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Sábado, 21 de diciembre de 2024

Adán

De Enciclopedia Católica

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Caída de Adán. Durero. Nurember, 1504.
Adán y Eva de lucas Cranach, 1528.
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Rubens
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Adán y Eva. Lucas Cranach. Grabado en 1509.
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El primer hombre y el padre de la raza humana.

Etimología y Uso de la Palabra

Hay divergencia de opinión entre los expertos semíticos cuando intentan explicar el significado de la palabra hebrea adam (que con toda probabilidad se usó originalmente como nombre común y no como nombre propio), y ninguna teoría parece satisfactoria hasta ahora. La causa de esta inseguridad en el tema se debe a que la raíz de la palabra adam, con significado de "hombre" o "humanidad", no es común en todas las lenguas semíticas, aunque por supuesto el nombre es adoptado por ellos en las traducciones del Antiguo Testamento.
Hans Sebald Beham, Gravure, Adán y Eva, 1543
Como un término autóctono con el significado anterior, sólo se da en la lengua fenicia y en la sabea, y probablemente también en la asiria. En Génesis 2,7 el nombre parece estar relacionado con la palabra ha-adamah ("la tierra"), en cuyo caso el valor del término estaría en que representa al hombre (ratione materiæ) como nacido de la tierra, similar al latín, donde la palabra homo se supone que es pariente de humus. Es un hecho generalmente reconocido que las etimologías propuestas para las narraciones del Libro de Génesis son a menudo divergentes y no siempre correctas filológicamente, y aunque la teoría (fundada en Gn. 2,7) que relaciona adam con adamah ha sido defendida por algunos eruditos, al presente está generalmente abandonada. Otros explican el término con el sentido de "estar rojo", un sentido cuya raíz incide en varios pasajes del Antiguo Testamento (por ejemplo, Gn. 25,30), como también en arábigo y en etíope. En esta hipótesis el nombre parece haber sido aplicado originalmente a una raza roja o rubicunda característica. En este sentido Gesenio (Thesaurus, s.v., p. 25) comenta que en los monumentos antiguos de Egipto las figuras humanas que representan a los egipcios constantemente están pintadas de rojo, mientras que las que representan otras razas lo están de negros o de algún otro color.
Adán y Eva,Lucas Cranach, 1538
Algo análogo a esta explicación se revela en la expresión asiria çalmât, qaqqadi, es decir, "cabezas negras" que se usa a menudo para denominar a los hombres en general. (Cf. Delitsch, Assyr. Handwörterbuch, Leipzig, 1896, pág., 25.) Algunos escritores combinan esta explicación con la precedente, y asignan a la palabra adam el doble significado de "tierra roja", y añaden así a la noción del origen material del hombre una connotación del color de la tierra de la que fue formado. Una tercera teoría, que parece ser la prevaleciente hoy día, (cf. Pinches, El Antiguo Testamento a la Luz de los Archivos Históricos y de las Leyendas de Asiria y Babilonia, 1903, pp. 78, 793), explica la raíz adam con el significado de "hacer", "producir", conectándola con el adamu asirio, cuyo significado probable es "edificar", "construir", de ahí que adam podría significar "hombre" ya sea en el sentido pasivo, como hecho, producido, creado, o en el sentido activo, como el que produce.

En el Antiguo Testamento la palabra se usa como nombre común y propio, en la primera acepción tiene significados diferentes. Así en Gn. 2,5, se emplea para señalar a un ser humano, hombre o mujer; raramente, como en Gn 2,22, significa hombre como contrario a mujer y, por último, a veces aparece señalando a la humanidad en su conjunto, como en Gn 1,26. El uso del término, tanto como nombre común o como nombre propio, es común a ambas fuentes llamadas en los círculos críticos como P y J. Así en el primer relato de la creación (P) la palabra se utiliza en referencia a la creación de la humanidad en ambos sexos, pero en Gn 5,14, el cual pertenece a la misma fuente, se utiliza como nombre propio. Del mismo modo el segundo relato de la creación (J) habla de "el hombre" (ha-adam), pero después (Gn 4,25) el mismo documento emplea la palabra como nombre propio sin el artículo.

Adán en el Antiguo Testamento

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Prácticamente toda la información del Antiguo Testamento acerca de Adán y el comienzo de la especie humana aparece en los primeros capítulos del Génesis. Es un asunto muy discutido hasta qué punto estos capítulos deben ser considerados como estrictamente histórico, cuya discusión no está al alcance del presente artículo. Sin embargo, se debe llamar la atención al hecho de que la historia de la Creación se cuenta dos veces, en el capítulo 1 y en el 2, y a pesar de que hay un acuerdo sustancial entre los dos relatos, no obstante, hay una divergencia considerable en el escenario de la narración y en los detalles. Los escritores renuentes a reconocer la presencia de fuentes o documentos independientes en el Pentateuco han acostumbrado explicar el hecho de esta doble narrativa diciendo que el escritor sagrado, habiendo establecido sistemáticamente en el primer capítulo las fases sucesivas de la Creación, regresó al mismo tema en el segundo capítulo para añadir algunos detalles especiales respecto al origen del hombre. Sin embargo, se debe dar por sentado que muchos estudiosos modernos, incluso católicos, están insatisfechos con esta explicación, y que entre los críticos de cada escuela existe la opinión preponderante al efecto de que estamos en presencia de un fenómeno bastante común en los relatos históricos Orientales, es decir, la combinación o yuxtaposición de dos o más documentos independientes unidos más o menos estrechamente por el historiógrafo, que entre los semitas es esencialmente un recopilador. (Vea Guidi, L'historiographie chez les Sémites en la Revista Bíblica, octubre 1906.) En la parte I de la obra del Dr. Gigot, “Introducción Especial al Estudio del Antiguo Testamento", se pueden hallar las razones en las que se basa esta opinión, así como los argumentos de los opositores. Baste mencionar que una repetición similar de los principales sucesos narrados es claramente visible a lo largo de todas las partes históricas del Pentateuco, e incluso en los libros más tardíos, como Samuel y Reyes; y que la inferencia extraída de este fenómeno constante está confirmada no sólo por la diferencia en estilo y punto de vista característicos de las narrativas dobles, sino también por las divergencias y antinomias que por lo general exhiben. Sea lo que sea, es pertinente al propósito del presente artículo examinar los rasgos principales de la doble narrativa de la Creación con referencia especial al origen del hombre.

En el primer relato (Gén. 1, 2, 4a) se presenta a Elohim creando diferentes categorías de seres en días sucesivos. Así crea el reino vegetal el tercer día, el cuarto día coloca al sol y la luna en el firmamento del cielo, y el quinto día crea Dios los seres vivientes del agua y las aves del cielo que reciben una bendición especial, con la orden de crecer y multiplicarse. El sexto día Elohim crea, primero, todas las criaturas vivas y bestias de la tierra; y después, con las palabras del relato sagrado: “Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra: y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra. Creó, pues Dios al ser humano a imagen suya: a imagen de Dios le creó: macho y hembra los creó” (Gén. 1,26-27).

Luego sigue la bendición junto con la orden de aumentar y llenar la tierra, y finalmente se les asigna el reino vegetal por comida. Considerado independientemente, este relato de la Creación hace dudar de si al usar la palabra adam, "hombre", el autor quería designar al individuo o a la especie. Ciertas indicaciones parecen favorecer la última, por ejemplo, el contexto, pues las creaciones anteriormente registradas se refieren sin duda a la creación no de un individuo o un par, sino a un gran número de individuos pertenecientes a las diversas especies; y lo mismo en el caso del hombre se podría inferir de la expresión, "macho y hembra los creó". Sin embargo, otro pasaje (Gén. 5,2), que pertenece a la misma fuente del primer relato y que en parte lo repite, suplementa la información de ésta última y da una clave para su interpretación. En este pasaje que contiene la última referencia a Adán del documento llamado sacerdotal, en él leemos que Dios “los creó varón y hembra… y los llamó "adam", en el día de su creación.”

Y el escritor continúa: “Tenía Adán ciento treinta años, cuando engendró a un hijo a su semejanza, según su imagen, a quien puso por nombre Set. Fueron los días de Adán, después de engendrar a Set, ochocientos años y engendró hijos e hijas. El total de los días de la vida de Adán fue de novecientos treinta años, y murió.” Aquí evidentemente el adam u hombre del relato de la Creación se identifica con un individuo particular, y por consiguiente, las formas plurales que podrían de otro modo causar duda se deben entender con respecto a la primera pareja de seres humanos.

En Gén. 2,4b-25 nos encontramos con lo que parece ser un relato de la Creación nuevo e independiente, no una simple ampliación del relato ya dado. De hecho el escritor, sin al parecer presuponer que ya había algo registrado, se remonta al tiempo en que todavía no había ni lluvia, ni planta o bestia del campo; y, mientras la tierra era aún un desierto sin vida y estéril, Yahveh formó al hombre del polvo, y lo anima insuflando en su nariz el aliento de vida. Para conocer si estos textos deben ser interpretados literal o figurativamente, y si la creación del primer hombre fue directa o indirecta, vea Pentateuco, Creación, Hombre. Aquí la creación del hombre, en lugar de ocupar el último lugar, como sucede en la escala ascendente del primer relato, es colocada antes de la creación de las plantas y animales, y se les representa como siendo creados a continuación para satisfacer las necesidades del hombre. Al hombre no se le encomienda dominar la tierra entera, como en el primer relato, pero se le encarga cuidar del Jardín del Edén con permiso para comer de sus frutos, salvo los del árbol del conocimiento del bien y del mal; y se presenta la creación de la mujer como una idea posterior de Yahveh al reconocer la incapacidad del hombre de encontrar compañía adecuada en la creación inconsciente.


En el relato anterior, después de cada paso “Vio Dios que era bueno”, pero aquí Yahveh ve que no es bueno para el hombre estar solo, y procede a satisfacer la deficiencia formando a la mujer Eva de la costilla del hombre mientras éste duerme profundamente. Según la misma narración, viven en una inocencia pueril hasta que Eva es tentada por la serpiente, y los dos comen la fruta prohibida. De ese modo se vuelven conscientes de su pecado, provocan el disgusto de Yahveh, y para que no puedan comer del árbol de vida y así volverse inmortales, son arrojados del Jardín del Edén. De aquí en adelante su herencia será el dolor y la fatiga, y el hombre es condenado a la tarea penosa de ganar su sustento de una tierra que por su culpa ha sido maldecida con la esterilidad. El mismo documento nos da algunos detalles relativos a nuestros primeros padres después de la caída: a saber, el nacimiento de Abel y el fraticida Caín, y el nacimiento de Set. La otra versión, que parece no conocer nada sobre Caín o Abel, menciona a Set (Gn. 5,3) como si fuera el primogénito, y agrega que durante los ochocientos años que siguen al nacimiento de Set, Adán engendró hijos e hijas.

A pesar de las diferencias y discrepancias notables en los dos relatos del origen de la humanidad, sin embargo, ambos están en acuerdo sustancial, y en la opinión de la mayoría de eruditos ambos se explican y reconcilian fácilmente si se consideran como representantes de dos tradiciones hebreas variables; tradiciones que incluyen los mismos hechos históricos centrales de forma diferente, junto con una presentación más o menos simbólica de ciertas verdades morales y religiosas. Así en ambos relatos el hombre es claramente distinguido y dependiente de Dios el Creador; aun así está directamente conectado a Él a través del acto creador, excluyendo a todos los seres intermediarios o semidioses tal como se encuentran en varias mitologías paganas. En la primera narración se hace manifiesto que este hombre, más que todas las demás criaturas, comparte la perfección de Dios, pues es creado a imagen de Dios, a lo cual corresponde en el otro relato la igualmente significativa figura del hombre que recibe la vida del soplo de Yahveh. Por otro lado, en el primer relato se da a entender que el hombre tiene algo en común con los animales en el hecho de que son creados el mismo día, y en el segundo, por su intento infructuoso de encontrar entre ellos una compañera adecuada. El hombre es señor y corona de la creación, como se expresa claramente en el primer relato, donde su creación es el clímax de las obras sucesivas de Dios, y donde se establece explícitamente su supremacía, pero eso mismo se implica no menos claramente en el segundo relato. Ciertamente tal puede ser el significado de colocar la creación del hombre antes que la de las plantas y animales, pero, sin embargo, sea como sea, éstos son creados para su utilidad y beneficio.

Se presenta a la mujer como secundaria y subordinada al hombre, aunque idéntica a él en naturaleza, y la creación de una sola mujer para un solo hombre implica la doctrina de la monogamia. Además, el hombre fue creado inocente y bueno; el pecado vino a él de afuera, y fue seguido de inmediato de un severo castigo que no sólo afectó a la pareja culpable, sino a sus descendientes y también a otros seres. (Cf. Bennett en Hastings, Dic. de la Biblia, s.v.) Por consiguiente, las dos narraciones están prácticamente de acuerdo respecto a su propósito didáctico e ilustrativo, y es indudable que le debemos adscribir su principal importancia a esta característica. Es muy necesario señalar de paso que la excelsitud de las verdades doctrinales y éticas expuestas colocan la narración bíblica inmensurablemente por encima de las extravagantes historias de la Creación narradas entre los pueblos paganos de la antigüedad; aunque algunas, particularmente la babilónica, tienen un parecido más o menos llamativo en la forma. A la luz de su excelencia doctrinal y moral, el problema del carácter histórico estricto de la narrativa, tanto en lo relativo a la estructura y sus detalles, se vuelve menos importante, sobre todo cuando nosotros recordamos que en historia como lo entienden otros autores bíblicos, así como generalmente escritores semíticos, la presentación y orden de los hechos---y ciertamente todo su rol---se hace habitualmente subordinado a las exigencias de la preocupación didáctica.

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Respecto a las fuentes extra bíblicas que arrojan luz a la narrativa del Antiguo Testamento, es bien sabido que el relato hebreo de la Creación encuentra un paralelo en la tradición babilónica como lo revelan las escrituras cuneiformes. Está fuera del alcance del artículo presente discutir las relaciones de dependencia histórica que generalmente se admite que existe entre las dos cosmogonías. Respecto al origen del hombre baste decir que, aunque no se ha hallado el fragmento de la “Épica de la Creación” que se supone lo contuviera, sin embargo, hay buenos fundamentos independientes para asumir que originalmente perteneció a la tradición incluida en el poema, y que debió ocupar un lugar en éste justo después del relato de la creación de las plantas y los animales, como en el primer capítulo de Génesis. Entre las razones para esta hipótesis están:
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* Las advertencias divinas dirigidas al hombre después de su creación, hacia el final del poema;
  • El relato de Beroso que menciona la creación del hombre por uno de los dioses, que mezcló con arcilla la sangre que fluyó de la cabeza cortada de Tiamat;
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* Un relato traducido por Pinches, no semítico (o pre-semítico), de un texto bilingüe, en el que se dice que Marduk ha hecho la humanidad, con la cooperación de la diosa Aruru.

(Cf. Enciclopedia Bíblica, art. "Creación", también Davis, Génesis y Tradición Semítica, pp. 36-47.) En cuanto a la creación de Eva, hasta ahora no se ha descubierto ningún paralelo entre los registros fragmentarios de la historia de creación babilónica. Era la opinión de Orígenes, de Cajetan, y tambien es defendida ahora por expertos como Hoberg (Die Genesis, Friburgo, 1899, pág., 36) y von Hummelauer (Comm. in Genesim, pp. 149 ss.), que el relato tal como aparece en el Génesis no se debe tomar literalmente como descriptivo de hechos históricos. Éstos y otros escritores ven en esta narrativa el relato de una visión simbólica del futuro, análoga a la concedida a Abraham (Gén. 15,12), y a la de San Pedro en Joppe (Hch 10,10 ss.). (Ver Gigot, Introducción Especial al Estudio del Antiguo Testamento, pt. I, pág. 165, ss.)

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En los libros posteriores del Antiguo Testamentos son muy pocas las referencias a Adán como individuo, y no agregan nada a la información contenida en el Génesis. Así su nombre, sin comentarios, aparece en la cabeza de las genealogías del libro I de las Crónicas; se menciona igualmente en Tobías 8,6; Oseas 6,7; Eclesiástico 33,10; 40,1; 49,16; etc., La palabra hebrea adam aparece en varios otros pasajes, pero en el sentido de hombre o humanidad. La mención de Adán en Zacarías 13,5, según la versión de Douay y la Vulgata, se debe a un error de traducción del original.

Adán en el Nuevo Testamento

Las referencias a Adán en el Nuevo Testamento como un personaje histórico sólo ocurren en unos pocos pasajes. Así en el tercer capítulo del Evangelio de San Lucas la genealogía de Cristo se remonta a "Adán que era de Dios". Esta prolongación del linaje terrenal de Jesús más allá de Abraham, que forma el punto de inicio en San Mateo, se debe sin duda al espíritu más universal y a la afinidad característica del tercer evangelista que escribe más para la instrucción de los catecúmenos gentiles del cristianismo, y no tanto desde el punto de vista de la profecía y la esperanza judía. Otra mención del padre histórico de la raza se encuentra en la Epístola de San Judas (v. 14), donde se inserta una cita del apócrifo Libro de Henoc, el cual, es bastante extraño decir, se atribuye al patriarca antediluviano de ese nombre, "Henoc, el séptimo después de Adán". Pero las referencias más importantes a Adán se encuentran en las Epístolas de San Pablo. Así en 1 Tm. 2,11-14, el Apóstol, después de establecer ciertas reglas prácticas respecto a la conducta de las mujeres, particularmente relativas al culto público, e inculcando el deber de subordinación al otro sexo, usa un argumento cuyo peso descansa más en los métodos lógicos corrientes de su tiempo que en el valor intrínseco según se aprecia en la mente moderna: “Porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar. Y el engañado no fue Adán, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión.”

Una línea similar de argumento se sigue en 1 Cor. 11,8-9. Más importante es la doctrina teológica formulada por San Pablo en la Epístola a los Romanos, 5,12-21, y en 1 Cor. 15,22-45. En el último pasaje Jesucristo es llamado por analogía y contraste el nuevo y "último Adán." Esto se entiende en el sentido de que como el Adán original fue la cabeza de toda la humanidad, el padre de todos según la carne, así también Jesucristo es constituido principio y cabeza de la familia espiritual de los elegidos, y potencialmente de toda la humanidad, ya que todos están invitados a compartir su salvación. Así el primer Adán es imagen del segundo, pero mientras el primero transmite a su descendencia un legado de muerte, el último, al contrario, se vuelve el principio vivificante de la rectitud restaurada. Cristo es el "último Adán" puesto que "no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres, por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch. 4,12); no se debe esperar ningún otro jefe o padre de la raza. El primero y el segundo Adán ocupan la posición de cabeza con respecto a la humanidad, pero mientras que el primero por su desobediencia, por decirlo así, corrompió en sí mismo la estirpe de toda la raza, y legó a su posteridad una herencia de muerte, pecado, y miseria, el otro a través de su obediencia gana para todos aquéllos que se hacen sus miembros una nueva vida de santidad y el premio eterno. Puede decirse que el contraste así formulado expresa un principio fundamental de la religión cristiana y encierra en substancia toda la doctrina de la economía de la salvación. Es principalmente en éstos y otros pasajes de similar importancia (p.e. Mt. 18,11) donde se basa la doctrina fundamental de que nuestros primeros padres fueron elevados por el Creador a un estado de virtud sobrenatural, cuya restauración fue el objetivo de la Encarnación. Apenas es necesario decir que el hecho de esta elevación no puso haber sido claramente deducido del relato aislado del Antiguo Testamento.

Adán en la Tradición Judía y Cristiana

Es un hecho muy conocido que, tanto en la tradición judía posterior como en la cristiana y mahometana, surgió una cosecha exuberante de erudición popular legendaria alrededor de los nombres de todos los personajes importantes del Antiguo Testamento; esto se debió en parte al deseo de satisfacer la curiosidad piadosa añadiendo detalles a los escuetos relatos bíblicos, y en parte con propósitos éticos. Era por consiguiente natural que la historia de Adán y Eva debiera recibir una atención especial y ser ampliamente desarrollada por este proceso de embellecimiento. Estas adiciones, algunas de las cuales son extravagantes y pueriles, son principalmente imaginarias, y a lo mejor se basan en un entendimiento fantasioso de algún leve detalle de la narrativa sagrada. Es innecesario decir que estos relatos no incluyen información histórica real, y su utilidad principal es aportar un ejemplo de la credulidad popular piadosa de entonces así como del poco valor que debe añadirse a las llamadas tradiciones judías cuando se invocan como argumento en un análisis crítico. Hay muchas leyendas rabínicas que hablan de nuestros primeros padres en el Talmud, y muchas están recogidas en el apócrifo Libro de Adán, hoy perdido, pero cuyos extractos nos han llegado en otras obras de carácter similar (ver Hombre). La más importante de estas leyendas, que no está dentro del alcance del artículo presente, puede encontrarse en la Enciclopedia Judía, I, art. "Adán", y en lo relativo a leyendas cristianas, en Smith y Wace, el Diccionario de Biografía Cristiana. s.v.



Bibliografía: PALIS en VIG., Dicc. de la Biblia, s.v.; BENNETT y ADENEY en HAST., Dicc. de la Biblia, s.v. Para las referencias del Nuevo Testamento, vea comentarios; para el Antiguo Testamento, GIGOT, Introducción Especial al Estudio del Antiguo Testamento, I, IV; VON HUMMELAUER, Comentarios sobre el Génesis.



Fuente: Driscoll, James F. "Adam." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01129a.htm>.



Traducido por Félix Carbo Alonso. L H M




Selección de imágenes: José Gálvez Krüger