Consejos Evangélicos
De Enciclopedia Católica
Consejos Evangélicos (O consejos de perfección):
Cristo en los Evangelios estableció ciertas reglas de vida y conducta que deben ser practicadas por cada uno de sus seguidores como la condición necesaria para alcanzar la vida eterna. Estos preceptos del Evangelio consisten prácticamente en el Decálogo, o Diez Mandamientos, de la Antigua Ley interpretados en el sentido de la Nueva. Además de estos preceptos que deben ser observados por todos bajo pena de condenación eterna, Él también enseñó ciertos principios que expresamente declaró que no debían considerarse vinculantes para todos, o como condiciones necesarias sin las cuales no se podía alcanzar el cielo, sino más bien como consejos para aquellos que deseasen hacer algo más que el mínimo y aspirar a la perfección cristiana, en la medida en que se puede obtener aquí en la tierra. Así (Mateo 19,16 ss.) cuando el joven le preguntó que debía hacer para obtener la vida eterna, Cristo le ordenó que “guardara los mandamientos”. Eso era todo lo necesario en el sentido estricto de la palabra, y por lo tanto, guardando los mandamientos que Dios había dado se podría alcanzar la vida eterna. Pero cuando el joven insistió, Cristo le dijo: "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres”. Además, en el mismo capítulo (v. 10), habla de "eunucos que se han hecho eunucos por el Reino de los Cielos", y agregó: "Quien pueda entender, que entienda".
La Iglesia católica siempre ha sostenido esta diferencia entre los preceptos del Evangelio, que son vinculantes para todos, y los consejos, que son el tema de la vocación de los comparativamente pocos. Ha sido negada por los herejes de todas las épocas, y especialmente por muchos protestantes en el siglo XVI y siguientes, basados en que, en la medida en que todos los cristianos están en todo momento obligados, si guardasen los Mandamientos de Dios, hiciesen todo lo posible, aun así no alcanzarían la obediencia perfecta, no se podrá establecer correctamente una diferencia entre preceptos y consejos. Los opositores a la doctrina católica basan su oposición en textos como Lucas 17,10, "Cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: somos siervos inútiles”. Es imposible, decían, guardar los mandamientos adecuadamente. Enseñar más "consejos" implica ya sea la absurdidad de aconsejar lo que está más allá de toda capacidad humana, o si no la impiedad de minimizar los mandamientos de Dios Todopoderoso.
La doctrina católica, sin embargo, fundada, como hemos visto, sobre las palabras de Cristo en el Evangelio, también es apoyada por San Pablo. En 1 Cor. 7, por ejemplo, no sólo insiste sobre el deber que incumbe a todos los cristianos de mantenerse libres de todos los pecados de la carne y de cumplir las obligaciones del estado de casado, si han asumido esas obligaciones para sí mismos, sino que también da su “consejo” a favor del celibato y de la castidad perfecta, debido a que así es más fácil servir a Dios con una lealtad indivisa. De hecho, el peligro de la Iglesia primitiva, e incluso en tiempos apostólicos, no era que se descuidasen o negasen los “consejos”, sino que fuesen exaltados a mandatos de obligación universal “prohibiendo el matrimonio” (1 Tim. 4,3), e imponiendo la pobreza como un deber para todos.
La diferencia entre un precepto y un consejo reside en que el precepto es una cuestión de necesidad, mientras que el consejo se deja a la libre elección de la persona a la que se propone. Es conveniente, por lo tanto, que la Ley Nueva, que es una ley de libertad, debe contener consejos de este tipo, que habrían estado fuera de lugar en la Antigua Ley, que era una ley de servidumbre. Los preceptos de la Nueva Ley tienen bajo su alcance la ordenanza de aquellos asuntos que son esenciales para la obtención de la vida eterna —el don que la Nueva Ley tiene por objeto especial para poner al alcance de sus seguidores.
Pero los consejos muestran los medios por los cual se puede alcanzar ese mismo fin con más seguridad y rapidez. En esta vida, el hombre es colocado entre las cosas buenas de este mundo y las cosas buenas de la eternidad, de tal manera que cuanto más se inclina a las primeras cuanto más se aleja de las segundas. Una persona que esté completamente entregada a este mundo, hallando en él el fin y objeto de su existencia, pierde del todo los bienes de la eternidad, los cuales no aprecia. De la misma manera, el que está completamente apartado de este mundo, y cuyos pensamientos están totalmente inclinados a las realidades del mundo de arriba, está tomando el camino más corto para obtener la posesión de aquello en que está fijo su corazón. Los hijos de este mundo son en su generación más sabios que los hijos de la luz, pero el caso se invierte si se toma una visión más amplia.
Ahora bien, las principales cosas buenas de este mundo se dividen fácilmente en tres clases. Hay riquezas que hacen la vida fácil y agradable, están los placeres de la carne que apelan a los [[apetito]s y, por último, hay honores y posiciones de autoridad que deleitan el amor propio del individuo. Estos tres asuntos, en sí mismos a menudo inocentes y no prohibidos al cristiano devoto, pueden, aun cuando no hay ningún tipo de pecado involucrado, refrenar al alma de su verdadero objetivo y vocación, y retrasarla de conformarse enteramente a la voluntad de Dios. Por lo tanto, el objeto de los tres consejos de perfección es liberar al alma de estos obstáculos. El alma se puede salvar y alcanzar el cielo sin seguir los consejos; pero ese fin se alcanzará con mayor facilidad y certeza, si se aceptan los consejos y el alma no se limita enteramente a hacer lo que es definitivamente mandado.
Por otra parte, hay, sin duda, casos individuales en los que puede ser realmente necesario que una persona, debido a circunstancias particulares, siga uno o más de los consejos, y se puede fácilmente concebir un caso en el que la adopción de la vida religiosa pueda parecer, humanamente hablando, la única manera en que un alma particular se podría salvar. Tales casos, sin embargo, son siempre de carácter excepcional. Según hay tres grandes obstáculos para la vida superior, así también los consejos son tres, uno para oponerse a cada uno. El amor a las riquezas se opone al consejo de la pobreza; los placeres de la carne, incluso los placeres lícitos del santo matrimonio, son excluidos por el consejo de castidad; mientras que el deseo del poder y honor mundanos choca con el consejo de la santa obediencia. Se le prohíbe a todos los cristianos, como asunto de precepto, la complacencia ilícita en cualquiera de estas direcciones. La abstinencia voluntaria de lo que es lícito en sí mismo es el asunto de los consejos, y tal abstinencia no es meritoria en sí misma, sino solo se vuelve meritoria cuando es hecha por el amor de Cristo, y con el fin de tener más libertad para servirle.
Para resumir: es posible ser rico, estar casado y recibir honor de todos los hombres, y aun así guardar los mandamientos y entrar al cielo. El consejo de Cristo es, que si queremos asegurar la vida eterna y deseamos conformarnos perfectamente a la divina voluntad, debemos vender nuestras posesiones y dar el producto a otros que estén en necesidad, que debemos vivir una vida de castidad en aras del Evangelio, y, finalmente, no debemos buscar honores ni poder, sino ponernos bajo la obediencia. Estos son los consejos evangélicos, y las cosas que se aconsejan no se proponen tanto como buenas en sí mismas, sino como a la luz de los medios para un fin y como el camino más seguro y más rápido para obtener la vida eterna. (Vea ASCETICISMO, MONACATO, ÓRDENES RELIGIOSAS).
Bibliografía: Todos los escritores sobre teología dogmática o moral tocan el tema más o menos directamente. Se debe consultar especialmente a los siguientes: SANTO TOMÁS, Summa Theol., I-II, Q. CVIII; II-II, Q. CXXIV; SUÁREZ, Opera (ed. 1858), XV, p. 38; MIGNE, Dict. d'ascéticisme, s.v.; MALDONADO, Commentary on Matt. XIX.
Fuente: Barnes, Arthur. "Evangelical Counsels." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4, pp. 435-436.. New York: Robert Appleton Company, 1908. 30 Oct. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/04435a.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina