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Lunes, 25 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Paganismo»

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Se deriva del latín pagus,  de ahí pagani (es decir, los que viven en el campo),  un nombre dado a los campesinos que se quedaron siendo paganos cuando las ciudades se convirtieron al cristianismo.  Varias formas de paganismo se describen en artículos especiales (por ejemplo, [[brahmanismo]], [[budismo]], [[mitraísmo]]); este artículo trata sólo sobre ciertos aspectos del paganismo en general, los cuales nos ayudarán a estudiar sus detalles y a juzgar su valor.  
 
Se deriva del latín pagus,  de ahí pagani (es decir, los que viven en el campo),  un nombre dado a los campesinos que se quedaron siendo paganos cuando las ciudades se convirtieron al cristianismo.  Varias formas de paganismo se describen en artículos especiales (por ejemplo, [[brahmanismo]], [[budismo]], [[mitraísmo]]); este artículo trata sólo sobre ciertos aspectos del paganismo en general, los cuales nos ayudarán a estudiar sus detalles y a juzgar su valor.  

Revisión de 05:30 2 feb 2013

Apolo
Júpinet
Cupido y el águila
Cupido e himeneo
Saturno
Diana y Hécate.jpg
Vesta
Plutón y proserpina.jpg
Vulcano y los Cíclopes
Minerva
Paganismo, en el sentido más amplio, incluye a todas las otras religiones que no sean la verdadera revelada por Dios, y en un sentido más estrecho, todas excepto el cristianismo, judaísmo, mahometismo. El término se usa como equivalente de politeísmo.

Se deriva del latín pagus, de ahí pagani (es decir, los que viven en el campo), un nombre dado a los campesinos que se quedaron siendo paganos cuando las ciudades se convirtieron al cristianismo. Varias formas de paganismo se describen en artículos especiales (por ejemplo, brahmanismo, budismo, mitraísmo); este artículo trata sólo sobre ciertos aspectos del paganismo en general, los cuales nos ayudarán a estudiar sus detalles y a juzgar su valor.

Pretensión del paganismo al nombre de religión: Influencia en la vida pública y privada

Los historiadores de las religiones usualmente asumen que las religiones emergieron de un germen común al cual ellos llaman totemismo, animismo, mito solar o astral, culto a la naturaleza en general o a la agricultura en particular, o algún otro nombre que implique una interpretación sistemática de los hechos. No nos proponemos discutir teológica, filosófica ni históricamente la unidad subyacente o causa originaria universal de todas las religiones, si hubiese alguna. De hecho, la historia nos presenta en cada caso una religión ya existente y en una forma más o menos complicada. En algún lugar u otro, por supuesto, se puede hallar algunos de los elementos humanos ofrecidos como universales, necesarios y germen suficiente para la religión desarrollada. Pero debemos señalar que, a la larga, este elemento no fue raramente una causa de degeneración, no progreso; de formas más bajas de culto y credo, no monoteísmo puro. Así es casi cierto que el totemismo favoreció mucho la formación de la religión egipcia. Los pedestales en forma de animales de las tribus, gradual y parcialmente antropomorfizados, crearon los dioses con cabeza de chacal, ibis, y halcón familiares a nosotros. Pero no hay rastro real de la evolución de la zoolatría al politeísmo y de ahí al monoteísmo. Los registros monoteístas son más sublimes, más definidos en las dinastías tempranas. Atum, el objeto de un culto espléndido, no tiene equivalente animal. Aun la represión de la insensatez popular por parte de una casta oficial instruida fracasó en contener la tendencia hacia una zoolatría tosca y sin paralelo, la cual fue comidilla para la burla de los romanos y para el desconcierto griego, y suscitó la indignación del autor del libro de la Sabiduría (11,16) (Loret, "L'Egypte au temps du totemisme", Paris, 1906; Cappart in "Rev. d'hist. relig.", LI, 1905, p. 192; Clement Alex., "Pæd.", III, II, 4; Diodorus Siculus, I, LXXXIV; Juvenal, "Satires", XV).

El animismo también entró extensamente a la religión de los semitas. De aquí, se nos enseñó, vino el monismo, el politeísmo, el monoteísmo, lo cual no es correcto. El monismo es indudablemente un sistema surgido de la creencia en los espíritus, ya fueran éstos las almas de los muertos o de las fuerzas ocultas de la naturaleza. “Nunca existe solo y no es para nada un sentimiento ‘religioso’” en absoluto: no es una forma degenerada de politeísmo más que su rudimentario antecedente. El animismo, el cual realmente es una filosofía ingenua, jugó un papel inmenso en la formación de las mitologías, y combinado con una creencia monoteísta ya consciente, indudablemente dio inicio a las formas complejas de monismo y politeísmo. Y éstas, en cada nación semita excepto entre los hebreos, derrotó todos los esfuerzos hechos (por ejemplo, en Babilonia y Asiria) para reconstituir o lograr ese monoteísmo del cual el animismo se ofrece como embrión. Estos hechos aparecen resumidos claramente en la obra de Lagrange "Etudes sur les Religions e mitiques" (2da ed., París, 1904).

El culto a la naturaleza en general, y a la agraria en particular, no pudo cumplir la promesa que pareció haber hecho. La última fue hasta cierto grado responsable por el culto a Tamus en Babilonia, con el cual el culto a Adonis y Attis y aun a Dionisio, están tan inconfundiblemente aliados. Mucho se debe haber esperado de estas religiones con su festival anual del dios moribundo y naciente y su afligida hermana o esposa: aun así fue precisamente en estos cultos donde existieron las peores perversiones. Ishtar, Astarté y Cibeles tenían sus consagrados a la prostitución femeninos y masculinos, su Galli: Josías tuvo que limpiar el templo de Yahveh de sus chozas (cf. The Qedishim y Kelabim, Deut. 23,18; 2 Rey. 23,7; cf 1 Rey. 14,24; 15,12) y aun en el mundo griego cuya prostitución no era considerada religiosa, Erix y Corinto al menos fueron contaminados por la influencia semita, la cual Grecia no pudo corregir. “Aunque que la historia de amor de Afrodita”, dice Dr. Farnell, “es de tono humano y muy triunfante, no hay ideas morales o espirituales en ella, ni concepción de una resurrección que pueda avivar las esperanzas humanas. Adonis personifica meramente la vida de los campos y jardines que mueren y florecen nuevamente. Todo lo que el helenismo pudo hacer por este dios oriental fue investirlo con la gracia de la poesía idílica. (“Cultos de los estados griegos" II 649, 1896-1909 cf Lagrange, op. Cit, 220, 444 35c)

El mitraísmo es usualmente considerado como rival del naciente cristianismo, pero el culto a la naturaleza destruyó sus esperanzas de perpetuidad. "Mitra permaneció" dice S. Dill, "inextricablemente unida con el culto a la naturaleza del pasado." Esta conexión abrió entre ella y la fe más pura "un abismo intransitable" que significó su "inevitable derrota" ("Roman Soc. del Nero to Aurel", Londres, 1904, pp. 622 ss), y "en lugar de un instinto de vida divina con compasión humana, sólo tenía para ofrecer el frío simbolismo de una leyenda cósmica" (ibid). “Su misma adaptabilidad”, nos recuerda M. Cumont, "le impidió deshacerse de las supersticiones graves y ridículas que complicaron su ritual y teología; estuvo envuelto, a pesar de su austeridad, en una alianza cuestionable con el culto orgiástico de la manceba de Atis, y se vio obligado a arrastrar tras de sí todo un pasado odioso o quimérico. El triunfo del mazdeísmo romano pudo no sólo haber asegurado la perpetuidad de todas las aberraciones del misticismo pagano, sino también de todas las ciencias físicas erróneas en las que su dogma descansaba." Tenemos aquí una indicación de por qué las religiones, en las cuales el elemento astral entró grandemente, estaban intrínsecamente sentenciadas. Las estrellas divinas que regían la vida estaban ellas mismas sujetas a la ley absoluta. De ahí el fatalismo implacable o escepticismo final para aquellos suficientemente educados para ver los resultados lógicos de su interpretación mecánica del universo; de ahí la deshonra del mito, el abandono del culto como mendaz e inútil; de ahí el silenciamiento del oráculo, éxtasis y plegarias; pero para el vulgo, un tumulto de superstición, la puerta recién abierta a la magia que podría coaccionar a las estrellas, el culto al infierno y honor a sus ministros---cosas todas que descendieron al satanismo y brujería, de no recientes días.

Aun el culto supremo y solar no alcanzó el monoteísmo, sino un esplendido panteísmo. Una sublime filosofía, un maravilloso ritual, el apoyo de la monocracia terrestre que reflejaba la del cielo, una liturgia de solemnidad incomparable y misticismo apasionado, un simbolismo tan puro y alto como para causar confusión infinita en las mentes perturbadas del moribundo imperio romano entre el culto al sol y los adoradores del sol de justicia---y todo esto fracasó en contrarrestar la mentira aborigen que dejó a Dios aún unido esencialmente a la creación. (Vea. F. Cumont, "Las religiones orientales en el paganismo romano", 2da. Ed. París, 1909, especialmente CC. V, VII-VIII, "El misticismo astral" Bruselas 1909, inestimable para referencias y bibliografía "Textos y monumentos... relativos a los misterios de Mitra" I, 1899, II, 1896, "Teología solar del paganismo romano," Paris, 1909) No insinuamos que estos elementos que han sido señalados como el origen de una revolución ascendente han sido siempre, o solamente, una causa de degeneración; es importante notar, sin embargo, que ellos han sido a veces tanto un germen de muerte como de vida.

Aspecto Social

El cristianismo es la primera y única de las religiones que ha predicado, como una de sus doctrinas centrales, el valor del alma individual. Lo que las religiones naturales infructuosamente implicaron, el cristianismo lo afirmó, lo reforzó y lo transmutó. La misma naturaleza humana es responsable a la vez por las admirables bondades del pagano y por las crueldades deplorables de los cristianos, o grupos, o épocas; las religiones paganas hicieron poco o nada para conservar o desarrollar lo primero, el cristianismo sostuvo una batalla incesante contra lo último. En lo que respecta a la mujer, la promiscuidad, que es el signo más seguro de su degradación, nunca existió como una característica estable o general del pueblo primitivo. En China y Japón, el budismo y confucionismo debilitados no la socorren. En el antiguo Egipto su posición fue mucho más alta que en el tardío; fue alta también entre los teutones. Aun en las Grecia y Roma históricas, el divorcio fue difícil y vergonzoso y el matrimonio fue defendido con una elaborada legislación y sanciones religiosas. Los vistazos que hemos dado a los matriarcados antiguos hablan mucho sobre la vieja y honorable posición de las mujeres; sus festivales peculiares, (como el de la Tesmoforia y Arreforia en Grecia, y el de Bona Dea en Roma) y ciertos cultos como el Korai local o el de Isis, mantenían su género dentro de la esfera de la religión. Puesto que, sin embargo, no se percibió su valor intrínseco ante Dios, la fuerza bruta del varón se hizo valer contra su debilidad; aun Platón y Aristóteles las consideraban más como instrumentos vivientes que como almas humanas; en la alta tragedia (Alcestis, Antígona) o historia (Cloelia, Camila) no hay figura que se pueda comparar, por su influencia moral y religiosa, con Sara, Raquel, Ester o Débora. Es el amor por la madre, en vez de por la esposa, lo que reconoce el paganismo (ver J. Donaldson, "La Mujer en las antiguas Grecia y Roma, etc... entre los cristianos primitivos" Londres 1907, Devas, "Estudios de la vida de Familia" Londres 1886 Daremberg y Saglio, "Gimnasio", etc)

El destino de los niños estaba esencialmente conectado con el de la mujer. Su encanto, patetismo y posibilidades tocaron al pagano (Homero, Eurípides, Virgilio, Horacio, Estacio), incluso la reclamación del respeto a su inocencia (Juvenal). Aun así, muy a menudo fueron considerados simplemente como juguetes o apoyo del destino de sus padres, o como la esperanza del Estado. Con el cristianismo, cada uno se convierte en un alma infinitamente preciosa para Dios y para sí mismo. Cada uno tiene un guardián celestial y para cada uno es mejor la muerte antes que perder la inocencia. La educación, en su sentido más amplio, fue creada por el cristianismo. Los esquemas elaborados de Aristóteles y Platón están subordinados al interés del estado. Aunque basada en “libros sagrados”, la educación en los tiempos antiguos, cuando organizada, encontró a estos libros altamente mitológicos, como en Grecia y Roma, o racionalizados, como en las esferas de influencia de Confucio. Tanto griegos como romanos le dieron gran importancia a una educación completa, mantenida con el patrocinio del estado (los Ptolomeos), dirección e iniciativa del estado (los antoninos) y concibieron para ella altos ideales (“la vuelta de los ojos del alma hacia la luz” Platón, "República" 515 b); sin embargo, al fracasar en apreciar el valor del alma individual, hicieron de la educación meramente un acto utilitario, siendo la formación del ciudadano apenas más completa que bajo el rígido y estricto sistema de Esparta y Creta. La restricción de la educación entre mujeres a las “hetairai” en la Grecia clásica es un hecho expresivo de un falso ideal y desastroso en sus resultados. (J. B. Mahaffy, "La educación en la antigua Grecia", Londres, 1881; S. S. Laurie, "Estudio Histórico de la Educación Pre-Cristiana", Londres, 1900; L. Grasberger, "Erziehung u. Unterricht im klass. Alterum", Würzburgo, 1864-81; G. Boissier, "L'instruct. publique dans l'empire romain." en "Rev. de Deux Mondes", marzo 1884; 3. P. Rossignol, "De l'educ. des hommes et des femmes chez les anciens", Paris, 1888).

Vemos que el error en la educación estuvo condicionado por el error en el ideal político. Sin duda, todas las formas de gobierno antiguas estuvieron sancionadas directamente por la religión. El dios local y el gobernante local eran, para los semitas, cada uno un melek (rey), un baal (propietario), y sus atributos y cualificaciones casi fundidos; o la dinastía gobernante descendía remotamente, o inmediatamente, de un dios o héroe, divinizando al rey; esto mismo sucedía con los jefes supremos micado, jonio y dórico. Especialmente el oriente fue por este camino, más notablemente Egipto. Sólo el emperador chino podía orar al gobernante supremo, cuyo hijo era él. Roma se deifica a sí misma y a sus gobernantes, y el culto al emperador domina al ejército y a la provincia, uniendo íntimamente a la aristocracia y a las masas (J. G. Frazer, "Historia Temprana de la Realeza", Londres, 1905; Maspero, "Comment Alex. devint Dieu en Egypte"; Cumont, "Testes et Monuments de Mithra", I, p. II, c. III; J. Toutain, "Cultes paiens dans l'emp. rom.", I, Paris, 1907). Es difícil juzgar los efectos prácticos; obviamente la autocracia se benefició, siendo indudable el desarrollo de la obediencia, la lealtad, y la fortaleza en los gobernados (Roma, Japón). Aun así el sistema descansaba sobre una mentira. Los escándalos de la corte, las familiaridades de la gente, los inevitables accidentes de la vida humana, apagaron el halo del rey-dios.

Mucho más estables fueron las organizaciones resultantes de la sutil forma de gobierno ideada por el experimento y la especulación griegos, y encarnados en la ley romana. La filosofía política de Aristóteles, casi diseñada para la ciudad estado---como lo era francamente la de Platón---, era ejecutada a través de la visión estoica de la ciudad de Zeus, del imperio mundial, hacia la majestad concreta de Roma, que ella misma pasaría cuando confrontara en el cristianismo con esa conciencia individual que no reconocería, en la Civitas Dei de San Agustín. Aristóteles y Platón sobrevivieron en Aquino, la visión estoica en Dante Alighieri; el Papa Gregorio VII reprodujo, en su época y a su modo, el trabajo efectivo de un Augusto. Y el Reino era el alma de toda ello, nacido hebreo, el cual, espiritualizado por Cristo y predicado por San Pablo, ha sido una fuerza mucho más poderosa para la civilización que lo que nunca fue la polis de los griegos. Mientras la última fuente de autoridad, los inalienables derechos de conciencia y la igualdad de todos en una filiación divina estuvieran sin realizarse, no era posible ninguna solución verdadera a la antinomia de estado e individuo, tal como ofrecía Pablo (Rom. 13, etc.). (Cf. E. Barker, "Pensamiento político de Platón y Aristóteles", Londres, 1906, esp. pp. 237-50, 281-91, 119-61, 497-515; G. Murray, "Ascensión de la épica griega", Cambridge, 1907; P. Allard, "Diez conferencias sobre los mártires", tr. (London, 1907); Idem, "Les Persécutions" (Paris, 1885-90); Los libros de Sir. W. Ramsay sobre San Pablo, esp. "Estudios Paulinos" (Londres, 1906); "Pablo el Viajero" (1897); "Antiguo culto al rey", C.C. Lattey, S.J., English C.T.S.] ´

En estos sistemas, los más débiles necesariamente se vieron obligados a rendirse. Incluso la buena legislación griega a favor de los huérfanos, asilos, ancianos, padres, y otros, aun el admirable instinto de aidos que protegía a los indefensos, los suplicantes, los extraños, los “heridos por Dios y afligidos”, no pudo parar (por ejemplo) el abandono de niños enfermos o deformes (defendidos incluso por Platón), o hacer que la pobreza no fuera ridícula, que el sufrimiento no fuera meramente feo, que la muerte no fuera corruptora. Aun la sobria religión de Avesta predicaba la caridad y la hospitalidad, y éstas, especialmente la última, fueron reconocidas como virtudes griegas. A medida que los viajes ensancharon las mentes y los ideales se volvieron cosmopolitas, el bárbaro se convirtió en hermano; bajo los Antoninos la caridad se volvió oficial y organizada. En el mundo griego los templos de Esculapio siempre fueron hospicios para los enfermos. Aun así todo esto es tan diferente en motivo, y por lo tanto en efectos prácticos, del “ministerio de amor mutuo” obligatorio dentro de la gran familia de los hijos de Dios, como es el complemento del sacrificio propio cristiano, el altruismo budista. (Cf. L. de la V. Poussin, "Budismo", Paris, 1909, especialmente págs. 7-8, donde él cita a Oldenberg, "Buddhismus u. christliche Liebe" in "Deutsche Rundschau", 1908, and "Orientalischen Relig.", pp. 58, 266 ss., 275 ss.)

En la esclavitud, por supuesto, se abre un abismo entre el paganismo y el cristianismo. Al proclamar los derechos de conciencia y la hermandad de los hombres, el cristianismo hizo por los esclavos lo que nunca se podría haber realizado demandando la abolición de la esclavitud instantánea y universal, arriesgando así la dislocación de la sociedad. En Cristo, brota una nueva relación entre amo y hombre (1 Cor. 7,21-22; 1 Tim. 6,2); se hace posible la Epístola a Filemón. Aunque es verdad que de muchas maneras la suerte del esclavo podía ser miserable (el ergastulum) e inhumana (el esclavo romano técnicamente no se podía casar) e inmoral (Petronio: "nil turpe quod dominus jubet"), aun aquí también, la naturaleza humana se ha levantado sobre sus propias filosofías, leyes y convenciones. La bondad aumentaba constantemente; incluso Catón era amable; los motivos sociales (Horacio), las consideraciones filosóficas (Séneca), la legislación pura (ya bajo Augusto), la devoción (en Delfos los esclavos eran manumitidos a Apolo: contrasta con la bella emancipación cristiana en Enodio, P.L., LXIII 257; el sentimiento e incluso la ley protegían las tumbas de los esclavos o loculus) contestaban los anhelos de los corazones mansos. El contubernio existió paralelo al matrimonio; la nacionalidad por sí misma nunca significó esclavitud; la educación podía hacer amigos al maestro y al hombre ("loco filii habitus", dice una inscripción); Séneca generaliza: "homo res sacra homini; servi, humiles amici." Pero no todo el sentido de la “dignidad del hombre” enseñada por los comediantes y filósofos romanos podía suministrar siquiera los principios de emancipación, mucho menos la fuerza, de la igualdad cristiana al servicio de Dios y la hermandad de Cristo (Wallon, "Historia de la Esclavitud en la Antigüedad", París, 1847; Boeckh, "Staatshaushaltung d. Athener.", I, 13; C.S. Devas, "Key en." (1906), 143-150 and c. v; P. Allard, "Les Esclaves chrét.", París, 1876; O. Boissier, "Relig. romaine", II, París, 1892).

Arte y Ritual

Omnia plena deo: Mientras más cercano se perciba a Dios, más rica será la eflorescencia del arte y ritual religioso; y mientras más puro el concepto de su naturaleza, más noble el culto de los sentidos que lo saluda. Por lo tanto el arte más grandioso del mundo ha florecido alrededor de la presencia real de Cristo, aunque Cristo no dijo una sola palabra sobre arte. Así, la herejía ha sido siempre iconoclasta; el Dios distante del puritanismo, al Alá desencarnado del Islam se le debe rendir culto, pero no en belleza. Para los hindúes, los dioses estaban cerca, pero perversos, y su arte se volvió loco. Para los griegos, excepto una pequeña banda de místicos, cuyo entusiasmo aniquiló la belleza externa en el esfuerzo por la amabilidad espiritual, toda hermosura fue corporal; de ahí las espléndidas y desalmadas estatuas de dioses, (aunque por unas pocas percepciones escogidas---Pausanio, Plutarco---el Zeus olímpico tenía “expresión” y expresaba significado divino); de ahí que su tratamiento de la belleza inanimada de la naturaleza fue bastante menos exitoso y profundo que lo que fue el de los austeros hebreos, quienes en su lucha en contra del culto a la naturaleza y la idolatría, prohibieron las artes plásticas, pero cuyos salmos a la naturaleza se elevaron más alto que nada en la literatura griega. El espíritu puro y nuevo que se respiraba en el arte de las catacumbas encubre para nosotros, al principio, que sus categorías son todas paganas---aunque en los modelos humanos se tomó prestado poco directamente, los tipos Orfeo, Hércules, Aristea, se le aplican a Cristo, extraños símbolos (la cruz enmascarada, el delfín atravesado en un tridente) ocurren esporádicamente; los sarcófagos "paganos" fueron sin duda comprados directamente en almacenes paganos; más sorprendente es la diferencia que se sintió en el tratamiento espiritual que le dio el primer arte cristiano al desnudo ( E. Müntz, "Estudios sobre la historia de la pintura y la iconografía cristiana" París 1886, A. Pératé, "la arqueología cristiana" París, 1892, Wilpert, "Roma Sotteranca, le pitture etc" Roma 1903).

Los ritos cristianos se desarrollaron cuando la Iglesia dejó las catacumbas en el siglo III. Muchas formas de expresión propia pueden ser idénticas en variados tiempos, lugares, cultos, mientras que la naturaleza humana es siempre la misma. El agua, aceite, luz, incienso, cánticos, procesión, postración, decoraciones de altares, vestimentas de sacerdotes, están naturalmente al servicio del instinto religioso universal. Sin embargo, la Iglesia tomó prestado muy poco directamente---nada sin ser [[bautizado”, como lo fue el Panteón. En todas estas cosas lo esencial es el espíritu; la Iglesia asimila para ella misma lo que toma, y si no lo puede adaptar, lo rechaza (cf. Agustín , Epp, XLVII, 3, en P.L. XXXIII, 185, "Respuesta a Fausto" XX.23; San Jerónimo "Epp" CIX, ibid, XXII, 907. Incluso las fiestas paganas pueden ser “bautizadas”, ciertamente nuestras procesiones del 25 de abril son la Robigalia, los días de rogaciones pueden remplazar la Ambarualia, la fecha de Navidad, puede deberse al mismo instinto que colocó en el 25 de diciembre el “natalis invicti” del culto solar. Pero hay poco de esto, nuestra maravilla es que no hay nada más [vea Kellner, Heortologie" (Friburgo 1906). Vea los artículos Navidad, Epifanía. También Thurston "Influencia del paganismo en el calendario cristiano" en "Mes" 1907, págs. 225 ss.; Duchense "Origen del culto cristiano" tr. Londres 1910) passim, Braun, "Die Priestlichen Gewänder" (Friburgo 1897); Idem, Die pontificalen Gewänder" (Friburgo, 1898) Rouse, "Ofrendas Votivas Griegas" (Cambridge, 1902) esp. c. V.]

El culto a los santos y las reliquias se basa en el instinto natural y sancionado por las vidas, muertes y tumbas (en primera instancia) de los mártires y por el dogma de la comunión de los santos, el cual, como regla general, no se desarrolló en casos definidos del culto a los héroes, aunque a menudo se instituía a propósito el culto a un mártir local para derrotar (por ejemplo) un oráculo tenaz de la vida pagana ( P. G. L. 51, P. L LXXII 831, Newman "Ensayo del desarrollo, etc" II, cc. IX, XII, etc, Anrich "Anfang des Heiligenkults etc" Tübingen, 1904, especialmente Delehaye "Leyendas hagiográficas" Bruselas 1906, Agustín y Jerónimo ( Ep. CII, 8, en P.L. XXXIII, 377, "C. Vigil" VII, ibid XXXIII, 361) marcan una sabia tolerancia. Duchense ["Hist. ancienne de l'église", I (Roma, 1308), 640; cf. Sozomeno, Hist. Igl. VII.20] nos recuerda la represión necesaria ocasional. El Papa San Gregorio I, escribiendo para San Agustín de Canterbury, fija el principio y práctica de la Iglesia (Beda, “Hist. eccl.”, I, XXX, XXXII, en P.L XCV, 70, 72). Pudo haber habido influencia recíproca hasta cierto punto, pero debe haber sido leve y es muy posible que se sintiera no menos en el lado pagano. Todos conocen como [[Juliano el apóstata|Juliano trató de remodelar una jerarquía pagana basándose en la cristiana (P. Allard " Julián el apóstata " París 1900)

Moralidad, Ascesis, Misticismo

Para una apreciación de las religiones paganas en sí mismas y para un estimado de su valor pragmático en la vida, debe notarse que a medida que una religión pagana vislumbró altos vuelos espirituales de éxtasis, penitencia, asuntos místicos, lo "heroico", abrió las puertas a toda clase de cataclismos morales. Una “frugi religio” fue la de Numa; el viejo romano fue “cautissimus et castissimus” en su culto. Para él, dice Servo, la religión y el miedo (=awe) iban juntos. “Pietas” era una especie de justicia (filial, sin duda) pero nunca “superstitio”. El hombre ordinario "pone toda la religión al hacer las cosas", tapando su cabeza en presencia de lo modesto, la poco interesante “numina”, que llenaba su mundo y (como muestra su nombre-adjetivo---Vaticano, Argentario, Domiduca) presidía sobre cada subsección de su vida. Luego las virtudes romanas, Fides, Castitas, Virtus (valentía), fueron canonizadas, pero ya la religión se estaba volviendo estereotipada y por lo tanto condenada a desmoronarse, aunque hacia el final los volátiles griegos (paides aei) se maravillaban de su estabilidad, dignidad y decencia. Así también las altas abstracciones de su Gâthâs (ley moral, buen espíritu, prudencia, piedad etc, el Amesha-spentas del futuro Avesta---obediencia, silencio, sumisión y el resto) especialmente el enorme valor que la ética persa ponía sobre la verdad (una virtud amada para la Antigua Roma) testigo de vidas sobrias, tranquila ciudadanía, laboriosidad generosa, sin imaginación, justo a Dios y al hombre.

Exactamente opuestas y desastrosas fueron las tendencias del idealista hindú, perdiéndose en sueños de panteísmo, propia aniquilación y unión divina. Especialmente el culto a Vishnu (dios de la divina gracia y devoción), de Krishna, (el dios tan extrañamente asimilado por la tendencia moderna a Cristo) y de Siva (de donde sactismo y tantrismo) se desenfrenaron en licencia inútil, que debe modificar, uno siente, la totalidad del destino nacional. No podemos pasar juicios convencionales sobre estas aberraciones. Se concede fácilmente que los paganos vivían constantemente mejor que sus credos, o en todo caso, que su mito; terrores ciegos, premisas incorrectas, tradiciones torcidas, costumbres originadas, preservadas o distorsionadas perdonables cuando se conoce su historia. Asombrosas contradicciones coexisten (los asesinatos rituales y prostitución de Asiria, juntos con el alto sentido moral revelado en la autocrítica de la segunda tableta de Shurpu; el incesto santificado y grosero mito de Egipto, con la excelente negativa Confesión del Libro de los Muertos). Incluso en Grecia los terribles restos de los antiguos cultos clitónicos, la influencia inmoral (para la mayor parte) de las deidades olímpicas, el poco exigente y muy popular culto al héroe favorito o local (Heracles, Asclepios) son subordinados al esencial instinto de aidos, themis, nemesis (tan bien analizados por G. Murray, op, cit) con su tabú e imperativo categórico, reflejaban, como por necesidad, la voluntad expresada de Dios. La religión del hombre ordinario es perfecta y finalmente expresada en los diálogos de Platón y Céfalo (Republica, init.), cuyos instintos y tradiciones lo habían llevado, al final de su vida, a una meta prácticamente idéntica con la que lograron los filósofos al final de su laboriosa investigación.

Sin embargo, todo ascetismo se funda en cierto dualismo. En Persia la lucha entre la Luz y la Obscuridad fue noble y fructífera hasta que desembocó en el maniqueísmo y sus viciados aliados. Ciertamente, de Oriente vino mucho del dualismo místico que ordenaba penitencia, enfocaba la atención más allá de la tumba, preconizaba pureza de todas clases (incluso la abstención de pensamientos que llevan al éxtasis) que inspiraron el orfismo, pitagorismo, etc., y transfundía los misterios. Hasta Platón estas nociones no lograron un éxito literario elevado. Esquilo predica un evangelio sublime, sus austeras series---opulencia, autosuficiencia, insolencia, apasionamiento enviado por Dios, ruina---tienen ecos de profecía hebrea y anticipa los “Ejercicios”; aun así su rígida “drasanti pathein” es calmada en el “pathein mathos”---una verdadera sabiduría, reposo, reconciliación. Aun en esta vida Sófocles ve leyes altas viviendo eternamente en un cielo sereno, una felicidad para hombres de obediencia. En el caos de su escepticismo Eurípides vive en aturdimiento enojoso, sin saber donde colocar su ideal, puesto que Afrodita y Artemis y las otras fuerzas del mundo están, para él, esencialmente en guerra. Es en Platón, más bien que en el ascetismo nihilista de Oriente que se toca la nota del ascetismo---ni siquiera aún muy cierto. El cuerpo es nuestra tumba, (soma, sema); debemos despojarnos de los pesos de plomo, las incrustaciones terrenales de la vida, la verdadera vida es un ejercicio en muerte, una homoiosis de theo, tan lejos como pueda ser; igual que los cisnes, cantamos al morir, “yendo hacia Dios”, cuyos sirvientes somos; "cisnes muertos" y le debemos sacrificio al héroe sanador para la cura de la fiebre incierta de la vida; "ya he volado" (gritarán las tabletas mágicas órficas) “desde la penosamente gastada llanta” de la existencia.

Directamente después de Platón, las escuelas se tiñeron con su pensamiento, si no sus herederos inmediatos. Estoico y Epicuro realmente intentaban una cosa cuando predicaban su apatheia y ataraxia, respectivamente Anechou kai apechou: ser los “autarches”, maestro de ti mismo y tu destino. En los días de la persecución romana, este estoicismo “tocado con emoción” paso a la bella aunque mal fundada religión de Séneca; toda filosofía se volvió práctica, un “ars vivendi”. La vida es nuestro “ingens negotium”, sin embargo no para desesperarse. El cielo no es orgulloso, “ascendentibus di manum porrigent”. “Ano phronein”, San Pablo estaba incluso ordenando Col. 3,1-2), haciendo eco del “phronein athanata kai theia” de Platón (Tim. 90c) su “tes ano hodou aei hexometha (Rep. 621c), su “vida debe ser un vuelo”, “apo ton enthende ekeise (529 A) y la doctrina de Aristóteles que un hombre debe “athanatein eph oson endechetai” (Eth. N. X, VII) escrito hace tanto tiempo. Las más agudas expresiones de este asceticismo místico estaban muy ocupadas con la vida futura y muy alentadas o provocadas por los misterios desarrollados. Imposible como parezca encontrar una raza que creía en la extinción del alma por la muerte, la supervivencia era a menudo un asunto vago y lúgubre, prolongado en cavernas obscuras, polvo e inconciencia; así en Babilonia, Asiria, los hebreos, y la Grecia antigua. Ulises debe hacer que los tontos fantasmas beban la sangre caliente antes que puedan pensar y hablar. A lo mejor dependen de la asistencia humana e incluso compañía; de ahí ciertos ofrecimientos y sacrificios humanos sobre las tumbas. O ellos podían, en días determinados, regresar, perseguir a los vivos, buscar comida y sangre; de ahí las ceremonias de expulsión, la “anthesteria”, “lemuria” y similares. Sin embargo, se originan credos bondadosos, y en la “Cara Cognatio” se le da la bienvenida a las almas a los lugares hechos para ellas, así como para los dioses, en la chimenea y en la mesa y la familia se reconstituye en afectos. Las esperanzas e intuiciones se reúnen en una luz plena y completa y continua; incluso antes que las inscripciones en las catacumbas mostraran que la muerte era por ahora apenas una razón siquiera para lágrimas. La “bricbarca más segura de la doctrina divina” por la cual había suspirado el muchacho ansioso del “Phædo”, había sido dada para cargar las almas a esa "lejana playa" en la cual Virgilio los vio alargando manos anhelantes.

Pero los Misterios ya habían alentado, aunque no creado, la convicción de la inmortalidad. Ellos no daban revelaciones, ninguna doctrina nueva y secreta, pero impresionaron poderosa y vívidamente ciertas nociones (una de ellas la inmortalidad) sobre la imaginación. Sin embargo, gradualmente se pensó que la iniciación aseguraba una vida ulterior feliz, y expiaban por los pecados, que de otro modo serían castigados, si no en esta vida, en algún lugar de expiación. (Platón, "Rep" 366 c. F. Pindar, Sófocles, Plutarco) Estos misterios usualmente comenzaban con la selección de “initiandi”, su "bautismo" preliminar, ayuno y (Samotracia) confesión. Después de muchos sacrificios, se celebraban los Misterios propiamente dichos, incluyendo casi siempre una danza mimética o “tableaux”, que mostraban el cielo, el infierno y el purgatorio, el destino del alma; los dioses [como en el misterio de Isis, Appuleius (Metamorfosis)] nos cuentan sus emocionantes y profundamente religiosas experiencias. A menudo se veía la "pasión" del dios (Osiris); la violación y regreso de Kore y los dolores de Demetrio (Eleusis), el matrimonio sagrado (aquí en Cnossus), o los nacimientos divinos (Zeus, Brimow) o renombrados incidentes del mito local. Había también la exhibición de objetos simbólicos---las estatuas usualmente se mantenían veladas, emblemas o frutos misteriosos (Dionisio) una mazorca de maíz (sostenida cuando Brimos nació). Finalmente había usualmente la comida de alimentos místicos---granos de todas clases en Eleusis, pan y agua en el culto de Mitra, vino (Dionisio) leche y miel (Attis) carne de toro cruda en el culto órfico de Dionisio-zagreus. Las fórmulas sagradas estaban ciertamente impregnadas de valor mágico.

No hay mucha razón para pensar que estos misterios tuvieran una influencia moral directa en sus adeptos; pero su popularidad e imponencia fueron enormes, e indirectamente reforzaron cualquier aspiración y creencia que encontraran sobre la cual trabajar. Naturalmente, se ha buscado trazar una conexión cercana entre estos ritos y el cristianismo (Anrich, Pofleiderer), lo cual es inadmisible. No sólo el cristianismo fue despiadadamente exclusivo, sino que sus apologistas (San Justino, Tertuliano, Clemente de Alejandría) lanzaron fuertes invectivas contra los mitos que ellos encerraban. Además el origen de los ritos cristianos es históricamente cierto basado en nuestros documentos. El bautismo cristiano (esencialmente único) es ajeno a las repetidas inmersiones de los “initiandi”, incluso al Taurobolium, ese baño en sangre de toro, de donde el sumergido salía “renatus in oeternum”.

El origen totémico y significado del alimento sagrado (que no era un sacrificio) mediante el cual los adoradores se comunicaban con su dios y entre sí (Robertson Smith, Frazer) es muy oscuro para discutirlo aquí. [(cf. Lagrange "Estudios etc" págs. 257, etc). El pez sagrado de Atergatis no tiene nada que ver con el origen de la Eucaristía, ni siquiera probablemente con el anagrama Ichthys de las catacumbas. (Vea Fr. J. Dölger: ICHTHYS, das Fischsymbol, etc., Roma, 1910. El anagrama verdaderamente representa a “Iesous Christos Theou Houios Soter”, al estar invertido el orden usual de la tercera y cuarta palabras debido a la formula familiar del culto imperial; la propagación del símbolo se facilitó a menudo debido al culto del pescado popular en Siria). Es cierto que la terminología de los misterios fue grandemente transportada al uso cristiano (Pablo, Ignacio, Orígenes, Clemente, etc); es altamente probable que la liturgia (especialmente el bautismo) organización (del catecumenado), disciplina arcana fueron afectados por ellos. La Iglesia siempre ha moldeado fuertemente sus palabras, e incluso conceptos (soter, epipsanes, baptismos, photismos, teletes, logos) para adecuarlos a su propio dogma y a su expresión. Pero sería contrario a toda probabilidad, así como al hecho positivo, suponer que las prácticas y tradiciones sin dogmas, míticas y sin código del paganismo podrían dominar la rígida ética y credo del cristianismo. [Consultar Cumont, opp. cit.; Anrich, "Das antike Mysterienwesen, etc." (Göttingen, 1894); O. Pfleiderer, "Das Christenbild, etc." (Berlín, 1903), tr. (Londres, 1905). Especialmente Cabrol, "Orig. liturgiques" (París, 1906); Duchesne, "Culto Cristiano", passim; Blötzer en "Stimmen aus Maria Laach", LXXI, (1906), LXXII, (1907); G. Boissier, "Fin du Paganisme" (Paris, 1907), especialmente 1, 117 ss.; "Religion Romaine", passim; Sir S. Dill, op. cit.; C.A. Lobeck, "Aglaophamus" (1829); E. Rohde, "Psyche" (Tübingen, 1907); J. Reville, "Relig. à Rome, s. l. Sevèsres" (París, 1886); J. E. Harrison, "Prolegomena" (Cambridge, 1908), especialmente el apéndice; L. R. Farnell, op. cit., y los léxicos.]

Como un extraño fenómeno histórico, notamos sin embargo la coexistencia de lo más alto con lo más bajo; la tendencia sublime, el “exiguum clinamen”, y la terrible catástrofe: la naturaleza humana sacudida por el hambre de la unión divina, oración y pureza, y por el sentido del pecado, la necesidad de penitencia y la impotencia de sus propios poderes. De ahí que el salvajismo y la sangre acompañen sus fiestas de comunión, mitos grotescos acompañen a los más sublimes ideales, la reacción sensual siga a la flagelación y el ayuno. Y nosotros admiramos como en la sola nación hebrea el ascenso teleológico fue constante, la sobriedad no significaba metas inferiores, la pasión no implicaba frenesí. Solamente en el fuerte alcance de la disciplina cristiana se resolvió práctica y espiritualmente la ulterior antinomia de la propia abnegación y autorrealización, aunque teóricamente nunca se descubra una expresión adecuada para esa solución. Quedan como problemas históricos ciertas conexiones que todavía necesitan ser más exactamente definidas entre el “vestido” del dogma y rito cristiano (ya sea litúrgico, o de fórmula, o de categoría filosófica) y el ambiente circundante de las religiones. Como certeza histórica permanece el intransitable abismo, en esencia y origen, entre los sistemas moral y religioso del paganismo contemporáneo, especialmente de los Misterios y el dogma y rito cristiano formado en terreno palestino con extraordinaria rapidez y rígidamente exento de infección por fuentes extrañas. (Cf L Firedländer, "Vida y costumbres romanas, etc" (1909-10) espec III, 84-313 O. Seeck, "Gesch des Untergantes der antiken Welt" (Berlin, 1910, II (1901) III (1909) y apéndices B, Allo, "El evangelio cara al sincretismo pagano" ( París 1910).

Filosofía Religiosa

Suponemos que esta es la forma más alta de reacción humana sobre el dato religioso del cual el alma se halle en posesión, o por lo menos pueda proveer del más puro, sino el más imperativo, modo de culto. Desde este punto de vista de las cosmogonías racionales más antiguas (como la de Grecia) son de poco interés para nosotros, salvo en la medida en que atestiguan ya esa distinción entre Zeus, supremo, y el destino, al cual todavía está sujeto, quizás un intento inconsciente para conciliar las antinomias fácilmente incautadas por los verdaeros instintos religiosos en las tradiciones populares en cuanto a los dioses. Sin embargo, las cosmogonías mitológicas de Babilonia y Asiria serán de interés superior al estudiante “comparativo” de las religiones semitas. Es notable la curva de la tendencia griega---comenzando en la monista, estática y anti-religiosa Jonia; se volvió dinámica en Heráclito, cuyo Fuego pasaría, como Logos, al sistema estoico; transferida después de las guerras persas al Ática, y profundamente dualisada en Platón y Aristóteles, cuyos conceptos, sin embargo del mundo-alma y de la naturaleza-fuerza inmanente fueron poderosos para todo tiempo. A través de los estoicos, expresado en términos prestados consistentemente a partir de la exquisita mitología egipcia, de Thot, de Osiris y de Isis, este elaborado sistema de corrientes convergentes se sintetiza en Plutarco, mientras que de las fuentes de Plutarco, Filo Judeo había extraído la filosofía en la que se esforzó por ver las doctrinas de Moisés, y en cuyos términos luchó por expresar los libros hebreos.

Así fue que el Logos, en teoría, impersonal, inmanente, evolucionando a ciegas en el mundo, se convirtió (transfigurado por una parte por el mito pagano, y por otro lado, en un contacto muy estrecho con el Ángel de Yahveh y los ideales de la literatura sapiencial alejandrina) tan cerca a la personificación, que |Juan pudo adoptar la expresión, moldearla a su dogma, truncar todas las especulaciones peligrosas entre los cristianos, y afirmar de una vez por todas que la Palabra se hizo carne y fue Jesucristo. Sin embargo, muchos de los primeros apologistas harían un gran problema con su uso de las fórmulas platónicas y con el Logos. Surgen dos principios que gobiernan el pensamiento griego: Dios debe ocupar el primer lugar, ou gar parergou dei poieisthai ton theon, y sin embargo mientras más nos acercamos a Él, menos podemos expresarlo, theon eurein te ergon, euronta de ekpherein en pollois adynaton (Pitágoras, Platón). A cuántas respuestas dadas tentativamente atestigua la triste oración de Eurípides: "¡Oh, Tú que sostienes la tierra, y en la tierra tienes tu trono, quienquiera que seas, difícil de adivinar, difícil de conocer, Zeus, sé Tú la ley de la naturaleza, o el pensamiento humano del hombre, a Ti mi oración: Tú, que te mueves en vereda silenciosa, en la justicia guías todas las cosas mortales ". A la inmanente, Fuerza suprema, exigiendo servicios conscientemente, o, al menos, imponiendo obediencia ciegamente, la filosofía griega llegó casi inevitablemente, y, a pesar de sí misma y de su escepticismo y premisas mecánicas, ascendió a una religión. En la boca de Epícteto Dios es todavía cantado triunfalmente: "¿Qué puedo hacer yo, yo, un hombre viejo y lisiado, salvo cantar las alabanzas a Dios, y pedir a todos los hombres que se unan a mí en mi canción?", hasta que la corriente estoica se desvaneció en Aurelio, sorprendió hasta la aquiescencia, no más entusiasmado uniéndose a la gran ley de Dios en el mundo.

Pero en el neoplatonismo, coloreado con el lenguaje persa, judío, e incluso cristiano, el movimiento pasó; en el "Isis y Osiris" de Plutarco ya se había logrado un misticismo puro y sublimidad de emoción apenas a ser superado; en la "Metamorfosis" de Apuleyo el culto sincretista de la diosa egipcia se expresa en términos de la ternura y la majestad que pueda adaptarse al más alto culto, y, en la última oración del Hermes de Apuleyo, una extática adoración de Dios se manifiesta en lenguaje y pensamiento nunca igualado, mucho menos superado, salvo en los escritores inspirados de la Iglesia. Pero todos estos esfuerzos de la filosofía religiosa pagana, entregados casi siempre a un rígido dualismo, enredado en consecuencia en prácticas mecánicas y de magia, ataviado en falsa mitología, al arriesgar y perder el equilibrio psíquico mediante el uso de un sentido nihilista de sentido y pensamiento, murió en los miserables sistemas del gnosticismo, maniqueísmo, y el neoplatonismo tardío; y la corriente de la verdadera vida, renovada y redirigida por Pablo y Juan, pasó a los escritos de Agustín. [Consulte a Zeller, "Phil. der Griechen" (Leipzig, 1879), tr. (Londres, 1881); Idem, "Grundriss, etc." (4ta ed., Leipzig, 1908), tr. (Londres, 1892); Gomperz, "Gr. Denken" (Leipzig, 1903), tr. (Londres, 1901); cf. Flinders Petrie, "Religión Personal en Egipto antes del Cristianismo” (Nueva York, 1909), no satisfactoria; J. Adam, "Maestros Religiosos de Grecia" (Edimburgo, 1908); Dill, op. cit.; Idem, "La Sociedad Romana en el último siglo del Imperio Occidental”, especialmente valiosa como un retrato de la tenacidad de los moribundos culto y pensamiento paganos; Spence, "Cristianismo y Paganismo Primitivo" (Londres, 1904); L. Habert, "Doctr. Relig. d. Philosophes Grecs" (París, 1909); L. Campbell, "Religión en la Literatura Griega" (Londres, 1898); E. Caird, "Evolución de la Teología en las Filosofías Griegas" (Glasgow, 1904), "Evolución de la Religión" (Glasgow, 1907); H. Pinard en "Revue Apologétique" (1909); S. Lebreton, "Origines du Dogme de la Trinité", I (París, 1910), donde se aprecian las cimas alcanzadas por los intentos religiosos de los judíos griegos y helenizados. Sobre el asunto en general: de Broglie, "Problèmes et Conclusions de l'hist. des Religions", París, 1889.]

Relación entre Paganismo y Revelación

La etnología y la historia comparada de las religiones paganas no nos imponen como hipótesis esa revelación primitiva que la fe nos asegura. Como hipótesis, sin embargo, podría resolver muchos problemas; fue muy fácil para los tradicionalistas del siglo pasado detectar sus rastros por doquier, y para el obispo Huet ("Demonstr. evangelica", París, 1690, pp. 68, 153, etc.), siguiendo a Aristóbulo, Filo Judeo, Flavio Josefo, San Justino, Tertuliano y muchos otros discípulos de los alejandrinos, ver en todas las leyes y rituales paganos un inmenso saqueo de la tradición judía, y, en todos los dioses a Moisés. La escuela opuesta ha caído en peores locuras en todas las épocas. Celso vio en el judaísmo una “herejía egipcia”, y en el cristianismo una herejía judía, en igualdad con los cultos de Antinoo, Trofonio, etc. (Contra Celso III.21); Juan Calvino (Instit., IV, X, 12) y Middleton (Una carta desde Roma, etc., 1729) vieron una exacta conformidad entre el papismo y el paganismo. Dupuis y Creuze, heraldos de la moderna raza de comparadores religiosos, deducen el cristianismo a partir de ritos paganos, o le asignan a ambos sistemas una fuente común en el espíritu humano. Más sabios en su generación fueron aquellos antiguos Padres, que no siempre veían en las analogías paganas el engaño de los demonios (Justino en P.G., VI, 364, 408, 660; Tertuliano en P.L., I, 519, 660; II, 66; Fírmico Materno, ibid., XII, 1026, 1030), desenredaron con un cierto sentido histórico y religioso, las razones por las que Dios permitió, o dirigió, al pueblo elegido a mantener o adaptar los ritos de su ascendencia o ambiente pagano, o por lo menos, reprochándoles con esto, reconocen los hechos (Justino, loc. cit., VI, 517; Tertuliano, P.L., II, 333; San Jerónimo, ibid., XXV, 194, XXIV, 733, XXII, 677, es impactante; Eusebio, P.G., XXII, 521; especialmente San Juan Crisóstomo, ibid., LVII, 66, y San Gregorio Nacianceno, ibid., XXXVI, 161, quienes son notables. Cf. Santo Tomás, I-II, Q. CII, a. 2). No hay que discutir aquí la relación del códice y ritual hebreo con los sistemas paganos; los hechos y, a fortiori, la comparación y construcción de los hechos, no están determinados satisfactoriamente todavía; la admirable obra de la escuela dominica (especialmente el "Religions sémitiques" de M. J. Lagrange; cf. F. Prat, S.J., "Le Codede Sinai", París, 1904) está preparando el camino para consideraciones más adecuadas de las que son posibles al presente.

Se considerará bajo dos puntos de vista si el paganismo abrió una brecha para el cristianismo. Hablando desde el punto de vista de la historia pura, nadie puede negar que mucho en el antecedente o aspiraciones circundantes y los ideales formaron una præparatio evangelica de gran valor. “Christo jam tum venienti”, cantó Prudencio, “crede, parata via est”. El mundo pagano “vio el camino”, Agustín pudo decir desde la cima de la colina. "Et ipse Pileatus Christianus est" dijo el sacerdote de Attis; mientras que Justino afirma que Heráclito y los viejos filósofos eran cristianos antes de Cristo. Ciertamente, en su panegírico de la filosofía platónica, los primeros apologistas van más allá de lo que quisiésemos decir, y ciertamente crearon dificultades para sus sucesores. La atención se dirige hoy en día, no sólo a las ideas de la naturaleza divina, las filosofías del logos, populares en la era cristiana, sino especialmente a aquellos cultos orientales, que, inundándose sobre aquel encogido, oficializado y moribundo culto del mundo romano o helénico-romano, fertilizaron dentro de él cualesquiera potencialidades que todavía contenían de pureza, oración, religión emocional, y asuntos del otro mundo generalmente. Evolucionó un nuevo lenguaje religioso completo, que presagió una tendencia nueva, ideal, y la actitud, los cuales el cristianismo, también en este caso, no despreció para utilizar, trascender y transformar.

Además, teológicamente sabemos que desde el mismo comienzo Dios destinó al hombre para una unión sobrenatural con Él. Históricamente, la “naturaleza pura” nunca ha existido. El alma es naturaliter Christiana. El hombre más verdadero es el cristiano. Así el “espíritu humano” que hemos mencionado tantas veces, no es un espíritu humano abandonado a sí mismo, sino solicitado por y que cede a una gracia irresistible. Mejor que lo que adivinó Aristóteles, la humanidad echei ti theion. Pues Christus cogitabatur. Aei ponei to zoon, dijo el mismo filósofo. Y toda la creación gime y se afana junta hasta la total redención; Dios hizo “todas las naciones de hombres” “hechos de una sangre para habitar en toda la faz de la tierra… para que buscaran al Señor, y que quizás lo buscaran a tientas y lo hallaran”. Ellos fallaron, ¡ay!, aunque tenían el “epignosis” de Dios (Rm. 1,32; cf. 1,29); mientras más alto subían, más terrible era su caída; pero, junto con el trágico primer capítulo de la epístola de Pablo, está el segundo, y no nos atrevamos a olvidar que el pueblo elegido, el Primogénito, el heredero de oráculos y de la ley, cayó igualmente o peor, y permitió que el nombre de Dios fuese blasfemado por los gentiles a los que despreciaban (Rm. 2,24). A pesar de todo eso, Dios usó a los judíos en su plan, y nadie se puede atrever a decir que no usó a los gentiles. Ellos se revelan en la historia como creados por Dios y no descansan hasta que descansen en Él. La historia nos muestra su esfuerzo y su fracaso; damos gracias a Dios por el primero, y no nos atrevemos a desdeñar el segundo. La revelación de Dios ha sido en muchos fragmentos y de muchos modos; y al rey pagano, cuya mano derecha Él había sostenido, le declaró: "A causa de mi siervo Jacob, y de Israel, mi ungido, te he llamado por tu nombre y te he ennoblecido, sin que tú me conozcas. Yo soy Yahveh, no hay ningún otro; fuera de mí ningún dios existe. Aun así te guiaré aunque tú no me conozcas.” (Is. 45,4ss.). Pues Ciro todavía rendía culto en el santuario de Ahura.


Fuente: Martindale, Cyril Charles. "Paganism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911.<http://www.newadvent.org/cathen/11388a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.

Selección de imágenes José Gálvez Krüger

Las imágenes provienen de la Universidad de Toronto: The Wenceslaus Hollar Digital Collection [1]