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Martes, 19 de marzo de 2024

Prudencia

De Enciclopedia Católica

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Prudencia (Latín prudentia, contracción de providentia, previsión) es una de las cuatro virtudes cardinales. Desde Aristóteles hacia acá hay muchas definiciones de ella. Su “recta ratio agibilium“ tiene los méritos de la brevedad y la inclusión. El Padre Rickaby la traduce correctamente como “la recta razón aplicada a la práctica”. Una descripción más completa y más útil es la siguiente: un hábito intelectual que nos permite ver en cualquier momento dado de los asuntos humanos lo que es virtuoso y lo que no lo es, y cómo venir a uno y evitar el otro. Es preciso señalar que la prudencia, mientras que posee en cierto modo un imperio sobre todas las virtudes morales, ella misma apunta a perfeccionar no la voluntad sino el intelecto en sus decisiones prácticas. Su función es señalar qué curso de acción se ha de tomar en cualquier grupo de circunstancias concretas. Indica cuál, aquí y ahora, es el justo medio donde reside la esencia de toda virtud. No tiene nada que ver con desear directamente el bien que discierne. Esto lo hace la virtud moral particular dentro de cuya provincia cae.

La prudencia, por lo tanto, tiene una capacidad directiva respecto a las otras virtudes. Ilumina el camino y mide la arena para su ejercicio. La visión que confiere hace a uno distinguir correctamente entre su mera apariencia y su realidad. Debe presidir la producción de todos los actos propios de cualquiera de ellas, al menos si se toman en su sentido formal. Así, sin la prudencia la fortaleza se convierte en temeridad; la misericordia se hunde en la debilidad y la templanza en el fanatismo. Pero no hay que olvidar que la prudencia es una virtud adecuadamente distinta de los demás, y no simplemente una condición auxiliar sobre su funcionamiento. Su oficio es determinar para cada uno en la práctica esas circunstancias de tiempo, lugar, modo, etc., que se debe observar y que los escolásticos incluyen bajo el término médium rationis. Así es que, mientras califica de inmediato el intelecto y no la voluntad, sin embargo es llamada correctamente virtud moral.

Esto es debido a que el agente moral encuentra en ella, si no el provocar, en todo caso, el principio rector de las acciones virtuosas. Según Santo Tomás (II-II, Q. XLVII, 8) su función es hacer tres cosas: tomar consejo, es decir, buscar a su alrededor los medios adecuados en el caso particular bajo consideración para llegar a alcanzar el fin de cualquier virtud moral; juzgar con sensatez la idoneidad de los medios sugeridos; y, por último, disponer su uso. Si éstas se han de hacer bien, excluyen necesariamente el descuido y la falta de preocupación; exigen el uso de tal diligencia y cuidado que el acto resultante pueda ser descrito como prudente, a pesar de cualquier error especulativo que pueda haber estado en el fondo del proceso. La prontitud en encontrar y la habilidad para adaptar los medios a un fin no siempre implican la prudencia. Si el final resulta ser uno vicioso, una cierta destreza o sagacidad se pueden exhibir en su búsqueda. Esto, sin embargo, según Santo Tomás, solo merece ser llamado falsa prudencia y es idéntica a la que se menciona en Rom. 8,6: "la sabiduría de la carne es muerte".

Además de la prudencia que es el fruto del adiestramiento y la experiencia, y se desarrolla en un hábito estable por actos repetidos, hay otra clase llamada “infusa”. Esta es concedida directamente por la generosidad de Dios. Es inseparable de la condición de caridad sobrenatural y así se ha de hallar sólo en aquellos que están en estado de gracia. Su campo de acción es hacer provisión de lo necesario para la salvación eterna. Aunque la prudencia adquirida considerada como un principio de funcionamiento es bastante compatible con el pecado en el agente, aun así es bueno señalar que el vicio obscurece o a veces nubla completamente su juicio. Así, es cierto que la prudencia y las otras virtudes morales son mutuamente interdependientes. La imprudencia en la medida en que implica una falta de prudencia obligatoria y no una mera brecha en la mentalidad práctica es un pecado, no obstante siempre necesariamente distinta de la indulgencia malvada especial que la suele acompañar. Si se procede a la larga a un desprecio formal de las declaraciones divinas sobre el punto, será un pecado mortal. (Vea también el artículo TEMPLANZA).


Bibliografía: RICKABY, The Moral Teaching of St. Thomas (Londres, 1896); LEHMKUHL, Theologia Moralis (Friburgo, 1887); RICKABY, Ethics and Natural Law (Londres, 1908); Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica (Turín, 1885).

Fuente: Delany, Joseph. "Prudence." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911. 4 Sept. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/12517b.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina