Baal, Baalim
De Enciclopedia Católica
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Etimología
(Hebreo Bá'ál; plural, Be'alîm)
Palabra perteneciente al tronco más antiguo del vocabulario semita y que significa principalmente "señor" o "dueño". Así en el idioma hebreo a un hombre se le llama el baal de una casa (Éxodo 22,7; Jueces 19,22), de un campo (Job 21,39), de ganado (Ex. 21,29; Isaías 1,3), de riquezas (Ecls. 5,12) o inclusive de una esposa (Ex. 21,4; cf. Gn. 3,16). La posición de la mujer en el hogar oriental explica por qué ella nunca es llamada Bá`alah de su marido. También leemos sobre un carnero, "baal" de dos cuernos (Daniel 8,6.20), de un baal de dos alas (un ave: Ecls. 10,20). José fue llamado despectivamente por su hermano un baal de los sueños (Gn. 37,19). Y así encontramos más ejemplos (véase 2 Reyes 1,8; Is. 41,15; Gén. 49,23; Ex. 24,14, etc.). Ciertas inscripciones aportan mucha evidencia de que la palabra se utilizaba de manera similar en otras lenguas semíticas. En la Biblia Hebrea el plural, be`alîm, se encuentra con los diversos significados del singular, mientras que en las traducciones antiguas y modernas se usa sólo como una referencia a las deidades. Diferentes comentaristas han asegurado que baalim denota los emblemas o imágenes de Baal (hámmanîm, máççebhôth, etc.). Esta opinión es apenas apoyada por los textos, los que regularmente señalan, a menudo despectivamente, a los baales locales o a otros baales especiales.
Baal como Deidad
Cuando se aplicaba a una deidad, la palabra baal retenía su connotación de propiedad y, por lo tanto, se acostumbraba ponerle un calificativo. Los documentos hablan, por ejemplo, de los baales de Tiro, de Harran, de Tarso, de Herman, del Líbano de Tamar (un río al sur de Beirut) y del cielo. Además, varios baales gozaban de atributos especiales: había un baal de la alianza (Bá`ál Berîth (Jc. 8,33; 9,4); cf. 'El Berîth (Jc. 9,46); uno de las moscas (Bá`ál Zebub, 2 Rey. 1,2-3.6.16,); probablemente uno de la danza (Bá`ál Márqôd); tal vez uno de la [[[historia de la medicina|medicina]] (Bá`ál Márphê) y algunos otros. Entre todos los semitas, la palabra en una u otra forma (Bá`ál en el oeste y el sur; Bel en Asiria; Bal, Bol, o Bel en Palmira) expresa recurrentemente el señorío de la deidad sobre el mundo o parte de él. No necesariamente todos los baales---de diferentes tribus, lugares, santuarios---fueron concebidos como idénticos; cada uno podía tener su propia naturaleza y su propio nombre; el baal de Arvad, que en parte tenía forma de pez, era probablemente Dagón; el baal del Líbano, posiblemente Cid "el cazador"; el baal de Harran, el dios luna; mientras que en varias ciudades mineas sabeas y en muchos santuarios cananeos, fenicios o palmiranos el baal adorado era el sol, aun cuando Hadad parece haber sido el baal más importante entre los sirios. La diversidad del Antiguo Testamento da a entender que al hablar de Baalim se refiere al plural, y que especifica el singular Baal ya sea por el artículo o por la adición de otra palabra.
Es muy obscuro cuál fue la concepción original. De acuerdo con W. R. Smith, el baal es un dios local el cuál, a través de la fertilización de su propia región mediante manantiales y arroyos, se convierte en su legítimo dueño. Autoridades reconocidas, sin embargo, se oponen a esta opinión y, revierten el argumento anterior al afirmar que el baal es el amo-genio del lugar y de todos los elementos que causan su fecundidad; es él quien da "pan, agua, lana, lino, aceite y bebidas" (Oseas 2,7); él es el principio viril de la vida y la reproducción en la naturaleza y de esta manera es honrado en ocasiones con actos de la más inmunda sensualidad. Ya sea que esta idea surgiera de y condujera a la concepción monoteísta de la deidad suprema---el Señor de los Cielos, de quien los diversos baales pudieran ser así muchas manifestaciones---dejaremos que sean los estudiosos quienes lo determinen. Algunos consideran que la Biblia favorece este punto de vista, pues su lenguaje con frecuencia parece implicar la creencia en un baal par excellence.
La Adoración a Baal entre los Gentiles
La evidencia difícilmente tiene el peso suficiente como para justificar que hablemos de un culto a Baal. El culto a Baal al que tan a menudo se alude y describe las Sagradas Escrituras quizás pueda ser mejor definido como culto a Cid, culto a la luna, culto a Mélek (Moloc) o culto a Hadad, según los lugares y las circunstancias. Lo más probable es que muchas de las prácticas mencionadas fueran comunes al culto a todos los baales; unas pocas más son ciertamente específicas.
Debe señalarse aquí una costumbre común entre los semitas. Movidos, con mayor probabilidad, por su deseo de asegurar la protección del baal local para sus hijos, los semitas siempre mostraron una preferencia por nombres compuestos con el de la deidad; nombres como Asdrúbal (`Azrû Bá`ál), Aníbal (Hanni Bá`ál), Baltasar o Belsazar (Bel-sar-Ushshur), han llegado a ser famosos en la historia. La Biblia, escritores antiguos e inscripciones registran muchos de estos nombres pertenecientes a diferentes nacionalidades.
El culto a Baal se llevaba a cabo en los recintos sagrados de los lugares altos, muy numerosos a través del país (Núm. 22,41; 33,52; Deut. 12,2; etc. ) o en templos como los de Samaria (1 Rey. 16,32; 2 Rey. 10,21-27) y Jerusalén (2 Rey. 11,18) e inclusive en las azoteas de las casas (2 Rey. 23,12; Jeremías 32,29). Es probable que el mobiliario de dichos santuarios variara según los baales honrados ahí. Cerca del altar, que existía en todos los casos (Jueces 6,25; 1 Rey. 18,26; 2 Rey. 11,18; Jer. 11,13; etc.), se podía encontrar, según el lugar en particular, una imagen de la deidad (Hadad era representado por un ternero) o bien el bætylion (es decir, la piedra sagrada que en Canaán, por lo regular, tenía forma cónica), que originalmente pretendía representar al mundo, morada del dios; el hammanim (posiblemente cipos o pilastras; Levítico 26,30; 2 Crón. 24,4; etc.) y la asherah (erróneamente interpretada como "arboleda" en algunas Biblias; Jc 6,25; 1 Rey. 14,23; 2 Rey. 17,10; Jr 17,2; etc.), un poste sagrado, algunas veces quizá un árbol, cuyo significado original está lejos de estar claro, junto con el de la estela votiva o conmemorativa (máççebhôth, usualmente mal traducida como "imágenes"), más o menos ornamentada. Se quemaban incienso y esencias (2 Rey. 22,5; Jer. 7,9; 11,13; y conforme a la Biblia Hebrea 32,29), se servían bebidas (Jer. 19,13) y se ofrecían al baal sacrificios de bueyes y otros animales; incluso vemos (Jer. 7,31; 19,5; 32,35; 2 Crón. 28,3) que a menudo se quemaban niños de ambos sexos en sacrificio a Mélek (B.D. Moloc, V.A. Molech) y 2 Cron. 28,3 (quizás también 2 Rey. 21,6) nos dice que ocasionalmente se elegía a príncipes jóvenes como víctimas para esta severa deidad. En varios santuarios, grandes grupos de sacerdotes, distribuidos en varias clases (1 Rey. 18,19; 2 Rey. 10,19; 23,5; Sofonías 1,4; etc.) y vestidos con atuendo especial (2 Rey. 10,22) realizaban la función sagrada; oraban, le gritaban al baal, realizaban danzas alrededor del altar y en su excitación frenética se cortaban con navajas y lancetas hasta quedar completamente cubiertos de sangre (1 Rey. 18,26-28). Mientras tanto los adoradores seglares también oraban, se arrodillaban y rendían homenaje besando las imágenes o símbolos del baal (1 Rey. 19,18; Oseas 13,2, Biblia Hebrea) o inclusive sus propias manos. A esto hay que añadir las prácticas inmorales aceptadas en varios santuarios (1 Rey. 14,24; 2 Rey. 23,7; Dt 23,18) en honor al baal como varón de la reproducción y a su pareja Asera (B.D., Astarté; V.A. Astarot).
La Adoración a Baal entre los Israelitas
Nada pudo ser peor para una fe espiritual que esta sensual religión. De hecho, tan pronto los israelitas viniendo del desierto, tuvieron contacto con los adoradores de Baal, con la astucia de los madianitas y los atractivos del culto licencioso ofrecido a la deidad moabita (probablemente Kemós), fácilmente fueron apartados de su lealtad a Yahveh (Números 25,1-9). A partir de aquí el nombre del Baal de Peor (Beelphegor) quedó como una mancha oscura en la historia temprana de Israel (Oseas 9,10; Sal. 106(105),28). El terrible castigo infligido sobre los culpables tranquilizó por un tiempo las mentes de los hebreos. Nos resulta difícil decir qué tanto duró la impresión; pero sabemos esto: que cuando los israelitas se habían asentado en la tierra prometida nuevamente abandonaron al Dios verdadero, y rindieron homenaje a las deidades de sus vecinos cananeos (Jueces 2,11.13; etc.). Incluso las mejores familias no pudieron o no se atrevieron a resistir la seducción; por ejemplo, el padre de Gedeón, aun cuando su fe en el baal parece haber sido poco ferviente (Jueces 6,31), había erigido un altar idolátrico en Ofrá (Jc. 6,25). "Y el Señor, estando enojado contra Israel, los dejó en manos de los enemigos que habitaban a su alrededor". Los mesopotamios, madianitas, amalecitas, amonitas y sobre todo los filisteos fueron sucesivamente los vengadores providenciales de los desatendidos derechos de Dios.
Durante los belicosos reinados de Saúl y David, los israelitas en su totalidad pensaban poco en sacudirse el yugo de Yahveh; también esa fue, al parecer, la situación bajo el reinado de Salomón, aunque el ejemplo dado por este príncipe debe haber causado un efecto deplorable sobre sus súbditos. Después de la división de su imperio, el Reino del Norte, conducido en principio por sus dirigentes hacia una adoración ilícita de Yahveh, se hundió rápidamente en las más irreverentes supersticiones cananeas. Esto fue de lo más fácil porque algunas costumbres, al parecer, trajeron cierta confusión a las obnubiladas mentes de la gente ignorante del pueblo. Nombres como Esbáal (1 Crón. 8,33; 9,39), Merib Báal (1 Crón. 8,34; 9,40), Baalyadá (1 Crón. 14,7) dados por Saúl, Jonatán y David a sus hijos, sugieren que posiblemente se hablaba de Yahveh como de un baal. El hecho ha sido discutido; pero la existencia de un nombre como Bealías (es decir, "Yahveh es baal", 1 Cro. 12,6) y la afirmación de Oseas (2,16) son argumentos que no pueden menospreciarse. Es verdad que la palabra fue usada más tarde sólo en referencia al culto idolátrico, e incluso considerada tan detestable que frecuentemente era sustituida por bosheth, vergüenza, en los nombres propios compuestos, así dando, por ejemplo, formas tan inofensivas como Elioda (Baalyadá, 2 Samuel 5,16), Yerubbéset (Yerubbaal, 2 Sam. 11,21) Isboseth (Isbaal 2 Sam. 2,10) y en otra parte Mefibóset (Meribaal 2 Sam. 9,6; 21,8); pero esas correcciones se debieron a un espíritu que no prevaleció hasta siglos después de la época sobre la cuál trataremos en este momento
La accesión de Ajab al trono de Israel inauguró una nueva era, la del culto oficial. Casado con la princesa sidonia Jezabel, el rey le erigió un templo (1 Rey. 16,31.32) al baal de su ciudad natal (Cid o Melcart), en el cual oficiaba un numeroso grupo de sacerdotes (1 Rey. 18,19). En 1 Reyes 19,10-14, el profeta Elías describe el estado de abandono en que cayó la verdadera fe del Reino del Norte. "…los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares, han pasado a espada a tus profetas.” Solo quedaron siete mil hombres cuyas rodillas no se doblaron ante Baal" (1 Rey. 19,18). Ocozías, hijo de Ajab y Jezabel, siguió los pasos de sus padres (1 Rey. 22,54) y aunque Joram, su hermano y sucesor, se deshizo del maccebhoth levantado por su padre, no se erradicó de Samaria el culto a Baal (2 Rey. 3,2-3) hasta que sus seguidores fueron asesinados y su templo destruido por órdenes de Jehú (2 Rey. 10,18-28). Con todo lo violenta que fue esta represión, apenas si sobrevivió al príncipe que la había emprendido. Los anales de los reinados de sus sucesores dan testimonio de que la corrupción religiosa volvió a prevalecer y el autor del Segundo Libro de los Reyes resumió así esta triste historia: "Abandonaron todos los mandamientos de Yahveh, su Dios, y se hicieron ídolos fundidos, los dos becerros; se hicieron cipos [asherah], y se postraron ante todo el ejército de los cielos y dieron culto a Baal. Hicieron pasar a sus hijos y a sus hijas por el fuego, practicaron la adivinación y los augurios, y se prestaron a hacer lo malo a los ojos de Yahveh, provocando su cólera. Yahveh se airó en gran manera contra Israel y los apartó de su rostro… deportó a Israel de su tierra a Asiria, hasta el día de hoy.” (2 Rey. 17,16-18.23).
Mientras tanto, al reino de Judá no le fue mejor. Ahí también los príncipes, lejos de contener la tendencia de la gente hacia la idolatría, fueron ellos mismos sus instigadores y cómplices. Establecido por Joram (2 Rey. 8,18), probablemente a sugerencia de Atalía su esposa, quien era hija de Ajab y Jezabel, el culto fenicio fue continuado por Ocozías (2 Rey. 8,27). Conocemos por 2 Rey. 11,18 que uno de los príncipes o Atalía habían dedicado un templo a Baal (muy probablemente al Baal honrado en Samaria) en la Ciudad Santa. A la muerte de Atalía, su templo fue destruido por la gente fiel y los muebles y decoración hechos pedazos (2 Rey. 11,18; 2 Crón. 23,17). Si bien esta reacción no acabó completamente con el culto a Baal en Judá, dejó vivo muy poco de él, ya que por más de un siglo los escritores sagrados no registran ningún caso de idolatría.
En el reinado de Ajab, sin embargo, encontramos no sólo el mal floreciendo de nuevo, sino con la complacencia de las autoridades públicas. No obstante, un cambio había tenido lugar en la idolatría de Judá: en lugar del baal sidonio, Melék (Moloc), la cruel deidad de los amonitas, se había convertido convirtió en el favorito de la gente (2 Crón. 28,2; 2 Rey. 16,3-4). Ezequías había erradicado sus bárbaros ritos, pero aparecieron de nuevo con el apoyo de Manasés, por cuya influencia las deidades astrales sirio babilónicas fueron agregadas al panteón de los idólatras de [[Judea (2 Rey. 23,4-5). Los meritorios esfuerzos de Josías no produjeron resultados duraderos y después de su muerte las diversas supersticiones en auge mantuvieron influencia hasta que "el Señor echó de su presencia a Judá y Jerusalén" (2 Rey. 23,32-37; 24,9.19, y en otras partes).
Fueron las invasiones de los babilonios las que asestaron un golpe de muerte al culto a Baal en Palestina. En la repatriación, Israel será el pueblo de Yahveh y Él su Dios (Ez. 14,11), y Baal se convertirá del todo en cosa del pasado.
Bibliografía
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Fuente: Souvay, Charles. "Baal, Baalim." The Catholic Encyclopedia. Vol. 2. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/02175a.htm>.
Traducido por E M G. L H M.