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Martes, 19 de marzo de 2024

Humildad

De Enciclopedia Católica

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La palabra humildad significa abajamiento o sumisión y se deriva del latín humilitas o, como dice Santo Tomás de Aquino, de humus: la tierra que pisamos. Aplicada a personas y cosas designa aquello despreciable, innoble o de condición pobre; como decimos ordinariamente, algo de poco valor. Así decimos que un hombre es de origen humilde o que una casa es una vivienda humilde. Restringido a personas, se entiende humildad en el sentido de aflicciones o padecimientos que pueden ser causados por agentes externos, como cuando un hombre humilla a otro provocándole dolor o sufrimiento. Es en este sentido que los demás pueden infligirnos humillaciones y someternos a ellas. Humildad, en un sentido más elevado y ético es aquello por lo que un hombre tiene una modesta apreciación de su propio valor y se somete a otros. Conforme a este significado ningún hombre puede humillar a otro sino sólo a sí mismo, y esto sólo puede lograrlo adecuadamente mediante la ayuda de la gracia divina. Tratamos aquí a la humildad en este sentido, en el de la virtud de la humildad.

Puede definirse a la virtud de la humildad como: “Una cualidad por la que una persona considerando sus propios defectos tiene una pobre opinión de sí misma, y se somete voluntariamente a Dios y a los demás por amor a Dios.” San Bernardo la define como: “Una virtud por la que un hombre, conociéndose a sí mismo como realmente es, se rebaja". Estas definiciones coinciden con la de Santo Tomás: “La virtud de la humildad", dice, "consiste en mantenerse dentro de los propios límites, sin tratar de alcanzar cosas que están sobre uno, sino sometiéndose a la autoridad del superior" (Suma Contra Gentiles, lb. IV, cap. LV, tr. Rickaby). Para evitar caer en una idea errónea de humildad, es necesario explicar cómo debemos valorar nuestros dones en relación con los de los demás en caso de tener que hacer una comparación. La humildad no exige que consideremos que los dones y gracias que nos ha concedido Dios en el orden sobrenatural son de menor valor que los dones y gracias similares que vemos en otros. Nadie debería estimar menos en sí mismo que en los demás estos dones de Dios que deben ser valorados sobre todas las cosas según las palabras de San Pablo "para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado" (1 Cor. 2,12). Tampoco exige la humildad que en nuestra estimación demos un menor valor a los dones naturales que tenemos que a aquellos similares o inferiores de nuestros prójimos; caso contrario, como enseña Santo Tomás, esto haría que todos se consideraran más pecadores o ignorantes que su prójimo; pues el Apóstol sin perjuicio a la humildad fue capaz de decir: “Nosotros somos judíos de nacimiento y no gentiles pecadores" (Gál. 2,15). Sin embargo, un hombre puede valorar un bien en su prójimo que no posee en sí mismo, o reconocer un defecto o mal en sí mismo que no ve en su prójimo, de forma que cuando alguien se humilla a sí mismo ante un semejante o alguien inferior, lo hace porque considera que esa persona es, de algún modo, su superior. Por eso, podemos interpretar las expresiones de humildad de los santos como verdaderas y sinceras. Además, su gran amor a Dios hizo que vieran la malicia de sus faltas y pecados bajo una luz más clara que la que se da ordinariamente a personas que no son santos.

Las cuatro virtudes cardinales son prudencia, justicia, fortaleza y templanza, y todas las demás virtudes morales están adheridas a ellas como partes intrínsecas, potenciales o subjetivas. La humildad está anexa a la virtud de la templanza como parte potencial, porque la templanza incluye todas aquellas virtudes que refrenan o expresan los movimientos desordenados de nuestros deseos o apetitos. La humildad es una virtud moderadora o represiva que se opone al orgullo y la vanagloria o a ese espíritu dentro de nosotros que nos lleva a querer cosas que están más allá de nuestras fuerzas o capacidad, y por lo tanto está incluida en la templanza de la misma forma que la mansedumbre, que reprime la ira, es parte de la misma virtud. De lo dicho podemos concluir que la humildad no es la principal ni la mayor de las virtudes. Las virtudes teologales ocupan el primer lugar, seguidas de las intelectuales ya que éstas dirigen inmediatamente la razón del hombre al bien. En el orden de las virtudes la justicia va primero que la humildad, y así debería ubicarse también la obediencia por ser parte de la justicia. Sin embargo, se dice que la humildad es el cimiento del edificio espiritual, aunque en un sentido inferior a aquel por el que la fe es conocida como tal. La humildad es la virtud primera en cuanto elimina los obstáculos a la fe---per modum removens prohibens, como expresa Santo Tomás. Elimina el orgullo y sujeta al hombre a y lo hace un digno receptor de la gracia conforme a las palabras de Santiago: “Dios resiste al soberbio y da su gracia al humilde" (Stgo. 4,6). La fe es la principal y la virtud fundamental positiva de todas las virtudes infusas, porque es por ella que podemos dar el primer paso en la vida sobrenatural y en nuestro acercamiento a Dios: “Porque aquel que se acerca a Dios, debe creer que Él existe y que recompensa a los que lo buscan" (Heb. 11,6). La humildad, en la medida en que parece mantener la mente y el corazón sometidos a la razón y a Dios, cumple una función propia en relación con la fe y todas las demás virtudes, y puede ser por lo tanto considerada como una virtud universal.

Es, en consecuencia, una virtud necesaria para la salvación y como tal impuesta por Nuestro Divino Salvador, especialmente cuando dijo a sus discípulos: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón: y encontraréis descanso para vuestras almas" (Mt. 11,29) También enseña sobre esta virtud mediante estas palabras: "Bienaventurados seréis cuando os insulten, persigan y calumnien por mi causa: Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será muy grande en el cielo" (Mt. 5,11-12). Del ejemplo de Cristo y sus santos podemos aprender la práctica de la humildad que Santo Tomás explica (Contra Gentiles, lb. III, 135): “La aceptación voluntaria de humillaciones es una práctica de humildad no en cada uno y en todos los casos sino cuando se realiza con un fin necesario: ya que siendo la humildad una virtud, no hace nada en forma indiscreta. Por lo tanto no es humildad sino un absurdo aceptar todas y cada humillación: pero cuando la virtud exige realizar algo corresponde a la humildad no dejar de realizarlo, por ejemplo no rehusar prestar un servicio inferior cuando la caridad exige ayudar al prójimo... Incluso, a veces, aunque no sea deber aceptar humillaciones, es un acto de virtud hacerlo con el fin de alentar a otros a través del ejemplo para que puedan soportar más fácilmente lo que se les impone: un general a veces deberá ocupar el puesto de soldado raso para alentar al resto. A veces podemos hacer un uso virtuoso de la humildad como remedio. Si la mente de alguien se inclinara a la vanagloria indebida, puede beneficiosamente usar en forma moderada las humillaciones, ya sea impuestas por sí mismo o por otro, para medir la exaltación de su alma colocándose al mismo nivel que la clase más baja de la comunidad en la realización de las peores tareas"

El Doctor Angélico asimismo explica la humildad de Cristo con las siguientes palabras: “La humildad no es propia de Dios por no tener superior, al estar por encima de todo... Pero aunque la virtud de la humildad no pueda aplicarse a Cristo en Su naturaleza divina, sí puede aplicársele en su naturaleza humana y su divinidad hace que su humildad sea más digna de alabanza porque la dignidad de la persona se suma al mérito de la humildad. Y no puede haber una dignidad más grande para un hombre que ser Dios. Por lo tanto la mayor de las alabanzas le corresponde a la humildad del Dios Hombre, quien para rescatar los corazones de los hombres de la gloria del mundo al amor de la gloria divina, eligió aceptar no una muerte común sino la muerte más ignominiosa" (Suma Contra Gent. tr. Rickaby, lb. IV, cap. IV; cf. lb. III, cap. CXXXVI). San Benito establece en su regla doce grados de humildad. San Anselmo, citado por Santo Tomás menciona siete. Estos grados están aprobados y explicados por Santo Tomás en su "Suma Teológica" (II-II: 161:6). Los vicios que se oponen a la humildad son soberbia: como defecto, y una exagerada complacencia o desprecio de sí mismo lo que constituiría un exceso de humildad. Esto podría considerarse despectivo para una persona con un cargo o naturaleza sagrada; o podría servir sólo para fomentar el orgullo en otras personas mediante adulaciones indebidas que ocasionarían pecados de tiranía, arbitrariedad y arrogancia.

La virtud de la humildad no puede practicarse en una forma externa que ocasione dichos vicios o actos en los demás.


Fuente: Devine, Arthur. "Humility." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910. <http://www.newadvent.org/cathen/07543b.htm>.

Traducido por Felicitas María Costa. L H M