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Miércoles, 27 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Conflicto de las Investiduras»

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(Página creada con '(En alemán Investiturstreit). El terminus technicus para el gran conflicto entre los papas y los reyes alemanes Enrique IV y Enrique V, durante el período 1075-1122. La prohi…')
 
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'''Conflicto de las investiduras''' ([[Alemania |alemán]] ''Investiturstreit'') es el ''terminus technicus'' para el gran conflicto entre los [[Papas]] y los reyes alemanes [[Enrique IV]] y [[Enrique V]] durante el período 1075-1122.   La prohibición de la [[Investidura Canónica |investidura]] fue solamente la ocasión de este conflicto; pero el verdadero punto en disputa, al menos en los momentos más álgidos, fue si el poder papal o el imperial habría de dominar en la [[cristiandad]].   
  
El terminus technicus para el gran conflicto entre los papas y los reyes alemanes Enrique IV y Enrique V, durante el período 1075-1122. La prohibición de la investidura era solamente la ocasión, pero lo que de verdad se ventilaba, al menos en los momentos más álgidos del conflicto, era cual de los dos poderes, el papal o el imperial iba a dominar en la cristiandad. El poderoso y ardiente Gregorio VII buscaba con todas sus fuerzas realizar el Reino de Dios en la tierra bajo la guía papal. Como sucesor de los Apóstoles de Cristo reclamó la suprema autoridad tanto en los asuntos espirituales como seculares. Le parecía, en su noble idealismo, que el sucesor de Pedro no podía actuar de otra manera que de acuerdo con los dictados de la justicia, bondad y verdad. Imbuido de este espíritu, reclamó para el papado la supremacía sobre el emperador, reyes y príncipes. Pero durante el Medievo siempre había existido rivalidad entre el emperador y el papa, representantes gemelos, por así decirlo, de la autoridad.
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El poderoso y ardiente [[Papa]] [[Papa San Gregorio VII |Gregorio VII]] (1073-85) buscaba con todas sus fuerzas realizar el [[Reino de Dios]] en la tierra bajo la guía del [[papado]].   Como [[Sucesión Apostólica |sucesor]] de los [[Apóstoles]] de [[Jesucristo |Cristo]] reclamaba la suprema autoridad tanto en los asuntos espirituales como seculares.   Bajo ese noble [[idealismo]], parecería que el sucesor de [[San Pedro |Pedro]] nunca actuaría de otra forma que de acuerdo con los dictados de la [[justicia]], la [[bien |bondad]] y la [[verdad]].   Imbuido de este espíritu, reclamó para el papado la supremacía sobre el emperador, reyes y príncipes.   Pero durante la [[Edad Media]] siempre había existido rivalidad entre el emperador y los Papas, representantes gemelos, por así decirlo, de la autoridad.   [[Enrique III]], padre del joven rey, había sometido completamente al papado, situación que Gregorio ahora trata de revertir aplastando el poder imperial y colocando en su lugar al papado; por lo tanto, se volvió inevitable una larga y encarnizada lucha. 
  
Enrique III , padre del joven rey, había sometido completamente al papado, situación a la que Gregorio quería dar la vuelta aplastando el poder imperial y poniendo en su lugar al papado. La larga y encarnizada lucha fue inevitable. Al principio comenzó por la prohibición de la investidura a propósito de las reformas eclesiásticas propuestas por Gregorio. En 1074 había renovado la prohibición de la simonía y matrimonio de los clérigos bajo penas duras, pero encontró mucha oposición de los obispos y sacerdotes germanos. En el sínodo romano de la cuaresma de 1075 Gregorio “le retiró al rey el derecho de disponer de los obispados en el futuro y retiró a todos los laicos la investidura de las iglesias”, para asegurarse la necesaria influencia en el nombramiento de obispos, para evitar las pretensiones laicas de administración de propiedades de la iglesia y quebrar la oposición del clero. Aunque ya desde el Sínodo de Reims (1049) se había promulgado legislación anti-investidura, nunca se había forzado su cumplimento.
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Al principio comenzó por la prohibición de las [[Investidura Canónica |investiduras]] a propósito de las reformas eclesiásticas puestas en marcha por [[Papa San Gregorio VII |Gregorio]].   En 1074 había renovado bajo penas severas la prohibición de la [[simonía]] y el [[Sacramento del Matrimonio |matrimonio]] del [[Clero Secular |clero]], pero encontró mucha oposición de parte de los [[obispo]]s y [[sacerdote]]s alemanes.   Para asegurar la influencia [[necesidad |necesaria]] en el nombramiento de los obispos, dejar de lado las pretensiones laicas a la [[Administrador (de Propiedad Eclesiástica |administración]] de la [[Propiedad Eclesiástica |propiedad]] de [[la Iglesia]], y así romper la oposición del clero, en el Sínodo de Cuaresma (Romano) de 1075 Gregorio le retiró "al rey el [[derecho]] de disponer de los obispados en el futuro, y relevó a todos los [[laicos]] de la investidura de [[Edificaciones Eclesiásticas |iglesias]]".  Ya para el [[Sínodos de Reims |Sínodo de Reims]] (1049) se había [[promulgación |promulgado]] legislación anti investidura, pero nunca se había forzado su cumplimento.  
  
Investidura significaba entonces que al morir un obispo o un abad, el rey estaba acostumbrado a elegir al sucesor y a concederle el anillo y báculos con estas palabras: Accipe ecclesiam (recibe esta iglesia). Enrique III solía considerar la validez eclesiástica del candidato; Enrique IV , por otra parte, declaró en 1073:  “Hemos vendido las iglesias”. Desde Otón  el Grande (936-72) los obispos habían sido príncipes del imperio, se habían asegurado muchos privilegios y se habían convertido en señores feudales de grandes dominios del territorio imperial. El control de estas grandes unidades de poder económico y militar era para el rey una cuestión de importancia capital porque afectaba a los fundamentos y hasta a la misma existencia de la autoridad imperial y en esos tiempos aun no se distinguía bien la concesión del oficio de obispo y la concesión de las cosas temporales (regalía). Con esta mentalidad, Enrique IV mantuvo que le era imposible aceptar la prohibición papal de la investidura. Debemos tener en cuenta que en determinadas circunstancias había una cierta justificación para ambas posturas: el objetivo del papa era salvar a la Iglesia de los peligros de la influencia indebida de los laicos, especialmente del rey, en los asuntos estrictamente eclesiásticos; el rey por su parte consideraba que estaba luchado para tener los medios indispensables para el gobierno de lo civil aparte del cual su suprema autoridad en ese período era inconcebible.  
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En ese período [[Investidura Canónica |investidura]] significaba que al morir un [[obispo]] o un [[abad]], el rey solía elegir al sucesor y concederle el [[anillos |anillo]] y [[báculo]] con estas palabras: ''Accipe ecclesiam'' (recibe esta iglesia).   [[Enrique III]] acostumbraba a considerar la idoneidad eclesiástica del candidato; [[Enrique IV]], por otro lado, declaró en 1073:  “Hemos vendido las iglesias”. Desde [[Otón I el Grande |Otón  el Grande]] (936-72) los obispos habían sido príncipes del imperio, se habían asegurado muchos [[privilegio]]s y se habían convertido en gran medida en señores [[feudalismo |feudales]] sobre grandes distritos del territorio imperial.   El control de estas grandes unidades de poder [[Economía Política |económico]] y militar era para el rey una cuestión de importancia capital porque afectaba a los fundamentos e incluso la existencia misma de la autoridad imperialen esos tiempos los [[hombre]]s aún no distinguían entre la concesión del oficio episcopal y la concesión de sus temporalidades (''regalia'').   Con esta mentalidad, Enrique IV mantuvo que le era imposible reconocer la prohibición papal de la investidura.   Debemos tener en cuenta que en dichas circunstancias había una cierta justificación para ambas partes: el objetivo del [[Papa]] era salvar a [[la Iglesia]] de los peligros que surgían por la influencia indebida de los [[laicos]], especialmente del rey, en los asuntos estrictamente eclesiásticos; el rey, por su parte, consideraba que estaba luchado por los medios indispensables para el gobierno civil, aparte del cual en ese período su suprema autoridad inconcebible.
  
Enrique continuó nombrando obispos en Alemania e Italia, ignorando la prohibición de Gregorio, y también el intento de éste para mitigarla. A finales de diciembre de 1075 Gregorio le dio un ultimátum: se requería al rey que observara el decreto papal, basado en las leyes y enseñanzas de los Padres; de lo contrario en el próximo Sínodo cuaresmal sería no sólo “excomulgado hasta dar la satisfacción apropiada, sino también privado de su reino sin esperanza de recuperarlo”. Además se añadía una dura reprobación por su libertinaje. Si el papa había expresado sus pensamientos de una forma excesivamente libre, el rey se manifestó su enfado aún más airadamente. En la Dieta de Worms ( enero 1706) Gregorio fue depuesto por 26 obispos, tras calumniarle atrozmente, basándose en que su elección había sido irregular y por consiguiente nunca había sido papa. Así pues, Enrique dirigió una carta a “ Hildebrando, que ya no es papa sino un falso monje”: “ Yo, Enrique, rey por la gracia de Dios, con todos mis obispos, te digo a ti:” Desciende, desciende, siempre maldito”. Si el rey llegó a creer que tal deposición , que era incapaz de hacer cumplir, iba a tener afecto alguno, debía estar muy ciego. En el siguiente sínodo cuaresmal en Roma (1076) Gregorio juzgó a Enrique y en una oración a Pedro, príncipe de los Apóstoles, declaró :” Yo le depongo del gobierno de todo el reino de Alemania e Italia, libero a todos los cristianos de su juramento de fidelidad, y prohíbo que sea obedecido como rey...y le ato con los grilletes del anatema”. De nada sirvió que el rey contestase a los anatemas con otros.
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[[Enrique IV |Enrique]] hizo caso omiso de la prohibición de [[Papa San Gregorio VII |Gregorio]], así como de su intento para mitigarla, y continuó nombrando [[obispo]]s en [[Alemania]] e [[Italia]].   A finales de diciembre de 1075 Gregorio le dio un ultimátum: se requería al rey que observara el [[Decreto Papal |decreto papal]], basado en las [[ley]]es y enseñanzas de los [[Padres de la Iglesia |Padres]]; de lo contrario en el próximo [[sínodo]] [[Cuaresma |cuaresmal]] sería no sólo “[[excomunión |excomulgado]] hasta dar la satisfacción apropiada, sino también privado de su reino sin esperanza de recuperarlo”.   Le añadió una dura reprobación a su libertinaje.     Si el [[Papa]] había dado rienda suelta a sus sentimientos, el rey le dio aún más libre ventilación a su [[ira]].   En la Dieta de Worms (enero 1076) veintiséis obispos depusieron a Gregorio, luego de [[calumnia]]rle atrozmente, basándose en que su [[Elecciones Papales |elevación]] había sido irregular y por consiguiente nunca había sido Papa. Así pues, Enrique dirigió una carta a “Hildebrando, que ya no es Papa sino un [[falsedad |falso]] [[monje]]”: — “Yo, Enrique, rey por la [[gracia]] de [[Dios]], con todos mis obispos, te digo a ti: ´Desciende, desciende, por siempre maldito´”.     Si el rey llegó a creer que tal [[deposición]], que era incapaz de hacer cumplir, iba a tener efecto alguno, debió estar muy ciego.  
  
Sus enemigos domésticos, los Sajones y los príncipes laicos del imperio, aceptaron la causa del papa mientras que sus obispos se separaban de en sus alianza y su gente le abandonaba. En esa época se era aún profundamente consciente de que no podía haber iglesia cristiana sin comunión con Roma. Los que apoyaban al rey iban disminuyendo. En octubre una dieta de los príncipes en Tribur obligó a Enrique a pedir perdón humildemente al papa, a prometer obediencia y reparación en el futuro y abandonar el gobierno puesto que estaba excomulgado. Además decretaron que si en un año y un día no se quitaba la excomunión, Enrique perdería su corona. Y finalmente resolvieron que el papa debía ser invitado a visitar Alemania en primavera para solucionar los conflictos entre el rey y los príncipes. Regocijado por su triunfo, Gregorio se puso en marcha inmediatamente hacia el norte. Para asombro general Enrique propuso presentarse ante el papa como penitente para obtener su perdón. Cruzó el monte Cenis en pleno invierno y llegó al castillo de Canossa, a donde Gregorio se había retirado al saber que el rey se acercaba. Enrique se quedó tres días a la entrada de la fortaleza, descalzo y vestido de penitente, aunque parece una exageración romántica que estuviera todo el tiempo sobre la nieve y el hielo. Admitido por fin a la presencia papal  juró reconocer la mediación y decisión papal en la lucha con los príncipes y fue entonces liberado de la excomunión (enero 1077). EL famoso suceso se ha contado una y otra vez y desde puntos de vista muy divergentes.  
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En el siguiente [[sínodo]] [[Cuaresma |cuaresmal]] en [[Roma]] (1076) [[Papa San Gregorio VII |Gregorio]] juzgó a [[Enrique IV |Enrique]], y en una [[oración]] a [[San Pedro |Pedro]], príncipe de los [[Apóstoles]], declaró:  ”Yo le depongo del gobierno de todo el reino de [[Alemania]] e [[Italia]], libero a todos los [[cristianismo |cristianos]] de su [[juramento]] de fidelidad, y prohíbo que sea [[Obediencia Civil |obedecido]] como rey...  y le ato con los grilletes del [[anatema]]”. De nada sirvió que el rey contestase a anatema con anatema.  Sus enemigos domésticos, los sajones y los príncipes [[laicos]] del imperio, aceptaron la causa del [[Papa]] mientras que sus [[obispo]]s estaban divididos en su lealtad, y la mayoría de su pueblo le abandonó.   En esa época se era aún profundamente [[consciencia |consciente]] de que no podía haber [[la Iglesia |Iglesia]] [[cristianismo |cristiana]] sin comunión con Roma.   Los que apoyaban al rey iban disminuyendo; en octubre, una dieta de los príncipes en Tribur [[obligación |obligó]] a Enrique a disculparse [[humildad |humildemente]] con el Papa, a prometer [[obediencia]] y reparación en el futuro y a abstenerse de todo gobierno, puesto que estaba [[excomunión |excomulgado]].   Además decretaron que si en un año y un día no se levantaba la excomunión, Enrique perdería su corona.   Finalmente resolvieron que el Papa debía ser invitado a visitar [[Alemania]] en la primavera siguiente para solucionar los conflictos entre el rey y los príncipes.   Regocijado por su triunfo, Gregorio se puso en marcha inmediatamente hacia el norte.
  
Para Bismark, Canossa se convirtió en un término proverbial para indicar la humillación del poder civil ante una iglesia ambiciosa y dominante. Recientemente algunos han visto en ello un triunfo para Enrique. Cuando los hechos se ponderan con prudencia se verá que en su capacidad sacerdotal el papa cedió a disgusto e involuntariamente mientas que por otra parte, el éxito político de su concesión fue nulo. Enrique tenía ahora la ventaja, puesto que liberado de la excomunión, era libre de actuar. Comparando sin embargo con el poder que treinta años antes había ejercido Enrique III sobre el papado podemos aún estar de acuerdo con los historiadores que ven en Canossa la cima de la carrera de Gregorio VII.
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Para asombro general [[Enrique IV |Enrique]] propuso presentarse ante el [[Papa San Gregorio VII |Papa]] como [[penitencia |penitente]] para obtener su perdón.   Cruzó el monte Cenis en pleno invierno y llegó pronto al castillo de [[Canosa]], a donde [[Papa San Gregorio VII |Gregorio]] se había retirado al saber que el rey se acercaba.   Enrique pasó tres días a la entrada de la fortaleza, descalzo y vestido de penitente, aunque, por supuesto, es una exageración romántica que realmente estuviera todo el tiempo sobre la nieve y el hielo.   Finalmente fue admitido a la presencia papal, juró reconocer la mediación y decisión papal en la lucha con los príncipes y fue entonces liberado de la [[excomunión]] (enero 1077).  
Los defensores alemanes del papa ignoraron la reconciliación y en marzo de 1077 procedieron a elegir un nuevo rey, Rodolfo de Rheinfelden. Esta fue la señal para la guerra civil, durante la cual Gregorio intentó actuar como árbitro entre los reyes rivales y como jefe supremo que concede la coronación. Enrique pospuso diplomáticamente toda acción decisiva hasta 1080. Considerando su posición suficientemente segura demandó que el papa excomunicase a su rival porque de lo contrario pondría un antipapa. Gregorio respondió excomulgando y deponiendo a Enrique por segunda vez, en el Sínodo cuaresmal de 1080. Al mismo tiempo se declaraba que los clérigos y el pueblo debían ignorar toda interferencia civil y toda reclamación civil de propiedades eclesiásticas y deberían elegir canónicamente a todos los candidatos a oficios eclesiásticos.
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El efecto de esta segunda excomunión no tuvo el mismo resultado. Durante los años precedentes el rey había reunido un fuerte partido y los obispos preferían depender del rey más que del papa; más aun, se creía que la segunda excomunión no estaba justificada. El partido de Gregorio estaba, pues, muy debilitado. En el sínodo de Brixen, de junio de 1080, los obispos de rey escucharon cargos ridículos y exageraciones, y depusieron al papa, le excomulgaron y eligieron al antipapa Guibert, arzobispo de Rávena, que por otra parte era un hombre  instruido sin culpa. Gregorio confiaba en el apoyo de los normandos del sur de Italia y en los enemigos alemanes del rey.  
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Este famoso evento ha sido contado infinidad de veces y desde puntos de vista divergentes.   Para Bismark, Canosa se convirtió en un término proverbial para indicar la humillación del [[Autoridad Civil |poder civil]] ante una [[la Iglesia |Iglesia]] [[ambición |ambiciosa]] y dominante.  Por otro lado, recientemente no pocos han visto en ello un glorioso triunfo para [[Enrique IV |Enrique]].  Cuando los hechos se ponderan cuidadosamente, se verá que en su capacidad [[sacerdote |sacerdotal]] el [[Papa]] cedió a disgusto e involuntariamente mientas que por otra parte, el éxito político de su concesión fue nulo.    Enrique tenía ahora la ventaja, puesto que liberado de la [[excomunión]], era libre de actuar.  Sin embargo, al comparar el poder que treinta años antes había ejercido [[Enrique III]] sobre el [[papado]], podemos aún estar de acuerdo con los historiadores que ven en [[Canosa]] la cima de la carrera de [[Papa San Gregorio VII |Gregorio VII]].
  
Así cuando en octubre de 1080 su rival al trono murió en una batalla  Enrique volvió sus pensamientos a la capital papal. Asaltó Roma cuatro veces de1081 a 1084. En 1083 capturó la “ ciudad leonina” y en 1084 tras un intento fallido de llagar a un compromiso, tomó toda la ciudad. Un Sínodo celebrado en marzo de 1084 confirmó la deposición de Gregorio y la elección de Guibert que ahora se llamó Clemente III. Enrique fue coronado emperador por este antipapa.  
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Los partidarios [[Alemania |alemanes]] del [[Papa]] ignoraron la reconciliación y en marzo de 1077 procedieron a elegir un nuevo rey, Rodolfo de RheinfeldenEsta fue la señal para la [[guerra]] civil, durante la cual [[Papa San Gregorio VII |Gregorio]] intentó actuar como árbitro entre los reyes rivales y como jefe supremo que concede la [[coronación]].  Mediante una diplomacia ingeniosa [[Enrique IV |Enrique]] pospuso hasta 1080 toda acción decisiva.  Considerando su posición suficientemente segura, exigió que el [[Papa]] excomulgase a su rival porque de lo contrario pondría un [[antipapa]].   Gregorio respondió [[excomunión |excomulgando]] y [[deposición |deponiendo]] a Enrique por segunda vez, en el [[sínodo]] [[Cuaresma |cuaresmal]] de 1080.    Al mismo tiempo se declaraba que el [[Clero Secular |clero]] y el pueblo debían ignorar toda interferencia civil y toda reclamación civil de [[Propiedad Eclesiástica |propiedades eclesiásticas]] y debían elegir canónicamente a todos los candidatos a oficios eclesiásticos.  
  
Los normando llegaron demasiado tarde para impedir estos acontecimientos , más aún se entregaron al pillaje de la ciudad de forma tan terrible que Gregorio perdió la confianza de los Romanos y se vio obligado a retirarse hacia el sur con sus aliados normandos. Había sufrido una derrota completa y murió en Salerno ( 25 de mayo 1085) tras inútil renovación de la excomunión a contra sus oponentes. Aunque murió decepcionado y fracasado había hecho el trabajo del pionero y puso en movimiento fuerzas y principios que dominarían en las siguientes centurias.
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El efecto de esta segunda [[excomunión]] fue insignificante. Durante los años anteriores el rey había reunido un partido fuerte:  los [[obispo]]s preferían depender del rey antes que del [[Papa]]; además se pensaba que la segunda excomunión era injustificada.  El partido de [[Papa San Gregorio VII |Gregorio]] quedó así muy debilitado.  En el [[sínodo]] de [[Diócesis de Brixen |Brixen]] (junio 1080), los obispos del rey escucharon cargos ridículos y exageraciones, y [[deposición |depusieron]] al Papa, le excomulgaron y eligieron al [[antipapa]] [[Guiberto de Rávena |Guiberto]], [[arzobispo]] de [[Rávena]], que por otra parte era un hombre  instruido e intachable.   Gregorio había confiado en el apoyo de los normandos del sur de [[Italia]] y en los enemigos alemanes del rey, pero los primeros le enviaron su ayuda.  Así cuando en octubre de 1080 su rival al trono murió en una batalla,  Enrique volvió sus pensamientos a la capital papal.  Desde 1081 a 1084 asaltó a [[Roma]] cuatro veces, en 1083 capturó la Ciudad Leonina, y en 1084, luego de un intento infructuoso de llegar a un compromiso, tomó posesión de toda la ciudad.  
  
Había mucha confusión en ambos bandos. En 1081 fue  elegido un nuevo rival a la corona, el insignificante conde Herman de Salm, que murió en 1088. La mayoría de los obispos se mantuvieron con el rey y fueron excomulgados; el partido de Gregorio sólo dominaba en Sajonia. Muchas diócesis tenían dos ocupantes. Ambos partidos llamaban a sus oponentes perjuros y traidores y ambas partes utilizaron todas las armas que pudieron. Las negociaciones no tuvieron éxito al ver que los gregorianos, en el Sínodo de Quedlinburg de abril de 1085, no mostraban ninguna inclinación a modificar los principios que representaban. El rey entonces decidió eliminar a sus rivales con la fuerza. En el concilio de Maguncia (abril 1085) 15 obispos gregorianos fueron depuestos y sus sedes entregadas a partidarios del rey. Una rebelión de los sajones y los bávaros obligó a los obispos del rey a huir y la muerte del más eminente y la inclinación general a buscar la paz, llevo a una tregua, y así en 1090 el imperio entró en un intervalo pacífico, muy diferente, sin embargo, de lo que Enrique había deseado. Los obispos gregorianos reconocieron al rey, que entonces quitó su apoyo a los que él mismo había nombrado. Pero la tregua era solamente política; en las cuestiones eclesiásticas, la oposición continuo sin ceder y no se podía ni pensar que el antipapa iba a ser reconocido. De hecho la tranquilidad política sirvió sólo para manifestar de forma más definitiva la antítesis sin esperanza de solución entre los clérigos gregorianos y los que estaban con el rey. 
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Un [[sínodo]] confirmó la [[deposición]] de [[Papa San Gregorio VII |Gregorio]] y la [[Elecciones Papales |elección]] de [[Guiberto de Rávena |Guiberto, que ahora se hizo llamar Clemente III; en marzo de 1084 [[Enrique IV |Enrique]] fue [[coronación |coronado]] emperador por su [[antipapa]]. Los normandos llegaron demasiado tarde para impedir estos acontecimientos, y además se entregaron al pillaje de la ciudad de forma tan terrible  que Gregorio perdió la confianza de los romanos y se vio obligado a retirarse hacia el sur con sus aliados normandos.   Había sufrido una derrota completa y murió en [[Salerno]] (25 mayo 1085) tras otra inefectiva renovación de la [[excomunión]] contra sus oponentes.   Aunque murió decepcionado y fracasado había hecho el trabajo indispensable del pionero y puso en movimiento fuerzas y principios que dominarían en las siguientes centurias.
  
Existen numerosos y polémicos tratados contemporáneos que nos permiten seguir la guerra de opiniones tras 1080 (del período anterior existen pocos documentos). Estos escritos, en general cortos e implacables, se difundieron ampliamente, se leyeron en público y en privado y se distribuyeron por las cortes y por los mercados. Ahora están compilados como "Libelli de lite imperatorum et pontificum", y se pueden encontrar en Monumenta Germaniæ historica". Es natural que los principios defendidos en estos escritos se opongan diametralmente unos a otros. Los escritores del partido gregoriano mantiene que es necesaria una obediencia incondicional al papa y que aunque fuera injusta, su excomunión es válida. Los escritores del rey por el contrario declaran que está sobre la responsabilidad de sus actos puesto que es el representante de Dios en la tierra y como las superior al papa.
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Ahora surgió mucha confusión en ambos bandos. En 1081 fue  elegido un nuevo rival a la corona, el insignificante conde Herman de Salm, pero murió en 1088.   La mayoría de los [[obispo]]s se mantuvieron con el rey y fueron [[excomunión |excomulgados]]; el partido de [[Papa San Gregorio VII |Gregorio]] sólo dominaba en Sajonia.   Muchas [[diócesis]] tenían dos ocupantes.  Ambas partes llamaban a sus oponentes [[perjurio |perjuros]] y traidores y ninguno discriminó muy bien al escoger el uso de armas.  Las negociaciones no tuvieron éxito, mientras que el [[sínodo]] de los gregorianos en Quedlinburg (abril 1085) no mostró inclinación a modificar los principios que representaban.  Por lo tanto, el rey entonces decidió eliminar a sus rivales con la fuerza.   En el [[concilio]] de [[Maguncia]] (abril 1085) quince obispos gregorianos fueron [[deposición |depuestos]] y sus [[diócesis |sedes]] fueron entregadas a partidarios del rey.
Sobresale en el lado papal Bernardo, el inflexible sajón que no quería hablar de compromisos y que prefería la muerte antes que la violación de los cánones; el suabo Bernold de S. Blasien, autor de numerosas aunque poco importantes cartas y memoriales y el rudo y fanático Manegold de Lautenbach para quien la obediencia al papa era el deber supremo de toda la humanidad y que mantenía que el pueblo debiera deponer a los gobernantes con el mismo derecho que uno podía despedir a su pastor de cerdos que hubiera fallado en el cuidado de la piara confiada a su cuidado.  
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En el lado del rey están Wenrich de Tréveris, de hablar pausado pero resuelto, Wido de Osnabrück, un escritor sólido, después obispo, cuyo corazón estaba empeñado en conseguir la paz entre el papa y el emperador pero que se opuso a Gregorio por haber excomulgado ilegalmente al rey y por inducir a los feudales de éste a romper su voto de fidelidad.  
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También al lado del rey se halla el monje Hersfeld, por otra parte desconocido, que revela de qué va el verdadero asunto cuando indica que  la cuestión de la supremacía es la verdadera fuente del conflicto. La monarquía, dice, viene directamente de Dios y por consiguiente el rey solo en responsable ante El.  
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Una rebelión de los sajones y los [[Reino de Baviera |bávaros]] obligó a los [[obispo]]s del rey a huir, pero la muerte de los más eminentes y la inclinación general a buscar la paz, llevo a una tregua; de modo que en 1090 el imperio entró en un intervalo de paz, muy diferente, sin embargo, de lo que [[Enrique IV |Enrique]] había deseado.  Los obispos gregorianos reconocieron al rey, que en consecuencia retiró su apoyo a los que él mismo había nombrado. Pero la tregua era solamente política; en asuntos eclesiásticas, la oposición continuo cabal y no se podía ni pensar que el [[antipapa]] habría de ser reconocido. De hecho la tranquilidad política sirvió sólo para manifestar de forma más definitiva la antítesis sin esperanza de solución entre el [[Clero Secular |clero]] gregorianos y los alineados con el rey.
  
La iglesia, por otra parte, es la totalidad de los fieles unidos en una sociedad por el espíritu de paz y amor. La iglesia, continúa, no está llamada a ejercer autoridad temporal; sólo empuña la espada espiritual, es decir, la palabra de Dios. En esto el monje fue más allá de su época. En Italia los partidarios de Gregorio superaban intelectualmente a sus oponentes. Entre ellos estaba Bonizo de Sutri, historiador papal, un valioso escritor en las décadas precedentes al conflicto, naturalmente desde el punto de vista del pontífice y sus partidarios. A petición del papa, Anselmo Obispo de Luccay el cardinal Deusdedit compilaron colecciones de cánones en los que más tarde se apoyaron las ideas de Gregorio. Al partido real pertenecieron el cardenal Beno, enemigo personal de Gregorio y autor de escandaloso panfletos contra el papa; también el mendaz Benzo, obispo de Alba, para el que, como para la mayoría de los cortesanos, el rey sólo respondía ante Dios, mientras que el papa era vasallo del rey. Guido de Ferrara mantuvo opiniones más moderadas e intentó convences a los gregorianos moderados de que a adoptaran una política de compromiso.  
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Existen numerosos y polémicos tratados contemporáneos que nos permiten seguir la guerra de opiniones después de 1080 (del período anterior existen pocos documentos de este tipo).   Estos escritos, en general cortos e implacables, se difundieron ampliamente, se leían en público y en privado y se distribuían en los días de mercados y de tribunales.   Ahora están recopilados como "Libelli de lite imperatorum et pontificum", y se pueden encontrar en “Monumenta Germaniæ historica".   Es natural que los principios defendidos en estos escritos se opongan diametralmente entre sí.   Los escritores del partido de [[Papa San Gregorio VII |Gregorio]] mantienen que es [[necesidad |necesaria]] una [[obediencia]] incondicional al [[Papa]] y que aunque fuera [[injusticia |injusta]], su [[excomunión]] es válida.  Por otro lado, los escritores del rey declaran que su amo está por encima de la responsabilidad por sus acciones, pues es el representante de [[Dios]] en la tierra, y como tal señor supremo del Papa.  
  
Pedro Crassus, el único laico mezclado en la controversia representaba la joven ciencia de la jurisprudencia y defendía con tesón la autonomía del Estado, manteniendo que, puesto que la autoridad procedía de Dios, era un crimen guerrear contra él. Reclamó para el rey todos los derechos del los emperadores romanos y consiguientemente el derecho a juzgar al papa. En 1086, Victor  III,  que era de carácter más suave, sucedió a Gregorio. No tenía deseos de competir por la suprema autoridad y volvió a la postura de que toda la contienda era una cuestión de administración eclesiástica. Murió en 1087 y la lucha entró en un nuevo período con Ubano II(1088-99). Compartía totalmente las ideas de Gregorio, pero se esforzó en reconciliarse con el rey y su partido y facilitar su vuelta al los puntos de vista del partido eclesiástico. Enrique quizás hubiera podido llegar a algún arreglo con Víctor si hubiera querido dejar a un lado al antipapa, pero se aferró al hombre del que recibió la corona imperial. Así de nuevo estalló la guerra durante la cual la causa del rey fue declinando.
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En el lado papal sobresalían el inflexible sajón Bernardo, que no quería hablar de avenencias y que prefería la muerte antes que la violación de los [[Cánones Eclesiásticos |cánones]]; el suabo [[Bernoldo de Constanza |Bernoldo de St. Blasien]], autor de números pero poco importantes cartas y memoriales, y el rudo, fanático Manegold de Lautenbach, para quien la [[obediencia]] al [[Papa]] era el [[deber]] supremo de toda la [[hombre |humanidad]], y quien afirmaba que el pueblo debía deponer a un mal gobernante tan lícitamente como uno podría despedir a un criador de cerdos  que hubiese fallado en proteger a la piara confiada a su cuidado.  
  
Los obispos del antipapa le fueron abandonando gradualmente en respuesta a las ventajosas ofertas de reconciliación de Urbano; la autoridad real desapareció en Italia y Enrique sufrió una humillación adicional con la deserción de su hijo Conrado y de su segunda mujer. El nuevo movimiento de las cruzadas arrastró a muchos en ayuda del papa. En 1094 y 1095 Urbano renovó la excomunión a Enrique y a Guibert y sus seguidores. Cuando en 1099 murió el papa, seguido en 1100 por el antipapa, el papado había conseguido una victoria total en lo que concerniente a los asuntos eclesiásticos. Los siguientes antipapas del partido de Guibert no tuvieron importancia alguna. A Urbano le sucedió Pascual II (1099-1118), menos hábil, al que Enrique se inclinó a reconocer al principio. El horizonte político mientras tanto comenzó a parecer más favorable al rey que ya tenía el reconocimiento general en Alemania. Ansiaba lograr la paz eclesiástica para conseguir la anulación de la excomunión y manifestó públicamente su intención de peregrinar al Santo Sepulcro. Pero esto no satisfizo al papa que exigió la renuncia al derecho de investidura que Enrique aún reclamaba obstinadamente. En 1102 Pascual renovó el anatema contra el emperador. La revuelta de su hijo (Enrique V) y su alianza con los príncipes insatisfechos con la política imperial, desató la crisis y trajo muchos sufrimientos a un emperador ya tocado que fue burlado y superado por su hijo.  
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En el lado del rey estaban [[Wenrich de Tréveris]], de hablar pausado pero resuelto, Wido de Osnabrück, un escritor sólido, después [[obispo]], cuyo corazón estaba empeñado en conseguir la paz entre el [[Papa]] y el emperador, pero que se opuso a [[Papa San Gregorio VII |Gregorio]] por haber [[excomunión |excomulgado]] ilegalmente al rey y por inducir a los [[feudalismo |feudatarios]] de éste a romper su [[juramento]] de fidelidad. También al lado del rey estaba un [[monje]] de [[Hersfeld]], de otro modo desconocido, que revela una comprensión clara del verdadero asunto en su panfleto “De unitate ecclesiæ”, donde señala el asunto de la supremacía es la verdadera fuente del conflicto.   La monarquía, dice, viene directamente de [[Dios]] y por consiguiente, el rey solo es responsable ante Él.   Por otra parte [[la Iglesia]] es la totalidad de los [[fieles]] unidos en una [[sociedad]] por el espíritu de paz y [[amor]]. La iglesia, continúa, no está llamada a ejercer autoridad temporal; sólo empuña la espada espiritual, es decir, la palabra de Dios. En esto el monje fue más allá de su época.
  
La muerte de Enrique IV en 1106 hizo innecesaria una batalla final y decisiva. El defendió sin cansancio los derechos heredados en el ejercicio de la realeza y nunca sacrificó ninguno de ellos.  Desde el principio Enrique V había disfrutado del apoyo papal que le había levantado la excomunión y le había liberado del juramento de fidelidad a su padre. Durante el sínodo de Pentecostés de Nordhausen (1105) el rey hizo desaparecer todos los restos de cisma deponiendo a los ocupantes imperiales de sedes episcopales. Pero las cuestiones que eran la raíz de todo el conflicto aún no estaban resueltas y el tiempo demostró enseguida que en el asunto de las investiduras, Enrique era un verdadero heredero de la política de su padre. Frío, calculador y ambicioso, el nuevo monarca no tenía intención de retirar las pretensiones reales en este asunto. A pesar de repetidas prohibiciones (en Guastalla 1106 y en Troyes 1107) continuó invistiendo con ostentación a obispos de su elección. El clero alemán no protestó, manifestando así que cuando anteriormente habían rehusado obedecerle era por el hecho de la excomunión, no porque su intervención en los asuntos eclesiásticos causara ningún resentimiento. En 1108 se pronunció excomunión sobre el que daba la investidura y sobre el que la recibía (dans et accipiens), y eso afectaba al rey mismo.  
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En [[Italia]] los partidarios de [[Papa San Gregorio VII |Gregorio]] superaban intelectualmente a sus oponentes.   Entre sus filas estaba [[Bonizo de Sutri]], historiador papal, un valioso escritor en las décadas precedentes al conflicto, naturalmente desde el punto de vista del [[Papa |pontífice]] y sus seguidores.    A petición del [[Papa]], [[San Anselmo de Lucca |Anselmo]], [[obispo]] de [[Lucca]] y el [[Cardenal Deusdedit]] compilaron colecciones de [[Cánones Eclesiásticos |cánones]] de donde más tarde las [[idea]]s de Gregorio obtuvieron apoyo substancial.
  
Como Enrique había puesto su corazón en la coronación imperial, esta decisión precipitó la lucha final. En 1111 el rey marchó sobre Roma con un gran ejército. Deseando evitar otro conflicto, Pascual intentó una solución radical de este asunto: el clero alemán, decidió, debía devolver al emperador todos los territorios y privilegios y mantenerse con diezmos y limosnas; bajo estas circunstancias la monarquía que estaba solamente interesada en el señorío de esos dominios podría fácilmente dejar de investir a los clérigos. En este entendimiento se firmó en Sutri la paz entre el papa y el rey. Pascual que había sido monje antes de su elección, ejecutó con buena voluntad la renuncia al poder secular de la Iglesia. Era un paso en la dirección de la idea de que la iglesia era una institución espiritual, y como tal no preocupada con los asuntos terrenales,
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Al partido real pertenecían el vacilante cardenal Beno, enemigo personal de [[Papa San Gregorio VII |Gregorio]] y autor de [[escándalo |escandalosos]] panfletos contra el [[Papa]]; también el mendaz Benzo, [[obispo]] de Alba, para el que, como para la mayoría de los cortesanos, el rey sólo respondía ante [[Dios]], mientras que el Papa era vasallo del rey.   Guido de [[Ferrara]] mantuvo opiniones más moderadas e intentó convencer a los gregorianos moderados de que adoptaran una política de compromiso.  Pedro Craso, el único [[laicos |laico]] mezclado en la controversia, representaba la joven [[Ciencia y la Iglesia |ciencia]] de la jurisprudencia y defendía con tesón la autonomía del [[Iglesia y Estado |Estado]], y afirmaba que, puesto que la autoridad soberana procedía de [[Dios]], era un crimen guerrear contra el rey.  Reclamó para el rey todos los [[derecho]]s de los emperadores romanos y por consiguiente el derecho a juzgar al Papa.
  
Pero el rey no dudó ni por un momento de que la renuncia papal encontraría la oposición tanto de los príncipes eclesiásticos como de los seculares. Enrique V fue ruin y engañoso y trató de tender una trampa al papa. Cuando el rey renunció a sus exigencias sobre la investidura, el papa promulgó , el doce de febrero en S. Pedro, la devolución a la Corona de todas las bienes temporales y se levantó (como Enrique había previsto) tal tormenta de oposición entre los príncipes alemanes que hubo de reconocer la inutilidad de su intento de solución.. El rey entonces reclamó que se reinstaurara el derecho de investidura y que se le coronara como emperador; al negarse el papa, lo secuestró a traición junto con trece cardenales y se lo llevó fuera de la enfurecida ciudad. Para recuperar su libertad Pascual fue obligado a ceder a las demandas de Enrique, tras dos meses de prisión. Concedió al rey una investidura incondicional como privilegio imperial, le coronó como emperador, y prometió bajo juramento no excomulgarle por lo que había sucedido.
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En 1086 [[Papa San Gregorio VII |Gregorio]] fue [[Sucesión Apostólica |sucedido]] por [[Papa Beato Víctor III |Víctor  III]],  que era de [[carácter]] más suave, no tenía deseos de competir por la autoridad suprema y se retiró a la posición de que toda la lucha era simplemente una cuestión de [[administrador |administración]] eclesiástica.   Murió en 1087 y la contienda entró a un nuevo período con [[Papa Beato Urbano II |Urbano II]] (1088-99).   Compartía plenamente todas las [[idea]]s de Gregorio, pero se esforzó por conciliar al rey y su partido y facilitar su regreso a las opiniones del partido eclesiástico.  Enrique quizás habría podido llegar a algún arreglo con Víctor si hubiera querido dejar a un lado al [[antipapa]], pero se aferró estrechamente al [[hombre]] del que recibió la [[coronación |corona]] imperial. De este modo, pronto estalló la [[guerra]], durante la cual la causa del rey sufrió un declive.  Los [[obispo]]s del antipapa le fueron abandonando gradualmente en respuesta a las ventajosas ofertas de reconciliación de Urbano; la autoridad real desapareció en [[Italia]] y [[Enrique IV |Enrique]] sufrió una humillación adicional con la deserción de su hijo Conrado y de su segunda mujer. Por otro lado, el nuevo movimiento de las [[Cruzadas]] reunió a muchos en ayuda del [[papado]].  
  
Enrique se había asegurado el éxito por la fuerza, pero esa situación no podía durar. Los miembros mas ardientes del partido gregoriano rechazaron al papa “hereje” y le obligaron a retractarse paso por paso de la posición a la que había sido forzado. El Sínodo Laterano de 1112 renovó los decretos de Gregorio y Urbano contra la investidura. Pascual no quería retirar su promesa directamente, pero el concilio de Viena  declaró que el privilegium imperial ( privilegio y ley privada por derivación) era un pravilegiun (ley viciada) y por consiguiente nula y además excomulgó al emperador. El papa sin embargo no rompió completamente la relación con Enrique, para el que la contienda comenzaba a tener aspectos amenazadores, puesto que, como había sucedido previamente en tiempos de su padre,  las dificultades que surgidas de la oposición de los eclesiásticos se agravaron por la rebelión de los príncipes.  
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En 1094 y 1095 [[Papa Beato Urbano II |Urbano]] renovó la [[excomunión]] a [[Enrique IV |Enrique]] y a [[Guiberto de Rávena |Guiberto]] y sus seguidores.    Cuando el [[Papa]] murió (1099), seguido por el [[antipapa]] (1100), el [[papado]] había conseguido una victoria total en lo concerniente a los asuntos eclesiásticos.   Los siguientes antipapas del partido de Guiberto en [[Italia]] no tuvieron importancia alguna.   Urbano fue [[Sucesión Apostólica |sucedido]] por un gobernante menos capaz, [[Papa Pascual II |Pascual II]] (1099-1118), a quien Enrique se inclinó a reconocer al principio.  
  
Los enemigos del emperador surgían por doquier debido a su desconsiderado egoísmo, su mezquindad y odiosa personalidad. Hasta sus obispos se le oponían ahora, viéndose amenazados por él y creyendo que lo único que le interesaba era llegar a ser el único amo y señor. Las excomuniones al emperador eran reiteradas por los legados papales en Beauvais, 1114, Reims, 1116, Colonia, Goslar, y una segunda vez en Colonia. Los obispos imperiales irresolutos que rehusaron unirse al partido papal fueron expulsados de sus sedes. Las fuerzas del emperador fueron derrotadas simultáneamente en el Rin  y en Sajonia. En 1116 Enrique intentó entrar en negociaciones con el papa pero no se llegó a ningún acuerdo, ya que Pascual que se negó a entrevistarse con el emperador.
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Mientras tanto, el horizonte político comenzó a parecer más favorable para el rey que ahora era reconocido universalmente en [[Alemania]].    En adición a la paz eclesiástica, deseaba conseguir la remoción de la [[excomunión]] y manifestó públicamente su [[intención]] de [[peregrinaciones |peregrinar]] al [[Santo Sepulcro]].   Sin embargo, esto no satisfizo al Papa, que exigió la renuncia al [[derecho]] de [[Investidura Canónica |investidura]] que Enrique aún reclamaba obstinadamente.   En 1102 Pascual renovó el [[anatema]] contra el emperador.  La revuelta de su hijo ([[Enrique V]]) y su alianza con los príncipes insatisfechos con la política imperial, desató la crisis y trajo muchos sufrimientos a un maltratado emperador, ahora burlado y vencido ignominiosamente por su hijo.   La muerte de Enrique IV en 1106 hizo innecesaria una batalla final y decisiva. El defendió incansablemente los [[derecho]]s heredados en el oficio real y nunca sacrificó ninguno de ellos.  
  
Tras la muerte de Pascual (1118) ni siquiera su tolerante sucesor Gelasio II (1118-19)pudo evitar que las cosas se complicaran más.
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Desde el principio [[Enrique V]] había disfrutado del apoyo del [[Papa]], que lo había librado de la [[excomunión]] y le había liberado del [[juramento]] de fidelidad a su [[padres |padre]].  Durante y después del [[sínodo]] de [[Pentecostés]] de Nordhausen (1105) el rey disipó los últimos remanentes del [[cisma]] mediante la [[deposición]] de los ocupantes imperiales de [[diócesis |sedes]] episcopales.  Sin embargo, las cuestiones que constituían la raíz de todo el conflicto aún no estaban resueltas, y el tiempo demostró enseguida que en el asunto de las [[Investidura Canónica |investiduras]], Enrique era un [[verdad]]ero heredero de la política de su [[padres |padre]].    Frío, calculador y [[ambición |ambicioso]], el nuevo monarca no tenía intención de retirar las pretensiones reales a este respecto.   A pesar de repetidas prohibiciones (en [[Diócesis de Guastalla |Guastalla]]  en 1106 y en [[Troyes]] en 1107) continuó invistiendo con ostentación a [[obispo]]s de su elección.   El [[Clero Secular |clero]] [[Alemania |alemán]] no protestó, y de este modo hizo evidente que su anterior negativa de [[obediencia]] al emperador surgió del hecho de su excomunión, no por resentimiento a su intervención en los asuntos eclesiásticos.  En 1108 se pronunció la excomunión sobre el dador y el receptor (''dans et accipiens'') de la investidura, y eso afectaba al rey mismo.  
Al exigir el reconocimiento del privilegio de 1111, Gelasio le remitió a un Concilio general, y tras haber intentado revivir el cisma tan detestado por todos  nombrando como antipapa a Burdinus, arzobispo de Braga (Portugal), con el nombre de Gregorio VIII, Enrique fue excomulgado por el papa. En 1119 Guido de Viena, Calisto II(1119-24), sucedió a Gelasio. Ya había excomulgado al emperador en 1112, por lo que la reconciliación parecía mas lejana que nunca. Pero Calixto consideraba  que la paz de la iglesia era de suma importancia y cuando el emperador, que había mejorado sus relaciones con los príncipes germanos, mostró deseos de paz, comenzaron las negociaciones. La distinción de los elementos eclesiásticos y seculares  en el nombramiento de los obispo sentó las bases para un compromiso.
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Esta forma de arreglo ya se había discutido en Italia y Francia por ejemplo por Ivo de Chartres ya en 1099. Se distinguió muy bien el ofrecimiento del oficio eclesiástico de la investidura con terrenos imperiales. Como símbolos de la instalación eclesiástica se sugirieron el anillo y el báculo; el cetro serviría como símbolo de las regalías de la sede. El orden cronológico de las formalidades causó nuevas dificultades: por parte imperial se exigió que la investidura de las regalías precediera a la consagración, mientras que los representantes papales, reclamaron naturalmente que la consagración precediera a la investidura. Cuando precediera la investidura, el emperador podía impedir la consagración rehusando conceder las regalías. En el caso contrario la investidura era simplemente una confirmación del nombramiento. En 1119 los artículos de la paz fueron pactados en Mouzon y tenían que ser ratificados por el Sínodo de Reims.
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Como [[Enrique V |Enrique]] ahora había puesto su corazón en ser [[coronación |coronado]] emperador, esta decisión precipitó la lucha final.   En 1111 el rey marchó sobre [[Roma]] con un gran ejército.   Deseando evitar otro conflicto, [[Papa Pascual II |Pascual]] intentó una solución radical para este asunto: decidió que el [[Clero Secular |clero]] [[Alemania |alemán]]  debía devolver al emperador todos los territorios y [[privilegio]]s y se mantendría con [[diezmos]] y [[Limosnas y Dar Limosnas |limosnas]]; bajo estas circunstancias la monarquía, que estaba interesada solo en el señorío de esos dominios, podría fácilmente dejar de [[Investidura Canónica |investir]] al clero.   En este entendimiento se firmó en Sutri la paz entre el [[Papa]] y el rey.  Pascual, que había sido [[monje]] antes de su [[elecciones |elección]], sin duda ejecutó de [[Buena Fe |buena fe]] la renuncia al [[Autoridad Civil |poder secular]] de [[la Iglesia]]. Era solo un paso corto hacia la [[idea]] de que la Iglesia era una institución espiritual, y como tal no preocupada por los asuntos terrenales.
  
Pero las negociaciones se rompieron en el último momento y el papa renovó la excomunión del emperador. Sin embargo los príncipes alemanes lograron que se reanudaron lo contactos y finalmente se arregló la paz entre los legados del papa, el emperador y los príncipes el 23 de septiembre de 1122. Esta paz es conocida  generalmente como Concordato de Worms o "Pactum Calixtinum".
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Sin embargo, el rey no pudo haber [[duda]]do ni por un momento que la renuncia papal se enfrentaría a la oposición de los príncipes tanto [[la Iglesia |eclesiásticos]] como seculares.  [[Enrique V]] era ruin y engañoso y trató de tender una trampa al [[Papa]].  Luego que el rey hubo renunciado a sus reclamos sobre la [[Investidura Canónica |investidura]], el Papa [[promulgación |promulgó]] (12 febrero 1112) en [[Basílica de San Pedro |San Pedro]], la devolución a la corona de todos los bienes temporales, pero a partir de eso se levantó (como Enrique había previsto) tal tormenta de oposición entre los príncipes alemanes que se vio forzado a reconocer la inutilidad de su intento de solución.  El rey entonces reclamó que se reinstaurara el [[derecho]] de investidura y que se le [[coronación |coronara]] como emperador; dado que el Papa se negó, lo secuestró a traición junto con trece [[cardenal]]es y los sacó de la enfurecida ciudad.  Para recuperar su libertad, tras dos meses de [[prisión]], [[Papa Pascual II |Pascual]] fue obligado a acceder a las demandas de Enrique.  Concedió al rey una investidura incondicional como [[privilegio]] imperial, le coronó como emperador, y prometió bajo [[juramento]] no [[excomunión |excomulgarle]] por lo que había sucedido.  
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Enrique había asegurado así por la fuerza un éxito notable, pero esa situación no podía durar.  Los miembros más ardientes del partido gregoriano rechazaron al [[Papa]] “[[herejía |hereje]]” y le obligaron a retractarse paso por paso de la posición a la que había sido forzado.  El [[Concilios de Letrán |Concilio de Letrán]] de 1112 renovó los [[Decreto Papal |decretos]] de [[Papa San Gregorio VII |Gregorio]] y [[Papa Beato Urbano II |Urbano]] contra la [[Investidura Canónica |investidura]].   Pascual no quería retirar su promesa directamente, pero el [[concilio]] de [[Viena]], tras declarar que el ''privilegium'' imperial ( [[privilegio]], por derivación [[ley]] privada) era un ''pravilegium'' (ley viciada) y como tal nulo e inválido, también [[excomunión |excomulgó]] al emperador.  Sin embargo, el Papa no rompió completamente la relación con [|Enrique V |Enrique]], para el que la contienda comenzaba a tener aspectos amenazadores, puesto que, como había sucedido previamente en tiempos de su [[padres |padre]],  las dificultades planteadas por la oposición eclesiástica se agravaron por la rebelión de los príncipes.
  
En el documento de la paz Enrique cede “a Dios y sus santos Apóstoles Pedro y Pablo y a la Santa Iglesia Católica todas la investiduras con anillo y báculo, y permite en todas la iglesias de su reino e imperio, elecciones eclesiásticas y consagración libre”. Por otra parte, el papa concede “a su amado hijo Enrique, por la gracia de Dios  emperador romano, que la elección de obispos y abades  en el imperio germano mientras pertenezcan al reino de Alemania, tendrán lugar en su presencia, sin simonía o empleo de fuerza. Si surgiera alguna discordia entre las partes, el emperador, después de oír el veredicto de los metropolitanos y otros obispos de la provincia dará su aprobación y apoyo a la parte mejor. El candidato elegido recibirá de él las regalías (regalia) con el cetro, y desempeñará todas la obligaciones debidas por tal recepción.  
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El emperador se ganó enemigos por todas partes debido a su desconsiderado [[egoísmo]] y su [[personalidad]] mezquina y [[odio]]sa.   Hasta sus [[obispo]]s se le oponían ahora, al verse amenazados por él y al creer que solo estaba interesado en el dominio exclusivo.  Los [[legado]]s papales reiteraron la [[excomunión]] al emperador en [[Beauvais]] (1114), [[Sínodos de Reims |Reims)) (1116), [[Colonia]], Goslar y una segunda vez en Colonia.  Los obispos imperiales irresolutos que rehusaron unirse al partido papal fueron expulsados de sus [[diócesis |sedes]].  Las fuerzas del emperador fueron derrotadas simultáneamente en el Rin  y en [[Sajonia]]. En 1116 [[Enrique V |Enrique]] intentó entrar en negociaciones con el Papa en [[Italia]], pero no se llegó a ningún acuerdo, ya que en esta ocasión [[Papa Pascual II |Pascual]]  se negó a entrevistarse con el emperador.
  
En otras partes del imperio, el candidato consagrado recibirá dentro de seis meses las regalia por medio del cetro  y cumplirá con respecto a él las obligaciones implícitas en esa ceremonia. Se exceptúa de estos acuerdos todo lo que pertenece  a la iglesia Romana”( es decir, los Estados Pontificios. Las diferentes partes del imperio eran pues tratadas de manera diferente; en Alemania la investidura precedería a la consagración, mientras que en Italia y Borgoña seguía a la consagración y dentro de los seis meses siguientes.
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Después de la muerte de [[Papa Pascual II |Pascual]] (1118) ni siquiera su tolerante [[Sucesión Apostólica |sucesor]] [[Papa Gelasio II |Gelasio II]] (1118-19) pudo evitar que la situación se complicara más.   Luego de haber exigido el reconocimiento del [[privilegio]] de 1111 y luego de que Gelasio lo refiriese a un [[Concilios Generales |concilio general]], [[Enrique V |Enrique]] hizo un intento desesperado de revivir el universalmente detestado [[cisma]] mediante el nombramiento de un [[antipapa]], bajo el nombre de [[Gregorio VIII]], Burdino, [[arzobispo]] de [[Arquidiócesis de Braga |Braga]] ([[Portugal]]), y en consecuencia fue [[excomunión |excomulgado]] por el Papa.    
  
Se privó al rey de su poder sin restricciones en el nombramiento de obispos, pero la iglesia no pudo asegurarse completa exclusión de influencias extrañas en las elecciones de obispos. El Concordato de Worms fue un compromiso en el que cada parte hizo concesiones. Era importante para el rey que se tolerara su presencia  en la elección ( praesentia regis), lo que le daba una posible influencia sobre los electores y la investidura previa a la consagración, ya que así la elección de un mal candidato se hacía difícil y hasta imposible. Los extremistas del partido eclesiástico, que condenaban las investiduras y cualquier clase de influencia secular en las elecciones quedaron insatisfechos con aquellas concesiones desde el primer momento y hubieran estado encantados si Calixto hubiera rehusado firmar el Concordato.  
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En 1119 [[Papa Gelasio II |Gelasio]] fue [[Sucesión Apostólica |sucedido] por Guido de Vienne, [[Papa Calixto II |Calixto II]] (1119-24); ya había [[excomunión |excomulgado]] al emperador en 1112, por lo tanto, la reconciliación parecía más remota que nunca.  Sin embargo, Calixto consideraba  la paz de [[la Iglesia]] como de primordial importancia y dado que el emperador, ya en mejores términos con los príncipes alemanes, estaba asimismo deseoso por conseguir la paz, comenzaron las negociaciones.   La base del compromiso consistía en la distinción entre los elementos eclesiásticos y los seculares  en el nombramiento de los [[obispo]]s.   Esta forma de arreglo ya se había discutido en [[Italia]] y [[Francia]], por ejemplo por [[Ivo de Chartres]] ya en 1099.   La concesión del oficio eclesiástico se distinguía claramente de la [[Investidura Canónica |investidura]] con dominios imperiales.  Como símbolos de la instalación eclesiástica se sugirieron el [[anillos |anillo]] y el [[báculo]]; el cetro serviría como símbolo de la investidura con las temporalidades de la [[diócesis |sede]].
  
Para apreciar el significado de este acuerdo queda por ver  si se intentaba como una tregua temporal o como paz duradera. Con frecuencia han surgido dudas puesto que el documento está escrito para Enrique V solamente. Pero un detenido examen  de nuestras fuentes de información y de documentos contemporáneos ha mostrado que es erróneo mantener que el Concordato gozó solamente de reconocimiento pasajero y fue de menor importancia. Fue considerado una ley fundamental no sólo por las partes contratantes sino por sus contemporáneos. Fue solemnemente reconocido no sólo como un estatuto imperial sino como ley de la iglesia por el Concilio Ecuménico Laterano de 1123. También sabemos por Gerhoh de Reichersberg, que estaba presente en el concilio, que en adición al documento imperial, que se creía que fue el único leído, también lo fue leído y sancionado el del papa. Puesto que Gerhoh era uno de los principales opositores al Concordato su evidencia a favor de una verdad desagradable no se puede poner en duda. Ninguna de las partes intentaba que tuviera un poder de obligar permanentemente y el Concordato estaba muy lejos de asegurar ese reconocimiento continuado, puesto que revela, como máximo, la ansiedad de la iglesia por la paz bajo la presión de ciertas circunstancias, que de hecho fueron modificadas.  
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El orden cronológico de las formalidades causó nuevas dificultades: el lado imperial exigió que la investidura con las temporalidades precediera a la [[consagración]], mientras que los representantes papales naturalmente reclamaron que la consagración precediera a la [[Investidura Canónica |investidura]].  Si la investidura ocurría primero, el emperador podía impedir la consagración al negarse a conceder las temporalidades; en el otro caso, la investidura sería solo una confirmación del nombramiento.   En 1119 se acordaron los artículos de la paz en Mouzon y habrían de ser ratificados por el [[Sínodos de Reims |Sínodo de Reims]].   Sin embargo, las negociaciones se rompieron en el último momento y el [[Papa]] renovó la [[excomunión]] del emperador. Pero los príncipes alemanes lograron reiniciar los procedimientos, y finalmente se acordó la paz entre los [[legado]]s del Papa, el emperador y los príncipes  el 23 de septiembre de 1122.  Esta paz es conocida  generalmente como Concordato de Worms o el "Pactum Calixtinum".
  
Bajo el rey Lotario(1125-37) y al comienzo del reinado de Conrado III (1138-52) el Concordato no era aun cuestionado y se cumplía en su totalidad. En 1139, sin embargo, Inocencio II, en el canon 28 del Concilio de Roma, redujo el privilegio de elegir al obispo al capítulo catedralicio y a los representantes y no hizo mención de participación laica en la elección. El partido eclesiástico asumió que esta provisión anulaba la participación del rey en la elección y su derecho a decidir en el caso de empate en el voto de los electores. Si su opinión era correcta la iglesia se había retirado del conjunto del Concordato y no era necesario por parte del rey el reconocimiento de este hecho. Pero en verdad retuvieron su derecho en este asunto aunque lo utilizaran rara vez.
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En el documento de paz, [[Enrique V |Enrique]] cede “a [[Dios]] y sus [[Comunión de los Santos |santos]] [[Apóstoles]] [[San Pedro |Pedro]] y [[San Pablo |Pablo]] y a la [[Santidad (Nota de la Iglesia) |Santa]] [[la Iglesia |Iglesia]] [[católico |Católica]] todas las [[Investidura Canónica |investiduras]] con [[anillos |anillo]] y [[báculo]], y permite en todas las iglesias de su reino e imperio la [[elecciones |elección]] eclesiástica y la libre [[consagración]]”.   Por otra parte, el [[Papa]] concede “a su amado hijo Enrique, por la [[gracia]] de Dios  emperador romano, que la elección de [[obispo]]s y [[abad]]es  en el [[Alemania |Imperio Alemán]] mientras pertenezcan al reino de Alemania, tendrán lugar en su presencia, sin [[simonía]] o empleo de la fuerza.  Si surgiera alguna discordia entre las partes, el emperador, después de oír el consejo y veredicto de los [[metropolitano]]s y otros obispos de la provincia, dará su aprobación y apoyo a la parte mejor.  El candidato elegido recibirá de él las temporalidades (''regalia'') con el cetro, y desempeñará todas las [[obligación |obligaciones]] que conlleva tal recepción. En otras partes del imperio, el candidato [[consagración |consagrado]] recibirá dentro de seis meses las ''regalia'' por medio del cetro y cumplirá con respecto a él las obligaciones implícitas en esa [[ceremonia]].  Se exceptúa de estos acuerdos todo lo que pertenece  a la [[Santa Sede |Iglesia Romana]]” (es decir, los [[Estados Papales]]).
  
Tenían amplias oportunidades de hacer sentir su influencia muchas otras maneras Federico I (1152-90) fue otra vez dueño y señor de la iglesia en Alemania y en general consiguió asegurarse la elección de sus candidatos. En caso de desacuerdo impuso atrevidamente el reconocimiento de su candidato. Inocencio III (1198-1216) fue el primero en lograr introducir la elección canónica libre en la iglesia alemana. Después de él la investidura fue un resto, una ceremonia sin significado. Así fue la secuencia y consecuencia del conflicto de las investiduras en el imperio alemán. En Inglaterra y Francia la lucha nunca adquirió las mismas proporciones ni el mismo encarnizamiento. Debido a la importancia del Imperio germánico y al poder imperial tuvieron que llevar el peso de la lucha. Y si ellos fueron derrotados, los demás un hubieran podido aguantar la lucha contra la iglesia.  
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Las diferentes partes del imperio eran pues tratadas de manera diferente; en [[Alemania]] la [[Investidura Canónica |investidura]] precedería a la [[consagración]], mientras que en [[Italia]] y [[Borgoña]] seguía a la consagración y debía ser dentro de los seis meses siguientes.   Se privó al rey de su poder irrestricto en el nombramiento de [[obispo]]s, pero [[la Iglesia]] tampoco logró asegurar la completa exclusión de influencias extrañas en las [[elecciones]] canónicas. El Concordato de Worms fue un compromiso en el que cada parte hizo concesiones.  Era importante para el rey que se tolerara su presencia  en la elección (''praesentia regis''), lo que le daba una posible influencia sobre los electores y la investidura previa a la consagración, ya que así la elección de un mal candidato se hacía difícil y hasta imposible.  El partido eclesiástico extremo, que condenaba las investiduras y la influencia secular en las elecciones, quedaron insatisfechos con aquellas concesiones desde el primer momento y hubieran estado encantados si [[Papa Calixto II |Calixto]] se hubiese negado a firmar el [[concordato |Concordato]].
  
El conflicto en Inglaterra.
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Para apreciar el significado de este acuerdo queda por ver  si pretendía ser una tregua temporal o una paz duradera.    Muy bien pueden haber surgido (y de hecho ha habido) [[duda]]s sobre este asunto, dado que formalmente el documento se redactó solo para [[Enrique V]].    Pero un detenido examen  de nuestras fuentes de información y de documentos contemporáneos ha mostrado que es [[error |erróneo]] mantener que el [[concordato |Concordato]] gozó solamente de reconocimiento pasajero y fue de menor importancia.    El pacto fue considerado una [[ley]] fundamental duradera no sólo por las partes contratantes sino por sus contemporáneos.  El  [[Primer Concilio de Letrán |Concilio Ecuménico de Letrán]] (1123) lo reconoció solemnemente no sólo como un estatuto imperial sino como ley de [[la Iglesia]].    También [[conocimiento |sabemos]] por [[Gerhoh de Reichersberg]], que estaba presente en el [[concilio]], que en adición al documento imperial, que se cree fue el único leído, también se leyó y [[sanción |sancionó]] el del [Papa]].    Dado que Gerhoh era uno de los principales opositores al Concordato, no se puede poner en duda su evidencia a favor de una [[verdad]] desagradable.  Ninguna de las partes intentaba, por supuesto, que el acuerdo tuviese un poder vinculante perpetuo —y el  Concordato estaba muy lejos de asegurar ese reconocimiento continuado, puesto que revela a lo sumo la ansiedad de la Iglesia por la paz, bajo la presión de ciertas circunstancias.  Las provisiones fueron modificadas por un nuevo acto legislativo.
  
En Inglaterra el conflicto es parte de la historia de Anselmo de Canterbury. Como Primado de Inglaterra(1093-1109), luchó casi sin ayuda de nadie por la ley canónica contra la nobleza y el clero. Guillermo el Conquistador (1066-87) se había constituido a si mismo como señor y soberano de la Iglesia de Inglaterra. El ratificaba las decisiones de los sínodos, nombraba obispos y abades, decidía hasta donde se debía obedecer al papa y prohibió cualquier relación sin su permiso. La iglesia de Inglaterra era prácticamente una iglesia nacional a pesar de su dependencia nominal de Roma la lucha de Anselmo con Guillermo II(1087-1100) trataba de otros asuntos, pero durante su estancia en Francia e Italia él fue uno de los defensores de la reforma eclesiástica y siendo requerido, al regresar a emitir el voto de fidelidad al nuevo rey Enrique I (1100-35) y recibir el episcopado de sus manos, rehusó hacerlo. Esto llevó al estallido de la lucha de las investiduras. El rey envió varias embajadas al papa para defender su derecho a la investidura, aunque sin éxito. En sus contestaciones al rey y en sus cartas a Anselmo, Pascual prohibió estrictamente tanto el juramento de fidelidad como toas las investiduras por parte de laicos. Enrique entonces prohibió a Anselmo, que estaba de visita en Roma, que volviera a Inglaterra. Se apodero de sus propiedades por lo que en 1105 el papa excomulgó a los consejeros del rey y a todos los prelados que recibieran investidura de sus manos. Sin embargo en ese mismo año se llegó a un acuerdo que fue ratificado por el papa en 1106 y por el parlamento de Londres en 1107. De acuerdo con este concordato el rey renunciaba a su derechos de investidura, pero debían seguir pronunciando el juramente de fidelidad. Sin embargo, en el nombramiento de los más altos dignatarios de la iglesia el rey retenía una gran influencia. La elección tenía lugar en el palacio real y siempre que se proponía un candidato que disgustaba al rey él simplemente proponía otro que siempre resultaba elegido. El candidato electo entonces emitía el juramento de fidelidad, siempre antes de la consagración. Solo se consiguió la separación de la adjudicación de las regalías, del oficio eclesiástico, un logro de no demasiada importancia.
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Bajo el rey Lotario (1125-37) y al comienzo del reinado de Conrado III (1138-52) el [[concordato |Concordato]] aún no había sido cuestionado y se cumplía en  su totalidad.   En 1139, sin embargo, [[Papa Inocencio II |Inocencio II]], en el vigésimo octavo canon del [[concilio]] de [[Roma]], limitó el [[privilegio]] de elegir al [[obispo]] al [[capítulo]] [[catedral]]icio y a los representantes del [[Clero Secular |clero]] [[regulares |regular]] y no hizo mención de participación de [[laicos]] en la [[elección]].   El partido eclesiástico asumió que esta provisión anulaba la participación del rey en la elección y su [[derecho]] a decidir en el caso de empate en el voto de los electores. Si su opinión era correcta [[la Iglesia]] sola se había retirado del pacto en este punto, y los reyes no necesitaban tener [[conocimiento]] del hecho, pero en verdad estos retuvieron su derecho a este respecto, aunque  lo utilizaran rara vez y a menudo lo abandonaron.   Tuvieron amplia oportunidad de hacer sentir su influencia de otros modos.  
  
En Francia la cuestión de la investiduras no era de tanta importancia para el Estado como para producir episodios violentos. El obispo ni tenía tanto poder ni tierras ni tan extensos dominios como en Alemania. Y sólo unos pocos obispo y abades eran investidos por el rey, mientras que otros lo eran por los nobles del reino, condes y duques( es decir para los obispados de menor importancia).
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[[Federico I Barbarroja |Federico I]] (1152-90) de nuevo fue amo absoluto de [[la Iglesia]] en [[Alemania]], y generalmente pudo asegurar la [[elección]] del candidato que favorecía.  En caso de desacuerdo, tomaba una posición audaz y exigía el reconocimiento de su candidato.  [[Papa Inocencio III |Inocencio III]] (1198-1216) fue el primero que logró introducir la elección libre y canónica en la Iglesia alemana.  La investidura real luego de su época fue una supervivencia vacía, una ceremonia sin significado.
  
Los obispados se trataban con frecuencia de manera arbitraria, vendiéndose con frecuencia, entregados como regalos y dotados por familiares.
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Tal fue el curso y la consecuencia del conflicto de las investiduras en el [[Alemania |Imperio Alemán]]. En [[Inglaterra]] y [[Francia]] la lucha nunca adquirió las mismas proporciones ni el mismo encarnizamiento. Esto se debió a la importancia del Imperio Germánico y al poder imperial que tuvieron para soportar la peor parte de la lucha. Si ellos hubiesen sido derrotados, los demás nunca se habrían podido entrar a la contienda contra la Iglesia.  
Después de la reconciliación entre el papa y el rey en 1104, éste renuncio tácitamente al derecho de nombramiento y la elección libre se convirtió en la regla establecida. El rey retuvo, sin embargo el derecho de ratificación y exigió, en general tras la consagración, el juramento de fidelidad del candidato antes de que entrase en posesión de las regalías. Tras unos conflictos menores estas condiciones se extendieron a los otros obispados. En algunos casos como en Gascuña y Aquitania, el obispo entraba inmediatamente en la posesión de las regalías en la ratificación de su elección. Así pues, en Francia era donde las exigencias de la iglesia se cumplían mejor.
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<u>'''El conflicto en Inglaterra:'''</u>
  
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En [[Inglaterra]] el conflicto es parte de la historia de [[San Anselmo |Anselmo]] de [[Canterbury]].  Como [[primado]] de Inglaterra (1093-1109), luchó casi solo por el [[Derecho Canónico |derecho canónico]] contra la nobleza y el [[Clero Secular |clero]].  [[Guillermo el Conquistador]] (1066-87) se había constituido a sí mismo como señor y soberano de [[la Iglesia]] en Inglaterra;  ratificaba las decisiones de los [[sínodo]]s, nombraba [[obispo]]s y [[abad]]es, decidía hasta donde se debía reconocer al [[Papa]] y prohibía cualquier relación sin su permiso.  Por lo tanto, la Iglesia de Inglaterra era prácticamente una iglesia nacional, a pesar de su dependencia nominal de [[Roma]].  La lucha de Anselmo con Guillermo II (1087-1100) trataba de otros asuntos, pero durante su estancia en [[Francia]] e [[Italia]] él fue uno de los defensores de la reforma eclesiástica, y a su regreso, cuando se le requirió que prestara el [[juramento]] de fidelidad al nuevo rey Enrique I (1100-35) y recibiera el episcopado de sus manos, rehusó hacerlo.  Esto llevó al estallido de la lucha por las [[Investidura Canónica |investiduras]]. 
  
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El rey envió varias embajadas al [[Papa]] para defender su [[derecho]] a la [[Investidura Canónica |investidura]], aunque sin éxito.  En sus respuestas al rey y en sus cartas a [[San Anselmo |Anselmo]], [[Papa Pascual II |Pascual]] prohibió estrictamente tanto el [[juramento]] de fidelidad como todas las investiduras por parte de [[laicos]].    Enrique entonces prohibió a Anselmo, que estaba de visita en [[Roma]], que volviera a [[Inglaterra]] y confiscó sus ingresos; tras lo cual (1105) el Papa [[excomunión |excomulgó]] a los consejeros del rey y a todos los [[prelado]]s que habían recibido la investidura de sus manos.    Sin embargo, en ese mismo año se llegó a un acuerdo que fue ratificado por el Papa en 1106 y por el parlamento de [[Londres]] en 1107.  Según este [[concordato]] el rey renunciaba a su derechos a la investidura, pero debían seguir pronunciando el juramente de fidelidad.  Sin embargo, en el nombramiento de los más altos dignatarios de [[la Iglesia]] el rey retenía aún retenía la mayor influencia.  La [[elección]] se realizaba en el palacio real, y cada vez que se proponía a un candidato desagradable al rey, este simplemente proponía otro, que era entonces elegido siempre.  El candidato electo entonces prestaba el juramento de fidelidad, que siempre precedía a la [[consagración]].  El único objeto obtenido fue la separación del oficio eclesiástico de la concesión de las temporalidades, un logro de no demasiada importancia.
  
MEYER VON KNONAU, Jahrbücher des deutschen Reiches unter Heinrich IV und Heinrich V, I-VII (Leipzig, 1890-1909); RICHTER, Annalen des deutschen Reiches im Zeitalter der Ottonen und Salier, II (Halle, 1897-98); HAMPE, Deutsche Kaisergeschichte in der Zeit der Salier und Staufer (Leipzig, 1909); HEFELE-KNÖPFLER, Conciliengeschichte, V (2ª ed., Freiburg, 1886); HAUCK, Kirchengeschichte Deutschlands im Mittelalter, III (3ª rd and 4ª eds., Leipzig, 1906); GFRÖRER, Papst Gregorius VII, I-VII (Schaffhausen, 1859-61); MARTENS, Gregor VII., I, II (Leipzig, 1894); SCHÄFER, Zur Beurteilung des Wormser Konkordats, in Abhandlungen der Berliner Akademie, phil.-hist. Klasse, I (1905), 1-95; BERNHEIM, Das Wormser Konkordat (Breslau, 1906); RUDORFF, Zur Erklärung des Wormser Konkordats (Weimar, 1906); SCHARNAGL, Der Begriff der Investitur (Stuttgart, 1908); SCHMITZ, Der englische Investiturstreit (Innsbruck, 1884); LIEBERMANN, Anselm von Canterbury und Hugo von Lyon in Hist. Aufsätze dem Andenken an G. Waitzgewidmet (Hanover, 1886); RULE, Life and Times of St. Anselm, Archbishop of Canterbury (London, 1882); CHURCH, St. Anselm (London, 1888); IMBART DE LA TOUR, Les élections épiscopales dans l'église de France du IXe au XIIe siècle (Paris, 1890).
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<u>'''El conflicto en Francia:'''</u>
  
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En [[Francia]] el asunto de la [[Investidura Canónica |investidura]] no fue de tal importancia para el [[Iglesia y Estado |Estado]] como para producir episodios [[violencia |violentos]].  Los [[obispo]]s no tenían tanto poder ni tan extensos dominios como en [[Alemania]].  Solo cierto número de obispos y [[abad]]es eran investidos por el rey, mientras que muchos otros eran nombrados e investidos por los nobles del reino, los condes y los duques (es decir, por los llamados [[diócesis |obispados]] mediatos).    A menudo se trataba con los obispados de manera arbitraria, con frecuencia se vendían, se entregaban como regalos y se concedían a familiares. 
  
 
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Después de la reconciliación entre el [[Papa]] y el rey en 1104, los reyes renunciaron tácitamente al [[derecho]] de nombramiento y la [[elección]] libre se convirtió en la regla establecida.   El rey retuvo, sin embargo, el derecho de ratificación y exigió, en general tras la [[consagración]], el [[juramento]] de fidelidad del candidato antes de que comenzase a utilizar las temporalidades.   Tras unos conflictos menores estas condiciones se extendieron a los otros [[diócesis |obispados]] mediatos. En algunos casos como en Gascuña y Aquitania, el [[obispo]] entraba a la posesión inmediata de las temporalidades en la ratificación de su elección.   Fue en [[Francia]], por lo tanto, donde se cumplieron más plenamente los requisitos de la Iglesia.
KLEMENS LÖFFLER.
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Transcrito por Douglas J. Potter. Dedicado al Sagrado Corazón de Jesucristo.
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Traducido por Pedro Royo.
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Revisión de 14:46 29 ago 2020

Conflicto de las investiduras (alemán Investiturstreit) es el terminus technicus para el gran conflicto entre los Papas y los reyes alemanes Enrique IV y Enrique V durante el período 1075-1122. La prohibición de la investidura fue solamente la ocasión de este conflicto; pero el verdadero punto en disputa, al menos en los momentos más álgidos, fue si el poder papal o el imperial habría de dominar en la cristiandad.

El poderoso y ardiente Papa Gregorio VII (1073-85) buscaba con todas sus fuerzas realizar el Reino de Dios en la tierra bajo la guía del papado. Como sucesor de los Apóstoles de Cristo reclamaba la suprema autoridad tanto en los asuntos espirituales como seculares. Bajo ese noble idealismo, parecería que el sucesor de Pedro nunca actuaría de otra forma que de acuerdo con los dictados de la justicia, la bondad y la verdad. Imbuido de este espíritu, reclamó para el papado la supremacía sobre el emperador, reyes y príncipes. Pero durante la Edad Media siempre había existido rivalidad entre el emperador y los Papas, representantes gemelos, por así decirlo, de la autoridad. Enrique III, padre del joven rey, había sometido completamente al papado, situación que Gregorio ahora trata de revertir aplastando el poder imperial y colocando en su lugar al papado; por lo tanto, se volvió inevitable una larga y encarnizada lucha.

Al principio comenzó por la prohibición de las investiduras a propósito de las reformas eclesiásticas puestas en marcha por Gregorio. En 1074 había renovado bajo penas severas la prohibición de la simonía y el matrimonio del clero, pero encontró mucha oposición de parte de los obispos y sacerdotes alemanes. Para asegurar la influencia necesaria en el nombramiento de los obispos, dejar de lado las pretensiones laicas a la administración de la propiedad de la Iglesia, y así romper la oposición del clero, en el Sínodo de Cuaresma (Romano) de 1075 Gregorio le retiró "al rey el derecho de disponer de los obispados en el futuro, y relevó a todos los laicos de la investidura de iglesias". Ya para el Sínodo de Reims (1049) se había promulgado legislación anti investidura, pero nunca se había forzado su cumplimento.

En ese período investidura significaba que al morir un obispo o un abad, el rey solía elegir al sucesor y concederle el anillo y báculo con estas palabras: Accipe ecclesiam (recibe esta iglesia). Enrique III acostumbraba a considerar la idoneidad eclesiástica del candidato; Enrique IV, por otro lado, declaró en 1073: “Hemos vendido las iglesias”. Desde Otón el Grande (936-72) los obispos habían sido príncipes del imperio, se habían asegurado muchos privilegios y se habían convertido en gran medida en señores feudales sobre grandes distritos del territorio imperial. El control de estas grandes unidades de poder económico y militar era para el rey una cuestión de importancia capital porque afectaba a los fundamentos e incluso la existencia misma de la autoridad imperial; en esos tiempos los hombres aún no distinguían entre la concesión del oficio episcopal y la concesión de sus temporalidades (regalia). Con esta mentalidad, Enrique IV mantuvo que le era imposible reconocer la prohibición papal de la investidura. Debemos tener en cuenta que en dichas circunstancias había una cierta justificación para ambas partes: el objetivo del Papa era salvar a la Iglesia de los peligros que surgían por la influencia indebida de los laicos, especialmente del rey, en los asuntos estrictamente eclesiásticos; el rey, por su parte, consideraba que estaba luchado por los medios indispensables para el gobierno civil, aparte del cual en ese período su suprema autoridad inconcebible.

Enrique hizo caso omiso de la prohibición de Gregorio, así como de su intento para mitigarla, y continuó nombrando obispos en Alemania e Italia. A finales de diciembre de 1075 Gregorio le dio un ultimátum: se requería al rey que observara el decreto papal, basado en las leyes y enseñanzas de los Padres; de lo contrario en el próximo sínodo cuaresmal sería no sólo “excomulgado hasta dar la satisfacción apropiada, sino también privado de su reino sin esperanza de recuperarlo”. Le añadió una dura reprobación a su libertinaje. Si el Papa había dado rienda suelta a sus sentimientos, el rey le dio aún más libre ventilación a su ira. En la Dieta de Worms (enero 1076) veintiséis obispos depusieron a Gregorio, luego de calumniarle atrozmente, basándose en que su elevación había sido irregular y por consiguiente nunca había sido Papa. Así pues, Enrique dirigió una carta a “Hildebrando, que ya no es Papa sino un falso monje”: — “Yo, Enrique, rey por la gracia de Dios, con todos mis obispos, te digo a ti: ´Desciende, desciende, por siempre maldito´”. Si el rey llegó a creer que tal deposición, que era incapaz de hacer cumplir, iba a tener efecto alguno, debió estar muy ciego.

En el siguiente sínodo cuaresmal en Roma (1076) Gregorio juzgó a Enrique, y en una oración a Pedro, príncipe de los Apóstoles, declaró: ”Yo le depongo del gobierno de todo el reino de Alemania e Italia, libero a todos los cristianos de su juramento de fidelidad, y prohíbo que sea obedecido como rey... y le ato con los grilletes del anatema”. De nada sirvió que el rey contestase a anatema con anatema. Sus enemigos domésticos, los sajones y los príncipes laicos del imperio, aceptaron la causa del Papa mientras que sus obispos estaban divididos en su lealtad, y la mayoría de su pueblo le abandonó. En esa época se era aún profundamente consciente de que no podía haber Iglesia cristiana sin comunión con Roma. Los que apoyaban al rey iban disminuyendo; en octubre, una dieta de los príncipes en Tribur obligó a Enrique a disculparse humildemente con el Papa, a prometer obediencia y reparación en el futuro y a abstenerse de todo gobierno, puesto que estaba excomulgado. Además decretaron que si en un año y un día no se levantaba la excomunión, Enrique perdería su corona. Finalmente resolvieron que el Papa debía ser invitado a visitar Alemania en la primavera siguiente para solucionar los conflictos entre el rey y los príncipes. Regocijado por su triunfo, Gregorio se puso en marcha inmediatamente hacia el norte.

Para asombro general Enrique propuso presentarse ante el Papa como penitente para obtener su perdón. Cruzó el monte Cenis en pleno invierno y llegó pronto al castillo de Canosa, a donde Gregorio se había retirado al saber que el rey se acercaba. Enrique pasó tres días a la entrada de la fortaleza, descalzo y vestido de penitente, aunque, por supuesto, es una exageración romántica que realmente estuviera todo el tiempo sobre la nieve y el hielo. Finalmente fue admitido a la presencia papal, juró reconocer la mediación y decisión papal en la lucha con los príncipes y fue entonces liberado de la excomunión (enero 1077).

Este famoso evento ha sido contado infinidad de veces y desde puntos de vista divergentes. Para Bismark, Canosa se convirtió en un término proverbial para indicar la humillación del poder civil ante una Iglesia ambiciosa y dominante. Por otro lado, recientemente no pocos han visto en ello un glorioso triunfo para Enrique. Cuando los hechos se ponderan cuidadosamente, se verá que en su capacidad sacerdotal el Papa cedió a disgusto e involuntariamente mientas que por otra parte, el éxito político de su concesión fue nulo. Enrique tenía ahora la ventaja, puesto que liberado de la excomunión, era libre de actuar. Sin embargo, al comparar el poder que treinta años antes había ejercido Enrique III sobre el papado, podemos aún estar de acuerdo con los historiadores que ven en Canosa la cima de la carrera de Gregorio VII.

Los partidarios alemanes del Papa ignoraron la reconciliación y en marzo de 1077 procedieron a elegir un nuevo rey, Rodolfo de Rheinfelden. Esta fue la señal para la guerra civil, durante la cual Gregorio intentó actuar como árbitro entre los reyes rivales y como jefe supremo que concede la coronación. Mediante una diplomacia ingeniosa Enrique pospuso hasta 1080 toda acción decisiva. Considerando su posición suficientemente segura, exigió que el Papa excomulgase a su rival porque de lo contrario pondría un antipapa. Gregorio respondió excomulgando y deponiendo a Enrique por segunda vez, en el sínodo cuaresmal de 1080. Al mismo tiempo se declaraba que el clero y el pueblo debían ignorar toda interferencia civil y toda reclamación civil de propiedades eclesiásticas y debían elegir canónicamente a todos los candidatos a oficios eclesiásticos.

El efecto de esta segunda excomunión fue insignificante. Durante los años anteriores el rey había reunido un partido fuerte: los obispos preferían depender del rey antes que del Papa; además se pensaba que la segunda excomunión era injustificada. El partido de Gregorio quedó así muy debilitado. En el sínodo de Brixen (junio 1080), los obispos del rey escucharon cargos ridículos y exageraciones, y depusieron al Papa, le excomulgaron y eligieron al antipapa Guiberto, arzobispo de Rávena, que por otra parte era un hombre instruido e intachable. Gregorio había confiado en el apoyo de los normandos del sur de Italia y en los enemigos alemanes del rey, pero los primeros le enviaron su ayuda. Así cuando en octubre de 1080 su rival al trono murió en una batalla, Enrique volvió sus pensamientos a la capital papal. Desde 1081 a 1084 asaltó a Roma cuatro veces, en 1083 capturó la Ciudad Leonina, y en 1084, luego de un intento infructuoso de llegar a un compromiso, tomó posesión de toda la ciudad.

Un sínodo confirmó la deposición de Gregorio y la elección de [[Guiberto de Rávena |Guiberto, que ahora se hizo llamar Clemente III; en marzo de 1084 Enrique fue coronado emperador por su antipapa. Los normandos llegaron demasiado tarde para impedir estos acontecimientos, y además se entregaron al pillaje de la ciudad de forma tan terrible que Gregorio perdió la confianza de los romanos y se vio obligado a retirarse hacia el sur con sus aliados normandos. Había sufrido una derrota completa y murió en Salerno (25 mayo 1085) tras otra inefectiva renovación de la excomunión contra sus oponentes. Aunque murió decepcionado y fracasado había hecho el trabajo indispensable del pionero y puso en movimiento fuerzas y principios que dominarían en las siguientes centurias.

Ahora surgió mucha confusión en ambos bandos. En 1081 fue elegido un nuevo rival a la corona, el insignificante conde Herman de Salm, pero murió en 1088. La mayoría de los obispos se mantuvieron con el rey y fueron excomulgados; el partido de Gregorio sólo dominaba en Sajonia. Muchas diócesis tenían dos ocupantes. Ambas partes llamaban a sus oponentes perjuros y traidores y ninguno discriminó muy bien al escoger el uso de armas. Las negociaciones no tuvieron éxito, mientras que el sínodo de los gregorianos en Quedlinburg (abril 1085) no mostró inclinación a modificar los principios que representaban. Por lo tanto, el rey entonces decidió eliminar a sus rivales con la fuerza. En el concilio de Maguncia (abril 1085) quince obispos gregorianos fueron depuestos y sus sedes fueron entregadas a partidarios del rey.

Una rebelión de los sajones y los bávaros obligó a los obispos del rey a huir, pero la muerte de los más eminentes y la inclinación general a buscar la paz, llevo a una tregua; de modo que en 1090 el imperio entró en un intervalo de paz, muy diferente, sin embargo, de lo que Enrique había deseado. Los obispos gregorianos reconocieron al rey, que en consecuencia retiró su apoyo a los que él mismo había nombrado. Pero la tregua era solamente política; en asuntos eclesiásticas, la oposición continuo cabal y no se podía ni pensar que el antipapa habría de ser reconocido. De hecho la tranquilidad política sirvió sólo para manifestar de forma más definitiva la antítesis sin esperanza de solución entre el clero gregorianos y los alineados con el rey.

Existen numerosos y polémicos tratados contemporáneos que nos permiten seguir la guerra de opiniones después de 1080 (del período anterior existen pocos documentos de este tipo). Estos escritos, en general cortos e implacables, se difundieron ampliamente, se leían en público y en privado y se distribuían en los días de mercados y de tribunales. Ahora están recopilados como "Libelli de lite imperatorum et pontificum", y se pueden encontrar en “Monumenta Germaniæ historica". Es natural que los principios defendidos en estos escritos se opongan diametralmente entre sí. Los escritores del partido de Gregorio mantienen que es necesaria una obediencia incondicional al Papa y que aunque fuera injusta, su excomunión es válida. Por otro lado, los escritores del rey declaran que su amo está por encima de la responsabilidad por sus acciones, pues es el representante de Dios en la tierra, y como tal señor supremo del Papa.

En el lado papal sobresalían el inflexible sajón Bernardo, que no quería hablar de avenencias y que prefería la muerte antes que la violación de los cánones; el suabo Bernoldo de St. Blasien, autor de números pero poco importantes cartas y memoriales, y el rudo, fanático Manegold de Lautenbach, para quien la obediencia al Papa era el deber supremo de toda la humanidad, y quien afirmaba que el pueblo debía deponer a un mal gobernante tan lícitamente como uno podría despedir a un criador de cerdos que hubiese fallado en proteger a la piara confiada a su cuidado.

En el lado del rey estaban Wenrich de Tréveris, de hablar pausado pero resuelto, Wido de Osnabrück, un escritor sólido, después obispo, cuyo corazón estaba empeñado en conseguir la paz entre el Papa y el emperador, pero que se opuso a Gregorio por haber excomulgado ilegalmente al rey y por inducir a los feudatarios de éste a romper su juramento de fidelidad. También al lado del rey estaba un monje de Hersfeld, de otro modo desconocido, que revela una comprensión clara del verdadero asunto en su panfleto “De unitate ecclesiæ”, donde señala el asunto de la supremacía es la verdadera fuente del conflicto. La monarquía, dice, viene directamente de Dios y por consiguiente, el rey solo es responsable ante Él. Por otra parte la Iglesia es la totalidad de los fieles unidos en una sociedad por el espíritu de paz y amor. La iglesia, continúa, no está llamada a ejercer autoridad temporal; sólo empuña la espada espiritual, es decir, la palabra de Dios. En esto el monje fue más allá de su época.

En Italia los partidarios de Gregorio superaban intelectualmente a sus oponentes. Entre sus filas estaba Bonizo de Sutri, historiador papal, un valioso escritor en las décadas precedentes al conflicto, naturalmente desde el punto de vista del pontífice y sus seguidores. A petición del Papa, Anselmo, obispo de Lucca y el Cardenal Deusdedit compilaron colecciones de cánones de donde más tarde las ideas de Gregorio obtuvieron apoyo substancial.

Al partido real pertenecían el vacilante cardenal Beno, enemigo personal de Gregorio y autor de escandalosos panfletos contra el Papa; también el mendaz Benzo, obispo de Alba, para el que, como para la mayoría de los cortesanos, el rey sólo respondía ante Dios, mientras que el Papa era vasallo del rey. Guido de Ferrara mantuvo opiniones más moderadas e intentó convencer a los gregorianos moderados de que adoptaran una política de compromiso. Pedro Craso, el único laico mezclado en la controversia, representaba la joven ciencia de la jurisprudencia y defendía con tesón la autonomía del Estado, y afirmaba que, puesto que la autoridad soberana procedía de Dios, era un crimen guerrear contra el rey. Reclamó para el rey todos los derechos de los emperadores romanos y por consiguiente el derecho a juzgar al Papa.

En 1086 Gregorio fue sucedido por Víctor III, que era de carácter más suave, no tenía deseos de competir por la autoridad suprema y se retiró a la posición de que toda la lucha era simplemente una cuestión de administración eclesiástica. Murió en 1087 y la contienda entró a un nuevo período con Urbano II (1088-99). Compartía plenamente todas las ideas de Gregorio, pero se esforzó por conciliar al rey y su partido y facilitar su regreso a las opiniones del partido eclesiástico. Enrique quizás habría podido llegar a algún arreglo con Víctor si hubiera querido dejar a un lado al antipapa, pero se aferró estrechamente al hombre del que recibió la corona imperial. De este modo, pronto estalló la guerra, durante la cual la causa del rey sufrió un declive. Los obispos del antipapa le fueron abandonando gradualmente en respuesta a las ventajosas ofertas de reconciliación de Urbano; la autoridad real desapareció en Italia y Enrique sufrió una humillación adicional con la deserción de su hijo Conrado y de su segunda mujer. Por otro lado, el nuevo movimiento de las Cruzadas reunió a muchos en ayuda del papado.

En 1094 y 1095 Urbano renovó la excomunión a Enrique y a Guiberto y sus seguidores. Cuando el Papa murió (1099), seguido por el antipapa (1100), el papado había conseguido una victoria total en lo concerniente a los asuntos eclesiásticos. Los siguientes antipapas del partido de Guiberto en Italia no tuvieron importancia alguna. Urbano fue sucedido por un gobernante menos capaz, Pascual II (1099-1118), a quien Enrique se inclinó a reconocer al principio.

Mientras tanto, el horizonte político comenzó a parecer más favorable para el rey que ahora era reconocido universalmente en Alemania. En adición a la paz eclesiástica, deseaba conseguir la remoción de la excomunión y manifestó públicamente su intención de peregrinar al Santo Sepulcro. Sin embargo, esto no satisfizo al Papa, que exigió la renuncia al derecho de investidura que Enrique aún reclamaba obstinadamente. En 1102 Pascual renovó el anatema contra el emperador. La revuelta de su hijo (Enrique V) y su alianza con los príncipes insatisfechos con la política imperial, desató la crisis y trajo muchos sufrimientos a un maltratado emperador, ahora burlado y vencido ignominiosamente por su hijo. La muerte de Enrique IV en 1106 hizo innecesaria una batalla final y decisiva. El defendió incansablemente los derechos heredados en el oficio real y nunca sacrificó ninguno de ellos.

Desde el principio Enrique V había disfrutado del apoyo del Papa, que lo había librado de la excomunión y le había liberado del juramento de fidelidad a su padre. Durante y después del sínodo de Pentecostés de Nordhausen (1105) el rey disipó los últimos remanentes del cisma mediante la deposición de los ocupantes imperiales de sedes episcopales. Sin embargo, las cuestiones que constituían la raíz de todo el conflicto aún no estaban resueltas, y el tiempo demostró enseguida que en el asunto de las investiduras, Enrique era un verdadero heredero de la política de su padre. Frío, calculador y ambicioso, el nuevo monarca no tenía intención de retirar las pretensiones reales a este respecto. A pesar de repetidas prohibiciones (en Guastalla en 1106 y en Troyes en 1107) continuó invistiendo con ostentación a obispos de su elección. El clero alemán no protestó, y de este modo hizo evidente que su anterior negativa de obediencia al emperador surgió del hecho de su excomunión, no por resentimiento a su intervención en los asuntos eclesiásticos. En 1108 se pronunció la excomunión sobre el dador y el receptor (dans et accipiens) de la investidura, y eso afectaba al rey mismo.

Como Enrique ahora había puesto su corazón en ser coronado emperador, esta decisión precipitó la lucha final. En 1111 el rey marchó sobre Roma con un gran ejército. Deseando evitar otro conflicto, Pascual intentó una solución radical para este asunto: decidió que el clero alemán debía devolver al emperador todos los territorios y privilegios y se mantendría con diezmos y limosnas; bajo estas circunstancias la monarquía, que estaba interesada solo en el señorío de esos dominios, podría fácilmente dejar de investir al clero. En este entendimiento se firmó en Sutri la paz entre el Papa y el rey. Pascual, que había sido monje antes de su elección, sin duda ejecutó de buena fe la renuncia al poder secular de la Iglesia. Era solo un paso corto hacia la idea de que la Iglesia era una institución espiritual, y como tal no preocupada por los asuntos terrenales.

Sin embargo, el rey no pudo haber dudado ni por un momento que la renuncia papal se enfrentaría a la oposición de los príncipes tanto eclesiásticos como seculares. Enrique V era ruin y engañoso y trató de tender una trampa al Papa. Luego que el rey hubo renunciado a sus reclamos sobre la investidura, el Papa promulgó (12 febrero 1112) en San Pedro, la devolución a la corona de todos los bienes temporales, pero a partir de eso se levantó (como Enrique había previsto) tal tormenta de oposición entre los príncipes alemanes que se vio forzado a reconocer la inutilidad de su intento de solución. El rey entonces reclamó que se reinstaurara el derecho de investidura y que se le coronara como emperador; dado que el Papa se negó, lo secuestró a traición junto con trece cardenales y los sacó de la enfurecida ciudad. Para recuperar su libertad, tras dos meses de prisión, Pascual fue obligado a acceder a las demandas de Enrique. Concedió al rey una investidura incondicional como privilegio imperial, le coronó como emperador, y prometió bajo juramento no excomulgarle por lo que había sucedido.

Enrique había asegurado así por la fuerza un éxito notable, pero esa situación no podía durar. Los miembros más ardientes del partido gregoriano rechazaron al Papahereje” y le obligaron a retractarse paso por paso de la posición a la que había sido forzado. El Concilio de Letrán de 1112 renovó los decretos de Gregorio y Urbano contra la investidura. Pascual no quería retirar su promesa directamente, pero el concilio de Viena, tras declarar que el privilegium imperial ( privilegio, por derivación ley privada) era un pravilegium (ley viciada) y como tal nulo e inválido, también excomulgó al emperador. Sin embargo, el Papa no rompió completamente la relación con [|Enrique V |Enrique]], para el que la contienda comenzaba a tener aspectos amenazadores, puesto que, como había sucedido previamente en tiempos de su padre, las dificultades planteadas por la oposición eclesiástica se agravaron por la rebelión de los príncipes.

El emperador se ganó enemigos por todas partes debido a su desconsiderado egoísmo y su personalidad mezquina y odiosa. Hasta sus obispos se le oponían ahora, al verse amenazados por él y al creer que solo estaba interesado en el dominio exclusivo. Los legados papales reiteraron la excomunión al emperador en Beauvais (1114), [[Sínodos de Reims |Reims)) (1116), Colonia, Goslar y una segunda vez en Colonia. Los obispos imperiales irresolutos que rehusaron unirse al partido papal fueron expulsados de sus sedes. Las fuerzas del emperador fueron derrotadas simultáneamente en el Rin y en Sajonia. En 1116 Enrique intentó entrar en negociaciones con el Papa en Italia, pero no se llegó a ningún acuerdo, ya que en esta ocasión Pascual se negó a entrevistarse con el emperador.

Después de la muerte de Pascual (1118) ni siquiera su tolerante sucesor Gelasio II (1118-19) pudo evitar que la situación se complicara más. Luego de haber exigido el reconocimiento del privilegio de 1111 y luego de que Gelasio lo refiriese a un concilio general, Enrique hizo un intento desesperado de revivir el universalmente detestado cisma mediante el nombramiento de un antipapa, bajo el nombre de Gregorio VIII, Burdino, arzobispo de Braga (Portugal), y en consecuencia fue excomulgado por el Papa.

En 1119 Gelasio fue [[Sucesión Apostólica |sucedido] por Guido de Vienne, Calixto II (1119-24); ya había excomulgado al emperador en 1112, por lo tanto, la reconciliación parecía más remota que nunca. Sin embargo, Calixto consideraba la paz de la Iglesia como de primordial importancia y dado que el emperador, ya en mejores términos con los príncipes alemanes, estaba asimismo deseoso por conseguir la paz, comenzaron las negociaciones. La base del compromiso consistía en la distinción entre los elementos eclesiásticos y los seculares en el nombramiento de los obispos. Esta forma de arreglo ya se había discutido en Italia y Francia, por ejemplo por Ivo de Chartres ya en 1099. La concesión del oficio eclesiástico se distinguía claramente de la investidura con dominios imperiales. Como símbolos de la instalación eclesiástica se sugirieron el anillo y el báculo; el cetro serviría como símbolo de la investidura con las temporalidades de la sede.

El orden cronológico de las formalidades causó nuevas dificultades: el lado imperial exigió que la investidura con las temporalidades precediera a la consagración, mientras que los representantes papales naturalmente reclamaron que la consagración precediera a la investidura. Si la investidura ocurría primero, el emperador podía impedir la consagración al negarse a conceder las temporalidades; en el otro caso, la investidura sería solo una confirmación del nombramiento. En 1119 se acordaron los artículos de la paz en Mouzon y habrían de ser ratificados por el Sínodo de Reims. Sin embargo, las negociaciones se rompieron en el último momento y el Papa renovó la excomunión del emperador. Pero los príncipes alemanes lograron reiniciar los procedimientos, y finalmente se acordó la paz entre los legados del Papa, el emperador y los príncipes el 23 de septiembre de 1122. Esta paz es conocida generalmente como Concordato de Worms o el "Pactum Calixtinum".

En el documento de paz, Enrique cede “a Dios y sus santos Apóstoles Pedro y Pablo y a la Santa Iglesia Católica todas las investiduras con anillo y báculo, y permite en todas las iglesias de su reino e imperio la elección eclesiástica y la libre consagración”. Por otra parte, el Papa concede “a su amado hijo Enrique, por la gracia de Dios emperador romano, que la elección de obispos y abades en el Imperio Alemán mientras pertenezcan al reino de Alemania, tendrán lugar en su presencia, sin simonía o empleo de la fuerza. Si surgiera alguna discordia entre las partes, el emperador, después de oír el consejo y veredicto de los metropolitanos y otros obispos de la provincia, dará su aprobación y apoyo a la parte mejor. El candidato elegido recibirá de él las temporalidades (regalia) con el cetro, y desempeñará todas las obligaciones que conlleva tal recepción. En otras partes del imperio, el candidato consagrado recibirá dentro de seis meses las regalia por medio del cetro y cumplirá con respecto a él las obligaciones implícitas en esa ceremonia. Se exceptúa de estos acuerdos todo lo que pertenece a la Iglesia Romana” (es decir, los Estados Papales).

Las diferentes partes del imperio eran pues tratadas de manera diferente; en Alemania la investidura precedería a la consagración, mientras que en Italia y Borgoña seguía a la consagración y debía ser dentro de los seis meses siguientes. Se privó al rey de su poder irrestricto en el nombramiento de obispos, pero la Iglesia tampoco logró asegurar la completa exclusión de influencias extrañas en las elecciones canónicas. El Concordato de Worms fue un compromiso en el que cada parte hizo concesiones. Era importante para el rey que se tolerara su presencia en la elección (praesentia regis), lo que le daba una posible influencia sobre los electores y la investidura previa a la consagración, ya que así la elección de un mal candidato se hacía difícil y hasta imposible. El partido eclesiástico extremo, que condenaba las investiduras y la influencia secular en las elecciones, quedaron insatisfechos con aquellas concesiones desde el primer momento y hubieran estado encantados si Calixto se hubiese negado a firmar el Concordato.

Para apreciar el significado de este acuerdo queda por ver si pretendía ser una tregua temporal o una paz duradera. Muy bien pueden haber surgido (y de hecho ha habido) dudas sobre este asunto, dado que formalmente el documento se redactó solo para Enrique V. Pero un detenido examen de nuestras fuentes de información y de documentos contemporáneos ha mostrado que es erróneo mantener que el Concordato gozó solamente de reconocimiento pasajero y fue de menor importancia. El pacto fue considerado una ley fundamental duradera no sólo por las partes contratantes sino por sus contemporáneos. El Concilio Ecuménico de Letrán (1123) lo reconoció solemnemente no sólo como un estatuto imperial sino como ley de la Iglesia. También sabemos por Gerhoh de Reichersberg, que estaba presente en el concilio, que en adición al documento imperial, que se cree fue el único leído, también se leyó y sancionó el del [Papa]]. Dado que Gerhoh era uno de los principales opositores al Concordato, no se puede poner en duda su evidencia a favor de una verdad desagradable. Ninguna de las partes intentaba, por supuesto, que el acuerdo tuviese un poder vinculante perpetuo —y el Concordato estaba muy lejos de asegurar ese reconocimiento continuado, puesto que revela a lo sumo la ansiedad de la Iglesia por la paz, bajo la presión de ciertas circunstancias. Las provisiones fueron modificadas por un nuevo acto legislativo.

Bajo el rey Lotario (1125-37) y al comienzo del reinado de Conrado III (1138-52) el Concordato aún no había sido cuestionado y se cumplía en su totalidad. En 1139, sin embargo, Inocencio II, en el vigésimo octavo canon del concilio de Roma, limitó el privilegio de elegir al obispo al capítulo catedralicio y a los representantes del clero regular y no hizo mención de participación de laicos en la elección. El partido eclesiástico asumió que esta provisión anulaba la participación del rey en la elección y su derecho a decidir en el caso de empate en el voto de los electores. Si su opinión era correcta la Iglesia sola se había retirado del pacto en este punto, y los reyes no necesitaban tener conocimiento del hecho, pero en verdad estos retuvieron su derecho a este respecto, aunque lo utilizaran rara vez y a menudo lo abandonaron. Tuvieron amplia oportunidad de hacer sentir su influencia de otros modos.

Federico I (1152-90) de nuevo fue amo absoluto de la Iglesia en Alemania, y generalmente pudo asegurar la elección del candidato que favorecía. En caso de desacuerdo, tomaba una posición audaz y exigía el reconocimiento de su candidato. Inocencio III (1198-1216) fue el primero que logró introducir la elección libre y canónica en la Iglesia alemana. La investidura real luego de su época fue una supervivencia vacía, una ceremonia sin significado.

Tal fue el curso y la consecuencia del conflicto de las investiduras en el Imperio Alemán. En Inglaterra y Francia la lucha nunca adquirió las mismas proporciones ni el mismo encarnizamiento. Esto se debió a la importancia del Imperio Germánico y al poder imperial que tuvieron para soportar la peor parte de la lucha. Si ellos hubiesen sido derrotados, los demás nunca se habrían podido entrar a la contienda contra la Iglesia.

El conflicto en Inglaterra:

En Inglaterra el conflicto es parte de la historia de Anselmo de Canterbury. Como primado de Inglaterra (1093-1109), luchó casi solo por el derecho canónico contra la nobleza y el clero. Guillermo el Conquistador (1066-87) se había constituido a sí mismo como señor y soberano de la Iglesia en Inglaterra; ratificaba las decisiones de los sínodos, nombraba obispos y abades, decidía hasta donde se debía reconocer al Papa y prohibía cualquier relación sin su permiso. Por lo tanto, la Iglesia de Inglaterra era prácticamente una iglesia nacional, a pesar de su dependencia nominal de Roma. La lucha de Anselmo con Guillermo II (1087-1100) trataba de otros asuntos, pero durante su estancia en Francia e Italia él fue uno de los defensores de la reforma eclesiástica, y a su regreso, cuando se le requirió que prestara el juramento de fidelidad al nuevo rey Enrique I (1100-35) y recibiera el episcopado de sus manos, rehusó hacerlo. Esto llevó al estallido de la lucha por las investiduras.

El rey envió varias embajadas al Papa para defender su derecho a la investidura, aunque sin éxito. En sus respuestas al rey y en sus cartas a Anselmo, Pascual prohibió estrictamente tanto el juramento de fidelidad como todas las investiduras por parte de laicos. Enrique entonces prohibió a Anselmo, que estaba de visita en Roma, que volviera a Inglaterra y confiscó sus ingresos; tras lo cual (1105) el Papa excomulgó a los consejeros del rey y a todos los prelados que habían recibido la investidura de sus manos. Sin embargo, en ese mismo año se llegó a un acuerdo que fue ratificado por el Papa en 1106 y por el parlamento de Londres en 1107. Según este concordato el rey renunciaba a su derechos a la investidura, pero debían seguir pronunciando el juramente de fidelidad. Sin embargo, en el nombramiento de los más altos dignatarios de la Iglesia el rey retenía aún retenía la mayor influencia. La elección se realizaba en el palacio real, y cada vez que se proponía a un candidato desagradable al rey, este simplemente proponía otro, que era entonces elegido siempre. El candidato electo entonces prestaba el juramento de fidelidad, que siempre precedía a la consagración. El único objeto obtenido fue la separación del oficio eclesiástico de la concesión de las temporalidades, un logro de no demasiada importancia.

El conflicto en Francia:

En Francia el asunto de la investidura no fue de tal importancia para el Estado como para producir episodios violentos. Los obispos no tenían tanto poder ni tan extensos dominios como en Alemania. Solo cierto número de obispos y abades eran investidos por el rey, mientras que muchos otros eran nombrados e investidos por los nobles del reino, los condes y los duques (es decir, por los llamados obispados mediatos). A menudo se trataba con los obispados de manera arbitraria, con frecuencia se vendían, se entregaban como regalos y se concedían a familiares.

Después de la reconciliación entre el Papa y el rey en 1104, los reyes renunciaron tácitamente al derecho de nombramiento y la elección libre se convirtió en la regla establecida. El rey retuvo, sin embargo, el derecho de ratificación y exigió, en general tras la consagración, el juramento de fidelidad del candidato antes de que comenzase a utilizar las temporalidades. Tras unos conflictos menores estas condiciones se extendieron a los otros obispados mediatos. En algunos casos como en Gascuña y Aquitania, el obispo entraba a la posesión inmediata de las temporalidades en la ratificación de su elección. Fue en Francia, por lo tanto, donde se cumplieron más plenamente los requisitos de la Iglesia.