Arrodillamiento y Genuflexión
De Enciclopedia Católica
Arrodillamiento y Genuflexión: El término genuflexión [del Latín genu flectere, geniculare (post-clásico), doblar la rodilla; griego, gonu klinein or kamptein] expresa: (1) una actitud; (2) un gesto que envuelve, como la postración, una profesión de dependencia o de impotencia, y por lo tanto muy adoptada naturalmente para orar y para el culto en general. "La rodilla se hace flexible, mediante lo cual se mitiga la ofensa al Señor, se aplaca la ira, se hace surgir la gracia" (San Ambrosio, Hexaem., VI, IX). "Por tal postura del cuerpo manifestamos nuestra humildad de corazón" (Alcuino, De Parasceve). "La flexión de la rodilla es una expresión de penitencia y dolor por los pecados cometidos" ([[Mauro Magnencio Rábano |Rábano Mauro), De Instit. Cler., II, XLI).
Una Actitud o Postura al Orar
Arrodillarse durante la oración es ahora habitual entre los cristianos; bajo la Ley Antigua la práctica era de otro modo. En la iglesia judía la regla era orar de pie, excepto en tiempo de luto (Scudamore, Notit. Eucharist., 182). Leemos sobre Ana, la madre de Samuel, que ella le dijo a Elí: "Soy esa mujer que estaba de pie delante de ti aquí orando al Señor" (1 Sam., 1,26; véase también Neh. 9,3-5). Tanto del fariseo como del publicano se dice en la parábola que se paraban a orar, y se enfatizó la actitud en el caso del primero (Lucas 18,11.13). Cristo asume que el estar de pie sería la postura ordinaria para orar de aquellos a quienes él se dirigía: “Y cuando os pongáis de pie para orar…” (Marcos 11,25). “Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan orar de pie en las sinagogas”, etc. (Mateo 6,5).
Pero cuando la ocasión era una de especial solemnidad, o la petición muy urgente, o la oración hecha con fervor excepcional, el suplicante judío se arrodillaba. Además de las muchas representaciones pictóricas de prisioneros arrodillados, y similares, que nos dejó el arte antiguo, se pueden citar Génesis 41,43 y [[Ester] 3,2 para mostrar cuán universalmente en Oriente se aceptaba el estar de rodillas como la actitud apropiada de suplicantes y dependientes. Los siguientes pasajes bíblicos ilustran esta práctica: Así Salomón al dedicar su Templo “se arrodilló frente a toda la asamblea de Israel. Y extendiendo sus manos hacia el cielo, dijo…” (2 Crón. 6,13; cf. 1 Rey. 8,54); Esdras también “caí de rodillas, extendí las manos hacia Yahveh mi Dios…” (Esd. 9,5); y Daniel: “Las ventanas de su cuarto superior estaban orientadas hacia Jerusalén y tres veces al día se ponía él de rodillas, para orar y dar gracias a su Dios, así lo había hecho siempre”. (Dan. 6,11).
De la gran oración de Cristo por sus discípulos y por su Iglesia sólo se nos dice que “…alzando los ojos al cielo, dijo…”, etc. (Juan 17,1); pero de su agonía en el Huerto de Getsemaní: “y puesto de rodillas oraba” (Lucas 22,41). Los leprosos se arrodillaban pidiéndole al Salvador que tuviese misericordia de ellos (Marcos 1,40; cf. 10,17). Llegando a los primeros cristianos, de San Esteban leemos: “Después cayó de rodillas y dijo con fuerte voz…”, etc. (Hch. 7,59; del Príncipe de los Apóstoles: “se puso de rodillas y oró (Hch. 9,40); de San Pablo: “Dicho esto se puso de rodillas y oró con todos ellos.” (Hch. 20,36; cf. 21,5). Parecería que la postura de rodillas para orar se convirtió rápidamente en habitual entre los fieles. De Santiago, el hermano del Señor, la tradición relata que a partir de sus continuos arrodillamientos sus rodillas se habían vuelto callosas como las de un camello (Eusebio Church History II.23; Brev. Rom., 1 Mayo). Para San Pablo las expresiones “orar” y “doblar la rodilla” a Dios son complementarias (cf. Flp. 2,10; Ef. 3,14, etc.). Tertuliano (To Scapula 4) trata el arrodillamiento y la oración prácticamente como sinónimos. Orígenes va tan lejos como para afirmar que cuando se ha de implorar el perdón de los pecados, la posición de rodillas es necesaria.
Es notable que los "orantes" (figuras orantes) del arte paleocristiano se encuentran en los frescos de las catacumbas invariablemente representados como de pie con los brazos extendidos. Algunas observaciones de Leclercq (Manuel d'Archéologie chrétienne, I, 153 y ss.) sugieren que una posible explicación puede encontrarse en la opinión de que estos "orantes" son meras representaciones convencionales de la oración y de los suplicantes en abstracto. Son símbolos, no pinturas de lo real. Ahora, las representaciones convencionales están inspiradas por regla general respecto a los detalles, no tanto por los usos y costumbres prevalentes en la época de su ejecución, como por un ideal conservado por tradición y en el lugar y tiempo aceptado como adecuado. El arte antiguo nos ha dejado ejemplos de paganos así como de cristianos "orantes". La actitud (de pie con los brazos extendidos o en alto) es sustancialmente la misma en todos. Esta, entonces, es la actitud simbólica de la oración entre los antiguos.
En realidad, sin embargo, los suplicantes aparecen, como cosa natural, muy generalmente arrodillados. De ahí tales frases clásicas como: "Genu ponere alicui" (Curtius); "Inflexo genu adorare" (Seneca); "Nixi genibus" (Livio); "Genibus minor" (Horacio). Por otra parte, no faltan ejemplos de cristianos que oran de pie. El "Stans in medio carceris, expansis manibus orabat", que la Iglesia ha adoptado como su memoria de la santo mártir, Santa Águeda, es una ilustración. Y todavía a fines del siglo VI, San Gregorio Magno describe a San Benito como pronunciando su oración de la muerte "stans, erectis en coelum manibus" (Dial., II, c. XXXVII). También es probable que ya que de pie ha sido siempre una postura reconocida, e incluso ordenada, en la oración pública y litúrgica, pueda haber sobrevivido hasta bien entrada la Edad Media como una adecuada, al menos en algunas circunstancias, incluso para la devoción privada. Sin embargo, desde el siglo IV en adelante el arrodillarse ciertamente ha sido la regla para la oración privada. Eusebio (Vita Constant., IV, XXII) declara que el arrodillamiento fue la postura habitual del emperador Constantino durante sus devociones en su oratorio. Al final del siglo, San Agustín nos dice: "Los que rezan hacen con los miembros de su cuerpo lo que conviene a los suplicantes; fijan sus rodillas, extienden sus manos, o incluso se postran en el suelo" (De curâ pro mortuis, V). Incluso durante el período pre-niceno, la conclusión a la que llegó Warren es probable y sustancialmente correcta: —“La actitud reconocida para la oración, litúrgicamente hablando, era de pie, pero el arrodillarse fue introducido tempranamente para penitenciales y quizás temporadas feriales ordinarias, y era con frecuencia, aunque no necesariamente, adoptada en la oración privada "(Liturgy of the ante-Nicene Church, 145).
Es de destacar que, a principios del siglo VI, San Benito (Reg., c. I) ordena a sus monjes que cuando estén ausentes del coro, y por lo tanto obligados a rezar el oficio divino como una oración privada, que no deben estar como en el coro, sino arrodillados todo el tiempo. Que, en nuestro tiempo, la Iglesia acepta el arrodillamiento como la actitud más apropiada para la oración privada se evidencia por las normas tales como la rúbrica del Misal que instruye a que, a excepción de un momento de pie durante la lectura del Evangelio, todos los presentes se arrodillen desde el principio hasta el final en una Misa rezada (1909); y por los últimos decretos que requieren que el celebrante recite de rodillas las oraciones (aunque incluyan colectas que, litúrgicamente, postulan una postura de pie) prescritas por León XIII para ser dichas después de la Misa. Está bien, sin embargo, tener en cuenta que no hay obligación real de arrodillarse durante la oración privada. Por lo tanto, a menos que esté condicionada a que se tome especialmente esa postura en particular, la indulgencia unida a una oración se gana si mientras se recita uno se arrodilla o no (S. Cong. Of the Index, 18 Sept., 1862, n. 398). El "Sacrosanctae", recitado por el clero después de decir el oficio divino es una de las excepciones. Se debe decir de rodillas, excepto cuando la enfermedad lo hace físicamente imposible.
Volviendo ahora a la oración litúrgica de la Iglesia cristiana, es muy evidente que de pie, no de rodillas, es la postura correcta para aquellos que toman parte en ella. Un vistazo a la actitud de un sacerdote que oficia en la Misa o vísperas, o usando el Ritual Romano, será prueba suficiente. Según las rúbricas, se supone que estén de pie el clero e incluso los laicos asistentes. El Canon de la Misa los llama “circumstantes”. La práctica de arrodillarse durante la consagración se introdujo durante la Edad Media, y está en relación con la elevación que se originó en el mismo período. La rúbrica que manda que mientras el celebrante y sus ministros recitan el Salmo "Judica", y hacen la confesión los presentes que no sean prelados deben arrodillarse es una mera reminiscencia del hecho de que estas devociones introductorias eran originalmente oraciones privadas de preparación, y por lo tanto, fuera de la liturgia propiamente dicha. Con relación a esto, no debe escapar a nuestra atención que, a medida que los fieles han dejado de seguir la liturgia, sustituyendo su fórmula por devociones privadas, la actitud de pie ha caído en desuso cada vez más.
En nuestra época (1909) es bastante usual que la congregación en una Misa mayor se ponga de pie durante el Evangelio y el credo; y, en todas las demás ocasiones permanezcan sentados (cuando se permita) o arrodillados. Hay, sin embargo, ciertas oraciones litúrgicas durante las cuales es obligatorio estar de rodillas, debido a que esa es la postura especialmente adecuada a las súplicas de los penitentes, y es una actitud característica de súplica humilde en general. De ahí que las letanías se cantan de rodillas, a menos que (lo que en la antigüedad se consideraba incluso más apropiado) se hagan a través de una procesión de dolientes. Así, también, los penitentes públicos se arrodillaban durante dichas partes de la liturgia a las que se le permitía asistir. La práctica moderna de la exposición solemne del Santísimo Sacramento para la adoración pública ha llevado naturalmente a arrodillarse en la iglesia más frecuente y continuamente que antes. Así, en un servicio de bendición es obligatorio arrodillarse de principio a fin de la ceremonia, excepto durante el canto del Te Deum e himnos de alabanza similares.
Se ha observado que los penitentes se arrodillaban durante la oración pública y el resto de los fieles permanecían de pie. Un corolario fácilmente extraído de esto fue que en cuaresma y otras estaciones penitenciales, cuando todos los cristianos sin distinción se profesaban como "penitentes", toda la congregación debía arrodillarse durante la celebración de los misterios divinos y durante otras oraciones litúrgicas. Esto ha dado ocasión a la rúbrica del Misal que requiere que el clero, y por ende los laicos, se arrodillen en la cuaresma, en las vigilias, en las cuatro témporas, etc., mientras que el celebrante recita las colectas y postcomuniones de la Misa, y durante todo el canon, es decir, desde el Santo hasta el Agnus Dei. En los primeros tiempos se trató de insistir aún más enfáticamente en el carácter de los penitentes como los cristianos ordinarios más adecuados.
Se deslizó la práctica de estar en la iglesia como penitentes, es decir, de arrodillarse todos los días por igual. Era un principio similar a aquel que consideraba una gran virtud el ayunar incluso los domingos y días de fiesta. En ambos casos la exageración fue condenada y severamente reprimida. En el vigésimo canon del Primer Concilio de Nicea (año 325) los padres establecieron (el canon, aunque transmitido por Rufino, es indudablemente auténtico):
- ”Debido a que hay algunos que se arrodillan en el día del Señor y en los días de Pentecostés [los cincuenta días entre Pascua y el domingo de Pentecostés]: que todas las cosas se realicen uniformemente en todas las parroquias o diócesis, le parece bien al Santo Sínodo que todos hagan las oraciones [tas euchas] a Dios de pie.
El canon por tanto, prohíbe arrodillarse los domingos; pero (y esto se debe señalar cuidadosamente) no ordena arrodillarse en otros días. La distinción indicada de días y estaciones es muy probablemente de origen apostólico. Tertuliano, mucho antes de Nicea, había declarado que arrodillarse el día del Señor era nefas (De Cor. Mil., c. III). Vea también a Pseudo-Justino (Quæst. et Resp. ad Orthodox., Q. 115); Clemente de Alejandría (Stromata VII); San Pedro de Alejandría (can. XV); con otros. Para los tiempos post-nicenos, vea San Hilario (Prolog. in Psalm.); San Jerónimo (Dial. contra Lucif., c. IV); San Epifanio (Expos. Fidei, 22 y 24); San Basilio (On the Holy Spirit 27); San Máximo (Hom. III, De Pentec.); etc. Nótese, sin embargo, con Hefele (Councils, II, II, sec. 42) que se establece expresamente que San Pablo oraba de rodillas durante el tiempo pascual (Hch. 20,36; 21,5). Además, San Agustín, más de cincuenta años después del Primer Concilio de Nicea escribió: "Ut autem stantes in illis diebus et omnibus dominicis oremus utrum ubique servetur nescio" (es decir, pero no sé si todavía se observa dondequiera la costumbre de estar de pie durante la oración en esos días y todos los domingos) (Ep. CXIX ad Januar). Por el derecho canónico (II Decretal., Lib., IX, cap. II) la prohibición de arrodillarse se extiende a todos los festivales principales, pero se limita a la oración pública, "nisi aliquis ex devotione illud facere velit in secreto", (es decir, a menos que cualquier persona, por devoción, desee hacerlo en privado). En cualquier caso, tener el derecho a permanecer de pie durante la oración pública era considerado como una especie de privilegio — “immunitas” (Tertuliano, loc cit).
Por otro lado, se consideraba un castigo severo el ser degradado a la clase de los "genuflectentes", o "prostrati", quienes eran obligados (IV Concilio de Cartago, can. LXXXII) a arrodillarse durante los servicios públicos, incluso los domingos y en tiempo pascual. San Basilio llama al arrodillamiento la penitencia menor (metanoia mikra) en oposición a la postración, la penitencia mayor (metanoia megale). Por el contrario, estar de pie era la actitud de alabanza y acción de gracias. San Agustín (loc. cit.) considera que denota alegría, y por lo tanto, es la postura apropiada para la celebración semanal de los cristianos de la resurrección del Señor, el primer día de la semana (Ver también Casiano, Cobb., XXI). Por lo tanto, en todos los días similares los fieles se ponían de pie durante el canto de los salmos, himnos y cánticos, y más particularmente durante la solemne Eucaristía u oración de acción de gracias (nuestro prefacio) preliminar a la consagración de los misterios divinos. La invitación diaconal (Stomen kalos, k.t.l.; orthoi; árabe. Urthi; armenio, Orthi) es frecuente en este punto de la liturgia. Ni tenemos ningún motivo para creer, contra la tradición de la Iglesia Romana, que durante el canon de la Misa los fieles se arrodillaban en los días de la semana (excepto domingo), y se mantenían de pie sólo los domingos y en el tiempo pascual. Es mucho más probable que el arrodillarse se limitara a la Cuaresma y otras estaciones de penitencia.
No es evidente a la vez cuáles precisamente eran las oraciones que los padres de Nicea tenían en mente al insistir en la distinción de días. En nuestro tiempo el decreto se observa al pie de la letra en lo que se refiere a la Salve Regina u otra antífona a Nuestra Señora con la que se concluye el oficio divino, y también en la recitación del ángelus. Pero ambas devociones son de origen comparativamente reciente. El término oración (euche) utilizado en Nicea, a este respecto siempre se ha tomado en su significación estricta con el significado de súplica (Probst, Drei ersten Jahrhund., I, art. 2, cap. XLIX). La letanía diaconal, en general en el Oriente, en el que se reza por todas las condiciones de los hombres, en preparación para la ofrenda del Santo Sacrificio, cae bajo ese concepto. Y de hecho, en la liturgia clementina (Brightman, 9; Funk, Didascalia, 489) hay una rúbrica ordenando que el diácono, antes de comenzar la letanía, invite a todos a arrodillarse, y terminan mandando de nuevo a todos a levantarse.
Queda sin embargo sin explicar por qué la excepción de los domingos y el tiempo pascual no se recuerda expresamente. En el rito romano u occidental todavía existen vestigios de una distinción de días. Por ejemplo, al final de completas del Sábado Santo aparece la rúbrica: "Et no flectuntur genua toto tempore Paschali", que es la regla de Nicea a la letra. El decreto asimismo (aunque ligeramente variado en redacción) ha sido incorporado al derecho canónico de la Iglesia (Dist. III, De consecrat., C. X). Cabe añadir que, tanto en Oriente como en Occidente, parece que se insistió poco a poco sobre ciertas extensiones de la exención de la práctica penitencial de arrodillarse. "El Canon Árabe # 29 de Nicea extiende la regla de no arrodillarse, sino sólo inclinarse hacia adelante, a todos los grandes festivales de Nuestro Señor" (Bright, cánones de Nicea, 86). Consulte a Mansi, XIV, 89, para una modificación similar hecha por el Tercer Concilio de Tours, 813 d.C. Vea también el c. Quoniam (II Decretal., Lib. 9, c. 2) antes citado.
Para fijar con cierta precisión la importancia del canon de Nicea, tal como los antiguos lo entendían y lo llevaban a la práctica, merecen atención cuidadosa las súplicas, a las que a veces se ha dado el nombre de "oraciones de ruego". Ellas son las análogas occidentales de las letanías diaconales de Oriente, y se repiten con gran frecuencia en los usos antiguo galicano y mozárabe. En su forma más completa parecen peculiares del rito romano. El obispo o sacerdote oficiante invita a los fieles presentes, que se supone están de pie, a orar por alguna intención que él especifica. Acto seguido, el diácono asistente ordena: "Flectamus genua" (arrodillémonos), y todos le obedecen. Antiguamente seguía una pausa más o menos larga, que cada uno dedicaba a la oración privada y silenciosa. Esto terminaba con una señal dada por el celebrante, o para él por algún ministro inferior, que, dirigiéndose a la gente con la palabra " levate", les pedía que se levantasen de nuevo. Después ellos haberse puesto de pie, el celebrante resumía, por así decirlo, o recogía sus peticiones silenciosas en una breve oración, de ahí llamada una colecta. "Cum is gui orationem collecturus est e terra surrexerit, omnes pariter surgunt" (Casiano, Instit., II, VII).
El énfasis que la Iglesia primitiva puso sobre el debido cumplimiento de este ceremonial explica por qué, antes de recibir el bautismo, se le requería al catecúmeno que ensayara públicamente. Él se paraba frente al obispo, quien se dirigía a él: "Ora, electe, fiecte genua, et dic Pater noster". Este es el "Oremus, flectamus genua" de la liturgia. Es muy natural la instrucción de recitar la oración del Señor en preferencia a cualquier otra, o al menos previamente a cualquiera otra. Un vistazo a los libros litúrgicos romanos mostrará cuáles otras preces se añadían usualmente —Kyrie Eleison (repetido varias veces) y ciertos versos del [Salmos |salmo]] que concluía, por regla general, con "Domine exaudiorationem meam. Et clamor meus ad te veniat" (Salmo 102(101),1). Luego se le dice al catecúmeno: Leva, comple orationem tuam, et dic Amen". Se omiten las palabras de la oración en las que el sacerdote oficiante recogerá sus súplicas y las del resto de los fieles, ya que sólo se trata de la parte del catecúmeno en la oración común. El catecúmeno se levanta y dice “Amen”. Esto se repite tres veces y después que el catecúmeno ha demostrado que ha aprendido cómo comportarse durante la "oratio fidelium" de la liturgia en la que participará de ahí en adelante, se procede con la ceremonia del bautismo (Ver Ritual Romano, De Baptismo Adultorum; y Van der Stappen, IV, Q. CXVII).
Un ejemplo característico de la oración de rodillas en silencio es el grupo de oraciones por todas las condiciones de hombres en nuestra liturgia del Viernes Santo. Han conservado el nombre de "Orationes solemnes" (oraciones habituales), ya que, en las edades primitivas, se realizaban en toda Misa pública. Ellas son el “Oratio Fidelium” latino, y su lugar en la liturgia diaria se marca todavía por la invitación “Oremus” en el ofertorio (Duchesne, Origines du culte chrétien, ch. VI, art. 5). La misma forma de oración prevalece en las ordenaciones y en algunos pocos otros ritos. Pero hace tiempo que fue despojada de su característica más llamativa. De hecho, se manda a los fieles a arrodillarse; pero luego sigue la orden de ponerse de pie otra vez, y se suprime la pausa impresionante. Además, hoy día (1909) generalmente el objeto de la oración ya no se anuncia. La sola palabra “Oremus” pronunciada por el celebrante es seguida inmediatamente por “Flectamus genua”, con su genuflexión momentánea, “Levate”, y la colecta (vea, en el Misal Romano, las Misas de los días de rogaciones, etc.). El erudito obispo Van der Stappen (Sacra Liturg, II, P. LXV) opina que en la antigüedad en todos los días por igual, había una pausa para la oración en silencio después de cada "Oremus" que introducía una colecta; y que los domingos y otros días no penitenciales esta misma oración silenciosa era hecha por todos de pie y con las manos elevadas al cielo. La invitación Flectamus genua simplemente les recordaba a los fieles que ese día era uno en los que, por costumbre de la Iglesia, tenían que orar arrodillados. Las rúbricas para los días de rogaciones de Pentecostés que ocurrían en el tiempo pascual, y las prefijadas a la última colecta en la bendición de las velas en la Fiesta de la Purificación de María refuerzan este punto de vista.
Otro ejemplo de oración de rodillas (probablemente reemplazada por una recitada de pie los domingos y en el tiempo pascual) es la de las bendiciones o colectas cortas que, en edades tempranas, era habitual añadir después de la recitación de cada salmo, en el culto público, y muchas veces en el privado. Las oraciones cortas llamadas "absoluciones" en el oficio de maitines son una supervivencia de esta disciplina. (Para un conjunto completo de estas oraciones vea Breviario Mozárabe en PL, LXXXV.) Estas colectas eran dichas de rodillas, o al menos eran precedidas por una breve oración en esa posición. Ellas son probablemente las "genuflexiones", cuya multiplicidad en la vida cotidiana de algunos de los primeros santos nos sorprende (Vea, por ejemplo, la vida de San Patricio en el Breviario Romano, 17 de marzo).
La postura de rodillas es la que se ordena hoy día (1909) para la recepción de los sacramentos, o al menos la confirmación, la Sagrada Eucaristía, la confesión y ciertas órdenes sagradas. Ciertas excepciones, sin embargo, parecen mostrar que este no fue siempre el caso. Así, el Sumo Pontífice, cuando celebra solemnemente, recibe la Sagrada Comunión bajo ambas especies sentado; y sentado la administra a sus diáconos que están de pie. Sucede del mismo modo si un cardenal que es sólo un sacerdote o diácono es elegido Papa; es ordenado sacerdote (si es que aún no ha dado el paso) y consagrado obispo mientras está sentado en su faldistorio frente al altar.
Parece razonable suponer que en la Última Cena los apóstoles estaban sentados alrededor de la mesa cuando Cristo les dio su sagrado Cuerpo y Sangre. Difícilmente se puede cuestionar que en la Iglesia primitiva los fieles se ponían de pie para recibir en sus manos la partícula consagrada. El cardenal Bona de hecho (Rer. Liturg., H, XVII, 8) vacila un poco en cuanto al uso romano; pero declara que respecto a Oriente no puede haber duda alguna. Además, él se inclina a la opinión de que desde el principio la misma práctica prevaleció en Occidente (cf. Bingham, XVI, V). San Dionisio de Alejandría, escribiendo a uno de los Papas de su época, habla enfáticamente de "uno que estaba parado cerca de la mesa y extendió su mano para recibir el Alimento Sagrado" (Eusebio, Hist. Ecl., VII, IX ). La costumbre de colocar la Partícula Sagrada en la boca, en lugar de en la mano del comulgante, data en Roma desde el siglo VI, y en Galia desde el siglo IX (Van der Stappen, IV, 227; cf. San Gregorio, Dail., I, III, c. III). El cambio de actitud en el comulgante puede quizá haber surgido casi simultáneamente con esto. Se estaba insistiendo en mayor reverencia; y si es cierto que en algunos lugares cada comulgante subía los peldaños del altar, y tomaba para sí una porción de la Eucaristía consagrada (Clemente de Alej., Strom., I, I) se necesitaba urgentemente alguna reforma.
Un Gesto de Reverencia
Bibliografía: HEFELE, Hist. des Conciles, I (París, 1907), 618; BONA, Rerum Liturgicarum libri duo; MARTENE, De Antiquis Ecclesi Ritibus (Ruán, 1700-02); VAN DER STAPPEN, Sacra Liturgia (Mechlin, 1904); MERATI, Commentar. in Gavantum, I, bk. XV, etc.); THURSTON in The Month (Oct., 1897); Ephemerides Liturgic, II, 583; XVI, 82; XIX, 16; BINGHAM, Ecclesiastical Antiquities, XIII, VIII, sect. 3 (Londres, 1875); HOOK, Church Dictionary, 424 ss. (ed. 1859); SCUDAMORE in Dict. Christ. Antiq., s.v. (Londres, 1893); RIDDLE, Christian Antiquities, IV, I, 4; WARREN, Ante-Nicene Church, ch. II, 17 (Londres, 1897); LECLERCQ, Man. d'Archéol. Chrét. (París, 1907); WAPELHORST, Comp. sac. liturg. (Nueva York, 1904); Baltimore Ceremonial.
Fuente: Bergh, Frederick Thomas. "Genuflexion." The Catholic Encyclopedia. Vol. 6, pp. 423-427. New York: Robert Appleton Company, 1909. 6 Oct. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/06423a.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina