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Miércoles, 30 de octubre de 2024

Papa Gregorio XIII

De Enciclopedia Católica

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Papa Gregorio XIII (Ugo Buoncompagni), nació en Bolonia el 7 de enero de 1502; falleció en Roma el 10 de abril de 1585. Estudió derecho en la Universidad de Bolonia, en la que consiguió el doctorado en derecho canónico y civil, siendo muy joven. Más tarde enseñó jurisprudencia en la misma universidad y tuvo entre sus discípulos a los famosos futuros cardenales Alejandro Farnesio, Cristóbal Madruzzi, Otto Truchsess von Waldburg, Reginaldo Pole, Carlos Borromeo y Estanislao Hosio. En 1530 fue a Roma llamado por el cardenal Parizzio, y Paulo III le nombró juez del Capitolio, abreviador papal y refrendario de ambas firmas. En 1545 el mismo Papa lo envió al Concilio de Trento como uno de sus juristas. A su regreso a Roma ocupó varios cargos en la Curia Romana bajo Julio III (1550-1555), quien también lo nombró diputado (o sustituto de un legado) en la Campania en 1555.

Bajo el pontificado de Paulo IV (1555-1559) acompañó al cardenal Alfonso Caraffa en una misión papal ante Felipe II en Flandes y a su regreso fue nombrado obispo de Viesti (1558). Hasta este momento no había sido ordenado sacerdote. En 1559 el recién electo Papa Pío IV lo envió como diputado confidencial al Concilio de Trento, donde permaneció hasta su clausura en 1563. Poco después de su regreso a Roma el mismo Papa lo creó cardenal sacerdote de San Sixto (1564) y lo envió como legado a España para investigar el caso del arzobispo Bartolomé Carranza, de Toledo, quien había sido sospechoso de herejía y encarcelado por la Inquisición. Mientras estaba en España fue nombrado secretario de los breves papales, y después de la elección de Pío V (7 de enero de 1566) volvió a Roma a ocupar su nuevo cargo. Después de la muerte de Pío V (1 de mayo de 1572), Ugo Buoncompagni fue elegido Papa el 13 de mayo de 1572, principalmente por la influencia del cardenal Antoine Perrenot de GranvelleAntonio Granvella]], y tomó el nombre de Gregorio XIII. Al momento de su elevación al trono papal tenía ya 70 años pero aún estaba fuerte y lleno de energía.

Su juventud no fue inmaculada. Mientras estuvo en Bolonia tuvo un hijo, llamado Giacomo, con una mujer soltera. Continuó con su mentalidad mundana y aficionado a la ostentación hasta después de entrar en el estado clerical. Pero desde el momento que fue elegido Papa siguió los pasos de su santo predecesor y estuvo completamente imbuido con la conciencia de la enorme responsabilidad que conllevaba su elevada posición. Su elección fue acogida con alegría por el pueblo romano así como por los gobernantes extranjeros. El emperador Maximiliano II, los reyes de Francia, España, Portugal, Hungría, Polonia, los príncipes italianos y otros, enviaron sus representantes a Roma a rendir obediencia al recién elegido pontífice.

En su primer consistorio ordenó que se leyera en público la Constitución de Pío V que prohibía la enajenación de la propiedad de la Iglesia y se comprometió a ejecutar los decretos del Concilio de Trento. Enseguida nombró un comité de cardenales, compuesto por Borromeo, Paleotti, Aldobrandini y Arezzo, con instrucciones de descubrir y abolir los abusos eclesiásticos; decidió que los cardenales que estaban a la cabeza de diócesis no estaban exentos de los decretos tridentinos de residencia episcopal; designó un comité de cardenales para completar el Índice de Libros Prohibidos, y designó un día de cada semana para una audiencia pública durante la cual todos tuvieran acceso a él. Para que sólo las personas más dignas fueran investidas con dignidades eclesiásticas, mantuvo una lista de hombres recomendables dentro y fuera de Roma, en la que anotaba sus virtudes y defectos que llegaba a conocer. Ejerció el mismo cuidado en el nombramiento de cardenales. Durante su pontificado creó 34 cardenales y al nombrarlos siempre tenía a la vista el bienestar de la Iglesia. No se le puede acusar de nepotismo. Creó cardenales a dos de sus sobrinos, Filippo Buoncompagni y Filippo Vastavillano, porque los consideró merecedores de la dignidad, pero cuando un tercero aspiró a la púrpura, ni siquiera le concedió una audiencia. Nombró a su hijo Giacomo castellano de Sant´Angelo y portaestandarte de la Iglesia, pero no le concedió una dignidad mayor, aunque Venecia le enroló entre sus nobili y el rey de España le nombró general de su ejército.

Al igual que su santo predecesor, Gregorio XIII no escatimó esfuerzos para promover una expedición contra los turcos. Con este propósito a la vista, envió legados especiales a España, Francia, Alemania, Polonia y otros países, pero las discordias entre los príncipes cristianos, la paz que firmaron los venecianos con los turcos y el tratado de España con el Sultán, frustraron todos sus esfuerzos en este asunto.

Para detener la oleada de protestantismo, que ya había apartado a naciones enteras del seno de la Iglesia, Gregorio XIII no supo encontrar mejores medios que una sólida formación en la filosofía y teología católicas para los aspirantes al santo sacerdocio. Fundó numerosos colegios y seminarios en Roma y otros lugares apropiados y colocó la mayoría de ellos bajo la dirección de los jesuitas. Al menos veintitrés de tales instituciones educativas deben su existencia o supervivencia a la munificencia de Gregorio XIII. La primera de ellas que gozó de la liberalidad del Papa fue el Colegio Alemán en Roma que estaba en peligro de ser abandonado por falta de fondos. En una Bula fechada 6 de agosto de 1573 ordenó que no menos de cien estudiantes a la vez de Alemania y su frontera norte debían ser educados en el Colegio Alemán, el cual debía tener un ingreso anual de 10,000 ducados, pagaderos, si fuese necesario, del tesoro papal. En 1574 dio la iglesia y el palacio de San Apolinar a la institución y en 1580 unió el colegio húngaro con él.

Gregorio XIII fundó los siguientes colegios romanos: el colegio griego el 13 de enero de 1577; el colegio para neófitos, es decir, judíos e infieles convertidos, en 1577; el colegio inglés el 1 de mayo de 1579: el colegio maronita el 27 de junio de 1584. Para el colegio internacional de los jesuitas (Colegio Romano) construyó en 1582 el gran edificio conocido como Colegio Romano que fue ocupado por la facultad y los estudiantes del Colegio Romano (Universidad Gregoriana) hasta que el gobierno piamontés lo declaró patrimonio nacional y expulsó a los jesuitas en 1870.

Gregorio XIII fundó o dotó liberalmente los siguientes colegios fuera de Roma los: el colegio inglés en Douai, el colegio escocés en Pont-à-Mousson, los seminarios papales de Gratz, Viena, Olmutz, Praga, Colosvar, Fulda, Augsburgo, Dillingen, Braunsberg, Milán, Loreto, Friburgo en Suiza y tres escuelas en Japón. En estas escuelas se preparaba a numerosos misioneros para los distintos países donde el protestantismo había sido declarado religión del Estado y para la misión entre los paganos en China, India y Japón. Así, Gregorio XIII restauró la antigua fe, al menos parcialmente, en Inglaterra y en los países del norte de Europa, proporcionó a los católicos de esos países los sacerdotes necesarios, e introdujo el cristianismo en los países paganos de Asia oriental. Quizás uno de los eventos más felices de su pontificado fue la llegada a Roma de cuatro embajadores japoneses, el 22 de marzo de 1585, que habían sido enviados por los reyes conversos de Bungo, Arima y Omura, para agradecer al Papa por el paternal cuidado que le había demostrado a su país al enviarles los misioneros jesuitas que les habían enseñado la religión de Cristo.

Para salvaguardar la religión católica en Alemania, instituyó una congregación especial de cardenales para asuntos alemanes, la denominada Congregatio Germanica, que duró desde 1573 a 1578. Para mantenerse informado de la situación católica en ese país y mantener un contacto más estrecho con sus gobernantes, erigió nunciaturas residentes en Viena en 1581 y en Colonia en 1582. Con su bula "Provisionis nostrae", del 29 de enero de 1579, confirmó los actos de su predecesor Pío V, quien condenó los errores de Bayo, y al mismo tiempo le encargó al jesuita Francisco de Toledo que le exigiese la abjuración a Bayo. Gregorio XIII reconoció el gran poder de las órdenes religiosas para la conversión de los paganos, la represión de la herejía y el mantenimiento de la religión católica. Fue especialmente amigable hacia los jesuitas, cuya rápida propagación durante su pontificado se debió en gran medida a su apoyo y ayuda financiera. Tampoco descuidó las otras órdenes religiosas. Aprobó la Congregación del Oratorio en 1574, los Barnabitas en 1579 y a los Carmelitas Descalzos en 1580. Honró a los premostratenses con la canonización de su fundador, San Norberto, en 1582.

Gregorio XIII no escatimó esfuerzos para restaurar la fe católica en los países que se habían hecho protestantes. En 1574 envió al jesuita polaco Warsiewicz a Juan III de Suecia para intentar convertirle al catolicismo. Ya que éste no lo logró, en 1576 envió a otro jesuita, el noruego Lorenzo Nielssen, que logró convertir al rey el 6 de mayo de 1578; sin embargo, el rey volvió pronto al protestantismo por razones políticas. Gregorio XIII envió al jesuita Antonio Possevino como nuncio a Rusia, para mediar entre el zar Iván IV y el rey Esteban Bator de Polonia. No sólo logró un arreglo amistoso entre los dos gobernantes, sino que obtuvo para los católicos rusos el derecho de practicar su religión abiertamente.

Los esfuerzos de Gregorio por procurar la libertad religiosa para los católicos de Inglaterra fueron en vano. El mundo conoce las atrocidades cometidas por la reina Isabel contra muchos misioneros y laicos católicos. Por lo tanto, no hay que culpar a Gregorio XIII por tratar de derrocar a la reina por la fuerza de las armas. Ya en 1578 envió a Thomas Stukeley con un barco y un ejército de 800 hombres a Irlanda, pero el traidor Stukeley unió sus fuerzas a las del rey Sebastián de Portugal contra el emperador Abdulmelek de Marruecos. Otra expedición papal que zarpó hacia Irlanda en 1579 bajo el mando de James Fitzmaurice, acompañado por Nicholas Sanders como nuncio papal, fue igualmente infructuosa. Gregorio XIII no tuvo nada que ver con la conjura de Enrique, duque de Guisa, y su hermano Carlos, duque de Mayenne, para asesinar a la reina y muy probablemente no tenía conocimiento al respecto (ver Bellesheim, "Wilhelm Cardinal Allen", Maguncia, 1885, p. 144).

Algunos historiadores han criticado severamente a Gregorio XIII por ordenar que se celebrara en Roma con un Te Deum y otras señales de alegría la horrible matanza de los hugonotes el día de San Bartolomé de 1572. En defensa de Gregorio XIII es preciso señalar que no tuvo nada que ver en absoluto con la masacre y que tanto él como su nuncio en París, Salvatti, fueron mantenidos en la ignorancia acerca de la prevista masacre. El Papa de hecho participó en las festividades romanas pero probablemente no tenía conocimiento de las circunstancias de los horrores parisinos y, como a otros gobernantes europeos, se le había informado que los hugonotes habían sido descubiertos en medio de una conspiración para matar al rey y a toda la familia real, y habían sido castigados por sus planes traicioneros. Pero incluso si Gregorio XIII tuvo conocimiento de todas las circunstancias de la masacre (lo que nunca se ha probado) hay que tener en cuenta que él no se alegró por el derramamiento de sangre sino por la supresión de una rebelión política y religiosa. Incluso el apóstata Gregario Leti en su "Vita di Sisto V" (Colonia, 1706), I, 431-4, y por Beautome, un contemporáneo de Gregorio XIII en su "Vie de M. l'Amiral de Chastillon" (Obras Completas, La Haya, 1740, VIII, 196) declaran expresamente que Gregorio XIII no aprobó la masacre sino que detestaba el cruel acto y derramó lágrimas cuando se le informó de todo ello. La medalla que Gregorio XIII mandó a acuñar en memoria del suceso lleva su efigie en el anverso, mientras que en el reverso bajo la leyenda Vgonotiorum Strages (derrota de los hugonotes) hay un ángel de pie con una cruz y espada desnuda, matando a los hugonotes.

Ningún acto de Gregorio XIII le ha ganado fama más duradera que su reforma del calendario juliano, la cual se completó e introdujo en la mayoría de los países católicos en 1578. Estrechamente relacionada con la reforma del calendario está la enmienda al martirologio romano que fue ordenada por Gregorio XIII en el otoño de 1580. La enmienda consistiría principalmente en la restauración del texto original del Martirologio de Usuardo, que era de uso común en la época de Gregorio XIII, el cual le confió la difícil tarea al sabio cardenal Sirleto. El cardenal formó un comité de diez miembros que le ayudaron en el trabajo. La primera edición del nuevo martirologio, que salió en 1582, estaba llena de errores tipográficos, así como la segunda edición de 1583. Gregorio XIII suprimió ambas ediciones, y en enero de 1584 apareció una tercera y mejor edición bajo el título “Martyrologium Romanum Gregorii XIII jussu editum" (Roma, 1583). En un breve, fechado el 14 de enero de 1584, Gregorio XIII ordenó que el nuevo martirologio sustituyera a todos los otros. Otro gran logro literario de Gregorio XIII es una edición romana oficial del Corpus Juris Canonici.

Poco después de la conclusión del Concilio de Trento, Pío IV había nombrado un comité que iba a producir una edición crítica del Decreto de Graciano. En 1566 Pío V aumento el comité a 35 miembros (correctores Romani), del cual Gregorio XIII había sido uno de los miembros desde el principio. El trabajo se terminó en 1582. En el Breve "Cum pro munere", datado 1 de julio de 1580, y "Emendationem", del 2 de junio de 1582, Gregorio XIII ordenó que en adelante sólo se utilizara el texto oficial enmendado y que en el futuro no se imprimiese ningún otro.

Ya se ha mencionado que Gregorio XIII gastó grandes sumas en la erección de colegios y seminarios. Ningún gasto le parecía excesivo si era en beneficio de la religión católica. Durante su pontificado gastó dos millones de escudos para la educación de los candidatos pobres al sacerdocio, y para el bien de la catolicidad envió grandes sumas de dinero a Malta, Austria, Inglaterra, Francia, España y los Países Bajos. En Roma construyó la magnífica capilla gregoriana en la Basílica de San Pedro y el Palacio del Quirinal en 1580; un espacioso granero en las termas de Diocleciano en 1575, y fuentes de la Piaza Navona, la Piaza del Panteón y la Piazza del Popolo. En reconocimiento a sus muchas mejoras en Roma, el senado y el pueblo erigieron una estatua en su honor en la colina Capitolina, mientras él aún vivía.

Las grandes sumas gastadas de esta manera redujeron necesariamente el tesoro papal. Siguiendo el consejo de Bonfigliuolo, secretario de la Cámara, confiscó varias propiedades y castillos de barones, porque algunas obligaciones feudales olvidadas con el tesoro papal no se habían pagado o porque los propietarios actuales no eran los herederos legales. Los barones estaban en continuo temor de que sus propiedades les fuesen arrebatadas de ese modo, y la consecuencia fue que la aristocracia odiaba al gobierno papal e incitaba a los campesinos a hacer lo mismo. La influencia papal sobre la aristocracia estaba debilitada, los barones de la Romaña guerreaban entre ellos y siguió un período de derramamiento de sangre que Gregorio XIII fue incapaz de prevenir. Más aún, la imposición de la tasa portuaria en Ancona y la imposición de impuestos a la importación de bienes de Venecia por el gobierno papal paralizaron el comercio en un grado considerable. Los bandidos que infestaban la Campaña estaban protegidos por los barones y el campesinado, y se volvieron más audaces cada día. Eran dirigidos por jóvenes de familias nobles como Alfonso Piccolomini, Roberto Malatesta y otros. La misma Roma estaba plagada de estos forajidos y las vidas de los oficiales papales estaban en riesgo siempre y en todas partes. Gregorio estaba indefenso contra estas bandas sin ley, las cuales fueron suprimidas finalmente por su vigoroso sucesor Sixto V.


Bibliografía: CLAPPI, Compenitio delle attioni e santa vita di Gregorio XIII (Roma, 1591); BOMPLANI, Historia Pont. Greg. XIII (Dillingen, 1685); PALATIUS, Gesta Pontificum Romanorum (Venecia, 1688), IV, 329-366; MAFFEL, Annales Gregorii XIII, 2 vols. (Roma, 1712); PAGI, Breviarium Gestorum Pontificum Romanorum (Amberes, 1753), VI, 718-863; RANKE, Die römischen Papste, tr. FOSTER, History of the Popes (Londres, 1906), I, 319-333; BROSCH, Gesch. des Kirchenstaates (Gotha, 1880), I, 300 ss.; MILEY, History of the Papal States.

Fuente: Ott, Michael. "Pope Gregory XIII." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910. 5 Jan. 2013 <http://www.newadvent.org/cathen/07001b.htm>.

Traducido por Pedro Royo.