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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Apologética

De Enciclopedia Católica

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Definición y Divisiones

Apologética es la ciencia teológica que tiene como propósito la explicación y defensa de la religión cristiana; significa, en su sentido amplio, una forma de apología (defensa o alabanza de alguien). El término se deriva del adjetivo latín apologeticus, el cual, a su vez, tiene su origen en el adjetivo griego apologetikos, siendo el sustantivo apologia, defensa. Como equivalente de la forma plural, la variante “apologética” se halla aquí y allá en escritos recientes, sugerida probablemente por las correspondientes palabras francesas y alemanas, que están siempre en singular. En el idioma inglés la forma plural “apologetics”, está lejos de ser común y sin duda prevalece, al estar en armonía con otras palabras formadas similarmente, como “ethics” (ética), “statistics” (estadística), “homiletics” (homilética). Al definir apologética como una forma de apología, entendemos esta última palabra en su sentido primario, como una defensa verbal contra un ataque verbal, una desaprobación de una acusación falsa, o una justificación de una acción o línea de conducta hecha objeto de censura erróneamente. Tal, por ejemplo, es la “Apología” de Sócrates, tal la “Apología” de John Henry Newman. Este es el único sentido adscrito al término según usado por los antiguos griegos y romanos, o por los alemanes y franceses de hoy día.

Muy diferente es el significado expresado por la palabra inglesa “apology”, es decir, una explicación de una acción reconocida de estar abierta a censura. El verbo “disculpar” (to apologize) y generalmente el adjetivo “apologético” (apologetic) expresan casi exclusivamente la misma idea. Por esta razón, no es oportuna la adopción de la palabra “apologética” en el sentido de una vindicación científica de la religión cristiana. Algunos estudiosos prefieren tales términos como “evidencias cristianas” y “defensa de la religión cristiana”. “Apologética” y “apología” no son términos intercambiables del todo. La última es la forma genérica, la primera es específica. Cualquier clase de acusación, ya sea personal, social, política o religiosa, puede requerir la apología correspondiente. Son sólo las apologías de la religión cristiana las que caen dentro del ámbito de la apologética; ni tampoco se trata sólo de eso. No hay apenas un dogma, apenas un ritual o institución disciplinaria de la Iglesia que no haya estado sujeto a la crítica hostil, y de ahí, como ocasión requerida, ha sido vindicado por la apologética misma. Pero además de estas formas de apología, hay respuestas que han sido requeridas por los ataques de varias clases sobre las credenciales de la religión cristiana, apologías escritas para vindicar ahora esto, ahora esta base de la fe cristiana católica que ha sido puesta en entredicho o en incredulidad y ridículo.

Entonces es de tales apologías por los fundamentos de la creencia cristiana que la ciencia de la apologética ha tomado forma. Apologética es la apología cristiana “par excellence”, la cual combina en un sistema perfeccionado los argumentos y consideraciones del valor permanente que ha hallado expresión en las varias apologías sencillas. Estas últimas, al ser respuestas a ataques específicos, estuvieron necesariamente condicionadas por las ocasiones que las requirieron. Fueron vindicaciones parciales, personales y controversiales de la posición cristiana. En ellas el elemento prominente fue la refutación de cargos específicos. Por otro lado la apologética es la vindicación científica y comprehensiva de las bases de la creencia cristiana católica, en la cual la presentación impersonal y calmada de los principios subyacentes es de importancia suprema, donde se añade la refutación de objeciones a modo de corolario. No se dirige al oponente hostil con propósito de refutación, sino más bien a la mente inquisitiva a modo de información. Su meta es dar una presentación científica de los reclamos que la religión revelada por Cristo tiene en el asentimiento de toda mente racional; busca llevar al inquisidor a la verdad para reconocer, primero, la razonabilidad y confiabilidad de la revelación cristiana según comprendida en la Iglesia Católica; y segundo, la correspondiente obligación de aceptarla. Mientras que no compele a la fe---pues la certeza que ofrece no es absoluta, sino moral---muestra que las credenciales del cristianismo son suficientemente amplias para vindicar el acto de fe como un acto racional, y para desacreditar el desvío de los escépticos e incrédulos como injustificado y culpable.

Su última palabra es la respuesta a la pregunta: ¿Por qué debo ser católico? Así la apologética lleva a la fe católica, a la aceptación de la Iglesia Católica como el organismo divinamente autorizado para preservar y hacer eficaces las verdades salvadoras reveladas por Cristo. Este es el gran dogma fundamental sobre el cual descansan todos los demás dogmas. De ahí que la apologética también se llame “teología fundamental”. La apologética es generalmente vista como una rama de la ciencia dogmática, siendo la otra y principal rama la teología dogmática propiamente dicha. Sin embargo, es bueno señalar que en punto de vista y método son muy distintas. La teología dogmática, como la Teología Moral, se dirige principalmente a aquellos que ya son católicos; presupone la fe. La apologética, por otro lado y por lo menos en teoría, simplemente nos lleva a la fe. La primera comienza donde termina la segunda. La apologética es preeminentemente una disciplina histórica positiva, mientras que la teología dogmática es más bien deductiva y filosófica, y usa información de autoridad divina y eclesiástica como su premisa---el contenido de la revelación y su interpretación por la Iglesia. La teología dogmática sólo entra en contacto con la apologética al explorar y al tratar dogmáticamente los elementos de la religión natural, las fuentes de su información autorizada.

Como se ha señalado, el objeto de la apologética es dar una respuesta científica a la pregunta “¿Por qué debo ser católico?”. Ahora bien, esta pregunta envuelve otras dos que son fundamentales: la primera ¿Por qué debo ser cristiano en vez de ser un adherente del judaísmo, del mahometismo, o del zoroastrismo, o de algún otro sistema religioso que establece un reclamo rival de ser revelado? La otra pregunta, aún más fundamental, es: ¿Por qué debo profesar alguna religión en absoluto? Así, la ciencia de la apologética fácilmente cae en tres grandes divisiones:

  • primera, el estudio de la religión en general y las bases para la creencia teísta;
  • segunda, el estudio de la religión revelada y las bases para la creencia cristiana;
  • tercera, el estudio de la verdadera Iglesia de Cristo y las bases para la creencia católica.

En la primera de estas divisiones el apologista indaga sobre la naturaleza de la religión, su universalidad y la capacidad natural del hombre para adquirir ideas religiosas. En conexión con esto el estudio moderno de la filosofía religiosa de los pueblos no civilizados debe ser tomado en consideración, y las varias teorías respecto al origen de la religión se presentan para discusión crítica. Esto lleva al examen de las bases de la creencia teísta, e incluye las importantes cuestiones sobre:

  • la existencia de la Personalidad divina, el Creador y conservador del mundo, ejerciendo una providencia especial sobre el hombre.
  • el libre albedrío del hombre y su correspondiente responsabilidad religiosa y moral en virtud de su dependencia de Dios;
  • la inmortalidad del alma humana y la vida futura con sus acompañantes recompensas o castigos.

Pareja con estos asuntos está la refutación del monismo, determinismo y otras teorías anti-teístas. La filosofía religiosa y la apologética aquí marchan mano a mano.

La segunda división, sobre la religión revelada, es aun más abarcadora. Después de tratar la noción, posibilidad y necesidad moral de una revelación divina, y su perceptibilidad a través de varios criterios internos y externos, el apologista procede a establecer el “hecho” de la revelación. Se establecen tres etapas distintas y progresivas de la revelación: la revelación primitiva, la revelación mosaica y la revelación cristiana. Las principales fuentes sobre las cuales él debe descansar al establecer el triple hecho de la revelación son las Sagradas Escrituras. Pero si él es lógico, debe prescindir de su inspiración y tratarlas como documentos históricos humanos. Aquí debe depender de los estudios críticos sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento hechos por estudiosos bíblicos imparciales, y construir sobre los resultados acreditados de sus investigaciones referentes a la autenticidad y confiabilidad de los libros sagrados que pretenden ser históricos. Es sólo por anticipación que un argumento para el hecho de la revelación primitiva puede basarse en el fundamento de que fue enseñado en el libro inspirado del Génesis, y que está implícito en el estado sobrenatural de nuestros primeros padres (Adán y Eva). En ausencia de algo como documentos contemporáneos, el apologista tiene que poner el énfasis principal sobre la alta probabilidad antecedente de la revelación primitiva, y mostrar cómo una revelación de alcance limitado pero suficiente para el hombre primitivo es compatible con una etapa muy cruda de la cultura material y estética, y por lo tanto no es desacreditada por los sólidos resultados de la arqueología prehistórica.

Cercanamente conectado con este asunto está el estudio científico del origen y antigüedad del hombre y la unidad de las especies humanas, y como asuntos todavía mayores que inciden en el valor histórico del sagrado libro de los orígenes, la compatibilidad de las modernas ciencias de la biología, astronomía y geología. De manera similar el apologista tiene que contentarse con mostrar el hecho de que la revelación mosaica es altamente probable. La dificultad, en la condición presente de la crítica del Antiguo Testamento, de reconocer más que una pequeña porción del Pentateuco como evidencia documental contemporánea de Moisés, obliga al apologista a proceder con mucha precaución, no sea que al tratar de probar demasiado, pueda llevar al descrédito lo que es decididamente sostenible aparte de consideraciones dogmáticas. Sin embargo, hay suficiente evidencia concedida por todos, excepto los críticos más radicales, para establecer el hecho de que Moisés fue el instrumento providencial para liberar al pueblo judío de la esclavitud de Egipto, y para enseñarle un sistema de legislación religiosa que en excelso monoteísmo y en valor ético es superior por mucho a las creencias y costumbres de las naciones circundantes, suministrando así una fuerte presunción a favor de su reclamo a ser revelada. Esta presunción gana fuerza y claridad a la luz de la profecía mesiánica, la cual brilla con creciente volumen y brillantez a través de la historia de la religión judía hasta que ilumina la personalidad de nuestro Divino Señor. En el estudio de la revelación mosaica, la arqueología bíblica es de gran servicio para el apologista.

Cuando el apologista llega al asunto de la revelación cristiana, se encuentra a sí mismo en un terreno mucho más firme. Comenzando con los resultados generalmente reconocidos de la crítica del Nuevo Testamento, está capacitado para mostrar que los Evangelios Sinópticos, por un lado, y las indiscutibles epístolas de San Pablo, por el otro, ofrecen dos masas de evidencia independientes, aunque mutuamente corroborativas, respecto a la persona y obra de Jesús. Como esta evidencia consiste del irreprochable testimonio de testigos presenciales completamente confiables y sus asociados, presenta un retrato de Jesús que es verdaderamente histórico. Después de mostrar a partir de los registros que Jesús enseñó, ya sea implícita o explícitamente, que Él es el tan esperado Mesías, el Hijo de Dios enviado por su Padre Celestial para iluminar y salvar a la humanidad, y para fundar un nuevo reino de justicia, la apologética procede a establecer las bases para la creencia en estos reclamos:

  • la insuperable belleza de su carácter moral, que lo señala como el hombre perfecto y único;
  • la sublime excelencia de su enseñanza moral y religiosa, la cual no tiene paralelo en ninguna otra, y la cual responde a las más altas aspiraciones del alma humana;
  • los milagross hechos durante su misión pública;
  • el trascendental milagro de su Resurrección, la cual predijo también;
  • la maravillosa regeneración de la sociedad a través de su influencia personal eterna.

Entonces, a modo de prueba suplementaria, el apologista instituye una comparación imparcial del cristianismo con los diversos sistemas religiosos del mundo---brahmanismo, budismo, zoroastrismo, confucianismo, taoísmo, mahometismo---y muestra cómo en la persona de su fundador, en sus ideas e influencias religiosas y morales, la religión cristiana es desmesuradamente superior a todas las demás, y ella sola tiene un reclamo a nuestra asentimiento como la religión absoluta, divinamente revelada. Aquí también en el estudio del budismo, requiere una breve refutación la común y engañosa objeción de que las ideas y leyendas budistas contribuyeron a la formación de los Evangelios,

El apologista protestante no procede más allá del hecho de la revelación cristiana. Pero el católico correctamente insiste que el alcance de la apologética no debe terminar ahí. Tanto los documentos del Antiguo Testamento como los de la era sub-apostólica atestiguan que el cristianismo estaba destinado a ser algo más que una filosofía de vida religiosa, más que un mero sistema de creencia y práctica individual, y que no puede separarse históricamente de una forma concreta de organización social. Por lo tanto, la apologética católica añade, como una secuela necesaria al hecho establecido de la revelación cristiana, la demostración de una verdadera Iglesia de Cristo y su identidad con la Iglesia Católica Romana. A partir de los registros de los apóstoles y sus sucesores inmediatos se establece la institución de la Iglesia como una sociedad verdadera sin igual, dotada con la suprema autoridad de su Fundador, y comisionada en su Nombre a enseñar y santificar a la humanidad; la cual posee los rasgos esenciales de visibilidad, indefectibilidad e infalibilidad caracterizada por las señales distintivas de unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad. Estas notas de la verdadera Iglesia de Cristo se aplican entonces como criterio a las varias denominaciones cristianas rivales, con el resultado de que sólo se hallan ejemplificados en la Iglesia Católica Romana. Con la exposición suplementaria de la primacía e infalibilidad del Papa, y de la regla de fe, la obra de la apologética es traída a su cierre adecuado. Es cierto que algunos apologistas consideran adecuado tratar también la inspiración y el análisis del acto de fe. Pero, estrictamente hablando, estos no son asuntos apologéticos. Mientras que pueden ser lógicamente incluidos en el prolegómeno de la teología dogmática, ellos pertenecen más bien, uno a la esfera del estudio bíblico, el otro a la parte de la teología moral que trata sobre las virtudes teologales.

La historia de la literatura apologética envuelve el estudio de los variados ataques que se han hecho contra los fundamentos de la creencia cristiana católica. Puede marcarse en cuatro grandes divisiones:

  • La primera división es el período desde el comienzo del cristianismo hasta la caída del Imperio Romano (476 d.C.). Está caracterizado principalmente por la doble lucha del cristianismo con los judaizantes y con el paganismo.
  • La segunda división es contérmina con la Edad Media, desde 476 d.C. hasta la Reforma Protestante. En este período hallamos al cristianismo en conflicto con la filosofía y religión mahometanas.
  • La tercera división comienza con el principio de la Reforma hasta la ascensión del racionalismo en Inglaterra a mediados del siglo XVII. Es el período de lucha entre el catolicismo y el protestantismo.
  • La cuarta división comprende el período del racionalismo, desde mediados del siglo XVII hasta el presente. Aquí encontramos al cristianismo en conflicto con el deísmo, panteísmo, materialismo, agnosticismo, naturalismo y la nueva era (New Age).

Primer Período

Apologías en respuesta a la oposición del judaísmo

Yace en la naturaleza de las cosas que el cristianismo se encontraría con una fuerte oposición judía. Al prescindir de la circuncisión y otras obras de la ley, el cristianismo incurrió en la imputación de ir contra la voluntad inmutable de Dios. Ahora bien, la humilde y obscura vida de Cristo, que terminó en la ignominiosa muerte en la Cruz, era lo sumamente opuesta a lo que los judíos esperaban de su Mesías. Su juicio parecía confirmarse por el hecho de que el cristianismo atraía sólo a una porción insignificante del pueblo judío, y se esparcía con el mayor vigor entre los despreciables gentiles. Para justificar ante los judíos los reclamos del cristianismo, los primeros apologistas tuvieron que dar una respuesta a estas dificultades. De estas apologías la más importante es el “Diálogo con el Judío Trifón”, compuesto por San Justino Mártir, alrededor del año 155-160 d.C. Él vindica la nueva religión contra las objeciones de los eruditos judíos, y arguye con gran fuerza lógica que es la perfección de la antigua ley, y, con una impresionante colección de pasajes del Antiguo Testamento, demuestra que los profetas hebreos señalaban a Jesucristo como el Mesías y el Hijo de Dios encarnado. Él insiste también en que es en el cristianismo donde encontrará su realización el destino de la religión hebrea de convertirse en la religión de todo el mundo, y de ahí que son los seguidores de Cristo, y no los incrédulos judíos, los verdaderos hijos de Israel. Por su elaborado argumento a partir de la profecía mesiánica, Justino se ganó el agradecido reconocimiento de los apologistas posteriores. Apologías similares fueron compuestas por Tertuliano, “Contra los Judíos” (Adversus Judos, cerca del año 200), y por San Cipriano de Cartago “Tres Libros de Evidencias contra los Judíos” (alrededor de 250).

Apologías en respuesta a la oposición pagana

De muy graves consecuencias para la Iglesia cristiana fue la amarga oposición que se encontró del paganismo. La religión politeísta del Imperio Romano, venerada por su antigüedad, estaba entrelazada con cada fibra del cuerpo político. Su influencia providencial fue un asunto de firme creencia. Estaba asociada con la más alta cultura, y tenía la sanción de los más grandes poetas y sabios de Grecia y Roma. Sus espléndidos templos y majestuoso ritual le daba una gracia y dignidad que cautivaba la imaginación popular. Por otro lado, el monoteísmo cristiano era una innovación. No hacía un despliegue impresionante de liturgia. Sus discípulos eran, en su mayoría, personas de nacimiento y condición social humildes. Su literatura sagrada tenía poco atractivo para el exigente lector acostumbrado a la elegante dicción de los autores clásicos. Y así la mente popular la veía con recelo, o la despreciaba como una ignorante superstición. Pero la oposición no terminaba ahí. La actitud inflexible de la nueva religión hacia los ritos paganos fue censurada como la más grande impiedad. Los cristianos eran tildados de ateos, y como se mantenían alejados también de las funciones públicas, las cuales eran invariablemente asociadas con estos falsos ritos, eran acusados de ser enemigos del estado. La costumbre cristiana de rendir culto en asamblea secreta pareció añadir fuerza a ese cargo, pues las sociedades secretas eran prohibidas por la ley romana. Ni tampoco faltaban las calumnias. La imaginación popular distorsionaba fácilmente el vagamente conocido ágape y el Sacrificio eucarístico como ritos abominables marcados por fiestas con carne infantil y lujuria indiscriminada. El resultado fue que el pueblo y las autoridades se alarmaron por la rápida expansión de la Iglesia y buscaban reprimirla por la fuerza.

Para vindicar la causa cristiana contra estos ataques del paganismo se escribieron muchas apologías. Algunas, notablemente la “Apología” de San Justino Mártir (150), la “Súplica por los Cristianos” de Atenágoras (177), y la “Apologética” de Tertuliano (197), estaban dirigidas a los emperadores con el propósito expreso de asegurar para los cristianos la inmunidad contra la persecución. Otras eran compuestas para convencer a los paganos de la insensatez del politeísmo y de la verdad salvadora del cristianismo. Tales fueron: Tatiano, “Discurso a los Griegos” (160); Teófilo, “Tres Libros a Autolico” (180), la “Carta a Diogneto” (cerca de 190), el “Octavio” de Minucio Félix (192), Orígenes, “Verdadero Discurso contra Celso” (248), Lactancio, “Institutos” (312), y San Agustín, “Ciudad de Dios” (414-426). En estas apologías el argumento de la profecía del Antiguo Testamento tenía un lugar más prominente que el de los milagros. Pero aquél en que se pone más énfasis es el de la trascendente excelencia del cristianismo. Aunque no está claramente demarcado, una doble línea de pensamiento corre a través de este argumento: el cristianismo es luz, mientras el paganismo es oscuridad; el cristianismo es poder, mientras el paganismo es debilidad. Al abundar en estas ideas, los apologistas contrastan la coherencia lógica de los principios religiosos del cristianismo, y su sublime enseñanza ética, con las tonterías e inconsistencias del politeísmo, los bajos principios éticos de sus filósofos, y las indecencias de su mitología y de algunos de sus ritos. Ellos asimismo demuestran que la religión cristiana por sí sola tiene el poder de transformar al hombre de un esclavo del pecado a un hombre libre espiritual. Comparan lo que ellos eran como paganos con lo que son ahora como cristianos. Dibujan un eficaz contraste entre la relajada moralidad de la sociedad pagana y las ejemplares vidas de los cristianos, cuya devoción a sus principios religiosos es más fuerte que la muerte misma.

Segundo Período: El Cristianismo en Conflicto con la Religión y Filosofía Mahometanas

El único rival peligroso con que el cristianismo se tuvo que enfrentar en la Edad Media fue el mahometismo. A un siglo de su nacimiento, le había arrebatado a la cristiandad algunas de sus mejores tierras, y se extendió como una vasta creciente desde España sobre el norte de África, Egipto, Palestina, Arabia, Persia y Siria, hacia la parte oriental de Asia Menor. El peligro que esta fanática religión presentó a la fe cristiana, en países donde las dos religiones entraron en contacto, no se debía tratar ligeramente. Y así hallamos una serie de apologías escritas para sostener la verdad del cristianismo de cara a los errores musulmanes. Quizás la primera fue la “Discusión entre un sarraceno y un cristiano” compuesta por San Juan Damasceno (cerca de 750). En esta apología él vindica el dogma de la Encarnación contra la concepción rígida y fatalista de Dios enseñada por Mahoma. Él también demuestra la superioridad de la religión de Jesucristo, señala los graves defectos en la vida y enseñanza de Mahoma, y muestra demuestra que el Corán en sus mejores partes es sólo una floja imitación de las Sagradas Escrituras. Otras apologías de una clase similar fueron compuestas por Pedro el Venerable en el siglo XII y por Raimundo Martí en el XIII.

Apenas menos peligrosa para la fe cristiana fue la filosofía racionalista del islamismo. Los conquistadores árabes habían aprendido de los sirios las artes y ciencias del mundo griego. Se volvieron especialmente diestros en medicina, matemáticas y filosofía, para cuyo estudio erigieron escuelas y bibliotecas en cada parte de sus dominios. En el siglo XII la España morisca tenía diecinueve colegios, y su fama atraía a cientos de eruditos cristianos de todas partes de Europa. Aquí yacía una grave amenaza para la ortodoxia cristiana, pues la filosofía de Aristóteles según enseñada en estas escuelas estaban completamente teñidos con el panteísmo y el racionalismo árabe. El dogma peculiar del famoso filósofo morisco Averroes estaba muy en boga, es decir: la filosofía y la religión son dos esferas de pensamiento independientes, de modo que lo que es cierto en una puede ser falso en la otra. Además, comúnmente se enseñaba que la fe es para las masas que no pueden pensar por sí mismas, pero la filosofía es una forma superior de conocimiento que las mentes nobles se deben esforzar por adquirir. Entre los dogmas fundamentales negados por los filósofos árabes estaba la creación, la Divina Providencia y la inmortalidad.

Para vindicar el cristianismo contra el racionalismo mahometano, Santo Tomás de Aquino compuso (1261-64) su “Summa contra Gentiles” filosófica en cuatro libros. En esta gran apología se distinguen y armonizan cuidadosamente los respectivos reclamos de la razón y la fe, y se construye una demostración sistemática de los fundamentos de la fe con los argumentos de la razón y autoridad tal como un llamamiento directo a las mentes de su tiempo. Al tratar sobre Dios, la providencia, la creación y la vida futura, Santo Tomás refuta los principales errores de los árabes, judíos y filósofos griegos, y muestra que la enseñanza genuina de Aristóteles confirma las grandes verdades de la religión. Aquí se debe mencionar tres apologías compuestas en el mismo espíritu, pero pertenecientes a una época posterior. La primera es la fina obra de Juan Luis Vives, "De Veritate Fidei Christianæ Libri V" (cerca 1530). Después de tratar los principios de teología natural, la Encarnación y la Redención, provee dos diálogos, uno entre un cristiano y un judío, el otro entre un cristiano y un mahometano, en el cual él muestra la superioridad de la religión cristiana.

Similar a ésa es la apología en seis libros del célebre teólogo holandés Grocio, "De Veritate Religionis Christianæ" (1627). Un hábil tratado sobre teología natural es seguido por una demostración de la verdad del cristianismo basado en la vida y milagros de Jesús, la santidad de su enseñanza y la maravillosa propagación de su religión. Al probar la autenticidad y confiabilidad de las Sagradas Escrituras, Grocio apela ampliamente a evidencia interna. La última parte de la obra está dedicada a refutar el paganismo, el judaísmo y el mahometismo. Una apología sobre líneas algo similares es la de del hugonote, Philip de Mornay, “"De la vérité de la religion chrétienne" (1579). Es la primera apología de calidad que fue escrita en la lengua moderna.

Tercer Período: El Catolicismo en Conflicto con el Protestantismo

El surgimiento del protestantismo a principios del siglo XVI, y su rechazo a muchos de los rasgos fundamentales del catolicismo, requirió una gran cantidad de literatura apologética controversial. No fue, por supuesto, la primera vez que los principios de la creencia católica fueron cuestionados con referencia a la ortodoxia cristiana. En los primeros tiempos de la Iglesia las sectas heréticas, asumiendo el derecho a profesar obediencia y fidelidad al espíritu de Cristo, habían dado ocasión a San Ireneo (Sobre Herejías), a Tertuliano (Sobre prescripción contra los herejes) y a San Vicente de Lérins (Comunitario) a insistir sobre la unidad de la Iglesia católica, y con el propósito de confutar los errores heréticos de la interpretación privada, apelar a una regla de fe autoritativa. Del mismo modo, el surgimiento de sectas heréticas en los tres siglos anteriores a la Reforma Protestante llevó al énfasis en los principios fundamentales del catolicismo, notablemente en la “Summa contra Catharos et Waldenses” (cerca 1225) de Moneta, y la “Summa de Ecclesiâ” (1450) de Torquemada. Hasta un grado mayor, en la efusión desde tantas fuentes de ideas protestantes, se volvió el deber de la hora defender la verdadera naturaleza de la Iglesia de Cristo, vindicar su autoridad, su jerarquía divinamente autorizada bajo la primacía del Papa, su visibilidad, unidad, perpetuidad e infalibilidad junto con otras doctrinas y prácticas tildadas de supersticiosas.

A la cabeza de esta controversia gigante los escritos de ambos partidos fueron agudamente polémicos, abundantes en recriminaciones personales. Pero hacia fines del siglo se desarrolló una tendencia a tratar las cuestiones controvertidas en la forma de una apología sistemática y calmada. Son especialmente notables dos obras pertenecientes a esta época. Una es las "Disputations de controversiis Christianæ Fidei" (1581-92), de San Roberto Bellarmine, una obra monumental de vasta erudición, rica en material apologético. La otra es la "Principiorum Fidei Doctrinalium Demonstratio" (1579), de Robert Stapleton, a quien Döllinter declaró ser el príncipe de los controversistas. Aunque no tan erudita, es más profunda que la obra de Belarmino. Otra excelente obra de ese período es la de Martin Becan, "De Ecclesiâ Christi" (1633).

Cuarto Período: El Cristianismo en Conflicto con el Racionalismo

Desde medidos del siglo XVII al XIX

El racionalismo---establecimiento de la razón humana como la fuente y medida de toda verdad conocible---no está, por supuesto confinado a ningún período de la historia humana. Ha existido desde los primeros días de la filosofía. Pero en la sociedad cristiana no se convirtió en un factor notable hasta mediados del siglo XVII, cuando se reafirmó a sí mismo en forma de deísmo. Estaba asociado, e incluso con un mayor alcance, identificado con el rápidamente creciente movimiento hacia una libertad intelectual mayor, la cual, estimulada por la investigación científica fructífera, se encontró a si misma seriamente lesionada por las estrechas opiniones de inspiración e interpretación histórica de la Biblia prevaleciente en ese entonces. La Biblia había sido establecida como una fuente infalible de conocimiento no sólo en materia de religión, sino también de historia, cronología y ciencia física. El resultado fue una reacción contra los elementos esenciales del cristianismo.

El deísmo se volvió la moda intelectual del día, llevando en muchos casos a un ateísmo categórico. Comenzando con el principio de que ninguna doctrina religiosa es de valor que no pueda ser probado por la experiencia o por la reflexión filosófica, los deístas admitían la existencia de un Dios externo al mundo, pero negaban toda forma de intervención divina, y en consecuencia la revelación, la inspiración, los milagros y la profecía. Junto con los no creyentes de un tipo más pronunciado, asaltaron el valor histórico de la Biblia, desacreditando sus narrativas milagrosas como fraude y superstición. El movimiento comenzó en Inglaterra, y en el siglo XVIII se extendió a Francia y Alemania. Su perniciosa influencia fue profunda y de largo alcance, pues encontró celosos exponentes en algunos de los principales filósofos y hombres de letras---Hobbes, Locke, Hume, Voltaire, Rousseau, d’Alembert, Diderot, Lessing, Herder y otros. Pero no faltaron apologistas hábiles para defender la causa cristiana. Inglaterra produjo muchos que ganaron honor duradero por su defensa erudita de las verdades cristianas fundamentales---Lardner, autor de la “Credibilidad de la Historia del Evangelio”, en doce volúmenes (1741-55); Butler, asimismo famoso por su “Analogía de la Religión Natural y Revelada a la Constitución de la Naturaleza” (1736); Campbell, quien en su “Disertación sobre los Milagros” (1766) dio una respuesta magistral a los argumentos de Hume contra los milagros; y Paley, cuyas “Evidencias del Cristianismo” (1794) y “Teología Natural” (1802) están entre los clásicos de la literatura teológica inglesa. En el continente, la obra de defensa fue realizada por tales hombres como el obispo Huet, quien publicó su "Démonstration Evangélique" en 1679; Leibnitz, cuya "Théodicée" (1684), con su valiosa introducción sobre la conformidad de la fe con la razón, ejerció una gran influencia para siempre; el benedictino Abad Gerbert, quien dio una apología comprehensiva en su "Demonstratio Veræ Religionis Ver que Ecclesiæ Contra Quasvis Falsas" (1760); y el Abad Bergier, cuyo "Traité historique et dogmatique de la vraie religion", en doce volúmenes (1780), mostró gran habilidad y erudición.

Siglo XIX

En el siglo XIX el conflicto del cristianismo con el racionalismo fue en parte suavizado y en parte complicado por el maravilloso desarrollo de la investigación histórica y científica. Lenguajes perdidos, como el egipcio y el babilonio, fueron recuperados, y de ahí ricos y valiosos registros del pasado---muchos de ellos desenterrados por excavaciones laboriosas y costosas---se reconstruyeron para contar su historia. Mucho de esto se refería a las relaciones del antiguo pueblo hebreo con las naciones circundantes y, mientras en algunos casos creaban nuevas dificultades, la mayor parte ayudó a corroborar la verdad de la historia bíblica. De estas investigaciones han surgido un creciente número de estudios apologéticos valiosos e interesantes sobre la historia del Antiguo Testamento: Schrader, "Inscripciones Cuneiformes y el Antiguo Testamento" (Londres, 1872); “Egipto y los Libros de Moisés” de Hengstenberg (Londres, 1845); Harper, "La Biblia y los Descubrimientos Modernos" (Londres, 1891); McCurdy, "Historia, Profecía y los Monumentos” (Londres-Nueva York, 1894-1900); Pinches, "El Antiguo Testamento a la Luz de los Registros Históricos de Asiria y Babilonia” (Londres-Nueva York, 1902); Abad Gainet, "La bible sans la bible, ou l'histoire de l'ancien testament par les seuls témoignages profanes" (Bar-le-Duc, 1871); Vigouroux, "La bible et les découvertes modernes" (París, 1889).

Por otro lado, la cronología bíblica, según entendida entonces, y la interpretación histórica literal del Libro del Génesis cayeron en la confusión al avanzar las ciencias---astronomía, con su gran hipótesis nebular; la biología, con su aún más fructífera teoría de la evolución; la geología y la arqueología prehistórica. Los racionalistas se agarraron ávidamente de esta data científica y trataron de usarla para desacreditar la Biblia y asimismo la religión cristiana. Pero estuvieron disponibles apologías hábiles para ensayar una conciliación de ciencia y religión. Entre ellas están: Dr. (luego cardenal) Wiseman, "Doce Conferencias sobre la Conexión entre la Ciencia y la Religión Revelada” (Londres, 1847), la cual, aunque anticuada en algunas partes, es todavía una lectura valiosa; Reusch, "Naturaleza y la Biblia" (Londres, 1876). Otros más modernos y actualizados son: Duilhé de Saint-Projet, "Apologie scientifique de la foi chrétienne" (Paris, 1885); Abbé Guibert, "En el Principio" (Nueva York, 1904), uno de los mejores tratados católicos sobre el tema; y más reciente aún, Lapparent, "Science et apologétique" (París, 1905).

Una forma más delicada de investigación científica para la creencia cristiana fue la aplicación de los principios de la crítica histórica a los libros de la Sagrada Escritura. No pocos eruditos cristianos miraron con serio recelo el progreso hecho en este departamento legítimo de la investigación humana, cuyos resultados requirieron una reconstrucción de muchas opiniones tradicionales sobre la Escritura. Los racionalistas hallaron aquí un campo de estudio congénito, que pareció prometer socavar la autoridad bíblica. De ahí que fue más que natural que las intromisiones de la crítica bíblica sobre la teología conservadora fuesen disputadas pulgada por pulgada. En conjunto, el resultado de la larga y animada contienda resultó en ventajas para el cristianismo. Es cierto que el Pentateuco, por tanto tiempo atribuido a Moisés, la vasta mayoría de eruditos no católicos, y un número creciente de eruditos católicos, ahora sostienen que es una compilación de cuatro fuentes independientes puestas juntas en forma final poco después del Exilio. Pero la antigüedad de mucho del contenido de estas fuentes ha sido firmemente establecida, así como la fuerte presunción de que el meollo de la legislación del Pentateuco es de institución mosaica. Esto ha sido demostrado por Kirkpatrick en su “Biblioteca Divina del Antiguo Testamento” (Londres-Nueva York, 1901), por Driver en su "Introducción a la Literatura del Antiguo Testamento" (Nueva York, 1897), y por el Abad Lagrange, en su "Méthode historique de l'Ancien Testament" (París, 1903; tr. Londres, 1905).

En el Nuevo Testamento los resultados de la crítica bíblica son aún más indudables. Ha sido totalmente desacreditado el intento de la escuela de Tübingen de adscribir los Evangelios lejos en el siglo II, y de ver en la mayoría de las Epístolas de San Pablo la obra de una mano mucho más tardía. Ahora se reconoce generalmente, incluso los críticos más adelantados, que los Evangelios Sinópticos pertenecen a los años 65-85, descansando en fuentes orales y escritas aún más tempranas, y el Evangelio según San Juan es adscrito con certeza por lo menos al año 110 d.C., esto es, dentro de unos pocos años de la muerte de San Juan. Se reconoce que las tres Epístolas de San Juan son genuinas; luego el principal objeto de disputa fueron las cartas pastorales. Cercanamente conectado con la teoría de la Escuela de Tübingen estuvo el intento del racionalista Strauss de explicar el elemento milagroso en los Evangelios como las fantasías míticas de una época muy posterior a la de Jesús. Las opiniones de Strauss, contenidas en su “Vida de Jesús” (1835), fueron hábilmente refutadas, junto con las falsas afirmaciones e inducciones de la Escuela de Tübingen por eruditos católicos tales como Kuhn, Hug, Sepp, Döllinger, y por los críticos protestantes Ewald, Meyer, Wieseler, Tholuck, Luthardt y otros. La consecuencia de la “Vida de Jesús” de Strauss y del vano intento de Renan de mejorarla dándole una forma legendaria (Vie de Jésus, 1863) ha sido un número de biografías eruditas de nuestro Señor: “Cristo el Hijo de Dios” de Constant Fouard (Nueva York, 1891); “Jesucristo”, de Henri Didon, (Nueva York, 1891); “Vida y Época de Jesús el Mesías”, de Edersheim, (Nueva York, 1896) y otras.

Otro campo de estudio que creció principalmente en el siglo XIX y ha tenido una influencia en forjar la ciencia de la apologética es el estudio de las religiones. El estudio de los grandes sistemas religiosos del mundo pagano y su comparación con el cristianismo proveyó material para cierto número de argumentos engañosos contra el origen independiente y sobrenatural de la religión cristiana. Así también, el estudio del origen de la religión a la luz de la filosofía religiosa de pueblos incultos ha sido explotado contra el cristianismo (creencia teísta) sobre la base injustificada de que el cristianismo es sólo el refinamiento, a través de un largo proceso de evolución, de una religión primitiva cruda originada en el culto a los fantasmas. Entre los que se distinguieron en esta rama de la apologética están Döllinger, cuyo "Heidenthum und Judenthum" (1857), tr. "Gentiles y judíos en la Corte del Templo" (Londres, 1865-67), es una mina de información sobre los méritos comparativos de una religión revelada y el paganismo del mundo romano; Abad de Broglie, autor del volumen sugestivo, "Problèmes et conclusions de l'histoire des religions" (París, 1886); Hardwick, “Cristo y otros Maestros" (Londres, 1875).

Otro factor en el crecimiento de la apologética durante el siglo XIX fue la ascensión de numerosos sistemas de filosofía que, en la enseñanza de hombres tales como Kant, Fichte, Hegel, Schelling, Comte y Spencer, estaban abierta o secretamente en oposición a la creencia cristiana. Para contrarrestar estos sistemas, el Papa León XIII revivió a través del mundo católico la enseñanza del tomismo. Las muchas obras escritas para vindicar el teísmo cristiano contra el panteísmo, materialismo, positivismo y monismo evolutivo han sido de gran servicio a la apologética; pero no todas estas apologías filosóficas son realmente escolásticas, sino que representan varias escuelas de pensamiento. Francia ha provisto un número de hábiles pensadores apologistas quienes ponen principal énfasis en el elemento subjetivo en el hombre, que señala a las necesidades y aspiraciones del alma y a la correspondiente idoneidad del cristianismo, y del cristianismo solo, para satisfacerlos. Esta línea de pensamiento ha sido resuelta de varias formas por el fallecido Ollé-Laprune, autor de “La certitude morale” (París, 1880), y "Le prix de la vie" (París, 1892); "Le catholicisme et la vie de l'esprit" de Fonsegrive (París, 1899); y, en "L'action" (París, 1893) de Blondel, el fundador de la llamada "Escuela de Immanencia", cuyos principios aparecen en los escritos espirituales del Padre Tyrrell, "Lex Orandi" (Londres, 1903), "Lex Credendi" (Londres, 1906).

La continua oposición entre el catolicismo y el protestantismo en el siglo XIX resultó en la producción de cierto número de escritos apologéticos notables: Möhler, "Simbolismo", publicado en Alemania en 1832, que ha tenido muchas ediciones en inglés; Balmes, "El Protestantismo y el Catolicismo Comparados en sus Efectos sobre la Civilización de Europa”, una obra en español publicada en inglés en 1840 (Baltimore); las obras de los tres ilustres cardenales ingleses Wiseman, Newmann y Manning, muchos de cuyos escritos influyeron sobre la apologética.

Es a partir de todos estos variados y extensos estudios que la apologética ha tomado forma. La vastedad del campo hace extremadamente difícil para cualquier escritor hacer completa justicia. De hecho, todavía queda por escribirse una apología completa y comprehensiva de excelencia uniforme.


Bibliografía:

En adición a las obras ya mencionadas, los tratados más generales sobre apologética son los siguientes:

OBRAS CATOLICAS: SCHANZ, Una Apología Cristiana (Nueva York, 1891) 3 vols. Una edición mejorada del original, Apologie des Christentums, fue publicada en Friburgo (1895) y una edición aumentada estaba en preparación en 1906. PICARD, ¿Cristianismo o Agnosticismo?, trad. del francés por MACLEOD (Londres, 1899); DEVIVIER, Apologética Cristiana, editada y aumentada por SASIA (San José, 1903) 2 vols.; editada en un volumen por el Muy Rev. S. G. Messmer, D.D. (Nueva York, 1903); FRAYSSINOUS, Una Defensa del Cristianismo, trad. del francés por JONES (Londres, 1836); HETTINGER, Religión Natural (Nueva York, 1890); Religión Revelada (Nueva York, 1895), ambas son adaptaciones de H. S. BOWDEN de la German Apologie des Christentums de HETTINGER (FriburgO, 1895-98) 5 vols.; HETTINGER, Teología Fundamental (Friburgo, 1888); GUTBERLET, Lehrbuch der Apologetik (Münster, 1895) 3 vols.; SCHELL, Apologie des Christentums (Paderborn, 1902-5) 2 vols.; WEISS, Apologie des Christentums vom Standpunkte der Sitte und Kultur (Friburgo, 1888-9), 5 vols., trad. del francés Apologie du christianisme au point de vue des m urs et de la civilisation (París, 1894); BOUGAUD, Le christianisme et les temps pr sents (París, 1891) 5 vols.; LABEYRIE, La science de la foi (La Chapelle-Montligeon, 1903); EGGER, Encheiridion Theologi Dogmatic Generalis (Brixen, 1893); OTTIGER, Theologia Fundamentalis (Friburgo, 1897); TANQUERY, Synopsis Theologi Fundamentalis (Nueva York, 1896). Revistas valiosas para el estudio de la apologética son: La Revista Trimestral Americana Católica; Revista Eclesiástica Americana; Revista de Nueva York; Mundo Católico; Revista de Dublin; Registro Eclesiástico Irlandés; Trimestral Teológico Irlandés; Mes; Tableta; Revue Apolog tique (Brussels); Revue pratique apolog tique (París); Revue des questions scientifiques; Mus on; La science catholique; Annales de philosophie chrétienne; Etudes religieuses; Revue Thomiste, Revue du clerg fran ais; Revue d'histoire et de litt rature religieuse; Revue biblique; Theologische Quartalschrift (Tübingen); Stimmen aus Maria-Laach.

OBRAS PROTESTANTES: BRUCE, Apologética (Nueva York, 1892); FISHER, Bases de la Creencia Teística y Cristiana (Nueva York, 1902); FAIRBAIRN, Filosofía de la Religión Cristiana (Nueva York, 1902); MAIR, Estudios en Evidencias Cristianas (Edimburgo, 1894); LUTHARDT, Verdades Fundamentales del Cristianismo (Edimburgh, 1882); SCHULTZ, Bosquejos de Apologética Cristiana (Nueva York, 1905); ROW, Evidencias Cristianas Vistas en Relación al Pensamiento Moderno (Londres, 1888); IDEM, Manual de Evidencias Cristianas (Nueva York, 1896); ILLINGWORTH, Razón y Revelación (Nueva York, 1903). Muchos excelentes tratados apologéticos se hallan en la larga serie de Conferencias Bampton, también en las Conferencias Gifford, Hulsean, Baird, y Croal.

Fuente: Aiken, Charles Francis. "Apologetics." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01618a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina

[1] Recursos de Aci Prensa vinculados a Apologética.