Judaizantes
De Enciclopedia Católica
Contenido
Quiénes eran
(Del griego Ioudaizo, adoptar costumbres judías ---Ester 8,17; Gál. 2,14).
Los judaizantes eran un grupo de cristianos judíos en la Iglesia primitiva, que afirmaban ya sea que la circuncisión y la observancia de la ley mosaica eran necesarias para la salvación y, en consecuencia, deseaban imponerlas a los gentiles convertidos, o que al menos las consideraban como obligatorias para los cristianos judíos. A pesar de que los apóstoles habían recibido la orden de anunciar el Evangelio a todas las naciones, al principio ellos y sus asociados se dirigieron sólo a judíos, conversos al judaísmo y samaritanos, es decir a los que estaban circuncidados y observaban la ley de Moisés. Los conversos y los apóstoles con ellos, continuaron ajustándose a las costumbres judías: observaban la distinción entre los alimentos legalmente puros e impuros, se negaban a comer con los gentiles o a entrar a sus casas, etc. (Hch. 10,14.28; 11,3). En Jerusalén frecuentaban el Templo y tomaban parte en la vida religiosa judía como de antiguo (Hch. 2,46; 3,1; 21,20-26), de modo que, juzgados por las apariencias externas, parecían ser simplemente una nueva secta judía que se distinguía por la unión y la caridad existente entre sus miembros. La ley ceremonial mosaica no iba a ser permanente en efecto, pero aún no había llegado el tiempo para la supresión de su observancia. La intensa fijación que los judíos tenían por ella, que ascendía al fanatismo en el caso de los fariseos, habría prohibido tal etapa, si los apóstoles la hubiesen contemplado, ya que habría sido equivalente a cerrar la puerta de la Iglesia a los judíos.
Pero tarde o temprano el Evangelio también llegaría a los gentiles, y entonces la delicada pregunta debía surgir de inmediato: ¿Cuál era su posición respecto a la Ley? ¿Estaban obligados a observarla? Y si no, ¿qué conducta debían tener los judíos hacia ellos? ¿Deberían los judíos prescindir de aquellos puntos de la Ley que fuesen una barrera para las relaciones libres entre judíos y gentiles? Para la mente de la mayoría de los judíos palestinos, y especialmente de los zelotes, sólo se le presentarían dos posibles soluciones: los conversos gentiles debían aceptar la Ley, o se debía aplicar sus disposiciones contra ellos como contra los otros no circuncidados. Pero el sentimiento nacional, así como el amor por la Ley, los impulsaría a preferir la primera; sin embargo, ninguna de las soluciones era admisible, si la Iglesia habría de incluir a todas las naciones y no permanecer como una institución nacional. Los gentiles nunca habrían aceptado la circuncisión con el pesado yugo del mosaísmo, ni habrían consentido en ocupar una posición inferior con respecto a los judíos, como necesariamente debían, si éstos los consideraban impuros y se negaban a comer con ellos o incluso a entrar en sus casas.
Bajo tales condiciones, era fácil prever que la admisión de los gentiles debía provocar una crisis, lo cual aclararía la situación. Cuando los hermanos en Jerusalén, entre los cuales probablemente ya había conversos de la secta de los fariseos, se enteraron de que Pedro había admitido a Cornelio y su casa al bautismo sin someterlos a la circuncisión, le reconvinieron en voz alta ( Hch. 11,1-3). La causa asignada a sus quejas es que él "había ido a los hombres no circuncidados y había comido con ellos", pero la razón subyacente era que había pasado por alto la circuncisión. Sin embargo, como el caso era uno excepcional, en el que se manifestaba la voluntad de Dios por circunstancias milagrosas, Pedro encontró pocas dificultades para calmar la insatisfacción (Hch. 11,4-18). Pero las nuevas conversiones pronto dieron lugar a problemas mucho más graves, que durante un tiempo amenazaron con producir un cisma en la Iglesia.
Concilio de Jerusalén (50 o 51 d.C.)
La persecución que se desató al momento del martirio de San Esteban aceleró providencialmente la hora en que el Evangelio debía ser predicado también a los gentiles. Algunos nativos de Chipre y de Cirene, expulsados de Jerusalén por la persecución, fueron a Antioquía y allí empezaron a predicar no sólo a los judíos, sino también a los griegos. Su acción fue probablemente motivada por el ejemplo de Pedro en Cesarea, cuyos puntos de vista más liberales como helenistas los dispondría naturalmente a seguirlo. En Antioquía se estableció una iglesia floreciente, en gran medida gentil (Hch. 11,20 ss.) con la ayuda del antiguo perseguidor Saulo y de Bernabé, a quien los apóstoles enviaron y por el cual se enteraron de que allí un gran número de gentiles se había convertido al Señor. Poco después (entre los años 45-49 d.C.) Saulo, ahora llamado Pablo, y Bernabé fundaron las iglesias de Galacia del sur de Antioquía de Pisidia, Iconio, Derbe y Perge, aumentando así los gentiles convertidos (Hch. 13,13 – 14,24).
Los zelotes de la Ley se alarmaron al ver que el elemento gentil crecía tanto y que amenazaba con superar en número a los judíos; se conmovieron tanto su orgullo nacional como su sentimiento religioso. Dieron la bienvenida a la adhesión de los gentiles, pero se debía mantener la complexión judía de la Iglesia, la Ley y el Evangelio deberían ir de la mano y los nuevos conversos debían ser judíos así como cristianos. Algunos descendieron a Antioquía y les predicaron a los cristianos gentiles que no podrían ser salvados si no recibían la circuncisión, que como cosa lógica llevaría consigo la observancia de las demás prescripciones mosaicas (Hch. 15,1). Como estos hombres recurrieron a la autoridad de los apóstoles en apoyo de sus puntos de vista, una delegación, incluyendo a Pablo, Bernabé y Tito, fue enviada a Jerusalén para exponer el asunto ante los apóstoles, y que su decisión pudiese poner en reposo las mentes inquietas de los cristianos de Antioquía (Hch. 15,2).
En una entrevista privada que Pablo tuvo con Pedro, Santiago (el hermano del Señor), y Juan, los apóstoles entonces presentes en Jerusalén, aprobaron su enseñanza y reconocieron su misión especial a los gentiles (Gál. 2,1-9). El asunto se discutió en una reunión pública para aquietar los clamores de los conversos del fariseísmo, que exigían que “era necesario circuncidar a los gentiles convertidos y mandarles guardar la Ley de Moisés" (Hch. 15,5). Pedro se levantó y después de recordar cómo Cornelio y su casa, aunque no circuncidados, habían recibido el Espíritu Santo también como ellos mismos, declaró que, como la salvación es por la gracia del Señor Jesucristo, el yugo de la Ley, que incluso los judíos encontraban muy pesado, no debía ser impuesto a los gentiles convertidos. Después de él Santiago expresó el mismo sentimiento, pero pidió que los gentiles observasen estos cuatro puntos, a saber, "abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza". Se adoptó su sugerencia, con un ligero cambio en el texto, que se incorpora en el decreto que "los apóstoles y los ancianos, con toda la Iglesia" enviaron a las iglesias de Siria y Cilicia a través de dos delegados, Judas y Silas, los cuales acompañarían a Pablo y Bernabé a su regreso.
El decreto leía como sigue: “Habiendo sabido que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han perturbado con sus palabras, trastornando vuestros ánimos, …Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que éstas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza [lo que probablemente significaba los matrimonios dentro de ciertos grados de parentela]. Haréis bien en guardaros de estas cosas” (Hch. 15,5-29). Se impusieron estas cuatro prohibiciones en aras de la caridad y la unión. A medida que prohibían prácticas que eran tenidas en especial aversión por todos los judíos, su observancia era necesaria para evitar escandalizar a los hermanos judíos y para hacer posible las relaciones libres entre las dos clases de cristianos. Esto es lo esencial de la algo oscura razón que Santiago adujo a favor de su propuesta: "porque desde tiempos antiguos Moisés tiene en cada ciudad sus predicadores y es leído cada sábado en las sinagogas» (Hch. 15,21). Las cuatro cosas prohibidas están severamente prohibidos en los capítulos 17 y 18 del Lev., no sólo a los israelitas, sino también a los gentiles que viven entre ellos. Por lo tanto, los cristianos judíos que escucharan estos mandatos leídos en las sinagogas, se escandalizarían si no fuesen observados por sus hermanos gentiles. Por el decreto de los apóstoles se ganó la causa de la libertad cristiana contra los rigurosos judaizantes, y se suavizó el camino para la conversión de las naciones. La victoria fue enfatizada por la negativa de San Pablo de permitir que Tito fuera circuncidado, incluso como una concesión pura a los extremistas (Gál. 2,2-5).
El Incidente en Antioquía
La decisión de Jerusalén concernía sólo a los gentiles, ya que la única cuestión ante el concilio era si se le debía imponer a los gentiles la circuncisión y la observancia de la ley mosaica. Nada se decidió respecto de la observancia de la ley por los judíos; Aun así, estaban implícitamente y en principio liberados de sus obligaciones. Pues si las observancias legales no eran necesarias para la salvación, el judío no estaba más obligado a ellas que el gentil. Tampoco se decidió nada explícitamente en cuanto a las relaciones que debían existir entre los judíos y los gentiles. Tal decisión no era exigida por las circunstancias, ya que en Antioquía las dos clases vivían juntas en armonía antes de la llegada de los corruptores. Los judíos de la dispersión eran menos escrupulosos que los de Palestina, y muy probablemente se había llegado a algún tipo de acuerdo mediante el cual los cristianos judíos podían comer sin escrúpulos con sus hermanos gentiles en el ágape.
Sin embargo, la promulgación de las cuatro prohibiciones, que estaban destinadas a facilitar las relaciones, daba a entender que los judíos y los gentil se podían reunir libremente. Por lo tanto, cuando Pedro vino a Antioquía poco después del concilio, él, no menos que Pablo, Bernabé y los otros "comía en compañía de los gentiles" (Gál. 2,12). Pero la ausencia de cualquier declaración explícita dio a los judaizantes una oportunidad para comenzar una nueva agitación, que, si exitosa, habría vuelto nugatorio el decreto de Jerusalén. Frustrado en su primer intento, ahora insistían en que la ley de no comer con los gentiles fuese observada estrictamente por todos los judíos. Es muy probable que esperasen alcanzar por métodos indirectos, lo que no pudieron obtener directamente. Algunos zelotes vinieron de Jerusalén a Antioquía. Nada garantiza la afirmación de que fueron enviados por Santiago para oponerse a San Pablo, o para hacer cumplir la separación de los judíos de los cristianos gentiles, y mucho menos para promulgar una modificación del decreto de Jerusalén. Si fueron enviados por Santiago ---pro tou elthein tinas apo Iakobou--- probablemente significa simplemente que eran de la comitiva de Santiago--- llegaron por alguna otra comisión.
A su llegada a Pedro, que hasta ese momento había comido con los gentiles, "se le vio recatarse y separarse por temor de los circuncisos” (Gál. 2,12), y con su ejemplo atrajo hacia sí no sólo a los otros judíos, sino incluso a Bernabé, compañero de labores de Pablo. En previsión de las consecuencias de dicha conducta, Pablo le reprendió públicamente, porque "no procedían con rectitud, según la verdad del Evangelio". “Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizarse?” (Gál. 2,14-15). Baur y su escuela le han dado mucha importancia a este incidente como muestra de la existencia de dos formas primitivas de cristianismo: el petrismo y el paulinismo, en guerra entre sí. Pero cualquiera que mire los hechos sin teoría preconcebida, debe ver que entre Pedro y Pablo no hubo diferencias en los principios, sino simplemente una diferencia en cuanto a la conducta práctica a seguirse en las circunstancias. Como expresa felizmente Tertuliano: Conversationis fuit vitium no praedicationis. La conducta de Pedro en el momento de la conversión de Cornelio, la posición que tomó en el concilio de Jerusalén y su forma de vida antes de la llegada de los judaizantes demuestran que los principios de Pedro eran los mismos que los de Pablo. Pablo, por el contrario, no sólo no se opuso a la observancia de la ley mosaica, en la medida en que no interfiriera con la libertad de los gentiles, sino que se ajustaba a sus mandatos cuando la ocasión lo requería (1 Cor. 9,20). Así que poco después que circuncidó a Timoteo (Hch. 16,1-3), y estaba en el mismo acto de observar el ritual mosaico, cuando fue arrestado en Jerusalén (Hch. 21,26 ss.).
La diferencia entre ellos era que Pedro, recién llegado de Jerusalén, sólo pensaba en no herir la susceptibilidad de los zelotes allí, y por lo tanto fue inducido a un curso de acción aparentemente en contradicción con su propia enseñanza y calculado para promover los designios de los judaizantes; mientras que Pablo, no preocupado con tal consideración y con más experiencia entre los gentiles, tuvo una visión más amplia y más verdadera del asunto. Vio que el ejemplo de Pedro promovería el movimiento a evitar relaciones estrechas con los gentiles, que era sólo una forma indirecta de forzarlos a adoptar las costumbres judías sobre ellos. También vio que si se llevaba a cabo una política de este tipo, se debía abandonar la esperanza de convertir a los gentiles. De ahí su audaz y enérgica acción. El relato que hace San Pedro del incidente no deja ninguna duda de que San Pedro vio la justicia del reproche. (La gran mayoría de los comentaristas toman el relato anterior de Gál. 2,1-10 como que se refiere al concilio de Jerusalén, y el incidente de Antioquía se coloca consecuentemente después del concilio. Sin embargo, algunos pocos intérpretes refieren Gál. 2,1-10 a la época del viaje de San Pablo mencionado en Hch. 11,28-30 [44 d.C.], y colocan la disputa en Antioquía antes del concilio.)
Los Judaizantes en otras Iglesias
Después de los acontecimientos que preceden los judaizantes no pudieron hacer mucho daño en Siria, pero podían llevar su agitación a las iglesias distantes fundadas por San Pablo, donde los hechos eran poco conocidos; y esto fue lo que intentaron hacer. Las dos Epístolas a los Corintios dan buenas razones para creer que pusieron manos a la obra en Corinto. El partido, o más bien facción, de Cefas (1 Cor. 1,12) muy probablemente consistía de judaizantes. Sin embargo, no parecen haber ido más allá de menospreciar la autoridad y la persona de San Pablo, y sembrar desconfianza hacia él (cf. 1 Cor. 9,1-5; 2 Cor. 1,17-20; 10,10-13; 11,5-12; 12,11 -12). Pues mientras que él tiene mucho que decir en su propia defensa, no ataca los puntos de vista de los judaizantes, como sin duda lo habría hecho si ellos hubiesen predicado abiertamente. Sus dos cartas y su posterior visita a Corinto ponen fin a las maquinaciones del partido.
En el ínterin (suponiendo que la Epístola a los Gálatas haya sido escrito poco después de las dos a los corintios, como probablemente ocurrió) los emisarios judaizantes habían penetrado a las iglesias de Galacia, importa poco aquí si a las del norte o las del sur (vea Epístola a los Gálatas, y con sus hábiles maniobras casi habían logrado persuadir a los gálatas, o por lo menos a muchos de ellos, a aceptar la circuncisión. Al igual que en Corinto, atacaron la autoridad y la persona de San Pablo. Él era sólo un apóstol secundario, subordinado a los Doce, de quienes había recibido su instrucción en la fe y de quienes poseía su misión. A su enseñanza opusieron la práctica y enseñanza de las columnas de la Iglesia, de los que habían conversado con el Señor (Gál. 2,2 ss.). Él era un oportunista, que cambiaba su enseñanza y conducta de acuerdo a las circunstancias, con miras a congraciarse con los hombres (Gál. 1,10; 5,11). Ellos argumentaban que la circuncisión había sido instituida como un signo de una alianza eterna entre Dios e Israel: si los gálatas entonces deseaban tener una participación en esta alianza, con sus bendiciones, si deseaban ser cristianos en el pleno sentido del término, debían aceptar la circuncisión (Gál. 3,3 ss.; 5,2). Sin embargo ellos no insistían, al parecer, en la observancia de toda la Ley (5,3). Al conocer la noticia de la amenazada defección de las iglesias que había fundado a tal costo para sí mismo, San Pablo apresuradamente redactó la vigorosa Epístola a los Gálatas, en las que se enfrenta paso a paso a las acusaciones y los argumentos de sus oponentes, y usa todos sus poderes de persuasión para inducir a sus neófitos a permanecer firmes y a no ser sometidos de nuevo bajo el yugo de servidumbre. La carta, por lo que sabemos, produjo el efecto deseado.
A pesar de su parecido con la Epístola a los Gálatas, la Epístola a los Romanos no es, como se ha afirmado, un escrito polémico dirigido contra el partido judaizante en Roma. El tono general de la Epístola muestra esto (cf. en particular, 1,5-8.11-12; 15,14; 16,19). Si se refiere a los cristianos judíos de Roma, es sólo para exhortar a los gentiles a llevarse con estos hermanos débiles y a evitar cualquier cosa que pudiera escandalizarlos (14,1-23). No habría mostrado tal tolerancia hacia los judaizantes, ni hubiese hablado de ellos en tonos tan suaves. Su objetivo al tratamiento sobre la inutilidad de la circuncisión y las observancias legales era advertir y prevenir a los romanos contra los perturbadores judaizantes, en caso de que ellos llegasen a la capital, según tenía razones para temer (Rom. 16,17-18).
Después de su intento en Galacia, los oponentes de San Pablo parecen haber mitigado su actividad, pues en sus últimas cartas rara vez alude a ellos. En la Epístola a los Filipenses les advierte contra ellos en términos muy severos: “Atención a los perros; atención a los obreros malos; atención a los falsos circuncisos” (Flp. 3,2). Sin embargo, no parecen haber estado activos en esa iglesia en esa época. Más allá de esto, sólo se hallan dos alusiones ---una en 1 Tim. 1,6-7: “Algunos, desviados de esta línea de conducta, han venido a caer en una vana palabrería; pretenden ser maestros de la ley sin entender lo que dicen ni lo que tan rotundamente afirman”; la otra en Tito 3,9: “Evita discusiones necias, genealogías, contiendas y disputas sobre la Ley, porque son inútiles y vanas.”
Historia Final
Con la desaparición de la comunidad judeocristiana de Jerusalén en el momento de la rebelión (67-70 d.C.), el asunto sobre la circuncisión y la observancia de la Ley dejó de ser de alguna importancia en la Iglesia, y pronto se convirtió en un asunto muerto. A principios del siglo II San Ignacio de Antioquía, es cierto, todavía advierte contra los judaizantes (Magnes, X, 3; VIII, 1; Philad, VI, 1), pero el peligro era probablemente más un recuerdo que una realidad. Durante la rebelión la masa de los cristianos judíos de Palestina se retiraron al otro lado del Jordán, donde perdieron poco a poco contacto con los gentiles y en el transcurso del tiempo, se dividieron en varias sectas. San Justino (alrededor de 140) distingue dos tipos de cristianos judíos: los que observan la ley de Moisés, pero que no requieren que otros la observen ---podían tener comunión con estos, aunque en esto todos sus contemporáneos no estaban de acuerdo con él--- y los que creen que la ley mosaica era obligatoria para todos, a quienes considera herejes (Dial Cum Tryph, 47).
Si Justino está describiendo los cristianos judíos de su época, como parece hacer, ellos habían cambiado poco desde los tiempos apostólicos. Los relatos de los Padres posteriores los muestran divididos en tres sectas principales: (a) los nazarenos, que, mientras observaban la ley mosaica, parecían haber sido ortodoxos. Admitían la Divinidad de Cristo y el nacimiento virginal; (b) los ebionitas, que negaban la divinidad de Cristo y el nacimiento virginal, y consideraban a San Pablo como un apóstata. Cabe señalar, sin embargo, que aunque los Padres restringen el nombre ebionita a los herejes cristianos judíos, el nombre era común a todos; (C) un vástago de la última infectado con el gnosticismo (vea ebionitas). Después de mediados del siglo V los cristianos judíos desaparecen de la historia.
Bibliografía: LIGHTFOOT, Ep. to the Gal. (London, 1905), 292 ss.; THOMAS en Rev. des Questions Histor., XLVI (1889), 400 ss.; XLVII (1890), 353 ss.; PRAT. en Vig., Dict. de la Bible, 1778 ss.; IDEM, Theologie de Saint Paul (París, 1908), 69-80; COPPIETERS in Revue Bibl., IV (1907), 34-58; 218-239; STEINMANN en Bibl. Zeitschr., VI (1908), 30-48; IDEM, Abfassungszeit des Galaterbriefs (Muester, 1906), 55 ss.; PESCH in Zeitschr. fuer Kath. Theol., VII (1883), 476 ss.; HOENNICKE, Das Judenchristentum im 1. u. 2. Jahr. (Berlín, 1908).
Fuente: Bechtel, Florentine. "Judaizers." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910. 26 Jun. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/08537a.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina