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Martes, 19 de marzo de 2024

Positivismo

De Enciclopedia Católica

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Definición

El positivismo es un sistema de doctrinas filosóficas y religiosas elaboradas por Auguste Comte. Como sistema o método filosófico, el positivismo niega la validez de las especulaciones metafísicas, y mantiene que los datos de la experiencia sensorial son el único objeto y el supremo criterio del conocimiento humano. Como sistema religioso, niega la existencia de un Dios personal y toma la humanidad, el “Gran Ser”, como objeto de su veneración y culto. Daremos un breve bosquejo histórico del positivismo, una exposición de sus principios fundamentales y una crítica de ellos.

Historia del Positivismo

El fundador del positivismo fue Auguste Comte (nació en Montpellier el 19 de enero de 1798; murió en París el 5 de septiembre de 1857). Entró a la Ecole polytechnique de París en 1814; fue discípulo de Saint-Simon hasta 1854; empezó a publicar su curso de filosofía en 1826. Alrededor de esa época padeció de perturbaciones mentales temporalmente (1826-1827). Después de recuperarse, fue nombrado instructor (1832-1852) y examinador en matemáticas (1837-1844) en la Ecole polytechnique, y mientras tanto impartía un curso de conferencias públicas sobre astronomía. La infelicidad de su vida matrimonial y su extraño enamoramiento de la señora Clotilde de Vaux (1845-1846), influenciaron grandemente su carácter naturalmente sentimental. Al dar por hecho que el mero desarrollo intelectual es insuficiente para la vida, y luego de presentar al positivismo como un método y doctrina científicos, pretendía hacerlo una religión, la religión de la humanidad.

Las principales obras de Comte son su "Cours de philosophie positive" [6 vols.: Phiosophie mathématique (1830), astronomique et physique (1835), chimique et biologique (1838), partie dogmatique de la philosophie sociale (1839), partie historique (1840), complément de la philosophie sociale et conclusions (1842); traducido por Harriet Martineau (Londres, 1853)] y su "Cours de politique positive" (3 vols., París 1815-54). Varias influencias concurrieron para formar el sistema de pensamiento de Comte: el empirismo de Locke y el escepticismo de Hume, el sensismo del siglo XVIII y la crítica de Kant, el misticismo de la Edad Media, el tradicionalismo de De Maistre y de Bonald y la filantropía de Saint Simon

Comte mantiene como una ley manifestada por la historia que cada ciencia pasa a través de tres sucesivas etapas: la teológica, la metafísica y la positiva; que la etapa positiva, que rechaza la validez de la especulación metafísica, la existencia de las causas finales, la cognoscibilidad de lo absoluto, y se limita al estudio de los hechos experimentales y sus relaciones, representa la perfección del conocimiento humano. Clasifican las ciencias de acuerdo a su grado de complejidad creciente, y las reduce a seis en el orden siguiente: matemática, astronomía, física, química, biología y sociología. La religión tiene por objeto, el “gran ser” (la humanidad), el “gran medio” (el espacio del mundo), y el “gran fetiche” (la tierra), que conforman la trinidad positivista. Esta religión tiene su sacerdocio jerárquico, sus dogmas positivos, su culto organizado, y aún, su calendario, sobre el modelo del catolicismo (cf. Comte, “Catéchisme positiviste”).

A la muerte de Comte, surgió una división entre los positivistas, y se formó el grupo disidente con Littré como su líder, y el grupo ortodoxo bajo la dirección de Pierre Laffitte. Emile Littré aceptó el positivismo en su aspecto científico: para él, el positivismo era esencialmente un método, es decir, ese método que limita el conocimiento humano al estudio de hechos experimentales y no afirma ni niega nada sobre lo que pueda existir fuera de la experiencia. Rechazó como irreal la organización religiosa y el culto del positivismo. Consideraba a todas las religiones desde el punto de vista filosófico, por lo tanto, igualmente vanas, mientras confesaba que, desde el punto de vista histórico, el catolicismo era superior a las otras religiones. Afirmaba que el verdadero fin del hombre era trabajar para el progreso de la humanidad, mediante el estudio (ciencia y educación), amándola (religión), embelleciéndola (bellas artes) y enriqueciéndola (industria).

El sucesor oficial de Comte, y líder del grupo ortodoxo de los positivistas, fue Pierre Laffitte, quien se convirtió en profesor de historia general de las ciencias en el Collège de Francia en 1892. Mantuvo la enseñanza científica y religiosa del positivismo con su culto, sacramentos y ceremonias. Se formaron otros grupos ortodoxos en Inglaterra con Harrison como su líder, Congreve, Elliot, Hutton y Morrison, como sus adherentes principales; en Suecia con A. Nystrom. También se fundó un grupo activo e influyente en Chile y Brasil con Benjamín Constant y Miguel Lemos como líderes, y se construyó un templo a la humanidad en Río de Janeiro en 1891.

Los principios del positivismo como sistema filosófico fueron aceptados y aplicados en Inglaterra por J. Stuart Mill, quien mantuvo correspondencia con Comte, Spencer, Bain, Lewes, Maudsley, Sully, Romanes, Huxley, Tyndall; en Francia por Taine, Ribot, De Roberty; en Alemania por Dühring, Avenarius. Así, los principios del positivismo invadieron el pensamiento científico y filosófico del siglo XIX, y ejercieron una influencia perniciosa en cada esfera. Tuvieron consecuencias prácticas en los sistemas de moral positiva (moralidad científica), y el utilitarismo en la ética, de neutralidad y naturalismo en la religión

Principios del Positivismo

El principio fundamental de positivismo es, como ya se dijo, que la experiencia sensorial es el único objeto del conocimiento humano, así como su único y supremo criterio. De ahí que las nociones abstractas o las ideas generales son sólo nociones más colectivas; los juicios son simples uniones empíricas de hechos. El razonamiento incluye la inducción y el silogismo: la inducción tiene para su conclusión una proposición que no contiene nada más que un conjunto de un cierto número de experiencias de los sentidos, y el silogismo, tomando esta conclusión como su proposición mayor, es necesariamente estéril o incluso se convierte en un círculo vicioso. Así, según el positivismo, la ciencia no puede ser, como la concibió Aristóteles, el conocimiento de cosas a través de sus causas últimas, dado que las causas materiales y formales no son conocibles, las causas finales son ilusión, y las causas eficientes simplemente antecedentes absolutamente invariables, mientras que la metafísica, bajo cualquier forma, es ilegítima.

El positivismo se convierte en una continuación del empirismo, asociacionismo y nominalismo crudos. Los argumentos presentados por el positivismo, además de la afirmación que las experiencias sensoriales son el único objeto de conocimiento humano, son esencialmente dos: el primero es que el análisis psicológico muestra, que todo el conocimiento humano puede reducirse a las experiencias de los sentidos y a las asociaciones empíricas; el segundo, enfatizado por Comte, es histórico, y está basado en su afamada “ley de las tres fases", de acuerdo a la cual, se supone que la mente humana, en su progreso, ha sido influenciada consecutivamente por las preocupaciones teológicas y la especulación metafísica, y que finalmente alcanzó al presente la etapa positiva que marca, según Comte, su desarrollo pleno y perfecto (cf. "Cours de philosophie positive", II, 15 ss.).

Crítica

El positivismo afirma que las experiencias sensoriales son el único objeto del conocimiento humano, pero no está prueba ]] su aserción. Es verdad que todo nuestro conocimiento tiene su punto de partida en la experiencia sensorial, pero no está probado que el conocimiento se detenga allí. El positivismo no logra demostrar que, sobre los hechos particulares y las relaciones contingentes, no hay nociones abstractas, ni leyes generales, ni principios universales y necesarios, o que no podemos conocerlos. Tampoco prueba que las cosas materiales y corpóreas constituyan el orden total de los seres existentes y que nuestro conocimiento se limite a ellos. Los seres concretos y las relaciones individuales no sólo son perceptibles por nuestros sentidos, sino que también tienen sus causas y leyes de existencia y constitución; son inteligibles. Estas causas y leyes van más allá de la particularidad y contingencia de los hechos individuales, y son elementos tan fundamentalmente reales como los hechos individuales que producen y controlan. No pueden ser percibidos por nuestros sentidos, pero ¿por qué no pueden ser explicados por nuestra inteligencia?

De nuevo, los seres inmateriales no pueden ser percibidos por la experiencia sensorial, es cierto, pero su existencia no contradice nuestra inteligencia; y, si se requiere su existencia como causa y condición de la existencia real de las cosas materiales, ellos ciertamente existen. Podemos inferir su existencia y conocer algo de su naturaleza. De hecho, no pueden ser conocidos de la misma forma que las cosas materiales, pero ésta no es razón para declararlos incognoscibles para nuestra inteligencia (vea AGNOSTICISMO; ANALOGÍA)

Según el positivismo, nuestros conceptos abstractos o ideas generales son simples representaciones colectivas del orden experimental —por ejemplo, la idea de "hombre", es una especie imagen combinada de todos los hombres observados en nuestra experiencia. Este es un error fundamental. Cada imagen tiene sus características individuales; una imagen de hombre es siempre la imagen de un hombre en particular y sólo puede representar a ese hombre. Lo que se llama imagen colectiva no es más que una colección de diversas imágenes que se suceden una detrás de la otra, cada una de las cuales representa un objeto individual y concreto, como puede verse mediante la observación atenta. Una idea, por el contrario, se abstrae de cualquier determinación concreta y puede aplicarse de manera idéntica a un número indefinido de objetos de la misma clase. Las imágenes colectivas son más o menos confusas, y lo son más a medida que el conjunto representado sea mayor; una idea permanece siempre clara.

Hay objetos que no podemos imaginar (un “miriagón”, una substancia, un principio), y que, sin embargo, podemos concebir claramente. La idea general tampoco es un nombre que sustituye como signo a todos los objetos individuales de la misma clase, como afirma Taine (De l'Intelligence, yo, 26). Si cierta percepción, dice Taine, coincide siempre con, o sigue a otra percepción (por ejemplo, la percepción de humo y la del fuego, el aroma de un olor dulce y la vista de una rosa), entonces el primera se convierte en la señal de la segunda, de tal forma que, al percibir uno, nos anticipamos instintivamente a la presencia de la otra. Esto es, Taine agrega, lo que pasa con nuestras ideas generales. Cuando hemos percibido varios árboles diferentes, queda en nuestra memoria cierta imagen construida con todos los caracteres comunes a todos los árboles, a saber, la imagen de un tronco con sus ramas. Lo llamamos "árbol", y esta palabra se convierte en el signo exclusivo de la clase "árbol"; evoca la imagen de los objetos individuales de esa clase como la percepción de cada uno de ellos evoca la imagen del signo sustituido por toda la clase.

El cardenal Mercier señala correctamente que esta teoría descansa en una confusión entre la analogía experimental y la abstracción (Critériologie Genérale I, III c. III, § 2, p. 237 ss). De hecho, la analogía experimental juega un papel importante en nuestra vida práctica, y es un factor importante en la educación de nuestros sentidos (cf. Santo Tomás, “Anal. Post.”, II, XV). Pero conviene señalar que la analogía experimental se limita a los objetos individuales observados, a los objetos particulares y similares; su generalidad es esencialmente relativa. De nuevo, las palabras que designan los objetos corresponden a los rasgos de estos objetos, y no podemos hablar de "nombres abstractos", cuando solo se dan objetos individuales.

Ese no es el caso con nuestras ideas generales. Son el resultado de una abstracción, no de una mera percepción de objetos individuales, por más numerosos que sean; son la concepción de un tipo aplicable, en su unidad e identidad, a un número indefinido de objetos de los que es el tipo. Así, tienen una generalidad sin límite e independiente de cualquier determinación concreta. Si las palabras que los denotan pueden ser el signo de todos los objetos individuales de la misma clase, es porque esa misma clase ha sido concebida primero en su tipo; estos nombres son abstractos porque denotan un concepto abstracto. De ahí que la mera experiencia es insuficiente para explicar nuestras ideas generales.

Un estudio cuidadoso de la teoría de Taine y las ilustraciones dadas muestra que la aparente plausibilidad de esta teoría viene precisamente del hecho que Taine introduce y utiliza inconscientemente la abstracción. De nuevo, el positivismo, y éste es sobre todo el punto desarrollado por John Stuart Mill (que sigue a Hume), afirma que lo que nosotros llamamos "las verdades necesidad]" (incluso las verdades matemáticas, los axiomas, los principios), son meramente el resultado de la experiencia, una generalización de nuestras experiencias. Somos conscientes, por ejemplo, que no podemos al mismo tiempo afirmar y negar una determinada proposición, que un estado de la mente excluye al otro; luego, generalizamos nuestra observación y expresamos como principio general que una proposición no puede ser al mismo tiempo cierta y falsa. Tal principio simplemente es el resultado de una necesidad subjetiva basada en la experiencia.

Ahora bien, es cierto que la experiencia nos proporciona la materia de la que se forman nuestros juicios y la ocasión para formularlos. Pero la experiencia sola no da ni la prueba, ni la confirmación de nuestra certeza acerca de su verdad. Si fuese así, nuestra certeza debería aumentar con cada nueva experiencia, y ese no es el caso, y no podríamos explicar el carácter absoluto de esta certeza en todos los hombres, ni la aplicación idéntica de esta certeza a las mismas proposiciones por todos los hombres. En realidad, afirmamos la verdad y necesidad de una proposición, no porque no podamos negarla subjetivamente o concebir su opuesto, sino debido a su evidencia objetiva, que es la manifestación de la verdad absoluta, universal, y objetiva de la proposición, la fuente de nuestra certeza y la razón de la necesidad subjetiva en nosotros.

En cuanto a la llamada ley "de las tres etapas", no está respaldada por un estudio cuidadoso de la historia. Es verdad que encontramos ciertas épocas caracterizadas más particularmente por la influencia de la fe, o por tendencias metafísicas, o por el entusiasmo por las ciencias naturales; pero, aun así, no vemos que estas características realicen el orden expresado en la ley de Comte. Aristóteles fue un estudioso apegado a las ciencias naturales, mientras que después de él, la escuela neoplatónica se entregó casi exclusivamente a la especulación metafísica. En el siglo XVI hubo un gran resurgimiento de las ciencias experimentales; sin embargo, fue seguido por la especulación metafísica de la escuela idealista alemana. El siglo XIX fue testigo de un maravilloso desarrollo de las ciencias naturales, pero ahora testimoniamos un reavivamiento del estudio de la metafísica.

Tampoco es cierto que estas diversas tendencias no puedan existir durante la misma época. Aristóteles fue tanto metafísico como científico. Aún en la Edad Media, que por lo general se considera entregada exclusivamente a la metafísica a priori, la observaciones y la experimentación ocuparon un lugar importante, como lo demuestran las obras de Roger Bacon y Albertus Magno. El propio Santo Tomás manifiesta un notable espíritu de observación psicológica en sus "Comentarios" y en su “Suma Teológica”, sobre todo en su admirable tratado sobre las pasiones. Finalmente, vemos una combinación armoniosa de fe, razonamiento metafísico y observación experimental en hombres tales como Kepler, Descartes, Leibniz, Pascal. La así llamada ley "de las tres etapas", es una suposición gratuita, no una ley de la historia.

La religión positivista es una consecuencia lógica de los principios del positivismo. En realidad la razón humana puede probar la existencia de un Dios personal y de su Providencia, y la necesidad moral de la revelación, mientras que la historia prueba la existencia de tal revelación. El que el positivismo haya establecido una religión simplemente prueba que la religión es una necesidad para el hombre.


Bibliografía: ROBINET, Notice sur l'œuvre et la vie d' A. Comte (París, 1860); Testament d' A. Comte (París, 1884); MILL, A. Comte and Positivism (Londres. 1867, 1882); CARE, Littré et le positivisme (París, 1883); CAIRD, The Social Philosophy and Religion of Comte (Glasgow, 1885); LAURENT, La philos. de Stuart Mill (París. 1886); GRUBER, A Comte, der Begrunder d. Positivismus (Friburgo, 1889); IDEM, Der Positivismus vom Tode A. Comte's bis auf unsere Tage (Friburgo, 1891); Stimmen aus Maria-Laach, supplements xiv and lii; RAVAISSON, La philos. en France, au XIXe Siécle (París, 1894); MERCIER, Psychologie (6th ed., Lovaina, 1894); IDEM, Critériologie générale (4ta. ed., Lovaina, 1900); PEILLLAUBE, La théorie des concepts (París, 1895); PIAT, L'idée (París, 1901); MAHER, Psychology (5th ed., Londres, 1903); BALFOUR, Defense of Philosophic Doubt (Londres, 1895); TURNER, Hist. of Philos. (Boston, 1903); DEHERME, A. Comte et son œuvre (París, 1909).

Fuente: Sauvage, George. "Positivism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12, págs. 312-315. New York: Robert Appleton Company, 1911. 29 agosto 2021. <http://www.newadvent.org/cathen/12312c.htm>.

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