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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Ascetismo

De Enciclopedia Católica

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Definición

La palabra ascetismo viene del griego askesis que significa la práctica, el ejercicio corporal y más especialmente, el entrenamiento atlético. Los primeros cristianos la adoptaron para denotar la práctica de las cosas espirituales, o ejercicios espirituales realizados con el propósito de adquirir los hábitos de virtud. Al presente se emplea a menudo en un sentido oprobioso para designar las prácticas religiosas de los fanáticos orientales así como las de los santos cristianos, ambas de las cuales son colocadas en la misma categoría. Es común que la confundan con “austeridad”, incluso los católicos, pero incorrectamente; pues aunque la carne está continuamente deseando contra el espíritu, y la represión y la auto negación son necesarias para controlar las pasiones animales, sería un error medir la virtud de una persona por la extensión y carácter de sus penitencias corporales. Las penitencias externas, incluso en los santos, son consideradas con sospecha.

San Jerónimo, cuya propensión a la austeridad lo convierte en una autoridad especialmente valiosa sobre este asunto, le escribe así a Celantia: “Mantente en guardia cuando comiences a mortificar tu cuerpo por la abstinencia y el ayuno, para que no te imagines que eres perfecta y una santa; la perfección no consiste en esta virtud. Es sólo una ayuda; una disposición; un medio aunque apropiado, para el logro de la verdadera perfección.” Así el ascetismo, de acuerdo con la definición de San Jerónimo, es un esfuerzo por alcanzar la verdadera perfección, siendo la penitencia solamente una virtud auxiliar de la misma. Cabe señalar también que la Escritura y los escritores ascéticos utilizan comúnmente la expresión "el ayuno y la abstinencia" como un término genérico para todo tipo de penitencia.

El ascetismo tampoco se debe identificar con el misticismo; pues, aunque el misticismo verdadero no puede existir sin el ascetismo, lo contrario no es cierto. Uno puede ser un asceta sin ser un místico. El ascetismo es ético, místico, en gran parte intelectual. El ascetismo tiene que ver con las virtudes morales; el misticismo es un estado de oración inusual o contemplación. Ellos son distintos uno de otro, aunque mutuamente cooperativos. Además, aunque el ascetismo se asocia generalmente con las características objetables de la religión, y algunos lo consideran como una de ellas, puede ser y es practicado por aquellos que les gusta dejarse llevar por motivos no religiosos, sean cuales sean.

Ascetismo Natural

Si por satisfacción personal, o interés propio, o cualquier otra razón meramente humana, un hombre tiene por objeto la adquisición de las virtudes naturales, por ejemplo, la templanza, la paciencia, la castidad, la mansedumbre, etc., por el hecho mismo, él se está ejercitando en cierto grado de ascetismo. Pues ha entrado en una lucha con su naturaleza animal; y si ha de lograr alguna medida de éxito, sus esfuerzos deben ser continuos y prolongados. Tampoco puede excluir la práctica de la penitencia. De hecho él con frecuencia se infligirá dolor tanto corporal como mental. No permanecerá dentro de los límites de la necesidad estricta. Se castigará severamente, ya sea para expiar las fallas, o para fortalecer su capacidad de resistencia, o para fortalecer a sí mismo contra faltas futuras. Será descrito comúnmente como un asceta, como de hecho lo es. Pues está tratando de someter la parte material de su naturaleza a la espiritual, o en otras palabras, se esfuerza por la perfección natural. El defecto de este tipo de ascetismo es que, además de ser propenso a errores en los actos que realiza y los medios que adopta, su motivo es imperfecto, o malo. Puede ser provocado por razones egoístas de utilidad, placer, estética, ostentación u orgullo. No se ha de confiar en él para esfuerzos serios y puede fácilmente ceder bajo la tensión del cansancio o la tentación. Por último, fracasa en reconocer que la perfección consiste en la adquisición de algo más que la virtud natural.

Ascetismo Cristiano

El ascetismo cristiano es impulsado por el deseo de hacer la voluntad de Dios; cualquier elemento personal de auto-satisfacción que entre al motivo lo viciaría más o menos. Su objeto es la subordinación de los apetitos inferiores a los dictados de la recta razón y de la ley de Dios, con el cultivo continuo y necesario de las virtudes que el Creador quiso que el hombre poseyese. Hablando en términos absolutos, la razón humana puede detectar la voluntad de Dios en este asunto, pero se establece de forma explícita para nosotros en los Diez Mandamientos, o Decálogo, que suministra un código completo de conducta ética. Algunos de estos mandamientos son positivos; otros negativos. Los preceptos negativos, "no matarás", "no cometerás adulterio", etc., implican la represión de los apetitos inferiores, y por lo tanto requieren la penitencia y la mortificación; pero también tienen la intención, y efecto, de cultivar de las virtudes que se oponen a las cosas prohibidas. Desarrollan mansedumbre, gentileza, autocontrol, paciencia, continencia, castidad, justicia, honestidad, amor fraternal, que son positivos en su carácter, magnanimidad, liberalidad, etc.; mientras que los tres primeros que son de carácter positivo, "adorarás a tu Dios", etc., ponen en ejercicio vigoroso y constante las virtudes de la fe, la esperanza, la caridad, la religión, la reverencia y la oración.

Por último el cuarto insiste en la obediencia, respeto a la autoridad, la observancia de la ley, la piedad filial y similares. Tales eran las virtudes practicadas por la masa del pueblo de Dios bajo la antigua ley, y esto puede ser considerado como el primer paso hacia el verdadero ascetismo. Pues aparte de los muchos ejemplos de santidad exaltada entre los antiguos hebreos, la vida de los fieles seguidores de la Ley, es decir, el cuerpo principal de la gente común, debe haber sido como la Ley ordenaba, y aunque su elevación moral no podría ser designada como ascetismo en el presente significado restringido y distorsionado del término, sin embargo, es probable que apareció ante el mundo pagano de aquellos tiempos muy parecido a como lo hace la virtud exaltada al mundo de hoy. Incluso las obras de penitencia a las que fueron sometidos en los muchos ayunos y abstinencia, así como los requisitos de sus prácticas ceremoniales eran mucho más severas que las impuestas a los cristianos que los sucedieron.

En la Nueva Ley la fuerza vinculante de los Mandamientos continuó, pero la práctica de la virtud tomó otro aspecto, en la medida en que el motivo dominante presentado al hombre para el servicio de Dios no era el miedo, sino el amor, aunque el miedo no se eliminó de ninguna manera. Dios iba a ser el Señor de hecho, pero era al mismo tiempo el Padre y los hombres eran sus hijos. Además, debido a esta filiación el amor al prójimo ascendió a un plano superior. El "prójimo" del judío era uno del pueblo elegido, e incluso a él se le debía exigir justicia rigurosa; era ojo por ojo y diente por diente. En la dispensación cristiana el prójimo no es sólo uno de la verdadera fe, sino también el cismático, el marginado y el pagano. El amor se extiende incluso a los enemigos, y se nos pide orar por, y hacer el bien a los que nos calumnian y nos persiguen. Este amor sobrenatural, incluso para los representantes más viles y repelentes de la humanidad, constituye una de las marcas distintivas del ascetismo cristiano. Además, la revelación más prolongada y luminosa de las cosas divinas, junto con la mayor abundancia de asistencia espiritual conferida principalmente a través de la instrumentalidad de los sacramentos, hacen la práctica de la virtud más fácil y atractiva y a la vez más elevada, generosa, intensa y duradera; mientras que la universalidad del cristianismo levanta la práctica del ascetismo de los estrechos límites de ser el privilegio exclusivo de una sola raza a una posesión común de todas las naciones de la tierra. Los Hechos de los Apóstoles muestran la transformación efectuada inmediatamente entre los judíos devotos que formaban las primeras comunidades de cristianos. Esa nueva y elevada forma de virtud se ha mantenido en la Iglesia desde entonces.

Dondequiera que a la Iglesia se le ha permitido ejercer su influencia, nos encontramos con la virtud del orden más alto entre su gente. Incluso entre aquellos que el mundo considera como simples e ignorantes hay las más asombrosas percepciones de verdades espirituales, intenso amor de Dios y de todo lo que se relaciona con él, a veces hábitos notables de oración, pureza de vida, tanto en los individuos como en las familias, paciencia heroica para resignarse a la pobreza, sufrimiento corporal, y persecución, magnanimidad al perdonar las injurias, tierno cuidado por los pobres y afligidos, aunque ellos mismos puedan estar casi en la misma condición; y lo más característico de todo, una completa ausencia de envidia a los ricos y una satisfacción generalmente serena y felicidad con su propia suerte; mientras que resultados similares se alcanzan entre los ricos y grandes, aunque no en la misma medida. En una palabra, se ha desarrollado una actitud de alma tan en contradicción con los principios y métodos generalmente prevalentes en el mundo pagano que, desde el principio, y de hecho en todo, bajo la Ley antigua, era descrita comúnmente y denunciada como una locura.

Podría ser clasificado como ascetismo muy elevado si su práctica no fuese tan común, y si las condiciones de pobreza y sufrimiento en las que se practican con mayor frecuencia estas virtudes no fuesen el resultado de la necesidad física o social. Pero incluso si estas condiciones no son voluntarias, la aceptación paciente y resignada de ellas constituye un tipo de espiritualidad muy noble que se va convirtiendo fácilmente en una de una clase superior y puede ser designada como su tercer grado, que puede ser descrita como sigue: En la Nueva Ley tenemos no sólo la reafirmación de los preceptos de la Antigua, sino también las enseñanzas y ejemplo de Cristo, quien, además de requerir obediencia a los Mandamientos, continuamente apela a sus seguidores para pruebas de un afecto personal y una imitación más cercana de su vida que es posible por el mero cumplimiento de la Ley. Los motivos y la forma de esta imitación se establecen en el Evangelio, que es la base tomada por los escritores ascéticos para sus instrucciones. Esta imitación de Cristo transcurre generalmente a lo largo de tres líneas principales, a saber: la mortificación de los sentidos, la no mundanalidad y el desprendimiento de los lazos familiares.

Es aquí especialmente que el ascetismo entra para la censura por parte de sus oponentes. La mortificación, la no mundanalidad y el desapego son particularmente desagradable para ellos. Sin embargo, en respuesta a su objeción será suficiente señalar que las condenas de estas prácticas o aspiraciones deben caer sobre la Sagrada Escritura también, ya que da una orden clara para las tres. Así tenemos, en cuanto a la mortificación, las palabras de San Pablo, quien dice: “Castigo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado” (1 Cor. 9,27); mientras que Nuestro Señor dice: “El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí.” (Mt. 10,38). Recomendando la no mundanalidad tenemos: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18,36); aprobando el desapego está el texto, para no citar otros: “si alguno viene a mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío” (Lc. 14,26). Apenas es necesario señalar, sin embargo, que la palabra "odio" no ha de tomarse en su sentido estricto, sino sólo como indicador de un mayor amor a Dios que por todas las cosas juntas. Tal es el esquema general de este orden superior de ascetismo.

El carácter de este ascetismo está determinado por su motivo. En primer lugar, un hombre puede servir a Dios de tal manera que esté dispuesto a hacer cualquier sacrificio antes que cometer un pecado grave. Esta disposición del alma, que es la más baja en la vida espiritual, es necesaria para la salvación. Además, puede estar dispuesto a hacer cualquier sacrificios antes que ofender a Dios por el pecado venial. Por último, cuando no es cuestión de pecado en absoluto, puede estar dispuestos a emprender lo que hará que su vida armonice con la de Cristo. Es este último motivo el que adopta la clase más alta de ascetismo. San Ignacio llama a estas tres etapas “los tres grados de humildad”, debido a que son los tres pasos para la eliminación del yo, y en consecuencia tres grandes avances hacia la unión con Dios, quien entra al alma en la medida que el yo es expulsado. Es el estado espiritual del cual habla San Pablo cuando dice: "…y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2,20.).

Otros escritores ascéticos los describe como estados o condiciones de los principiantes, los proficientes y los perfectos. Sin embargo, no han de ser considerados como cronológicamente distintos; como si el hombre perfecto no tuviese nada que ver con los métodos del principiante, o viceversa. “La construcción del edificio espiritual", dice Scaramelli, "es simultáneo en todas sus partes. Se extiende el techo mientras se sientan las bases." Por lo tanto, el hombre perfecto, incluso con su motivo sublime de imitación, siempre tiene necesidad del miedo a la condenación, con el fin de que, como San Ignacio lo expresa, si alguna vez el amor de Dios se enfría, el miedo al infierno pueda reavivarlo de nuevo. Por otro lado, el principiante que ha roto con el pecado mortal ha comenzado a en su crecimiento hacia la caridad perfecta. Estos estados también son descritos como los caminos purgativo, iluminativo y unitivo.

Es evidente que la práctica de la no mundanalidad, del desapego de la familia y otros lazos, deberá ser para la mayoría no la ejecución real de esas cosas, sino sólo la seria disposición o el estar listos para hacer tales sacrificios en caso de que Dios lo requiera, lo cual, como cuestión de hecho, Él no se lo requiere a esa mayoría. Ellos son sólo afectivos, y no efectivos, pero, no obstante, constituyen una clase de espiritualidad muy sublime. Sublime como es, hay muchos ejemplos de ello en la Iglesia, ni es la posesión exclusiva de aquellos que han abandonado el mundo o están a punto de hacerlo, sino que es la posesión también de muchos cuya necesidad los obliga a vivir en el mundo, tanto casados como solteros, de los que disfrutan del honor y la riqueza y de responsabilidad, así como de aquellos que están en condiciones opuestas. No pueden realizar sus deseos o aspiraciones, pero sus afectos toman esa dirección.

Así hay una multitud de hombres y mujeres que aunque viven en el mundo no son de él, que no tienen gusto o afición por el despliegue mundano, aunque a veces su posición social o de otro tipo lo obliguen a asumirlo, que evitan las promociones o el honor mundano no por pusilanimidad, sino por indiferencia o desprecio, o por el conocimiento de su peligrosidad; que, con oportunidades para el placer, practican la penitencia, a veces del carácter más riguroso; que estarían dispuestos, si fuese posible, a dedicar sus vidas a obras de caridad o devoción, que aman a los pobres y que dan limosnas en la medida de sus medios, y aún más; que sienten una gran atracción por la oración, y que se retiran del mundo cuando es posible para la meditar sobre las cosas divinas; que frecuentan los sacramentos asiduamente; que son el alma de cada empresa para el bien de su prójimo y la gloria de Dios; y cuya preocupación dominante es la promoción del interés de Dios y de la Iglesia. Los obispos y sacerdotes entran especialmente en esta categoría. Incluso los pobres y humildes, que, no teniendo nada que dar, y aun así darían si tuviesen alguna propiedad, pueden clasificarse entre esos servidores de Cristo.

El hecho de que este ascetismo no es sólo alcanzable, sino que ha sido alcanzado por laicos, sirve para poner de manifiesto la verdad que a veces se pierde de vista, a saber, que la práctica de la perfección no se limita al estado religioso. De hecho, aunque uno pueda vivir en el estado de perfección, es decir, ser un miembro de una orden religiosa, puede ser superado en perfección por un laico en el mundo. Pero para reducir estas sublimes disposiciones a la práctica real, para hacerlas no sólo afectivas, sino efectivas, para comprender lo que Cristo quiso decir cuando, después de haber hablado a la multitud en el monte de las bienaventuranzas sobre la pobreza de espíritu, dijo a los apóstoles: “Bienaventurados los pobres”, y para reproducir también las otras virtudes de Cristo y los apóstoles, la Iglesia estableció una vida de pobreza, castidad y obediencia reales. Para ese propósito ha fundado órdenes religiosas, permitiendo así a los que están deseosos y capaces de practicar este orden superior de ascetismo a hacerlo con mayor facilidad y con mayor seguridad.

Ascetismo Monástico o Religioso

El establecimiento de las órdenes religiosas no fue el resultado de una legislación obligatoria repentina de la Iglesia. Por el contrario, los gérmenes de la vida religiosa fueron implantados en ella por Cristo mismo desde el principio; pues en los Evangelios tenemos repetidas invitaciones a seguir los consejos evangélicos. De ahí que en los primeros tiempos de la Iglesia, encontramos esa clase particular de ascetismo ampliamente practicado que más tarde se convirtió en la forma adoptada por las órdenes religiosas. En la “Historia del Breviario Romano” de Batiffol (tr. Bayley), 15, leemos:

"A medida que la Iglesia al extenderse se había vuelto más fría, había tenido lugar en su seno un acercamiento de esas almas que eran poseídas por el mayor celo y fervor. Estas eran hombres y mujeres, por igual, que vivían en el mundo sin soltarse de las ataduras y obligaciones de la vida ordinaria, sin embargo, obligándose por votos privados o profesión pública de vivir en castidad toda su vida, de ayunar toda la semana y de pasar sus días en la oración. En Siria eran llamados monazonites y parthenae, ascetas y vírgenes. Ellos formaban, por así decirlo, una tercera orden, una confraternidad. En la primera mitad del siglo IV encontramos estas asociaciones de ascetas y vírgenes establecidos en todas las grandes iglesias de Oriente, en Alejandría, Jerusalén, Antioquía, Edesa.”

Hombres como Atanasio, Clemente de Alejandría, Juan Crisóstomo y otros escribieron y legislaron para ellos. Tenían un lugar especial en los servicios de la iglesia y es de destacar también que en Antioquía "los ascetas formaban el cuerpo principal del partido ortodoxo o niceno." Sin embargo, "datando desde el reinado de Teodosio y el momento en que el catolicismo se convirtió en la religión social del mundo, viene el movimiento en que en la sociedad religiosa se manifestó una profunda división. Estos ascetas y vírgenes, que hasta ahora se habían mezclado con el cuerpo común de los fieles, abandonar el mundo y se adentran al desierto. La Iglesia de la multitud ya no es una ciudad suficientemente santa para estos puros; salen a construir en el desierto la Jerusalén que anhelan” (Cfr Duchesne, Christian Worship). Batiffol dice que el momento en que comenzaron estas fundaciones fue "cuando el catolicismo se convirtió en la religión social". Antes de eso, con su entorno pagano, estos establecimientos habrían estado fuera de la cuestión. El instinto para las instituciones monásticas estaba allí, pero su realización se retrasó.

Los que entran a una orden religiosa toman los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, que se consideran aquí solamente en la medida en que diferencian un tipo particular de ascetismo de otras formas. Se le llaman votos sustanciales porque son la base de una condición o estado de vida permanente y fijo, y afectan, modifican, determinan, y dirigen toda la actitud de quien está obligado a ellas en sus relaciones con el mundo y con Dios. Constituyen un modo de existencia que no tiene otro propósito que el que algunos de estos penitentes puedan tener la consecución de la máxima perfección espiritual. Al ser perpetuos, garantizan la permanencia en la práctica de la virtud y evitan que sea intermitente y esporádica; al ser una rendición absoluta, libre, (irrevocable) y completa de las posesiones más preciosas del hombre, su cumplimiento crea una espiritualidad, o una especie de ascetismo, del carácter más heroico. De hecho, es inconcebible qué más se puede ofrecer a Dios, o cómo estas virtudes de la pobreza, castidad y obediencia pueden ejercerse en un mayor grado. Que la observancia de estos votos es una reproducción de la forma de vida de Cristo y de los apóstoles, y como consecuencia ha dado innumerables santos a la Iglesia, es respuesta suficiente a la acusación de que las obligaciones que imponen son degradantes, inhumanas y crueles, un reproche presentado a menudo en contra de ellos.

Aunque están de acuerdo en la práctica de las mismas virtudes fundamentales, los cuerpos religiosos se diferencian entre sí por el objeto particular que provocó su formación por separado, es decir, una cierta necesidad de la Iglesia, un nuevo movimiento que tuvo que ser dirigido, alguna rebelión o herejía que tuvo que ser combatida, alguna ayuda espiritual o corporal que tuvo que ser llevada a la humanidad, etc. A partir de esto resultó que, además de la observancia de las tres virtudes principales de pobreza, castidad y obediencia, cada uno cultiva alguna virtud especial. Así, al comienzo del cristianismo, cuando el trabajo era considerado un símbolo de esclavitud, los grandes, los eruditos, los nobles, así como los humildes, los ignorantes y los pobres, llenaron los desiertos de Egipto y se sostenían a sí mismos por el trabajo manual, y su retirada del mundo era también una protesta contra la corrupción del paganismo.

Después de la destrucción del Imperio Romano los benedictinos enseñaron a los bárbaros agricultura, artes, letras, arquitectura, etc., mientras les inculcaban las virtudes del cristianismo; la pobreza de los franciscanos era una condena del lujo y la extravagancia de la época en la que se originaron; la necesidad de proteger a los fieles de la herejía dio lugar a la Orden de Predicadores; la rebelión contra la autoridad y la defección del Papa requirió que la Compañía de Jesús hiciese especial énfasis en la obediencia y lealtad a la Santa Sede; la defensa de la Tierra Santa creó las órdenes militares; la redención de cautivos, el cuidado de los enfermos y pobres, la educación, el trabajo misionero, etc., todos llamaron a existencia una inmensa variedad de congregaciones, cuyas energías se dirigieron a lo largo de una línea especial de buenas obras, con el consiguiente desarrollo de un grado inusual de las virtudes que se necesitaban para alcanzar ese fin especial. Mientras tanto, las normas, que cubrían cada detalle y cada momento de sus vidas diarias requerían la práctica de todas las demás virtudes.

En algunas órdenes las reglas no mencionan la penitencia corporal en absoluto, dejándola a la devoción individual; en otras, se prescribe gran austeridad pero se previene contra el exceso de ambos por el hecho de que las reglas han sido sometidas a la aprobación pontificia y porque los superiores pueden conceder excepciones. Que tales prácticas penitenciales producen caracteres morbosos y sombríos es absurdo para aquellos que conocen la alegría que prevalece en las comunidades religiosas estrictas; no se puede sostener seriamente que sean perjudiciales para la salud y que acortan la vida en vista de la notable longevidad observada entre los miembros de órdenes muy austeras. Es verdad que en las vidas de los santos nos encontramos con algunas mortificaciones muy extraordinarias y aparentemente extravagantes; pero en primer lugar, lo que es extraordinario, extravagante y severo en una generación no puede serlo en otra que es más brusca y más acostumbrada a las dificultades. Además, no se proponen para la imitación, ni que el biógrafo no estuviese exagerando, o describiendo como continuo lo que era sólo ocasional; y por otro lado, no es prohibido suponer que algunos de los penitentes pueden haber sido impulsados por el Espíritu de Dios que se diesen a sí mismos como víctimas expiatorias por los pecados de otros.

Además no hay que olvidar que estas prácticas iban mano a mano con el cultivo de las virtudes más sublimes, que en su mayoría eran realizadas en secreto, y en ningún caso para la ostentación y exhibición. Pero incluso si hubo abuso, la Iglesia no se hace responsable de las aberraciones de los individuos, ni su enseñanza se vuelve errónea si es malentendida o mal aplicada, como se podría haber hecho inadvertida o inconscientemente, incluso por los más santos de sus hijos, en el uso exagerado de la penitencia corporal. La virtud de la prudencia es una parte del ascetismo. La reforma o supresión de determinadas órdenes debido a la corrupción sólo enfatiza la verdad de que el ascetismo monástico significa un esfuerzo organizado para alcanzar la perfección. Si ese propósito se mantiene a la vista, la orden sigue existiendo; si deja de ser ascética en su vida, es abolida.

Una acusación contra el ascetismo religioso es que es sinónimo de ociosidad. Tal defecto ignora toda la historia pasada y contemporánea. Fueron los monjes ascetas los que prácticamente crearon nuestras civilizaciones presentes mediante la enseñanza del valor y la dignidad del trabajo manual a las tribus bárbaras; mediante la capacitación en las artes mecánicas, en la agricultura, en la arquitectura, etc.; mediante la puesta en cultivo de pantanos y bosques, y la formación de centros industriales a partir de los cuales se desarrollaron las grandes ciudades, por no hablar de las instituciones de enseñanza que se establecieron en todas partes. Omitiendo los casos especialmente destacados ahora ante el mundo, a saber, la gran cantidad de industria y esfuerzo implicado en el establecimiento, la organización, la administración y el apoyo de decenas de miles de asilos, hospitales, refugios y escuelas en países civilizados por hombres y mujeres que se consumen a sí mismos en trabajar por el bien de la humanidad, hay cientos de miles de hombres y mujeres unidos por votos y practicando el ascetismo religioso que, sin compensación alguna para ellos, salvo la sobrenatural de sacrificarse por los demás, se encuentran hoy día trabajando entre las tribus salvajes de todo el mundo, enseñándoles a construir casas, labrar sus campos, trabajar en oficios, cuidar a sus familias, mientras que al mismo tiempo le imparten el aprendizaje humano en el trabajo arduo en las escuelas, y los llevan por el camino de la salvación.

El ocio y el ascetismo son absolutamente incompatibles entre sí, y la institución monástica donde prevalece la inactividad ya ha perdido su ascetismo y, si no es arrastrada por algún trastorno especial, será abolida por legislación eclesiástica. El precepto que San Pablo estableció para los cristianos ordinarios ha sido siempre un principio fundamental del ascetismo auténtico: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Tes. 3,10). Sin embargo, como cuestión de hecho, la Iglesia rara vez ha tenido que recurrir a una medida tan drástica como la destrucción. Ella ha reformado fácilmente las órdenes religiosas que, al darle a ella muchos de sus hombres más sabios y santos más ilustres, han sido siempre una fuente de orgullo debido al estupendo trabajo que han logrado, no sólo para el honor de Dios y promoción de la Iglesia, sino para edificar a la humanidad llevándola por los caminos de la virtud y la santidad, y para establecer instituciones de caridad y benevolencia para todas las clases de sufrimiento y dolores humanos.

En aparente contradicción con la afirmación de que la expresión más alta del ascetismo se encuentra en la vida monástica está el hecho de que el monaquismo no sólo existe en las religiones paganas de la India, sino que se asocia con una gran depravación moral. Se han hecho intentos para demostrar que estas instituciones hindúes son simplemente parodias de monasterios cristianos, probablemente las de los antiguos nestorianos, o el resultado de las tradiciones cristianas primitivas. Pero no se puede aceptar ninguna de estas suposiciones, pues, aunque indudablemente, el monacato hindú con el correr del tiempo tomó prestadas algunas de sus prácticas del nestorianismo, el hecho es que existía antes de la venida de Cristo. La explicación de esto es que no es otra cosa que el resultado del instinto religioso natural del hombre de retirarse del mundo para la meditación, la oración y el progreso espiritual, de lo cual se podrían citar ejemplos entre los antiguos griegos y hebreos, y entre nosotros en la Finca Brook y otros experimentos estadounidenses.

Pero si eran sólo imitaciones o impulsos de un instinto natural, sólo sirven para demostrar, en primer lugar, que la reclusión monástica es natural para el hombre; y en segundo lugar, que se necesita una autoridad divinamente constituida para guiar esta propensión natural y para evitar que caigan en esas extravagancias a las que es propenso el entusiasmo religioso. En otras palabras, debe haber un poder espiritual reconocido y absoluto para legislar para él a lo largo de las líneas de la verdad y la virtud, para censurar, condenar y castigar lo que está erróneo en los individuos y asociaciones; un poder capaz de determinar infaliblemente lo que es moralmente correcto y lo incorrecto. Solamente la Iglesia católica reclama ese poder. Siempre ha reconocido el instinto ascético en el hombre, ha aprobado asociaciones para el cultivo de la perfección religiosa, ha establecido reglas minuciosas para su guía, siempre ha ejercido la más estricta vigilancia sobre ellos y nunca ha dudado en abolirlas cuando estaban destinadas. Por otra parte, dado que el ascetismo genuino no se siente satisfecho con la perfección natural, sino que tiene por objeto la sobrenatural, y como en la Nueva Ley la sobrenatural está bajo la tutela de la Iglesia Católica, el ascetismo sólo está seguro bajo su guía.

Ascetismo Judío

Además de los observadores ordinarios de la Antigua Ley, tenemos los grandes santos y profetas hebreos cuyos hechos se registran en la Santa Biblia. Eran ascetas que practicaban la virtud más elevada, y quienes estaban adornados con los más notables dones espirituales, y consagrados al servicio de Dios y sus semejantes. En cuanto a las escuelas de profetas, cualquier cosa que hayan sido, se acepta que uno de sus objetivos era la práctica de la virtud, y a ese respecto pueden ser consideradas como escuelas de ascetismo. Los nazareos, o nazarenos, eran hombres que se consagraban a sí mismos por un voto perpetuo o temporal a abstenerse todos los días de su nazareato, es decir, durante su separación del resto de la gente, del uso del vino y de toda bebida embriagantes, de vinagre hecho de vino o de bebida embriagante, de todo zumo de uvas, de uvas frescas o secas y de hecho de la utilización de cualquier cosa producida a partir de la vid.

Otras observancias que eran de obligación, tal como dejarse crecer el cabello, evitar la impurificación, etc., eran ceremoniales en lugar de ascéticas. Los nazareos eran exclusivamente del sexo masculino, y se dice que no hay ningún caso en el Antiguo Testamento de un nazareo femenino. Eran una clase de personassantas para el Señor” en un sentido especial, y convertían su voto de abstinencia en un ejemplo de abnegación y moderación y una protesta contra los hábitos complacientes de los cananeos, que estaban invadiendo al pueblo de Israel. Sansón y Samuel fueron consagrados por sus madres a este tipo de vida. No es cierto que viviesen en aparte en comunidades distintas; como los hijos de profetas, aunque hay un caso de trescientos de ellos que fueron encontrados juntos al mismo tiempo.

Los Recabitas

Los recabitas (cap. 35 de Jeremías) a quienes, sin embargo, Josefo no menciona, parecen haber sido una tribu normal, que se distinguía principalmente por su abstinencia de vino, aunque no es cierto que tuvieran prohibidas las demás bebidas embriagantes, o que tal abstinencia fuese impulsada por motivos de penitencia. Puede haber sido simplemente para evitar el cultivo de la vid con el fin de mantenerse en su estado nómada, el mejor para escapar de la corrupción de sus vecinos cananeos.

También estaban los esenios que vivían una vida comunitaria, no poseían propiedad individual, mostraban una simplicidad extrema en la dieta y el vestido y vivían aparte de las grandes ciudades para preservarse a sí mismos de la impurificación. Algunos de ellos abjuraban del matrimonio. Se dedicaban a los enfermos, y con tal propósito hacían un estudio especial de las cualidades curativas de las hierbas y se jactaban de poseer recetas médicas que les venían de Salomón. De ahí su nombre, esenios, o curanderos.

Finalmente vienen los fariseos, que eran los puritanos de la Antigua Ley, pero cuyas virtudes y austeridades sabemos que a menudo eran sólo presunción, aunque entre ellos hubo, sin duda, algunos que estaban en serio en la práctica de la virtud. San Pablo se describe a sí mismo como un fariseo de los fariseos.

Se decía que fuera de Judea había cierto número de judíos, hombres y mujeres, que vivían a orillas del Lago Mareotis, cerca de Alejandría, que mezclaban sus propias observancias religiosas con las de los egipcios, y que vivían voluntariamente una vida de pobreza, castidad, trabajo, soledad y oración. Eran llamados terapeutas, cuyo término, al igual que esenios, significa sanadores. Rappoport, en su “Historia de Egipto” (XI. 29) dice que cierta clase de sacerdocio egipcio llevaba un tipo de vida similar. Conocemos de los terapeutas sólo por Filón, pero no se puede determinar cuán verdaderas son sus descripciones.

Ascetismo Herético

Encratitas: En el segundo siglo de la Iglesia aparecen los encratitas, o los austeros. Eran una secta de los herejes gnósticos, principalmente sirios, que, a causa de sus opiniones erróneas sobre la materia, se apartaron de todo contacto con el mundo y denunciaron el matrimonio como impuro.

Montanistas: Para esa misma época surgieron los montanistas, que prohibían un segundo matrimonio, ordenaban ayunos rigurosos, insistían en la perpetua exclusión de la Iglesia de los que habían cometido pecados graves, estigmatizaban la huida en tiempos de persecución como reprobable, afirmaban que las vírgenes debían estar siempre veladas, reprobaban las pinturas, las estatuas, el servicio militar, los teatros y todas las ciencias mundanas.

Maniqueos: En el siglo III los maniqueos afirmaban que el matrimonio es ilícito y se abstenían del vino, la carne, la leche y los huevos; todo lo cual no los apartó de la inmoralidad más obscena.

Flagelantes: Los flagelantes fueron una secta que surgió alrededor del año 1260 d.C. Viajaban de un lugar a otro en Italia, Austria, Bohemia, Baviera y Polonia, flagelándose hasta la sangre, aparentemente para excitar al pueblo a la contrición por sus pecados, pero pronto fueron prohibidos por las autoridades eclesiásticas. Aparecieron de nuevo en el siglo XIV, en Hungría, Alemania e Inglaterra. El Papa Clemente VI emitió una bula contra ellos en 1349, y la Inquisición los persiguió con tal vigor que desaparecieron por completo. Eran enemigos acérrimos de la Iglesia.

Cátaros: Los cátaros del siglo XII fueron, como lo implica su nombre, puritanos. Aunque enseñaban las doctrinas de los maniqueos, aparentaban vivir una vida más pura que el resto de la Iglesia. Principales entre ellos fueron los valdenses, o “Hombres Pobres de Lyon”, quienes aceptaban la pobreza evangélica y desafiaban al Papa, el cual los suprimió.

Aunque el protestantismo nunca ha cesado en sus denuncias del ascetismo, es sorprendente observar cuántos casos extremos de él suministra la historia del protestantismo. Los puritanos de Inglaterra y Nueva Inglaterra con sus leyes despóticas y crueles, que imponían todo tipo de restricciones no sólo sobre sí mismos, sino también sobre otros, son ejemplos de ascetas equivocados. Los primeros metodistas, con sus denuncias de todas las diversiones, el baile, el teatro, los juegos de naipes, los placeres domingueros, etc., eran ascetas. Los innumerables asentamientos y comunidades socialistas que han surgido en todos los países son ilustraciones del mismo espíritu.

Ascetismo Pagano

Ascetismo Brahmánico

Ascetismo Budista

Fuente: Campbell, Thomas. "Asceticism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1, pp. 767-773. New York: Robert Appleton Company, 1907. 27 Oct. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/01767c.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina