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Sábado, 21 de diciembre de 2024

Las Órdenes Militares

De Enciclopedia Católica

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Incluyendo bajo el nombre de órdenes militares todo tipo de Hermandad de Caballeros, tanto seculares como religiosos, los historiadores de las Órdenes Militares han llegado a enumerar un número cercano al centenar, incluso sin tener en cuenta las apócrifas y mortinatas. Este gran número se explica por la avidez con que la Edad Media acogió una institución tan enteramente adecuada con las dos ocupaciones de aquel período: la guerra y la religión. La realeza más tarde utilizó la nueva idea para fortalecer su propia posición o para premiar a los nobles leales, creando órdenes seculares de caballería de forma que no hubo país que no tuviera su orden real o principesca.

Órdenes Militares Apócrifas

También individuos privados se metieron en este “negocio”; algunos aventureros trataron de explotar la vanidad de la nobleza falsificando insignias de caballería con las cuales se condecoraban ellos mismos, y que distribuían pródiga, pero no gratuitamente, entre su clientela. En consecuencia surgió todo un grupo de órdenes justamente consideradas falsas.

En el siglo diecisiete Marino Caraccioli (1624), un noble napolitano, logró hacerse pasar como Gran Maestre de la Orden de Caballeros de San Jorge, que él pretendía se remontaba a Constantino el Grande.

En 1632 Baltasar Girón, que se auto presentaba como un etíope, introdujo en Europa una orden no menos antigua, la de San Antonio de Etiopía, un fraude inmediatamente desenmascarado por otro oriental, el erudito Abraham Echelensis (1646).

En la corte de Luis XIV, un negro –traído a Francia desde la Costa de Oro- se presentó como príncipe, hasta alcanzar el honor de ser bautizado por Bossuet (1686), e instituyó la Orden de la Estrella de Nuestra Señora antes de regresar a sus presuntos dominios.

Órdenes Militares Mortinatas

Una Orden regular de caballería equivale a una hermandad o confraternidad que combina con las insignias de la caballería los privilegios de los monjes. Esto supone el reconocimiento de parte tanto de la Iglesia como del Estado; para pertenecer al clero regular, necesitaban la confirmación del Papa; no podían ser armados caballeros sin la autorización del príncipe. Las Órdenes de caballería carentes de reconocimiento oficial deberían ser excluidas de su historia, aunque figuren en las páginas de todos los historiadores de las órdenes militares. Como realidad efectiva, más de una regla de esta clase ha existido sin apenas pasar de su etapa inicial; órdenes de este tipo deben ser calificadas como “mortinatas” (muertas al nacer).

Ninguna huella se halla en el “Bullarium romanum” de la orden llamada del Ala de San Miguel, atribuida al Rey Alfonso I de Portugal (1176), ni de la Orden del Barco, supuestamente fundada por San Luis antes de la cruzada a Túnez en la que murió (1270), ni de la de los Argonautas de San Nicolás, atribuida al rey de Nápoles Carlos III (1382).

Philippe de Mezières, canciller del Rey de Chipre, redactó los estatutos de una Orden de la Pasión de Cristo (1360), cuyo texto fue publicado recientemente, pero que nunca entró en vigor.

Tras la conquista de Lemnos por los Turcos, el Papa Pío II fundó una Orden de Nuestra Señora de Belén, pretendiendo transferir a la misma las posesiones de antiguas órdenes que no podían cumplir más sus propósitos (1459), pero la pérdida de la isla impidió su institución. La misma suerte corrió la Orden Germánica de la Milicia Cristiana proyectada bajo Pablo V (1615), la Orden Francesa de la Magdalena para la supresión de los duelos (1614) y la Orden de la Concepción de Nuestra Señora, cuyos estatutos, ideados por el Duque de Mantua y aprobados por Urbano VIII (1623) quedaron como letra muerta.

Órdenes Militares Genuinas

La Edad de las cruzadas pasó. Las órdenes históricamente existentes pueden reducirse a tres categorías: a) Grandes Órdenes Regulares; b) Órdenes Regulares Menores; c) Órdenes Seculares.

===Órdenes Regulares Mayores:

Las grandes Órdenes militares tuvieron su origen en las cruzadas, de las cuales retuvieron en su atuendo el distintivo común de toda orden de caballería: la cruz sobre el pecho.

Órdenes Militares: La más antigua de ellas, los Caballeros Templarios, sirvió de modelo para las demás. Tras apenas un siglo de existencia, fue suprimida por Clemente V; pero dos restos quedaron más allá del siglo catorce, la Orden de Cristo en Portugal y la Orden de Montesa en España. En el siglo doce Portugal tomó prestada la regla de los Templarios y fundó la Orden portuguesa de Avis. Casi al mismo tiempo surgieron la Orden de Calatrava en Castilla y la Orden de Alcántara en León.

Órdenes Militares-Hospitalarias: Contemporáneas a estas órdenes puramente militares, fueron fundadas otras a la vez militares y hospitalarias, la más famosa de las cuales fue la de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén (Caballeros de Malta) y la de los Caballeros Teutónicos (diseñada a ejemplo de la anterior), ambas todavía existentes. En la misma categoría hay que incluir la Orden de Santiago que se extendió en Castilla, León y Portugal.

Órdenes Hospitalarias: Finalmente, hay que referirse a las órdenes puramente hospitalarias, cuyos comendadores, sin embargo, defendieron su rango de caballeros, aunque jamás entraron en combate, como las Órdenes de San Lázaro de Jerusalén y la del Espíritu Santo de Montpellier. Conexa a ellas hay que colocar a la Orden de Nuestra Señora de la Merced (los llamados Mercedarios), fundada en Aragón (1218) por San Pedro Nolasco para la redención de cautivos. Incluyendo entre sus miembros tanto religiosos caballeros como religiosos clérigos, fue considerada en su origen una orden militar, pero surgieron discrepancias y cada rango eligió su propio gran maestre. Juan XXII (1317) reservó la granmaestría para los clérigos, lo que dio como resultado un éxodo general de los caballeros hacia la recién fundada Orden militar de Montesa.

Órdenes Regulares Menores

Hay mención en el siglo XII, en Castilla, de una Orden de Montjoie, confirmada por Alejandro III (1180), pero es difícil distinguirla de la Orden de Calatrava, con la que fue pronto fusionada.

En 1191, tras el asedio de Acre, Ricardo I de Inglaterra fundó allí, en cumplimiento de un voto, la Orden de Santo Tomás de Canterbury, una orden de hospitalarios para el servicio de los peregrinos ingleses. Parece que se la hizo depender de los Hospitalarios de San Juan, a los que siguió a Chipre tras la evacuación de Palestina. Su existencia está atestiguada por el Bullarium de Alejandro IV y Juan XXII; aparte de esto apenas ha dejado huellas, si exceptuamos una iglesia de arquitectura remarcable, la de San Nicolás en Nicosia (Chipre).

Mejor conocida es la historia de Schwertzbrüder (Ensiferi, Gladíferos o “Portaespadas”) de Livonia, fundada por Alberto, primer Obispo de Riga (1197), para propagar la fe en las provincias bálticas y proteger allí a la nueva Cristiandad contra las naciones paganas todavía numerosas en aquella zona de Europa. Contra los paganos fue predicada una cruzada, pero como los cruzados temporales se apresurasen a retirarse, devino necesaria, como en Palestina, su substitución por una Orden permanente. Esta Orden adoptó lo estatutos, el manto blanco y la cruz roja de los Templarios, con una espada roja como emblema distintivo, de ahí su nombre de “Portaespadas”. La Orden fue aprobada en 1202 por una bula de Inocencio III. Abierta a toda clase de gentes sin distinción de linaje, plagada de meros aventureros cuyos excesos se dirigían más a exasperar a los paganos que a convertirlos, se mantuvo, pero por poco tiempo, teniendo sólo dos grandes maestres, el primero de los cuales, Vinnon, fue asesinado en 1209 por uno de sus hombres, mientras que el segundo, Volquin, cayó en el campo de batalla en el año 1236, con cuatrocientos ochenta caballeros de la Orden. Los supervivientes pidieron autorización para ingresar en la Orden Teutónica, de la cual los Caballeros de Livonia formaron en lo sucesivo una rama bajo su propio maestre provincial (1238). Sus posesiones, adquiridas por conquista, formaron un señorío bajo Carlos V (1525) y el último de sus maestres, Gottart Kettler, apostató y lo convirtió en el ducado hereditario de Courland bajo la soberanía de los Reyes de Polonia (1562).

Los Gaudenti de Nuestra Señora en Bolonia, confirmados por Urbano IV en 1262 y suprimidos por Sixto V en 1589, fueron no tanto una Orden militar cuanto una asociación de señores que se encargaron de mantener la paz pública en aquellos tiempos turbulentos.

Una Orden de San Jorge de Alfama, en Aragón, aprobada por Urbano V en 1363, se fusionó con la Orden de Montesa en 1399.

Los Caballeros de San Jorge, en Austria, fundados por el Emperador Federico III y aprobados por Pablo II en 1468, fracasaron en el perpetuar su existencia debido a la carencia de posesiones territoriales y acabaron convirtiéndose en una simple confraternidad secular.

La Orden de San Esteban Papa fue fundada en Toscana por el Gran Duque Cosmo I y aprobada en 1561 por Pío IV, regulándose bajo la Regla benedictina. Tuvo su casa principal en Pisa y fue obligada a equipar cierto número de galeras para combatir a los Turcos en el Mediterráneo a la manera de (y de acuerdo con) las “caravanas” de los Caballeros de Malta.

Órdenes Seculares

Desde el siglo XIV, se formaron fraternidades de caballeros laicos a semejanza de las grandes Órdenes regulares; como en éstas, encontramos en estas Órdenes seculares un patrón, un voto de servir a la Iglesia y al soberano, unos estatutos, un gran maestre (normalmente el príncipe reinante) y la práctica de ciertas devociones.

Las principales de estas Órdenes son las siguientes:

Inglaterra: En Inglaterra Eudardo III, en memoria de los legendarios Caballeros de la Tabla Redonda, estableció en el año 1349 una hermandad de veinticinco caballeros; exclusivamente de sangre real y príncipes extranjeros, con San Jorge como patrón y con capilla en el Castillo de Windsor para reunirse capitularmente. Tomó su nombre, Orden de la Jarretera, del emblema característico llevado en la rodilla izquierda. La elección de tal emblema dio origen a varias anécdotas de dudosa autenticidad. Nada se sabe hoy de la finalidad inicial de la Orden del Baño, cuya erección se remonta a la coronación de Enrique IV (1399). Una tercera Orden, escocesa en su origen, es la Orden del Cardo, que data del reinado de Jaime V de Escocia. Estas Órdenes existen aún, aunque perteneciendo al protestantismo.

Francia: En Francia las Órdenes reales de la Estrella, originada en tiempo de Juan el Bueno (1352), de San Miguel fundada por Luis XI (1469) y del Espíritu Santo, fundada por Enrique III (1570), de Nuestra Señora del Carmen, amalgamada por Enrique IV con la de San Lázaro, fueron totalmente suprimidas por la Revolución.

Austria y España: Austria y España se disputan la herencia (desde la Casa de Borgoña) del derecho a conferir la Orden del Toisón de Oro, fundada por el duque Felipe el Bueno, aprobada por Eugenio IV en 1433 y ampliada por León X en 1516.

Piamonte: En Piamonte la Orden de la Annunziata en su última forma procede sólo de Carlos III, duque de Saboya (1518), pero su primera dedicación a la Bienaventurada virgen se remonta a Amadeo VIII, primer Duque de Saboya, antipapa bajo el nombre de Félix V (1434). Hubo, antes de su dedicación, en Saboya una Orden del Collar que tenía sus capítulos en la Cartuja, fundada en 1298, de Rene-Châtel en Bugey. En el mismo lugar celebraban los Caballeros de la Annunziata su fiesta de la Anunciación, de modo que se consideraron a sí mismos como sucesores de la Orden del Collar. Tras la cesión de Bugey a Francia, trasladaron la sede de sus capítulos al recién fundado monasterio camaldulense en la Montaña de Turín (1627).

Mantua: En el Ducado de Mantua, el duque Vicente Gonzaga, en ocasión de la boda de su hijo Francisco II, instituyó, con la aprobación de Pablo V, los Caballeros de la Preciosa Sangre, una reliquia de la cual se venera en aquella ciudad.

Órdenes seculares pontificias: Finalmente hay cierto número de Órdenes seculares pontificias, la más antigua de las cuales es la Orden de Cristo, contemporánea a la institución de la misma Orden en Portugal en el año 1319. Aprobando su última institución, Juan XXII se reservó el derecho de crear cierto número de caballeros por designación; en la actualidad se usa para recompensar los servicios prestados por alguna persona sin distinción de nacimiento.

Lo mismo hay que decir de la Orden de San Pedro, instituida por León X en 1520, la Orden de San Pablo fundada por Pablo III en 1534 y la de Nuestra Señora de Loreto encargada por Sixto V en 1558 de vigilar y preservar el santuario. Estas distinciones suelen ser otorgadas a funcionarios de la cancillería pontificia.

Ha habido algunas discusiones sobre la Orden del Santo Sepulcro, antiguamente dependiente del Patriarca de Jerusalén y reorganizada por el Papa Pio X. Los Caballeros de Santa Catalina del Sinaí no son una Orden, ni regular ni secular.

Organización General de las Órdenes

Las historias correspondientes a cada una de las grandes Órdenes militares se hallan en los respectivos artículos a ellos dedicados; aquí sólo nos ocuparemos de exponer su organización general en las dimensiones religiosa, militar y económica.

Situación religiosa: Los caballeros de las grandes Órdenes fueron considerados en la Iglesia análogamente a los monjes cuyos tres votos profesaban y de cuyas inmunidades gozaban. Sólo eran responsables ante el Papa; tenían sus capillas, sus clérigos, sus cementerios, todos exentos de la jurisdicción del clero secular. Sus tierras estaban exentas del pago de diezmos. No estaban sujetos a los interdictos a los que los obispos en aquel tiempo recurrían fácilmente. No todos seguían la misma regla monástica. Los Templarios y las Órdenes que de ellos derivaron seguían la reforma cisterciense. Los Hospitalarios seguían la Regla de San Agustín. Sin embargo, a causa de la relajación que se había manifestado frente a tales Reglas en el período de las cruzadas, la Santa Sede introdujo mitigaciones a favor de los hermanos legos. Para ellos había dificultades en orden a mantener la norma del celibato en todo su rigor; se les permitían, en algunas Órdenes, casarse una vez y sólo con solteras. Incluso donde las segundas nupcias se toleraron tenían que hacer voto de fidelidad conyugal, de modo que quien violaba esta obligación de la ley natural pecaba doblemente (por razón de la ley y del voto hecho). Además de los tres votos, la regla limitaba para los hermanos ciertos aspectos de la regla monástica como la recitación de las Horas, la cual, en el caso de los iletrados, era substituida por un número fijo de Padrenuestros. Prescribía también su hábito y su comida, sus fiestas, abstinencias y días de ayuno. Finalmente la regla imponía obligaciones detalladas en orden a la elección de los cargos y a la admisión de miembros a los dos rangos de combatientes –caballeros y soldados- y los dos de no combatientes –capellanes, a los que estaban reservadas las funciones sacerdotales, y casaliers o administradores encargados del cuidado de los negocios temporales-.

Organización militar: La organización militar de las Órdenes era uniforme, debido a la ley de la guerra que compelía a los combatientes a mantener su aparato militar al nivel que pudiera tener el del adversario so pena de ser derrotados. La fuerza de un ejército radicaba en su caballería, conformándose a ella el armamento y las tácticas de las órdenes militares. Los caballeros hermanos componían la caballería pesada, los hermanos soldados la caballería ligera. Los primeros tenían derecho a tres caballos por cabeza; los segundos tenían que contentarse con uno. Entre los primeros sólo eran admitidos caballeros de proezas acreditadas o, a falta de ello, hijos de caballeros, porque en algunas familias el espíritu guerrero y la preparación militar eran hereditarias. La consecuencia fue que los caballeros propiamente dichos nunca fueron muy numerosos; formaban un corps d’elite que estaba al frente de la gran masa de los cruzados. Recogidos en conventos que eran al mismo tiempo cuarteles, combinando la obediencia pasiva del soldado, la sumisión espontánea del religioso, viviendo hermanados hombro con hombro, jefe y subordinados, estas Órdenes superaron, en la cohesión que es el ideal de toda organización militar, a los cuerpos más famosos de soldados escogidos que se hayan conocido, desde las falanges macedonias a los jenízaros otomanos.

Organización económica: La importancia adquirida por las Órdenes militares en el curso de la Edad Media puede medirse por la extensión de sus posesiones territoriales, diseminadas a través de Europa. En el siglo trece nueve mil fincas pertenecían a los Templarios; trece mil a los Hospitalarios. Estas temporalidades formaban íntegramente parte del dominio eclesiástico, tenían como tales un carácter sagrado que las situaba fuera de las obligaciones de usos profanos o de impuestos seculares. Se diferenciaban de las temporalidades de otras instituciones monásticas sólo en el sistema centralizado de su administración. Mientras en cada una de las demás instituciones monásticas cada abadía era autónoma, todas las casas de una Orden militar estaban obligadas a aportar sus ganancias, tras deducir los gastos, a una tesorería central. A consecuencia de la enorme circulación de capital controlado por las Órdenes, su fortuna pudo ser aplicada a operaciones financieras que hicieron de ellas verdaderas entidades de crédito y depósito. Su perfecta fiabilidad les reportó la confianza consiguiente de la Iglesia y de los gobernantes temporales. El papado las empleó para recaudar contribuciones para las cruzadas; los príncipes no dudaban en confiarles sus propiedades personales. También en este aspecto las Órdenes militares fueron instituciones modélicas.


Bibliografía: MIRAEUS, Origine des chevalier et ordres militaires (Antwerp, 1609); FAVYN, Histoire des ordres de chevalerie (2 vols, Paris, 1620); BIELENFELD, Geschichte und Verfassung aller Ritterorden (Weimar, 1841); CAPPELETI, Storia degli ordini cavallereschi (Leghorn, 1904); CLARKE, Concise History of Knighthood II (London, 1884); DIGBY, The Broad Stone of Honour (London, 1876-1877); LAWRENCE-ARCHER, The Orders of Chivalry (London, 1877); véanse también las bibliografías adjuntas a los artículos particulares de las diversas grandes Órdenes.

Traducido por Josep M. Prunés, O.M.