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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Agnus Dei

De Enciclopedia Católica

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Es el nombre que se da a la fórmula que el sacerdote recita por triplicado en la Misa según el rito romano (excepto el Vernes y Sábado Santos). Se ubica al fin del canon, después de la oración “haec comixtio”, etc. Una vez concluida esta oración, el sacerdote tapa el cáliz con la palia, hace una genuflexión, se levanta, inclina su cabeza (no su cuerpo) profundamente hacia el altar y, juntas sus manos a la altura del pecho (o sea, sin colocarlas sobre el altar), dice en voz alta: “Agnus dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis” (Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten misericordia de nosotros), repite la fórmula una vez más, sin modificarla, y otra vez, substituyendo el “miserere nobis” por las palabras “dona nobis pacem” (danos la paz), golpeándose el pecho con la mano derecha a cada “miserere nobis” y al “dona nobis pacem” (mientras la mano izquierda reposa sobre el altar). En las misas de réquiem, sin embargo, si bien la fórmula se repite en la misma parte de la Misa, se dice “dona eis requiem” (dales el descanso) en vez de “miserere nobis” y “dona eis requiem sempiternam” (dales el descanso eterno) en lugar de “dona nobis pacem”. En este caso, el sacerdote no se golpea el pecho, sino que permanece con las manos juntas durante toda la recitación. Estos detalles de la rúbrica se dan aquí porque ambos: la fórmula y las ceremonias que la acompañan, han sufrido varios cambios a través de las épocas y los diversos lugares. No hace falta aquí entrar en las razones simbólicas de la práctica que aquí se describe.

La fórmula parece haber sido tomada directamente del antiquísimo canto del “Gloria in excelsis”, con una sola palabra cambiada: peccata por peccatum (aunque peccatum aparece en otras fuentes, tales como el Misal de Stowe y otros manuscritos ingleses, y el Antifonario de Bangor). En el texto de los ritos romano y ambrosiano: “Agnus Dei, Filius Patris, qui tollis peccata mundi, miserere nobis; qui tollis peccata mundi, suscipe deprecationem nostram; qui sedes ad dexteram Patris, miserere nobis (Cordero de Dios, Hijo del Padre, que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros; que quitas los pecados del mundo, recibe nuestra súplica; que estás sentado a la diestra del Padre, ten piedad de nosotros, N.T.)”, que contienen todas las palabras de la fórmula original del Agnus Dei, podemos encontrar la fuente inmediata de su texto. Su fórmula más remota es la declaración del Bautista: “Ecce Agnus Dei, ecce qui tollit peccatum mundi (Nota del traductor: He aquí al Cordero de Dios, he aquí al que quita el pecado del mundo)” (Jn 1, 29), reforzado por el grito de los dos ciegos (Mt 9, 27): “Miserere nostri, Fili David (Nota del Traductor: Ten misericordia de nosotros, Hijo de david.)”. El origen escriturístico de la fórmula es evidente a primera vista. Su simbolismo se puede rastrear hasta el Apocalipsis con sus más de treinta referencias al “Cordero degollado desde el inicio del mundo” (13, 8), “la sangre del Cordero” (12, 11), “están escritas en el libro de la vida del Cordero” (21, 27), y en los siguientes: 5,6; 7, 10, 17; 14, 4, 10; 15, 3; 19, 9; 21, 23; 22, 1, 3. Del Apocalipsis, podemos seguir buscando en la Primera Carta de San Pedro (1,19): “Con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla”. También en la lectura perpleja del eunuco de la reina Candace (Hech 8, 32-33): “Fue llevado como una oveja al matadero; y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así él no abre la boca”. Y finalmente, al gran capítulo mesiánico de Isaías (53, 7-12), que constituye el objeto de la pregunta del eunuco: ”Te ruego me digas de quién dice esto el profeta: ¿de si mismo o de otro?. Felipe, entonces, partiendo de este texto de la escritura, se puso a anunciarle la buena nueva de Jesús” (Hech 8, 34-35). Si Isaías fue quien comparó a Nuestro Salvador con un cordero, el Bautista fue el primero que aplicó ese nombre a Nuestro Señor- “He aquí al Cordero de Dios”- y sin duda lo hizo siguiendo un cierto sentido derivado de algún antiguo modelo y profecía. Los cristianos podemos recordar algunas instancias del Antiguo Testamento en que se menciona al cordero pascual de los judíos, “el animal será sin defecto, macho, de un año” (Ex 12, 5), cuya sangre, rociada en las puertas, los protegería del ángel exterminador. Era una figura del Cordero Inmaculado cuya sangre habría de vencer a la muerte y abrir para la humanidad las puertas de la verdadera tierra prometida. También del sacrificio perpetuo en el altar de la Nueva Alianza. El Bautista añade, a las ideas de pureza inmaculada, de amabilidad, de rescate y sacrificio eucarístico, la de universalidad de propósito: “El que quita los pecados del mundo”, y no únicamente de Israel. Del Bautista tomó el otro Juan la totalidad del simbolismo y lo repitió de tal forma en los capítulos cuarto y quinto del Apocalipsis que prefiguraron los esplendores de la Misa solemne: el Cordero sobre el altar, como sobre un trono; el clero participante como los ancianos sentados en derredor, vestidos de túnicas blancas; el canto del “Sanctus, sanctus, sanctus”; el incienso que sube de los incensarios dorados y la música de las arpas; y luego, como un cambio repentino, en medio de todo, “un cordero de pie, como degollado” (5, 6). Naturalmente, el simbolismo de los tipos y figuras del Antiguo Testamento, la profecía mesiánica de Isaías, la declaración del Bautista y las revelaciones místicas del Apocalipsis desde muy antiguo fueron conmemorados en el himno matutino del “Gloria in excelsis”. Este originalmente formaba parte del oficio de maitines. En forma algo distinta se encuentra también en las “Constituciones apostólicas” y en los apéndices de la Biblia en el “Codex Alexandrinus” del siglo V. Aparece utilizado por primera vez, muy apropiadamente, en Roma, en la Misa de la Natividad. El Papa San Símaco (498-514) extendió su uso a la misa episcopal. Sin embargo, la forma distinta y condensada del Agnus Dei, en si misma, no fue introducida en la Misa hasta el año 687, cuando el Papa Sergio I decretó que durante la fracción de la Hostia tanto el clero como el pueblo deberían entonarla: “Hic statuit ut tempore confractionis dominici corporis Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis, a clero et a populo decantetur (Nota del Traductor: Aquí se determinó que al momento de la fracción del cuerpo del Señor se cantase por el clero y el pueblo “Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis.)" (Liber Pontificalis, ed. Duchesne, I, 381, nota 42). Duchesne acepta la postura del Cardenal Bona sobre las razones de Sergio: "il n'est pas defendu de voir, dans ce décret de Sergius, une protestation contre le canon 82 du concile in Trullo, qui proscrivit la representation symbolique du Sauveur sous forme d'agneau (Nota del traductor: Es posible ver, en este decreto de Sergio, una protesta en contra del canon 82 del Concilio in Trullo, que prohibía la representación simbólica del Salvador bajo la forma de un cordero)".

En la liturgia de Santiago, al hacer la señal de la cruz sobre el pan, antes de comulgar él, el sacerdote dice “He aquí el Cordero de Dios, el Hijo del Padre, que quita el pecado del mundo, sacrificado por la vida y la salvación del mundo”. Esa fórmula se recita una sola vez. En un momento parecido, en la liturgia de San Juan Crisóstomo, el celebrante divide la Hostia en cuatro partes, “con cuidado y reverencia” (en el lenguaje de la rúbrica) y dice: “El Cordero de Dios es partido y distribuido. Aquel que está partido no está dividido en partes. Comido, mas nunca consumido, santifica a los que comulgan” (Neale, History of the Holy Eastern Church, Introducción, 650). Sin embargo, esas palabras están ausentes de la antigua Misa del Santo (siglo IX). En el Oficio de Prothesis (una especie de ceremonia preparatoria de la misa, también llamada “proskomedia”, que significa “preparación”, y que se lleva a cabo en la mesa de la oblación en la que se prepara el “Pan santo” o “Cordero santo”, como le llaman) que se usa hoy día, se hace referencia más detallada a la profecía de Isaías en el ceremonial. Finalmente, el diácono, coloca el “Cordero” sobre el disco y dice al sacerdote: “¡Sacrifica, Señor!”, a lo que el sacerdote responde, al tiempo que lo divide oblicuamente: “el Cordero de Dios es sacrificado. El que quita el pecado del mundo, para vida y salvación del mundo” (Neale, loc. Cit., 343,344). Aunque es verdad que, a diferencia de otras liturgias, la romana no ordena ningún canto para la fracción de la Hostia, el Agnus Dei- si bien no es propiamente una oración- llena cabalmente ese vacío. Se puede afirmar que esta fórmula aparece en la Misa Romana, en forma más condensada que en la de Santiago y distinta a la ya mencionada de San Crisóstomo, con toda la simetría del ceremonial y del simbolismo más apropiado posible a una liturgia.

Las palabras del “Liber Pontificalis” (a clero et a populo decantetur) abren la interrogante de si antes era el coro solo quien cantaba la fórmula, como afirma Mabillon, y era el caso durante el siglo IX y en tiempos de Inocencio III (+ 1216). Originalmente el celebrante no la recitaba él mismo, dado que las otras funciones ocupaban su atención, pero ciertamente ya en el siglo XIII era común la introducción de esta recitación, y Durandus hace notar que algunos sacerdotes lo hacían con las manos colocadas sobre el altar y otros con las manos juntas ante el pecho. Martene muestra que, aunque al inicio solamente se recitaba una vez, en algunas iglesias se ordenaba que se recitara tres veces. Ejemplo de ello es la iglesia de Tours, antes del año 1000, y un canónigo de Paris, Jean Beleth, en un escrito del siglo XII, dice: “Agnus Dei ter canitur” (Nota del traductor: El Agnus Dei se canta tres veces). Por esa misma época se introdujo la costumbre de substituir “dona nobis pacem” por el tercer “miserere nobis”, aunque a modo de excepción el tercer “miserere” únicamente se decía el Jueves Santo (quizás porque ese día no se acostumbra el “ósculo de paz”). Una buena razón para la substitución del “dona nobis pacem” se puede encontrar en su carácter preparatorio para el “ósculo de la paz” (la Pax) que le sucede, a pesar de que Inocencio III explica su introducción haciendo referencia los disturbios y calamidades que afectaban a la Iglesia. La basílica Lateranense, empero, conserva la costumbre antigua del triple “miserere”. No hay huella del “Agnus Dei” en la Misa Romana del Misal de Bobbio, ni en el de Stowe. Tampoco en el Mozárabe, ni en el Gelasiano, ni el Ambrosiano (excepto en las misas ambrosianas de réquiem, en las que aparece en su forma de triple invocación, como en el Misal Romano, pero añadiendo a la tercera las palabras “et locum indulgentiae cum sanctis tuis in gloria”) (Nota del traductor: y un lugar de indulgencia con tus santos en la gloria). Se ha dicho arriba que el Agnus Dei sigue hoy día a la oración “Haec commixtio”. En los manuscritos de los siglos IX a XIII eso acontecía con tanta frecuencia que un liturgista piensa que esa oración era la conclusión ordinaria del canon de la Misa en la Edad Media. Al igual que en el caso del “Kyrie eleison” y de otros textos del Ordinario de la Misa (e.gr. el Gloria, la secuencia, el Santo, el Hosanna, el Ite Missa est), las palabras del Agnus Dei fueron con frecuencia considerablemente alargados por los tropos (Nota del traductor: figuras del lenguaje en donde hay una mutación o traslación de significado, bien en lo interno- pensamiento- o en lo externo- palabra.) acostumbrados por los Festivae laudes romanas (ignorantes, quizás, de su origen griego). Estas adiciones estaban constituidas por prefacios, o intercalamientos, o frases conclusivas, que en ocasiones tenían una relación estricta con el significado del texto, y a veces eran simples composiciones individuales con una relación puramente titular con el texto. El Cardenal Bona nos dejó un ejemplo interesante:

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi,
Crimina tollis, aspera molis, Agnus honoris,
Miserere nobis.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi,
Vulnera sanas, ardua planas, Agnus amoris,
Miserere nobis.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi,
Sordida mundas, cuncta foecundas, Agnus odoris,
Dona nobis pacem.

(Nota del traductor:

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
que quitas los crímenes, emparejas lo áspero, Cordero de honor,
ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
Sanas las heridas, enderezas las dificultades, Cordero de amor,
Ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
Limpias lo sucio, todo lo fecundas, Cordero de fragancia,
Danos la paz.)

El cardenal no menciona la fecha de su fuente, pero el poema es citado también por Blume y Bannister en su “Tropi graduales” [Analecta Hymnica (Leipzig, 1905), XLVII, 398], junto con varias referencias a manuscritos fechados. Esta formidable colección contiene no menos de 97 tropos del Agnus Dei. El siguiente tropo del siglo X nos mostrará otra forma, en hexámetros clásicos, de la cual hay muchos ejemplos:

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi,
Omnipotens, aeterna Dei Sapientia, Christe,
miserere nobis, Agnus Dei. . . peccata mundi,
Verum subsistens veo de lumine lumen,
miserere nobis. Agnus Dei. . . peccata mundi,
Optima perpetuae concedens gaudia vitae,
dona nobis pacem.

(Nota del traductor:

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
Cristo Omnipotente, Sabiduría eterna de Dios,
ten piedad de nosotros, Cordero de Dios... los pecados del mundo.
Verdad que procedes de la verdadera luz,
ten piedad de nosotros, Cordero de Dios...los pecados del mundo.
Que concedes los mejores gozos de la vida eterna,
danos la paz.)

A veces los tropos no se basaban en la medida, ya fuera clásica o acentuada, sino simplemente en un tipo primitivo de prosa rítmica o, mejor, asonante, como el siguiente (siglo X), que contiene el triple “miserere nobis” en vez del “dona...”: Agnus Dei. . .peccata mundi, Omnipotens, pie, te precamur assidue, miserere nobis. Agnus Dei. . .peccata mundi, Qui cuncta creasti, Nobis semper (te) adiunge, miserere nobis. Agnus Dei. . .peccata mundi, Redemptor, Christe, Exoramus te supplices, miserere nobis.

(Nota del Traductor: Cordero de Dios... los pecados del mundo, omnipotente, piadoso, te suplicamos perseverantes, ten misericordia de nosotros. Cordero de Dios... los pecados del mundo, que todo lo creaste, únenos siempre a Ti, ten piedad de nosotros. Cordero de Dios... los pecados del mundo, Cristo redentor, Te exhortamos suplicantes, ten piedad de nosotros).

En ocasiones eran breves; a veces extensos, como el siguiente (del que por causa de espacio sólo incluimos una estrofa) del siglo XIII:

Agnus Dei, Sine peccati macula solus permanens cuncta per saecula, nostra crimina dele, qui tollis peccata mundi; Haec enim gloria soli Domino est congrua; Miserere nobis.

(Nota del Traductor: Cordero de Dios, sin la mancha del pecado permaneces solo, borra todos nuestros crímenes a través de los siglos, Tú quitas los pecados del mundo. Pues la gloria sólo pertenece al Señor, Ten piedad de nosotros.)

Brevemente podemos mencionar otros dos usos del Agnus Dei. Primero, antes de distribuir la comunión, ya sea durante o fuera de la Misa, el sacerdote toma una partícula y la muestra a los fieles, diciendo: “Ecce Agnus Dei, ecce qui tollit peccata mundi. Domine non sum dignus", etc. El uso de la fórmula en este sentido parece ser de reciente aparición. Antiguamente, la fórmula usada era simplemente “Corpus Christi”, “Sanguis Christi”, a lo que los fieles respondían “Amén”, semejante a la fórmula usada en la liturgia de San Marcos: “El Santo Cuerpo”, “La preciosa Sangre de Nuestro Señor y Dios y Salvador”. En segundo lugar, al fin de las letanías la fórmula aparece como sigue: "Agnus Dei qui tollis peccata mundi, Parce nobis, Domine" (Perdónanos, Señor). “Agnus Dei qui tollis peccata mundi, Exaudi nos, Domine" (Escúchanos, Señor). “Agnus Dei qui tollis peccata mundi, miserere nobis" (Ten piedad de nosotros). Así se usaba en la letanía de los santos y en la de Loreto. La letanía del Santísimo Nombre de Jesús añade la palabra “Jesu” a la última palabra, y substituye “Jesu” por “Domine” en las dos terminaciones anteriores. En la así llamada “Litania Romana”, encontrada en un antiguo manuscrito del sacramentario de San Gregorio Magno, la fórmula aparece una sola vez, y eso en las palabras de la fórmula utilizada en la Misa: “Agnus Dei... mundi, miserere nobis”. Su uso en las letanías es de fecha relativamente reciente.

Únicamente queda decir algo respecto a los acompañamientos musicales del Agnus Dei en la Misa. Claro que en los inicios la melodía era en tono recto, indudablemente sencilla y silábica. Subsecuentemente adoptó formas más ricas. Estudios recientes de paleología musical han rescatado del olvido las antiguas melodías. En el “Kyriale” Vaticano (1905) encontramos veinte composiciones que reproducen los antiguos textos en forma substancial. Dichas melodías van desde lo silábico, a través de varios grados de lo florido, hasta lo moderadamente melismático. Se puede obtener una idea general de las formas melódicas considerando que hay 18 sílabas en el texto de alguna de las tres invocaciones, y que el número de notas que acompañan a cada invocación de 18 sílabas va de 19 (en cuyo caso únicamente una de las sílabas puede recibir dos notas) a 61 (como en el número V del “Kyriale”). En el número V, sin embargo, la primera sílaba tiene cinco notas y una mera enumeración de las notas no basta para describir el carácter y el flujo de la melodía, aunque tal enumeración ayudaría a formarse una idea de la riqueza o de la pobreza melódica. La conocida melodía del Agnus Dei de la Misa de Réquiem, con sus 20 notas para 18 sílabas, describe un canto puramente silábico y ayuda a explicar su carácter de apoyo en los días penitenciales, tales como las ferias de Cuaresma y Adviento, o los días de rogativas y vigilias, a los que normalmente los asigna el “Kyriale”. En lo tocante a la variedad de melodías ofrecidas en la triple invocación, encontramos seis misas (I, V, VI, XVIII, XIX, XX) en las que la melodía permanece idéntica en las tres- lo que puede categorizarse como forma a, a, a. Hay 12 misas en las que la melodía del primer y tercer Agnus Dei es idéntica y distinta a la del segundo- lo que podría clasificarse como a, b, a. Y una misa en la que son iguales las dos primeras, con diferencias en la tercera (número VIII): a, a, b. Sin embargo, en las de tipo a, b, a pueden hallarse correspondencias melódicas en algunas partes del texto en a y b. Por el contrario, en la forma a, b, c la melodía del “nobis” es común a las tres. Podemos percibir en todo ello la operación de excelentes trabajos de simetría y forma en medio de una gran variedad melódica. Las melodías llanas del Agnus Dei (como la de otros cantos, de entre los cuales los Kyries muestran una obvia y semejante simetría, mientras que los cantos más melismáticos del propio de la Misa producen resultados sorprendentemente bellos una vez analizados técnicamente) son signos que ilustran el hecho de que los antiguos compositores, si bien trabajaban bajo conceptos de música diversos de los que se tienen hoy día, tenían una percepción muy clara de la forma en el arte musical y reglas de construcción y criticismo que nosotros, muy probablemente, no hemos llegado aún a apreciar. [Wagner, "Einfuhrung in die Gregorianischen Melodien" (Friburgo, Schweiz, 1895), 247-250; también en la revista trimestral de Filadelfia, "Church Music", Junio 1906, 362-380, dos artículos sobre el introito "Gaudeamus omnes in Domino", y marzo, 1906, 222-232, el artículo sobre el "Haec dies"].

El texto del Agnus Dei, con su triple repetición, y en posesión de derechos de simetría textual, era muy respetado por los compositores medievales. El hecho que, en ese sentido, distingue las formas de tratamiento de estos últimos de las usadas por los maestros compositores de música sacra moderna es la ausencia de cualquier tratamiento del “Dona nobis pacem”, ese movimiento de grand finale en el que los modernos han acostumbrado reunir todas sus energías técnicas, voces, e instrumentos, y al que le asignan un movimiento enteramente distinto al que le precede. Ejemplos conocidos de ésto se encuentran en la gran misa en Si menor de Bach, donde los dos primeros Agnus Dei son solos altos, seguidos por el “Dona” en una fuga de cuatro partes. Muy característico de la elevación musical y litúrgica del “Dona” del Agnus Dei en esta composición es el hecho de que no existe el tercer Agnus Dei. En la misa monumental en Re de Beethoven, el solista y el coro cantan el adagio “Agnus... nobis” tres veces, con el “Dona” constituyendo un movimiento nuevo en allegretto vivace que requiere más del triple de páginas que el triple “Agnus”. Ocurre lo mismo en su misa en Do, donde el “Dona”, en allegro ma non troppo, ocupa tres veces más páginas que todo el texto precedente en poco andante. Cosa idéntica se observa en el “Dona” de la tercera misa de Hayden, en allegro vivace, que requiere el doble de páginas que el restante adagio. Y en su primera, en el adagio para cuerdas solamente del “Agnus”; en el “Dona”, en alegro, para oboe, trompeta , y cuerdas; en la sexta, con el “Agnus” en adagio, ¾, y el “Dona”, allegro con spiritu, 4/4; en la Decimasexta, el “Agnus”, en adagio, 4/4, para cuerdas, clarinetes, trompetas, tímpanos, y órgano. Los ejemplos se pueden multiplicar si acudimos a otras misas, de Mozart, Schubert y otros. Una excepción muy interesante se encuentra en las misas de Gounod (lo cual es de esperarse, habida cuenta de su entrenamiento y estudios polifónicos), respecto a la triple simetría del texto, y así encontramos en su “Agnus” una simetría parecida a la del canto llano primitivo. Su misa segunda de los “Orfeonistas” nos da un tipo a, a, b (que concuerda, extrañamente, con el único ejemplo de ese tipo en el “Kyriale”, al tener una única fórmula musical para los dos “nobis” y el “Dona”). Su misa del “Sagrado Corazón” es del tipo a, b, a, con ligeras variaciones; su “Santa Cecilia” (que omite las interpolaciones del “Domine non sum dignus”), es del tipo a, a, a, con una pequeña variación. Gounod interpola el “Domine no sum dignus” lo que le ha valido severas críticas de haber violado la liturgia. De hecho sí lo hizo, pero es interesante notar ahí un eco de la costumbre medieval de la que se habló en la parte anterior de este artículo, al hablar de los tropos en los textos litúrgicos. El tropo de Gounod es obra de su fantasía, pero al menos se apegó al espíritu litúrgico al seleccionar el texto intercalado. También es muy apropiado a la parte de la misa en donde fue colocado: la comunión del sacerdote y del pueblo. No merece atención, por otra parte, el tratamiento casi dramático que se le ha dado al Agnus Dei en tiempos modernos (e.g., la misa de Hayden in tempore belli, la misa en Do de Beethoven, con redoble de tambores acentuando las bendiciones de la paz en contraste con los horrores de la guerra), o los arreglos que han desfigurado de tal modo la belleza de los textos litúrgicos, a causa de las omisiones, inserciones y adiciones de palabras, o a causa de las interposiciones de palabras, que casi desaparece el sentido original. Ejemplo de ello es la Misa en Sol de Poniatowski, simplemente para elegir una, que indiscriminadamente añade a cada “Agnus... mundi” una mezcla de “miserere” y “Dona”, y cuyo simbolismo no queda claro. Estos excesos litúrgicos son el resultado del instinto dramático que opera en el campo de la música sacra.

Fuente: Henry, Hugh. "Agnus Dei (in Liturgy)." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01221a.htm>.

Traducido por Javier Algara Cossío