Henoc, Irad, Mejuyael, Metusael y Lámek. La otra lista (Gén 5,3-31, atribuida al escritor sacerdotal, "P") es mucho más elaborada y se acompaña de indicaciones cronológicas minuciosas. Empieza con Set y, extraño decirlo, también termina con Lámek. Los nombre intermedios son Enós, Quenán, Mahalael, Yéred, Henoc y Matusalén.

El hecho de que ambas listas terminen con Lámek, quien es indudablemente la misma persona, y que algunos de los nombres sean muy similares, hacen muy probable que la segunda lista sea una ampliación de la primera, incorporando material de una tradición divergente. Tampoco nos debe parecer sorprendente si consideramos las muchas discrepancias que se encuentran en las dos genealogías del Salvador en el Primer y Tercer Evangelio. Las personas que aparecen en estas listas ocupan el lugar de los semidioses míticos en la historia de los inicios prehistóricos de otras naciones tempranas, y puede muy bien ser que el principal valor del relato inspirado dado en ellas sea didáctico, destinado en la mente del escritor sacro a inculcar la gran verdad del monoteísmo, lo que es una característica tan particular de los escritos del Antiguo Testamento. Sea como sea, la aceptación de esta visión general ayuda grandemente a simplificar otro problema difícil relacionado con el relato bíblico de los primeros patriarcas, es decir, su enorme longevidad. El primer relato (Gén. 4,17-18) da sólo los nombres de los patriarcas ahí mencionados, con la indicación incidental que la ciudad construida por Caín se nombró en honor de su hijo Henoc. El segundo relato (Gén 5,3-31) nos da una cronología final para todo el periodo. Éste establece la edad de cada patriarca el engendrar a su primogénito, el número de años que vivió luego de ese evento, junto al total de años de su vida. Casi todos los padres antediluvianos se nos presentan viviendo hasta los 900 años más o menos, con Matusalén, el mayor, llegando hasta los 969 años.

Estos números siempre han constituido un problema para los comentaristas y lectores de la Biblia; y aquéllos que defienden el carácter estrictamente histórico de los pasajes en cuestión han presentado muchas explicaciones, ninguna de las cuales es considerada convincente por los estudiosos bíblicos modernos. Existe por lo tanto la conjetura que los años mencionados no son de duración ordinaria, sino de uno o más meses. Sin embargo, en las Escrituras mismas no hay ningún sustento para esta presunción, donde la palabra año tiene un significado constante y se diferencia claramente de períodos menores. También se ha sugerido que las edades presentadas no son las de individuos, sino que significan épocas de la historia antediluviana y que cada una se denomina según su más ilustre representante. La hipótesis puede ser ingeniosa, pero incluso una lectura superficial del texto basta para demostrar que ése no era el significado del escritor sagrado. Ni siquiera ayuda mucho el hecho de señalar que existen algunos casos excepcionales de personas de quienes se dice han vivido hasta la edad de 150 e incluso 180 años. Pues incluso si admitiésemos estos datos y que en tiempos primitivos las personas vivían más que ahora (para lo que no tenemos ninguna evidencia en tiempos históricos), hay aún una gran distancia entre 180 y 900.

Otro argumento para corroborar la exactitud del relato bíblico se ha deducido del hecho de que las leyendas de muchos pueblos afirman la gran longevidad de sus primeros ancestros, una circunstancia que se dice implica que existe una tradición original en tal sentido. Así se dice que los primeros siete reyes egipcios reinaron por un periodo de 12,300 años, lo que da un promedio de aproximadamente 1757 para cada uno, y Flavio Josefo, quien tiene un deseo de justificar la narrativa bíblica, cita a Éforo y Nicolaus diciendo "que los antiguos vivían mil años". Añade, sin embargo "pero sobre esto, que cada uno saque sus conclusiones" (Antigüedades I, III, in fine). De otro lado, se dice que no existe evidencia histórica o científica confiable que demuestre que la expectativa de la vida humana era mayor en épocas primitivas que en las modernas. Sobre este tema se cita corrientemente Gén 6,3, en donde se representa a Dios decretando un castigo por la corrupción universal que ocasionó el Diluvio, que de ahí en adelante los días del hombre "serán ciento veinte años". Esto se ha tomado como una indicación del punto en que el deterioro físico de la raza resultó en un marcado descenso en la longevidad. Pero más allá de consideraciones críticas sobre este pasaje, es extraño observar que más adelante (Gén 11) las edades de los patriarcas subsiguientes no se limitaron a 120 años. Sem vivió hasta los 600 años, Arpaksad 338 (texto masorético 408), Sélaj 433, Héber 464, etc.

El fundamento en el que se puede defender la exactitud de estas cifras es la razón a priori que, al estar contenidos en la Biblia, deben ser históricamente correctos por necesidad, posición preferida por los comentaristas mayores. La mayoría de los estudiosos modernos, de otro lado, concurren al considerar que las listas genealógicas y cronológicas de Gén. 5 y 11 son mayormente artificiales, y parece que esta opinión se confirma, dicen ellos, al comparar las cifras tal como aparecen en el original hebreo y en las versiones antiguas. La Vulgata concuerda con el hebreo (con la excepción de Arpaksad), mostrando que no se han hecho alteraciones substanciales al hebreo, almenos desde fines del siglo IV d.C.

Pero si comparamos el texto de Masora con la versión samaritana y la de Los Setenta, nos enfrentamos a muchas discrepancias extrañas que difícilmente puedan deberse a un mero accidente. Así, por ejemplo, respecto a los patriarcas antediluvianos, mientras que la versión samaritana concuerda en lo esencial con el texto masorético, la edad en la que Yéred tuvo a su primogénito se fija en 62 años en lugar de los 162 del hebreo. Matusalén, asimismo, quien de acuerdo al texto hebreo engendró a su primogénito a los 187 años, tenía sólo 67 de acuerdo al Samaritano; y aunque el hebreo sitúa el mismo evento en el caso de Lámek cuando tenía 182 años, el Samaritano le da sólo 53. Existen similares discrepancias entre ambos textos con respecto al total de años que estos patriarcas vivieron, a saber, Yéred, Heb. 962, Sam. 847; Matusalén, Heb. 969, Sam. 720; Lámek, Heb. 777, Sam. 653. Al comparar el texto masorético con el de los Setenta, encontramos en este último que el nacimiento de los primogénitos en el caso de Adán, Set, Enós, Quenán, Mahalael y Henoc fue a las edades respectivas de 230, 205, 190, 170, 165 y 165 años, contrapuesto a 130, 105, 90, 70, 65 y 65 años que aparecen en el hebreo; y la misma diferencia sistemática de 100 años en el periodo antes del nacimiento del primogénito aparece asimismo en las vidas de los patriarcas postdiluvianos Arpaksad, Sélaj, Héber, Péleg, Reú y Serug. Sin embargo, en esta lista el texto samaritano concuerda con el de los Setenta y no con el masorético.

Respecto a la lista de antediluvianos, el hebreo y los Setenta concuerdan en la suma total de años de cada patriarca, ya que la versión griega reduce normalmente por 100 años el periodo entre el nacimiento del primogénito y la muerte del patriarca. Estas diferencias acumuladas dan como resultado grandes diferencias cuando se considera el total del periodo patriarcal. Por lo tanto, el total de años transcurridos entre el comienzo hasta la muerte de Lámek es, de acuerdo al hebreo, 1651, mientras que el Samaritano da 1307 y los Setenta, 2227. Éstas son sólo unas pocas de las peculiaridades que aparecen al comparar las desconcertantes listas genealógicas. El que la mayoría de estas diferencias sean intencionales parece ser una inferencia necesaria de su regularidad sistemática, y la manipulación implícita de las cifras por los primeros traductores llega a hacer probable el carácter más o menos artificial de estas cronologías primitivas en conjunto.


Fuente: Driscoll, James F. "Patriarch." The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/11548a.htm>.

Traducido por Rodrigo de Piérola C. lmhm