Anillos
De Enciclopedia Católica
ESTE ARTÍCULO FUE ESCRITO EN 1912 Y ESTÁ EN PROCESO DE ACTUALIZACIÓN.
Aunque los anillos antiguos existentes, cuyo origen cristiano ha sido probado por su diseño, procedencia, etc., son bastante numerosos (ver Fortnum en “Arch. Journ.”, XXVI, 141 y XXVIII, 275), en la mayoría de los casos no se pueden identificar con ningún uso [liturgia|litúrgico]]. Sin duda, los cristianos, como el resto de la gente, usaban anillos de acuerdo con su posición social, puesto que en el Nuevo Testamento se mencionan los anillos sin reprobación (Lucas 15,22 y Stgo. 2,2). Más aun, Clemente de Alejandría (Paed., III, c. XI) dice que un hombre puede usar legítimamente un anillo en su dedo meñique, el cual debería llevar algún emblema religioso ---una paloma, un pez o un ancla--- aunque, por otro lado, Tertuliano, San Cipriano y las Constituciones Apostólicas (I, III) protestan contra la ostentación de los cristianos al adornarse con anillos y piedras preciosas. En cualquier caso, las Actas de Santas Perpetua y Felicidad (c. XXI), hacia comienzos del siglo III, nos informan de cómo el mártir Saturo tomó un anillo del dedo de Pudens, un militar que estaba mirando, y se lo devolvió como recuerdo, cubierto con su propia sangre.
Sabiendo que en los días paganos de Roma todo flamen Dialis (es decir, un sacerdote especialmente consagrado para la adoración de Júpiter) tenía el privilegio de llevar un anillo de oro, como los senadores, no sería sorprendente encontrar evidencias de que los obispos cristianos usaran estos anillos en el siglo IV. Sin embargo, los diferentes pasajes a los que se ha apelado para demostrarlo, o no son auténticos o no son concluyentes. San Agustín, de hecho, habla de sellar una carta con un anillo (Ep. CCXVII, in P.L., XXXIII, 227), pero, por otro lado, su contemporáneo Posidio afirma expresamente que Agustín no usaba anillo (P.L., XXXII, 53), de donde podemos concluir que la posesión de un anillo de sello no prueba el uso de un anillo como parte de las insignias episcopales. Sin embargo, en un decreto del Papa San Bonifacio IV (610 d.C.), se habla de monjes elevados a la dignidad episcopal como anulo pontificali subarrhatis, mientras que en el Cuarto Concilio de Toledo]] (633) se nos dice que si un obispo ha sido depuesto de su cargo, y es luego reinstalado, se le debe devolver la estola, el anillo y el báculo (orarium, anulum et baculum).
Cerca de ese mismo período, San Isidoro de Sevilla relaciona el anillo con el báculo y declara que aquél se otorga como “un emblema de la dignidad pontifical o del sellado de los secretos” (P.L., LXXXIII, 783). Desde ese momento en adelante, se puede asumir que el anillo fue estrictamente hablando un adorno episcopal conferido en el rito de la consagración, y que comúnmente se le consideraba como emblema del compromiso del obispo con su Iglesia. En los siglos VIII y IX, en manuscritos del Sacramentario Gregoriano y en algunos pontificales antiguos (por ejemplo, el atribuido al arzobispo Egberto de York), encontramos diversas fórmulas para la entrega del anillo. La forma gregoriana, que esencialmente subsiste hasta hoy, es así: “Recibe este anillo, es decir, el sello de la fe, a través del cual tú, al estar adornado con una fe impecable, podrás mantener sin mancha la promesa dada a la esposa de Dios, Su santa Iglesia.”
Estas dos ideas ---a saber, la del sello, indicativa de discreción y de fidelidad conyugal--- dominan el simbolismo dado al anillo en casi todos sus usos litúrgicos. La idea de la fidelidad fue llevada tan lejos en el caso de los obispos que encontramos decretos eclesiásticos que promulgan que “un obispo que abandone la Iglesia a la cual se ha consagrado y se transfiera a otra debe ser considerado culpable de adulterio y ser castigado del mismo modo que un hombre que renuncia a su propia esposa y se va a vivir con otra mujer” (Du Saussay, "Panoplia episcopalis", 250). Quizás fue esta idea de esponsales la que ayudó a establecer la regla, de la cual oímos ya en el siglo IX, de que el anillo episcopal debía ponerse en el dedo anular (es decir, al lado del meñique) de la mano derecha. Como el anillo pontifical debía usarse a veces encima del guante, es común encontrar ejemplares medievales grandes en tamaño y proporcionalmente pesados en ejecución. El inconveniente de la holgura así resultante se resolvía a menudo mediante la colocación de otro anillo más pequeño justo encima de él como un sujetador (vea Lacy, "Exeter Pontifical", 3). Como muestran los cuadros de la Edad Media y del Renacimiento, antiguamente era bastante habitual que los obispos usaran otros anillos junto con el episcopal; de hecho, el actual “Caeremoniale Episcoporum” (Bk. II, VIII, nn. 10-11) asume que es probable que este sea todavía el caso. La costumbre prescribe que un laico o un clérigo de rango inferior, al presentarse ante un obispo, deben besar su mano, es decir su anillo episcopal, pero es un error popular suponer que existe una indulgencia relacionada con el acto. Los anillos episcopales, tanto en un período temprano como posterior, se utilizaban a veces como recipientes para reliquias. San Hugo de Lincoln, tenía un anillo que debe haber sido de considerable capacidad. (Sobre la ceremonia de la investidura con anillo y báculo, vea Conflicto de las Investiduras)
Además de los obispos, muchos otros eclesiásticos tienen el privilegio de llevar anillos. El Papa por supuesto es el primero de los obispos, pero habitualmente no USA el anillo de sello distintivo del papado, conocido como el “Anillo del Pescador”, sino normalmente un simple camafeo, mientras que sus anillos pontificios más formidables se reservan para funciones eclesiásticas solemnes. Los cardenales también llevan anillos independientemente de su rango en la jerarquía eclesiástica. El anillo perteneciente a la dignidad cardenalicia es otorgado por el Papa mismo en el consistorio en el que se crea a un nuevo cardenal con un “título” particular. Es de poco valor, con un zafiro engarzado, mientras que en la parte interior de la faceta lleva las armas del Papa que lo otorga. En la práctica, el cardenal no está obligado a llevar este anillo, y normalmente prefiere usar uno propio.
Los cardenales presbíteros tienen el privilegio de usar un anillo desde el tiempo de Inocencio III o antes (ver Sägmüller, "Thatigkeit und Stellung der Cardinale", 163). A los abades de la Alta Edad Media se les permitía usar anillos sólo mediante un privilegio especial. Una carta de Pedro de Blois, en el siglo XII (P.L., CCVII, 283), muestra que en esa fecha se consideraba como una ostentación el hecho de que un abad llevara un anillo, aunque en pontificales posteriores la bendición y entrega de un anillo formaba parte del ritual ordinario para la consagración de un abad, y este es sigue siendo el caso en la actualidad (1912). Por otra parte, no se indica tal ceremonia en la bendición de una abadesa, aunque algunas de ellas han recibido, o asumido, el privilegio de llevar un anillo de oficio. También algunos otros prelados menores usaban con regularidad el anillo, por ejemplo los protonotarios, pero no se puede decir que el privilegio perteneciera a los canónigos como tales (B. de Montault, "Le costume, etc.", I, 170) sin un indulto especial. En cualquier caso, estos prelados menores no podían usar tales anillos ordinariamente durante la celebración de la Misa. La misma restricción, sobra decirlo, se aplica al anillo otorgado como parte de la insignia del doctorado ya sea en teología o en derecho canónico.
Los anillos sencillos que usan algunas órdenes de monjas, y que se les confieren en el curso de su profesión solemne, de acuerdo con el ritual provisto en el Pontifical Romano, parece tener justificación en una antigua tradición. San Ambrosio (P.L., XVII, 701, 735) habla de ello como si fuera una costumbre aceptada para las vírgenes consagradas a Dios el uso de un anillo en memoria de su compromiso con su Esposo celestial. Esta entrega de un anillo a monjas profesas se menciona también en varios Pontificales medievales a partir del siglo XII. Los anillos de boda, o más estrictamente, los anillos entregados en la ceremonia de esponsales, parecen haber sido tolerados entre los cristianos bajo el Imperio Romano desde un período bastante temprano. El uso de tales anillos fue por supuesto anterior al cristianismo, no hay muchos indicios de que la entrega del anillo fuese primero incorporada en algún ritual o investida de algún significado religioso preciso. Pero es altamente probable que, si los cristianos toleraban la aceptación y el uso del anillo de esponsales, tales anillos deben haber estado adornados con emblemas cristianos. Se puede asumir casi seguramente que son anillos de boda cristianos algunos ejemplares existentes, más particularmente un anillo dorado hallado cerca de Arles, aparentemente del siglo IV o V, con la inscripción Tecla vivat Deo cum marito seo [suo] . Igualmente, en la ceremonia de coronación, ha sido costumbre durante mucho tiempo entregar tanto al rey como a la reina consorte un anillo previamente bendecido. Quizás el ejemplo más antiguo del uso de tal anillo es en el caso de Judith, la madrastra de Alfredo el Grande. Sin embargo, en este caso es un poco difícil determinar si el anillo fue otorgado a la reina en virtud de su dignidad de reina consorte o por su boda con Ethelwulf de Wessex.
También se han usado anillos ocasionalmente con otros propósitos religiosos. En una época temprana, las llavecitas que contenían fragmentos de las cadenas de San Pedro parecen haber sido soldadas a una tira metálica y usadas en el dedo como relicarios. En tiempos más recientes, se han hecho anillos con diez botoncitos o protuberancias, los cuales se utilizan para rezar el Rosario.
Bibliografía: Babington dn Dict. Christ. Antiq.; Leclercq in Dict. dæarch. chret., I (París, 1907), s.v. Anneaux; Deloche, Etude historique et archeologique sur les anneaux (París, 1900); Du Saussay, Panoplia episcopalis (París, 1646), 175-294; Dalton, Catalogue of early Christian Antiquities in the British Museum (Londres, 1901); Barbier de Montault, Le costume et les usages ecclesiastiques selon la tradition romaine (París, 1897-1901).
Fuente: Thurston, Herbert. "Rings." The Catholic Encyclopedia. Vol. 13. New York: Robert Appleton Company, 1912. 20 Dec. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/13059a.htm>.
Traducido por Diego Herrero Murillas. lhm