Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Jueves, 19 de diciembre de 2024

Escolasticismo

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar

Escolasticismo es un término usado para designar un método y un sistema. Se aplica tanto en teología como en filosofía. La teología escolástica se distingue de la teología patrística por un lado, y de la teología positiva por otro. Los propios escolares distinguieron entre theologia speculativa sive scholastica y theologia positiva. Aplicada a la filosofía, la palabra "escolástica" con frecuencia se usa también para designar una división cronológica de un intervalo entre el final de la época patrística en el siglo quinto y el principio de la era moderna, por 1450. El resurgimiento del escolasticismo en tiempos recientes ya ha sido tratado en el título ""Neoescolasticismo||.

En este artículo se considerará el tema bajo los siguientes encabezados:

Origen del Nombre "Escolástica"

Hay en la literatura griega algunos casos del uso de la palabra scholastikos para designar a un filósofo profesional. Históricamente, sin embargo, la palabra, como se usa ahora, se ha de buscar no en el griego, sino en las primeras instituciones cristianas. En las escuelas cristianas, especialmente después de principios del siglo sexto, era costumbre llamar al líder de la escuela magister scholae, capiscola, o scholasticus. Conforme pasó el tiempo, se usó el último de estos apelativos exclusivamente. El compendio de esas escuelas incluía la dialéctica entre las siete artes liberales, que era en ese tiempo la única rama de la filosofía que se estudiaba sistemáticamente. El líder de la escuela generalmente enseñaba dialéctica, y fuera de su enseñanza cultivaba la manera de filosofar y el sistema de filosofía que prevaleció durante toda la Edad Media. Consecuentemente, el nombre "escolástica" fue usado y sigue usándose para designar al método y al sistema que creció del compendio académico de las escuelas o, más definidamente, de la enseñanza dialéctica de los maestros de las escuelas (scholastici). No importa que, históricamente, la era de oro de la filosofía escolástica, por decir, el siglo decimotercero, cae en el período cuando las escuelas, el compendio de las cuales fue las siete artes liberales, incluyendo la dialéctica, dieron paso a otra organización de estudios: el studia generalia, o universidades. El nombre, una vez dado, continuó, como casi siempre sucede, designando al método y sistema que había pasado para entonces a una nueva fase de desarrollo. Académicamente, los filósofos del siglo decimotercero son conocidos como magistri, o maestros; históricamente, sin embargo, son escolásticos, y continúan siendo así designados hasta el fin del período medieval. Y, aún después del cierre de la Edad Media, a un filósofo o teólogo que adopta el método o el sistema del escolasticismo medieval se le conoce como escolástico.

El Período Escolástico

El período que se extiende desde el principio de la especulación cristiana al tiempo de San Agustín, inclusive, se conoce como la era patrística en filosofía y teología. En general, esa época se inclinó al platonismo y subestimó la importancia de Aristóteles. Los Padres se esforzaron en construir en principios platónicos un sistema de filosofía cristiana. Trajeron la razón en ayuda de la revelación. Se inclinaron, sin embargo, hacia la doctrina de los místicos, y como último recurso, se apoyaron más en la intuición espiritual que en la prueba dialéctica para el establecimiento y explicación de las más grandes verdades de la filosofía. Entre el fin de la era patrística en el siglo quinto y el comienzo de la era escolástica en el noveno, intervinieron un número de pensadores esporádicos, como se les podría llamar, como Claudiano Mamerto, Boecio, Casiodoro, San Isidoro de Sevilla, Beda el Venerable, etc., quienes ayudaron a llevar a la nueva generación las tradiciones de la era patrística y continuar en la era escolástica la corriente del platonismo. Con el resurgimiento carolingio del aprendizaje en el siglo noveno empezó un período de actividad educacional que resultó en una nueva fase de pensamiento cristiano conocido como escolasticismo. Los primeros maestros de las escuelas en el siglo noveno, Alcuino, Rabano, etc., no fueron, de hecho, más originales que Boecio o Casiodoro; el primer pensador original en la era escolástica fue Juan el Escoto (véase ERIUGENA, JUAN ESCOTO). Sin embargo, inauguraron el movimiento escolástico porque se esforzaron en traer la tradición patrística (principalmente la agustiniana) en contacto con la nueva vida de la cristiandad europea. No abandonaron el platonismo. Conocían poco a Aristóteles, excepto como lógico. Pero principalmente se basaron en el razonamiento dialéctico; dieron una nueva dirección a la tradición cristiana en filosofía. En el compendio de las escuelas donde enseñaron, la filosofía era representada por la dialéctica. En los libros de texto de dialéctica que usaron escribieron comentarios y notas en las que, poco a poco, admitieron problemas de psicología, metafísica, cosmología y ética. Así, el movimiento escolástico como un todo puede decirse que haya surgido de las discusiones de los dialécticos.

Métodos, contenidos y conclusiones fueron influenciados por este origen. Allí resultó una especie de racionalismo cristiano que más que ninguna otra cosa caracteriza la filosofía escolástica en cada etapa sucesiva a su desarrollo y se diferencía marcadamente de la filosofía patrística, la cual, como ya se dijo, fue finalmente intuitiva y mística. Con Roscelin, quien apareció como a mediados del siglo onceavo, la importancia del racionalismo suena muy diferente, y el primer rumor se escucha de la inevitable reacción: la voz del misticismo cristiano dando su grito de advertencia y condenando el exceso en el que el racionalismo había caído. En los siglos onceavo y doceavo, por lo tanto, el escolasticismo pasó a través de su período tormentoso y de tensión. Por un lado estaban los partidarios de la razón: Roscelin, Abelardo, Pedro Lombardo; por otro estaban los campeones del misticismo: San Anselmo, San Pedro Damián, San Bernardo y los victorinos. Como todo partidario ardiente, los racionalistas fueron demasiado lejos al principio, y sólo gradualmente trajeron su método a las líneas de la ortodoxia y las armonizaron con reverencia cristiana para los misterios de la fe. Como todo reaccionario conservador, los místicos primero condenaron el uso y abuso de la razón; no llegaron a un acuerdo inteligente con los dialécticos hasta finales del siglo doceavo. En el resultado final de la lucha, fue el racionalismo que, habiendo modificado sus aseveraciones irracionales, triunfó en las escuelas cristianas sin quitar, sin embargo, a los místicos del panorama.

Mientras tanto, los eclécticos, como Juan de Salisbury, y los platonistas, como los miembros de la escuela de Chartres, dieron al movimiento escolástico un más amplio espíritu de tolerancia, impartiendo, por decirlo así, una clase de humanismo a la filosofía para que, cuando lleguemos a la alborada del siglo decimotercero, el escolasticismo haya dado dos pasos muy decisivos por adelantado. Primero, el uso de la razón en la discusión de la verdad espiritual y la aplicación de la dialéctica a la teología son aceptados sin protesta, mientras estén dentro de los límites de la moderación. Segundo, hay voluntad por parte de los escolares para salirse de las líneas de la estricta tradición eclesial y aprender no sólo de Aristóteles, que ahora se le empezaba a conocer como metafísico y psicólogo, sino también de los árabes y judíos, cuyos trabajos habían comenzado a penetrar en traducciones latinas en las escuelas de la Europa cristiana. La toma de Constantinopla en 1204, la introducción de trabajos árabes, judíos y griegos en las escuelas cristianas, el apogeo de las universidades y la fundación de las órdenes mendicantes, fueron eventos que llevaron a la extraordinaria actividad intelectual del siglo decimotercero, que se centró en la Universidad de París. Al principio, había una considerable confusión, y pareció como si las batallas ganadas en el sigo doceavo por los dialécticos debieran ser peleadas otra vez. Las traducciones de Aristóteles hechas del árabe y acompañadas de comentarios árabes estuvieron teñidas con panteísmo, fatalismo y otros errores neoplatónicos. Aún en las escuelas cristianas había panteístas declarados, como David de Dinant, y bruscos averroístas, como Siger de Barbant, quienes se inclinaron a prejuzgar la causa del aristotelismo. Estos eventos fueron suprimidos por las más estrictas medidas disciplinarias durante las primeras décadas del siglo decimotercero. Mientras aún eran fuente de peligro, hombres como Guillermo de Auvergne y Alejandro de Hales dudaban entre el tradicional agustinianismo de las escuelas cristianas y el nuevo aristotelismo, que venía de fuentes dudosas. Además, el agustinianismo y el platonismo concordaban con la piedad, mientras que el aristotelismo se encontró falto del elemento del misticismo. Más tarde, sin embargo, las traducciones hechas del griego revelaron un Aristóteles libre de los errores atribuidos a él por los árabes y, sobre todo, el genio maestro de San Alberto Magno y su aún más ilustre discípulo Santo Tomás de Aquino, quien apareció en el momento crítico, pacientemente analizaron las dificultades de la situación y las acometieron sin temor, ganaron la batalla de la nueva filosofía y continuaron exitosamente las tradiciones establecidas en el siglo sucedáneo. Su contemporáneo, San Buenaventura, mostró que la nueva enseñanza no era incompatible con el misticismo proveniente de fuentes cristianas, y Roger Bacon demostró con sus inexitosos intentos para desarrollar las ciencias naturales las posibilidades de otra clase que estaban latentes en el aristotelismo.

Con Duns Escoto, un genio de primer orden, pero no del tipo constructivo, empieza la fase crítica del escolasticismo. Aún antes de su tiempo, los contemporáneos franciscanos y dominicos se habían separado en direcciones contrarias. Fue su entusiasta y rígida búsqueda por los puntos débiles en la filosofía tomista la que irritó e hirió susceptibilidades entre los seguidores de Santo Tomás, y despertaron el espíritu de partisanos que hizo mucho por disipar la energía del escolasticismo en el siglo decimocuarto. El surgimiento del averroismo en las escuelas, el excesivo crecimiento del formalismo y la sutileza, el crecimiento de terminología artificial e incluso bárbara y la negligencia en el estudio de la naturaleza y de la historia contribuyeron al mismo resultado. El nominalismo de Ockham y el intento de Durandus de simplificar la filosofía escolástica no tuvieron el efecto que los autores pretendían. "La gloria y el poder del escolasticismo se desvaneció en el calor y brillo del misticismo", y Gerson, Tomás de Kempis y Eckhart son más representativos de lo que la Iglesia en realidad pensaba en los siglos decimocuarto y decimoquinto que los tomistas, escotistas y ockhamistas de ese período, quienes desperdiciaron mucho tiempo valioso en la discusión de cuestiones altamente técnicas que destacaron en las escuelas y despertaron poco interés excepto por los adeptos a la sutileza escolástica. Después del florecimiento del humanismo, cuando el Renacimiento, que precedió la era moderna, estaba en apogeo, los grandes comentaristas italianos, españoles y portugueses inauguraron una era de escolasticismo más sano, y los grandes maestros jesuitas, Toledo, Vázquez y Suárez, parecían recordar los mejores días de la especulación del siglo decimotercero. El triunfo del descubrimiento científico con el que, como una regla, los representantes del escolasticismo en los asientos de la autoridad académica, desafortunadamente, tenían muy poca simpatía, guió a los nuevos caminos del filosofar; y cuando, finalmente, Descartes en la práctica, si no en la teoría, separó completamente la filosofía de la teología, la era moderna había empezado y la época conocida como escolasticismo había llegado a su fin.

El Método Escolástico

Ningún método en filosofía ha sido tan condenado como el de los escolásticos. Ninguna filosofía ha sido más burdamente malinterpretada. Y esto es cierto no sólo de los detalles, sino también de los elementos más esenciales del escolasticismo. Dos cargos, especialmente, se presentan contra los escolares: primero, que confundían filosofía con teología y, segundo, que hicieron la razón subordinada a la autoridad. De hecho, la misma esencia del escolasticismo es, primero, su clara limitación de los respectivos dominios de la filosofía y la teología y, segundo, su dedicación al uso de la razón.

Teología y filosofía

Los pensadores cristianos, desde el principio, se encontraron con la pregunta: ¿cómo tenemos que hacer para reunir razón con revelación, ciencia con fe, filosofía con teología? Los primeros apologistas no poseían una filosofía propia. Tuvieron que tratar con un mundo pagano orgulloso de su literatura y su filosofía, listo para ostentar en cualquier momento su legado de sabiduría ante los ignorantes cristianos. Los apologistas acometieron la situación mediante una teoría que fue tan audaz como habrá sido desconcertante para los paganos. Ellos presentaron la explicación de que toda la sabiduría de Platón y los otros griegos era por inspiración del Logos; que era la verdad de Dios y, por lo tanto, no podía estar en contradicción con la revelación sobrenatural contenida en los Evangelios. Era una hipótesis calculada no sólo para acallar a un oponente pagano, sino también para trabajar constructivamente. La encontramos en San Basilio, en Orígenes y aún en San Agustín. La creencia de que los dos órdenes de la verdad, el natural y el sobrenatural, deben armonizar, es la inspiración de la actividad intelectual en la época patrística. Pero esa época hizo poco por definir los límites de los dos campos de la verdad. San Agustín cree que la fe ayuda a la razón (credo ut intelligam) y que la razón ayuda a la fe (intelligo ut credam); sin embargo, está inclinado a enfatizar el primer fundamento y no el segundo. No desarrolla una metodología definida al tratarlos. Los escolásticos, casi desde el principio, tendieron a hacer eso.

Juan Escoto Eriugena, en el siglo noveno, mediante su doctrina que toda verdad es teofanía, o muestra previa de Dios, trató de elevar la filosofía al rango de la teología, e identificar a ambos en una especie de teosofía. Abelardo, en el siglo doceavo, trató de bajar la teología al nivel de la filosofía, e identificar a ambos en un sistema racionalista. Los mejores de los escolásticos en el siglo decimotercero, especialmente santo Tomás de Aquino, resolvieron el problema para siempre, concerniente a la especulación cristiana, mostrando que las dos son distintas ciencias y sin embargo concuerdan. Son distintas, enseña, porque, mientras la filosofía se apoya sólo en la razón, la teología usa las verdades derivadas de la revelación, y también porque hay algunas verdades, los misterios de la fe, que recaen completamente fuera del dominio de la filosofía y pertenecen a la teología. Concuerdan, y deben concordar, porque Dios es el autor de toda verdad, y es imposible pensar que Él enseñaría en el orden natural algo que contradice lo que enseña en el orden sobrenatural. El reconocimiento de estos principios es uno de los mayores logros del escolasticismo. Fue una de las características que lo diferenciaron de la era patrística, en la que los mismos principios eran, por así decirlo, en solución, y no cristalizados en expresiones definidas. Es la cualidad que diferencía al escolasticismo del averroismo. Es la inspiración de todo esfuerzo escolástico. Mientras duró, el escolasticismo duró, y luego que la convicción opuesta se estableció, la convicción, a saber, que lo que es verdad en teología puede ser falsedad en filosofía, el escolasticismo dejó de existir. Es, por tanto, cuestión de constante sorpresa para aquellos que conocen el escolasticismo encontrarlo malinterpretado en su punto vital.

Racionalismo escolástico

El escolasticismo surgió del estudio de la dialéctica en las escuelas. La batalla más decisiva del escolasticismo fue la del vaivén en el siglo doceavo contra los místicos que condenaban el uso de la dialéctica. La marca distintiva del escolasticismo en la época de su más grande desarrollo es su uso del método dialéctico. Es, por tanto, cuestión, una vez más, de sorpresa, el encontrar al escolasticismo acusado de demasiada subordinación a la autoridad y a la banalidad de la razón. Racionalismo es una palabra que tiene varios significados. A veces es usado para designar un sistema que, negándose a reconocer la autoridad de la revelación, prueba cada verdad mediante la regla de la razón. En este sentido, los escolásticos no eran racionalistas. El racionalismo del escolasticismo consiste en la convicción de que la razón es para ser usada en la explicación de la verdad espiritual y para la defensa de los dogmas de fe. Se opone al misticismo, que dudó de la razón y puso énfasis en la intuición y la contemplación. En este vago significado del término todos los escolásticos eran racionalistas convencidos; la única diferencia era que algunos, como Abelardo y Roscelin, eran demasiado vehementes en la causa del uso de la razón, y llegaron tan lejos como para mantener que la razón puede probar aún los misterios sobrenaturales de la fe, mientras otros, como santo Tomás, moderaron los hechos de la razón, pusieron límites a su poder de probar la verdad espiritual y mantuvieron que los misterios de la fe no podían ser descubiertos ni podían ser probados por la razón sola.

Todo el movimiento escolástico, por lo tanto, es un movimiento racional en el segundo sentido del término racionalismo. Los escolásticos usaron su razón: aplicaron la dialéctica al estudio de la naturaleza, de la naturaleza humana y de la verdad sobrenatural. Lejos de desvalorar la razón, llegaron hasta donde el hombre puede -algunos críticos modernos piensan que llegaron demasiado lejos- en la aplicación de la razón a la discusión de los dogmas de fe. Reconocían la autoridad de la revelación, como todos los filósofos cristianos están obligados. Admitieron la fuerza de la autoridad humana cuando las condiciones de su aplicación válida eran verificadas. Pero en teología, la autoridad de la revelación no forzaba su razón y en filosofía y en ciencias naturales enseñaban muy enfáticamente que el argumento de la autoridad es el más débil de todos los argumentos. No subordinaban la razón a la autoridad en ningún sentido impropio de esa frase. Fue un oponente del movimiento escolástico quien nombró la filosofía como "la sirviente de la teología", una designación que, sin embargo, algunos de los escolásticos aceptaron para significar que a la filosofía pertenece la honrosa labor de llevar la luz para guiar los pasos de la teología. Uno no debe ir tan lejos como para decir, con Barthélemy Saint Hilaire, que "el escolasticismo, en su resultado general, es la primera revuelta del espíritu moderno contra la autoridad." No obstante, uno está obligado por los hechos de la historia a admitir que hay más verdad en esa descripción que en el juicio superficial de los historiadores que describen el escolasticismo como la subordinación de la razón a la autoridad.

Detalles del método escolástico

La manera escolástica de tratar los problemas de la filosofía y la teología se hace evidente de un vistazo en el cuerpo literario que los escolares producían. La inmensa cantidad de comentarios sobre Aristóteles, Pedro Lombardo, Boecio, Pseudo-Dionisio y las Escrituras indica la forma de la actividad académica que caracteriza el período escolástico. El uso de textos data de muy a principios de la época escolástica en filosofía y teología y fue continuado hasta los tiempos modernos. El maestro maduro, sin embargo, frecuentemente encuadraba los resultados de su propia especulación en una Summa, que, después, se volvía libro de texto en las manos de sus sucesores. Las Questiones disputatae eran tratados especiales de los temas más difíciles o importantes, y como el nombre indicaba, seguían el método de debate prevaleciente en las escuelas, generalmente llamado disputa o determinación. Los Quodlibeta eran misceláneas generalmente en la forma de respuestas a preguntas que, tan pronto como un profesor obtenía un renombre muy extendido, empezaban a llegar a él no sólo del mundo académico en el que vivía, sino toda clase de personas y de todas partes de la cristiandad. La división de los temas en teología era determinado por el arreglo de Pedro Lombardo en sus "Libros de las sentencias" (véase SUMMA, SIMMULAE), y en filosofía se adhirió cercanamente al orden de tratados en los trabajos de Aristóteles. Hay una gran divergencia entre los principales escolásticos en los detalles de orden, así como en los valores relativos a los subtítulos "parte", "cuestión", "disputar", "artículo", etc. Todos, sin embargo, adoptan la manera de tratamiento por la que tesis, objeciones y soluciones a objeciones saltan distintivamente en la discusión de cada problema. Encontramos rastros de esto en el pequeño tratado de Gerbert "De rational et ratione uti" en el siglo décimo, y es adoptado aún más definidamente en el de Abelardo "Sic et non". Tiene su raíz en el método aristotélico, pero fue determinado más inmediatamente por la actividad dialéctica de las primeras escuelas de las cuales, como se dijo, el escolasticismo surgió.

Mucho se ha dicho a favor y en contra de la terminología escolástica en filosofía y teología. Es generalmente más reconocido que cualquier precisión que haya en las lenguas modernas de Europa occidental se debe en gran medida a los discursos dialécticos de los escolásticos. Por otra parte, el ridículo ha sido derramado en la rigidez, la aspereza y la barbaridad del estilo escolástico. En un estudio imparcial de la cuestión, debe ser recordado que los escolásticos del siglo decimotercero -y no eran ellos sino sus sucesores quienes eran culpables de los pecados de estilo más grotescos- eran confrontados con un problema de terminología único en la historia del pensamiento. Rápidamente se posesionaron de una literatura completamente nueva: los trabajos de Aristóteles. Hablaban una lengua, el latín, en la que la terminología de Aristóteles en metafísica, psicología, etc., no había hecho impresión alguna. Consecuentemente, estaban obligados a crear al mismo tiempo palabras y frases para expresar la terminología de Aristóteles , una terminología notable por su volumen, su variedad y su complejidad técnica. Lo hicieron honesta y humildemente, traduciendo las frases de Aristóteles literalmente, y muchas frases latinas de sonido extraño en los escritos de los escolásticos estarían muy bien en griego aristotélico, si regresan palabra por palabra en esa lengua. El latín de los mejores de los escolásticos puede carecer de elegancia y distinción, pero nadie negará los méritos de su rigurosa severidad de enunciado y su lógica sonoridad de estructuración. Aún queriendo las gracias de lo que se llama el estilo refinado, gracias que tienen el poder de agradar pero no facilitan la tarea del aprendiz de filosofía, el estilo de los maestros del siglo treceavo poseé las cualidades fundamentales: claridad, concisión y riqueza de la frase técnica.

Contenido del Sistema Escolástico

En lógica, los escolásticos adoptaron todos los detalles del sistema aristotélico, que fue conocido en el mundo latino por la época de Boecio. Sus contribuciones individuales consistieron en algunas pequeñas mejoras en materia de enseñanza y en la técnica de la ciencia. La teoría fundamental del conocimiento es también aristotélica. Puede describirse diciendo que es un sistema de realismo moderado e intelectualismo moderado. El realismo consiste en enseñar que fuera de la mente existen cosas fundamentalmente universales que corresponden a nuestras ideas universales. El intelectualismo moderno está resumido en los dos principios:

todo nuestro conocimiento se deriva del conocimiento sensitivo; y

el conocimiento intelectual difiere del conocimiento sensitivo no sólo en el grado sino también en la clase. En este sentido, el escolasticismo evita el innatismo, en el cual todas nuestras ideas, o parte de nuestras ideas, nacen con el alma y no tienen origen en el mundo exterior a nosotros. Al mismo tiempo, evita el sensitivismo, en el que nuestro conocimiento intelectual es sólo conocimiento sensitivo de una clase más alta o más fina. Los escolásticos, más aún, dieron un firme paso contra la doctrina del subjetivismo. En su discusión del valor del conocimiento sostuvieron que hay un mundo externo que es real e independiente de nuestros pensamientos. En ese mundo están las formas que hacen las cosas ser lo que son. Las mismas formas recibidas en la mente en el proceso de conocer nos causan no ser el objeto sino conocer el objeto. Esta presencia de cosas en la mente por medio de formas es representación real, o mejor, presentación. Porque es la cosa objetiva por la que estamos primero conscientes de ella, no su representación en nosotros.

La visión escolástica del mundo natural es aristotélica. Los escolares adoptan la doctrina de materia y forma, que aplican no sólo a cosas vivientes sino también a la naturaleza inorgánica. Desde que la forma, o su causa, siempre está luchando por su propia realización o actualización, la visión de la naturaleza a la que esta doctrina dirige es teológica. En vez, sin embargo, de atribuir un propósito en una manera vaga o insatisfactoria a la misma naturaleza, los escolásticos atribuían el diseño al inteligente, providente autor de la naturaleza. El principio de finalidad entonces adquirió un significado más preciso y al mismo tiempo el peligro de una interpretación panteísta fue evitada. En la cuestión de la universalidad de la materia los escolares se dividieron entre sí; algunos, como los profesores franciscanos, manteniendo que todos los seres creados son materiales; otros, como Santo Tomás, sosteniendo la existencia de "formas separadas", como los ángeles, en quienes hay potencia pero no materia. Nuevamente, en la cuestión de la unicidad de las formas substanciales, no hubo acuerdo alguno. Santo Tomás sostuvo que en cada substancia individual material, orgánica o inorgánica, hay sólo una forma substancial, que confiere ser, substancialidad, y, en consideración al hombre, vida, sensación y razón. Otros, por el contrario, creían que en una substancia, el hombre, por ejemplo, hay simultáneamente muchas formas, una de las cuales confiere existencia, otra substancialidad, otra vida y otra razón. Finalmente, había divergencia de visiones como de qué es el principio de individualidad, por el que muchos individuos de la misma especie se diferencían unos de otros. Santo Tomás enseñó que el principio de individualidad es la materia con sus dimensiones determinadas, materia signata.

Con respecto a la naturaleza del hombre, los primeros escolásticos eran agustinianos. Su definición del alma es lo que se puede llamar la definición espiritual, en oposición a la biológica. Ellos sostenían que el alma era el principio de la actividad de pensamiento, y que el ejercicio de los sentidos es un proceso desde el alma al cuerpo, no un proceso de todo el organismo, esto es, del cuerpo animado por el alma. Los escolásticos del siglo decimotercero francamente adoptaron la definición aristotélica del alma como el principio de la vida, no meramente del pensamiento. Por lo tanto, mantenían, el hombre es un compuesto de cuerpo y alma, cada uno de los cuales es un principio substancial incompleto siendo la unión, consecuentemente, inmediata, vital y substancial. Para ellos no hay necesidad de un intermediario "cuerpo de luz" como San Agustín imaginó que existía. Todas las actividades vitales del ser humano individual están adscritas finalmente al alma, como a su principio activo, aunque pueden tener principios más inmediatos, a saber, las facultades, como la inteligencia, los sentidos, los poderes vegetativo y muscular. Pero mientras el alma está en este sentido relacionada con todas las funciones vitales, siendo, de hecho, la fuente de ellas, y el cuerpo entra como un principio pasivo en todas las actividades del alma, se debe hacer una excepción en consideración a las actividades de pensamiento inmateriales. Son, como todas las otras actividades, actividades del individuo. El alma es el principio activo de ellas. Pero el cuerpo contribuye a ellas, no de la misma manera intrínseca en la que contribuye a ver, oír, digerir, etc., sino sólo de una manera extrínseca, proporcionando los materiales con los que el intelecto elabora ideas. Esta dependencia extrínseca explica el fenómeno de la fatiga, etc. Al mismo tiempo deja al alma tan independiente intrínsecamente que lo último es verdaderamente inmaterial. De la inmaterialidad del alma se sigue su inmortalidad. Poniendo aparte la posibilidad de aniquilamiento, posibilidad a la que todas las criaturas, incluso los ángeles, están sujetas, el alma humana es naturalmente inmortal, y su inmortalidad, cree Santo Tomás, puede ser probada desde su inmaterialidad. Duns Escoto, sin embargo, cuya noción de los requerimientos estrictos de una demostración fue influenciada por su instrucción en matemáticas, niega la fuerza conclusiva del argumento de la inmaterialidad y señala la incertidumbre u obscuridad de Aristóteles en este punto. Aristóteles, interpretado por los árabes, fue, sin duda, opuesto a la inmoralidad. Fue, sin embargo, uno de los mayores logros de Santo Tomás en filosofía que, especialmente en su opusculum "De unitate intellectus", refutó la interpretación árabe de Aristóteles, mostró que el intelecto activo es parte del alma individual y por tanto quitó la incertidumbre que, para los aristotelianos, colgaba alrededor de las nociones de inmaterialidad e inmoralidad. De la inmaterialidad del alma se sigue no sólo que es inmortal, sino también que es originada por un acto de creación. Fue creada al momento en el que se unió con el cuerpo: creando infunditur, et infundendo creatur es la frase escolástica.

La metafísica escolástica añadió al sistema aristotélico una total discusión de la naturaleza de la personalidad, restableció en términos más certeros los argumentos tradicionales para la existencia de Dios, y desarrolló la doctrina del gobierno providencial del universo. Las exigencias de discusión teológica ocasionaron también un análisis minucioso de la naturaleza del accidente en general y de la cantidad en particular. La aplicación de los principios resultantes a la explicación del misterio de la Eucaristía, contenida en los trabajos de Santo Tomás al respecto, es uno de los más exitosos de todos los intentos escolásticos para llevar la fe razonablemente por caminos de discusión dialéctica. De hecho, puede decirse, en general, que la peculiar excelencia de los escolásticos como pensadores sistemáticos consistió en su habilidad de apropiarse de las distinciones metafísicas más profundas, como la materia y la forma, potencia y acto, substancia y accidente, y aplicarlos a toda división del pensamiento. No eran meros aprioristas; reconocían en principio y en práctica que el método científico comienza con la observación de hechos. Sin embargo, destacaron más que nada en el talento que es peculiarmente metafísico: el poder de tomar principios generales abstractos y aplicarlos consistente y sistemáticamente.

Como la ética del escolasticismo no es distintivamente cristiana, buscando exponer y justificar la ley divina y las normas morales cristianas, es aristotélica. Esto está libre de la adopción y aplicación de la definición aristotélica de la virtud como el punto medio de oro entre dos extremos. Fundamentalmente, la definición es eudemonista. Se apoya en la convicción de que el bien supremo del hombre es la felicidad, que la felicidad es la realización, o completa actualización, de la naturaleza de uno, y que la virtud es un conducto esencial para un fin. Pero lo que es vago e insatisfactorio en el eudemonismo aristotélico se vuelve definido y seguro en el sistema escolástico, que determina el significado de felicidad y realización de acuerdo al propósito divino en la creación y la dignidad a la que el hombre está destinado como hijo de Dios.

En su discusión de los problemas de filosofía política los filósofos del siglo treceavo, aunque no descartando las visiones teológicas de San Agustín contenidas en "La ciudad de Dios", establecieron una nueva fundación para el estudio de organizaciones políticas introduciendo la definición científica de Aristóteles del origen y propósito de la sociedad civil. El hombre, dice Santo Tomás, es naturalmente un animal social y político. Dando a los seres humanos una naturaleza que requiere la cooperación de otros seres humanos para su bienestar, Dios ordenó al hombre para la sociedad, y por tanto es Su voluntad que los príncipes deban gobernar con miras al bien público. El fin por el que el estado existe no es, entonces, meramente vivere sino bene vivere. Todo lo que hace al fife mejor y más alegre está incluido la divina constitución de la que reyes y regentes reciben su autoridad. Los tratados escolásticos en esta materia y los comentarios de las "Políticas" de Aristóteles prepararon el camino para las discusiones medievales y modernas de problemas políticos. En esta división del pensamiento, como en muchos otros, los escolares hicieron cuando menos un servicio que la posteridad debe apreciar: luchan por expresar en forma clara y sistemática lo que estuvo presente en la conciencia de la cristiandad en sus días.

Fuente: Turner, William. "Scholasticism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 13. New York: Robert Appleton Company, 1912.<http://www.newadvent.org/cathen/13548a.htm>.

Traducido por Juan Ignacio González Gómez