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Lunes, 25 de noviembre de 2024

Renacimiento

De Enciclopedia Católica

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El Renacimiento se puede considerar en sentido general o particular como (1) los logros de lo que se denomina el espíritu moderno en oposición al espíritu que prevaleció durante la Edad Media; o (2) el resurgimiento del aprendizaje clásico, especialmente el griego, y la recuperación del arte antiguo en los campos de la escultura, pintura y arquitectura, perdidos durante mil años en la cristiandad occidental. Aunque sea imposible separar estos elementos de todo el movimiento en el que entran, podemos distinguirlos de este para nuestro propósito actual, a saber, resumir las influencias, ya sean buenas o malas, que se pueden rastrear a la Antigüedad pagana o precristiana de letras y restos plásticos, según se conoció y estudió desde finales del siglo XIV en adelante, en relación con la Iglesia Católica.

La historia eclesiástica atraviesa períodos análogos a los cambios provocados por las revoluciones sociales. Hablando en términos generales, la época de los Padres corresponde al período imperial romano terminado en 476 d.C.; la Edad Media ocupa esos años tumultuosos cuando los bárbaros convertidos al cristianismo aprendían lentamente a ser civilizados, de 476 a 1400; mientras que las relaciones modernas entre Iglesia y Estado comenzaron con el surgimiento definido de naciones en Occidente, en una era muy crítica, señalada por la destrucción del Imperio Griego, la invención de la imprenta de tipos móviles, el descubrimiento de América y todo esto conducente a la Reforma Protestante. La historia, como la vida, es una red continua; sus diversas etapas se suceden entre sí en los grados más tenues. Pero después de que el Gran Cisma fue sanado por el Concilio de Constanza en 1417, la Iglesia volvió la espalda de una vez por todas al feudalismo desgastado, y ya no involucrada en luchas con los emperadores teutones, se encontró en presencia de nuevas dificultades; el carácter de los tiempos fue alterado manifiestamente.

Vivimos ahora en esta época moderna. La Edad Media se ha convertido en un interludio, claramente limitado en ambas extremidades por una idea de vida más civilizada o humana, que los hombres se esfuerzan por realizar en política, educación, costumbres, literatura y religión. Esta combinación de épocas y pueblos ampliamente divididos por virtud de un tipo complejo en un sistema histórico consistente, aunque muy ampliado, se debió al Renacimiento, tomado en su conjunto. Un vistazo al mapa nos recordará el hecho sorprendente de que el cristianismo está ligado en el espacio no menos que en el tiempo al mundo griego y romano. Nunca ha florecido ampliamente fuera de estas fronteras, excepto en la medida en que sometió a la cultura antigua a las tribus a las que ofreció el Evangelio.

Existe un vínculo misterioso y providencial, reconocido en el Nuevo Testamento por San Pablo, San Juan y San Pedro, entre Roma como cabeza del dominio secular y el visible Reino de Cristo. El derecho romano protegió así como persiguió a los discípulos; la filosofía griega le prestó sus términos al dogma católico. La escuela de Alejandría, enseñada por Clemente y Orígenes, no tuvo escrúpulos en citar la literatura ateniense para ilustrar las verdades reveladas. San Gregorio Nacianceno escribió poemas griegos en un estilo que fue moldeado en los clásicos trágicos. Siempre hubo en Occidente un espíritu puritano, del cual, desde Tertuliano y Novaciano hasta el español Prisciliano, podemos señalar ejemplos; pero los santos que establecieron nuestra tradiciónCipriano, Agustín, Jerónimo— tenían puntos de vista más tolerantes; aunque San Jerónimo sintió aflicciones contritas por los días y las noches que le había dado a Plauto o Cicerón, su propia dicción es severamente clásica. Su Vulgata Latina, aunque obedece a la construcción del hebreo, está escrita en un lenguaje cultivado y no rústico. San Gregorio despreciaba la gramática como un logro subordinado, pero él mismo era un buen erudito.

La pérdida de autores griegos y el declive del latín eclesiástico fueron desgracias en una ruina universal; ninguno de estos eventos fue consecuencia de una ruptura deliberada con la Antigüedad. El latín y el griego se habían vuelto lenguajes sagrados; las liturgias occidentales y orientales los llevaron con la Sagrada Escritura dondequiera que iban. La Roma católica era latina por tradición y por elección. Ningún dialecto alemán alcanzó los privilegios del santuario que San Cirilo ganó para el eslavo antiguo de parte del Papa Nicolás I. Bajo estas circunstancias, podría haberse previsto un renacimiento del aprendizaje, tan pronto como Occidente fuera capaz de hacerlo. Y era igualmente de prever que el Vaticano no rechazaría un movimiento de reconciliación, similar a aquel por medio del cual muchos de los usos antiguos se habían adaptado a fines cristianos desde hacía mucho tiempo.

Hablando del siglo II, Walter Pater observa: "Se manifestó incluso entonces el que ha sido en general el método de la Iglesia, como un 'poder de dulzura y paciencia', al tratar asuntos como el arte y la literatura paganos". En esa época había habido un "Renacimiento temprano e intachable". El principio católico, de acuerdo con su nombre, asimila, purifica, consagra, todo lo que no es pecado, siempre que se someta a la ley de santidad. Y los autores clásicos centrales, en cuyo estudio la educación liberal se estableció entre los griegos desde la era de Aristóteles, desde la era de Augusto en Roma, estuvieron felizmente dispuestos al bautismo purificador. Como literatura, los libros escolares principales estaban singularmente libres de deformidades morales; sus enseñanzas no alcanzaron el Nuevo Testamento, pero a menudo eran heroicas y sus peligros admitían corrección. Newman describe felizmente la civilización grecorromana como “el terreno en el cual creció el cristianismo”. Y Pater concluye que “fue por los obispos de Roma... que se definió así el camino de lo que debemos llamar humanismo", como el ideal, a saber, de un entrenamiento perfecto en sabiduría y belleza. Muy al unísono con tal temperamento mental, el Papa León X en 1515 escribió a Beroaldo, el editor de Tácito: "Nada más excelente o útil ha sido dado a los hombres por el Creador, si exceptuamos el verdadero conocimiento y adoración de sí mismo, que estos estudios".

Por lo tanto, cuando Nicolás V (1447-55) fundó la Biblioteca del Vaticano, su acto se inspiró en la tradición de la Santa Sede, merecidamente conocida como la madre lactante de las escuelas y universidades, en las que siempre se había enseñado las ”siete artes liberales". París, la mayor de ellas, había recibido el reconocimiento formal en 1211 de Inocencio III. Entre los años 1400 y 1506 podemos contar unos veintiocho estatutos otorgados por los Papas a tantas universidades, desde San Andrés a Alcalá y desde Caén y Poitiers a Wittenberg y Fráncfort del Oder.

Pero el humanismo se propagó principalmente desde los centros italianos y por profesores italianos o griegos. Debemos tener en cuenta un hecho que a menudo se pierde de vista que la filosofía escolástica nunca había echado raíces profundas en la Península, y que sus maestros florecieron principalmente al norte de los Alpes. Alejandro de Hales, Escoto, Middletown, Occam, eran británicos; Alberto Magno era alemán; Santo Tomás de Aquino, su discípulo enseñó en París.

Por otro lado, el renacimiento del derecho romano, que permitió a Federico Barbarroja y a sus sucesores resistir al papado, comenzó con Irnerio en Bolonia. Además fue Petrarca (1303-1374) quien inauguró el trascendente movimiento que reclamó para la literatura —es decir, para la poesía, retórica, historia y todas sus ramas— el rango hasta ahí ocupado por la lógica y la filosofía; Dante, que cristaliza la "Summa" de Santo Tomás en verso milagroso, sigue siendo medieval; Petrarca es moderno precisamente por esta diferencia, aunque no debemos imaginar que se opuso a la Iglesia o la Biblia. Además, se buscaba ávidamente los manuscritos griegos, y cuando Cicerón dictaba los cánones de estilo latino, el silogismo con su arena de disputa no podía dar lugar a la silla del orador y al escritorio de la secretaria. La finalidad del estudio no era la ciencia, sino la vida. No observamos ningún logro considerable en metafísica hasta que hubo pasado tanto el período culminante del humanismo como de la Reforma.

En 1455, la biblioteca del Papa Nicolás contenía 824 manuscritos latinos y 352 griegos. En 1484, a la muerte de Sixto IV, los manuscritos griegos habían aumentado a 1,000. A partir de los catálogos inferimos que se tomó mucho interés en coleccionar a los grandes Padres, el derecho canónico y la teología medieval. Nicolás poseía el famoso Códice Vaticano (B) de la Sagrada Escritura; Sixto tenía en su poder 58 Biblias o partes de Biblias. El cardenal Besarión entregó su magnífica colección de libros a la Catedral de San marcos en Venecia; y la Biblioteca Medicea, recogida en Florencia, donde aún reposa (la Laurenciana), fue transferida a Roma por un tiempo por Clemente VII. En Basilea el cardenal dominico Juan de Ragusa dejó importantes manuscritos griegos, de partes del Nuevo Testamento, que Reuchlin y Erasmo usaron provechosamente.

Estas ilustraciones pueden ser suficientes para indicar el movimiento, que se volvió universal en toda la Europa católica, hacia la recuperación multilateral de los tesoros del pasado. Otro paso muy importante fue la impresión de lo que se había recuperado. La imprenta fue un invento alemán. Los ordinarios y casas religiosas locales la favorecieron enormemente. Los claustros se convirtieron en el hogar de la prensa; entre ellos podemos citar a Marienthal (1468), San Ulrico en Augsburgo (1472), los benedictinos en Bamberg (1474). Los Hermanos de la Vida Común introdujeron la tipografía a Bruselas en 1474. Se autodenominaron "predicadores no en palabra sino en tipo"; y los primeros libros impresos en Alemania eran de carácter bíblico, educativo, devocional y popular.

A la etapa inicial del Renacimiento pertenece el honor de la difusión generalizada de la Vulgata latina impresa, así como a las traducciones de ella a la mayoría de los idiomas europeos, por supuesto, con la aprobación de la Iglesia. Antes de 1500 se habían publicado 98 ediciones completas de la Vulgata; una docena de ediciones precedieron a la aparición en tipo de cualquier clásico latino. El primer libro producido por Gutenberg fue esa sumamente hermosa Biblia de "42 líneas" según la versión de San Jerónimo, conocida luego como la Biblia de Mazarino y de la cual aún existen varias copias. La primera Biblia fechada salió de Maguncia en 1462; la primera veneciana, en 1475, fue seguida por veintiuna ediciones. El texto hebreo se imprimió en Soncino y Nápoles entre 1477 y 1486; la Biblia rabínica fue dedicada a León X en Venecia en 1517. El cardenal Jiménez renovó las labores de Orígenes por su Políglota de Alcalá, 1514-22, que incluía el Nuevo Testamento griego. Pero Erasmo anticipó su publicación con un texto indiferente en 1516. Aldo imprimió los Setenta en 1518.

En cuanto a las traducciones del lado católico, continuaron antes y después de Lutero, desde la española de Bonifacio Ferrer en 1405 a la inglesa de Douai en 1609. Todas estas fueron impresas, pero el espacio aquí no permitirá más que una referencia a los detalles o a los cambios en política provocados bajo el papado de Paulo IV y el Concilio de Trento, debido a las traducciones heréticas y al abuso de la lectura de las Escrituras. Durante el período comúnmente asignado al apogeo del Renacimiento (1453-1527), la libertad era la regla. Nicolás V intentaba convertir a Roma en el centro intelectual del mundo. Sus sucesores entraron en gran medida a la misma idea. Pío II (Piccolomini) era un hombre de letras, no muy diferente al gran Erasmo. Paulo II, aunque severo con los neopaganos, como Pomponazzi, no condenó el movimiento clásico. Alejandro VI era estadista, no erudito ni italiano. El recio y espléndido Julio II, sin cultura, les dio comisiones a Rafael y a Miguel Ángel, pero despreciaba abiertamente a los pedantes de su corte. De León X su época recibe su título —fue la "encarnación del Renacimiento en su forma más brillante".

Había comenzado un entusiasmo extraordinario por la Antigüedad, combinado con una libertad de opinión ilimitada, con una laxitud de la moral que desde entonces ha escandalizado tanto a creyentes como a no creyentes, y con una magnificencia festiva que recuerda los días y las noches de la "casa dorada" de Nerón. El medio siglo que termina en el saqueo de Roma (1527) por parte de los soldados luteranos, aunque deslumbrante desde un punto de vista escénico, no puede ser visto con satisfacción por ningún católico, incluso cuando hemos descontado las enormes falsedades por mucho tiempo en boga entre los historiadores, que aceptaron las sátiras y declaraciones partidarias a su propio valor. Los eclesiásticos en puestos altos estaban constantemente ajenos a la verdad, la justicia, la pureza, la abnegación; muchos habían perdido todo sentido de los ideales cristianos; no pocos estaban profundamente manchados por vicios paganos.

El temperamento de eclesiásticos como Bembo y Bibbiena, expuesto en las comedias de este último cardenal, según representadas ante la corte romana e imitadas a lo largo y a lo ancho, no es menos incomprensible para nosotros que poco edificante. Los primeros años de Enea Silvio, toda la carrera de Rodrigo Borgia, la vida del propio Farnesio, así como la Curia, todos exhibieron la unión de la astucia, el vigor y otras cualidades mundanas, lo que nos deja en un asombro mudo y triste. Julio II luchó e intrigó como un simple príncipe secular; León X, aunque ciertamente era creyente, era sumamente frívolo; Clemente VII se ganó el desprecio y el odio de todos los que trataban con él, por sus formas torcidas y subterfugios cobardes que llevaron a la toma y saqueo de Roma.

Ahora bien, es justo trazar en estos Papas, así como en sus consejeros, un cierto tipo común, cuyo patrón era César Borgia, en algún momento cardenal, pero siempre condotiero en mente y acción, mientras que su filósofo era Maquiavelo. Podemos expresarlo en palabras de Villari como una "actividad intelectual prodigiosa acompañada de la decadencia moral". La pasión por la literatura antigua, vivificada e ilustrada cuando los mármoles clásicos enterrados salieron a la luz, simplemente intoxicó a esa generación. No solo se apartaron de las severidades monásticas, sino que perdieron todo el autocontrol decente y varonil. Los sobrevivientes de una época menos corrupta, como Miguel Ángel en sus sonetos, nos recuerdan que el genio italiano nativo había hecho grandes cosas antes de que este nuevo espíritu tomara posesión de él.

Pero no se puede negar que en sus días triunfantes el Renacimiento admiraba la belleza y apartaba la vista del deber, como estándar y ley de vida. No tenía ojos ni sentido para la belleza de la santidad. Cuando se le llama "pagano" nos referimos a esta influencia anárquica corruptora, representada muy graciosamente por poetas genuinos y hombres de letras como Policiano, más groseramente por cantantes licenciosos como Casa de Médici |Lorenzo de' Medici]], por Poggio, Bandello, Aretino y otros miles, quienes declararon que la moral de Petronio Arbiter era lo suficientemente buena para ellos. Cuando Savonarola huyó en 1475 al claustro dominico en Ferrara, y allí compuso su lamento sobre "la ruina de la Iglesia", gritó: "El templo ha caído y la casa de castidad". Pero el terremoto aún no había llegado; pasarían cosas peores que las que él había visto. Y fue inevitable una catástrofe, de la cual él sería el profeta en San Marcos, Florencia, enviado a un mundo parcialmente crédulo y aún más exasperado.

Savonarola (1453-98), Erasmo (1466-1536) y Tomás Moro (1478-1535) se pueden tomar como figuras en lo que se ha llamado a veces el Renacimiento cristiano. Representan sin lugar a dudas la mente de la Iglesia respecto a esos autores antiguos, sin sacrificar la fe a la erudición, o la Sagrada Escritura a Homero y Horacio, mientras le conceden a la cultura su provincia y sus privilegios. Tal sería el concordato duradero entre la divinidad y las humanidades, pero no hasta que el paganismo le hubo robado a Italia su independencia, después de que los Papas pusieron en orden su casa, y se le hubo encomendado a la Compañía de Jesús la educación de la juventud. Sobre la base de su protesta contra la literatura indecorosa y degradante que abundaba en su tiempo, Savonarola fue condenado como puritano; su "quema de vanidades" en 1497 fue citada como prueba; y empleó un lenguaje mordaz (ver la Carta a Verino, 1497) que puede llegar a esta conclusión. Pero entre sus penitentes había artistas, poetas y eruditos: Pico della Mirandola, Fray Bartolomeo, Botticelli, Miguel Ángel. El propio fraile compró a precio muy alto para San Marcos la famosa Biblioteca Medicea; y cada lector cándido percibirá en su denuncia de los libros y pinturas en boga una protesta cristiana honesta contra los vicios cancerosos que estaban minando la vida de Italia.

Cuando llegamos a Erasmo, seguramente no fanático, descubrimos que él también marcó la diferencia entre lo puro y lo impuro. Erasmo rió para despreciar las pedanterías ciceronianas de Bembo y Sadoleto; citó con disgusto los términos paganizantes con los que algunos predicadores romanos disfrazaban a las personas y escenas de los Evangelios. Sentía celo por la Palabra inspirada, y su Nuevo Testamento griego y latino fue el principal evento literario del año que vio su publicación. Editó las obras de San Jerónimo con minucioso cuidado (1516); hizo algo por los principales Padres latinos, y no poco por los griegos. En su prefacio a San Hilario, este verdadero erudito elogia todo aprendizaje, antiguo o nuevo, pero le da a cada departamento su valor apropiado, desde las Escrituras incluso a los escolásticos. Su “Elogio de la Locura” y otros escritos satíricos fueron un ataque, no al genio medieval, sino contra la ignorancia confiada que declamaba en contra de la buena literatura sin saber lo que significaba. Tan raro e infatigable, un tasador de todas las formas de obras literarias, no podía ser insensible a los méritos de San Agustín, por mucho que se deleitara con Virgilio. La beca de Erasmo, dada al mundo en un latín animado, era universal y a menudo profunda. También era honestamente cristiano; dar a conocer y comprender la Sagrada Escritura era el propósito supremo que tenía en mente. Y así, el "príncipe de los humanistas" pudo permanecer católico, mientras buscaba una restauración moral durante el torbellino de la revuelta de Lutero. En él, el Renacimiento había desechado su paganismo.


Bibliografía: Además de las monografías bajo nombres especiales, consulte Cambridge Mod. History, I (Cambridge, Eng., 1902); CREIGHTON, History of the Papacy (2da ed., Londres 1897); JANSSENS, Gesch. Des deutschen Volkes, tr. CHRISTIE (Londres 1902—); PASTOR, Gesch. Der Papste, tr. ANTROBUS (Londres, 1895—); BURCKHARDT, Die Cultur der Renaissance (Basle, 1860); GEIGER, Humanismus in Ital. u. Deutschland (Berlín, 1882); MICHELET, Hist. De France, I (Paris, 1855); STONE, Reformation and Renaissance (Londres, 1904); SYMONDS, Renaissance in Italy (Londres, 1875-86); también para detalles BURCARD, Diarium (París, 1883); GASQUET, Eve of the Reformation (Londres, 1900); GOTHEIN, Ignatius v. Loyola u. die Gengenreform (Halle, 1895); HETTINGER, Kunst in Christenthum (Wurtzburg, 1867); HOFLER, Rodrigo di Borgia (Vienna, 1888-89); HUGHES, Loyola and the Educational System of the Jesuits (Londres, 1892); INFESSURA, Diario d. Citta di Roma (Florence, 1890); LILLY, Renaissance Types (Londres, 1901); KRAUS, Gesch. der christilch. Kunst (Freiburg, 1896-1908); KUNZ, Jacob Wimpheling (Lucerna, 1883); MUNTE, Renaissance a l'epoque de Charles VIII (París, 1885); IDEM, La Bibliotheque au Vatican (París, 1887); Monnier, Les arts a la cour des Papes (París, 1878); NICHOLS, Select Epistles of Erasmus (tr. Londres, 1901); RASHDALL, the Universityes in the Middle Ages (Oxford, 1895); REUSCH, Index der verbotenen Bucher (Bonn. 1883); SADOLETO, Epistolae (Roma, 1760); VILLARI, Savonarola (Florencia, 1887); tr. Londres, 1890; IDEM, Machiavelli (Florencia, 1878-83; tr. Londres, 1900); VOIGHT, Enea Silvio Piccollomini (Berlin, 1856); WOODWARD, Vittorino da Feltre etc. (Cambridge, 1897). Para juicios sobre el Renacimiento a partir de puntos de vista opuestos, vea PATER, Essays (Londres, 1873); IDEM, The Renaissance (1873); BARRY, Heralds of Revolt (Londres, 1906); RUSKIN, Modern Painters, II; IDEM, Stones of Venice, III (Londres, 1903).

Fuente: Barry, William. "The Renaissance." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12, págs. 765-769. New York: Robert Appleton Company, 1911. 20 junio 2020 <http://www.newadvent.org/cathen/12765b.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina