Religión
De Enciclopedia Católica
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Derivación, análisis y definición
La derivación de la palabra “religión” ha sido motivo de controversia desde la antigüedad; incluso hoy día no es un asunto cerrado. Cicerón en su “De natura deorum”, II, XXVIII, deriva religión de relegere (tratar cuidadosamente): “Los que se encargaron cuidadosamente todo lo relacionado con los dioses fueron llamados religiosi, de relegere, opinión que también fue apoyada por Max Müller. Pero como la religión es una noción elemental muy anterior a la época del complicado ritual que presupone esta explicación, debemos buscar su etimología en otro lugar. Una derivación mucho más probable, una que se adapte a la idea de la religión en sus humildes comienzos, es la dada por Lactancio, en su "Divine Institutes”, IV, XXVIII. Deriva el término “religión” de religare (atar): “Estamos ligados a Dios y unidos a Él [religati] por el vínculo de piedad, y es a partir de esto que la religión ha recibido su nombre, y no, como sostiene Cicerón, de la consideración cuidadosa (relegendo)”. La objeción de que religio no se puede derivar de religare, un verbo de la primera conjugación, no es de gran peso, cuando recordamos que opinio viene de opinari y rebellio de rebellare. San Agustín, en su "Ciudad de Dios", X, III, deriva religio de religere en el sentido de recuperación: "Al haber perdido a Dios debido a la negligencia [negligentes], lo recuperamos (religentes) y somos atraídos hacia Él." Esta explicación, que implica la noción de la redención, no se adapta a la idea principal de religión. El mismo San Agustín no estaba satisfecho con ella, pues en su "Retractions”, I, XIII, la abandonó en favor de la derivación dada por Lactancio. Él emplea este último término en su tratado "Sobre la verdadera religión", donde dice: "La religión nos une (religat) al único Dios Todopoderoso." Santo Tomás, en su "Summa", II-II, Q. LXXXI, a. 1, da las tres derivaciones sin pronunciarse a favor de ninguna. La correcta parece ser la ofrecida por Lactancio. Religión en su forma más simple implica la noción de estar atados a Dios; esta misma noción es predominante en la palabra religión en su sentido más específico, tal como se aplica a la vida de pobreza, castidad y [[obediencia, a la que los individuos se comprometen voluntariamente por votos más o menos solemnes. Por lo tanto, los que están obligados de ese modo se conocen como religiosos.
Religión, en términos generales, significa la sujeción voluntaria de uno mismo a Dios. Existe en su más alta perfección en el cielo, donde los ángeles y santos aman, alaban y adoran a Dios, y viven en absoluta conformidad a su santa voluntad. No existe en absoluto en el infierno, donde la subordinación de las criaturas racionales a su Creador es una no de libre albedrío, sino de necesidad física. En la tierra prácticamente tiene el mismo alcance que la raza humana, sin embargo, donde no ha sido elevada al plano sobrenatural a través de la revelación divina, trabaja bajo serios defectos. Este artículo trata sobre la religión en la medida que afecta la vida del hombre sobre la tierra. El análisis de la idea de religión muestra que es muy compleja, y se basa en varios conceptos fundamentales. Implica, ante todo, el reconocimiento de una personalidad divina en y detrás de las fuerzas de la naturaleza: el Señor y Soberano del mundo, Dios. En las religiones superiores, este ser sobrenatural se concibe como un espíritu, uno e indivisible, presente por todas partes en la naturaleza, pero distinto a ella. En las religiones inferiores, se asocia a los diversos fenómenos de la naturaleza con una serie de personalidades distintas, aunque es raro que entre éstas numerosas deidades de la naturaleza no se honre a una como suprema. Los diversos pueblos le atribuyen a sus respectivas deidades cualidades éticas que corresponden a las normas éticas vigentes.
En todas las formas de religión está implícita la convicción de que el misterioso, el Ser (o seres) sobrenatural tiene el control sobre las vidas y destinos de los hombres. Especialmente en las categorías inferiores de cultura, donde el hombre entiende sólo débilmente a la naturaleza y la utilización de las leyes físicas, él siente de muchos modos su impotencia en presencia de las fuerzas de la naturaleza: es el Ser Supremo quien las controla, quien puede dirigirlas para el bien o para el mal del hombre. Surge así en el orden natural un sentido de dependencia de la Deidad, una necesidad profundamente sentida de la ayuda divina. Esta es la base de la religión. Sin embargo, no es el reconocimiento de la dependencia de Dios lo que constituye la esencia misma de la religión, tan indispensable como es. Los condenados reconocer su dependencia de Dios, pero, al estar sin esperanza de ayuda divina, se alejan de Él, en lugar de acercársele.
Junto con el sentido de necesidad está la convicción por parte del hombre de que se puede acercar a una comunión amigable y benéfica con la divinidad o divinidades de quienes siente que depende. Es una criatura de esperanza. Sintiendo su desamparo y necesidad de ayuda divina, presionado, tal vez, por la enfermedad, la pérdida y la derrota, reconociendo que en la comunión amistosa con la Deidad puede encontrar la ayuda, la paz y la felicidad, se dirige voluntariamente a realizar determinados actos de homenaje destinados a realizar el resultado deseado. Lo que el hombre busca con la religión es la comunión con la divinidad, en la que espera alcanzar su felicidad y la perfección. Esta perfección se concibe sólo crudamente en las religiones inferiores. No se descuida totalmente la sumisión a los estándares morales reconocidos, la cual es generalmente baja, pero es menos un objeto de afán que el bienestar material. La suma de la felicidad buscada es la prosperidad en la vida presente y la continuación de las mismas comodidades corporales en la vida venidera.
En las religiones superiores, la anhelada perfección en la religión se asocia más íntimamente con la bondad moral. En el cristianismo, la más alta de las religiones, la comunión con Dios implica la mayor perfección espiritual posible, la participación en la vida sobrenatural de la gracia como hijos de Dios. Esta perfección espiritual, que trae consigo la perfecta felicidad, se realiza en parte al menos en la presente vida de dolor y decepción, pero se logra plenamente en la vida venidera. El deseo de felicidad y perfección no es el único motivo que impulsa al hombre a rendir homenaje a Dios. En las religiones superiores, también existe el sentido del deber que surge del reconocimiento de la soberanía de Dios, y por consiguiente, de su estricto derecho a la sujeción y la adoración del hombre. A esto también hay que añadir el amor a Dios por sí mismo, ya que Él es el Ser infinitamente perfecto, en quien se realizan plenamente en su más alto grado posible la verdad, la belleza y la bondad.. Si bien el motivo que prevalece en todas las religiones inferiores es una de propio interés, el deseo de la felicidad, por lo general implica en cierta medida, una actitud afectuosa, así como reverente, hacia las deidades que son objeto de culto.
De lo que se ha dicho es evidente que la religión requiere que el concepto de deidad sea el de una personalidad libre. El error de confundir muchas deidades de la naturaleza con el único y verdadero Dios, vicia, pero no destruye la religión. Pero la religión deja de existir, como en el panteísmo, cuando se declara que la deidad carece de toda conciencia. Una deidad sin personalidad no es más capaz de despertar el sentido de la religión en el corazón del hombre que lo que lo es el éter que todo lo penetra o la fuerza de la gravitación universal. La religión es esencialmente una relación personal, la relación del sujeto y criatura, el hombre con su Señor y Creador, Dios. Por lo tanto, se puede definir el término religión como la sujeción voluntaria de uno mismo a Dios, es decir, al Ser (o seres) libre, sobrenatural del cual el hombre está consciente que depende, de cuya poderosa ayuda siente la necesidad, y en quien reconoce la fuente de su perfección y felicidad. Es un giro voluntario hacia Dios. En último análisis, es un acto de la voluntad. En otras palabras, es una virtud, ya que es un acto de la voluntad que inclina al hombre a observar el orden justo, que surge de su dependencia de Dios. Por lo tanto Santo Tomás (II-II, Q. LXXXI, a. 1) define la religión como "virtus per quam homines Deo debitum cultum et reverentiam exhibent" (la virtud que inclina al hombre a rendirle a Dios el culto y reverencia que le pertenece a Él por derecho). El fin de la religión es la comunión filial con Dios, en la que le honramos y veneramos como nuestro supremo Señor, lo amamos como a nuestro Padre, y encontramos en ese servicio reverente de amor filial nuestra verdadera perfección y felicidad. Como ya se ha dicho, el fin de todas las religiones es la comunión con Dios que da la felicidad. El budismo primitivo, con su objetivo de asegurar el reposo inconsciente (Nirvana) a través del esfuerzo personal independientemente de la ayuda divina, parece ser una excepción. Pero incluso en el budismo primitivo la comunión con los dioses de la India se mantuvo como un elemento de creencia y aspiración de los laicos, y fue sólo al sustituir el ideal de la comunión divina por el de Nirvana que el budismo se convirtió en una religión popular.
Así, en su sentido más estricto, la religión en su vertiente subjetiva es la disposición a reconocer nuestra dependencia de Dios, y en el lado objetivo, es el reconocimiento voluntario de esa dependencia a través de actos de homenaje. Se pone en juego no sólo la voluntad, sino el intelecto, la imaginación y las emociones. La religión no existiría sin la concepción de deidad personal. El reconocimiento del mundo invisible aviva la imaginación, y también se ejercitan las emociones. La necesidad de ayuda divina da lugar al anhelo de comunión con Dios. La posibilidad reconocida de la consecución de este fin engendra la esperanza. La conciencia de la amistad adquirida con un protector tan bueno y poderoso excita la alegría. La obtención de los beneficios en respuesta a la oración impulsa al agradecimiento. La inmensidad del poder y sabiduría de Dios llama a los sentimientos de temor. La conciencia de haberlo ofendido y haberse distanciado de él, y de ser así meritorios de castigo, conduce al miedo, a la tristeza y al deseo de reconciliación. La coronación de todo esto es la emoción del amor que brota de la contemplación de la bondad y excelencia maravillosa de Dios. Por ello, vemos cuán fuera de propósito están los intentos de limitar la religión al ejercicio de una facultad en particular, o identificarla con el ritual o con la conducta ética. La religión no es adecuadamente descrita como "el conocimiento adquirido por el espíritu finito de su esencia como espíritu absoluto" (Hegel), ni como "la percepción del infinito" (Max Müller), ni como "una determinación del sentimiento del hombre de la dependencia absoluta" (Schleiermacher), ni como "el reconocimiento de todos nuestros deberes como mandatos divinos" (Kant), ni como "la moral tocada por la emoción" (Mathew Arnold), ni como "la dirección seria de las emociones y deseos hacia un objeto ideal reconocido como de la más alta excelencia y como rectamente superior sobre los objetos del deseo egoísta" (J.S. Mill). Estas definiciones, en la medida en que son ciertas, son sólo caracterizaciones parciales de la religión.
La religión responde a una necesidad profundamente sentida en el corazón del hombre. Por encima de las necesidades de la persona están las necesidades de la familia, y más altas aún están las necesidades del clan y del pueblo, pues el bienestar del individuo depende del bienestar de la población. Por lo tanto nos encontramos con que la religión en su culto exterior es en gran medida una función social. Los ritos principales son ritos públicos, realizados en nombre y en beneficio de toda la comunidad. Es por la acción social que el culto religioso se mantiene y se conserva. Sólo en la sociedad con nuestro prójimo es que desarrollamos nuestras facultades mentales y morales y adquirimos la religión.
La religión se distingue en natural y sobrenatural. Por religión natural se entiende el sometimiento de uno mismo a Dios, sobre la base de ese conocimiento de Dios y de los deberes morales y religiosos que la mente humana puede adquirir por sus propios poderes sin ayuda. Sin embargo, no excluye las teofanías y las revelaciones divinas hechas con el fin de confirmar la religión en el orden natural. La religión sobrenatural implica un fin sobrenatural, concedido gratuitamente al hombre, es decir, una unión viva con Dios mediante la gracia santificante, que se comienza y se alcanza imperfectamente aquí, pero que se completa en el cielo, donde la visión beatífica de Dios será su recompensa eterna. También implica una revelación divina especial a través de la cual el hombre llega a conocer ese fin así como los medios divinamente designados para su consecución. Religión sobrenatural es la sujeción de uno mismo a Dios, basado en este conocimiento de fe y que se mantiene fructífera por la gracia.
Religión subjetiva
La religión en su aspecto subjetivo es esencialmente, aunque no exclusivamente, un asunto de la voluntad, la voluntad de reconocer mediante actos de homenaje la dependencia del hombre en Dios. Ya hemos visto que la imaginación y las emociones son factores importantes en la religión subjetiva. Las emociones, provocadas por el reconocimiento de la dependencia de Dios y por la profundamente sentida necesidad de la ayuda divina, dan mayor eficacia al ejercicio deliberado de la virtud de religión. Es digno de señalar que las emociones despertadas por la conciencia religiosa son como hechura para un sano optimismo. Los tonos predominantes de la religión son los de la esperanza, la alegría, la confianza, el amor, la paciencia, la humildad, el propósito de enmienda y la aspiración hacia los ideales elevados. Todos estos son los acompañantes naturales de la persuasión de que a través de la religión el hombre vive en comunión amistosa con Dios. Es insostenible la opinión de que en la mayoría de los casos el temor es el móvil de la acción religiosa.
En la religión subjetiva se deben incluir varias virtudes, muchas de ellas de un carácter emocional. El correcto ejercicio de la virtud de religión involucra tres virtudes cooperantes que tienen a Dios como su objeto directo, y por lo tanto conocidas como las "virtudes teologales". En primer lugar está la fe. Estrictamente hablando, la fe como una virtud es la disposición reverente de someter la mente humana a la divina, a aceptar como de autoridad divina lo que ha sido revelado por Dios. En sentido amplio, aplicado a todas las religiones, es la aceptación piadosa de las nociones fundamentales de la Deidad y de las relaciones del hombre con la Deidad contenidas en las tradiciones religiosas de la comunidad. En prácticamente todas las religiones hay un ejercicio de la enseñanza autoritativa en lo que respecta a la base intelectual de la religión, las cosas que se debe creer. Los individuos no adquieren estas cosas de forma independiente, a través de la intuición directa o del razonamiento discursivo. Llegan a conocerlas a través de la enseñanza de los padres y ancianos, y por la observancia de los ritos y costumbres sagrados. Toman estas enseñanzas sobre la autoridad, hechas venerables por el uso inmemorial, por lo que rechazarlas sería reprobado como un acto de impiedad. Así, mientras que el hombre tiene la capacidad de llegar al conocimiento de los fundamentos de la religión por el ejercicio independiente de su razón, regularmente llega a conocerlos a través de la enseñanza autoritativa de sus mayores. La fe de este tipo es prácticamente una base indispensable de la religión. En el orden sobrenatural, la fe es absolutamente indispensable. Si el hombre ha sido elevado a un fin sobrenatural especial, es sólo por la revelación de que puede llegar a conocer ese fin y los medios divinamente designados para su consecución. Tal revelación implica necesariamente la fe.
La esperanza es absolutamente indispensable para el ejercicio de la virtud de religión. La esperanza es la expectativa de lograr y mantener la comunión productora de felicidad con la Deidad. En el orden natural se basa en la concepción de la Deidad como una personalidad moralmente buena, que invita a la confianza. También es sostenida por los casos reconocidos de la Divina Providencia. En la religión cristiana la esperanza es elevada al plano sobrenatural, y está basada en las promesas divinas dadas a conocer por la revelación de Cristo. La falta de esperanza paraliza la virtud de religión. Por esta razón, los condenados ya no son capaces de tener religión.
En tercer lugar, el amor de Dios por sí mismo aparece o actúa conjuntamente con la virtud de religión, siendo necesario para su perfección. En algunas formas inferiores de religión, está en gran medida, si no totalmente, ausente. La deidad es honrada principalmente en aras de la ventaja personal. Sin embargo, en tal vez la mayoría de las religiones, se sienten al menos los inicios de un afecto filial a la deidad. Tal afecto parece estar implícito en la oferta generosa y en las expresiones de agradecimiento tan comunes en los ritos religiosos. En estrecha relación con las virtudes de la esperanza y el amor, y, por tanto íntimamente ligada a la religión según ejercida por el hombre en su fragilidad, está la virtud del arrepentimiento. Con todo su celo por la religión, el hombre está constantemente cayendo en pecados contra la Deidad. Estas ofensas, ya sean rituales o morales, deliberadas o involuntarias, se presentan como obstáculos más o menos fatales para la comunión productora de felicidad con la Deidad, que es la finalidad de la religión. El temor de perder la buena voluntad y ayuda de la Deidad, y de incurrir en su castigo da lugar al pesar, que en las religiones superiores se hace más meritorio por el dolor que se siente por haber ofendido a un Dios tan bueno. Por lo tanto el pecador se ve impulsado a reconocer su culpa y a buscar la reconciliación, a fin de restaurar a su integridad la rota unión de la amistad con Dios.
Religión objetiva
La religión objetiva comprende los actos de homenaje que son los efectos de la religión subjetiva, así como los diversos fenómenos que se consideran como manifestaciones de buena voluntad de la deidad. Podemos distinguir en la religión objetiva una parte especulativa y una parte práctica.
Especulativa
La parte especulativa abraza la base intelectual de la religión, los conceptos de Dios y el hombre, y de la relación del hombre con Dios, que son el objeto de la fe, ya sean naturales o sobrenaturales. De vital importancia para la religión correcta son los puntos de vista correctos respecto a la existencia de un Dios personal, la Divina Providencia y retribución, la inmortalidad del alma, el libre albedrío y la responsabilidad moral. Por lo tanto se reconoce la necesidad de establecer firmemente los fundamentos de las creencias teístas, y de refutar los errores que debilitan o destruyen la virtud de religión.
El politeísmo vicia la religión, en la medida en que confunde al Dios verdadero con una serie de seres ficticios, y distribuye entre ellos el servicio reverente que le pertenece sólo a Dios. La religión es absolutamente apagada en el ateísmo, que trata de sustituir a la Deidad personal con fuerzas físicas ciegas. Igualmente destructivo es el panteísmo, que considera todas las cosas como emanaciones de un universo impersonal e inconsciente. El agnosticismo también hace imposible la religión al declarar que no tenemos razones suficientes para afirmar la existencia de Dios. Casi tan fatal es el deísmo, que, lejos de poner a Dios en el mundo visible, niega la Divina Providencia y la eficacia de la oración. Dondequiera que la religión ha florecido, nos encontramos con una creencia profundamente arraigada en la Providencia Divina.
El libre albedrío---con su implicación necesaria, la responsabilidad moral---se da por sentado en los credos de la mayoría de las religiones. Es sólo en los grados de cultura superior, donde la especulación filosófica ha dado ocasión a la negación del libre albedrío, que se enfatiza esta importante verdad. La creencia en la inmortalidad del alma se encuentra en prácticamente todas las religiones, aunque la naturaleza del alma y el carácter de la vida futura son concebidos rudamente en la mayoría de las religiones. La retribución divina es también un elemento de la creencia religiosa en todo el mundo. Uno de los errores comunes fomentado en los últimos trabajos sobre antropología e historia de las religiones es que sólo en las religiones superiores se halla que la conducta moral descansa en la sanción religiosa. Aunque la norma del bien y del mal en las religiones inferiores es a menudo grandemente defectuosa, lo que permite la existencia de ritos impuros y crueles, no es menos cierto que lo que es reprobado como moralmente malo se considera generalmente como una ofensa a la divinidad, lo que conlleva algún tipo de castigo a menos que sea expiada. Muchas religiones, incluso las de las tribus salvajes y bárbaras, distinguen entre el destino de los buenos y el de los malos después de la muerte. El malo va a un lugar de sufrimiento, o perece por completo, o reencarnan en formas de viles animales. Prácticamente todos dan testimonio de la creencia en la retribución en la vida presente, como puede verse en el uso universal de ordalías, juramentos, y el recurso generalizado a los ritos penitenciales en tiempos de gran angustia.
Estos elementos fundamentales de creencia tienen su lugar legítimo en la religión cristiana, en la que se encuentran corregidos, completados y finalizados por un mayor conocimiento de Dios y de sus propósitos en lo que respecta al hombre. Dios, habiendo destinado el hombre a la comunión filial con Él en la vida de la gracia, a través de la Encarnación y la redención de Cristo ha traído al alcance del hombre las verdades y las prácticas necesarias para la consecución de tal fin. Así, en el cristianismo las cosas que hay que creer y hacer para obtener la salvación tienen la garantía de la autoridad divina. La recta creencia es, pues, esencial para la religión, si el hombre ha de hacer justicia a sus deberes morales y religiosos y por ende, asegurar su perfección. El clamor popular de hoy por la religión sin dogma viene del fracaso en reconocer la importancia suprema de la creencia correcta. Las enseñanzas dogmáticas del cristianismo, que suplementan y perfeccionan la base intelectual de la religión natural, no deben ser consideradas como una mera serie de rompecabezas intelectuales. Tienen un propósito práctico. Sirven para iluminar al hombre en toda la gama de sus deberes religiosos y éticos, sobre el cumplimiento adecuado del cual depende su perfección sobrenatural.
Estrechamente vinculados con los datos de la revelación están los intentos para determinar sus relaciones mutuas, para explicarlas en la medida de lo posible en términos de ciencia y filosofía sólidas, y extraer de ellos sus deducciones legítimas. A partir de este campo de estudio religioso ha surgido la ciencia de la teología. En correspondencia con esta en funciones, pero totalmente opuesta a ella en valor, está la mitología de las religiones paganas. La mitología es el producto en parte de la tendencia de la mente humana por comprender y en parte de los intentos del hombre por explicar los orígenes de tales factores como el fuego, la enfermedad, la muerte, y por explicar la sucesión de fenómenos naturales en una época de ignorancia cuando una fantasiosa personificación de las fuerzas de la naturaleza ocupaba el lugar del conocimiento científico. De ahí surgieron las historias míticas de los dioses grandes y pequeños, muchos de los cuales escandalizaron a las generaciones posteriores por su absurdo e inmoralidad. La mitología, al haber nacido de la ignorancia y de la fantasía desenfrenada, no tiene lugar legítimo en la sana creencia religiosa.
Práctica
La parte práctica incluye:
- (1) los actos de homenaje por los cuales el hombre reconoce la soberanía de Dios y busca su ayuda y amistad. Éstos se subdividen en tres clases:
- (a) los actos de culto directos,
- (b) la regulación de la conducta fuera de la esfera de la obligación moral, y
- (c) la regulación de la conducta dentro de la esfera reconocida de la obligación moral.
- (2) las experiencias religiosas extraordinarias vistas por el adorador como manifestaciones de la voluntad divina.
1. Actos de Culto
a. Actos de Culto: Los actos de culto propiamente dichos consisten en aquellos que expresan directamente adoración, acción de gracias, petición y propiciación. En estos se incluyen los actos de fe, esperanza, amor, humildad y arrepentimiento. Toman la forma externa de la oración y el sacrificio. La oración, como un acto externo, es la comunicación verbal de los pensamientos y necesidades del hombre a Dios. En las religiones inferiores las peticiones de favores terrenales son los principales objetos de la oración; y las expresiones de agradecimiento tampoco son desconocidas. Además de éstos, en las religiones superiores hay oraciones de adoración, de petición por una mejoría moral, también oraciones penitenciales.
El sacrificio es igualmente común que la oración. Los estudiosos no están de acuerdo sobre la idea principal que subyace al uso del sacrificio. La opinión más probable es que el sacrificio es principalmente una señal de respeto en la forma de un regalo. A menudo se llama un regalo u ofrenda, incluso en la Sagrada Escritura (cf. Gén. 4,3-5; Mt. 5,23). Entre las naciones de la antigüedad, así como en la mayoría de los pueblos de hoy, a ningún inferior se le ocurriría acercarse a su superior sin llevarle un regalo. Es una señal de respeto y buena voluntad. No es un soborno, como han objetado algunos, aunque puede degenerar en tal. De igual manera, el hombre desde la antigüedad, al rendir homenaje a la deidad, venía a su presencia con un regalo. Además de ser una prueba visible de respeto del hombre, el don también significaba que todas las cosas eran de Dios. La entrega del objeto a la deidad implicaba que ya no pertenecía al adorador, sino que se convirtió en propiedad sagrada de la deidad (sacrificium). Siendo así eliminado del uso ordinario, se pasó a la deidad por la destrucción total o parcial; se derramaban ofrendas líquidas en el suelo, y generalmente se quemaban ofrendas de comida. Otras se arrojaban a los ríos o al mar. Muy a menudo, en las ofrendas de comida sólo se destruía una parte por el fuego y el resto era comido por los fieles, de esta forma se simbolizaba la unión amistosa de ellos con la deidad. En algunos casos, la idea subyacente era que el hombre es el huésped privilegiado en el banquete divino, y que participaba de la comida sagrada consagrada a la divinidad; tenía así una significación casi sacramental. En la antigua religión hebrea había ofrendas de alimentos que incluían sacrificios sangrientos de víctimas animales. Estos eran tipos del gran sacrificio expiatorio de Cristo. En la religión católica, el sacrificio de Cristo en la Cruz se perpetúa por el sacrificio incruento del Sacrificio de la Misa, en la que el eterno Cordero de Dios se ofrece bajo la apariencia de pan y vino, y es consumida devotamente por el sacerdote y los fieles. El uso del sacrificio ha llevado al oficio del sacerdote. En un principio, el sacrificio, como la oración, fue del tipo más simple y lo ofrecía el individuo por sus necesidades personales, por el jefe de la familia o clan, por sus miembros en conjunto y por el jefe o rey de todo el pueblo.
Con el aumento en oraciones y ritos ceremoniales, el oficio del sacrificio dio origen a la clase de sacerdotes cuyo deber era hacer las ofrendas en estricta conformidad con el complicado ritual. La institución del oficio del sacerdote es, pues, posterior a la de sacrificio. Al principio los sacrificios se hacían a la intemperie sobre fogones de tierra o piedra elevados, que se convirtieron en los altares. Luego se construyeron los templos para la protección de los altares permanentes. Los sacrificios más solemnes fueron los ofrecidos a favor del pueblo para la obtención de beneficios públicos. Para acomodar el gran concurso de fieles, los templos se construían a menudo a gran escala, superando en magnificencia a los palacios de los reyes. Desde los primeros tiempos la religión fue así la gran influencia inspiradora en el desarrollo de la arquitectura y las artes decorativas. El arte de la escultura y de la pintura le debe mucho a la utilización de imágenes y cuadros religiosos, que desde tiempo inmemorial se han asociado con el culto. Al adquirir nociones de seres invisibles e intangibles, el hombre ha hecho generalmente gran uso de la imaginación, que, si bien a menudo malinterpreta, sirve para concretar y hacer realidad las cosas que él reconoce, pero sólo capta vagamente. Esto ha llevado a la hechura de formas en madera y piedra para representar a los seres misteriosos de quienes el hombre busca ayuda. Estas formas son susceptibles de ser repulsivas donde el arte de la escultura es rudimentario. En las naciones más altas de la antigüedad, la realización de las imágenes sagradas de madera, piedra y metal fue llevada a un alto grado de perfección. Su uso degeneró en idolatría, donde prevalecía el politeísmo.
La religión cristiana ha permitido el uso de estatuas y pinturas para representar al Hijo de Dios Encarnado, a los santos y ángeles, y estas imágenes son una ayuda legítima a la devoción, ya que el honor que se les da es sólo relativo, ya que se dirige a los seres que representan a través de ellas. Es como el honor relativo dado a la bandera de la nación.
Los tiempos y lugares de culto externo merecen alguna atención. En la mayoría de las religiones nos encontramos con ciertos días del año reservados para los más solemnes actos de culto; algunos de éstos son sugeridos por fenómenos recurrentes de la naturaleza (la luna nueva y llena, la primavera, con su naciente vegetación, el otoño con sus cosechas maduras, los dos solsticios); otros conmemoran acontecimientos históricos de gran importancia para la vida religiosa del pueblo. De ahí la observancia generalizada de las festividades religiosas, en las que se ofrecen sacrificios públicos con un ritual elaborado y se acompañan con un banquete y el descanso de la actividad ordinaria. De la misma manera algunos lugares, hechos venerables por el culto inmemorial o por asociación con famosas visiones, oráculos, y curaciones milagrosas, llegaron a ser señalados como los lugares más adecuados para el culto público. Se construyen santuarios y templos, a los que se atribuye una santidad peculiar, y se hacen peregrinaciones anuales a ellos desde lugares distantes.
El elemento emocional en el culto externo es una característica que no puede pasarse por alto. Las oraciones y sacrificios solemnes a la Divinidad en favor de la comunidad se adornan con actos rituales expresivos de las emociones que entran en juego en el culto religioso. El deseo y la esperanza de auxilio divino, la alegría por su posesión, la gratitud por los favores recibidos, la aflicción por el alejamiento temporal de la Deidad ofendida---todas estas emociones aceleran los actos de culto y se expresan en los cantos, música instrumental, bailes, procesiones y majestuosas ceremonias. Estas expresiones de los sentimientos también son poderosos medios de despertar el sentimiento, y dar así una intensa seriedad a la religión. Este elemento emocional entra en el culto externo de toda religión, pero su extensión y carácter varían considerablemente, pues son determinados por el estándar particular de propiedad prevaleciente en un cierto grado de cultura. Por regla general, los pueblos incultos son más emocionales y más impulsivos en la expresión de sus emociones que los pueblos de un alto grado de cultura. De ahí que el culto en las religiones inferiores se caracteriza generalmente por ruido, la acción extravagante y exhibición espectacular. Esto se demuestra especialmente en sus danzas sagradas, que son en su mayoría [[violencia|violentas, y desde nuestro punto de vista, fantásticas, pero que se ejecutan en un espíritu de gran seriedad.
La religión hebrea primitiva, como la mayoría de las religiones de la antigüedad, tuvo sus danzas sagradas, las cuales son una característica popular del islamismo en la actualidad. Han sido sabiamente dejadas de lado en el culto cristiano, aunque en muy pocos lugares, como en Echternach, Luxemburgo, y en la catedral de Sevilla, la danza religiosa da un color local a la celebración de alguna festividad. La música instrumental y es un marco más apropiado para la oración litúrgica y los sacrificios solemnes. Los inicios de la música fueron necesariamente groseros. Bajo la influencia de la religión, los cantos rítmicos crecieron hasta convertirse en himnos y salmos inspiradores, que dan lugar a la literatura poética sagrada de muchas naciones. En la religión cristiana la poesía sagrada, la melodía y la música polifónica han sido llevadas a la cima de la perfección. Estrechamente relacionada a la danza religiosa, sin embargo, cuando ha sido debidamente reglamentada y si no se opone al gusto refinado, está el espectáculo de la ceremonia religiosa---el empleo de numerosos ministros oficiantes vestidos con trajes llamativos para llevar a cabo una función solemne y complicada, o la procesión religiosa, en que los ministros, llevando objetos sagrados, van acompañados de una larga fila de fieles, que marchan al son de conmovedores himnos y música instrumental. Todo esto hace una profunda impresión en los espectadores. La Iglesia Católica ha mostrado su sabiduría al tomar para su liturgia tales elementos como lo son la expresión legítima y digna del sentimiento religioso.
b. Regulación de la conducta fuera de la esfera de la obligación moral: Este elemento es común a todas las religiones. Se ejemplifica en las purificaciones, ayunos, privación de ciertos tipos de alimentos, la abstinencia, a veces, de tener relaciones conyugales, el cese de las ocupaciones diarias en determinados días, mutilaciones y dolores autoinfligidos. La mayoría de estos sirven como preparación, inmediata o remota, para los actos solemnes de culto para los que generalmente se requiere la pureza ceremonial. Por lo tanto muchos de ellos están incorporados en ritos asociados estrechamente con el culto divino. La mayoría de estas prácticas se basan en una sensación de idoneidad fortalecida por la costumbre inmemorial; se cree que descuidarlas o despreciarlas trae consigo calamidades, por lo tanto tienen una sanción cuasi-religiosa. En la religión hebrea las prácticas de este tipo descansaban en su mayoría en expresar los mandatos divinos. Esto fue cierto incluso para la circuncisión, que, aun siendo una mutilación de una especie de menor importancia (la única forma de mutilación tolerada en la Antigua Ley), se le dio una significación altamente moral, y fue convertida en la señal del pacto de Dios con Abraham y sus descendientes.
El descanso sabático, transferido en el cristianismo para el domingo, también se basa en un expreso mandato divino. A esta clase de actos de homenaje externos pertenecen también las diversas formas de ascetismo que prevalecen en muchas religiones. Estas son las obras de piedad restrictivas que conllevan molestias, dolor y la abstinencia de placeres legítimos, realizadas voluntariamente con el fin de merecer una mayor proporción de los favores divinos y asegurar más que la santidad y la perfección ordinarias. En las religiones inferiores la tendencia ascética a menudo ha degenerado en formas repulsivas de mortificación sobre la base de fines puramente egoístas. En el cristianismo las diversas formas de negación de sí mismo, en particular los propósitos de perfección ( pobreza, castidad y obediencia) cultivadas en el espíritu del amor divino, han dado lugar al florecimiento de la vida ascética dentro de los límites del decoro religioso verdadera.
c. Regulación de la conducta dentro de la esfera reconocida de la obligación moral: La clase de actos que caen dentro de este ámbito implica que la Deidad soberana es el guardián de la ley moral. Los deberes morales, en la medida en que son reconocidos, son vistos como órdenes divinas. Su cumplimiento merece la aprobación y recompensa divinas; su violación conlleva el castigo divino. Por desgracia, la norma moral de los pueblos en categorías inferiores de cultura ha sido por lo general sumamente defectuosa. Ellos hacen muchas cosas impactantes para nuestro sentido moral sin la conciencia de maldad. Puesto que generalmente se dan a la incontinencia, la poligamia, los hechos de violencia, e incluso al canibalismo, naturalmente les atribuyen los mismos sentimientos y prácticas a sus dioses. La sanción religiosa así concebida le da fuerza tanto al lado bueno como al malo de su imperfecto estándar de conducta. Mientras les ayuda a evitar ciertas formas graves de delito, patentes incluso para mentes de poca inteligencia, fomenta la práctica continuada de goces viciosos que de otro modo podrían ser más fácilmente superados. Éste es particularmente el caso en que estos excesos se han tejido en los mitos de los dioses y las leyendas de héroes deificados, o se han incorporado a los ritos religiosos y se han convertido, por así decirlo, en inviolables. Esto explica como, por ejemplo, entre los pueblos tan altamente civilizados como los babilonios, griegos y romanos ciertos ritos lascivos podían mantenerse en la sagrada liturgia, y también cómo, en la culto al dios azteca de la guerra, los sacrificios humanos con fiestas caníbales pudieron prevalecer a un grado tan chocante. En este sentido, los sistemas religiosos de las categorías inferiores de la cultura han tendido a retrasar la reforma y el avance hacia estándares de conducta más elevados. Ha sido la gloria de la religión de Cristo que, a partir de los más altos principios éticos, le ha señalado a la humanidad el verdadero camino hacia la perfección moral y espiritual, y le ha dado las más poderosas ayudas para la consecución exitosa de este noble ideal.
2. Manifestaciones de la Voluntad Divina
La religión es algo más que el intento del hombre para garantizar la comunión con Dios; también es una experiencia a veces real y a veces imaginaria, de lo sobrenatural. En correspondencia con la profundamente sentida necesidad de la ayuda divina está la convicción de que en numerosos casos se ha dado esta ayuda en respuesta a la oración. Se piensa piadosamente que señales sensibles de la voluntad divina premian los serios esfuerzos del hombre para conseguir la comunión proveedora de felicidad con la Divinidad. Prominentes entre estas señales están los alegados casos de comunicaciones divinas al hombre: la revelación.
a. La revelación: La revelación (o Dios le habla al hombre) es el complemento de la oración (el hombre le habla a Dios). Se siente instintivamente que se necesita para la perfección de la religión, que es una relación personal de amor y amistad. Apenas existe una religión que no tenga sus casos aceptados de visiones y comunicaciones divinas. Para el teísta esto ofrece un argumento presuntivo fuerte a favor de la revelación divina, porque Dios difícilmente dejaría insatisfecho este anhelo legítimo del corazón humano. En efecto, se ha alcanzado plenamente en la religión de Cristo, en la que el hombre ha sido divinamente iluminado en lo que respecta a sus deberes religiosos, y se le ha dado el poder sobrenatural para realizarlos y por ese medio asegurar su perfección.
En las religiones inferiores, en las que se mantiene a la vista principalmente el bienestar temporal, en la víspera de cada empresa importante se busca la certidumbre divina del éxito a través de las formas rituales de adivinación y mediante el uso de la profecía. El oficio de profeta, el portavoz reconocido de la Deidad, es generalmente, pero no siempre, distinto del de sacerdote. Tuvo su lugar legítimo en la Antigua Ley, en la que los profetas divinamente elegidos no sólo hablaban de las cosas por venir, sino también trajo a sus contemporáneos los mensajes de Dios de advertencia y de despertar moral y espiritual. En Cristo el oficio de profeta fue perfeccionado y completado para siempre.
En las religiones inferiores el oficio de profeta es casi invariablemente caracterizado por una excitación mental extraordinaria, tomada por los adoradores como signo de la presencia inspiradora de la deidad. En este estado de frenesí religioso, ocasionado por regla general por narcóticos, danzas y música ruidosa, el profeta emite sus oráculos. A veces la profecía se hace después de salir de un trance, en el que se cree que el profeta fue favorecido con visiones y comunicaciones divinas. En su ignorancia, los adoradores confunden estos estados patológicos con los signos de la morada de la deidad. Su equivalente puede ser visto hoy en las escenas de emoción salvaje, tan común en los resurgimientos religiosos de ciertas sectas, donde los creyentes, bajo la influencia de exhortaciones ruidosas que conmueven el almas, se convierten en presa del frenesí religioso, la danza, gritos, caen en ataques cataléptico, y creen ver visiones y escuchar las garantías divinas de salvación. Muy diferente de estos trastornos mentales violentos son los pacíficos, pero no menos extraordinario éxtasis de muchos santos, en el que experimentan visiones maravillosas y coloquios divinos, mientras que el cuerpo yace inmóvil e insensible. El carácter sobrenatural de estas experiencias no es una cuestión de fe, sino que está avalado por la minuciosa investigación y juicio de las autoridades eclesiásticas y declarado digno de aceptación piadosa.
b. Sanaciones extraordinarias: Hay pocas religiones en las que no se recurra a la ayuda sobrenatural para una curación milagrosa. El testimonio de testigos confiables y los numerosos exvotos que nos han llegad desde la antigüedad no dejan lugar a duda sobre la realidad de muchas de estas curaciones. Era natural que se viesen como milagrosas en una época en que no se entendía el notable poder de la sugestión para efectuar curaciones. La ciencia moderna reconoce que fuertes impresiones mentales pueden influir poderosamente en el sistema nervioso y a través de éste en los órganos corporales, llevando en algunos casos a enfermedades súbitas o a la muerte, en otros, a sanaciones notables. Tal es la llamada curación mental, o curación por sugestión, la cual explica naturalmente muchas curaciones extraordinarias registradas en los anales de las diferentes religiones; sin embargo tiene sus límites reconocidos. No puede restaurar de repente un órgano medio podrido, o sanar al instante una herida abierta causada por un cáncer. Sin embargo, sanaciones como éstas y otras que igualmente desafían toda explicación natural han ocurrido en Lourdes y en otros lugares, y son autenticadas por el más alto testimonio médico.
c. Conversiones repentinas: En la religión cristiana hay muchos casos de conversiones repentinas de una vida de vicio a una de virtudes, de un estado de depresión espiritual a uno de celo entusiasta. Estas son frecuentes en las formas calvinistas del protestantismo, donde el miedo de estar fuera de los elegidos, agravado por caídas en el pecado, conduce a la depresión y miseria espiritual con el anhelo correspondiente por la garantía divina de la salvación. Tales conversiones, que vienen súbitamente y transforman al individuo en un hombre nuevo, feliz en la conciencia del amor divino y activo en las obras de piedad, han sido popularmente consideradas como milagrosas en todos los casos. Que muchas de estas conversiones pueden ser de un orden puramente natural parece ser demostrado por la psicología moderna, que ofrece la teoría plausible del surgimiento impetuoso a la conciencia de actividades subliminales puesta en funcionamiento en forma inconsciente por los anhelos intensos y persistentes de un cambio a una vida mejor y más espiritual. Pero hay que reconocer que esta teoría tiene sus limitaciones. La gracia de Dios puede estar trabajando en muchas conversiones que permiten una explicación natural. Por otra parte, hay conversiones que desafían cualquiera de tales explicaciones naturales como el trabajo de la conciencia subliminal. No puede, por ejemplo, explicar la conversión de San Pablo, quien de ser un enemigo rabioso del cristianismo pasó a ser de súbito en uno de sus más ardientes campeones, un resultado que fue la misma antítesis de su creencia de conciencia y aspiraciones previas. Que su visión de Cristo era real y objetiva lo demuestra la adhesión maravillosa de conocimiento que le trajo a su mente, haciéndolo apto para permanecer indiscutido como uno de los Apóstoles de Cristo. No hay una explicación natural para una conversión de este tipo.
Libros sagrados
Queda una palabra por decir, a modo de suplemento, de la literatura sagrada característica de la mayoría de las religiones superiores. Tanto el lado especulativo como el práctico de la religión contribuyen a su formación. Muchos elementos, acumulados a través de una larga serie de generaciones, entran en la composición de los libros sagrados de las grandes religiones de la antigüedad---los mitos y leyendas tradicionales, las historias del trato providencial de la divinidad con su pueblo; los cantos sagrados, himnos y oraciones; los grandes poemas épicos, las leyes que rigen la actividad social y nacional; los textos de los ritos sagrados y las prescripciones que regulan su exacto cumplimiento; las especulaciones sobre la naturaleza de la deidad, el alma, retribución y vida futura. En algunas de las religiones antiguas, la enorme cantidad de tradición sagrada fue transmitida oralmente de generación en generación hasta que finalmente fue puesta por escrito. En todas las religiones que poseen libros sagrados, hay una tendencia a darles una antigüedad mucho mayor de la que realmente disfrutan, y los consideran como una expresión infalible de la sabiduría divina. Esta última afirmación se desvanece rápidamente cuando se les compara con los libros inspirados de la Biblia, que en lo espiritual y el valor literario está inconmensurablemente por encima de ellos.
El origen de la religión
El origen de la religión se remonta a tiempos prehistóricos. A falta de información histórica positiva, la pregunta sobre el origen de la religión sólo admite una respuesta especulativa. Es la doctrina católica que la religión primitiva fue una religión monoteísta divinamente revelada. Esta fue una anticipación y perfección de la idea de religión, que el hombre desde el principio fue naturalmente capaz de adquirir. La religión, como la moral, tiene aparte de la revelación una base u origen natural. Es el resultado del uso de la razón, sin embargo, sin la influencia correctora de la revelación, es muy apta para ser errónea y distorsionada.
Aplicación Moderna del Principio de Causalidad: La religión, en su ultimo análisis, descansa sobre una interpretación teísta de la naturaleza. El filósofo cristiano llega a ésta por un proceso de razonamiento discursivo, haciendo uso de argumentos extraídos de la naturaleza exterior y de su conciencia interna (vea el artículo Dios). Sin embargo, este es un proceso de razonamiento altamente filosófico, el resultado de los aportes acumulados de muchas generaciones de pensadores. Presupone una mente entrenada para el razonamiento abstracto, y por lo tanto no es fácil para el individuo promedio. Difícilmente puede haber sido el método seguido por el hombre salvaje, cuya mente no estaba capacitada para la filosofía y la ciencia. El proceso por el cual llegó naturalmente a una interpretación teísta del mundo parece haber sido una aplicación sencilla y espontánea del principio de causalidad.
Aplicación Primitiva del Principio de Causalidad: Con toda razón se puede pensar que la opinión del hombre sobre la naturaleza era, en gran medida, similar a la adoptado por pueblos que generalmente no habían ascendido a un conocimiento científico de las leyes de la naturaleza. Reconocen en todos los fenómenos sorprendentes de la tierra, el aire y el cielo el agente inmediato de la voluntad inteligente. El hombre inculto no entiende las causas mecánicas y secundarias de los fenómenos naturales. La causa más conocida son las causas personales y vivientes, él mismo y sus semejantes. La familiaridad con objetos inanimados, como troncos y piedras, armas y utensilios, muestra que incluso estas cosas presentan sólo los movimientos y fuerza que él y sus compañeros deciden impartirles. La acción viviente está detrás de sus movimientos. El resultado natural es que, cada vez que ve un fenómeno que muestra movimiento y energía fuera de su limitada experiencia de causalidad mecánica, es llevado espontáneamente a atribuirla a alguna misteriosa forma de fuerza viva. El trueno sugiere el tronador. Se considera al sol y la luna como seres vivos o los instrumentos de una fuerza viva invisible. La personalidad también se asocia con ellos, especialmente cuando los fenómenos son indicativos de un propósito inteligente.
Así que para el hombre primitivo fue fácil reconocer en y detrás de los fenómenos de la naturaleza la agencia de una mente y voluntad. Pero no fue una cuestión igualmente fácil discernir en la gran diversidad de estos fenómenos la acción de sólo una personalidad suprema. No se puede negar la posibilidad de tal deducción; pero la probabilidad no es muy grande cuando conociéramos cuan difícil habría sido para el hombre primitivo en su falta de experiencia coordinar los diversos efectos de la naturaleza y derivarlos de una y la misma fuente de poder. La tendencia más probable habría sido la de reconocer en los diversos fenómenos la agencia de distintas personalidades, como lo hacen incluso hoy día pueblos incultos de todas partes. Pueblos cuya ignorancia de las leyes físicas de la naturaleza no ha sido compensada por la enseñanza revelada, han personalizado invariablemente las fuerzas de la naturaleza, y, sintiendo que su bienestar dependía del ejercicio benefactor de estos poderes, han llegado a divinizarlos.
La revelación divina salvó al hombre primitivo del peligro de caer en una interpretación politeísta de la naturaleza. Al parecer, tal era la filosofía simple que constituía la base natural de la religión en los tiempos primitivos. Era teóricamente capaz de conducir a un monoteísmo como el de los antiguos hebreos, que veían las nubes, la lluvia, los rayos y las tempestades como signos de la actividad inmediata de Dios. Pero, aparte de la revelación, era muy susceptible de degenerar en un culto politeísta a la naturaleza. Su defecto fue principalmente científico, la ignorancia de las causas secundarias de los eventos naturales; pero se basaba en un principio racional, a saber, que los fenómenos de la naturaleza son de alguna manera el resultado de una voluntad inteligente. Este principio se recomienda a sí mismo ante los filósofos y científicos cristianos.
Teoría de la Intuición: Se han sugerido otras teorías para explicar el origen de la religión. Haremos una breve revisión de las más comunes. Según la teoría de la intuición, el hombre tiene instintivamente una intuición de Dios y de su dependencia en él. Para esta teoría hay varias objeciones serias. Debemos ser conscientes de esta intuición si la tenemos. Una vez más, como resultado de tal intuición, el hombre debe encontrarse en todas partes con una religión monoteísta. La existencia generalizada del politeísmo y la indiferencia religiosa de muchas personas son incompatibles con tal intuición de Dios.
Teoría de la Percepción de Max Muller: Esta no es más que una ligera modificación de la teoría de la intuición. Muller pensaba que la percepción del infinito era la fuente de la religión, siendo adquirida por "una facultad mental que, independientemente de, o mejor dicho, a pesar de, el sentido y la razón, le permite al hombre aprehender el infinito bajo diferentes nombres y en diferentes disfraces" ("Origin and Growth of Religion”, Londres, 1880, p. 23). Pero la aprehensión de lo infinito o de lo indefinido se adapta más bien a las mentes filosóficas que a las simples, y no se encuentra en la generalidad de las religiones. Es la aprehensión de la personalidad soberana lo que da lugar a la religión, no la simple aprehensión de lo infinito. Esta teoría no explica cómo el hombre llega a la noción de tal personalidad.
Teoría del Miedo: Una teoría común entre los filósofos griegos y romanos, favorecida por unos pocos escritores modernos, es que la religión tuvo su origen en el miedo, particularmente el miedo al rayo, tempestades y otros rasgos peligrosos de la naturaleza. Pero el miedo es un sentimiento, y ningún mero sentimiento puede explicar la idea de la personalidad, que puede o no estar asociada con un objeto peligroso o aterrador. El miedo, como la esperanza, puede ser uno de los motivos que llevó al hombre a la adoración de la deidad, pero tal adoración presupone el reconocimiento de la deidad, y el miedo no puede explicar este reconocimiento. Ya hemos visto que el miedo no es el tono predominante, incluso en las religiones más bajas, como lo demuestra el uso universal de los ritos que expresan alegría, esperanza y gratitud.
Teoría Animista: Una de las teorías favoritas de los tiempos modernos es la teoría animista. Fue presentada con gran erudición por E. B. Tylor. Según esa teoría, en consecuencia de una fuerte tendencia a personificar, los pueblos primitivos llegaron a ver todas las cosas como con vida, incluso los troncos y las piedras. También tenían una noción tosca sobre el alma, derivada de sueños y visiones experimentadas al dormir y en el desmayo. Al aplicar esta idea del alma a las cosas inanimadas, que consideraban como vivas, llegaron a asociar a los espíritus poderosos con grande fenómenos de la naturaleza y llegaron a rendirles culto. Los defectos de esta teoría son tales que la desacreditan ante los ojos de muchos eruditos. En primer lugar, no es cierto que los pueblos incultos confundan lo vivo con lo no vivo hasta el punto de que consideren vivas hasta las piedras. Ciertamente, sería extraño si el hombre incivilizado no estuviese a la par al menos con la bestia en la habilidad para distinguir entre objetos familiares inanimados y aquellos que muestran vida y movimiento. Ahora bien, mientras que el hombre de grados de cultura inferiores tiene una noción tosca de las almas, no necesitan ese concepto para llegar a la idea de la agencia personal en la naturaleza. Todo lo que necesitan es la noción de causa personal, la cual obtienen de la conciencia de ellos mismos como fuentes de poder y acción intencional. Hay toda razón para pensar que esta idea es anterior al concepto de alma (vea animismo.)
Teoría del Fantasma: Esta teoría, cuyo campeón inglés prominente lo fue Herbert Spencer, identifica la noción primitiva de religión con el servicio o propiciación de los parientes difuntos, y le atribuye el culto a las grandes deidades de la naturaleza a las aplicaciones erróneas del culto a los ancestros. Se dice que las primeras grandes ofrendas religiosas fueron ofrendas de alimentos, armas y utensilios hechos para las almas de los muertos, cuyas ocupaciones, necesidades y gustos en la otra vida se pensaba eran similares a las de la existencia terrenal. A cambio de estos muy necesarios servicios, los muertos le daban ayuda y protección a los vivos. Una serie de disparates llevó al reconocimiento y culto a las grandes deidades de la naturaleza. Los pueblos migratorios de más allá del mar o de las montañas vinieron a ser conocidos como los hijos del mar o de la montaña. Las generaciones posteriores, al confundir el significado del término, fueron llevados a considerar al mar o a la montaña como sus ancestros vivientes y a rendirles culto. Una vez más, los héroes difuntos, llamados Sol, Trueno, Nube-Lluvia, luego de un tiempo llegaron a ser confundidos con el sol real y otros fenómenos naturales, dando así lugar a la concepción de las deidades naturales y el culto a la naturaleza.
Los defectos de esta teoría son evidentes. Errores como estos pudieron haber sido cometidos por un individuo estúpido de la tribu, pero no por todos los miembros de la tribu, y menos aún por las tribus en toda la tierra. Una serie de errores triviales y fortuitos no pueden explicar un hecho tan universal como el reconocimiento de las deidades de la naturaleza. Si la teoría del fantasma fuese cierta, deberíamos encontrar que las religiones de los salvajes consistan exclusivamente de culto a los antepasados, lo cual no es el caso. En todas las religiones inferiores, donde se encuentran ofrendas de alimentos a los muertos, también encontramos deidades a la naturaleza reconocidas y distinguidas cuidadosamente de los héroes muertos. Entre los pigmeos del Congo del Norte, considerados una de las razas más inferiores, hay un reconocimiento reverente a una Deidad suprema, pero no hay rastro de culto a los antepasados. Así, no hay buena base para la afirmación que el culto a los antepasados ha sido la primera forma de religión, ni tampoco lo necesitamos para explicar la religión, en sentido estricto, en ninguna de sus formas. Se trata de un crecimiento paralelo que ha surgido y se ha mezclado con la religión propiamente dicha. Este último es de origen independiente.
Teoría del Fetiche: Esta teoría deriva la religión del uso y veneración de fetiches. Un fetiche es un objeto (generalmente lo suficientemente pequeño como para ser transportado) en el cual se piensa que reside un espíritu, que actúa como un genio protector para el dueño que lo lleva, y quien lo venera debido al espíritu que mora en él. En general, es el curandero o mago quien hace el fetiche, y lo llena con el espíritu. Se utiliza hasta que su ineficacia se vuelve evidente, cuando es dejado de lado como algo sin valor, en la creencia de que el espíritu residente se ido de él. Ahora bien, el uso de dichos objetos no puede ser la forma principal de religión. En primer lugar, no hay forma actual de religión conocida en la que el fetichismo sea el único elemento constituyente. Entre los negros de África occidental, donde llamó la atención por primera vez, los espíritus fetiches son a lo mejor sólo seres inferiores, pero, en general distintos del supremo cielo-dios y de las poderosas deidades de la naturaleza asociadas con el mar y el trueno. Una vez más, la idea de persuadir a los espíritus de que se alojen en troncos y piedras y se conviertan en propiedad de los portadores, es la antítesis misma de la religión, la que implica el sentido de dependencia en la Deidad. Lejos de esta última idea derivarse de la anterior, hay muchas razones para ver en el fetichismo una noción pervertida de la religión. (Vea fetichismo).
Teoría del Tótem: Esta teoría coloca el origen de la religión en el totemismo, una institución semi-religiosa, semi-social que prevalece principalmente entre las tribus salvajes. En ciertas tribus, cada uno de los clanes componentes tiene una deidad tutelar íntimamente asociada con una determinada especie de animal o planta, la cual es venerada por el clan como sagrada e inviolable, y al cual se le llama el antepasado del clan. Los individuos de las especies a menudo se consideran como especialmente sagrados a causa de la divinidad inmanente. Por lo tanto el animal o planta totémica normalmente no es utilizado para la alimentación por el clan que lleva su nombre. Se dice que la unión de clanes en tribus bajo la dirección de un clan superior ha dado lugar a la absorción de las deidades totémicas más débiles en la del clan gobernante, con el resultado de que surgen las deidades totémicas superiores. No era más que un paso más para el reconocimiento de una deidad suprema. El totemismo trabaja bajo muchas de las dificultades del fetichismo. En ningún lugar nos encontramos con la religión del totemismo puro. Entre los indios de América del Norte, donde el totemismo ha florecido con el mayor vigor, los tótems son completamente opacados por las grandes deidades del cielo, aire y agua. La distinción entre ellos y los espíritus del tótem es absoluta. En ninguna parte las grandes deidades llevan los nombres de animales o plantas como una marca de origen totémico. En la mayoría de las religiones del mundo, no hay rastros del totemismo, vestigios del cual deberían estar diseminados si hubiese sido la fuente para todas las demás formas de religión. El tótem, como el fetiche, presupone la misma cosa que necesita ser explicada, la creencia en la existencia de agentes personales invisibles.
Universalidad de la religión
Influencia civilizadora de la religión
Estudio científico moderno de la religión
Bibliografía: Además de las obras en latín de SANTO TOMÁS, SUÁREZ, LUGO, MAZZELLA, etc., se puede consultar a los siguientes autores: VAN DEN GHEYN, La Religion, son origine et sa définition (París, 1891); HETTINGER, Natural Religion (Nueva York, 1893); JASTROW, The Study of Religion (Nueva York, 1902); BOWNE, The Essence of Religion (Boston, 1910); LILLY, The Great Enigma (Nueva York, 1892); LANG, The Making of Religion (Nueva York, 1898); IDEM. Myth, Ritual and Religion (Londres, 1899); MILL, Three Essays on Religion (Londres, 1874); KELLOGG, The Genesis and Growth of Religion (Nueva York, 1892); MARTINEAU, A Study of Religion (2 vols., Londres, 1888); BRINTON, The Reliqious Sentiment (Nueva York, 1876); DE BROGLIE, Problèmes et conclusions de l'histoire des religions (París, 1886); VERNES, Hist. des religions, son esprit, sa méthode, et ses divisions (París, 1887); JORDAN, Comparative Religion; its Genesis and Growth (Nueva York, 1905); FOUCART, La méthode comparative dans l'histoire des religions (París, 1909); JAMES, The Varieties of Religious Experience (Londres, 1903); PRATT, The Psychology of Religious Belief (Nueva York, 1907); AMES, The Psychology of Religious Experience (Boston, 1910); WUNDT, Völkerpsychologie (Leipzig, 1904-07); CAIRD, Introduction to the Philosophy of Religion (Glasgow, 1901); CALDECOTT, The Philosophy of Religion in England and America (Nueva York, 1901); LADD, The Philosophy of Religion (Nueva York, 1905); PFLEIDERER, The Philosophy and Development of Religion (2 vols., Edimburgo, 1894); EUCKEN, Christianity and the New Idealism (Nueva York, 1909). Vea también las bibliogrfías de los artículos sacerdocio y sacrificio.
Fuente: Aiken, Charles Francis. "Religion." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/12738a.htm>.
Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina.